Tecnología

Los héroes que nunca se equivocan

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Christian Bale interpreta a Michael Burry en The Big Short (2015)

Hay dos cosas de las que rara vez se oye hablar a una persona de éxito, todas las ocasiones en que se equivocó y cuánto influyó la suerte en su éxito. Los triunfadores presentan su biografía como una sucesión de victorias, donde se han sorteado mil dificultades y obstáculos de todo tipo para cosechar triunfo tras triunfo. Es el mismo relato que oyeron en el pasado los contemporáneos de banqueros como J.P. Morgan, o de fabricantes como Henry Ford, y que hoy escuchamos acerca de Steve Jobs o Elon Musk. Todos retratados como personas con habilidades excepcionales, trayectorias rectas hacia el éxito y la capacidad de percibir cosas que a los demás se les escapan. El relato se parece demasiado a la literatura como para ser completamente cierto. Porque desde que la civilización existe el relato heroico sirve de ejemplo para la continuidad de la sociedad, estableciendo un modelo de comportamiento a seguir. Sócrates tomó la cicuta para prestar su último servicio como ciudadano y acatando la sentencia de que había corrompido a la juventud, o lo que es lo mismo cambiado su modelo heroico.

Miles de años después de los filósofos griegos nuestra cultura humana sigue enseñándonos que debemos aspirar a ser individuos singulares. Si imitamos a los héroes de nuestro tiempo conduciremos la sociedad a un bien mayor y colectivo. Cada etapa histórica tuvo ha adaptado al héroe a su mentalidad, de héroe mítico y semidiós de la Antigüedad a santo cristiano, luego a caballero medieval, y más tarde renacentista y barroco, donde el dominio de las letras era casi tan importante como el de las armas.Los triunfadores de cada tiempo no perdieron ocasión de presentarse como representación viva de ese modelo heroico, Pericles en Grecia, Julio César en Roma, Ricardo Corazón de León en la Europa medieval, o Carlos V de Alemania en el Renacimiento. Hoy conocemos sus sombras y sus luces, pero eso no impide que aún exista un relato heroico de sus vidas, lleno de triunfos, y tremendamente parecido a la ficción. Lo mismo ocurre con los hombres y mujeres triunfadores del presente, a los que ahora medimos por su mayor valor, la cantidad de dinero que atesoran.

Nuestros héroes contemporáneos son multimillonarios, y esa es la mayor unidad de medida para considerarles un modelo a seguir. Por eso sus aciertos empresariales o técnicos no son lo más importante, sino que mantengan su fortuna. Así está sucediendo con Musk y su culebrón en Twitter. Puede que con la red social se haya equivocado, pero el relato heroico seguirá siendo, para muchos, que cambió la movilidad en coche al electrificarlo e impulsó la carrera espacial con cohetes reutilizables. Casi lo mismo podríamos decir de los fundadores de Google, de Jeff Bezos, o de cualquiera de los magnates de la tecnología actuales. No importa si inventaron algo o aprovecharon una cosa que existía, un hallazgo en un momento determinado los llevó al éxito, se convirtieron en millonarios, y luego sumaron ganancias hasta tener una fortuna mayor que el PIB de algunos países medianos. El relato heroico presenta su éxito como algo consustancial a una persona excepcional, cómo no va a conseguir cosas maravillosas un héroe. Para esa narración se deja una lado circunstancias del momento y la buena suerte, o el azar si se prefiere llamarlo así. Ambos son tan fundamentales como el mérito personal y el esfuerzo, pero eso se elude mencionarlo porque oye, es que son héroes. Nuestros héroes.

Además la digitalización ha introducido una peculiaridad en el relato empresarial heroico que habíamos heredado de los siglos XIX y XX. Ahora el triunfo del multimillonario, que suele ser tecnólogo, es debido a algún conocimiento profundo de ingeniería, ciencia o informática. Una mentira piadosa, y fácil de creer porque a la mayoría nos cuesta entender cómo funcionan en realidad sus inventos, sea una inteligencia artificial o una red social. Basta considerar a los multimillonarios de la generación anterior a Silicon Valley para ver que esa aureola de admiración desciende muchos puntos. Porque antes que ellos las estrellas eran los inversores, entonces denominados con la viejuna palabra de yuppies.

Si tomamos una lista de nombres de tecnólogos e inversores, y la comparamos, comprobamos que no hay grandes diferencias en sus golpes de suerte, lucidez al anticiparse al futuro, o en las desorbitadas ganancias que consiguieron en muy poco tiempo. Pero difícilmente aceptaremos que un George Soros, un David Paul o un Paul Tudor Jones sean tan heroicos como los inventores del teléfono inteligente, los coches eléctricos o el comercio electrónico. Y ello pese a que los conocimientos técnicos sobre mercados de inversión podrían equipararse a la programación informática. Muchos de los magnates financieros históricos no estudiaron económicas, empresariales, ni ningún título afín que les pusieran en camino a ser magos de las finanzas. Algunos recibieron una formación básica de las reglas, algo similar a cualquier curso de trading, esos que ahora son el punto de partida para las personas que tratan de imitarles. Luego aprendieron a dominar los mercados, pero sus éxitos se debieron menos al conocimiento que a una intuición feliz, un momento histórico muy determinado, y bastante suerte. Naturalmente el relato del héroe no admite esta interpretación, y resulta más creíble atribuirles unas capacidades excepcionales y una inteligencia muy superior a la media. Incluso una ambición desmedida que se salte las normas con tal de hacerse millonario también es aceptable, y eso es, a grandes rasgos, lo que encontramos en la Wall Street de Oliver Stone, en El lobo de Wall Street de Martin Scorsese, o en la serie Billions. El arquetipo del inversor que triunfa, aunque se salte alguna regla que otra.

Y desde luego que los héroes financieros están retratados como más oscuros que los tecnológicos. Moralmente nos parece peor que triunfen solo por saber a dónde apuntar con su dinero, y no por una capacidad intelectual que les lleve a inventar algo. Preferimos a un Henry Ford a un Rockefeller, aunque por lo que hoy sabemos de ambos poco se llevaban, si a ética nos referimos. El motivo es sociológico e histórico, porque se nos enseñó a pensar en el héroe del relato, que lograba sus hazañas por pericia en la guerra, valor, arrojo, o conocimiento de algún recurso mágico. Si nos hubieran dicho que Ulises en vez de ir a la guerra pagó un ejército de mercenarios que fuera por él no le guardaríamos ningún respeto. Es más, ni lo recordaríamos.

Ahora bien, si repasamos algunos casos históricos encontramos una serie de paralelismos entre estos millonarios que se construyeron a base de inventos tecnológicos y los que lo hicieron mediante inversiones más que notables. Coincidencias que nos hablan de oportunismo, suerte, de estar en el momento adecuado en el lugar correcto, y seguramente también de estar especializado en el sector que en cada momento era el fundamental en el mercado, como internet o los bienes inmobiliarios.

Consideremos el caso de Michael Burry. Su relato heroico consiste en que fue el único capaz de comprender que llegaba la crisis hipotecaria de 2008 y sacarle partido antes de que la burbuja estallara. Mejor todavía, también anticipó la crisis de las punto com y este verano anunció el invierno de las criptomonedas. Contado así parece que tuviera un poder adivinatorio sobre el futuro. En realidad su modo de invertir a base de posiciones en corto y tomando valores prestados de un tercero es la ideal para aprovechar las crisis. Cualquier crisis. Con suficiente dinero de partida y una cartera muy diversa, y prestando mucha atención a los diferentes activos de mercado, cualquiera puede imitarle. Pero para alcanzar un éxito como el suyo hace falta además otro derrumbe como el de 2008, que no por casualidad es el que le hizo ganar cien millones de dólares. Y eso solo sucede en determinados momentos históricos, afortunadamente no muy a menudo. Burry tuvo una buena ganancias con una crisis anterior, la de las punto com, pero como aquel crash fue más pequeño su enriquecimiento también lo fue. Sin la crisis de las hipotecas subprime nunca hubiéramos llegado a saber quién era.

Tomemos para compararlo otro relato heroico, pero esta vez de un tecnólogo, Mark Zuckenberg, el millonario más joven de Forges y persona del año de la revista Time. Aunque hoy cueste recordarlo, la admiración mundial por quien había proporcionado al mundo Facebook no era equiparable al del resto de creadores de redes sociales, fenómeno a que esta compañía había sido la última en sumarse. De hecho era apenas un directorio de estudiantes, que hasta 2006 no abrió su registro a toda persona mayor de trece años. Eso sí, logró lo que ninguna red había conseguido, comprender el enorme atractivo que tenía presumir ante un grupo afín -hoy llamado postureo- y estar en contacto con desconocidos que pensaban como tú -hoy, polarización-. Pero sobre todo tuvo la suerte de alcanzar su popularidad en un momento tecnológicamente histórico. Steve Jobs lanzó el iPhone en 2007, dando inicio a la popularización del uso del teléfono móvil inteligente, y con él una universalización indirecta de las redes sociales, con Facebook a la cabeza. Internet en el móvil, vaya. Que triunfó también gracias a las cámaras de los aparatos, que permitían compartir lo inmediato con cualquier conocido. Sin esas condiciones, Facebook podría haber sido una red social más y caer en el olvido. Pero el relato heroico, sin ninguno de estos matices, es que Zuckenberg fue un visionario.

Después del coronavirus han empezado a agotarse los héroes tecnológicos. Facebook cayó en popularidad escándalo tras escándalo, la participación de la CIA, facilitar el ascenso de Donald Trump y QAnon, el caso Cambridge Analytica. Hasta ha tenido que cambiarse el nombre a Meta. Elizabeth Holmes, que parecía la siguiente revolucionaria con Theranos resultó que se se lo había inventado todo, ciencia incluida. Jeff Bezzos hace mucho que dejó de ser un librero que te llevaba a casa tu libro preferido desde cualquier librería del mundo, qué cosa tan genial, para convertirse en un villano calvo. Hasta la estrella de Musk palidece con el lío de Twitter. En esencia, todos ellos se han salido del relato. Ya les pasó a los inventores del XIX, a los banqueros del XX, y seguramente volverá a ocurrir con la siguiente hornada de héroes millonarios, que aún no sabemos a qué se van a dedicar. Quizá a crear inteligencias artificiales, carne artificial o reactores de fusión. En realidad su actividad es lo de menos. Como sociedad humana siempre necesitaremos héroes, para creer en la posibilidad de perdurar, de ser mejores, de avanzar, y de imitarles para triunfar. Y cuando surjan, y hasta que se salgan del guion, estaremos convencidos de que nunca se equivocan. Cómo mantener la esperanza en un futuro mejor, si no.

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Un comentario

  1. Zuckerberg… Escribirlo mal una vez, vale, pero dos ya me parece ofensivo en un artículo tan corto y en el que no es nombrado por azar.

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