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Bandini, o sea, Fante

Bandini, o sea, Fante
Ilustración: Tau.

John Fante (Denver, 1909-Los Ángeles, 1983) creó un alter ego, Arturo Bandini, con el que ficcionó la vida de un italoamericano de segunda generación, hijo de un albañil borracho y de una señora obsesionada con la religión. Ese era Fante, que halló en Bandini el espejo perfecto, esa clase de personaje amado hasta las últimas consecuencias por su sentido del humor y desgarro, y lo más importante, con esa escasa compasión hacia sí mismo.

No es fácil explicar por qué el mundo ignoró a Fante durante décadas. No se entiende por qué Pregúntale al polvo solo vendió tres mil ejemplares antes de despeñarse por el olvido. Al menos comprendes que a finales de los años setenta apareciese Charles Bukowski y rescatase la novela de los abismos, escribiendo un célebre prólogo, en el que declara que la literatura de Fante tiene una «influencia vitalicia» en sus propios libros. La dedicatoria de Love is a Dog from Hell. Poems 1974-1977 reza así: «A John Fante —quien me enseñó cómo hacerlo. Hank».

Pero ya era tarde para Fante, que en 1980 se quedó ciego a causa de la diabetes, y ya había consumido sus mejores años haciendo de «puta de Hollywood» y «lamecoños de la Paramount», en sus propias palabras. 

Pregúntale al polvo es la segunda de las cuatro novelas protagonizadas por Bandini, en la que se nos presenta ya como un aspirante a escritor que sueña con alcanzar el reconocimiento literario, pese a vivir en una sucia pensión en Bunker Hill, a las afueras de Los Ángeles, que ni siquiera es capaz de pagar en los plazos acordados. El reto es escribir —pese a que por ahora apenas ha publicado un breve texto en una revista— desde la miseria, la incomodidad y las pocas ideas que le vienen a la cabeza. Es una variante más del sueño americano, al que Bandini se enfrenta con un tono soñador e ingenuo, al igual que había hecho el propio Fante. Es un joven contradictorio, que se mueve por impulsos, al que la frustración por no ser un escritor afamado no le impide actuar imitando a un fracasado bravucón y un poco mangante.

A punto de ser desalojado de su habitación, recibe una nota de su casera, instándolo a pagar o irse. «Un problema relevante —admite—, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir». Ese es Bandini, un tipo convencido de que al lado de la dificultad está la facilidad, y de que ningún revés doblegará su sueño de convertirse en escritor. Alguien lo bastante importante como para que la academia pueda decir de él que ha conseguido decir «lo no dicho desde Joyce». Hará lo que sea para conseguirlo. Así sea rezar, en última instancia, la clase de esfuerzo lánguido que cuando estás desganado te puede ayudar a alcanzar tus sueños. No es un escritor insobornable, por otra parte. Hay otro momento en el que se dirige a la iglesia y le habla a Dios en susurros: «Dios Todopoderoso, voy a jugar limpio, voy a hacerte una proposición. Haz que sea un gran escritor y volveré al seno de la Iglesia». Son esos instantes en los que lamenta su ateísmo, y en todo caso echa la culpa del mismo a Nietzsche. El sueño de triunfar no merece todos sus esfuerzos, que a menudo deben centrarse en conseguir tabaco, comida y dinero para pagar la pensión. Bastante es. Suerte que el sueño de Bandini a veces parece más ser un escritor, que escribir realmente. Persigue el papel social que desempeña un escritor, de ahí que sus fantasías sean convertirse en un señor que usa bastón, fuma en pipa, se mueve en un automóvil negro, en el que le acompaña una mujer envidiable, envuelta en un abrigo de zorro. Si pareces un novelista tal vez un día acabes siéndolo.

Sus problemas, sin embargo, se extienden a otros ámbitos que el literario. Acusa dificultades con su casera y con su editor, y, por si no bastase, con su novia Camila, que no acaba de serlo. Pregúntale al polvo también representa un tratado sobre la educación sentimental de su protagonista. La desesperanza que lo afligía en su pueblo de Colorado, durante la infancia, cuando vivía en el hogar paterno y sufría el odio de sus compañeros, que lo despreciaban llamándole «macaroni» y «espagueti», no educó su dolor. De hecho, el papel de víctima que Fante le reservó en Espera a la primavera, Bandini, deriva en victimario en Pregúntale al polvo. Camila López, a la que conoce en un café inmundo al que va a parar en uno de sus paseos errantes, es una joven mexicana que logra impactarlo por su carácter. Pero la relación pronto se llena de agravios. 

Bandini amasa el cinismo, la amargura y la rabia con pasión. Pocos narradores se parecen a Bandini, aunque el estilo de Fante vaticinó a Carver, a Salinger, a Bukowski. Entre esos narradores inexistentes, Alessandro Baricco sostiene que apenas se encuentra Holden Caulfield, por la desolación, la rabia y el nihilismo que ambos tejen. ¿Por qué el personaje de J. D. Salinger fue célebre y el Bandini de Fante penó durante décadas por la indiferencia de los lectores, incluso los académicos? Baricco lo atribuye a que Holden es «un personaje universal», un adolescente rebelde, sin causa, cuyo dolor inteligente en mitad de un mundo estúpido todos comprenden. Holden podríamos ser todos. Es la clase de perdedor que todos estaríamos dispuestos a encarnar. En cambio, Bandini es «un italoamericano de segunda generación». Solo algunos podrían sentirse como él.

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