El libro sobre los tópicos de Sevilla —de lectura poco recomendable— tiene una entrada donde se dice que la devoción por la Macarena es universal. Hablamos de una talla religiosa (siglo XVII), hecha en madera policromada para ser vestida. Su autoría, envuelta en cierto halo de misterio, se preserva en el anonimato (las pistas detectivescas llevan al taller del escultor sevillano Pedro Roldán y, en concreto, a una mujer: su propia hija, conocida en el gremio como la Roldana).
A medio mundo le suena —al menos de oídas— el nombre de Macarena, pero pocos saben que tras el mote —por llamarlo de un modo— se esconde su advocación real: María Santísima de la Esperanza. De ayer a hoy, con tantos siglos de historia, el pueblo común que somos todos (aborígenes sevillanos o extranjeros, profanos o fervorosos, creyentes o ateos, pasotas o capillitas de Semana Santa, etc.) la conoce simplemente como la Macarena o como la Esperanza Macarena.
El nombre de la Macarena procede del singular barrio donde se halla expuesta a la veneración de los fieles. La imagen preside el altar de su actual basílica (no entraremos en detalles críticos sobre la pinturilla pastel que decora sus bóvedas). Durante siglos habitó bajo la recoleta iglesia de San Gil (siglo XIII), en la trasera de la hoy basílica (San Gil fue saqueada e incendiada en 1936). Se alza el templo basilical junto a un vistoso arco de color albero. Cerca se halla el antiguo y renacentista Hospital de las Cinco Llagas (actual sede del Parlamento de Andalucía, mucho más manso que el Congreso de los Diputados). Casi paredaño al templo, se alza también el largo paño de las murallas del periodo almohade en la ciudad (aún hoy es posible ver impactos de bala en los muros por los fusilamientos que trajo consigo la guerra civil y su terrible y largo día después).
Aparte, el barrio de la Macarena es un dédalo de callejas y callejones, si bien el caserío —otrora popular y genuino— fue machacado en buena parte por la piqueta y la reurbanización. Nada nuevo. No lejos se encuentra la plaza del Pumarejo, el kilómetro cero de la droga dura en la Sevilla de los años 70 y 80 (el libro Canijo de Fernando Mansilla, ya fallecido, sí que es lectura imprescindible). El nombre del barrio lo atribuyen unos a una antigua huerta romana que existió por estos lares, propiedad de un tal Macario. Otros sugieren que debe su etimología a una primigenia basílica que unos monjes basilios custodiaban en honor a Santa Macrina, mártir del siglo IV.
Sea como sea, que de forma popular la Virgen María fuera conocida campechanamente como la Macarena, es algo que siempre despertó vahídos y no pocos berrinches en la jerarquía de la Iglesia sevillana. Dicha tirantez ha durado lo que se dice hasta antes de ayer (hasta los años 60 la Iglesia no permitió que las niñas fueran bautizadas como Esperanza Macarena y, desde hace muy pocos años, también pueden hacerlo ya como Macarena a secas).
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Ya en 1926 la Virgen de la Esperanza y su cofradía (no se olvide que la Macarena es una hermandad de Semana Santa de 1595 y que también cuenta con la imagen procesional del Señor de la Sentencia), la preciada y singular imagen era ya conocida como lo dicho: la Macarena. El ácido crítico de arte y autor de La península pentagonal, Mario Praz (se cumplen ahora cuarenta años de su muerte), de viaje por España en aquel año, confundió el nombre de la Macarena con un tipo de pasta italiana, parecida al espagueti: macarana. A Praz, conforme a su insolente sello, todo en España le resultó aburrido y monótono, lo mismo lo culinario, el paisaje, la Alhambra o el Escorial. No se cebó demasiado con la «Macarana», aunque acabó harto de tanto cirio y tanto capirote de nazareno. Menos mal, porque si algo tiene el rostro de esta imagen es todo menos monotonía o aburrimiento en su expresión. Nada en su rostro es simétrico.
El largo recorrido histórico de la Esperanza Macarena atraviesa su propia línea de puntos. Unos más luminosos, otros estrambóticos y divertidos, sin olvido de los más fatídicos, sobre todo durante la guerra civil y la crudísima posguerra. La Macarena en versión de tronío, como imagen y cofradía con donaire propio, arranca a fines del siglo XIX y cuaja como singular conjunción en el primer tercio del siglo XX. En la talla, como en todo el cortejo procesional macareno, se funde con gracia y belleza la estética del regionalismo andaluz.
Para escándalo tal vez de aquel tiempo, existió legalmente una especie de «pareja de hecho», la cual lanzará a la Macarena a la escala popular de la que hoy goza. Dicha pareja la formaron un artista cofrade y un benefactor. El bordador Juan Manuel Rodríguez Ojeda le dio a la talla y a la corporación del Viernes Santo la citada veta popular, luminosa y colorista. Al alimón, el torero y devoto Joselito el Gallo, rival taurino del gran Juan Belmonte, ayudará a transformarla en icono: con sus dineros la enjoyó (véanse las célebres mariquillas verdes que luce) y la engalanó con la ayuda del finísimo Rodríguez Ojeda. Una estatua del diestro y un busto del artista bordador se alzan hoy por hoy junto a la basílica para recuerdo de viandantes y visitantes.
A la muerte de Joselito en la plaza de toros de Talavera, corneado por el toro Bailaor (16 de mayo de 1920), la Virgen vistió de luto ocasional. Ocurrió un 31 de mayo de 1920. La conmoción por su muerte trajo consigo en Sevilla una serie de fastos funerales por el alma del torero. Después de la revolución bolchevique, aquel 31 de mayo de 1920 fue otro de los días que conmovieron al mundo. ¡Una imagen religiosa, María, madre de Dios, vestida como cualquier doña enlutada! ¡La Virgen en plan plañidera!
La Iglesia estalló en cólera por tanto macarenismo sacrílego. Pero el sagaz Rodríguez Ojeda era mucho más que un delicado artista bordador. Había conseguido que la imagen (fotografiada en primer plano por Ángel Montes y redefinida por Castellano Grandell), posara al modo de la época, en plan «viuda a la americana» (esto es: descubriendo la cara, libre de veladura). La Virgen de la Esperanza se expuso, además, sobre un altar con riguroso pero impactante dosel negro de fondo y unos cuantos candelabros. Pura gracia telúrica. Una imagen insuperable, ciertamente. Reproducciones y estampas de la Macarena torera y vestida de negro se difundirán a partir de entonces urbi et orbe.
El óbito de Joselito y el cirio montado en la célebre fotografía, harán que la imagen, en minúscula, trascienda a la propia imagen religiosa, en mayúscula (lo que debería ser justo al revés). Buena parte de todo ello lo cuenta el periodista de Canal Sur Guillermo Sánchez, autor de Y la Macarena se vistió de luto (El Paseo Editorial). Estaba de moda por entonces que las viudas posaran de tal guisa en el viejo camarógrafo. El modelo «viuda a la americana» era el que se había difundido para fotografiar a las viudas de la Primera Guerra Mundial que solían aparecer en las páginas gráficas de las revistas norteamericanas. Pero incluso hay similitudes estéticas entre la imagen de la Macarena, ataviada de negro, y la pintura al uso que muestra a alguna que otra dama de luto (como es el caso, por ejemplo, del pintor Ramón Casas).
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A partir de este impacto, la Macarena irá convirtiéndose en una suerte de «ecúmene» celestial de lo más peculiar. De la gracia localista, cien por cien sevillana, a lo universal. Manuel Machado dirá en su Retrato aquello de «Medio parisién y medio gitano —dice el vulgo—, / con Montmartre y con la Macarena comulgo». Si es por poesía, hasta los rojos que en su día intentaron prender fuego a la Virgen le dedicaron sus versos. Rafael Alberti, albina cabellera al viento, fue uno de ellos. Ocurrió en el primer congreso regional del PCE, celebrado en Sevilla en marzo de 1978, durante la Semana Santa de aquel año. El diario ABC llamó «chuflillas» a los versos del siguiente poema, que sería conocido como el «poema de la discordia». Alberti lo leyó durante el congreso, para síncope del comunismo pata negra:
Déjame esta madrugada
lavar tu llanto en mi pena,
Virgen de la Macarena,
llamándote camarada.Flor del vergel sevillano,
sangre de tu santa tierra,
de la paz, no de la guerra,
jamás de Queipo de Llano.Que tú no eres generala,
abogada del terror,
sino madre del amor,
lumbre que todo lo iguala.Camarada, compañera,
de obreros y campesinos,
nunca de los asesinos
del pueblo que te venera.Tú la representación
pura de la luz serena,
Virgen de la Macarena,
no de la provocación.
Muchacha de Andalucía,
la más clamorosa alhaja
de la sola cofradía,
de la gente que trabaja.
Tal vez, después de Alberti, solo el rockero Silvio —sevillano intransferible— pudo superar aquello con su canción «Rezaré». Himno mariano y salve chiripitifláutica, donde ebriamente, estrofa a estrofa, va citando con hondo sentir distintas advocaciones de la Semana de Sevilla. Todo en Silvio es también contradictorio y churrigueresco. Por eso habla en la canción de la «Macarena de Triana», lo que resulta antitético, puesto que el otro popular barrio de Triana goza de su propia Virgen de la Esperanza y la ha convertido también, con permiso de otras cofradías del viejo arrabal, en icono de sus esencias.
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A todo esto, ya que estamos en Triana, pues nos quedamos por aquí solo un ratito. En los últimos años el nombre de la Macarena ha tenido dos momentos de máxima actualidad en los telediarios. Ahora, como veremos a continuación, ha sido por la exhumación desde su basílica de los huesos de Queipo de Llano y su señora Genoveva Martí, enterrado aquí el primero desde 1951 y exhumados ambos en octubre pasado por orden gubernamental, en aplicación de la Ley de Memoria Democrática (un inciso: historiadores poco sospechosos de admirar a Queipo, como Francisco Espinosa o José Villa, han mostrado sus reparos a que una ley vía BOE le diga a una comunidad religiosa de ámbito privado lo que tiene que hacer y no hacer en su propia casa).
Sin embargo, años antes de la polémica exhumación, lo cierto es que el melódico y alegre nombre de Macarena alcanzó su otro pico de fama. De hecho hizo bailar al mundo mundial, de Lima a Vladivostok, de Toronto a Atenas. El dúo Los del Río, sevillanos del pueblo de Dos Hermanas, popularizaron hasta el hartazgo su canción «Macarena», cuyo clímax llegó con el bailecito que se marcó, entre tanto famoso y famosa, el mismísimo Bill Clinton.
¿Macarena? ¿Estamos hablando de una canción inspirada en la Virgen de la Esperanza Macarena? Pues no, oiga. El nombre inspirador de la canción viene de otra parte. Al parecer se debe a una supuesta musa flamenca —pero no sevillana ni andaluza— a la que Los del Río conocieron en Venezuela en 1992 en un fiestorro para políticos de postín y potentados.
Fue ella a la que acabaron llamando como Macarena, que es la protagonista de toda la canción y de la que se dice, según la letra, que pone los cuernos a su novio con el propio amigo de éste (aprovecha incluso la jura de bandera del pobre cervatillo para pegársela). Está por ver si la letra sería hoy censurada por machismo punible. Pero esto es harina de otro costal. Lo curioso —y es a lo que vamos— es que Los del Río, tras largos años de fatigas artísticas, se pusieron el mundo por montera con su «Macarena’» y su bailecito de marras cuando sus inicios como cantantes se iniciaron justamente en… Triana.
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Ahora, como queda dicho, el nombre de la Macarena (entiéndase también como conjunto: Virgen, basílica, corporación y cofradía de nazarenos) ha vuelto a la actualidad más urgente tras la citada exhumación de la basílica de los restos del general Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. Dícese del antaño conocido como «virrey de Andalucía». Fue el artífice del éxito del levantamiento del bando nacional en el sur durante la guerra civil y fue, también, el cruel reflejo de la larga, larguísima noche de la represión franquista (cuarenta y cinco personas represaliadas y ejecutadas). Si el tiempo es a veces una cacofonía siniestra, no hay duda de que una prueba fantasmagórica de ello fueron sus terribles alocuciones por Radio Sevilla, lanzadas a lo largo de la guerra civil.
La toma franquista de Sevilla se realizó con rapidez y audacia por parte de Queipo (obviamos los detalles para no extender el relato). solo hubo un capítulo de efímera resistencia en zonas aledañas al propio barrio de la Macarena, ya de por sí socialmente levantisco antes y durante la II República (de ahí el peculiar mejunje macareno en aquellos años: camaradería roja y devoción religiosa popular).
Entre medias, no puede olvidarse que a la Macarena, durante los años republicanos, la quisieron quemar varias veces las hordas más exaltadas, sobre todo en los consabidos días de quema de iglesias y de asesinatos gratuitos de religiosos. El sevillano y líder nacional del PCE por entonces, Pepe Díaz (acabó sus días en Moscú, donde se suicidó, enfermo ya de cáncer, en 1942), dijo que la Macarena era del pueblo y que no había que tocarla. Pero lo cierto es que la imagen tuvo que ser escondida legendariamente en tres domicilios distintos de Sevilla. Cuenta Guillermo Sánchez que una novelesca mujer y limpiadora de la iglesia de San Gil, Victoria Sánchez Contreras, escondió a la Macarena en su propia casa. No solo eso, sino que la metió hasta en su propia cama. A sus vecinas les dijo que era su tía, enferma de tuberculosis.
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Pasado todo peligro bajo el fogón del verano del 36, el 22 de septiembre de ese año Queipo es nombrado hermano mayor honorario de la Hermandad de la Macarena. Se inicia por tanto la polémica e inevitable relación que establecieron el matarife y la corporación. Luego, el 18 de octubre, se produce otro episodio singular. Queipo recibió la gran corona de oro que lucía la Virgen de la Esperanza. Fue en el transcurso de una triunfal procesión, la cual supuso el reencuentro de la imagen con la ciudad de Sevilla (la Macarena también había estado impresionantemente escondida en una clínica de la calle Martín Villa, metida en un cajón).
Con lo obtenido por la venta de la corona se pensaba sufragar el gasto de guerra para el bando franquista. Pero poco después, el 9 de febrero de 1937, Queipo logró un golpe de efecto propagandístico al devolver la corona a la Virgen, coincidiendo con su nombramiento como hijo adoptivo y predilecto de Sevilla. Solo entonces entró a formar parte de la Macarena como hermano y cofrade de número. Hasta el mismísimo 18 de julio de 1936, el general desconocía por completo el mundo cofrade y las peculiaridades ensimismadas de la ciudad que iba a conquistar con un puñado de moros.
Será bajo su virreinato cuando se ponga la primera piedra de la actual basílica (Domingo de Resurrección de 1941). Aprovechando el tirón popular de la imagen, Queipo se involucró muchísimo en la captación de donativos para la nueva causa macarena (él mismo llegó a donar setenta y cinco mil pesetas para la pavimentación del nuevo templo). Francisco Espinosa y José Villa señalan que la construcción se erigió a espaldas del barrio, como castigo solapado a su naturaleza rebelde y en buena parte obrera. El nuevo templo se construyó en un solar aledaño a la parroquia de San Gil, donde antaño se hallaba la célebre taberna Cornelio, punto de encuentro belicoso para anarquistas y comunistas, y que fue precisamente bombardeada en 1931 por el primer gobierno republicano. Las cosas.
Sin embargo, quien verdaderamente fue el artífice de toda la reestructuración de la Macarena tras la guerra civil fue el mucho más desconocido general Francisco Bohórquez, natural de Ubrique (Cádiz), auditor de guerra y corresponsable de la represión a las órdenes de Queipo de Llano. Fue hermano mayor de la Macarena a modo interino en los años más delicados, los cuales no acabaron con la guerra civil. Curiosamente, los problemas continuaron tras el fin de la contienda, con serios rifirrafes con la propia Iglesia sevillana, gobernada entonces por el sin par cardenal Pedro Segura (monárquico acérrimo, antifalangista y china molestísima en el zapato de Franco).
Pese a la labor en la sombra de Bohórquez (quien, como Queipo, también ha sido exhumado ahora de la basílica), el cardenal Segura suspendió a la junta de gobierno de la hermandad e impuso un régimen de interinidad (1941-1946) bajo un duro decreto. Hasta le quitó el título de Fervorosa a la corporación macarena. Y, en lo folclórico (asunto no menor), la obligó a recogerse en su templo antes de las diez de la mañana del Viernes Santo, bajo amenaza de hacer extinguir a la Hermandad ante esta y cualquier otra falta insolente. Cuenta Guillermo Sánchez en su libro que, durante la intervención de la Macarena por la Iglesia, al hermano mayor impuesto sin consenso por la clerecía le tiraron encima un cubo lleno de manteca mezclada con añil. Se había propagado el infundado rumor de que querían llevarse a la Macarena a otro lugar más reservado en el centro de Sevilla.
En todo este vaivén, el general auditor Bohórquez, como macareno convencido, se movía más que bien entre bastidores. O sea, entre el tenebroso militarismo ambiental (la represión y los fusilamientos continuaron) y las rígidas y amenazantes sotanas de la alta curia. Bohórquez, tras los años de intervención eclesial, vuelve a ser nombrado hermano mayor de la Macarena en 1946. Apoyado por los macarenos más relevantes, la basílica —obra arquitectónica de Aurelio Gómez Millán— logrará finalizar sus obras en 1949.
Las imágenes de la cofradía, con el Señor de la Sentencia y la Virgen de la Esperanza, realizan su traslado en tal fecha desde San Gil al nuevo templo. Pero antes, de 1947, es la célebre visita a la Macarena que realizó Evita Perón (se hizo famosa su fotografía postrada ante la Virgen). Bohórquez se había convertido en relaciones públicas de la corporación. Consiguió que la imagen de Evita se difundiera a nivel internacional o que artistas relevantes de la época, como la tonadillera Juanita Reina, formaran parte del macarenismo para lo mediático.
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Gonzalo Queipo de Llano y Sierra murió el 9 de marzo de 1951 (tras una estadía en la Italia fascista, para alivio de Franco, y posterior reclusión, ya en sus postrimerías, en su hacienda de Gambogaz). Fue enterrado en un lateral izquierdo de una de las capillas de la basílica. Cuatro años después, el muy apreciado Bohórquez en el entorno macareno falleció tras un torpe accidente de cacería. Fue enterrado primero en el cementerio de San Fernando de la capital andaluza. Pero en 1956 fue inhumado de nuevo en la cripta del presbiterio de la actual basílica de la Esperanza Macarena.
A decir verdad, salvo unos pocos (la mayoría vinculados a organizaciones memorialistas y de reparación), los sevillanos en general no conocían el nombre del antiguo auditor de guerra Francisco Bohórquez hasta que no han sido exhumados sus restos en aplicación de la Ley de Memoria Democrática. Y en cuanto al matarife Queipo, su tumba en el lateral de la basílica nunca fue centro de peregrinación o de exaltación por parte de ultras nostálgicos. Tampoco sufrió ataque alguno. El memorialismo y familiares de víctimas siempre pidieron su exhumación. El silencio, la pereza y la componenda práctica se sucedieron con el paso de los años, creando una especie de embolia que ha llegado hasta hoy.
La ley autonómica andaluza de 2017 (el PSOE de Susana Díaz gobernaba la comunidad) intentó forzar a la hermandad a sacar los restos. Pero en la corporación se esgrimía o falta de medios o falta de claridad en la aplicación técnica de la ley andaluza. La junta de gobierno de la Macarena, para acallar las molestas críticas, maquilló la lápida de Queipo en 2009 eliminando el día del golpe de Estado (18 de julio de 1936). De igual modo cambió el título de teniente general por el de hermano mayor honorario. En cuanto al atrezo, como Virgen dolorosa bajo palio, en 2011 se retiró provisionalmente el fajín encarnado que Queipo legó a la imagen para sus salidas procesionales del Viernes Santo.
Es leyenda apócrifa, fantasiosa seguramente, la historia que cuenta que cada Viernes Santo un nazareno de la Macarena —hijo de fusilado— se orinaba discreta pero ceremonialmente sobre la tumba de Queipo, aprovechando el bullicio que en el interior del templo provocaba la salida y la entrada de nazarenos, costaleros y personal diverso a cargo de la cofradía. Nunca se ha sabido si es leyenda, fantasía calenturienta o media verdad inspirada en algún que otro chascarrillo de barra de bar. Que se sepa, nadie denunció la existencia durante años de charquitos de sospechoso líquido sobre las lápidas del general y de su señora Genoveva Martí.
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Vamos acabando ya. La agria cuestión sobre la impropiedad o no de que los restos de Queipo hayan sido preservados en la basílica tantos años, no daña otro aspecto de índole exclusivamente cultural. Hablamos ahora de la poderosa atracción que ejerce por sí misma la imagen de la Esperanza Macarena. Esto es, la estética pop y radicalmente moderna que la ha rodeado, de forma heterodoxa, en los últimos tiempos (sobre todo con el cambio de siglo).
La Macarena, obra del siglo XVI, es también iconoclastia y collage. Bajo su halo cabe la estampita kitsch y el cuadrito rancio en la pared del despacho; pero también el pop art y la vanguardia más inquieta. El pintor Ricardo Suárez comenzó en 2005 la nueva etapa en los carteles con los que la corporación anunciaba la cuaresma, antesala de la Semana Santa. El rostro de la Esperanza, creado por Suárez, aparecía en cuatro ángulos en los que se usó como técnica unos posos de café sobre papel. Después vendrían, año tras año y edición tras edición, las creaciones de Carmen Laffón, Ignacio Tovar, Guillermo Pérez Villalta, Emilio Sáenz, Félix Cárdenas, José Luis Mauri, Manolo Cuervo, Miki Leal o, como última aportación, Ricardo Cadenas.
Sobre todo en las obras de Miki Leal y de Manolo Cuervo, la estética pop de la Macarena da pie a otra veta fresca y neopopular. La Macarena se muestra como un pachtwork. En una mezcolanza de tiempo, fe religiosa y memoria plástica, se funden a la vez el colorido alegre y regionalista de Rodríguez Ojeda, creador del canon macareno, con el toque urbanita más descarado. Este otro toque moderno y alterno se inspira en el hálito de la vida misma, en la pura y dura cotidianidad del propio barrio de la Macarena y de su entorno no siempre feliz, como el de los últimos años más turbios (yonquis, prostitutas, carteristas, alcohólicos y quinquis).
Escribía para la revista Mercurio el propio Ricardo Suárez que «en las Esperanzas de los carteles de cuaresma están los admirados Martin Kippenberger, Jeff Koons, Manolo Quejido, Luis Gordillo, David Hockney, Robert Rauchemberg. Están también los homenajes a Jimi Hendrix, Sara Vaughan, Stanley Kubrick, el humorista Manolo Summer, Marcel Duchamp, Francis Picabia, Juanita Reina, Amy Winehouse o la sin par artista la Esmeralda, donde el pop, el flamenco, el expresionismo abstracto y el underground más sevillano se adentran en un maremágnum improvisado de color y gestualidad».
La popularidad expresiva de la Macarena ha provocado también alguna que otra desviación. Sobre la leyenda «Macarena Like a Virgen», la marca Blasphemia T-Shirts intentó hace unos años comercializar una camiseta usando la célebre portada del disco de la cantante y diva Madonna, Like a Virgin, pero suplantando el rostro de la artista por el de la Virgen de la Esperanza.
La heterodoxia tiene su límite. Pero, a decir verdad, tampoco es novedosa la supuesta contestación blasfema. Para eso ya está el propio Jesucristo, representado cientos de veces en actitud gay, con los labios pintados de carmín rojo o abrazado al prójimo masculino con los colores del arcoíris de los grupos LGTBI. En sus terribles alocuciones por los micrófonos de Radio Sevilla en la guerra civil, Queipo de Llano los llamaba directamente «maricones». Eran las cosas del general.
Esa virgen y esa basílica no podrán nunca limpiarse la peste que les impregnó, para siempre, el mayor genocida de la historia de Andalucía.
LO que está claro es que el templo fue saqueado e incendiado y destruido por los rojos, que se levantó un templo nuevo en otro solar, que el principal gestor y conseguidos de donativo para tal obra fue Queipo de Llano que otro gran impulsor fue su compañero el geral Bohorquez, que Queipo de Llano pisu de su bolsillo 75.000 pts. una fortuna hace 80 años, y los demás poquita cosa. Su función en el bando franquista ya lo cuentan los historiadores.
Me quedo con los versos de Alberti.
Que tú no eres generala,
abogada del terror,
sino madre del amor,
lumbre que todo lo iguala.
Camarada, compañera,
de obreros y campesinos,
nunca de los asesinos
del pueblo que te venera.
Para empezar, hay una confusión nada mas comenzar el texto.
La universalidad de la Macarena…será la de «Los de Rio»… que le puso cuernos al novio.
Y las dudas de la legalidad de sacar despojos de una propiedad privada…. bueno, también los bares son propiedades privadas, y desde el Estado hasta el Ayuntamiento, te pueden exigir leyes, normas o bandos de obligada cumplimentación .
Lo cierto, es que hoy, se respira mejor en Sevilla.