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Descubrir Ibiza en barco como un nuevo Ulises

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Liguria, Jónico, Egeo, Mármara. El Mediterráneo siempre ha sido un mar formado por muchos mares, el de cada uno de los pueblos que les dio nombre. Y todos, sin importar en qué playas se sentaran a contemplar sus aguas, tuvieron enfrente un paisaje común. El de pequeños islotes, peñascos y salientes rocosos. Tierras sembradas en la superficie de las aguas promesa de otros mundos que despertaron el deseo de ir y explorar. Dicen que así nació la filosofía griega, de los relatos de esos exploradores. De la necesidad de explicar porqué existían gentes con pensamientos y formas de vida distintas. También la poesía y la épica nacen de un largo relato por mar, La Odisea, en cuyos pasajes se ha creído identificar tierras de Túnez, costas turcas, sicilianas y calas baleares. Algunos señalan a Ibiza como isla en la que la ninfa Calipso retuvo a Ulises siete años, prometiéndole la inmortalidad si se quedaba con ella. A ella se le olvidó ocultar a la vista del héroe esos pequeños islotes que tanto le recordaban los de su natal Ítaca, y que le hacían nacer el deseo de navegar hasta ellos. El mismo deseo que veintinueve siglos después acometerá a cualquiera que mire una costa ibicenca, y que podrá seguir alquilando un barco sin licencia en Ibiza.

Ni siquiera hace falta que hayamos nacido en el Mediterráneo, como cantó Serrat, para sentir en Ibiza el mismo deseo que impulsó a Ulises. Pero sí podemos recrear el modo en que navegaban los griegos de La Odisea. Siguiendo la línea de costa, viajando de día con la tierra a la vista, y guiados por ella. Lo que se llama navegación costanera es lo que hoy nos permite un alquiler de barco en Ibiza. Un viaje de exploración, placer y cultura. Ibiza cuenta con una historia que comienza en el mismo siglo en que fueron compuestos los cantos de Homero, y que a lo largo del tiempo avanza navegando hasta nuestros días. El navegante costanero que emprenda un viaje a la belleza de su paisaje, a sus aguas turquesa, viajará también a la historia. Dejando reposar los ojos allí donde los puso el héroe griego, bañarse donde se bañó, donde estuvieron los hombres reales que inspiraron su relato, y todos los que vinieron después. Bizantinos, vikingos, navegantes de la República de Venecia, genoveses y piratas de Berbería. Uno tras otro hasta los hippies y los turistas.

Para aquellos que puedan sentir ese impulso existe una guía invisible, una carta náutica entre cuyos puntos hay que trazar la ruta de deriva. A fin de que ninguno se pierda entre cantos de sirena, ni le lleven los vikingos al norte, o los piratas al sur, los referentes que siguen servirán de derrota para recorrer, estética y culturalmente, las costas de Ibiza. Con la única advertencia de que siguen existiendo calipsos, capaces de atraparte siete años, o para siempre, en sus costas.

En Sa Caleta o la isla de Bes.

Los cantos de la Odisea fueron compuestos en el siglo VIII a.C., en el mismo período en que fue fundada la colonia fenicia en honor al dios Bes en el sur de la isla. Su origen histórico. De Ybshm, la isla de Bes, provendría el nombre de Ibiza, y su divina influencia parece haber permanecido viva hasta el día de hoy. Porque aquella deidad representada como un enano barbudo, de enormes genitales, y siempre desnudo, era el dios de la música, el baile, la alegría y el placer sexual.

El emporio fenicio, sus restos, son visibles desde el barco, al recalar entre la Cala Colodar y el monte de Es Jondal. Una bahía natural que sirvió a los fenicios como puerto protegido de los vientos, y que continuó usándose durante siglos por navegantes, civilizadores y exploradores. Hoy podemos ver lo que vieron en el embarcadero creado hace tres mil años, aún en uso. Además de perdernos en la belleza de este paisaje de acantilados y pinos, con aguas cristalinas, uno de los puntos de navegación más populares de la isla. Los beach clubs que han hecho famosa a Ibiza también están aquí, impregnados del espíritu de Bes.

A Torre de Ses Portes, vikingos, piratas y salazones.

Las fortalezas ibicencas son uno de los más hermosos tesoros de las costas baleares. Fueron erigidas a lo largo de todo el litoral para avisar de ataques piratas, oficio que ejercieron diferentes pueblos, sucediéndose siglo tras siglo. Cuando desapareció Roma fueron los vikingos, luego los de Berbería norteafricanos, más tarde italianos y anglosajones. Ses Portes está en el estrecho que separa Ibiza y Formentera, y en el entorno de unas salinas que eran la razón de los ataques. Los atunes, esturiones, bonitos y corvinas, las sardinas, jureles y boquerones fueron convertidos en salazones desde tiempos cartagineses, y aún siguen siendo una de las mayores delicias gastronómicas de la isla. Solo cabe dudar si los piratas venían a por sal o a por las delicatessen que se hacían con ella.

Fuera como fuese, desde el barco puede contemplarse la torre actual, del siglo XVI, que tuvo tres cañones para disuadir a los invasores, y vigías permanentes para alertar de su llegada. Hay que fondear en el pequeño embarcadero que se encuentra bajo ella, para disfrutar del parque natural de Ses Salines, de las arenas blanquísimas y de las aguas turquesas en la playa Es Cavalles. Dividida en tres tramos, comienza por uno familiar, sigue el nudista y termina en su extremo en una de las playas gays más famosas, nacional e internacionalmente.

De Cala Molí a Cala Saladeta, los arquitectos de Al-Ándalus

Josep Lluís Sert, uno de los arquitectos más importantes del siglo XX, que comenzó a las órdenes de Le Corbusier, y fue profesor en Yale y Harvard, tomó de Ibiza el modelo a seguir para la nueva arquitectura que estaba desarrollando. Y cuya influencia llega hasta hoy en algo que podríamos llamar minimalismo y funcionalidad. Sus casas incorporarían múltiples elementos de la finca ibicenca, de sus formas geométricas y puramente utilitarias. Además de su color blanco característico, lo que Sert encontró a principios de siglo fue el legado del período de dominación de Al-Ándalus y del Califato de Córdoba. En sus palabras, «una arquitectura sin estilo y sin arquitectos». Hay pocos lugares en que pueda apreciarse tan bien todo esto, su origen y su expresión moderna, como la costa oeste de Ibiza, entre San José y San Antonio.

Ese largo recorrido de navegación incluye los lugares imprescindibles para contemplar una verdadera puesta de sol mediterránea. El ensueño musulmán de Las Mil y una noches desde Cala Molí, que mira en dirección oeste a Denia, la ciudad que en época musulmana formó, junto a Ibiza, un reino o taifa. Los islotes de Ulises y los filósofos griegos frente a Cala Conta, sa Conillera, s’Espartar y S’Illa d’es Bosc, recordarán al navegante dónde nació y porqué permanece el deseo de surcar las aguas. Mirar las arenas de Cala Conta, bordeando S’Illa d’es Bosc y seguir hacia Cala Bassa, es contemplar los bosques de pinos y sabinas que junto a la arquitectura son la característica belleza natural del paisaje de Ibiza.

Y las playas secretas donde reposan los llaüts.

Cabe preguntarse si en una isla tan famosa y frecuentada como Ibiza, no hoy, sino a lo largo de los milenios, pueden quedar aún rincones poco visitados. Pues así es, y están precisamente donde menor ha sido la influencia del turista, donde los accesos son más difíciles a coche o a pie, y apenas existen construcciones. Puntos ideales para el navegante primigenio, al explorador de otra civilización, de otro pueblo, al Ulises que tocaba tierra sin saber muy bien qué le esperaba allí.

Cala Aubarca ha sido vista por millones de personas que nunca han estado allí. En la mayoría de bancos de imagen, en el portfolio de fotógrafos internacionales de paisajes, aparece su puente de piedra. Una formación geológica natural, que desde un barco ofrece la perspectiva nunca vista en las fotografías. Sí, algo que realmente solo unos pocos han llegado a ver en Ibiza.

Còdols es el nombre local para los cantos rodados, que en lugar de arena forman el suelo de muchas de las playas ibicencas. Así ocurre en la Cala Llentrisca, en la costa sur, donde no hay arena, con una orilla llena de casetas varadero. El lugar donde los pescadores locales guardan sus llaüts, las embarcaciones de pesca tradicionales, que el navegante verá tendidas sobre los còdols o surcando las olas en busca de pescados con que preparar sus salazones.

La última cala tiene que ser, a la fuerza, Es Portitxol. Una de las últimas ensenadas ibicencas que permanece como la vieron los fenicios. Protegida del oleaje y el viento, si no virgen, al menos no alterada por la actividad de los visitantes. Sus aguas cristalinas ideales para bucear, y las casetas de pescadores que rodean toda la ensenada, podrían muy bien ser otro de los rincones en que se hubiera asentado su morada el dios Bes. Harto de tanto visitante humano, danza, canta y hace el amor extendiendo su influencia por toda la isla.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales (…)
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Del poema Ítaca. Konstantino Kavafis.

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