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Ferenc Puskás, un cañón con dos vidas (2)

Ferenc Puskás en 1954. Foto Magyar Bálin (CC)
Ferenc Puskás en 1954. Foto: Magyar Bálin (CC)

Viene de «Ferenc Puskás, un cañón con dos vidas (1)»

Batalla y milagro en Berna

La doble tunda a los ingleses colocaba a Hungría como indiscutible favorita en la rampa de lanzamiento del Mundial de 1954, en Suiza. Sus innovaciones tácticas, su facilidad goleadora, la elegancia que desprendían, su exotismo incluso, hacían de ellos un colectivo fascinante. Llevaban veintisiete partidos sin perder cuando aterrizaron en Suiza.

Al 9-0 a Corea del Sur le siguió un esclarecedor 8-3 sobre Alemania Federal. Kocsis hizo siete goles entre los dos partidos. Pero el segundo dejó una terrible noticia: Liebrich cayó sobre Ferenc Puskás y dañó de forma muy seria su tobillo. El técnico alemán, Sepp Herberger, presente en Wembley unos meses antes, había tomado nota de la excelencia de su zurda. Algún cronista quiso atisbar una lesión premeditada. Hasta en el alemán Die Welt se pudo leer: «No nos comportamos bien. Liebrich se vengó del maravilloso Púskas solamente porque era el mejor».  «Fue el partido en el que más me han pegado nunca», confirmó Púskas.

La gran figura era baja para el cruce de cuartos de final, nada menos que contra Brasil. El encargado de dirigirlo fue el inglés Arthur Ellis. «Creí que iba a ser el mejor partido que se iba a ver,  pero solo fue una desilusión. Se comportaron como bestias». Hungría ganó por 4 a 2,  pero más de cuarenta faltas entre los dos equipos sazonaron un partido que pasó a la historia como la batalla de Berna. En el primer tiempo, Brandaozinho dejó noqueado por unos minutos a Hidegkuti de un puñetazo. La acción desembocó en una bronca general que necesitó de la intervención policial, aunque nadie abandonó el partido, en tiempos sin tarjetas rojas y en los que la expulsión de un jugador era un acontecimiento extraño. Los espectadores sí pudieron contemplar una por duplicado en el segundo tiempo, cuando Nilton Santos y Bozsik desfilaron después de una agresión mutua. Acabado el encuentro, el tumulto se desbordó en los vestuarios. Sebes apareció más tarde con el rostro vendado, por una herida que dijo haberle causado su colega el seleccionador brasileño Moreira ¡al lanzarle un zapato! En el otro bando, Pinheiro tuvo que recibir varios puntos de sutura en la cabeza; según él, a causa de una agresión con una botella de un espectador llamado… Ferenc Púskas.

Después de ganar 4-2 en semifinales a los uruguayos, campeones en el anterior Mundial (otro triplete de Kocsis), Hungría se encontraría de nuevo con Alemania en la final. Pero la preocupación era la quiebra de Púskas. No era solo que su cojera le denunciara. Se advertía su pesar ante la perspectiva de perderse la más gloriosa de las ocasiones. En aquellos tiempos, no había posibilidad de hacer cambios durante un encuentro. Sebes promovió un cónclave con los médicos que relató Púskas: «Dos días antes de la final hablamos. Yo no quería problemas. «Señores, ¿cómo lo ven?», les dije. «No pasa nada, me voy a ver el partido».  «¡No, no!», respondieron. Se fueron, hablaron, y después de media hora me dijeron: «vas a jugar»». 

El periodista británico Brian Glanville, que presenció la final, escribiría: «Púskas, disminuido por su tobillo, estuvo extrañamente pesado y lento». Pese a ello, el marcador del Wandorfstadion de Berna se movió en primer lugar gracias a un tanto suyo, y pareció que la alineación había sido la correcta. Czibor colocó el 2-0 antes del minuto diez. Pero, ah, el rival era Alemania: antes del descanso, Morlock y Rahn se encargaron de empatar a dos.

Lo que pasó en el segundo tiempo resulta difícil de explicar. El equipo húngaro, que había destrozado al alemán en la primera fase, pareció sucumbir al nerviosismo y la fatiga. Se podría recurrir al infortunio, por los postes que rechazaron tres remates, por el balón que Posipal sacó en la línea. A seis minutos para el final, el escalofrío. Un pase largo lo ganó Fritz Walter en carrera a Zakarias, y su centro lo remató Rahn a la red. Aún hubo tiempo para un gol del cojo, esto es, de Púskas… anulado por el juez de línea galés Griffiths. Un equipo de fábula, después de años sin hacerlo, había elegido para perder el peor de los escenarios. Das Wunder von Bern (el milagro de Berna) sucedía, cuatro años después, al Maracanazo uruguayo de Río. Aunque los húngaros protestaron por la posibilidad de que sus rivales hubiesen ingerido sustancias prohibidas; aunque años más tarde, el médico de aquella RFA, Franz Loogen, confesó que se había inyectado vitamina C a los jugadores antes del partido (nueve de ellos contrajeron ictericia en los días posteriores a la final), nada cambió. Ni siquiera existía entonces norma alguna antidopaje. Una ocasión formidable le había vuelto la cara a un equipo irrepetible. Para los que la vieron jugar, por encima de cualquier otra, la más grande selección de la historia sin la recompensa de un Mundial. «Estuve triste… quizás lloré… había dolor», diría Púskas. El portero Gyula Grosics le contó al escritor húngaro Péter Esterházy en cierta ocasión: «No hay un solo día, Péter, entiéndeme bien, un solo día, en que no piense en ese partido».

El horror y la marcha

La selección se rehízo, y encadenó de nuevo otra racha de dieciocho choques consecutivos ganando. El Honvéd comenzó la recaudatoria costumbre de disputar partidos de exhibición por Europa, entre ellos un 3-2 en contra en el Molineux del Wolverhampton Wanderers. La derrota de Púskas y los suyos la aprovechó el Daily Mail para definir de forma más que exagerada al club inglés como «el mejor del mundo». En esa hipérbole se sitúa el interés del diario L’Equipe por dilucidar qué equipo podía de veras ostentar tal título, y por tanto el nacimiento de la Copa de Europa. 

El técnico Bela Guttman regresó en 1956 al Honvéd, del que había salido cuando aún era Kispest por un enfrentamiento con Púskas. Dirigirá al equipo en la segunda edición de la Copa de Europa, su primera participación. El sorteo los empareja con el Athletic, la ida en Budapest el 7 de noviembre y la vuelta en Bilbao el 22. Pero de nuevo una realidad ensangrentada entorpecerá el rodar de la pelota.

Desde de la muerte de Stalin en 1953, Hungría había solicitado a la URSS la posibilidad de optar a otra vía de socialismo, más reformista. Frente a la negativa, el pueblo terminará por levantarse. El 28 de octubre de 1956 será uno de los días más tristes en la historia de Hungría. Una protesta estudiantil atrae a miles de personas a una marcha que termina junto al hermoso edificio del Parlamento. Allí, varios policías húngaros pierden los nervios y abren fuego contra ellos de forma insólita. Al otro lado, un grupo de soldados soviéticos que se cree atacado responde con más disparos. El baño de sangre provocará una revuelta en todo el país, y la pérdida de control del partido comunista. Imre Nagy, crítico con las políticas estalinistas, accede al poder y declara de modo formal su intención de abandonar el Pacto de Varsovia. La reacción será tajante. El 4 de noviembre, más de tres mil elementos del ejército soviético invaden Hungría con la intención de restablecer el orden.

Entre esas terribles circunstancias, se decide que el primer partido de la eliminatoria sea el del 22 en Bilbao, a falta de encontrar fecha para la vuelta. La muerte recorre de nuevo Hungría. Algún cable de agencia llega a anunciar el fallecimiento de Púskas. En medio del caos gubernamental, los jugadores del Honvéd solicitan al presidente elegido por los soviéticos, Kadar, preparar la eliminatoria con el Athletic lejos del país. Púskas decide aprovechar su cargo en el ejército y su popularidad, y, acompañado del seleccionador de tenis de mesa, se encarga de gestionar los permisos para la marcha. La salida está a punto de ser denegada, pero finalmente los militares soviéticos aceptan. En la carretera hacia Austria se suceden los controles. Sus compañeros piden a Púskas que se sitúe en la parte delantera del autobús. «No disparen, soy Púskas», se verá obligado a repetir en más de una oportunidad. Cuando crucen a Viena, muchos no imaginan que no regresarán en décadas.

Equipo errante

El ánimo trémulo, los familiares de los jugadores retenidos en Budapest, el Honvéd se embarca en una gira europea. En Hungría, los muertos empiezan a cifrarse en miles. Juegan en Amberes, o en París contra el Racing, donde los jugadores lucen brazalete negro y reciben una ovación del público. El periodista de La Vanguardia Carlos Sentís asiste en el hotel donde se concentra el Honvéd a una reunión dramática, en la que un traductor del francés lee el periódico a los jugadores para hacerles saber lo que ocurre en su tierra. De la capital parisina, el 19 de noviembre, llegan en tren hasta Hendaya. Cuando descienden, el voluminoso aspecto de Ferenc Púskas, pasado de kilos, llama la atención de los presentes. 

El día en que Púskas acompaña a Piru Gaínza a depositar un ramo de flores en el busto de Pichichi (tradición que cumple el capitán de todo equipo que pisa por primera vez San Mamés), el Honvéd pierde 3-2 con los vascos. «Púskas no saldrá contento de su actuación», apunta la crónica de El Correo. Después de diversos cambios, se elegirá para la vuelta el 20 de diciembre en Bruselas. 

Hasta el día del partido, el Honvéd disputa varios amistosos más en España. Exótico uno contra un combinado de Madrid y Atlético, el 29 de noviembre, que servirá como estreno de Púskas en Chamartín. «Nos recordó mucho al Molowny de los buenos tiempos», dijo López Sancho en ABC después de un empate a 5. En otro, cinco días más tarde, Púskas se reencuentra con su amigo Kubala. El Honved se impone 3 a 4. Hubo un tercero, en Sevilla, contra una selección de los dos equipos de la ciudad que ganó por 6 a 2 a los húngaros. Pero el gesto de alguno de los jugadores había cambiado.

Más que nunca, el Honvéd no está dispuesto a regresar a su país. Sus figuras, Púskas, Kocsis, Czibor, se sienten fuertes. Y gracias a unos contrabandistas. Los que han sacado a sus mujeres e hijos por la frontera entre Hungría y Austria una noche de finales de noviembre, a pie, emborrachando a los bebés para que no lloren y no atraigan a las patrullas. Esa sensación de fortaleza propicia que el Honvéd cierre una gira de más de un mes por Sudamérica que no es del agrado de L’Equipe, organizador de la Copa de Europa, porque supondría el retraso de la competición en caso de que eliminasen al equipo vasco. 

En el estadio Heysel envuelto en bruma, en Bruselas, el 20 de diciembre, el Honvéd recibe como local al Athletic en partido de vuelta de la Copa de Europa. A la segunda mitad se llega con empate a uno, cuando el portero húngaro, Farago, se retira lesionado tras chocar con Arieta. El Honvéd queda con diez jugadores, y Czibor ocupa la portería. El Athletic aprovecha para ponerse 1-3. Farago regresa un cuarto de hora después de irse. Y aunque los húngaros reaccionan e igualan a tres, no bastará: Púskas y los suyos están eliminados. La tragedia que vive su país ha sido devastadora para un equipo que en pocos días comenzará a desintegrarse. 

Las navidades de aquel año, el Honvéd continúa su sucesión de amistosos en Alemania e Italia. Su país pide a los futbolistas que regresen y les amenaza con una sanción de dos años. Pero el viaje a Sudamérica no se suspende. En enero, FIFA insta a los clubes de Brasil a que no jueguen contra el Honvéd, declara ilegal al club húngaro y le prohíbe usar su nombre. Pero Maracaná se llena y noventa mil personas asisten el 19 de enero al Flamengo 6 – Honved 4. Unos días más tarde, se juega la revancha, con el mismo resultado, esta vez a favor del Honvéd. Pese a todo, la presión internacional provoca su regreso a Europa. 

Los futbolistas sopesan las posibles penas. Algunos, como los porteros Farago o Grosics, deciden regresar a Hungría. Los que tienen a sus familiares directos junto a ellos pueden permitirse gestos más valientes. Kocsis, Czibor y Púskas no volverán. A los rebeldes se les prohíbe jugar en un año y medio. Púskas se instala primero en Viena, y después en Italia: Bordighera o Ventimiglia,  junto a la frontera francesa, acompañado de su mujer y su hija. Empieza a ganar peso de modo exagerado.

(Finaliza aquí)

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Un comentario

  1. Joder no ha comentado ni Dios.

    Bueno, el viejo zorro Sepp Herberger (personaje por lo demás fascinante) fue muy cabrón al ordenar dejar fuera de combate a cualquier precio al gran líder de aquella maravillosa selección magiar, Ferenc Puskàs. Ese combinado que venía de aplastar doblemente a Inglaterra (3-6 en Wembley que perfectamente pudo ser un 3-10pero no quisieron hacer más sangre, y lego 7-1 en Budapest) fue el pionero del ´FUTBOL TOTAL, posteriormente sublimado por la Holanda perdón Países Bajos (Nederland, en neerlandés, suena mejor) de Rinus Michels y luego el rumano (pero de la zona fronteriza con Hungría) Stefan Kovacs.

    Pero todo esto que tanto se dice y tanto se babea de la Holanda de Cruyff, Neeskens, Resenbrink, Rep, Suurbier, Van Hanegem, germanos Van der Kerkhof etc, con Marinus Rinus Michlelsa a los mandos, YA LO HABÍA INICIADO 20 AÑOS ANTES GUSTAF SEBES, EL SELECCIONADOR DE HUNGRÍA. La única diferencia es que aquella selección magiar sí que tenía un 9 definido como era Kocsis, cabeza de oro que posteriormente triunfaría tb en el Barcelona. Pero la preparación física, el juego ofensivo constante y el intercambio posicional que volvía loco al rival ya lo habían iniciado los húngaros, y si nos remontamos más en el tiempo, el Wunderteam austríaco del inolvidable Matthias Sindelar (el entrenador deaquella sinfonía, ese vals austriaco, creo que era Hugo Meisl).

    Con Puskás fuera de circulación, Hungría bajó enteros pero logró plantarse con brillantez, y mucho agotamiento físico y mental, en la finalísima de Berna frente a los alemanes. Tb se recuperó pero muy justito Puskás, que jugó la gran final muy disminuido físicamente y esa fue una de las claves de la increíble derrota de Hungría.El apabullante 8-3 endosado a los germanos de Herberger lo fue con la selección alemana privada voluntariamente de la mitad de su once titular precisamente porque el técnico Sepp Herberger, convencido de que el partido frente a la poderosa máquina de Sebes estaba perdido, prefirió dar descanso a sus mejores hombres de cara al que para ellos iba a ser el encuentro decisivo de su grupo(esos surrealistas grupos con dos cabezas de serie que no se enfrentaban entre sí, engendro de formato que por fortuna no se ha repetido y ya entonces levantó mucha polvareda…)frente a Turquía, nuestros inesperados verdugos en la fase clasificatoria.

    La RFA llegó así mucho más descansada tras dejar fuera en cuartos de final no recuerdo a quién, y en semifinales a sus vecinos y ex anschluss Österreich por un set, 6-1 aunque engañoso.

    Luego la memorable final de Berna con un terreno de juego pesdadísimo por la lluvia , que fue clave en la victoria alemana porque el calzado de la escuadra germana ya lo diseñaba Adolf Dassler, el inventor de ADIDAS, que había diseñado los tacos intercambiables, novedad extraordinaria en la época, que los alemanes utilizaron y de ese modo mantuvieron el equilibrio mucho mejor que los húngaros en un terrreno cda vez más impracticable.

    Pese a su inferioridad física que de facto hizo que Hungría terminara jugando con 10, el que luego fuera estrella del Real Madrid marcó un gol y los húngaros se pusieron con 2-0 al cuarto de hora, por lo que todo apuntaba a una nueva goleada humillante para los pobres germanos, esta vez con su once de gala. No fue así, la brava reacción del equipo alemán, brava y patriótica, más su juventud unida a la veteranía húngara (equipo con muchos más años), el exceso de confianza magiar, los tacos intercambiables dichos Y EL DOPING DE LOS ALEMANES (ya se sabe desde hace años la cantidad de jeringuillas que fueron halladas en el vestuario germano) fueron LAS CLAVES DEL MILAGRO DE BERNA, un milagro que tal vez no se hubiese producido en un día soleado con un terreno en perfectas o simplemente buenas condiciones.

    En cierto modo pues, esta sorpresa mayúscula fue incluso mayor que el MARACANAZO 4 AÑOS ANTES. Aquí fue el WALDHORFSTADIONAZO. Porque además Hungría se había puesto en clarísima ventaja, en tanto que Uruguay hubo de remontar

    Fueron 2 SORPRESONES MONUMENTALES EN DOS MUNDIALES CONSECUTIVOS, 1950 en Brasil y 1954 en Suiza. Por eso el fútbol es y con enorme diferencia el deporte rey, el más bonito y el más apasionante. LOs demás deportes, siendo apasionantes tb, están a años luz del fútbol porque ni de lejos son tan dados a las sorpresas y a que equipos muy inferiores a otros técnicamente sean capaces, con determinación, fortaleza física , psicológica y orden defensivo y conjunción (y buena dirección técnica desde el banquillo) sean capaces de hacer morder el polvo (el barro el día de esa gran final de 1954 en tierras helvéticas) a conjuntos muy superiores y plagados de figuras.

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