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Benetiana: obra y figura de Juan Benet (1)

Juan Benet. (DP)
Juan Benet. (DP)

Juan Benet es siempre un hueso duro de roer, y de vender. Es innegable que el novelista madrileño no es un autor fácil, que gustase de hacer concesiones al lector común, y por eso la fama de «escritor para escritores» lo persiguió durante toda su vida. El propio Benet bromeaba diciendo de sí mismo que era uno de los mayores worst sellers que había en nuestro país, y que él era un simple «escritor de domingos» que por suerte se ganaba la vida con su oficio de ingeniero de caminos.

Bromas aparte, esa reputación de autor exigente y difícil sin duda contribuyó también a su prestigio, que primero hizo de él un escritor de culto en los años setenta y después, gracias a sus colaboraciones en el diario El País a partir de los ochenta, lo acercaron a un público más amplio que se sentía atraído por el aura de autoridad literaria que rodeaba su figura. Pero, de igual forma, esa reputación, esa aura, han condicionado el acercamiento a su obra. Porque no hay nada más peligroso en el mundo de la literatura que el temor reverencial ante la obra de calidad. Ya que lo que esta pide es ser leída antes que admirada. Y no pasar a engrosar la triste categoría de lo que en inglés se denominan great unread books

En la actualidad no es tan sencillo como debiera procurarse algún ejemplar de los libros de Benet, la mayoría de ellos fueron reeditados hace años por el sello debolsillo, pero ahora, por lo visto, vuelven a encontrarse en una especie de limbo editorial, y solo quedan en las librerías los supervivientes de aquellas tiradas de hace más de una década. Desconozco si esta desdichada situación se debe a que los herederos de los derechos de autor de la obra benetiana no se ponen de acuerdo entre ellos o a alguna otra razón, comercial o de otra índole, que asimismo ignoro. Aunque, por desgracia, Juan Benet no siempre ha tenido en España el reconocimiento público que sería de justicia a un autor de su relevancia, creo que, desde su muerte, en 1993, la estima por sus libros y su figura no ha dejado de crecer en el medio literario y entre los lectores valientes, aquellos que no temen sumergirse en un libro que presente ciertas dificultades de lectura y requiera de un esfuerzo de atención adicional siempre que la obra ofrezca a cambio genuinas satisfacciones literarias. 

Hace pocos años la Biblioteca Nacional adquirió, por fin, su biblioteca y colección personal, que incluye manuscritos, ediciones originales mecanografiadas, su correspondencia con autores como Vicente Aleixandre o Josefina Aldecoa (Galaxia Gutenberg ya publicó en 2011 el interesantísimo diálogo epistolar que Benet mantuvo durante décadas con la escritora salmantina Carmen Martín Gaite), y su archivo especializado sobre la guerra civil, el conflicto que marcó su vida entera y sobre el que volvió una y otra vez a lo largo de toda su obra: porque el padre del escritor fue asesinado al comienzo de la contienda por una banda de anarquistas que lo sacaron de casa y lo dejaron fusilado en una cuneta, y por eso la experiencia de ese cruel sinsentido que le tocó vivir en la infancia es uno de los ejes ordenadores de su narrativa. Que una institución del Estado se haya avenido a considerar el legado de Juan Benet como parte del patrimonio nacional es un acontecimiento feliz que sus admiradores no podemos dejar de celebrar. No en balde, Benet es para numerosos críticos e historiadores de la literatura española el escritor más importante de la segunda mitad del siglo XX en nuestro país. Su prosa ha sido una de las más fecundas que han conocido las letras hispánicas y su mundo novelístico uno de los más ricos y vibrantes: el universo mítico de Región, que desde el inicio fue concebido como una metáfora de España y sus conflictos. Benet es de esa clase de autores que marcan de por vida a quienes los leen. No sorprende así que el autor de Volverás a Región haya tenido, y siga teniendo, algunos de los mejores lectores con los que podría soñar cualquier escritor. Y las huellas de su influjo se perciben en no pocos de nuestros mayores autores contemporáneos, escritores tan dispares como Javier Marías, Félix de Azúa, Eduardo Mendoza, Enrique Vila-Matas o Juan José Millás

En el imaginario narrativo de Benet hay un núcleo temático y unos motivos y figuras recurrentes que se encuentran ya en sus primeras tentativas juveniles. Las que conocemos, sobre todo, por su teatro, que compiló la editorial Siglo XXI en un único volumen en 2010, y, gracias al buen hacer del editor Mauricio Jalón, también a El amanecer podrido, aparecido en 2020, un libro donde se daban a conocer, con casi setenta años de retraso, los famosos relatos escritos a cuatro manos con el malogrado Luis Martín Santos, que dio a la imprenta la magistral novela Tiempo de silencio y después falleció prematuramente en accidente de tráfico. De aquellos cuentos y narraciones breves que escribieron juntos los dos autores en su juventud se tenía noticia desde hacía más de cincuenta años, pero por distintas razones nunca se habían publicado. Podemos conjeturar que esos mismos motivos, temas y figuras se hallaban presentes en la novela inédita El guarda, el seminal relato que serviría de base para Volverás a Región, una novela que, aunque pasó desapercibida en el momento de su publicación original a comienzos de 1968, sería el mojón novelesco sobre el que se cimienta el universo literario de Juan Benet. Un ciclo narrativo que abarca más de veinticinco años y que tuvo como tema central la guerra civil de 1936-1939 y sus consecuencias. 

Benet se forjó como hombre de letras en las tertulias madrileñas del café Lyon y el Gambrinus cuando era un joven que cursaba estudios de ingeniería y compartía inquietudes y lecturas con otros jóvenes que se iban a revelar talentos mayores de la literatura española contemporánea: gentes como el ya citado Luis Martín Santos (a Benet y Martín Santos los unió una peculiar relación donde se mezclaba la amistad y la rivalidad), Josefina e Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite, Alfonso Sastre, o Medardo Fraile. En la atmósfera desoladora y opresiva de la posguerra, todos ellos eran muchachos que leían cuanto cayera en sus manos escrito por Faulkner, Kafka, Proust, Sartre, Malraux, Thomas Mann, Graham Greene o Heidegger. Los héroes de la intelectualidad europea de entonces que, desde la gris España de Franco, se veían casi como seres quiméricos que pertenecían a otro universo.

Aunque la singularidad de su obra le hace ocupar un lugar diferenciado dentro de ese grupo de aspirantes a literatos, que, al menos en sus primeros momentos, se caracterizó por hacer suyos los postulados del llamado «realismo crítico» y el engagement sartreano, y a los que Benet se opondría después con vehemencia, lo cierto es que en sus inicios formó parte de aquel entorno de jóvenes talentos que se dieron cita en la efímera pero importante publicación Revista Española, y que fueron apadrinados por Antonio Rodríguez Moniño, intelectual y bibliófilo republicano represaliado por la dictadura franquista y futuro fundador de la editorial Castalia. Esos contactos serían parte determinante del sustrato en el que fermentó la vocación de escritor de Juan Benet. Además, fue en Revista Española donde publicó, en 1953, su primera obra, la pieza teatral Max, un texto curioso, compuesto de un solo acto, y que guarda alguna similitud con el estilo de Samuel Beckett.

Siendo jovencísimo, había asimismo frecuentado las tertulias que Pío Baroja celebraba en su domicilio, y de quien admiró sobre todo la fidelidad inquebrantable a unos principios estéticos y el fondo de escepticismo de su carácter. Del escritor vasco Benet dejó un afectuoso retrato en «Barojiana», uno de sus escritos memorialísticos más conocidos y elogiados, y que después recogió en su libro Otoño en Madrid hacia 1950, un hermoso volumen dedicado a sus recuerdos del medio siglo en la capital madrileña. Baroja admiró a los grandes de la novela decimonónica (para él, nos cuenta Benet, no había más santísima trinidad que Dickens, Balzac y Dostoievsky) con una admiración deslumbrada similar a la que Juan Benet experimentó por el norteamericano William Faulkner, al que consideraba el más excelso escritor que había dado el siglo XX. De otra parte, también destacó a Baroja como al único novelista español moderno, perteneciente a una generación anterior a la suya, cuya obra estimaba.

De la misma manera se remonta a esos tiempos de estudiante la pertenencia de Benet a la informal y humorística Orden de Caballeros de Don Juan Tenorio, un grupo con cierto gusto por las veladas jolgoriosas y la vida bohemia y a través del cual trabó relación con personalidades de la cultura madrileña y del mundo del espectáculo: Pepín Bello (memoria viva de la generación del 27 y que tenía a Juan Benet por el hombre más inteligente al que había conocido en su vida, y eso lo afirmaba alguien que se hartó de conocer a hombres inteligentes y talentosos…), Fernando Chueca, Paulino Garagorri, Julián Marías, o el torero Domingo Dominguín

Otra de las figuras decisivas en su maduración intelectual será Dionisio Ridruejo, antiguo falangista y temprano disidente del régimen franquista, del que fue gran amigo e íntimo colaborador, y que le ayudó a publicar Volverás a Región, gracias al ascendente que tenía sobre Josep Vergés, el editor de Destino. Porque a pesar de su rechazo al realismo comprometido en literatura, Benet estuvo sin duda políticamente comprometido con la democracia en su vida civil, y militó en la oposición a la dictadura como miembro del partido clandestino que Ridruejo encabezaba: Partido Social de Acción Democrática, que quiso aglutinar a la oposición no comunista al franquismo. Aunque se separó del partido hacia 1970, Benet mantuvo los lazos de amistad con los miembros del grupo, y dedicó varios textos a recordar la elogiada figura de Dioniso Ridruejo, en especial, en el discurso que pronunció con motivo de la presentación, póstuma, del libro Casi unas memorias del propio Ridruejo en 1976, que había muerto a causa de sus problemas crónicos de corazón apenas unos meses antes de que lo hiciera el dictador. Benet dejó una reflexión sobre el periodo de la transición a la democracia en España que bien vale para cualquier época: «en la política hay que meterse en la hora amarga y para perder; para ganar siempre sobra gente». 

Estando alejado de los medios literarios madrileños y barceloneses debido a su trabajo de ingeniero en la comarca leonesa de El Bierzo, Benet publicó su primer libro en 1961: la recopilación de relatos Nunca llegarás a nada, cuya edición costeó él mismo y que a pesar de su indudable calidad pasó sin pena ni gloria. En el cuento «Baalbec, una mancha» aparecía por primera vez dibujada la imaginaria comarca de Región, el siniestro paraje en el que se desarrolla la práctica totalidad de la narrativa benetiana. La seguridad en sí mismo lo condujo a explicar los postulados teóricos sobre los que iba a edificar su mundo novelesco a partir de entonces. Lo hizo en el trascendental ensayo La inspiración y el estilo, que publicó la editorial de Revista de Occidente en 1966. Ahí planteaba ya el mapa entero de lo que serían los presupuestos formales y temáticos que iban a constituir su imaginario narrativo: la apuesta por una literatura consciente de su altura estilística y de su exigencia sintáctica; la defensa del grand style, el estilo noble y elevado, como condición imprescindible para alcanzar la privativa esencia de la literatura (aunque Benet siempre abominó de los académicos y «textólogos», como los designaba con desdén, se refería sin nombrarlo a eso a lo que los estudiosos acostumbran a llamar «literariedad», es decir, la particularidad diferencial de un texto literario frente a cualquier otro tipo de texto); la actitud despectiva para con las estéticas realistas y costumbristas, que comparaba a la «entrada en la taberna» de la literatura; el rechazo a convertir la novela en vehículo de mensajes ideológicos, de la orientación política que fueran, pues, de lo contrario, la obra literaria quedará marcada por el signo de la caducidad; por último, la condición humana como misterio en tensión entre los polos de la razón y la irracionalidad, una esfera que la literatura debe investigar sin ser capaz de llegar a esclarecer jamás, y que conduce a una idea motriz en todas las novelas de Juan Benet: que la conducta humana es en el fondo siempre irracional e incomprensible, y, por lo tanto, impermeable a las luces de la razón. 

Pese a toda su parcialidad y exagerados juicios categóricos, La inspiración y el estilo sigue siendo uno de los más importantes y originales ensayos sobre el quehacer literario y la estética de la novela que se han escrito en España. Hace algún tiempo, Javier Marías comentaba que su lectura había representado para él en su juventud una revelación comparable a la que pudo suponer la de Mímesis, el gran estudio sobre el género novelesco del erudito y teórico Eric Auerbach. Tal vez la lección más fecunda que Marías aprendió de aquella lectura fuese la de la dialéctica entre estilo e inspiración que analiza Juan Benet en su ensayo, una tensa relación de tira y afloja en la cual el estilo se presenta como condición de posibilidad de la inspiración —«el estado de gracia»—, que es lo único que permite la verdadera escritura literaria.   

En Volverás a Región se revisaba el pasado próximo histórico y se examinaban las brechas abiertas en las vidas de los españoles por la guerra civil. Desde el punto de vista estético la novela suponía la ejemplificación pragmática del ideario literario por el que Benet había abogado en La inspiración y el estilo. De este modo el libro respondía así también a la conciencia del agotamiento de la estética realista (la famosa «pesadilla estética» a la que aludía por aquellos mismos años Manuel Vázquez Montalbán) en la cultura literaria de lo que será el periodo final del franquismo. Si bien en Volverás a Región el estilo y la aventura lingüística y sintáctica adquieren predominancia sobre la intriga y la peripecia, el cañamazo argumental de la novela lo proporciona el retorno de María «Marré» Gamallo y su encuentro con el doctor Daniel Sebastián. La mujer, hija del coronel sublevado que acabó con la resistencia republicana en Región durante la guerra civil, regresa, muchos años después, a la pequeña y ruinosa población llevada por el recuerdo de Luis Timoner, ahijado del doctor y capitán de la defensa fiel a la República, con quien mantuvo un breve pero torrencial romance durante los días de la contienda. En la apartada y sórdida clínica del doctor Sebastián ambos dialogan en lo que parece una noche interminable. E

ste diálogo, en el que se mezclan la voz del narrador con la de Marré y el doctor, es el entramado sobre el que el estilo de Benet —elástico pero firme, alambicado y a la vez preciso— reconstruye los hilos de la historia, mientras convoca los fantasmas del pasado y edifica el universo y la topografía de Región, protagonista latente de la narrativa benetiana, y que atestigua tanto la influencia literaria del brasileño Euclides da Cunha, con la grandeza topográfica de su novela Los sertones, como el detallismo del imaginario condado de Yoknapatawha de las obras de Faulkner, amén de la circunstancia biográfica de la residencia del autor en los parajes de la montaña leonesa, donde desempeñó su profesión de ingeniero por espacio de un decenio.

El recuerdo de la guerra civil, cuya sombra planea sobre el territorio regionato como una pesadilla sin fin, ha propiciado interpretaciones de la novela en clave de revisión del pasado histórico, comenzando por la inaugural lectura del crítico Ricardo Gullón —«Una región laberíntica que bien pudiera llamarse España»— hasta la de hispanistas eminentes como David K. Herzberger, que han visto en el discurso novelesco de Benet un relato armado a contrapelo de la historiografía franquista y su propaganda triunfalista y nacionalista. Siendo esto cierto, la novela, sin embargo, trasciende lo que podría ser una interpretación reductora al ámbito político o metahistoriográfico. Los cabos sueltos de la trama, las incoherencias cronológicas de la historia, la identidad nebulosa de ciertos personajes, y otros enigmas sin esclarecer, desbordan el estrecho ámbito de la alegoría antifranquista y ubican al lector en el terreno de lo simbólico —el propio Benet señaló la diferencia entre «alegoría» y «simbolismo» a propósito de la obra de Herman Melville, el autor de Moby Dick. Volverás a Región, como el resto de novelas de la saga, consiente una lectura en clave mítica donde los personajes, como espectros, hablan desde un más-allá-narrativo. Ya les ha pasado todo: Región es un inframundo del que no pueden escapar. Es un cliché citarlo, pero conviene repetir el juicio de Félix de Azúa: los habitantes de Región son entes que, de algún modo, han sobrevivido a su propia destrucción. Como afirma el doctor Sebastián en la novela: «El presente ya pasó y todo lo que nos queda es lo que un día no pasó; el pasado tampoco es lo que fue, sino lo que no fue; sólo el futuro, lo que nos queda, es lo que ya ha sido».

El tapiz moral sobre el que reposa el universo regionato es uno de fracaso y desolación: la experiencia del sinsentido que caracteriza al sujeto (español o no) de la edad contemporánea. En Región el tiempo es «un interminable movimiento circular». El silencio que, al final de la novela, impone al amanecer el disparo del Numa, el tenebroso guardián de los límites de Región, como el cancerbero que custodia las puertas del averno. Un personaje salido directamente de las páginas de La rama dorada, el célebre estudio sobre magia y religión del antropólogo James George Frazer, donde vinculaba las prácticas mágicas a los albores de la ciencia y la religión y a aquello que se denomina pensamiento mágico: un sistema de creencias refractario a la relación lógica de causa-efecto. El disparo del Numa es, por supuesto, el silencio que Franco impone sobre España, pero también la cerrazón del tiempo cíclico de Región. La «malevolencia de un tiempo como el viento», según la magistral definición de Ferlosio. Así, la novela consigue elevarse por encima del nivel de una burda y simplista alegoría antifranquista y situarse en el plano del simbolismo mítico: es el retrato de una tierra gastada y condenada, que solo puede ofrecer a sus habitantes un porvenir de decadencia y muerte. 

(Continúa aquí)

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5 Comments

  1. MacNaughton

    El gran modernista español del siglo XX en prosa, ¿no?

    Muy posiblemente, el mejor prosista español de todos los tiempos, desde luego, uno de ellos.
    Que nace a destiempo un poco, porque la Generación de 27 (la Generacion de la República se dice tambien) era una generación de poetas, pero no de prosistas… Renovaron la poesía, si pero Benet es la modernidad en prosa, y llega un poco tarde… una generacion más tarde que los del 27….

    Y sobre todo, la terrible calamidad de la guerra civil, la muy mala suerte que le toca a Benet y a su generacion: ¿Que hubiese escrito Juan Benet sin la guerra civil por medio? ¿Por qué cauces y caminos hubiese discurrido esa prosa tan rutilante, tan certera, tan aguda, si no hubiese tenido la maldita guerra civil en la cabeza todos los días ? Porque olvidarse de aquella era imposible.

    Como apunta Ian Gibson en otro espacio hoy, estamos todavía con cosas muy básicas de la guerra civil como las fosas de Franco, con una derecha fuera del marco internacional pos 45 todavía, que impide que el país avance… lo cual es tan delirante como desesperante…

    No creo que hayamos empezado a calcular la enorme perdida cultural, intelectual, espiritual que supone la guerra civil todavía… no solo para España, sino para toda Europa: un desastre total….

    Benet es em Modernismo español en prosa, y hay que defenderle como tal, igual que se defiende a Joyce y a Faulkner… sin ninguna concesión al «mercado» o la «dificultad» o estas idioteces que se dicen…

  2. fernando Rodriguez-Triana Gonzalez

    Excelente artículo. Mi enhorabuena

  3. Ramón Benet Jordana

    Un nuevo contrato de edición suscrito en 2022 entre la sucesión de Juan Benet y el sello editorial que se menciona en el artículo pondrá fin a la «desdichada situación» de desabastecimiento de sus títulos en las librerías que el articulista dice haber detectado. Entre contrato y contrato media un lapso de tiempo de siete años durante los cuales la reimpresión de los textos cuando se agotan y su provisión en librerías es algo que escapa a nuestro control. Cuando un contrato vence los herederos negociamos y firmamos uno nuevo, para lo cual nunca ha habido desacuerdo entre nosotros, y llegado ese momento de nuevo revisamos minuciosamente los textos para restituirlos antes de darlos a la imprenta. No para ahí nuestra capacidad de acuerdo; en 2020 conciliamos voluntades Joan Tarrida, Mauricio Jalón, los hermanos Martín-Santos Laffon y los hermanos Benet Jordana para editar y publicar «El amanecer podrido» y años atrás, en 2011, hicimos otro tanto con Anita Martín Gaite para dar a conocer la correspondencia entre Calila y D.Juan. A mayor abundamiento, en 2018, «por fin», como dice el articulista, llegamos a un acuerdo con la Biblioteca Nacional para el depósito del Archivo Juan Benet, a iniciativa nuestra y tras más de 13 años de negociaciones directas entre ambas partes, algo que, a juicio del articulista supone «que una institución del Estado se haya avenido a considerar el legado de Juan Benet como parte del patrimonio nacional es un acontecimiento feliz que sus admiradores no podemos dejar de celebrar»; de manera que, estimado José Antonio, interpreto esta afirmación suya como un elogio inconsciente pero elogio al fin y al cabo de nuestra acrisolada capacidad de acuerdo, que contrarresta con creces esa torva mirada hacia los herederos de un escritor como figura perniciosa para su obra, que a tantas insinuaciones da lugar. Lo cual le agradezco tanto como su artículo y le animo a perseverar en su empeño.

    • José Luis Caballero Martínez

      Muchas gracias por su afortunada observación, eso despeja bastantes dudas. Es emocionante, además, imaginar que toco algo de Juan Benet respondiendo a un heredero tan cuidadoso con las palabras. De casta le viene al galgo, ánimo y muchas felicidades. Le confieso que haber leído Volverás a Región y Herrumbrosas lanzas, ha sido para mí un antes y un después tanto en mi concepción de la literatura a través de la lectura, como en su puesta en práctica al escribir una tesis doctoral, sin no pocos disgustos al indicarme mi director que debería de poner más puntos entre las subordinadas. Me resigné con alguna sonrisa pensando en Benet. Con Carlos Barral y Juan Goytisolo, siempre en el Olimpo.

  4. MacNaughton

    Muy respetuosamente, he de decir que estoy mas bien de acuerdo con el autor del articulo sobre la poca disponibilidad de la obra de Juan Benet en mi experiencia.

    De «La Inspiración y el Estilo», me tuve que hacer una copia de un ejemplar de la biblioteca publica para hacerme con ello, y los dos o tres ensayos sobre la guerra civil, también solo he podido acceder a ellos via la biblioteca publica.

    Hace poco, vi que la Fundación Telefonica ha sacado «La Inspiracion y el Estilo» como ebook en su pagina web, lo cual me parece, otra vez con el máximo respeto, un desperdicio total.

    «La Inspiración y el Estilo» es a mi juicio el mejor ensayo literario escrito en espanol del siglo XX tal vez. Merece una edición en papel, muy cuidado y con el apoyo de otros textos críticos / literarios para situarlo. Además de una traducción al inglés.

    Es en si mismo, un gran ejercicio de estilo, y una declaración de intenciones que solo puede interesar a los lectores de Juan Benet, una pieza fundamental para entender su obra, además de una historia portátil del estilo literario europeo. Que mas se quiere!!!

    Desconozco porque no fue incluido en «Ensayos de Incertidumbre» pero como no conozco el mundo editorial, ni me puedo hacer una idea.

    El caso de Sanchez Ferlioso no esta mucho mejor. Podemos hacernos con aquella edición demasiada cara de su ensayos, o pasárnoslo puñetas con una edición de bolsillo con una letra tan pequeña que apenas se puede leer…

    Luego se dice que no se les lee….

    Por ultimo, «La Inspiracion» es donde habría que empezar con la obra de J Benet mas bien que «Otoño en Madrid» como afirma el autor del artículo, por lo menos a mi juicio….

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