Ciencias

Se busca un nuevo Fleming para una nueva penicilina

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Una farmacéutica inocula un cultivo con esporas de Penicillium notatum, 1944. Fotografía: Cordon Press. Fleming

En el box de urgencias un hombre de mediana edad no se mueve en la camilla. A su lado una mujer tiembla de miedo. Fiebre, dificultad para respirar, frecuencia cardiaca elevada y tensión baja. La piel está fría y los dedos apenas parecen tener sangre con la que cambiar su coloración. Un par de médicos, adjunto y residente, se miran mientras varios pijamas blancos revolotean alrededor. El mayor de los facultativos tira de la mandíbula del paciente, le ayuda a respirar abriendo paso al aire. Al tiempo la joven doctora calcula la medicación que debe iniciarse cuanto antes. Se establece un ritual que termina con todas las miradas sobre las manos de una enfermera que palpa con prisa el brazo del enfermo. Esta aprieta una goma elástica y espera a que la sangre ingurgite las venas. Después introduce una aguja, obtiene muestras y comienza a inyectar la medicación que le han indicado.

En la mente de los allí presentes un par de términos se abrazan: sepsis bacteriana. El suero mezclado con antibiótico pasa del vial al interior del sistema circulatorio del enfermo. Por esas venas circula una sangre contaminada desde un órgano que se comporta como foco para una tormenta siniestra. Pero los allí presentes, incluido el hombre que no se mueve, ignoran que junto a los glóbulos rojos hace natación una bacteria multirresistente. Este microorganismo, en manada y rodeado de hijas y hermanas, disfruta de la oportunidad que le da la vida. Ha iniciado una conquista para la que no encontrará fin y por la que por supuesto no tiene pensado pedir perdón. Y es por eso, por el daño y dolor que rodea la escena, debemos hacer una pausa. Quizá sea interesante hacer un intento por explicar qué implica y cómo podemos abordar esta invasión desde las entrañas. Dejemos el tiempo suspendido para rebobinar y pongamos un foco para iluminar dos palabras: bacteria multirresistente.

Seguro que no es la primera vez que lee sobre estos microrganismos. Es incluso probable que le hayan contado que estas bacterias traerán la próxima pandemia (como si no hubiéramos tenido ya suficiente con una). Asesinas en diminutivo que ni vemos ni sentimos pero que ya están aquí, como cuando Carol se giraba delante de la televisión en Poltergeist. Si tuviera que hacer una lista de mis descubrimientos favoritos sin duda el realizado por Alexander Fleming estaría entre los primeros. La penicilina fue capaz de convertir procesos con final inexorable en paréntesis en la vida de los enfermos. Si la palabra «cambio» tuviera que ilustrarse quizá la imagen de Fleming sería una buena elección.

La síntesis de penicilina transformó el tratamiento de las infecciones. Antes de su uso todo quedaba en la mano de nuestros leucocitos. O hacían su trabajo de forma quirúrgica o tocaba cruzar los dedos y temerse lo peor. El antibiótico se convirtió rápidamente en un aliado inapelable. De aquella primera molécula hija de un hongo surgieron otras que lideraron una revolución contra las bacterias. Pero bien sabemos que no hay revolución sin respuesta y las bacterias son alumnos aventajados en lo que a responder se refiere. Con el uso repetitivo de la penicilina y sus derivados fueron capaces de hacer lo mismo que un buen villano en una buena película: «Si me traes dolor me adaptaré para continuar viviendo y, de paso, encontraré la manera de hacerte un daño mejor y más certero».

El desarrollo de resistencia a antibióticos por parte de las bacterias es un hecho complejo. Para reducirlo a la mínima expresión podríamos concluir que depende de dos hechos: lo que hacen bien ellas y lo que hacemos mal nosotros. Hablemos primero de ellas.

Ante la presencia de un antimicrobiano, las bacterias tienen dos opciones: capitular o buscarse la vida para que la derrota se convierta en puntos suspensivos. Nadie quiere morir sin que vivir haya merecido un poco la pena o, al menos, haya un legado escrito para los que vienen después. Nos encanta dejar un «yo estuve aquí» para que alguien lo lea. Así, en ocasiones algunas bacterias son ágiles y ante la agresión bactericida se gestionan un traje nuevo para una próxima misión. Al verse rodeadas de antibiótico buscan un cambio. Modifican su pared, utilizan enzimas en su interior, liberan toxinas que complementan su acción local o modifican su metabolismo para que los antibióticos dejen de ser útiles. Se van depurando y seleccionando para convertirse en un ejército óptimo. Que sobrevivan las más resistentes y sean heraldos de una invasión futura.

Por eso no es lo mismo una bacteria del hogar, huésped de un organismo que apenas escucha tiroteos, que una bacteria habitante de un cuerpo que ha visitado hospitales o tomado muchos y variados antibióticos a lo largo de su vida. Mostrarles el menú de lo que puede matarlas permite a estos microorganismos hacer crossfit con antimicrobianos. Encuentran un gimnasio estupendo entre los recovecos de nuestros tejidos. Las que sean capaces de alzar la rueda de tractor que surgió de la penicilina se transformarán en elementos que no entienden de rehenes ni de daños colaterales.

Ahora vayamos a lo que hacemos mal nosotros, que en el gozo de tener una herramienta hemos terminado por romperla de tanto usarla. El abuso de antibióticos para lo que no era necesario (infecciones virales, por ejemplo) o el uso de ellos a dosis bajas o durante demasiado tiempo han sido gasolina para un fuego que ya nos quema. Como respuesta a esta situación, y con la intención de adelantar por la izquierda al problema, se ha iniciado una carrera que tiene por objetivo el desarrollo de nuevos antibióticos. Se ha establecido un objetivo entre investigadores para encontrar con qué hacer daño a bacterias que han cruzado hace tiempo el Rubicón. Se busca un nuevo Fleming para una nueva penicilina.

Al tiempo, se han puesto en marcha proyectos nacionales e internacionales con la intención de perseguir, informar y alentar contra este problema que crece continuamente como una bola de nieve. En Europa, aproximadamente treinta mil personas fallecen al año por bacterias multirresistente y las proyecciones multiplican casi por dos esta cifra en las próximas décadas. Este hecho no va a cambiar mirando hacia otro lado o pensando que a nosotros nunca nos va a visitar uno de esos microorganismos que saben cómo no irse. De ahí que a la divulgación del problema se sume a la necesidad de ir generando soluciones. No hace falta trabajar en un laboratorio para entender que esas cajas con restos de antibióticos que guardamos en el armario solo deberían servir para ocupar sitio. Usarlos sin prescripción quizá permita que nuestras bacterias hagan deporte y bajen un poco la marca en su maratón evolutivo. Una vez explorado nuestro ombligo parece momento de regresar de nuevo al box y a nuestro paciente.

En urgencias el médico mayor y la doctora joven observan al hombre que no se mueve. Continúa con fiebre alta, obnubilado y la tensión baja. Junto a él su mujer muestra ahora una carpeta. Se aproximan a ella y esta les dice con timidez que han estado hace poco en el hospital. Muchas cicatrices, muchos antibióticos y mucho tiempo entre pasillos. Los facultativos revisan la historia clínica y descubren que destaca un hecho. El hombre que no se mueve es portador de una bacteria multirresistente. Eso lleva a nuevos cálculos que hacen travesía a un enfoque antibiótico distinto y amplio. La enfermera administra la pauta revisada y en la sangre un elemento minúsculo siente que han encontrado su punto débil. Se retuerce al percibir que se acaba su tiempo, que casi lo logra, es una pena. Después se deja caer mientras observa que no todas sus hijas y hermanas pierden como lo está haciendo ella. Algunas parecen encontrar refugio, con suerte podrán ocultarse para adaptarse y seguir adelante. Más allá de las venas se celebra una victoria, el principio del fin de una infección, y el enfermo comienza a mejorar. Mientras las bacterias supervivientes guardan silencio. Si nada cambia tienen todo el tiempo del mundo para su victoria. Ellas saben qué hacer y el ser humano parece que no está dispuesto a entenderlo.


Conflicto de intereses: no tengo ningún conflicto de interés con ninguna entidad o empresa farmacéutica.

Bibliografía

  • Resistenciaantibioticos.es. 2022. El PRAN publica el documento marco para la Vigilancia Nacional de la Resistencia a los Antimicrobianos | PRAN. [online] [Accessed 28 September 2022].

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Un comentario

  1. Blunsburibarton

    La lectura del texto me ha llevado a recordar los méritos que asigna la historia a sus participantes. Enumero varios hechos a tener en cuenta:
    Ernest Duchesne, un médico francés que trabajó en el laboratorio a finales del siglo XIX, descubrió, a través de una serie de experimentos, como un tipo de hongo, una variedad de Penicillium, eliminaba por completo la E.Coli. Trató de divulgar su trabajo pero nadie le hizo caso.
    Todo esto sucedió treinta años antes del descubrimiento azaroso de Fleming.
    La historia de Fleming no está muy lejos de la del médico francés porque no fue él quien aplicó con éxito un tratamiento basado en el componente del famoso hongo sino un alumno suyo, Cecil Paine, quien lo logró. En esa época Fleming ya había abandonado la penicilina para dedicarse a las sulfamidas, que también tienen propiedades antibióticas.
    Por otra parte, Fleming era un microbiólogo y no un químico. Él jamás hubiera podido elaborar una penicilina para su uso como medicamento. Eso fue el trabajo de Florey y posteriormente de Heatley junto con su equipo de investigadores.
    Parafraseando al autor del texto, creo que necesitamos algo más que un Fleming para elaborar una nueva penicilina.

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