Viene de «Benetiana: obra y figura de Juan Benet (1)»
Las compartimentaciones en la obra de todo autor son, en el fondo, caprichosas, pero las tres siguientes novelas de Juan Benet —Una meditación (1969), Un viaje de invierno (1972) y La otra casa de Mazón (1973)— pueden agruparse en lo que vendría a ser un «ciclo hermético» dentro del corpus regionato. Obras en las que se acentúa la opacidad de la escritura benetiana a la vez que se profundiza en el laberinto de obsesiones planteado en la inaugural novela Volverás a Región: desesperación, angustia, ruina, fatalidad, hastío y el destino vivido como una maldición ineluctable.
Por eso son tres novelas que, en alguna medida, constituyen la cima más alta de la obra de Benet, en tanto que apuntan directamente a lo más hondo de su universo de preocupaciones. Una meditación, que consta de un único párrafo sin puntos y aparte, volatiliza por entero la trama novelesca, reducida a las reflexiones de un narrador sin nombre que evoca una serie caótica de episodios; una retahíla que el lector difícilmente podrá ordenar en la tupida red de personajes y familias regionatas que desfilan por el recuerdo. Pero reconstruir la trama no es el sentido de la novela. El sentido consiste en «ver el paso», como dijo una vez Javier Marías de la prosa de su maestro, en leer, maravillarse y seguir leyendo. Algo que nunca fue tan cierto como en Una meditación. Una novela sin argumento que puede interpretarse como la reconstrucción del modo en que la conciencia rescata la experiencia vivida a través de la memoria, y por ello es posiblemente la narración benetiana que presenta un nexo más evidente con la obra de Proust y las teorías del filósofo Henri Bergson sobre la percepción subjetiva del tiempo. La tensión entre el «tiempo destructor» y la memoria es el tema subyacente de Una meditación: «la memoria puede cobijar y atesorar todo lo que en su día tuvo la consistencia necesaria para dejar un rastro indeleble». El ejercicio de la memoria es la necesidad de saber lo que fue «para vencer el dolor que produce lo que es». Pero una «zona de penumbra» rodea el recuerdo. Para la memoria no hay solución de continuidad, sino que devora lo sucedido y lo convierte «en una serie de fragmentos dispersos» e «imágenes rotas», como el eliotiano «puñado de imágenes rotas» con el que, en La tierra baldía, el poeta angloamericano había definido el signo de la época contemporánea. Unos recuerdos, no obstante, que desde el punto de vista estético el lector deberá degustar como «fragmentos» autosuficientes o «estampas», diciéndolo con términos típicos de Benet; de ahí la ausencia de argumento discernible en el relato. La concesión del entonces muy prestigioso premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral hizo de Una meditación un extraordinario succès d’estime y rápidamente la novela se convirtió en un hito de la historia contemporánea de la literatura española, un éxito que a su vez haría de su autor un referente ineludible del panorama cultural de nuestro país en las últimas décadas del siglo XX, y a cuyo mástil unirían su bandera muchos de los talentos más brillantes de la siguiente generación de escritores: los Marías, Azúa, Molina Foix, Guelbenzu, Gimferrer…
Un viaje de invierno ahonda en el uso de motivos de la mitología clásica, ensayado ya anteriormente con el personaje de Numa. Tanto Ricardo Gullón como Félix de Azúa señalaron tempranamente el sustrato que el mito de Démeter, aguardando el regreso de su hija Perséfone del Tártaro, proporciona a la historia de Demetria y su hija Coré. El argumento puede resumirse en la espera en balde de Demetria, que anualmente escribe invitaciones para una fiesta en honor de su hija. Demetria, solitaria y altiva, deambula por una casa silenciosa llevando a cabo su particular ritual de la desolación: «Toda soledad es en el fondo dual, requiere un diálogo y elabora esa fantasmal compañía que define los límites superiores del yo». A este hilo narrativo principal se añade la extraña peripecia de Arturo Bremont, el criado, que debe remontar el curso del río Torce para alcanzar los límites de la población cercana de Mantua. Y la presencia de Amat, un personaje fantasmagórico, de quien no sabemos si pertenece a un pasado perdido o a un futuro hipotético, y con el que Demetria parece mantener (haber mantenido o ir a mantener) una enigmática relación sentimental —descrita alternativamente como un «deseo discontinuo» y un «mal nostálgico»—, y sobre la que se cierne la posibilidad de un desdichado matrimonio seguido, inevitablemente, por la ruptura y el abandono. Historias que se mezclan con la de un innominado profesor de música que recorre las estaciones principales de Europa Central en una singular peregrinación que lo dejará abatido y defraudado, y que regresa a Región al no encontrar la sabiduría que perseguía, o su destino quizás, sobreponerse a su miedo al triunfo y al desprecio de sus compatriotas, o a su vida subterránea y rutinaria (la historia es oscura en este punto, como en tantos otros).
La novela debe su título a «Die Winterreise», colección de canciones compuestas por Franz Schubert y el poeta Wilhelm Müller. Más allá de paralelismos estructurales entre una obra y otra, es posible hallar una afinidad temática entre la narración benetiana y las composiciones de Schubert: ambas tratan de un amor frustrado, no correspondido y sin consumación. A semejanza de la novela de Benet, los lieder (canciones líricas de la tradición germana) no siguen una línea dramática sino que reflejan las reflexiones e impresiones de un hombre abandonado por la muchacha a la que amaba, mientras pasea en soledad durante el invierno: aislamiento, oscuridad y frío son motivos recurrentes en ambas obras. Como la espera baldía del final de un invierno que en Región nunca termina. La novela viene además acompañada de notas al pie y comentarios en los márgenes que tan pronto precisan como contradicen el sentido que transmite el cuerpo principal del texto; así ninguna interpretación, ni la mitológica ni la lectura a partir de la pieza musical, esclarece la ambigüedad del relato. Ya lo señaló Félix de Azúa en una reseña contemporánea del libro: «el texto principal se plantea como un mosaico de tentaciones para la interpretación».
La otra casa de Mazón es una de las obras menos celebradas y comentadas de entre el conjunto de novelas mayores de Benet, pero merece la pena detenerse en ella. Escrita al hilo de la faulkneriana Réquiem por una monja, la novela intercala una pieza teatral descrita como «drama», que en principio transcurre en el otoño de 1954, pero cuya ubicación temporal es en realidad difícil de precisar, con capítulos narrativos que cuentan elípticamente la historia de la familia Mazón y desgranan su genealogía, una estirpe venida a menos de la comarca regionata. Estos fragmentos interrumpen el relato principal y desentrañan los secretos de la familia tanto como arrojan más sombras ellos: se vislumbra una siniestra historia de incesto y violación, una delación cometida probablemente durante la guerra civil, la traición de un fugitivo moribundo cuya presencia podía resultar incriminatoria, tal vez un pariente fugado de la republicana Región. Tres personajes dominan la acción teatral: Cristino Mazón, un señorito rencoroso que encuentra en la ruina su razón de ser —«La casa es mía. No porque me apropiara de ella, sino por haber renunciado a todo lo demás»—; Eugenia, la criada, que lo soporta con una mezcla de resignación y desdén; y el Rey, personaje deliberada y cómicamente simbólico, tocado con una corona de latón, que se incorpora a este dúo de viejos gruñones. El monarca es un fantasma traído a la memoria pero que dialoga con los vivos con prolijidad y desenvoltura. «¿Acaso no representa la tradición? Las costumbres más sagradas, un pasado glorioso», dice de él Cristino. En las intervenciones del tragicómico monarca Benet da rienda suelta al humor, una veta bastante frecuente en su obra pero no lo bastante apreciada por la crítica, y que aquí utiliza con eficacia. El Rey se queja por «haber muerto de una forma tan perra», atravesado por flechas y arrojado al río. Me mataron como a un conejo, se lamenta su Alteza. «¿Por qué no se calla usted, rey de la mierda?», responde mal hablada Eugenia. Benet no se resiste a parodiar la dicción del teatro de costumbres (el «verbo ramplón» de Benavente, como decía con malicia) y hace hablar al Rey como si fuera una portera chismosa: «Eso no lo sabía yo: a ver, cuenta, cuenta, pormenores…». Lo mismo que Cristino, ese otro rey del rencor y de la nada, que, como buen español, lo que más desea es saberse envidiado: «La envidia, Eugenia, la envidia», son sus palabras finales, con las que concluye la obra. Pero lo humorístico no esconde la gravedad del fondo: una presencia ominosa parece cernirse sobre los moradores de la casa, tanto los vivos como los no-muertos, e infundirles a ambos igual pavor. La entrada de esos otros espectros (tal vez el Numa) queda fuera de lo narrado. Es el final que esperan con zozobra, y lo que quizás teman más que a los espectros vengadores es que su propio resentimiento acabe definitivamente con ellos. Como ese Rey humillado, asesinado por los moros, y sobre el que se proyectan todas las derrotas del país, desde la reconquista a la guerra civil, pasando por la guerra de Marruecos y las guerras carlistas.
La historia de la ruina española y la insinuación del conflicto cainita de La otra casa de Mazón anticipan temáticamente su siguiente obra mayor, la que le llevó siete largos años de trabajo, Saúl ante Samuel, y que se publicó finalmente en 1980. De acuerdo con la opinión del mismo Benet esa era la más personal de sus novelas, en la que condensaba su visión sobre la historia de España y su futuro, sobre la ruina, sobre la «constitución de lo español». La narración gira una vez más alrededor de los sucesos de la guerra civil. La alusión bíblica del título es misteriosa y hace referencia a la historia de Saúl, primer rey de los judíos, que fue uncido por el profeta Samuel, pero que al desobedecer a Dios fue castigado por este y derrotado por los filisteos. Benet nunca estableció cuál era exactamente el significado de este título, sino que, fiel a sus principios, declaró que la novela no estaba hecha con un «programa en la mano». En un texto recorrido por las alusiones a diversos episodios del Antiguo y el Nuevo Testamento, el sustrato de la historia de Saúl y Samuel se superpone al de la relación fratricida de Caín y Abel. La ausencia de nombres en los personajes principales contribuye a reforzar lo arquetípico de sus naturalezas y conductas. Según Benet, los caracteres y la historia fueron esquematizados y reducidos a conciencia para ofrecer «exclusivamente sustancia literaria».
El centro oculto de la novela lo proporciona la traición del menor de los dos hermanos al primogénito durante los días de la guerra; una muerte tramada entre el benjamín y la mujer del hermano mayor, que mantenían una relación adúltera. El regreso del hermano menor a Región tras cuarenta años de exilio es el acontecimiento que el primo Simón aguarda desde su retiro en la casa familiar (habitual metáfora benetiana para simbolizar la memoria del pasado y que remite a Volverás a Región, como el motivo de la espera interminable enlaza con Un viaje de invierno) y justifica la referencia al bíblico Samuel del título. En opinión del crítico Gonzalo Sobejano, el hermano más joven debe identificarse con Saúl, rey temerario, desobediente y belicoso; mientras que el primo Simón personifica al profeta Samuel, contemplativo y meditabundo. Saúl es evidentemente también Caín. Pero en las resonancias simbólicas de la novela no hay identificación simple con el mito de Caín y Abel. El hermano mayor, lejos de la mansedumbre asociada a la figura de Abel, compite con el pequeño en ambición, y según rememora Simón, violó en su mocedad a una joven campesina, un hecho brutal que conmocionó al menor de los hermanos y en el que puede situarse el origen de la enemistad fraterna. Los hermanos se encuentran durante la guerra en bandos enfrentados, pero se colige que las pasiones y la voluntad de dominación han sido los desencadenantes de la lucha, entre los dos hermanos y también entre las dos facciones. En efecto, el hermano mayor, cabecilla en el bando sublevado, describe el conflicto ideológico como el combate entre «dos falsedades» o dos «medias verdades». El juicio de Saúl por Samuel nunca llega a celebrarse, como Benet parece querer suspender el juicio del lector, haciéndolo asistir a los hechos y rehuyendo la tentación de una simplificación maniquea que proporcione respuestas fáciles. A ello contribuye el juego de perspectivas, que debe algo al de El ruido y la furia, en el que varios personajes fijan su mirada en un mismo punto o acontecimiento del pasado, para suministrar diferentes versiones del mismo. Aquí el narrador monolítico típico de las novelas regionatas —omnisciente pero oscuro, que su autor llamó «narrador absoluto», y que quería inspirado en la voz narrativa del Antiguo Testamento—, se combina con la focalización en el punto de vista del primo Simón-Samuel y el de la abuela-sibila, autoridad silenciosa de la familia y observadora de las tragedias de sus vástagos.
En Saúl ante Samuel se concedía un mayor protagonismo a las escenas militares, prefigurando así el proyecto de Herrumbrosas lanzas (1983-1986), centrado en las operaciones bélicas en Región: ahí se narran los intentos republicanos por mantener su plaza fuerte en la capital de la comarca y tomar la vecina población de Macerta, sublevada y sumada al alzamiento nacional franquista. La novela se publicó por entregas y estaba divida en «libros» (de hecho, el anticipado cuarto volumen nunca vio la luz, quizás debido a una resonancia comercial menor de la esperada o tal vez al cansancio de Benet; su último libro publicado en vida sería un encargo de la editorial Planeta, una novela histórica basada en la biografía de Martín Lutero, El caballero de Sajonia, que vio la luz en 1991), algo que ha llevado a Francisco Rico a sostener que este nuevo relato estaba escrito bajo el signo de la épica y que seguía las pautas de las epopeyas tradicionales, de la Ilíada a la Chanson de Roland. Al tono épico también contribuyó la imitación consciente esta vez del estilo de la crónica y el relato historiográfico; pero tanto en la descripción de las maniobras tácticas como en la historia del comandante republicano Eugenio Mazón y su familia (que ocupa todo el segundo volumen), se percibe un intento de acercamiento a un tipo de narración realista de tintes más convencionales. Este Benet tardío contrasta con el Benet de más ardua lectura de los años sesenta y setenta, y es indicativo de la transparencia que es verosímil aventurar que hubiera ido adquiriendo su escritura de haberse concretado la clase de acercamiento a la narración novelesca al que Herrumbrosas lanzas parece señalar. No obstante, la temprana muerte del autor, el 5 de enero de 1993, impidió que cuajase esta nueva dirección.
En 2023, se cumplirán tres decenios justos del fallecimiento de Juan Benet, a la edad de sesenta y cinco años, debido a un fulminante cáncer que acabó con su vida a los pocos meses de haberle sido diagnosticado. Valgan estas líneas como modesto homenaje al creador del universo de Región, y recordatorio de las inmensas virtudes literarias que contienen las obras mayores de su producción novelesca.
Oportuno y muy de agradecer este largo artículo de José Antonio Vila, cierre de honor a un año más pródigo de lo habitual en acontecimientos benetianos: la edición en ebook de La inspiración y el estilo y su presentación en Fundación Telefónica, el libro Regiones Imaginarias, el Congreso Internacional «La excritura de Juan Benet» en el Centro Internacional Antonio Machado https://ciantoniomachado.com/es/eventos/la-excritura-de-juan-benet/, cuyas interesantes ponencias estarán recogidas en un próximo libro, la reedición en Suhrkamp (ebook) de Herrumbrosas lanzas. Marías lo recordaba (solía hacerlo) en uno de sus últimos dominicales por echar en falta el juicio de Benet sobre la guerra de Ucrania. Todo ello en vísperas de su 30 aniversario. El centenario se acerca y para entonces cabe esperar muchas buenas cosas, la Biblioteca Nacional entre ellas.
Estupenda síntesis de la obra de Benet, un autor en la penumbra de nuestras letras, como no podía ser de otro modo, que siempre imantará a lectores y escritores cuya idea de la literatura trascienda el mero entretenimiento y lo trillado; un escritor de verdad único.