Laura Albert, una niña de trece años, llama a un teléfono de atención al paciente. Necesita que alguien la escuche. Hay en ella un gran dolor; sin embargo, la historia que cuenta no es exactamente la suya. Haciéndose pasar por un chico, habla de malos tratos y conductas sexuales inapropiadas. Desde que sus padres se separaron, la convivencia con su madre y sus sucesivas parejas es prácticamente imposible. Ese día aprende lo gratificante que es que te presten atención. También lo adictivo que es fingir ser otra persona.
Lo había probado un poco antes, cuando se hizo pasar por una niña sueca, Katrin, para intentar enamorar a Ray. Como creía que con su físico era imposible que pudiera gustarle, le envió una foto de una niña rubia con ojos azules que encontró en uno de los anuarios del instituto. Cuando ya no hubo forma de darle más largas a Ray, que quería ver con sus propios ojos a esa niña con acento extraño que lo llamaba por teléfono todos los días, Laura se vio obligada a liquidarla de forma fulminante. En décimas de segundo Katrin fallecía de un cáncer terminal que acababa de contraer. Esta muerte ficticia, de la que se tiene conocimiento por un artículo de Nancy Rommelmann publicado en LA Weekly, causó una tremenda conmoción en Brooklyn Heights, el barrio neoyorquino donde siempre había vivido con sus padres. Las cosas se complicaron cuando estos se separaron. Tras un ingreso psiquiátrico decidieron llevarla a un centro de acogida para niños con problemas, para ello tuvieron que renunciar a la custodia. En la práctica, aquello significó el fin de la familia.
Muchos años después, ya pasados los treinta, Laura se hace llamar Letisha. Anda justa de dinero y trabaja en una línea erótica para poder pagar el alquiler. Sus clientes fantasean con cosas como ser asados vivos para posteriormente ser devorados por un par de chicas en el ágape de la parroquia1. Un día, cansada de representar un papel auxiliar en la fantasía de otro, decide asumir el rol protagonista, para ello llama a la Child Crisis Service Line. En la guía pone que atienden a niños y adolescentes las veinticuatro horas del día. Al otro lado de la línea, el doctor Terrence Owens escucha atento la historia de ese joven trans que dice tener trece años, vivir en la calle y ejercer la prostitución. El chico, que se hace llamar Terminator, y, más tarde, Jeremiah, Jeremy o simplemente JT, afirma ser también drogadicto y seropositivo. El psicólogo consigue enganchar con él y se ofrece a tratarlo por vía telefónica. No tarda en recomendarle que escriba su historia como terapia. Con la tendencia a la teatralización que lo caracteriza, JT equipara la escritura con una forma de autolesión. Escribir es como hacerse cortes o quemaduras, una forma de dar salida a su dolor: «Es muy doloroso y tengo la sensación de que estoy cogiendo una cuchilla y me estoy cortando en rebanadas. […] Es mi sangre manando y va a salir de mí de una manera u otra. Así que si no sale con la escritura voy a hacer otra cosa y no va a ser bonito»2.
Mediante estos relatos, Laura/JT encuentra alivio, y sobre todo un público, para su dolor. El doctor Owens los ha compartido con sus alumnos de Trabajo Social. Aunque ella está encantada, pronto empieza a necesitar una audiencia más selecta. Es entonces cuando se las ingenia para contactar por teléfono con escritores a los que admira y les hace llegar sus relatos. A Dennis Cooper le dice que se siente muy identificado con Ziggy, el protagonista de Tentativa, un adolescente adoptado por una pareja de homosexuales que abusa de él, y deja entrever que ha pasado por experiencias parecidas a las que se cuentan en el libro. A Bruce Benderson, los relatos le parecen la obra de un genio. Cree, además, que es su deber ayudar a ese escritor tan joven y con una vida tan dura. Muchos de estos relatos se incluyeron más tarde en El corazón es mentiroso, el segundo libro de JT Leroy (Laura tomó prestado el apellido de uno de los clientes habituales de la línea erótica para su seudónimo). El libro cuenta los primeros años de la vida de Jeremiah, la difícil relación de este con su madre, Sarah, a la que intenta emular vistiéndose con su ropa, y los múltiples abusos que sufrió por parte de algunos de los novios de ella. Asia Argento llevaría años más tarde la historia al cine. De la película se dijo que «hay muchas escenas horripilantes de abuso, lanzadas de forma agotadora, en esta película que es descaradamente superficial». Algo similar podría decirse del libro.
La primera novela de JT Leroy, Sarah, tiene, en cambio, algo más de interés. Se escribió después de El corazón es mentiroso, aunque se publicó antes, y parece que en ese tiempo la autora aprendió algo importante: cuando las escenas que pretenden conmover o impactar son demasiado repetitivas acaban por resultar monótonas y dejar frío al lector. Aunque la trama viene a ser un poco más de lo mismo (esta vez, el narrador no solo quiere imitar a su madre, una prostituta especializada en camioneros, sino que rivaliza con ella y aspira a convertirse en la mejor puta del lugar), el libro es más digerible. En esta ocasión, como contrapeso de una historia plagada de abusos y cuerpos en venta, introduce algunos toques de humor y realismo mágico. Pese a que Sarah fue catalogada como ficción y la trama era más bien descabellada, muchos dieron por hecho que era un fiel reflejo de la vida de su autor.
Como cabía esperar, Laura Albert se apuntó al equívoco. En alguna entrevista dijo que prefería mantenerse en el anonimato porque escribía sobre asuntos demasiado personales. Eludía las apariciones públicas alegando que padecía sarcoma de Kaposi, enfermedad habitual en personas con VIH que cursa con unas visibles marcas en la piel. A medida que JT iba ganando notoriedad, la lista de famosos, como Lou Reed o Tatum O’Neal, dispuestos a leer fragmentos del libro en las presentaciones iba aumentando. Ninguno de ellos podía sospechar que el esmirriado y enfermizo adolescente que todos tenían en mente era en realidad una mujer de casi ciento treinta kilos que estaba entre el público en algunas presentaciones.
Probablemente el mayor error de Laura fue ceder a la tentación de dar vida a su personaje. Su cuñada, Savannah Knoop, una delgada adolescente que vestía como un chico y llevaba el pelo corto, sería la persona idónea para prestar el cuerpo a JT. Como cuenta la propia Savannah en Chica, chico, chica, aunque iba a tratarse solo de una sesión de fotos, el engaño se prolongó durante seis años. Para estar cerca de ella, Laura empezó a hacerse pasar por Speedie, una supuesta amiga de la infancia de JT que lo acompañaba a todas partes. El hermano de Savannah, marido de Laura y padre de su hijo, también formaba parte de la troupe. No era la primera vez que interpretaba un papel en el mundo imaginario de su esposa: según cuenta Savannah, en la época en la que Laura trabajaba en la línea erótica se hacía pasar por una de las dos chicas que devoraban al hombre «asado» en la barbacoa organizada por la parroquia.
El mundo ideado por Laura y sus comparsas era, en cierto modo, una prolongación de la infancia —una infancia desprovista de toda inocencia, eso sí—. En el documental La mentira de JT Leroy, la escritora cuenta que de niña sometía a las Barbies a todo tipo de torturas y mutilaciones varias. A Savannah, por su parte, le gustaba hacerse pasar por ciega, llamar por teléfono con falso acento francés o simular peleas para que la gente se quedara mirando. En cierto modo, la historia de JT era para Savannah un sueño hecho realidad: siempre había «querido crear un mundo imaginario interactivo», reconoció en su libro. El problema es que nadie sospechaba que fuese imaginario y es más que dudoso que fuese interactivo. Cada vez eran más los famosos que, por diferentes razones, se iban sumando al universo de JT: Mary Karr, Courtney Love, Winona Ryder, Bono, Billy Corgan… A unos los movía una especie de instinto de protección; a otros, como Gus van Sant, director de Drugstore Cowboy o Mi Idaho privado, siempre les habían interesado los ambientes marginales. En ningún momento imaginaron que estaban formando parte de una ficción. Asia Argento, por ejemplo, llegó a tener un romance duradero con JT sin saber que en realidad estaba besando a Savannah. Esta acabó metiéndose tanto en el papel que cuando Asia mostró interés por Michael Pitt se sintió muy dolida. Laura, para no quedarse atrás, tenía cada vez más celos de la atención que estaba recibiendo Savannah y discutió con Asia por «ir de víctima», papel que, en el fondo, todos los protagonistas de esta historia se disputaban sin ningún pudor. Con todo, ni Laura ni Savannah desvelaron nunca la verdad. Tuvieron que ser un periodista del New York Magazine y una investigación posterior de The New York Times quienes revelaran la verdadera identidad de JT Leroy, destapando la que para muchos es la mayor estafa literaria de la historia.
Cuando se descubrió el engaño, la productora que había comprado los derechos de Sarah demandó a Laura por firmar el contrato con el nombre de alguien que no existía. Algunos colectivos, como el colectivo trans o las asociaciones de enfermos de VIH, sintieron que la autora se había apropiado de un sufrimiento que no le pertenecía. En una entrevista en Out Magazine, Laura defendió una teoría psicológica, cuando menos, peculiar: «Uno tiene un trastorno de estrés postraumático por lo que le ocurre en la vida y también por el trauma de las personas que lo rodean». Con esta particular visión de los hechos es difícil establecer una separación entre el sufrimiento propio y el ajeno. Pero en una cosa tenía razón: su «caso» no podía despacharse con la etiqueta de «trastorno de personalidad múltiple» —entre otras razones, porque, digan lo que digan los manuales diagnósticos, no existe tal cosa—. La escritora se veía a sí misma como una especie de conducto a través del cual distintas identidades, de uno y otro género, se iban expresando. Primero fue Terminator, luego se dio cuenta de que también tenía dentro a Jeremiah. A Speedie, la amiga de JT, la relevó Emily Frasier… Según dijo, una de las razones por las que no quería revelar su identidad es que unas veces quería ser chico y otras ser chica. No quería «encasillarse» en ningún género, por así decir. Da la impresión de que se sentía cómoda en la indefinición, en ese estar siempre «en tránsito». En este sentido, no deja de ser llamativo que JT Leroy fuera un chico en vías de convertirse en una chica.
En cierto modo, Laura Albert desaprovechó la oportunidad de indagar más a fondo en uno de los grandes temas de nuestro tiempo: la identidad. En situaciones de mucho cambio vital, como las que ella vivió en su adolescencia, la identidad más estable suele ser la corporal. El problema es que nunca se identificó con su cuerpo. Tenía sobrepeso y durante años sufrió bullying por esta razón, hasta el punto de que acabó dejando el instituto. La falta de anclaje identitario no podía ser mayor. En alguna ocasión dijo que el dolor de JT era una metáfora del suyo y en cierto modo es verdad. Al igual que su personaje, Laura quería someterse a una metamorfosis corporal importante, aunque, en vez de una operación de cambio de sexo, se trataba de una reducción de estómago y, en su caso, sí llegó a operarse.
Desde el punto de vista literario, sus novelas son fallidas también en otro sentido. Uno de los personajes de Philip Roth decía a propósito de Nathan Zuckerman (alter ego de Roth) que como escritor tenía más de stripper que de exhibicionista. El stripper crea una ilusión e intenta a toda costa que el espectador participe en ella; el exhibicionista, como su nombre indica, exhibe, hace ostentación e impone su fantasía al espectador. En mi opinión, JT Leroy tiene más del segundo que del primero, fabula más que confabula con el lector, y personalmente creo que siempre es mejor encontrarse frente a un stripper que frente a un exhibicionista.
Notas
(1) Lo cuenta Savannah Knoop en Chica, chico, chica. Cómo me convertí en JT Leroy (traducción de David Paradela López), Alpha Decay, 2018.
(2) Crisell, L., «The Lost Boy», The Guardian, 6 de marzo de 2005.
Con mucho gusto he participado en la enriquecedora ilusión sostenida por este artículo. Es más, basándome en mi desconocimiento, aún no tengo claro qué es real en él y qué no.
Ha sido un estriptis absorbente.
Palabra de espectador.