Cine y TV

‘Los Soprano’: de «Creo en América» a «Made in America»

Los Soprano. Imagen HBO.
Los Soprano. Imagen: HBO.

En el noveno episodio de la segunda temporada de Los Soprano, Paulie Gualtieri, el neurótico, escrupuloso, maniático y extremadamente eficaz lugarteniente de Tony Soprano, requiere los servicios de un médium para superar una crisis personal. Su compañero Christopher Moltisanti acaba de salir de un coma tras haber recibido varios disparos, y le ha comunicado un mensaje que habría recibido en sueños de un gánster rival al que ambos habían asesinado pocos meses antes: este le habría dicho, simplemente, «3 o’clock». La revelación despierta todos los temores del lunático Paulie, convencido de que la parca vendrá a buscarle a las tres de la madrugada para llevárselo directamente al infierno a recibir castigo por sus múltiples pecados. Tras varias noches sin poder conciliar el sueño, abrazado a un reloj en su cama, acude a una sesión de espiritismo que no hace sino acrecentar sus miedos. Finalmente pide ayuda al párroco de su iglesia, que lo recibe en su oficina. Un nervioso Paulie presenta su caso. El cura, sentado detrás de su escritorio, le afea la sesión con el médium y sentencia: «Debiste acudir a mí primero, así nada de esto habría ocurrido».

La cita no es literal, pero la frase del párroco remite directamente, con finísima ironía y calculado sarcasmo, a la célebre secuencia inicial de El padrino, en la que el funerario Bonasera exponía a Don Corleone el caso de la agresión a su hija y posterior puesta en libertad de los culpables. Marlon Brando, desde la penumbra de su escritorio, respondía entonces: «¿Por qué fuiste a la policía? ¿Por qué no acudiste a mí primero?».

En junio de 1999, cuando la serie de David Chase acababa de concluir su primera temporada, el New York Times etiquetó a Los Soprano como «probablemente la mejor aportación a la cultura popular americana del último cuarto de siglo». Tal valoración podría parecer exagerada, más aún sabiendo (como sabemos ahora) que la serie expondría con inusitada precisión el fresco de la atribulada vida de Tony Soprano durante otras cinco temporadas y media. Pero da en el clavo en su referencia a la cultura popular de los Estados Unidos; los personajes hallan su contexto en una rutina costumbrista profundamente americana: gran casa a las afueras, universidad para los hijos, coches todoterreno, demasiada televisión, rock, rap, hip hop, problemas en el instituto, competiciones escolares de fútbol americano. Y David Chase y el resto de guionistas sazonan la narración con innumerables referencias a la música, cine y literatura estadounidenses. Así, si bien El padrino era, al fin y al cabo, una historia sobre Italia (el aire operístico de la narración, las inviolables costumbres ancestrales, la música de Nino Rota), Los Soprano es un acercamiento crítico, despiadado y en última instancia tremendamente desesperanzado a la sociedad americana, pero también cargado de alusiones a lo mejor de su cultura popular.

Cuando se estrenó la serie parecía la enésima vuelta de tuerca al intocable mito de los Corleone. Una aparentemente poco original propuesta que exprimía una vez más un género (el cine de mafiosos) con el cupo de obras maestras en su haber ya más que completo. Con El padrino como inevitable referencia, Chase apelaba a la obra maestra de Coppola como a una piedra fundacional, primigenia, que se puede subvertir a placer para, partiendo de ella, hallar un nuevo camino. De una manera análoga, por cierto, al modo en que los personajes creados por Chase (nombre real: David DeCesare) se acercan a su ser exótico original (Italia) para alejarse paulatinamente de los valores ancestrales por ella representados y abrazar un modo de vida en el que el dinero, solo el dinero y su obtención por todos los medios sustituyen al particular código de honor y respeto de sus antepasados. Un fenómeno este tomado de la vida real, y es que no pocas guerras de familias del siglo XX han tenido su origen en la diferencia de criterios mostrados por las generaciones que emigraron a los Estados Unidos tras crecer en el ambiente familiar, religioso y restringido de su país natal y los descendientes de estos, hombres nacidos, criados y educados en un país multicultural y adictos a los peores vicios derivados de su libertad recibida de nacimiento y del pozo inagotable de fajos de billetes escondidos bajo el colchón: alcohol, drogas, adulterio y prostitución.

Pero el mérito de Los Soprano no radica simplemente en esa lucha artística, a medio camino entre el respeto y la desmitificación, que David Chase entabla con un pasado mítico (El padrino) y similar en ciertos aspectos a la que sus personajes emprenden con sus propios orígenes italianos. La piedra de toque de Los Soprano es, en cambio, situar a su personaje central en una nihilista, terrible y descorazonada tierra de nadie a la que se llega tras alcanzar lo que parecía inalcanzable: el mítico sueño americano. Tony vive en una mansión, tiene varios coches, mujer y dos hijos, todas las comodidades de la vida moderna y un problema: desde lo alto de su trono tan solo es capaz de contemplar un mundo carente de valores; y al mismo tiempo teme perder ese mundo, que no es sino su propia familia. «Lo bueno es empezar desde el principio. Yo he llegado al final. Lo mejor se acabó», confiesa a su psiquiatra.

Tony Soprano se siente encerrado en un territorio que él mismo ha contribuido a crear, por más que a veces intente negar esta evidencia. Es en esa tierra de nadie donde se nos cuenta la permanente búsqueda por parte de Tony de la mejor versión moral de su «yo», búsqueda que se nos revelará inevitablemente infructuosa y que constituye el tema central de la serie. Y el drama se completa cuando Chase nos indica que no todo es mafia en la vida de Tony, sino que parte de ese mundo está constituido, ni más ni menos, por la sociedad aburguesada, capitalista y americana actual. Por sus familias, sus instituciones, sus valores, su avaricia y sus miserias. El mapa de ese territorio queda entonces delimitado por un permanente juego autorreferencial hacia músicas, películas y libros que contribuyen a recordarnos, una y otra vez, que estamos hablando de los Estados Unidos.

En repetidas ocasiones vemos a Tony Soprano disfrutar en el salón de su casa de pases vespertinos por televisión de grandes clásicos del cine negro, viéndose reflejado en cierta manera en películas de James Cagney como El enemigo público (1931) o Al rojo vivo (1949). También su esposa Carmela organizará sesiones de cineclub con sus amigas en las que revisen varias obras maestras del séptimo arte. Una disputa sobre la construcción de una vivienda en la costa se resolverá mediante la reproducción, a todo volumen, de discos de Dean Martin desde el barco de Tony. El «Rat Pack» es de hecho una referencia recurrente en la serie, y la hija de Frank Sinatra, Nancy, haría incluso un cameo en uno de los episodios finales, cantando en honor de Phil Leotardo. En esos episodios finales el prestigio de la serie era ya tal que grandes figuras del cine americano (Lauren Bacall, Sydney Pollack) y el británico Ben Kingsley quisieron también hacer sus cameos.

Bob Dylan requirió igualmente ponerse al servicio de la serie grabando ex profeso para uno de los episodios una versión de Return to Me, de Dean Martin. Pero no es la única vez que oímos la voz del bardo de Minnesota: en el último capítulo, A. J. Soprano, el hijo de Tony, descubrirá asombrado al primer Dylan escuchando junto a su novia It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding) en la radio del coche.  

Sin embargo, el juego referencial no es solo una excusa para condimentar los episodios. En ocasiones las propias relaciones entre los personajes giran en torno a una figura del universo cultural americano: el hueco generacional entre Carmela Soprano y su hija Meadow queda representado por la acalorada discusión que ambas emprenden sobre una posible interpretación homosexual de la historia de Billy Budd, la novela inacabada de Herman Melville. Tony, por su parte, ve en Gary Cooper la representación de los valores perdidos del pueblo estadounidense: «¿Qué ha pasado con Gary Cooper, con el tipo fuerte y silencioso? Eso era un norteamericano. No estaba en contacto con sus sentimientos: solo hacía lo que tenía que hacer. Pero lo que no sabían era que, una vez pusieran a Gary Cooper en contacto con sus sentimientos, no serían capaces de callarle». En ese lamento permanente y quejumbroso de la nueva generación de ciudadanos americanos, que se lamen las heridas y buscan nuevos problemas a pesar de tenerlo todo en la vida, halla Tony un motivo de distanciamiento con su sobrino Christopher en una de las relaciones más complejas y atractivas de la serie.

Precisamente ese personaje, Christopher Moltisanti, reúne en torno a sí varios homenajes: el episodio en que decide probar suerte como guionista se titula, maliciosamente, «La leyenda de Tennessee Moltisanti» en honor de Tennessee Williams. Cuando finalmente consiga su sueño y logre sacar adelante una película, sus compañeros se mofarán de él llamándolo «Cecil B. Moltisanti». El actor que interpreta a Christopher, Michael Imperioli, recibía un balazo en el pie en una famosa escena de Uno de los nuestros. Los guionistas de Los Soprano no desaprovechan la ocasión de que sea ahora Christopher Moltisanti quien dispare al pie de un pobre pastelero que no quiso atenderle cuando llegó su turno. Uno de los nuestros es, de hecho, el abrevadero del que se nutrió la serie para una parte importante del casting principal (más de veinte actores de Los Soprano aparecían ya en el film de Scorsese). También veremos en uno de los últimos episodios un peculiar tributo a Toro Salvaje, con Tony, Silvio y Bobby Baccalà rememorando el calentamiento de Jake LaMotta en el ring al ritmo de Cavalleria Rusticana.

Un detalle relevante: jamás se compuso una banda sonora para la serie. Toda la música que oímos son clásicos populares de rock, soul o blues, viejos éxitos de crooners de Las Vegas e incluso acercamientos al rap y al hip hop. Salvo en contadas ocasiones, las arias de ópera y las viejas canciones napolitanas dejan siempre paso a una jukebox de enormes proporciones en la que caben Jefferson Airplane, Ella Fitzgerald, Otis Redding, Calexico, Linkin Park, músicos británicos de éxito en EE. UU. como Elvis Costello, Radiohead, Eric Clapton, Rolling Stones, The Kinks y muchos más. En una historia que transcurre casi por completo en Nueva Jersey no faltan tampoco los homenajes al más célebre músico local, Bruce Springsteen: la canción State Trooper que suena cargada de significado al final de la primera temporada, las pesadillas de Tony al final de la segunda, que transcurren en Asbury Park o la brillante excusa de Christopher Moltisanti, que justificará su retraso a una reunión con el jefe culpando al tráfico, y usando jocosamente una frase de Born to Run para ello: «The highway was jammed with broken heroes on a last chance power drive». Sobra decir que Steve Van Zandt, guitarrista de la E Street Band, interpretó a Silvio Dante en la serie y colaboró en la selección musical.

En Los Soprano, por tanto, el pasado exótico y precapitalista de la Italia de los antepasados es más un referente simbólico y un catalizador del sentimiento de unidad de los personajes que un modo de vida por ellos adoptado, si bien en ocasiones constituye, también, el origen de su sentido de condena. La última vez que aparece en la serie la futura generación de la familia (los hijos de Tony, Patsy Parisi y demás miembros de la banda) los vemos sentados a una mesa en la reunión familiar posterior a un funeral, comiendo pasta y discutiendo sobre quién ha ganado la última edición de American Idol. A. J., el hijo nihilista de Tony, no soportará lo hipócrita de la situación, y recriminará a los presentes discutir sobre asuntos tan banales tras haber enterrado a una víctima de disparos mientras el país, también, se va al garete.

Y es que para entonces el desencanto de los personajes de Los Soprano ya ha quedado enmarcado en el del propio país. El 11 de septiembre, las guerras de Irak y Afganistán y, en menor medida, el huracán Katrina hallarán su hueco en las tramas de las últimas temporadas. Chase se permite, además, representar a las instituciones a priori intocables y defensoras de la moral, como la Iglesia, la policía y el FBI, igual de perdidas que Tony Soprano en su propio laberinto ético. No hay héroes en Los Soprano, ni siquiera los defensores de la justicia. El mensaje es profundamente pesimista: la depresión de Tony es, también, la de una nación que ya no sabe qué debe temer y que huye de ese temor por medio de una burbuja autocomplaciente de coches nuevos, cenas preparadas en el microondas y piscinas en el jardín, con patos o sin ellos. Cuando se alcanza el sueño americano, como Tony al principio de la serie, solo queda dedicar todos los esfuerzos a la propia supervivencia (física para él, moral para nosotros) en un universo sin Dios, ética ni honestidad y plagado de amenazas, pero buscando (como él) lo mejor para la propia familia.

Ese pesimismo atraparía al propio Chase en su vertiente artística, pues abriría la sexta y última temporada poniendo en la boca de uno de los personajes la siguiente frase: «Nadie se ha arruinado jamás por subestimar el gusto del público estadounidense». Chase, desde luego, estuvo muy lejos de subestimarlo cuando escribió y dirigió el espléndido (y controvertido) episodio final. Titulado, como no podía ser de otra manera, Made in America. Cincuenta y ocho minutos en los que escuchamos a Tony canturrear el tema principal de Rocky, vemos gasolineras plagadas de banderas americanas y camiones de la Gulf mientras se nos habla de Irak y de la dependencia americana del petróleo, se hacen referencias veladas a los magnicidios de Bobby Kennedy y JFK y en los que, por una vez, la cena familiar de la escena final (cuyo desenlace no revelaremos aquí) no transcurre en el inevitable Vesuvio’s de Artie Bucco, sino en un clásico diner en el que Tony selecciona canciones de una jukebox y devora aros de cebolla rodeado de imágenes de jugadores de fútbol americano, de camioneros con gorras de los Estados Unidos y de un grupo de boy scouts.

«Creo en América», decía Bonasera en la escena inicial de El padrino. Era la primera línea de diálogo que oíamos en la película. Resulta revelador que lo último que oigamos en Los Soprano sea precisamente la frase «no dejes de creer», pero convenientemente interrumpida a la mitad.

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5 Comments

  1. Joaquin Tamargo

    Como añoro la edad dorada de las series. De cuántas series actuales hablaremos en 29 años?

    • Phil Collons

      Bueno, pues yo creo que de bastantes de las que se han emitido y se siguen emitiendo desde hace más de veinte años. ¿O es que al mencionar la edad dorada de las series te estabas refiriendo a la época de Bonanza, Rin Tin Tin, El fugitivo y tantas otras?

  2. La frase «The highway was jammed with broken heroes on a last chance power drive» de Born To Run citada de chufla por Moltisanti se puede traducir por ‘La autopista estaba llena de héroes fracasados en una última oportunidad de viajar libres’. Un ‘power drive’ es un viaje por carretera con colegas (no sé si se sigue llamando colegas a los amigotes). Muy yanki.

  3. javibaz

    La enésima de los Soprano. No fue para tanto. Convendría hablar de alguna serie que no tenga dos décadas de antigüedad. Las ha habido realmente buenas. Incluso de animación.

    • jose antonio

      También hay buenos cuadros después de las meninas y por eso no dejamos de admirarlas y reconocer en pintores posteriores la huella de velazquez…

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