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Lo pesado es el pasado

pesado pasado
Foto: Uditurier (CC)

Este artículo se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral «Aniversario».

Sí, en ocasiones yo también he tenido fantasías sobre el viaje temporal: dar un salto en el tiempo hacia momentos perentorios de la humanidad o a esos instantes íntimos que imaginamos prodigiosos y en los que habríamos querido estar presentes. Sin embargo siempre lo he cavilado y ensoñado con la certeza de estar escribiendo, aunque no escribiera. Escribir ficción, o si se prefiere, dedicarse a la literatura es vivir constantemente en el pasado. Sobre todo si se escribe ciencia ficción porque no hay pasado más presente que el futuro. Y para escribir no es necesario manchar la página, basta con decírselo a uno mismo: yo estaba allí. Así comienza el viaje en el tiempo y la literatura.

Ciertamente me habría gustado subir al arca con mi pareja y junto a los animales impuros. No con los puros, desde luego, porque a éstos los sacrificaron en cuanto la familia de Noé puso pie en tierra firme. Como animales impuros habríamos subido al arca mi chica y yo, en fraterna compañía con los reptiles y los batracios. Habríamos oído la lluvia golpear las maderas durante cuarenta días y cuarenta noches confortados por los mugidos, rebuznos y rugidos de otros animales. Y luego habríamos estado muy atentos al chapoteo de aquella gigantesca cáscara de nuez flotando sobre las aguas durante ciento cincuenta días, con la paloma enterando y saliendo por la trampilla de estribor. Finalmente, después de diez meses de encierro habría estallado un silencio sobrecogedor.

Allí habría querido estar, en Ararat, cuando se abre despacio el portón del arca, se monta la rampa y comenzamos a bajar los animales puros e impuros junto a la familia de Noé. La tierra debería de brillar con una energía contenida, como en el primer día de la creación, pura potencia a punto de estallar. Tras un año en tinieblas, el sol sería cegador y nos cubriríamos los ojos con el antebrazo. Los animales y los humanos avanzaríamos con cautela, parpadeando deslumbrados y con el balanceo que tarda en desaparecer tras tantos meses de navegación: veo ahora cómo un cordero totalmente mareado cae de costado y lo toman por las patas los hijos de Noé para sacrificarlo de inmediato. Seguramente no haríamos absolutamente nada más hasta la noche, aparte de los sacrificios olorosos a carne asada, solo ver cómo el mundo renacía y regresaban las estrellas más frías y brillantes que nunca, y la escalofriante luna de cara muerta que todo lo congela.

Aunque no es necesario tener nostalgia de una situación originaria: puede uno tenerla también de una experiencia terminal. La visión del espanto es tan significativa y enriquecedora como la de lo sublime. En consecuencia, también habría querido estar en alguna calle de Berlín próxima a la estación de la Friedrichstrasse, entre montañas de escombros, esqueletos de edificios, incendios, cráteres socavados por las bombas, en el momento en que hicieron su entrada las tropas rusas. Apenas apuntando la aurora, en el telón sombrío de una niebla ajironada por el humo fétido, se recortarían cientos de vacilantes figuras en la borrosa amanecida avanzando encorvados como hienas por entre los cascotes. Poco a poco y ante el terror de los escasos supervivientes, se verían los brillos inconfundibles del rotundo casco de las tropas soviéticas. Pocas horas más tarde, en esa avenida y al resplandor de los incendios, decenas de bolcheviques con el calzón bajado violarían a las desdichadas berlinesas que cayeran en sus manos antes de aplastarles el cráneo con la culata del fusil. El hedor de los muertos enterrados bajo las ruinas sería el telón trágico de esa escena de miseria humana que nos haría desear otro diluvio.

En ambos casos, no obstante, tendría yo la sensación de encontrarme en un tiempo equivocado, pues al cabo de unas pocas horas de haber pisado la tierra tras la salida del arca, me estaría preguntando por qué no había elegido el momento supremo en que mi hermano Caín le abría el cráneo a Abel cegado por la envidia. Aquel instante en que se inauguró la muerte en la tierra, ese fragmento de nuestra historia en el que decidimos que la primera muerte fuera un fratricidio, nosotros, los únicos animales que matan por odio. Y también, pensando en el otro escenario, al cabo de unos minutos de ver a los rusos violando y asesinando berlinesas, me preguntaría asqueado porqué no había elegido subir al tejado de la casa de Orwell para contemplar el bombardeo de Londres sin mover una pestaña, compartiendo una botella de whisky en silencio, persuadido de que finalmente triunfaría la dignidad y la libertad, pues los humanos somos los únicos animales capaces de conducirse libre y dignamente ya que somos también los únicos que conocemos la esclavitud y la indignidad.

No hay pasado que se pueda soportar, todos, además, vienen de un pasado superior. Esa es la misteriosa tarea de la literatura, la cual inventa todos los pasados posibles ya que no hay pasado alguno que no se dé en el presente de la narración. Y el mismo presente, en cuanto se escribe, pasa a ser un pasado memorable como el que vemos en las inscripciones sumerias o en las incisiones sobre huesos de reno. «Había una vez una princesa» quiere decir: «Ahora mismo todas las princesas».

Como esto que ahora acabo de escribir en este instante y que ya es pasado. Y esto también. Y esto. Y esto. Y esto. Y esto. Porque todo tiempo es irredimible.

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3 Comments

  1. francisco clavero farré

    Precisamente acabo de ver en el Capodimonte un hermoso cuadro sobre el fin del diluvio y la salida de las bestias del Arca.
    El artículo por lo demás es un tanto deprimente. Esos soldados rusos violadores y desnucadores nacieron de nobles ideas románticas y liberadoras. Conviene ser muy precavido con las ideas; luego pasan esas cosas.

  2. Sobre límites del tiempo, acción, percepción, etc
    dos obras sugerentes del maestro Stefan Zweig:
    «Momentos estelares de la Humanidad».
    «El misterio de la creación artística».
    Salud/os.

  3. Máximo

    Hmmmm.
    En el tejado de Orwell la esperanza de la dignidad y la libertad, soportando el bombardeo de Londres.
    Pero en la caída de Berlín – o sea, el triunfo sobre la monstruosidad nazi, el triunfo de la dignidad y la libertad – los soviéticos (que no rusos) son violadores y asesinos.
    Para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Haber buscado otro dos eventos (el bueno, liberal y occidental; y el malo, marxista y oriental) en dos marcos distintos. Pero no, la 2GM… Queda pobre y fallido, por mucho Azúa que sea.
    Tan bien escrito y tanto talento para un panfleto anticomunista y antirruso. Qué desperdicio.

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