Esta entrevista se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 40 «El arte del engaño».
Pepe Dámaso (Agaete, 1933), Premio Canarias de las Bellas Artes en 1996, forma, junto con César Manrique, Manolo Millares, Martín Chirino, Óscar Domínguez y Néstor de la Torre, el palmarés de los grandes artistas isleños más universales.
Nacido en Agaete, en la isla de Gran Canaria, realizó sus estudios en la península y expuso en las mejores galerías de Europa y Estados Unidos antes de decidir que su sitio era su tierra, a la que volvió para instalarse definitivamente y desarrollar su importante carrera artística.
Fue compañero inseparable de César Manrique, con quien vivió en Lanzarote durante cuarenta años. Ha dedicado su vida a la creación tanto en las artes plásticas como en la literatura. Es pintor, poeta, escultor, decorador y cineasta. Un ser muy imaginativo y espiritual que se define a sí mismo como creyente y archipelágico; un hombre querido por todos, reconocido por sus paisanos y por las instituciones canarias, a las que ha legado su obra; un artista abierto al mundo que le rodea con la generosidad del que ha vivido intensamente.
Ha estado al borde de la muerte en varias ocasiones. Ha sufrido el dolor, al que ha sobrevivido con la fortaleza de los grandes, y fruto de ello ha sido la publicación de su último trabajo artístico-literario, titulado Yoga. Tránsito espiritual, que ha visto la luz en 2022.
Para hablar de esta última creación y conocer más de cerca su obra y su personalidad quedamos en reunirnos en Las Palmas. Llega puntual a la cita, vestido y calzado de manera elegante, caminando con armonía y con la ligereza que permite un cuerpo delgado, trabajado por el yoga y la meditación. El desplazamiento desde su casa-museo hasta el hotel en el que debíamos encontrarnos le suponía el quebranto de la rutina que sigue por las mañanas y tenía prisa por cumplir con el compromiso de una entrevista que, en cierto modo, ya se había realizado en los contactos telefónicos previos al encuentro. No le gusta responder a preguntas concretas, como dejó bien claro cuando nos sentamos en el rincón de aire retro elegido por la fotógrafa por su hermosa luz. Prefiere conversar.
Una vez acomodado y dispuesto para la charla, se tomó un minuto de silencio antes de desplegar una sonrisa más que seductora con la que dio entrada a la paz. Daba la impresión de haberse sumergido en una especie de trance meditativo o, tal vez, se reorganizaba interiormente para adaptarse a la situación: podíamos empezar.
Desde ese instante resultó sorprendente su lucidez mental que nace, según dijo de inmediato al señalárselo, de la espiritualidad.
Quienes lo conocen bien hablan de usted como una persona muy vital y creativa. ¿Cuándo sintió que lo suyo era el arte?
Siempre lo sentí, desde que mis padres echaron el polvo debajo de una palmera. Yo soy artista. No había nadie en mi familia que se hubiera dedicado al arte, pero mis padres entendieron mi verdadero ser desde siempre y lo apoyaron. Pude dedicar mi vida a mi vocación y estar al lado de mis grandes maestros, como César Manrique, con quien estuve cuarenta años creando y viviendo en Lanzarote.
Con estas breves palabras resumió esa primera pulsión artística que sienten los creadores cuando recuerdan sus inicios. Sin embargo, ha respondido tantas veces a esta misma cuestión que no está dispuesto a perder el tiempo en añadir más explicaciones. Señala que la respuesta se puede encontrar en los medios que se hicieron eco de su vida y de su obra.
Tiene sentido. Su intención es sobre todo hablar de los dos ejes que dominan su arte: lo archipelágico y lo trascendente. No obstante, le indico que la entrevista llegará lejos, incluso cruzará el océano, por lo que es interesante dibujar un perfil para aquellos lectores que no estén familiarizados con el artista de referencia de las islas Canarias. Asiente.
José Dámaso Trujillo nació en Agaete, al noroeste de la isla de Gran Canaria, en 1933 y siempre se sintió artista. Su padre tenía una pensión y, en los años cuarenta, recibieron la visita de un pintor, con su caballete, sus lienzos y sus pinturas. Ese encuentro resultó providencial para un adolescente autodidacta con mucha destreza para el dibujo. Sintió que aquel era su territorio. En 1954 se trasladó a Madrid para cumplir con el servicio militar y estudiar en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos. Aprendizaje que complementaba a la manera tradicional reproduciendo las obras de los grandes clásicos. Con el fin de perfeccionar su formación asiste a clases durante dos años en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla.
Antes de instalarse en la península ya había participado en varias muestras colectivas en su ciudad natal y en Las Palmas, pero es a partir de los años sesenta cuando realiza distintas exposiciones individuales, como, por ejemplo, en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz (Tenerife) y en la Sala del Prado del Ateneo de Madrid. Desde entonces, en palabras de Alfonso de la Torre, su obra «rompería el cinturón» impuesto por el propio concepto de insularidad y se haría internacional. Su obra se exhibe en Copenhague, en la XXXV Bienal de Venecia, Yugoslavia, Cuba, Lisboa, París, Nueva York e Israel y, de manera simultánea, realiza exposiciones en Madrid, Barcelona y en Las Palmas de Gran Canaria.
En Madrid conoció al que fue su gran amigo, César Manrique, con quien compartiría cuarenta años de intensa experiencia creativa. Además, Manrique le introdujo en los círculos artísticos más vanguardistas del momento. De este modo, junto con el propio César, Martín Chirino, Millares y Óscar Domínguez, Pepe Dámaso formaría parte del grupo de artistas canarios que han trascendido el espacio insular.
Las islas, la insularidad, la tropicalidad y el recuerdo de César Manrique son las constantes de su discurso narrativo y artístico. Vive en ello y para ello, lo que se muestra con claridad a lo largo de toda nuestra conversación.
¿Hay un lenguaje, una manera específicamente canaria de crear?
Yo soy en parte Canarias. El concepto de isla me ha condicionado, como a todos los artistas isleños, eso nos hace ser distintos. Vivir en Canarias es un privilegio y pienso en esa identidad de lo tropical, el concepto que yo he aportado.
Siempre ha sido un artista polifacético: decora, pinta, monta escenografías, realiza cine, diseña carteles, hace murales, etc. ¿Tiene preferencia por los grandes formatos?
Siempre hay en mí una necesidad de que me provoque un sentimiento plástico. Mi espíritu se expresa en cualquier formato. Utilizo los recursos a mi alcance, ya le he dicho que me considero un artista total. Usted me pregunta y yo solo le digo que mi arte soy yo. En la carpeta que he traído encontrará usted los grabados que se han hecho de Vida, pasión y muerte de una palmera y los tiene en el salón Palmera de este hotel, cada uno de seis metros de altura. Juzgue usted misma si prefiero algún formato en especial.
Pepe Dámaso se ha presentado a la entrevista con una carpeta de grabados y el catálogo que editó CajaCanarias en 2009 a propósito de la exposición retrospectiva de su obra desde 1951. Un regalo inesperado y una tarjeta de visita de su generosidad, el rasgo que caracteriza a las personas inteligentes y que es particularmente celebrado por todo el que lo conoce. Del mismo modo, se muestra generoso y sensible al compartir todo lo que piensa sin ningún tipo de reserva, y, además, según contará más adelante, lo está siendo con su tierra.
El cine le ha interesado especialmente como forma de expresión. «No en vano —recuerda—, se tiene como el séptimo arte». Conoció a Visconti cuando rodaba Muerte en Venecia, y el italiano, entusiasmado con su pintura, adquiriría algunas de sus obras. También ha protagonizado documentales sobre su vida y su obra, como, por ejemplo, Vaho en el espejo, de Gustavo Socorro, presentado en el Festival de Málaga de 2013.
Sobre este particular, Dámaso comenta que le parece una circunstancia coincidente y feliz que se organice una muestra de cine en la tierra que vio nacer a Picasso, en una Andalucía que siente tan próxima en su espíritu. No fue picassiano hasta la madurez, aunque Manrique ya lo introdujo bastante tiempo antes en este lenguaje cuando lo llevó, por sorpresa, con los ojos tapados, a conocer el Guernica en una estancia en Nueva York. «Fue un regalo inesperado», concluye.
A lo largo de su trayectoria, usted «ha tocado todos los palos», como se suele decir. Ha investigado con soportes y materiales diferentes, aunque siempre hay un sustrato figurativo en lo que hace.
Sí, mi obra es figurativa, aunque hice abstracto, pero está en esa aceptación que tengo de todas las vanguardias. Me he sentido libre y lo admito. No me quiero contradecir, que cada uno investigue y busque.
¿A usted le parece que a la abstracción se llega?, ¿que es un camino? Hay muchos artistas que empiezan directamente por ella.
A mí me parece que es una pregunta tópica, pero se la admito porque se puede ser abstracto y tener sentido estético. En general, ese es uno de los males de algunos artistas de ahora. Sin embargo, yo tengo la capacidad de admitir todo, porque: ¿qué es el arte?, ¿para qué se hace?, ¿qué es el artista?, ¿de qué hablamos y por qué?, ¿cuál ha sido su concepto de la vida y de la muerte, de la existencia?
Son cuestiones de las que hoy se huye. Todo es banal, todo es puro color. El problema que tiene la abstracción es la falta de tranquilidad. En mi estancia con Manrique, una de las cosas por las que luché mucho fue precisamente que él quisiera que yo fuera más abstracto. Sin embargo, yo toleré que él estuviera cuarenta años en el informalismo, pero luego pasó y al final también se hizo figurativo.
A mí no me han hecho falta ni la figuración ni la abstracción, me considero un artista total.
A Dámaso le interesa especialmente la obra de los artistas noveles que acuden a él en busca de consejo. Algunos estudiantes universitarios escriben sus trabajos de fin de grado o sus tesis doctorales sobre su vida y su obra, y el artista siempre los recibe con el entusiasmo y el optimismo que exhibe ante la presencia de cualquier proyecto novedoso. Una vez más recupera el recuerdo del que fuera su maestro y mentor cuando le decía que era necesario tener muchos proyectos para que, de entre todos, saliera alguno adelante.
Los siglos XIX y XX alumbraron los ismos y los colectivos como El Paso. La documenta de Kassel ha apostado por los colectivos, es decir, por las obras hechas a varias manos, ¿qué opina de ello?
A mí no me interesa el arte rápido que se hace ahora: es banal, hueco y no tiene trascendencia. Para que sea trascendente debe tener detrás una meditación, un porqué de la visión del artista y eso no lo veo. Yo no me he sometido a las modas, lo he utilizado todo según iba realizando mis obras, mi sentido de la vida y de la muerte, lo archipelágico y la tropicalidad.
¿Qué opina de las nuevas formas de expresión como los NFT y el arte digital?, ¿le interesan como forma de expresión artística?
No me interesan, me parecen huecas y banales, como le he dicho antes.
César Manrique relata de su encuentro con Dámaso, en la Galería Clan de Madrid en 1954, que las únicas credenciales que este traía eran «ser canario y artista». Para Manrique, el extraño visitante, como lo definiría más tarde en su correspondencia, había aparecido por una suerte de destino que los uniría para siempre.
«Eran los tiempos de las vanguardias de la posguerra y, en el deseo de superar la insularidad e ir más allá de la orilla, la única posibilidad de crecimiento intelectual era la modernidad», cuenta Alfonso de la Torre en el catálogo de 2009 al que ya se ha hecho referencia.
Eran jóvenes e iconoclastas. Como cuenta Muñoz Molina en su artículo «Músicas ocultas», publicado en julio de 2022 en El País, a propósito de la figuración: en los años cincuenta, la mayoría de los artistas vivían en una actitud de permanente vanguardia que se convirtió en ortodoxia institucional, y se excluía o desprestigiaba a muchos pintores que no seguían esas corrientes.
No fue el caso de Pepe Dámaso, que no se inscribió en ningún movimiento concreto, sino que utilizó siempre los recursos que le ofrecían los que se desarrollaban a su alrededor. A Dámaso lo definen su visión artística y su talento para crear desde cualquier perspectiva y desde su propia energía interior. Da la impresión de poseer la capacidad de disociar para ver más allá de lo sensible, como si pudiera captar otras realidades dentro de la realidad que se percibe, como si se elevara sobre lo material para traer a tierra lo inmarcesible. Cuando habla, con las manos entrelazadas, las piernas cruzadas y dirigiendo su mirada a ese interior tan poderoso, parece hacerlo desde un lugar al que solo él tiene acceso.
Asegura que, si se siente influido por algo, es por el ambiente, por la naturaleza en la que nació y en la que decidió vivir. Su amistad con Manrique, gracias a la cual conoció los círculos artísticos de la capital y viajó a París y a Nueva York, no hizo sino reforzar algo esencial que compartieron: el sentimiento de identidad canaria, lo que Dámaso llama lo archipelágico.
Por encima de todo, usted se define como un artista canario. Ha viajado, pero siempre volvía a las islas, a su casa.
El concepto del viaje. Yo que me quedé aquí y no me marché fuera porque este era mi estado, era el sitio en el que quería vivir.
¿Volvía o volvió?
No, nunca me fui, yo necesitaba la tropicalidad para expresarme. Necesitaba vivir en esta luz y en este ambiente. Decidí salir y volver para quedarme. A veces no nos entienden en esta periferia en la que estamos y en este mundo tan distinto, pero a mí me conforma y me da la vida. Al final de su vida, Martín Chirino dijo en una entrevista que me admiraba porque yo me había quedado (y ese era un pensamiento que compartían otros artistas canarios), aunque como artista me perjudicara. Sería quizá más famoso. Sin embargo, a mí no me importó, porque el arte, aunque esté en el último rincón del mundo, sea literatura, pintura, etc., siempre sale, siempre se hace notar.
¿Considera que ser canario lo conecta tanto con África como con Centroamérica? ¿Hay un «modelo insular» de creación?
Sí, y con todos los héroes atlánticos que hemos trabajado y que recordamos desde la literatura griega y los mitos canarios. Estamos muy cercanos a África y muchos de sus rituales son parecidos a los nuestros más ancestrales. Es la situación especial del archipiélago lo que nos conecta y de ahí viene mi concepto de tropicalidad, que he mencionado antes.
Y luego está el turismo. Manrique y otros artistas han hecho mucho por el turismo, al que hay que ver con categoría, como se merece, porque el futuro del turismo está en la cultura. Viajamos para comer, para ir a la playa o para ver cosas distintas y ya no importa si la cultura es turismo o el turismo es cultura. Lo que es una pena es la masificación.
Exhibe constantemente un sentimiento incondicional hacia su tierra y, muy en especial, hacia Agaete, su ciudad natal, donde recuerda haber sido tan feliz cuando era niño y jugaba en el jardín de las Flores. Su lucha incansable por la conservación del patrimonio de las islas nace de esa mixtura entre lo identitario y lo universal que reúne en su literatura y en su obra plástica.
A lo largo de su trayectoria no solo ha disfrutado del reconocimiento de sus paisanos, sino también de las instituciones. Fue nombrado director artístico del pabellón de Canarias en la Expo 92, ha decorado el aeropuerto de Las Palmas con figuras de aves llenas de color y diseñó los carteles para el carnaval de Las Palmas y de Santa Cruz de Tenerife.
Su labor en favor de la unidad y de la identidad canaria es muy extensa y así se le ha reconocido. En 2004 se creó la Fundación José Dámaso. Su casa en Agaete fue adquirida por el Cabildo Insular para instalar el museo que reúne toda la obra del artista, que él ha legado al pueblo canario. Y, en 2013, coincidiendo con la celebración de su ochenta cumpleaños, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
¿Cómo vive este reconocimiento por parte de las instituciones?
Me conmueve haber llegado a mi edad y poder ver el reconocimiento que se me hace a mí y a mi obra. La emoción que me produce no es de dolor, sino de satisfacción personal. Es maravilloso. Estoy muy agradecido a los políticos y a todos aquellos que están colaborando para que se lleve adelante. He donado mi obra al pueblo canario, pero quiero que esté presente en las ocho islas [incluye La Graciosa, frente a la playa de Famara en Lanzarote, donde pasó tantas jornadas en compañía de su admirado Manrique]. Quiero que todos los canarios puedan disfrutar de ella teniéndola cerca, sintiendo esa identificación.
La salud de Pepe Dámaso ha sufrido varios embates a lo largo de su vida. Es un superviviente, aunque, de vez en cuando, se ve obligado a acudir al hospital. En 2015, durante una larga estancia, comenzó a dibujar unos bocetos que serían el origen de los treinta y seis collages que componen la serie recogida en su libro Yoga. Tránsito espiritual.
Ese mismo año compuso los treinta y seis poemas acrósticos de la palabra yoga que preceden a cada una de estas imágenes. Como señala Carmen Anadón en el prólogo: «En la serie queda reflejada, una vez más, la perfecta intensidad creadora del artista […] una aleación magistral entre escritura y pintura, el hallazgo perfecto que ha dado lugar al libro de connotación más espiritual que el artista ha creado hasta el momento».
Cuando abandonó el hospital, los bocetos quedaron olvidados en su estudio hasta que, en 2021, repasando en casa otros bocetos y pinturas, los redescubre.
Hablemos del libro. En el prólogo usted escribe: «No soy consciente de cuándo y cómo vino, de cómo lo hice, es una transmutación plástica de mi mundo espiritual y religioso, fue como un tránsito […] Lo hice y me sobrepasó.
Un concepto esencial de la meditación ecuménica es el de un mundo mucho más amplio, como enseñan el budismo y otras culturas orientales, de las que he leído y he mirado, pero no he practicado porque yo soy católico.
Lo que me interesaba era el cuerpo en el yoga y, a través de eso, descubrí toda esa experiencia surrealista y simbolista que hay en el libro. No he tenido necesidad de la figuración ni de la abstracción en la medida en que lo utilizo todo. Creo en el artista total, pienso que los grandes artistas desde el Renacimiento, desde Leonardo o Miguel Ángel, están imbuidos de esa capacidad grandiosa de lo que es el cosmos, de lo que es la naturaleza. Un artista no puede vivir sin eso, no puede vivir sin la naturaleza.
En el libro hay también literatura, casi lo hemos convertido en un libro de lectura mística más que pictórica. El libro es más que un catálogo, porque la abstracción que produce la meditación acerca un poco a esta modernidad, a la plasticidad que la abstracción puede dar; eso me ha ayudado.
El libro ha tenido éxito en un congreso internacional con los embajadores de la India, con maestros que han venido. Ha sido mi aportación desde el sentimiento plástico amplio porque, en cierta manera, Dios es la suprema abstracción. Debido a que me dejé ir tanto, esta obra estuvo parada varios años hasta que Carmen Anadón se dio cuenta. Como iba a haber un congreso en este hermosísimo hotel, que pertenece al Ayuntamiento y, por tanto, es patrimonio de todos los canarios, lo unieron a mi actividad pictórica.
El señor Barceló y su equipo han tenido la responsabilidad de rehabilitar el hotel y yo he participado con Vida, pasión y muerte de una palmera. Se trata de un conjunto de cuatro murales de seis metros de altura cada uno, en el que se muestra el desarrollo de un hombre y una palmera: mientras que la palmera va cayendo en su senectud, el hombre sube, no sabemos hacia dónde. Tenía los bocetos en mi estudio y, cuando vino el director del hotel, me dijo: «Yo lo pago y lo hago para el hotel», y se hizo.
El título sugiere un paralelismo de los murales con la vida, pasión y muerte de Jesucristo.
Sí, hay en él un sentimiento religioso sin pretenderlo.
Pero usted siempre se define como ecuménico, como un ser espiritual.
Sí, sí, pero, ya que hablamos de mi enfermedad de cáncer, contaría una anécdota. Cuando me estaban radiando con ese aparato moderno para el colon, miré al cielo y me dije: ¿por qué no pintar algo en el techo para que el paciente medite y piense en algo muy hermoso y no en la terraza, sin color y sin nada? Y se hizo.
¿Se hizo?
Sí. Se llama El ángel de la vida. El milagro no solo fue que se realizara, sino la emoción y la fama que me ha traído, porque es una protección del arte hacia la salud. Lo interesante fue que yo dije que metieran el mural un poco dentro del techo para poner luz indirecta y darle un esplendor. Lo maravilloso es ir por la calle y encontrarme con gente mayor que me dice: «Ayer estuve con usted en el hospital y quiero darle las gracias porque me estuve poniendo la radioterapia y sentí, a través de su obra, una alegría y una distracción que me benefició muchísimo».
Las personas que se dirigían a usted para contarle su experiencia con el mural ¿sentían que el arte las elevaba hacia una mayor espiritualidad?
Pues, por lo visto, sí, porque vienen a mi casa a contármelo.
¿Usted cree que la creación artística tiene una función terapéutica ante el sufrimiento tanto físico como emocional?
Bueno, por qué no, me pregunto si el hombre tiene que ser feliz para crear y pienso que se sufre igual que se goza porque un motivo duro, difícil y dramático está en la historia del arte desde la Capilla Sixtina. Es estético, bello, por lo menos hasta ahora, con el concepto que tenemos del arte. Por supuesto, es diferente en las tendencias contemporáneas, de las que ya he dicho que no admito algunas cosas, como esa banalidad que existe de hacer del arte un arte feo adrede.
¿Cree entonces que la belleza tiene que estar implícita en cualquier obra de arte, en cualquiera de sus expresiones?
Sí [rotundo]. Cualquier elemento si está bien llevado, dónde está puesto, para qué se hizo, porque ¿de qué hablamos? Usted está hablando con un pintor, pero ¿qué diría un escritor?, ¿qué diría un bailarín o qué diría un músico?
En su libro Yoga. Tránsito espiritual, los poemas deben ser leídos muy despacio, al igual que las imágenes deben ser contempladas muy despacio.
Sí, hay que leerlos muy despacio como hay que vivir muy despacio en muchas cosas. La meditación no se puede hacer cantando. Si hay una necesidad importantísima en el mundo contemporáneo, tanto como la plástica o la pintura, es el silencio. No tenemos silencio.
¿El silencio lo lleva a la espiritualidad y esta lo lleva a la creación?
Claro. No se puede meditar sin tener silencio. La creación artística requiere de una vida casi sacerdotal.
En el libro, ¿los poemas le sugirieron las imágenes o el proceso fue el contrario?
Ahí jugué con una gran libertad, yo no planteo nada. Mi arte soy yo, es mi manera.
Llegados a este punto, que él desea final, remata la conversación desplegando una gran sonrisa, su arma —quizá involuntaria— de seducción. No quiere seguir hablando de trascendencia porque las cosas se sienten, no se cuentan. Casi me disculpo cuando, algo contrariado, me hace saber que le estoy preguntando y quiero saber de sus ideas, conocerlas, en unos cuantos minutos, lo cual es cansado e imposible. Tiene razón: el arte es inabarcable y el sentimiento no se puede reducir a unas cuantas sentencias.
De inmediato, vuelve a tierra y pregunta por el Prix Formentor y su vinculación con Jot Down. Le cuento que, en 2021, se celebró en Sevilla y que Pilar del Río, la viuda de José Saramago, invitó a los organizadores a celebrar el de 2022 en Lanzarote. De este modo coincide con la celebración del centenario del escritor portugués, que pasó sus últimos dieciocho años en la isla conejera.
¿Conoce el Prix Formentor?
Yo he estado en Formentor. Fui con César Manrique en los años setenta y sé de qué van los premios literarios. Es un sitio mágico, el hotel, el pueblecito… Es un lujo excepcional, un arte. Es muy bonito que se celebre también en Las Palmas, más archipelágico.
¿Tuvo relación con Saramago, un enamorado de las islas?
Fui amigo de Saramago. Además, me hizo algunos textos para la exposición que hice en casa de Pessoa y me incluyó en sus Cuadernos de Lanzarote. Particularmente en uno de los capítulos de la última postal desde Lisboa, en el que habla de las chimeneas que parecían orientales y llevaron los portugueses a Lanzarote. Les hice dos retratos que tienen ellos. Fue una pena que Saramago no conociera a César Manrique.
Afirma que los hombres (los artistas, los políticos) que se han creído dioses son los que comenten las injusticias. Pero ¿cuál es el rostro de Dios?
Ahora se huye un poco de la muerte. Como se ha visto durante la pandemia, parece que el hombre ha tratado de ocultar la muerte. No obstante, la muerte es vida y eso se comprende cuando los hombres se hacen las eternas preguntas de quiénes somos, adónde vamos y qué tenemos que hacer en la vida. No me gusta cómo está el mundo. No me gusta la corrupción. El mundo futuro tendría que ser fraterno, por eso yo soy archipelágico.
Apenas sin esfuerzo, se levanta del sillón. Se despide con un alegato a favor de la fraternidad, que deja, al contrario de lo que pudiera parecer, un aroma optimista y alegre, vitalista como él: «Hoy Dios está lejos pero, cuando hablo de fe y hablo de religión, no me gustaría que se confundiera con un sentido religiosón y de sacristía sino de espiritualidad. Cuando le pregunté a Manrique en qué creía me contestó que en un ser poderoso que ha creado el mundo desde el que él partía para crear».
Para Laura Mínguez
Le agradezco la gentileza de mencionar mi trabajo, en especial el arduo realizado con la retrospectiva cuyo catálogo citáis. Su cronología permite seguir el recorrido de Dámaso.
Felicitaciones, pues. Por supuesto, también, al gran Pepe Dámaso.
Alfonso de la Torre
Sr. De la Torre: su trabajo fue imprescindible para conocer la personalidad y la obra de Pepe Dámaso antes de realizar la entrevista, soy yo la que le da las gracias por tan extensa documentación. Un saludo.
Gracias, nuevamente