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Ferenc Puskás, un cañón con dos vidas (y 3)

Ferenc Púskas en el Real Madrid. (DP)
Ferenc Púskas en el Real Madrid. (DP)

Viene de «Ferenc Puskás, un cañón con dos vidas (2)»

Teléfono blanco, volamos hacia Madrid

Juventus y Milan se interesan por él, pero desisten ante la imposibilidad de revocar el castigo. En febrero de 1958, el Manchester United sufre el trágico accidente de aviación que destroza a su equipo. Poco después, Jimmy Murphy, entrenador mientras Matt Busby, superviviente del desastre aéreo, se recupera de sus heridas, se fija en Ferenc Puskás (tentativa que Murphy nunca quiso confirmar). Pero una norma de la FA, que obliga a conocer el idioma inglés a cualquier jugador que llegue a su liga, resultará desastrosa para el United, y providencial para otro club que triunfa al sur del continente…

Púskas, que ha añadido demasiados kilos a su estructura, recibe una llamada, terminada la temporada 57/58, que le parece una broma. Su compatriota Emil Osterreicher, antiguo gerente del Honvéd, trabaja para el club que ha ganado las tres Copas de Europa que se han disputado hasta ese momento. «Creí que estaba de cachondeo». La opinión de Osterreicher ha convencido al presidente Santiago Bernabéu. Púskas viaja a España con un billete de avión pagado por el Madrid. Por la puerta del despacho de Bernabéu entra un exfutbolista de treinta y un años con dieciocho kilos de más. Los dos quedan solos. Por gestos, consiguen entenderse. Así lo contó Púskas: «Le dije que pesaba dieciocho kilos de más. «Tendrás que perderlos. Es tu problema, no el mío», contestó don Santiago. «Vete, tienes tres días para volver»». 

A los tres días, la familia está instalada en Madrid. Púskas no puede sostener el ritmo de entrenamiento. «¿Qué hacemos con su barriga?», pregunta el entrenador argentino Carniglia al gerente blanco, Antonio Calderón. «Esa se la quita usted», fue la respuesta. Los primeros dos meses los pasa Púskas a la carrera, bajo la supervisión de Moleiro, técnico del club. Era julio en Madrid. «¡Hijos de Satanás! Me tiré seis semanas sin escuchar otra cosa que «corre, corre, corre». Algunos pensaron que me moría. Cuando me daban descanso al mediodía, en vez de ir a comer me quedaba dormido sobre la hierba».

El 15 de agosto, en una gira por Argentina, Púskas debuta con el Real Madrid en cancha de River Plate. Poco más tarde, hace su primer gol, al San Lorenzo de Almagro. El 30 de ese mes, en su primer encuentro en España, en Cádiz, trofeo Carranza, muestra credenciales con cuatro goles al Wiener austriaco. La afición del Madrid se frota las manos. La puesta en escena en su estadio aún la recuerdan los más veteranos. El 21 de septiembre, partido de liga, Púskas, ya sin el peso que le sobraba, se sacude tres tantos al Sporting de Gijón. Bernabéu consume su puro en el palco entre sonrisas. 

Tres más al Las Palmas, otros tantos al Oviedo, los mismos en un 0-3 en Los Cármenes granadino… Goles que provocan entusiasmo, y no solo en España. Los ecos de sus zurdazos, pese al hermetismo del régimen comunista, resuenan entre sus compatriotas. «Cuando aplastaron la revolución del 56 se produjo una depresión en Hungría, pero para muchos saber que Púskas jugaba en el Real Madrid era una señal de que había que seguir luchando. Fue un autoengaño claro, pero así funcionan los mitos». Habla otra vez Péter Esterházy, que en su última novela, Sin Arte, relató un noviazgo ficticio entre su madre y su ídolo de la infancia; él, que de niño estrechó una vez la mano a Púskas, y estuvo semanas sin lavársela.

De Ferenc a Pancho

Púskas, que pasó sus primeras navidades en España en Barcelona, en casa de su amigo Kubala, había aterrizado en un equipo repleto de figuras, guinda para una delantera multinacional e irrepetible. Formó con el vertiginoso Francisco Gento, el preciso argentino-español Héctor Rial, que hubo de trasladarse del interior izquierda al derecho para ceder su lugar al húngaro, o el estilista francés Raymond Kopa. Falta uno. Por encima de cualquiera, gol y despliegue, se encontraba el nueve, Alfredo Di Stéfano. Una personalidad complicada, un líder que rayaba con la tiranía dentro y fuera del verde, que exigía lo máximo de sus compañeros. Pero el otro español de origen argentino no vio en Púskas un enemigo, sino un igual, el mejor aliado en su voraz afán de títulos. Él fue el encargado de rebautizarlo: «Ferenc era Francisco. Francisco era Paco en España y Pancho en Argentina. Como aquí ya teníamos un Paco, le apodamos Pancho». Kopa, Rial, Di Stéfano, Púskas y Gento formaron la delantera más impresionante de la historia del club, y entre dos de los más grandes de siempre floreció la amistad. 

Quizá, por el detalle de Pancho para con don Alfredo en la última jornada de su primera liga española. Los dos llegan igualados a 21 en lo más alto de la tabla de goleadores. En el partido, Púskas encara y dribla al portero rival. «Pensé para mí que si marcaba Di Stéfano no me volvería a hablar. Lo mejor era que él fuese el máximo goleador. Así que lo espere y le di el pase para que lo metiera él». Di Stéfano fue pichichi con 23 goles. De él dirá Púskas: «un jugador sensacional que en el campo era como un perro malo. Fuimos amigos de verdad».

Paco, o sea, Gento, se compenetró en la banda izquierda con Púskas tanto como lo había hecho con Rial. El cántabro quedó sorprendido con la zurda del nuevo diez. «Tenía el pie más sensible del equipo. Controlaba el balón mejor que Di Stéfano. ¡Y lo que le echaras! En las duchas yo le tiraba el jabón mojado y el tío lo amortiguaba en su pie y lo dominaba: tac-tac-tac…». Eso, a pesar de que a Púskas, eterno zocato, siempre se le acusara de ser jugador de una sola pierna. «¡Qué derecha ni qué coño! Si tiro con las dos piernas a la vez, el culo siempre estará en el suelo». El español que Púskas ha aprendido en España está empedrado de tacos, que él emplea con candidez absoluta. Vive junto a Erzsébeth y Aniko en el barrio del Niño Jesús, cerca del Retiro, y es un nuevo aficionado a los toros al que no es extraño ver por la plaza de las Ventas.

Por los goles a la gloria

La liga y la copa de su primer año serán para el Barcelona. Pero el momento estelar de Púskas llegó en la Copa de Europa. Las semifinales enfrentaron al Madrid con su rival de la ciudad, el Atlético. Después de un 2-1 en el Bernabéu, último gol de Púskas, y un 1-0 en campo rojiblanco, se hizo necesario un desempate que se jugó en Zaragoza. Con 1-1, el de Budapest decidió el partido de forma sorprendente: un derechazo a pase de Gento. Aunque no hubo suerte para él más tarde. No jugó la cuarta final de la historia, que el Madrid le ganó 2-0 al Stade de Reims en Stuttgart. Aunque hay quien alude a una lesión, parece que el club blanco prefirió no alinearle para no ganarse la enemiga del público local, que no simpatizaba con Púskas por haber renegado de su anterior apellido alemán.

En su segundo año en España, de nuevo Púskas eligió para lucirse la Copa de Europa. La obsesión del Barcelona, campeón liguero, era arrebatar su corona al tetracampeón. Los dos colosos españoles se cruzaron en semifinales: 3-1 en el Bernabéu, dos de Di Stéfano y uno de Púskas, y un glorioso partido de vuelta en Barcelona, con 1-3 final, otros dos tantos de Púskas, letal en aquel cruce frente al Barça. Ramallets era el guardameta azulgrana: «Púskas sabía tirar a portería, encontraba su espacio, miraba donde no llegaba el portero y le pegaba con suficiente fuerza». Olivella opina: «Cuando el balón llegaba a su zona, si le habías dado un metro, era gol. Su tiro era terrible». Esa eliminatoria tuvo mucho que ver con la salida del Barça de su entrenador, el inefable Helenio Herrera.

El 18 de mayo de 1960, el Madrid se encontraría con el Eintracht en la quinta final consecutiva para los capitalinos. En el Hampden Park de Glasgow, la delantera Canario, Del Sol, Di Stéfano, Púskas y Gento, destrozó al Eintracht por 7 a 3. Cuatro de los goles blancos llevaron la rúbrica de Púskas, uno de ellos un hermoso chut por la escuadra. Una marca nunca igualada en un partido de tal calibre. Los otros tres, de su amigo Alfredo. El Real desgranó un juego virtuoso, recordado aún de forma reverencial en Escocia. El espectáculo se repite cada navidad por la televisión británica. «Ciento treinta y cinco mil espectadores, emocionados hasta las lágrimas los hispanos, rendidos admirativamente los alemanes, enloquecidos de asombro y entusiasmo los británicos», rindió López Sancho en ABC. «Ningún equipo del mundo hoy día hubiera podido resistir al Real Madrid. Su juego ha sido el más fantástico fuego de artificio visto en mucho tiempo», agregó Eskenazy, periodista de France-Soir.

Ese mismo año, el Madrid gana la primera Copa Intercontinental de la historia al Peñarol de Montevideo a doble partido: 0-0 en Uruguay, 5-1 en el Bernabéu, con dos tantos de Púskas. El entrenador ya era Miguel Muñoz. Con él, el club encadenó cinco ligas entre 1961 y 65. Un ciclo en el que el Madrid iría dejando de ser el de Di Stéfano para ser cada vez más el de Púskas, que será el máximo goleador liguero en cuatro oportunidades. 

En 1961, por fin, el Madrid caerá eliminado por primera vez en la Copa de Europa frente al Barcelona, con dos arbitrajes de los ingleses Ellis y Leafe que en nada le beneficiaron. Pero los blancos se reharán, y en 1962 conseguirán llegar a la final, que disputarán en el Estadio Olímpico de Amsterdam frente al Benfica. El equipo de Eusebio en el césped, y de Bela Guttman, el húngaro que en el Honvéd había tenido algún problema con Púskas, en el banquillo. El encuentro estableció un nuevo récord de recaudación histórico, diez millones de pesetas. Y aunque el Madrid terminó cayendo por 5-3, después de adelantarse por 2-0, Púskas ofreció otra de sus actuaciones más descollantes: hizo los tres goles de su equipo, con el añadido de un tiro al palo.

Ese mismo año, se le concedió la nacionalidad española, y llegó a tiempo para jugar con la selección en el Mundial de 1962. Disputó de rojo cuatro partidos en total, entre ellos los tres de un torneo en el que España no tuvo suerte, a pesar de contar con una ristra de jugadores fantásticos. 

El ocaso del diez enorme

Pasaban pues los años, pero Púskas conservaba su martillo pilón en la izquierda. «Metí muchos goles siendo mayor. De viejo, la pelota ya te obedece». Quizá por eso hizo tres goles en el Camp Nou en 1963, en un 1-5 liguero, y otros tres el mismo año también al Barça en un 4-0 en el Bernabéu. El equipo azulgrana fue una de las víctimas favoritas de una pericia en el golpeo de la que da fe el defensa Pachín, que había llegado un año después que el húngaro. La anécdota se sitúa en un entrenamiento. «Púskas puso seis balones a un metro del área grande y dijo: «Le voy a dar seis veces al larguero». Nosotros contamos: la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta. ¡Increíble!».

Algunos de sus mejores goles se los hizo a Madinabeytia, portero del Atlético de Madrid. Uno lo recordaba con cariño: «Griffa me hizo una falta. Quedé tirado en el suelo, y él me decía: «levántate, coño», pero claro, aunque tiraba de mí yo no podía porque al mismo tiempo me estaba pisando la mano». Enrabietado, Púskas lanzó la falta y marcó, pero el árbitro mandó repetir. «La clavé en el mismo sitio», relató Púskas. En 1960, en una final de Copa que el Atlético le ganó al Madrid, Púskas había superado al arquero argentino con una rarísima suerte: un gol olímpico (esto es, de córner), más extraño si cabe porque lo sacó desde la izquierda con el exterior del pie.

En Madrid, Púskas se había mostrado como uno de esos futbolistas grandes en el campo y negado en los negocios. Las furgonetas amarillas de salchichas Púskas partían de la fábrica que Cañoncito Pum (sobrenombre periodístico que se le asignó) abrió en la calle Antonio Toledano, junto a Hermosilla. Pero ni ella ni su restaurante cercano al Bernabéu, que frecuentaron algunas de las estrellas del cine que visitaban Madrid, fueron una máquina de hacer dinero; más bien al contrario, dada la extrema generosidad de Ocsi, en especial con los compatriotas que consiguieron salir del país y llegar a España.

Para 1966, cuando el Madrid ganó su sexta Copa de Europa contra el Partizán, Púskas había dejado que su abdomen se redondeara más de la cuenta, y ocupaba plaza en el banquillo. «De los nueve años que estuve en el Madrid, en siete no probé el alcohol ni me corrí una juerga», le contó a José Sámano para El País años más tarde. ¿Y los otros dos? «Joder, alguna cerveza con Alfredo pero nada más». Eso, aunque Julio César Iglesias escribiera en 1976: «Fue uno de los pocos futbolistas que se permitieron el lujo de administrarse unas copas a discreción antes de ganar otras».

La gran figura era entonces el gallego Amancio Amaro: «Púskas se acordaba de mi madre continuamente porque me acusaba de chupón. Cuando no se la daba al pie se cabreaba». «Es que Púskas era peor que Alfredo con la boca, y eso que era extranjero. Estaba todo el día igual», corroboró otro de los miembros de aquel Madrid llamado yé-yé, Ignacio Zoco. Al año siguiente, después de nueve de blanco, con cuarenta años, Púskas decidió marcharse. «Yo amaba el fútbol y me ponía de mala leche cuando me quitaban. Llegó un momento en que salieron unos chavales que no paraban de correr como diablos y me largué a entrenar». Dejó para la historia 324 goles en 372 partidos con el club; 241 en 262 encuentros oficiales. 

El regreso

Ferenc Púskas, que había sido rechazado en la liga inglesa por no conocer su lengua, tuvo tiempo de aprenderla en una carrera de entrenador que duró veinticinco años. Que empezó en Vitoria con el Alavés, y en la que pasó por el San Francisco Golden Gate estadounidense, el Vancouver de Canadá, el Murcia, el Colo-Colo chileno, el AEK griego, y clubes de Egipto, Paraguay o Australia. En su etapa más celebrada, los cuatro años que dirigió al Panathinaikos del 70 al 74, Púskas logró por primera y única vez llevar a un club griego a la final de la máxima competición europea. Ocurrió en 1971, en su querido estadio de Wembley, cuando su equipo cedió con el fantástico Ajax que deslumbraba al ritmo que proponía Cruyff. La televisión húngara retransmitió el partido, pero solo nombró de soslayo al técnico de los griegos, por aquel entonces todavía un proscrito en su país.

Pero diez años más tarde, en 1981, el gobierno comunista de Hungría decidió que era hora de olvidar antiguos rencores, e invitó a regresar a los viejos futbolistas de su edad más gloriosa. Por fin, con cincuenta y cuatro años, el héroe vencido regresó a casa. El recibimiento en el aeropuerto, el encuentro con algunos compañeros de antaño, del que existe testimonio filmado, fue simplemente hermoso. Y en el Nepstadion de Budapest, aquellos ídolos herrumbrosos volvieron a vestir de corto. El partido de exhibición congregó a aficionados que les habían admirado, y a otros que no les habían visto jugar. Después de soltar alguna lágrima por la ausencia de su amigo Bozsik, muerto tres años antes, lo que quedaba del Púskas futbolista (que por lo demás era casi todo barriga), se ensañó de nuevo con la pelota, recibió aplausos otra vez engominado, y creyó por un momento que la casi treintena de años pasados desde que dejara su patria había sido una larga siesta.

Concluida su carrera de entrenador en Australia, donde estuvo a punto de quedarse a vivir entre la colonia griega de Melbourne (allí había dirigido al South Melbourne Hellas), Púskas se instaló con Erzsébeth en Hungría en 1992. Siguió recibiendo a los periodistas españoles que quisieron visitarle con una amabilidad que sorprendía tanto como lo grueso de su castellano. Vivió jugando a las cartas con los viejos amigos, comiendo dulces y platos húngaros, ensanchó hasta lo inaudito, tomó baños en las saunas de Pest. Fue feliz. 

El apagón

Ocho años más tarde, en 2000, los más cercanos le comenzaron a sentir extraño, algo perdido. Se le diagnosticó una enfermedad mental derivada de problemas en el riego sanguíneo. A la semana de ingresado en un hospital, una comitiva de viejos futbolistas del Madrid viajó a visitar al antiguo compañero de batallas a golpe de balón. Erzsébeth, su esposa, fue la única espectadora, junto a Amancio, de un conmovedor abrazo entre Alfredo di Stéfano y Ferenc, Pancho para él, los dos entre lágrimas. Así lo contó: «El momento más hermoso de mi vida fue ayer por la noche cuando nuestro amigo entrañable Alfredo y mi esposo se abrazaron en el hospital. Fue el espectáculo más hermoso que nunca olvidaré, cuando los dos amigos de toda la vida se abrazaron con gran emoción».

Con el caer de los meses, ingresado en el hospital Kütvolgyi, Púskas fue olvidando todos los idiomas que conocía excepto el húngaro, y finalmente, también su lengua natal. Cada tanto tiempo, algunos de sus compañeros en el Madrid se acercaban a visitarle. El gobierno húngaro, demócrata desde 1989, se volcó con su figura, y el Nepstadion fue rebautizado con su nombre.

Después de seis años ingresado en un hospital, Ferenc Púskas falleció el 17 de noviembre de 2006. Su entierro tuvo el rango del de un jefe de Estado, el más fastuoso que en ningún lugar del globo ha recibido nunca un futbolista. El pueblo desfiló ante su cadáver en la catedral de San Esteban. La ciudad tomó la calle en el desfile del féretro. Pelé, Charlton, Beckenbauer, Kopa o Gento estuvieron presentes. Por esos días, Vicente Verdú escribió en El País: «Fue tan fácil quererlo que su nombre ha permanecido intacto como si ahora mismo pudiera saltar al campo y recibir el gran clamor. Porque Púskas hace tiempo que pasó de ser un nombre de jugador para hacerse la denominación de un mito. Y hasta de un concepto». 

Dos sílabas que siempre resonarán a fútbol, Púskas, como hacen los divinos gordos, las tinajas capaces de someter a los atletas, demostró que lo más importante es esa cualidad que uno posee sin haber buscado. El talento. Había dicho el fotógrafo Robert Capa, nacido en Budapest: «No basta con tener talento. También hay que ser húngaro». Púskas tomó la pelota para darle la razón. Nadie se olvide de Púskas, gran oso de Hungría. Nadie, nadie se olvida, no, nadie, nadie, nadie. 

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2 Comentarios

  1. Orsonwelles

    Al recientemente fallecido Amancio Amaro le preguntaron en 1976 quién había sido el mejor jugador q había visto entre di Stefano,puskas Santamaría y compañía y su respuesta fue:

    Puskas. Sí, sí, Puskas. Tenía una técnica tan especial, un estilo tan depurado.. Somos muchos los jugadores que cuando tiramos a puerta vemos dos palos, un poste cruzado y pensamos «a ver si entra». Puskas, en cambio, tiraba ahí, no por casualidad. Y, además, las «paredes»: te servía la pelota en bandeja. Pese a Di Stéfano, Santamaría y los demás, Puskas fue el mejor.

  2. Vaya maravilla de artículo. Los tres.

    Enhorabuena.

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