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Un rey armenio para Madrid (y 2)

Un rey armenio para Madrid 1

Viene de «Un rey armenio para Madrid (1)»

Tras la referida liberación, León V de Armenia, familia y séquito embarcaron echando virutas, no fuese el sultán a arrepentirse (que se arrepintió, pero tarde), y con Juan Dardel trazaron un plan de escalas que culminaría en Castilla, pero pasando por Jerusalén (donde su mujer e hija se retiraron a un monasterio y nunca las volvió a ver), Rodas, Venecia (donde pidió ayuda para sus parientes de Chipre, acosados por los genoveses), Padua, Verona y, desoyendo a cardenales y obispos, evita Roma y toma partido por el antipapa Clemente VII en Aviñón (quien nombra obispo a Dardel, pero de ayuda económica o material, nada…). De allí llega a Barcelona en marzo de 1383, atraviesa la Corona de Aragón, sin que el rey Pedro IV de Aragón muestre más generosidad que con el sultán, y llega a Badajoz el 15 de mayo, última parada, justísimo para la boda de Juan I de Castilla, su verdadero benefactor.

El encuentro está en las crónicas de López de Ayala, canciller de don Juan, y en la Crónica de Armenia de Dardel, ya canciller de León V. Fue en las afueras de Badajoz; salió Juan I con su séquito a recibirlo y León descabalgó al verlo, descubrió su cabeza y le hizo reverencia y honores de vasallaje, agradecido de deberle la libertad. Don Juan descabalgó también y, levantándole le abrazó, lo trató como a igual, le ofreció paños de oro y seda, joyas y vajillas de plata para que asistiese a su boda. En algún momento de esos días —quizá ya se lo habían adelantado a León por carta mientras avanzaba hacia Badajoz—, le concede los señoríos de Madrid, Villarreal (Ciudad Real) y Andújar «con todos sus pechos y derechos», más una generosa renta en metálico para que tuviese subsistencia de por vida a la altura de su rango. Esta fue la donación ratificada en las Cortes de Segovia entre ocho y seis meses después, momento en el que tenemos a los procuradores de estos tres señoríos tratando de encajar la noticia, en octubre. 

¿Cuáles fueron las motivaciones de Juan I para tanta generosidad con un extraño de tan lejano lugar? Los historiadores hilan varias. Por un lado, un rey religioso como Juan I, con frontera inestable permanente con el musulmán, comprendió y empatizó con las circunstancias trágicas y la valentía de León, en Armenia primero y El Cairo después. Además, Dardel había sido suficientemente persuasivo con la causa de León y Juan I, un rey de su tiempo, reunía ánimo generoso y afán de grandeza («a los reyes es dado fazer grandes mercedes […] porque serán por ello más loados […] e finquen siempre dellos remembranza al mundo»). Por otro lado, el rescate no era nada exorbitado y estaba más que a su alcance. Finalmente, algunas crónicas apuntan a que la verdadera petición de León V a Juan I era apoyo material y financiero para armar una nueva cruzada con la que recuperar su Pequeña Armenia en Cilicia, y esto sí que estaba fuera de las prioridades de don Juan, por lo que concederle tres señoríos de los muchos que tenía le parecería una salida digna para no comprometerse a más. 

Con lo que no contó Juan I es con que los madrileños liderasen, más que los de Andújar y Ciudad Real, toda la presión posible dentro de la lealtad para parar aquello ya ratificado en Segovia.

¿Por qué tardaron tanto las Cortes de Castilla en hacerlo efectivo? Porque don Juan tenía un lío considerable con la sublevación (esta no de cabildeo, sino armada) del conde de Gijón, su hermanastro, e invierte esos meses en sofocarla. Mientras, León V aprovechó el tiempo. Se ganó a la corte castellana enseguida, no solo por el aura exótica que imaginamos tendría, sino por su buen carácter y bonhomía. Dijo de él un religioso que el rey de Armenia «era de corta estatura, si bien reinando en ella la vivacidad y el ingenio, de perspicaz mirada, afabilísimo y de eximia elegancia», y mientras don Juan asediaba al conde de Gijón, León fue en peregrinación a Santiago, a la espera de que fuesen ratificados los señoríos, para agradecer todo lo bueno que le pasaba últimamente. Fue el tercer rey extranjero en peregrinar a Santiago tras Luis VII de Francia y Juan de Brienne, rey de Jerusalén, siglos antes.

Se reencuentra con Juan I a medio camino de vuelta ya hacia Segovia, donde se instalan para la celebración de las Cortes, y en este momento estamos cuando se produce el encuentro con los madrileños que ya habían hablado con don Juan, que matiza (pero no revierte) la concesión de la Villa y estaban en ascuas. León V había vivido ya mucho como para crearse nuevos problemas, y estaba realmente agradecido por lo que le ofrecían, así que no era su intención romper nada y, además, se lo puso por escrito a la delegación madrileña: no iba a meterse ni a modificar los usos del Concejo, ni sus nombramientos: guardaría todos los fueros y privilegios que tuviesen con don Juan, tal cual, y, lo más importante, no iba a freírlos con nuevos tributos ni tasas, ni a forzar expropiaciones para acoger a su séquito. Cobraría exactamente lo que tributaban hasta ese momento al rey don Juan, que ahora recibiría él, y aquí paz y después gloria. 

Los madrileños habían salvado los muebles y el cabildeo de la delegación había sido un éxito, dadas las circunstancias.

León V no permaneció mucho tiempo en Madrid, quizá menos de un año, teniendo en cuenta que visitaría los tres señoríos hasta Andújar (Jaén). Tomó posesión en 1383 y rápidamente se dio cuenta de que la Villa iba sola y el Concejo se bastaba. Todos cumplieron, él no rompió nada y los madrileños prosperaban y pagaban sus rentas. Pasado el invierno, retomó su idea de recuperar su reino lejano, pero las rentas de Madrid y los otros señoríos eran insuficientes y necesitaba, además, un ejército. Partió hasta Navarra, pero no consiguió apoyos suficientes, y se desvió hasta la corte del rey de Aragón del que, una vez más, solo obtuvo buenas palabras, así que decidió seguir subiendo por Francia hasta París, donde al fin y al cabo estaba su primo lejano, el rey de Francia, emparentado por la línea de los Lusignan de Poitiers. 

Carlos VI de Francia le da una buenísima acogida y se sirve de sus dotes diplomáticas (la verdad es que le cogían cariño allí por donde pasaba, hasta el sultán le permitió celebrar sus ritos cristianos al final, preso en El Cairo). Encarga a León organizar las negociaciones de paz entre Francia e Inglaterra. Desembarca en Dover, donde es recibido y agasajado por los duques de York y Lancaster, primos del rey, y llega por fin a Londres, a la corte de Ricardo II. No consigue firmar la paz, pero sí varios encuentros diplomáticos entre Francia e Inglaterra, por lo que Ricardo II, agradecido, le concede una pensión vitalicia. Ya es difícil ganarse a un emir, al sultán, al papa, al antipapa, a los venecianos, a los reyes de Aragón y de Castilla, al de Navarra, al rey de Francia y al rey de Inglaterra. Y lo más increíble: a los madrileños sin rezongar unos años.

Regresó a París, y poco a poco fue abandonando la ambición de armar una nueva cruzada, sea porque Europa pasaba a la Edad Moderna y ya no estaban los reyes por la faena, que bastante tenían consolidando sus reinos, sea porque la vida en la corte de París era amable y él ya estaba asentado y con nueva familia, aunque nunca se volvió a casar. Solo volvió a Madrid (del que seguía siendo señor) para asistir al entierro de Juan I, en 1391, ocho años después de aquellas cortes en Segovia. 

Evidentemente, los madrileños no habían desistido del empeño de volver a ser realengo todos esos años y habían ido trabajando una propuesta alternativa para cuando la ocasión fuese propicia, que era esa. No porque no estuviesen cómodos con León V o no lo apreciasen, sino por lo que podía venir con otro rey de Castilla, así que cargados de argumentos fueron al heredero, un jovencísimo Enrique III, a defender su legítimo interés de volver a la Corona de Castilla sin señor feudal interpuesto, por el bien de todos. Enrique III tomó una decisión salomónica que contentó, ya sí definitivamente, a todas las partes: la Villa de Madrid (y Ciudad Real y Andújar) volvían a la Corona de Castilla, León V mantendría todas las rentas tributadas por los señoríos hasta su muerte y Enrique III cumplía con la voluntad de su padre, Juan I. Además, prohibió expresamente a cualquier descendiente regio volver a enajenarlos por siempre jamás.

León V regresó a París, donde falleció dos años después en 1393 con casi setenta años. Dejó un testamento acordándose también de todos los que le sirvieron y de la educación de su hijo bastardo, y fue enterrado suntuosamente y con gran asistencia de nobles y plebeyos, con ropas reales blancas (color de luto de los armenios) y ceñida una corona de oro. Se le construyó una tumba de mármol blanco con su estatua yacente y las insignias de realeza en el Convento de los Celestinos de París, cerca de la Plaza de la Bastilla. Sus restos fueron profanados y se perdieron para siempre durante la Revolución francesa, pero la tumba de mármol fue trasladada a la basílica de Saint-Denis, donde permanece. 

¿Y qué permanece de León V en Madrid? Mucho más de lo aparente, sobre todo teniendo en cuenta los escasos meses en los que residió en la ciudad. Las crónicas cuentan que se instaló en aquellos meses de 1383-1384 en el Alcázar Real, utilizado por los reyes castellanos Trastámara y donde ocasionalmente ya se habían celebrado las Cortes de Castilla. Reconstruyó sus torres, devastadas por un incendio anterior. El alcázar no se conserva (otro incendio acabó con él definitivamente y en su lugar se levanta el Palacio Real actual), pero a apenas unos metros se halla la actual Embajada de Armenia, desde 2010, en la calle Mayor, n.º 81. También tenemos una modestísima calle León V de Armenia entre el parque Cerro Almodóvar y la Vía Carpetana, en el barrio de Aluche de Madrid al suroeste de la ciudad, una zona que ya estaba poblada y seguramente pagaba sus buenas rentas agrícolas en tiempos de León. Pero lo más importante que dejó el paso de León V como señor de Madrid es algo que no pudieron imaginar ni él ni los madrileños de su época, y sin embargo fue consecuencia directa de aquellos hechos.

Tras el firme compromiso de Enrique III de no volver a enajenar la Villa nunca más, los madrileños sellaron adhesión y lealtad eterna a los Trastámara, obviamente. Y así, cuando un siglo después fue la disputa dinástica entre Juana la Beltraneja e Isabel la Católica por el trono, los madrileños defendieron a Juana como hija legítima del rey Trastámara, y perdieron. Casi otro siglo después, los madrileños volvieron a tomar partido por los comuneros castellanos contra Carlos V, el heredero que venía de Borgoña, y volvieron a perder. Por suerte (y porque la Villa era importante a muchos efectos), ni Isabel la Católica ni Carlos V se cebaron en la venganza, sino que pactaron cesiones territoriales del Concejo a título particular, y así, tierras comunales o privadas de bosque y monte en torno a El Pardo fueron cedidas en compensación a la Corona, que fue atesorando un coto de caza incomparable cerca de la Villa y muy conveniente para reposar largos periodos (¡y cómo le gustaba la caza a esta gente!).

Ya Carlos V le cogió el gusto a Madrid y empezaba a pasar temporadas con su corte itinerante (parte de las razones por las que se cree que Francisco I, rey de Francia, estuvo preso en la Torre de los Lujanes), pero fue Felipe II el que definitivamente dijo: aquí me quedo que tengo de todo y todo a mano, incluida la caza en el mejor coto del imperio español, y El Escorial. Todo, además, sin señor ni obispo interpuesto con el que lidiar derechos históricos. En 1561 Madrid es designada sede permanente de la corte, para lo bueno (que es mucho) y para lo malo (que también tiene y tuvo sus inconvenientes). Puede que hoy los madrileños seamos no solo Villa, sino «Villa y Corte» y capital gracias a un rey destronado que no lo fue de Madrid, pero que siendo señor de Madrid no rompió nada: vivió y dejó vivir. León V de Armenia fue un hombre de su tiempo con una vida extraordinaria, incluso para su tiempo. 

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