¿Dónde estás, Francia? ¿Dónde te has metido? Hablo de la Francia que conocí de niño y a la que tanto admiré en mi adolescencia y en mi juventud. La Francia abierta al mundo, europeísta, orgullosa de ser un país de asilo, que me encandilaba con la profundidad de periódicos como Le Monde o la frescura y la transgresión de Libération, que me dejaba boquiabierto con la intensidad y la profundidad del debate político e intelectual.
Hace ya bastante tiempo que esa Francia ha desaparecido de mi mente para convertirse en un país profundamente inseguro de sí mismo, que desconfía de los extranjeros, que ve el mundo exterior como una amenaza y que apenas cree ya en Europa.
Quizá esté exagerando. Probablemente eso mismo se podría decir de Alemania, de Holanda y de casi todos los países europeos. Pero yo no tuve con ellos la misma relación sentimental que tuve con Francia y, por lo tanto, no los he perdido porque nunca fueron míos. Es la vieja Francia de mi infancia y mi juventud lo que echo de menos.
En aquellos años, Francia era mi país fetiche y París, el cielo. Quizá por la cercanía física respecto a la ciudad en la que crecí y me crie, Barcelona: a menos de ciento cincuenta kilómetros de la frontera. Sin duda influyó la relativa facilidad con la que los catalanes aprenden francés. O quizá porque en París vivían unos amigos de la familia y nuestras visitas, breves y no muy numerosas pero intensas, acabaron de cimentar mi idilio con Francia y con su cultura. Cultura, sobre todo, en el sentido amplio de la palabra.
En Francia aprendí que la carne de ternera hay que degustarla vuelta y vuelta, que el champán solo puede ser brut, que los quesos cremosos son un pecado delicioso y que no es lo mismo un hígado encebollado que un foie frais poêlé. En Francia me enamoré de la lengua francesa y sufrí un lamentable episodio de enamoramiento infantil con el pêche Melba, ese postre que Auguste Escoffier creó a finales del siglo XIX en honor de una soprano australiana y que en realidad es primo hermano de nuestro rústico pijama: aquel cúmulo de objetos empalagosos con el que culminaban los atracones de los buenos domingueros.
La Francia que hay en mi cabeza es la Francia de André Breton y la de Jean Genet. La Francia que encumbró a Picasso y a Buñuel. La Francia de películas deliciosas como La peau douce o La coupe a 10 francs.
Francia es para mí la primera referencia al franquismo: «Avec la grève de l’Espagne», rezaba aquella pintada que recuerdo como si fuera hoy. También recuerdo otras en España, con el lema «25 años de paz». Pero entonces tenía siete años y era demasiado pequeño para comprender lo que significaba.
Pero es sobre todo la Francia del debate político la que me deslumbraba: eso que en España jamás he vivido porque cuando era un niño estaba prohibido, y cuando dejó de estarlo pasó directamente de la nada a la confrontación: hablar a gritos sin escuchar al otro. Me encandilaba seguir los debates políticos en la prensa y en la televisión francesas. Qué diferencia con el modelo tertuliano —han secuestrado esa hermosa palabra, tertulia— imperante en la España actual.
Sea por lo que sea, ya no veo París como una capital cosmopolita de avenidas deslumbrantes y rincones deliciosos, sino como una ciudad agresiva en la que los conductores pegan el morro de su coche al trasero del mío y la gente te empuja en el metro sin disculparse porque ni siquiera te ven. Ya no veo a la Francia que identificaba con la libertad. Ahora veo un país pequeño, desconfiado, que jamás deja de mirarse al ombligo, de caer en ese vicio tan catalán llamado victimismo.
Mi encandilamiento con Francia empezó a romperse hace ya algunos años. Todo empezó a cambiar —o yo empecé a cambiar— con el petit oui a Maastricht en 1992. Alemania ya se había reunificado, los franceses empezaban a sentir que ya no estaban al mando de Europa y empezaron a hacerse demasiado franceses. La Francia que me había embelesado de niño primero y de joven estudiante después, la Francia de los idealistas de mayo del 68, del Libé, del «touche pas à mon pote», esa Francia que tenía cincelada en mi corazón y en mi cerebro, empezó a convertirse en la Francia de Le Pen y de José Bové. Hace ya un tiempo que veo a la izquierda francesa como los tontos útiles de la política europea. Útiles para la derecha, claro.
Quizá perdí definitivamente la fe en Francia el día en que la izquierda francesa mató la Constitución Europea y probablemente el proyecto mismo de construcción europea. Francia dejó de ser europea el día en que se dio cuenta de que ya no manda en Europa. No estaban por una Francia europea, sino por una Europa francesa. Pero la echo bastante de menos.
¿Que la la izquierda francesa mató a Europa?
¿No será más bien que Europa se pegó un tiro en el pie cuando llegada la hora de saltar a lo político y a la participación popular prefirió armar un trampantojo?
No hay que ser de izquierdas ni francés para rechazar una Europa alemana, austericida, pseudodemocrática y que nos llama PIGS.
El afrancesamiento tiene cura:
«Contra los franceses: o sobre la nefasta influencia que la cultura francesa ha ejercido en los países que le son vecinos, y especialmente en España»
(Libelo publicado por Manuel Arroyo-Stephens en 1980, obra de culto entre los mandarines de la época).
Cuando Europa hablaba francés. Extranjeros francófilos en el Siglo de las Luces. Marc Fumaroli. Acantilado.
Conozco un poco Francia, bueno, más bien París. Allí pasa lo que en toda Europa, en España se nota menos por nuestra guerra civil permanente: la nación se llena de hombres y mujeres africanos y levantinos, en Francia mayoría musulmana. Hay una crisis y muchos temen perder su país. En Italia, donde ahora estoy, hay un negro pidiendo limosna, viviendo y durmiendo en cada calle. Cada día desembarcan nuevas tandas. El lío es tremendo y ahí están Meloni, Le Pen y todos los otros en los demás países de Europa Occidental. Muchos empiezan a añorar una vieja sociedad, más bien ficticia, homogénea. No va a volver evidentemente; pero tampoco se intenta afrontar seriamente la cuestión: África y el Medio Oriente están sumidos en la sobrepoblación, la miseria, la corrupción y el fanatismo religioso. Desbordan de jóvenes inútiles. No veo cumbres de jefes de estado, ni programas económicos, ni nada.
Yo creo que ya nos hemos resignado a entregarles poder a Melonis y Le Pens.
No creo que consigan nada bueno, sólo el incremento del odio y del miedo. Ya veremos, o verá quien viva.
En España los hispanoamericanos parecen más semejantes; pero habrá también miedo y enfrentamientos.
Conozco también muy bien Francia, su historia, literatura y Derecho. De acuerdo con el sentimiento del articulista, pienso lo mismo.
Es verdad que el choque de religiones es lo q más enfrenta a la sociedad. Hay q decir la verdad, muchos inmigrantes en Francia primero piensan en las ayudas sociales, no se comportan civicamente en los pisos que les dan oportunidad de vivir, escupen al suelo, bastante violencia y encima se ríen de Francia q les acoge y ayuda.
En España ,nuestra inmigración es más variopinta, y sobretodo de origen cristiano, Independientemente de mas o menos práctica de dicha religión. Los musulmanes revientan las clases de primaria, y dicen descaradamente q quieren una Francia Islámica. Como pasa en Bélgica.
Hay q regular por dignidad la llegada de extranjeros ,como se hacía en Europa en años 50-60 y 70. Lo demás es un buenismo cortoplacista e incauto, y dejar sino 20-30 años un confrontamiento entre la población.
Sigo disfrutando de la politesse française , de los q vinieron de fuera y trabajaron y vivieron dignamente ,y empapándose de las costumbres de Francia….q lo mismo vale para otro país.
Vivo en Paris y suscribo de la A a la Z todo lo que has escrito. Ademas de vez en cuando aparecen unos pobres»desequilibrados» que no hemos sabido integrar y que se cargan a decenas de personas. En los colegios muchos niños se niegan a guardar un minuto de silencio cuando eso sucede, ya van aprendiendo. Y luego nos quejamos que si LePen…
Las Melonis o Le Pens existieron, existen y existirán siempre. Pero todo será en su justa medida según Bruselas y Berlín así lo digan. Los africanos en Italia (estuve en Verona hace un par de años y las plazas eran pequeñas Bamakos) vieron el ejemplo de Francia y ya no hay vuelta atrás.
Son países y comportamientos muy extraños se permite la «invasión» de africanos y poblaciones musalmanas de medio oriente y se mira con desprecio a los gitanos y a los sudamericanos. Lo más gracioso de todo es recordar que para los franceses «Europa terminaba en los Pirineos»
No sólo Francia, sino Europa entera ha sido secuestrada como lo fue la princesa de nombre homónimo.
Ya intuyeron los clásicos que el sino de Europa era el rapto. Siempre lo fue.
Cuanto tenemos que aprender aún de aquellos que levantaron nuestra cultura, ahora ya en estado terminal.
Seguramente tenga que ser así, pero la resignación nos trae una agria nostalgia.
Mientras esten activas actrices de la talla de Juliette Binoche o Isabel Huppert, no creo que la cosa sea grave.
No solo son dos grandes actrices, sino dos personalidades, dos presencias, muy importantes: dos leyenadas del cine a estas alturas.
¿Y no son «Petit Maman», «Titane» o «Holy Motors» tan o más interesante que el cine frances del pasado? Yo creo que son tres filmes realmente maravillosas, tres peliculas que intentan hacer cosas nuevas en el cine.
Los franceses siguen haciendo el mejor cine en Europa con mucha diferencia, desde mi punto de vista.
En cuanto al declive de la Izquierda francesa, hay que ver la estpuenda «Retour a Reims» de Jean Gabriel Periot. Una de las peliculas del año pasado para mi… Intenta abordar justamente esa cuestión.
Ójala que los demás tuviéramos un «declive» como los franceses, por lo menos en cuanto al cine…
Yo también he sido un francófilo desde mi más tierna infancia, Oppenheimer. Y he vivido en París algún tiempo hace casi 50 años. He regresado como turista años después y me he encontrado otra realidad, aunque en los 70 ya se veía venir con el fenómeno migratorio. La Francia actual es la de Houellebeq, lamentablemente.
Pingback: Sometimes a coffee 27 – Klepsydra
Como dijo Malraux, de Gaulle sostuvo el cadáver maquillado durante unos años, pero Francia estaba muerta ya…