La cuestión de la maldad humana ha sido, es y seguirá siendo uno de los centros de debate para la ética. Sin embargo, hoy día y con algunas voces a favor, parece que ser una persona ruin está excusado si el fin justifica los medios. De hecho, los fines tampoco tienen que ser nobles, solo lo suficientemente atractivos como para que la mayoría los apruebe.
Ser retorcido está mal, está muy mal. Lo sufre el que lo es y lo sufren los que le rodean. La posible solución quizás es la terapia, pero la industria editorial ha encontrado algo mucho mejor: un filón enorme para publicar innumerables libros de autoayuda bajo el halo de la psicología e incluso de la estrategia. Basándose en El arte de la guerra, de Sun Tzu o en El Príncipe, de Maquiavelo y otras tantas referencias grandilocuentes, decenas de autores prometen una receta para dominar el mundo gracias al arte de la manipulación.
Basta con ojear un poco la sección de psicología o filosofía —la cosa viene de lejos— pero, sobre todo, autoayuda, para encontrar una ristra interminable de títulos que aseguran mostrar cómo desentrañar los oscuros secretos de la mente humana. O mejor aún, haga usted una rápida búsqueda en internet: conviértete en un seductor en diez pasos; consigue el trabajo de tus sueños relacionándote con la gente adecuada; triunfa en los negocios gracias a un renovado carisma; lee las señales del cuerpo de tu primo para averiguar si declaró a Hacienda y otras posibilidades descabelladas que algunos agrupan bajo la llamada «psicología oscura» (un claro intento de crear atractivo para el lector ruin que se cree aprendiz de brujo).
Solo por dejar las cosas claras, establezcamos desde el principio que la manipulación no es algo nuevo. Es un mecanismo social (¿y, por tanto, connatural a los seres sociales?) que impregna todas las relaciones, porque toda relación es una relación de poder. Nuestra historia está llena de manipuladores, narcisistas y estrategas. Personajes que aglutinan todas las cualidades y otros que atesoran solamente una. De sus vivencias se valen algunos de estos libros en el intento de desgranar la clave del éxito. Un éxito que, por cierto, necesita siempre una víctima.
La historia política es probablemente el mejor recetario para los que anhelan ser ruines. Goebbles utilizó estrategias básicas de manipulación a nivel masivo para poner a una nación en pie de guerra. Rasputín consiguió penetrar en el círculo privado del zar Nicolás II y actuar como su consejero siendo para muchos contemporáneos el culpable de la caída del régimen zarista. Charles Maurice de Talleyrand-Perigord, la mano derecha de Napoleón, era conocido por ser un hábil estratega (hasta el punto de conspirar junto a su rival histórico, Joseph Fouché, para derrocar a su emperador). Un seductor que contaba con una gran capacidad para sonsacar información a sus interlocutores. Se dice incluso que Napoleón se mantenía cerca de él para ver si se le pegaba algo. Otto Von Bismarck, por su parte, se ganó la confianza absoluta del rey Federico Guillermo IV y movió los hilos a sus anchas durante el reinado de su hermano, Guillermo I de Alemania. Fue la figura decisiva para la unificación del Imperio alemán y clave en las relaciones internacionales que lo sustentaban, todo gracias a su facilidad para saber cómo actuar en cada momento y obtener lo que quería. Son solo algunos ejemplos de personas que consiguieron el poder sobre otros gracias a sus dotes para manipular.
En definitiva, las artes manipulatorias son un bien común en la esfera política a lo largo de la historia. Casi como si se tratara de una práctica deportiva, ampliar las influencias es obligatorio en estos casos. Pero en la vida privada, ¿hasta qué punto necesitamos aprender a manipular? Demos por hecho que todos lo hacemos, queramos o no, seamos conscientes de ello o no. Una cosa es ser manipulador, ser ruin o incluso tener mucha maldad desde la cuna, pero otra muy diferente es querer aprender a serlo. Manipular a los demás nos facilitará el camino al éxito, esa es la idea que venden estos libros cuando nos prometen PODER.
De entre todos ellos hay uno que llama la atención especialmente. No es que la premisa sea muy diferente a la que hacen el resto de títulos, pero sin duda el mensaje ha dado con la fórmula idónea para caer directamente en los carritos de compra de quienes sienten que no tienen control sobre su entorno ni su vida. Se trata de Las 48 leyes del poder —puede el lector apreciar lo rimbombante del título— uno de los best seller más intrigantes de los últimos años. Su autor, Robert Greene, tuvo de hecho que volver rápidamente al ruedo con otra promesa de éxito en El arte de la seducción, dos recetas para la felicidad por apenas unos euros.
El primero de ellos no solo ha tenido un gran éxito en la cultura del hip hop y entre los presos estadounidenses, sino que muchos piensan en él como una biblia del comportamiento y la clave del éxito. Con un olor fuerte e incluso rancio a la American Corporate Culture, este libro introduce ideas sobre cómo ganarte el favor de tu jefe —o incluso destronarlo—, generar inquietud en los demás, u obtener interés a través de la ausencia intermitente. El autor añade anécdotas de personajes históricos y cómo actuaban en su búsqueda de poder para ejemplificar cada ley, teniendo el lector que echarle bastante imaginación para entender cómo aplicarlos en la vida contemporánea, siendo un vulgar mortal. Aprovechemos la oportunidad, en este mismo instante, para decir que el libro está muy, muy sobrevalorado. Si buscas una guía práctica para obtener poder, no la vas a encontrar aquí. Sin embargo, si quieres conocer unas cuantas curiosidades históricas sobre intrigas políticas, adelante con la lectura.
No obstante, merece la pena echar un rápido vistazo a algunas de las leyes que promulga y que promueven enseñanzas bastante ruines e inmorales que muy pocos aprobarían en público pero que, sin duda, otros tantos buscarán poner en práctica para lograr el tan deseado ascenso social.
Nada más comenzar, encontramos la siguiente declaración de intenciones:
Tome Las 48 Leyes del Poder como un manual sobre las artes del engaño. Las leyes están basadas en los escritos de hombres y mujeres que han estudiado y se han hecho expertos en el juego del poder. […] Son la destilación de esta sabiduría acumulada, recogida de los escritos de los más gloriosos estrategas (Sun Tzu, Clausewitz), hombres de Estado (Bismarck, Talleyrand), cortesanos (Castiglione, Gracián), seductores (Ninon de Lenclos, Casanova) y estafadores («Yellow Kid» Weil) de la historia.
Las leyes tienen una premisa sencilla: ciertas acciones casi siempre aumentan el poder que uno tiene […] mientras que otras lo disminuyen o incluso arruinan a la persona […]. Las leyes no tienen tiempo y son definitivas.
Remata esta introducción con una cita de El Príncipe de Maquiavelo: «Cualquier hombre que intenta ser bueno todo el tiempo está condenado a caer igual de bajo que un gran número de hombres que no lo son. Por tanto, un príncipe que quiera mantener su autoridad debe aprender a no ser bueno y utilizar ese conocimiento, o abstenerse de utilizarlo, según las necesidades». Para Maquiavelo, el fin justifica los medios y ser bueno es una cualidad que nos hace débiles. Una cita épica para comenzar el libro que aclara rápidamente la intención del autor y de la obra como una guía para ser ruin.
El contenido del texto es controvertido y lo justifica desde el principio introduciendo la cuestión moral: el destino trata igual a los buenos y a los malos, así que mejor ser malo. Interesante además que Greene relacione directamente la búsqueda de poder con la maldad. No obstante, se entiende que para un príncipe conseguir poder es prioritario, pero veamos algunas leyes destinadas al oficinista de turno, al estudiante soltero o simplemente al común mortal que se acerca a la librería soñando con cambiar su vida:
2. No confiar demasiado en los amigos y saber utilizar a los enemigos.
3. Ocultar las intenciones.
7. Conseguir que otros hagan el trabajo y llevarse el mérito.
10. Contagio: evitar a los infelices y desafortunados.
11. Aprender a hacer que la gente dependa de nosotros.
12. Utilizar la honestidad y la generosidad de forma selectiva para desarmar a nuestras víctimas.
14. Actuar como un amigo, trabajar como un espía.
17. Mantener a los demás en un estado de terror y suspense: alimentar la imagen de impredecible.
20. No comprometerse con nadie.
27. Aprovecharse de la necesidad que tiene la gente de creer en algo para conseguir adeptos.
32. Jugar con las fantasías de la gente.
33. Descubrir el talón de Aquiles de cada persona.
43. Manipular los corazones y las mentes de los demás.
A más de uno todo esto le sonará familiar. Incluso es posible que muchos ya apliquen estas estrategias de forma consciente o inconsciente en su día a día. La clave de estos libros y el porqué de su éxito es que son, al fin y al cabo, un estudio del comportamiento que llega a sus conclusiones a través de la observación y el análisis de las interacciones humanas.
En ese estudio de la manipulación uno llega inevitablemente a las personalidades maquiavélicas, psicopáticas o narcisistas. Los expertos en el tema lo llaman «la triada oscura» o depredadores emocionales. En concreto y recogiendo el testigo del análisis de estas personalidades, otro libro que merece especial mención es Psicología oscura: Una guía esencial de persuasión, manipulación, engaño, control mental, negociación, conducta humana, PNL y guerra psicológica escrito por Steven Turner, autor de varios libros sobre persuasión y psicología emocional. Este, sinceramente, asusta. Dedica un capítulo completo a lo que llama «técnicas de manipulación predatoria» en el que encontramos todo tipo de brutalidades para la manipulación directa como el love bombing, minimizar, hacerse la víctima o el gaslighting. Además, enumera lo que llama «las ocho leyes de la conducta humana» o una guía para entender cómo actúan las personas y para saber cómo manipularlas:
1. La gente acepta el reconocimiento y evita la responsabilidad.
2. La gente hace las cosas por sus propios motivos, no los nuestros.
3. La gente rara vez cambia de parecer, aunque les demuestren que están equivocados.
4. La gente toma decisiones según sus emociones y las justifica con hechos.
5. La gente quiere pensar que puede controlar su vida.
6. La gente quiere formar parte de algo más grande que ellos.
7. La gente quiere saber por qué debería hacer algo, en vez de cómo.
8. La gente quiere ser tratada como si fuera única o especial.
Estos son solo algunos ejemplos, pero como ya hemos dicho, internet y las librerías están repletos de libros con este tipo de consejos. Incluso si alguien se acerca a un manual así por puro interés científico o simple curiosidad inocente, ¿no caerá en la tentación de poner las estrategias en práctica? ¿Quién no se ve seducido por la idea del poder?
¿Nos han vendido demasiado bien la idea del éxito? ¿Somos unos inconformistas sin remedio destinados a ser infelices? ¿Por qué esa necesidad de ser felices a costa de la infelicidad de los demás? Porque vivimos en un mundo de competición. Sin entrar a valorar si es algo natural o no —si la competición es histórica e inherente al ser humano, también lo es la colaboración—, desde luego es evidencia de una sociedad individualista. La filósofa Ayn Rand defendía que el altruismo es la peor de las estrategias sociales y que, por el contrario, lo verdaderamente útil para servir al propósito humano es la hostilidad, el egoísmo. Atender sola y únicamente a nuestras necesidades. El argumento era: los animales tienen como objetivo la supervivencia de la especie. El hombre tiene como objetivo ser feliz.
Pero nadie puede vender un libro diciendo abiertamente que es una herramienta para la guerra psicológica, así que aquí nace el otro reclamo de estos autores: seguro que alguna vez te han manipulado —si no, lo harán bien pronto—. Evítalo conociendo las estrategias del manipulador. ¡Ah! Ahora sí. Aprende a manipular y evita que te manipulen. Conviértete en un ninja mental por 15.99€.
Esta vertiente de manual de supervivencia es mucho más amable, menos mal. Pero basta con echar un vistazo para comprobar que todos acaban cayendo en el lenguaje que «enseña» métodos de manipulación (haz esto si tu interlocutor hace esto otro). Al igual que la idea de manipular nos atrae porque nos ofrece la oportunidad de tener poder, ser capaces de enfrentar la manipulación de los demás nos agrada porque nos hace un poco más libres. La necesidad de manipulación existe, consciente o inconsciente. El poder está presente en todas las relaciones, sean del tipo que sean —eso ya lo decía Foucault—. Además, el poder está relacionado con el saber. El que sabe, domina al que no (el científico o el sabio al ignorante; el padre, al hijo). Si sabemos, ganaremos: el saber es poder y está en las librerías.
La búsqueda del poder y el éxito, ¿está necesariamente relacionada con la ruindad? Bueno, depende de si todo vale para conseguir ese fin. En este sentido podríamos también preguntarnos: ¿somos naturalmente malos? Schopenhauer decía en su Dialéctica Erística que sí. Puesto en contexto, el filósofo alemán ofrece en esta obra treinta y siete estratagemas para tener razón siempre, en cualquier debate. No trata tanto de manipulación como de poder, porque en esencia, ganar un debate genera poder. En su discurso, Schopenhauer sostiene que la validez de esta obra es que «la verdad» poco importa cuando se trata de una lucha de egos. A continuación, algunos ejemplos para que valor la esencia de la obra:
Estratagema 1: La amplificación. La afirmación del adversario se lleva más allá de sus límites naturales y se interpreta de la forma más general posible y exagerándola. Cuanto más general sea una afirmación, a más ataques está expuesta.
Estratagema 4: No dejar que el adversario prevea la conclusión de nuestro argumento. Hacer que admita las premisas una a una, dispersándolas en la conversación, hasta llegar a la afirmación final.
Estratagema 5: Utilizar premisas falsas cuando el adversario no admita las verdaderas. También pueden refutarse las tesis falsas del adversario con otras afirmaciones falsas que para él puedan pasar como verdaderas.
Estratagema 7: Utilizar el método socrático para dirigir al adversario a nuestra conclusión a través de preguntas. Preguntar muchas cosas de forma seguida, sobre distintos temas evita que el interlocutor pueda seguir la línea de pensamiento correctamente y no detectará lagunas o fallos en la argumentación.
Estratagema 8: Irritar al adversario. En ese estado, no juzgará con claridad los argumentos propios ni los contrarios. Si un argumento le enfada especialmente, utilizarlo con asiduidad.
Estratagema 16: Argumenta ad hominen o ex concesis. Sería el típico «Si estás de acuerdo con que hay que acoger inmigrantes, ¿por qué no los acoges en tu casa?».
Estratagema 26. El golpe brillante. Darle la vuelta al argumento del interlocutor, formulando una afirmación que también es verdadera. Por ejemplo, él dice: «No es más que un niño, no se lo tengas en cuenta», a lo que se responde «Precisamente porque es un niño se le debe tener en cuenta y corregirle, para que no se arraigue en sus malas costumbres».
En este sentido, Schopenhauer estaría de acuerdo con Maquiavelo en que ser bueno no nos otorga victoria. El poder nos lo dará nuestra capacidad para convencer al interlocutor y al auditorio de nuestros argumentos, incluso si estos son falsos, es decir, incluso si tenemos que engañar para obtener el poder. Así, el engaño y la manipulación van de la mano y predominan en todos los estratos de la sociedad y en las relaciones entre ellos. La propaganda, el miedo y el odio son diferentes discursos que se han usado históricamente para controlar a las personas. En Bowling for Columbine, Michael Moore llegaba a la conclusión de que en Norteamérica hay crímenes con armas de fuego no solo por la legislación en esta materia, sino porque la población está inundada con mensajes de miedo a través de los medios de comunicación. En su decálogo 10 estrategias de manipulación mediática, Noam Chomsky establecía cömo los mass media emplean diferentes técnicas para manipular a la población a través del lenguaje:
1. La estrategia de la distracción.
2. Crear problemas, después ofrecer soluciones.
3. La estrategia de la gradualidad.
4. La estrategia de diferir.
5. Dirigirse al público como a criaturas de poca edad.
6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la emoción.
7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.
8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.
9. Reforzar la autoculpabilidad.
10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
¿No encuentra el lector una directa aplicación sobre las leyes de la conducta humana que recogía Turner? Quizás, una vez sabemos lo indefensos que nos encontramos ante este tipo de mensajes, sí que necesitemos aprender a defendernos y a desarrollar un sentido crítico. En definitiva, el poder está ahí, en cada una de nuestras relaciones, pero, el retorcido ¿nace o se hace? ¿Se es más retorcido cuanto más infeliz? ¿Hay una relación directamente proporcional entre el consumo de libros sobre manipulación y el éxito en la vida? ¿Vendrán unas generaciones más educadas en la competición que en la colaboración? ¿Será la próxima revolución educativa la implementación de la educación emocional en todas las escuelas primarias? Desde luego, ser un ruin nunca ha estado tan al alcance de todos. Descubra usted cómo comerse el mundo siendo un indeseable, solo en las mejores librerías.
Se pueden decir muchas cosas. «El mal no prevalecerá», una de ellas, quiere decir que las personas malas son ignorantes en realidad, porque no saben que los demás también conocen la maldad, pero no la ponen en práctica.
¿Debo leer todos esos libros para defenderme? O ¿Debo leerlos para mejorar socialmente? Yo antes estas preguntas leo la isla misteriosa de J.Verne y ya, en fin…
La meca de la psicología social es el título de Dale Carnegie «Cómo ganar amigos e influir sobre las personas» (1936).
Buf!! desde la Sagrada Biblia.. no digo más