Viene de «El asesino de Adán y Eva (1)»
El mundo después del Beagle
Tres días después de llegar a Falmouth, Charles Darwin entraba en The Mount sin anunciar su llegada mientras su familia estaba desayunando. La alegría de su padre y sus hermanas, así como la de su tío Jos días después, fue enorme. Durante semanas, un Darwin de veintisiete años sorprendido del contraste entre su Inglaterra natal y los paisajes tropicales, desérticos, montañosos o volcánicos que había conocido, se dedicó a visitar a amigos y familiares y a preparar su nueva vida en tierra. Más allá de algunas excursiones por Gran Bretaña, el Darwin expedicionario murió el mismo día que se bajó definitivamente del Beagle.
A comienzos de 1837, Charles alquila unas habitaciones en el número 36 de la calle Great Marlborough, en Londres, próxima a la casa donde vivía su hermano Erasmus. Nada más instalarse, comenzó a completar su diario del viaje, la redacción del primer volumen de la Geología del viaje y la sistematización de los apuntes y notas que conformarían el preludio de su teoría de la evolución de las especies. Un año más tarde, toma posesión del cargo de secretario de la Geological Society de Londres por recomendación de Henslow y Lyell, quienes además consiguen que se le otorgue un sueldo de mil libras esterlinas para llevar a cabo la labor de editor, supervisor y coautor de la Zoología del viaje. En esta época, Darwin lee Un Ensayo sobre la ley de la población, de Thomas Robert Malthus y se queda profundamente impresionado. Fue esta obra la que le sugirió la idea fundamental sobre la que pivotaría toda su teoría, la selección natural, que explicaba por qué los organismos más aptos prevalecían frente a los que no eran capaces de adaptarse al medio y cómo la permanencia de las características de aquellos a través de la descendencia derivaban en la evolución biológica de las especies.
Una de las personas más importantes en la vida de Charles Darwin fue Emma Wedgwood, con quien se casó el 29 de enero de 1839. Como el propio Charles escribe en su Autobiografía, nunca le había hecho demasiada gracia la idea de casarse, pero la historia revela que fue un matrimonio feliz que permitió a Darwin dedicarse por entero a su labor intelectual mientras Emma se encargaba del resto. El único aspecto en el que discrepaban profundamente era el religioso. El viaje en el Beagle había hecho que el antiguo estudiante de Teología fuese perdiendo poco a poco su fe hasta convertirse en un auténtico desertor de la religión. Emma, sin embargo, era una mujer de convicciones firmes y su fe en la letra de la Biblia carecía de fisuras. Más allá de estas cuestiones, el apoyo de su esposa fue básico para Charles, sobre todo a partir de la aparición de una extraña enfermedad que le acompañaría toda la vida. Su hijo Francis, en La vida y cartas de Charles Darwin, publicado en 1887, escribió: «Durante cerca de cuarenta años, nunca conoció un solo día de salud como un hombre ordinario». Entre otras posibilidades, se ha aceptado como la explicación más probable de sus síntomas —dolor de estómago, vómitos, espasmos y taquicardias— una picadura de Triatoma infestans, transmisora del mal de Chagas-Mazza, que el naturalista recibió en una mano durante una de las expediciones en Chile. Para minimizar el progresivo deterioro de su salud, el matrimonio y sus dos primeros hijos terminarían mudándose en 1842 a una casa de campo cerca de Downe llamada Down House, en la que actualmente se encuentra el Museo Darwin.
Unos años antes, poco después de la boda y habiéndose mudado a una casa en la calle Gower, publica el diario del viaje con el nombre de Diario y observaciones. Entre 1841 y 1843 aparecieron los tres volúmenes de la Zoología del viaje, y en 1842 se publica el primer tomo de la Geología del viaje, que se completa con otros dos volúmenes que le convirtieron en uno de los geólogos más importantes del siglo XIX. Mientras tanto, Charles continúa sus investigaciones con animales domésticos, obsesionado con la idea de la evolución de las especies. En 1845, el editor John Murray compró los derechos de su diario y publicó una segunda edición denominada Diario de las investigaciones sobre la historia nacional y la geología de las regiones visitadas durante el viaje del buque real Beagle alrededor del mundo bajo el mando del capitán FitzRoy, que se convirtió en un éxito de ventas a medida que su título se iba reduciendo hasta el célebre Viaje de un naturalista. Cuando en 1846 ya se había publicado la Geología del viaje al completo, Darwin evita centrarse de lleno en su obra maestra y pierde ocho años en un nuevo trabajo sobre el estudio de los cirrípedos.
Nos encontramos otra vez ante un Charles Darwin temeroso de exponer sus ideas y de las reacciones que su teoría sobre la evolución pudiese desencadenar. Su insegura personalidad volvía a requerir de la asistencia de alguien que, como anteriormente había hecho su tío Jos, le apoyase en su proyecto y reforzase su voluntad. Esa ayuda necesaria se la brindaron sus amigos Joseph Hooker, director del Real Jardín Botánico de Kew; Asa Gray, médico y botánico norteamericano; y el también botánico Thomas Henry Huxley. Hooker, a quien había conocido en 1842, era uno de los principales confidentes de Charles junto con Henslow, y quizá el único que por aquel entonces comprendía perfectamente las ideas de su amigo. En una de las cartas que Darwin le escribió, confesaba que no estaba de acuerdo con las ideas de Lamarck, pero temía exponer las suyas porque la sociedad podría considerarlas como la obra de un loco. Igualmente, su desconfianza en el resto de personas próximas a él queda patente en la frase «Creo que mis amigos me creen hipocondríaco». Gray conoce a Darwin en 1851 e inmediatamente le manifiesta el apoyo a su teoría, que comienza a difundir en Estados Unidos. Huxley aparece en la vida de Charles en 1854, cuando concluye su obra sobre los cirrípedos, y además de ser uno de los científicos que más apoyarían sus ideas, sería uno de los protagonistas destacados en la polvareda que poco después levantaría la publicación de su teoría de la evolución. Con el apoyo de estos tres hombres y la confianza incondicional de Henslow y Lyell, Darwin decide al fin dedicar todo su tiempo a la elaboración de su gran obra, El origen de las especies.
Cuatro años más tarde, el avance en la plasmación teórica de sus ideas sobre dinámica biológica era notable, aunque su meticuloso método de trabajo y su carácter perfeccionista lastraban bastante su redacción. A esto hay que añadir la modestia del naturalista inglés, que nunca tuvo un gran concepto de sí mismo como divulgador científico. En una de las cartas que envió a Henslow durante el viaje en el Beagle, confesaba: «Una gran fuente de duda es mi total ignorancia respecto a si anoto los hechos que conviene y si son lo suficientemente importantes como para interesar a los demás». Sus trabajos progresaban de forma pausada, pero la publicación de su teoría pronto se convertiría en una urgencia. En 1858, cuando Darwin tenía cuarenta y nueve años, aparece publicado un artículo titulado Sobre la ley que ha regulado la aparición de nuevas especies, firmado por Alfred Rusell Wallace, un joven naturalista autodidacta de procedencia modesta, aunque muy bien considerado entre los círculos científicos de la época, que se encontraba en una expedición en la isla de Borneo. Los principios biológicos utilizados por Wallace eran similares a los que Darwin manejaba en la formulación de su teoría, lo que provocó la preocupación de sus amigos y sobre todo de Lyell, principal promotor del trabajo de Charles. Tres años más tarde, este recibió una carta de Rusell Wallace que contenía un ensayo denominado Sobre las tendencias de las variedades a alejarse ilimitadamente del tipo original. En la carta no solo se pedía la opinión de Darwin sino también que se lo entregase a Lyell con el mismo objetivo. Charles no daba crédito a lo que leía. El ensayo de Wallace se basaba en un planteamiento exactamente igual al suyo. A partir del aislamiento geográfico de un grupo de animales que suponía un nuevo hábitat para ellos, se proponía un proceso de adaptación al medio de la misma forma en la que Darwin entendía la selección natural, señalando que esta podría producirse igualmente a lo largo del tiempo como respuesta a leves variaciones medioambientales en una misma zona y con respecto a un mismo grupo de individuos. La situación, como se puede apreciar, era delicada. Darwin llevaba más de dos décadas trabajando y madurando su idea de evolución, pero Wallace tenía todo el derecho a que su trabajo también fuese reconocido.
Estando seguro de cuál era la decisión correcta, Charles remitió el ensayo a Lyell y posteriormente le escribió buscando consejo. En julio de ese mismo año, por mediación del propio Lyell y con ayuda de Hooker, se alcanzó la solución al problema. Alfred Newton leyó el ensayo de Wallace ante la Linnean Society de Londres, mostrando además el esquema que Darwin había elaborado de su teoría en 1844 y la carta que años después envió a Asa Gray explicándole sus ideas y la intención de publicarlas. De esta forma, el trabajo de Wallace quedaba a salvo, pero la originalidad de las ideas de Darwin, en las que llevaba trabajando desde que se bajó del Beagle, quedaba fuera de toda duda. A partir de ese momento, Charles se dio cuenta de la necesidad de publicar su obra cuanto antes y comenzó a trabajar en su finalización como nunca lo había hecho. Apenas un año más tarde, y después de reelaborar todo el proyecto, el texto definitivo estaba por fin listo para su publicación. Había terminado la obra clave de la biología evolutiva.
(Continúa aquí)
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