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Ferlosiana: perfil literario e intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio (y 2)

Rafael Sánchez Ferlosio. Imagen RTVE.
Rafael Sánchez Ferlosio. Imagen: RTVE.

Viene de «Ferlosiana: perfil literario e intelectual de Rafael Sánchez Ferlosio (1)»

El éxito avasallador de El Jarama fue acogido por Rafael Sánchez Ferlosio con el rechazo de todo aquello que traía aparejado lo que llamó el «deleznable papelón de literato», es decir, el engranaje de la producción cultural, de las reseñas, los debates, las conferencias, los premios. Era un gesto que, a mi modo de ver, tuvo tanto de desdén aristocrático como de cabezonería pura y dura. Tal vez en aquella renuncia hubiera deseo de soledad. No debemos perder de vista que el autor también conocería la tragedia en su vida personal, con el fallecimiento de sus dos hijos. Sea como fuere, Ferlosio se desentendió de la ficción para dedicarse a la reflexión y al ensayo durante largos años. Un periodo de su vida al que el autor se refirió con ironía definiéndolo como el de sus «altos estudios eclesiásticos». Ferlosio no regresará a la novela hasta 1986, con el cambio radical de planteamientos narrativos que supuso El testimonio de Yarfoz

Yarfoz reproduce moldes narrativos antiguos y se presenta como la crónica de las vicisitudes de Nébride, un príncipe bueno y honesto que renuncia al poder. La novela bordea el terreno de la fábula y la alegoría, al tiempo que forma parte de un proyecto narrativo al parecer mucho más extenso y en el que Ferlosio trabajó en secreto, por lo visto, durante más de quince años, pero que por el momento permanece inédito en su amplitud completa: la «Historia de las guerras barcialas», la saga de un pueblo milenario, donde se mezclan la fantasía con la prosa imitativa del estilo historiográfico. En El testimonio de Yarfoz, Ferlosio se presenta como editor de una obra histórica sobre las guerras que tuvieron lugar en un pasado remoto y mítico en la cuenca del imaginario río Barcial. De este documento rescatado dice extraer el testimonio del ingeniero Yarfoz, amigo y colaborador de Nébride, príncipe del pueblo de los Grágidos. Ferlosio se divierte jugando al cervantino juego de los espejos con las figuras de los falsos editores/autores y la añeja convención del manuscrito hallado. Yarfoz, cuenta el relato, quiere que se sepa la verdad sobre Nébride, un hombre honorable que eligió el exilo ante la deshonestidad de su padre y su tío, que asesinaron a traición al rey del vecino pueblo de los Atánidas. La novela se desarrolla así como la crónica del vagabundeo de Nébride entre los pueblos de la región, hasta el momento en que su hijo Sorfos decide regresar a su patria para recuperar el trono. El libro está repleto de episodios fantásticos que sirven para trasladar reflexiones morales sobre asuntos como la verdad, la bondad o la fidelidad a la palabra dada. El testimonio de Yarfoz es la novela menos leída de su autor, y la crítica la recibió con sorpresa y confusión en la hora de su publicación inicial, pero contiene una de las más hermosas estampas (el episodio de los babuinos mendicantes) con las que, a mi juicio, se ha expresado jamás la precariedad consustancial a la condición humana.

El Ferlosio que volvió a aparecer en la escena literaria a partir de los años ochenta se dedicó principalmente a la prosa de no ficción, al ensayo con un marcado componente reflexivo y autorreferencial, célebre por su intrincada sintaxis y largas frases, y al articulismo de opinión en prensa. Esta última faceta fue acaso la que le reportó mayor fama en la etapa final de su carrera. Ferlosio practicó una peculiar forma de moralismo donde la defensa de las virtudes cívicas era también un medio de desenmascarar los tópicos y los prejuicios de la época. Como un paradójico pensador «políticamente de izquierdas y fondo moral reaccionario», lo ha definido el ensayista Jordi Gracia. Una vez más hay que coincidir con el criterio siempre certero de Savater, que ha sido de los mejores lectores que tuvo Ferlosio. Para el filósofo donostiarra el Ferlosio de los ensayos y la prensa escrita era un «predicador bueno», en el sentido en que fueron también «predicadores buenos» pensadores como Nietzsche o Cioran. Que escribían con la intención de transmitir determinadas convicciones al lector e influir en su pensamiento, pero apelando siempre a su inteligencia y sentido crítico. Ese fue sin duda el caso de Ferlosio. Un pensador a la contra de la opinión común, del tópico, de la pereza intelectual. Un infatigable impugnador de la doxa, la idea acríticamente aceptada. 

No encuentro mejor ejemplo de ese enfoque sermoneador pero inspirado por las luces de la razón que el hermoso texto de presentación de La homilía del ratón, un libro donde se recogían algunas de sus más brillantes contribuciones a la literatura de periódicos. En mi opinión, Ferlosio es, junto a Juan Benet y Javier Marías, el escritor español contemporáneo que mejor ejemplificó la inteligencia intransigente con la estupidez. Lo hizo desde el final del franquismo (en 1974 publicó el primero de sus ensayos largos Las semanas del jardín) hasta la era de los populismos de comienzos del siglo XXI, cuajando una trayectoria intelectual que fue modélica por su rigor, su independencia, y su sutileza (a lo largo de la pasada década la editorial Debate compiló la casi totalidad de sus ensayos bajo los auspicios de Ignacio Echevarría). Y en estos tiempos de excesiva ideología, tal vez fuera saludable volver a recordar, como dijo Ferlosio, que tener ideología es lo contrario a tener ideas, porque la ideología no es otra cosa que un pack de ideas prefabricadas, ya pensadas por otros para nosotros, que se reciben y aceptan de forma acrítica. Ese pensamiento combativo con los prejuicios impuestos y los modelos prefabricados posiblemente tuvo su más afortunada expresión en el libro titulado Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, que le valió el Premio Nacional de Ensayo, y donde incluyó lo mejor de un género que llamó «pecios», es decir, restos de naufragio, una personalísima forma de escritura donde fue capaz de mezclar el aforismo, la apostilla, la descripción, el recuerdo, e incluso el texto lírico. ¡Ay! Desde su fallecimiento, en el año 2019, han venido, en efecto, más años malos y somos más ciegos. 

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Un comentario

  1. «Barcialas», no.
    Barcialeas.

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