Jorge Martí Aguas (Valencia, 1972) es el cantante, líder y compositor del grupo valenciano La Habitación Roja. Recién cumplida la cincuentena repasamos su carrera con motivo de la publicación de su autobiografía, Canción de amor definitiva, libro con una escritura dolorosa y a la larga sanadora que le ayudó a conocerse mejor a sí mismo.
Rodeados de libros, en la biblioteca del grupo editorial Peguin Random House mantenemos una conversación profusa sobre su vida singular, la enfermedad de su mujer y su influencia en la música del grupo, y de cómo él, a pesar de querer ser futbolista o de haber ejercido de enfermero, vive para la música, siendo esta preposición, para, el motor de su vida.
Llevas más de veinticinco años de frontman de La Habitación Roja y, sin embargo, ahora estás en tu mayor momento de exposición pública. ¿Te lo esperabas?
La verdad es que toda mi vida se ha ido desarrollando paulatinamente. Nada más formar el grupo ganamos un premio de la Comunidad Valenciana y, a partir de ahí, el grupo ha ido creciendo poco a poco. Durante ese camino hemos podido equivocarnos, madurar, caernos y levantarnos, eso que se llama hacer una «carrera larga». Esto es muy difícil ya que hoy todo es muy inmediato, no hay tiempo y hay un excesivo culto a la fama. Hay mucha gente que de oficio es famoso o «influencer». En mi caso, gracias al documental que hicieron y el libro que he escrito, he podido echar la vista atrás y ver todas las cosas que hice y que me pasaron. He sido consciente de que, realmente, lo que he hecho es vivir la vida conforme me ha ido viniendo. Siempre he sido una persona con cierta vis romántica e idealista, inculcada principalmente por mi padre, que siempre me decía que me tenía que dedicar a lo que realmente me gustara, aunque no tuviese mucho futuro [risas]. Es la mejor enseñanza que me han dado.
Aspirante a futbolista, reconocido médico frustrado y al final músico y enfermero a tiempo parcial. El hombre propone y Dios dispone…
Sí. Yo creo que el ser humano en general le busca el sentido a su vida y cada uno lo encuentra a su manera. Si te pones a pensar, la vida es algo tan grande, tan inabarcable y marciano, que uno necesita un anclaje y el saber a lo que te quieres dedicar te lo facilita. En mi caso ha sido la música.
¿Fue la actuación de un grupo infantil en tu pueblo la que te metió el gusanillo?
Bueno, eso cuento en el libro, aunque, realmente, la música ha estado presente en mi casa por mi hermano mayor. Él es del 68 y yo soy del 72. Mi hermano es un gran coleccionista de discos de vinilo y DJ reconocido en la Comunidad Valenciana, por lo que los vinilos iban y venían por casa. Lo tenía totalmente idolatrado y la música también me atrapó. Por otro lado, mi padre era futbolista y también yo quería serlo. Además, en mi cabeza tenía el ayudar a la gente, no sé, siempre he querido ser médico y hacer cooperación internacional. El caso es que cuando la música llega a mí, aprendo a tocar la guitarra en unos campamentos de la parroquia y de repente quiero hacer canciones y ser como esos grupos que me han marcado un poco el camino y que es un camino propio, ya que en el fútbol siempre estaba bajo la sombra de mi padre, que había jugado en el Valencia Club de Fútbol de primera división, llegado a jugar un europeo juvenil con la selección española. Al principio intenté llevar la música y el fútbol a la vez, pero los horarios eran incompatibles, por lo que irme de erasmus me sirvió un poco de excusa para dejar el fútbol y abrazar la música.
¿Qué tiene el escenario que tanto engancha? Zahara nos cuenta su experiencia en «Taylor».
La primera que vez que subí al escenario fue en mi pueblo, cuando me invitaron a tocar la guitarra acústica y cantar «Knockin’ on Heaven’s Door» de Dylan, en versión Guns N’ Roses, en el escenario del cine de verano de la L’Eliana, un sitio que con el paso del tiempo he idealizado. Recuerdo que al terminar pensé: «Guau, yo quiero hacer esto». También me he dado cuenta con los años de que en el escenario se para el tiempo, se para el dolor, las preocupaciones y la adrenalina sube, creando un momento de catarsis. Algo muy poderoso. Y uno se pregunta: ¿y el día que no pueda hacerlo qué pasará?
¿Seguir tipo Rolling Stones?
Claro, obviamente no lo hacen por dinero. Tiene un poder sanador seguro [risas].
¿Necesitas la aprobación de los demás para sentirte bien contigo mismo?
Teóricamente no.
Pero…
Pero sí que es verdad que es algo contra lo que llevo luchando toda mi vida. Yo hago las cosas que quiero y como quiero, pero espero que me lo aprueben los demás. Esto es algo que me ocurre desde pequeño, de la época en la que jugaba al fútbol, donde yo me sentía escrutado por el hecho de ser hijo de un futbolista y tenía que hacer las cosas el doble de bien para que se me tuviera en cuenta o para que nadie dijera que estaba allí por mi padre. Soy una persona muy resiliente, con mucha capacidad de rehacerse, siendo esta una de mis virtudes, conforme me vengo abajo vuelvo a subir y unas de mis debilidades es ser una persona muy sensible a la que todo le afecta, siendo incapaz de poder poner un filtro a muchas emociones, lo que me provoca muchos vaivenes emocionales. Pero vaya, ¡me gusta gustar y me gusta que me lo demuestren! Creo que con los años voy aprendiendo.
Estás en proceso.
Sí, ahora tengo cierto escepticismo y una especie de sensación de conformidad. No es que piense que mi tiempo ha pasado, pero el tiempo de gustar a los demás sí que se pasó y me siento liberado. Creo que he sido una persona que ha ido bastante por libre al igual que el grupo, haciendo lo que nos gusta. Creo que es la fórmula para que las cosas funcionen, junto con mantener la ilusión.
Después de tantos años, ¿hay algo que no deja de sorprenderte en el mundo de la música?
La energía que te hace seguir hacia adelante, una buena canción que surge te hace ilusionarte de nuevo y pensar que las cosas pueden ir bien. Soy capaz de hacer un auténtico derroche de energía y de dinero simplemente porque me gusta la música y creo en ello. Pau siempre dice que movemos el mundo. Aunque es cierto que los grupos, a pesar de ser el ingrediente principal del pastel, somos los últimos en recibir parte de los beneficios.
¿Entonces?
Eso nos pasa porque somos capaces de irnos cuando empezábamos de Valencia a Galicia y buscarnos la pensión más barata que hubiera; hacer un concierto para diez o doce personas y llevarnos bocatas para ahorrar y pensar ¡joder, hemos palmado en este concierto! Y sin embargo a la vuelta, a la altura de Benavente venirnos arriba pensando que a esos diez o doce les había gustado y sonaba guay, y al llegar a Valencia ya estás pensando en cuándo vas a volver a salir. Lo que he aprendido es que no eres tan bueno cuando llenas la Riviera, como hemos hecho hace unos meses, ni eres tan malo cuando las cosas no van bien. Hemos construido una carrera sólida en la que somos importantes para algunas personas conformando la banda sonora de su vida.
Los componentes de LHR os conocéis desde hace un montón de años. ¿Cómo gestionáis los egos?
Ha sido difícil, porque el cantante se lleva más miradas, el compositor más reconocimiento… A pesar de ello, hemos aprendido a tolerar lo malo de cada uno y abrazar lo bueno y sublimarlo. Al final cada uno ha ido encajando en ese puzle tan difícil que es un grupo de personas que convive mucho tiempo con sus momentos difíciles. Funcionamos como una familia. Claro que hay broncas, pero la capacidad de perdonar y tolerar al otro es mayor. Eso destruye los egos.
Una de las cosas más mágicas y bonitas del grupo es que hemos aprendido a congeniar todas nuestras virtudes y defectos y seguimos teniendo ilusión cada vez que nos embarcamos en un proyecto. A veces lo pienso y me parece increíble. Hay mucha gente que quiere seguir adelante por motivos económicos o por pura inercia, pero en nuestro caso no es así. Yo lo comparo con el sentimiento del amor, cuando alguien dice: no sé si te quiero. Sí lo sabes, tanto si es sí como lo contrario.
Para el casting de Marc (vacante de bajista) os hicisteis los interesantes haciéndole creer que había más candidatos. ¿Qué os dijo cuando se enteró de la jugada?
Se echó unas risas. La verdad es que le dijimos tantas cosas que no sabía si se lo decíamos en broma o de verdad. Era un chaval de dieciocho años que prácticamente no había salido de su casa y necesitaba abrirse al mundo. Realmente solo habían llamado dos personas: una que preguntó cuántas galas teníamos y una chica que vino a tocar y nos dijo que ella no podía porque íbamos muy en serio y que queríamos ser músicos de verdad [risas].
Cómo líder y creador de la banda, te ha tocado tomar decisiones, algunas jodidas. ¿Cuál cambiarías?
Esto es como el VAR en el fútbol, que a mí no me gusta nada; es decir, rearbitrar la historia. Uno es víctima del momento y las circunstancias y toma la decisión que cree que es la mejor. Con el tiempo obviamente te das cuenta de que no es así, pero hay pasos en falso que te llevan a momentos importantes en tu vida, como cuando se fue Jordi y entró Endika, que es pura armonía y es el mejor músico de los cinco. Creo que hemos sido muy confiados a la hora de firmar contratos y de juntarnos con gente que no te ha contado toda la verdad.
Lo ideal es ganar dinero, pero pagar para que te dejen tocar…
Sí. Eso fue al principio, cuando éramos unos chavales que tuvimos que buscar un patrocinador para que nos dejaran tocar.
Y luego tuvisteis que volver a pagar para salir de vuestro primer contrato.
Así es, tuvimos que pagar dos millones de las antiguas pesetas para comprar nuestra libertad del primer contrato discográfico que hicimos a mediados de los noventa y fue un desastre. La verdad que en ese tema siempre hemos sido un desastre. Haciendo balance, el grupo podía estar mejor, pero también mucho peor [risas]. Siempre te fijas en los que tienes por encima, pero no es justo porque seguramente hay un montón de gente que quiere estar en nuestra posición.
¿Crees que el grupo ha crecido todo lo que podía crecer o se ha quedado como un suflé a medio subir?
Yo he aprendido que no hay éxitos o fracasos. Hay un camino que esta trufado de todo tipo de momentos. Nosotros mismos hemos tenido momentos que a ojos de otros serían de éxito, porque hemos ganado dinero, y también los hemos tenido patéticos. Creo que somos un grupo conocido por una gran minoría y que hay una gran mayoría que no nos ha descubierto aparte de los temas más conocidos. Aún nos llegan mensajes diciendo: «Os acabo de descubrir y no sé cómo no os he conocido durante estos veintisiete años». Sin embargo, hay gente para los que somos la banda sonora de su vida. No creo en esto del suflé, creo que tenemos buenas canciones que antes no existían y que quizás sí debiéramos hacer algo más para que nos conozcan.
Ahora mismo, lo más bonito de LHR es que el presente siempre ha sido el mejor momento del grupo, y eso es muy difícil de mantener. Incluso los grandes hits como «Indestructibles» o «Ayer», que cumplen diez años, los sacamos en nuestro octavo LP, no como algunos grupos cuyos hits pertenecen a su primer disco. Yo nos veo bien. Sí que es cierto que no somos unos chavales y no nos comportamos como tal y me alegro. Somos gente de cuarenta y pico, y yo ya cincuenta [risas].
Durante todo este tiempo vuestro público ha ido cambiando, confluyendo varias generaciones. ¿Lo has notado?
Tenemos una horquilla de seguidores bastante amplia, pero tengo la impresión de que el público es más joven que nosotros.
Has querido mantener el contacto con vuestro público, antes de la aparición de las redes sociales ya teníais un buzón para recibir sus cartas.
Es bonito tener contacto con el público. Hemos sido accesibles y conscientes de que nuestros seguidores tenían unas necesidades de mostrarnos su cariño y de tener una vía de contacto con nosotros. Nada que ver con lo que hay ahora que se ha ido de madre. Teníamos un apartado de correos donde la gente nos mandaba cartas.
¿Las conservas?
Si, hay cartas muy bonitas. También hay algún hater de los noventa [risas]. Con respecto a las redes, intentamos responder en la medida que podemos a la gente.
No sois muy fan de ellas.
Uff… la verdad es que no.
Creo que no tenéis ni community manager.
No tenemos, lo hacemos nosotros y no lo hacemos muy allá, pero bueno, al menos lo hacemos de verdad. Entiendo que la gente quiera saber cosas de ti. Yo vivo en un país extranjero y las redes me vienen bien para enseñar un tema nuevo o la publicación de mi libro, pero esto de tener una especie de calendario donde cada cierto tiempo hay que publicar algo… Hay grupos con una gran cantidad de seguidores, ya que todo esto está estudiado, pero pienso en los grupos que a nosotros nos molan y ellos no hacen eso. Es como el rollo testoterónico de cada vez mayor puesta en escena, más luces, estilistas… Me acuerdo de los grupos que me han gustado desde pequeño y recuerdo sus canciones, no su puesta en escena o sus luces. Para mí lo importante es la música.
¿Los grupos que empiezan ahora lo tienen más fácil por las redes?
Lo tienen más fácil y también más difícil porque hay un mar de propuestas donde se pierden muchas. Por ejemplo, fíjate en esta estantería repleta de libros, quizás el más chulo está en la esquina escondido, no tiene una portada llamativa y posiblemente no lo vayas a descubrir porque hay muchos otros. Yo lo que sí veo es que los grupos de hoy son muy ambiciosos, ya que vivimos en una sociedad muy exhibicionista y son gente que se ha criado delante de las cámaras de los móviles, haciendo Tik Tok y demás, y sí que veo una gran diferencia. Están acostumbrados a hacer esto.
¿Y qué piensas de los grupos que buscan el éxito inmediato?
Que hagan lo que quieran. No me suelen interesar mucho, la verdad. Yo he crecido en una época donde no sabías casi nada de tus ídolos, aparte de lo poquito que salía en las revistas, pero no entrabas en su casa… Siempre quieres saber algo más de ellos, pero al final creo que estaba guay la mística que los rodeaba.
Si los conoces mucho corres el riesgo de ver que son personas de carne y hueso.
Ya, se corre el riesgo de decepcionarte al conocer a tus ídolos. Me parece más interesante lo que se sugiere, tipo la escena de la peli de Psicosis, cuando la prota está en la ducha y donde se ve un cuchillo moverse junto a un reguero de sangre, acompañado de una música fuerte de violines.
Vosotros empezasteis en la industria musical con el formato analógico puro y duro. ¿Cómo ha sido la transición al formato digital y de consumo inmediato?
Es diferente. A mí me gusta más el formato álbum. Hacer unas canciones en un determinado momento y grabarlas hace que se conformen en un documento o fotografía de un periodo de tiempo. Las canciones sacadas de aquí y allá no lo tienen. Es la forma que tiene alguna gente de consumir ahora la música. En cualquier caso, ambos formatos tienen cosas buenas. En el analógico creo que se le daba más valor al objeto físico. Es verdad que costaba más grabar, pero ahora la música se ha convertido como en un condimento de muchas cosas y antes era el plato principal. También ha habido un gran engaño con la música digital, ya que genera mucho dinero, pero va a otras manos.
¿Los contratos están adaptados a la digital?
No. Nosotros tenemos contratos analógicos y es uno de los grandes caballos de batalla que tenemos. Ya no es por el dinero, sino por una cosa simbólica, ya que tienes contratos firmados en una época analógica o de transición y es sangrante lo que se llevan.
De los más de veinte millones de reproducciones que tiene «Indestructibles» en Spotify, poco rascáis entonces…
Poco, muy poco. Un ocho por ciento diría yo. Y si lo cobramos, ya que eso está por ver.
¿Qué te parece el momento festival en el que estamos? Nada que ver con cuando empezasteis.
Bueno, como todas las industrias florecen y se establecen. Luego sobreviven los que son viables y rentables. A mí me parecen bien los festivales, creo que es una experiencia win-win donde te los pasas bien con tus amigos, te diviertes y ves mucha juventud. Hay muchos, pero nadie te obliga a ir. Es verdad que me gustan más los conciertos de sala con mi grupo. A mí, quitando ciertas cosas del mundo de la música y algunos malos rollos que hay, me gusta todo.
Algunos artistas se quejaron de la cantidad de grupos que van en los carteles.
Es una fórmula y afortunadamente hay mucho donde elegir. Supongo que como todos los mercados la cosa se irá regulando y quedarán los que tengan más éxito. Yo a estas alturas si me llaman de un festival, me pagan lo que pido y me tratan bien. pues voy, hago mi trabajo, intento pasármelo bien y ver algún grupo que me mole.
He leído en algún sitio que has dicho que «El Día Internacional de los Amantes» es la mejor canción que has escrito. ¿Te viniste muy arriba o lo sigues pensando?
Me parece una canción muy chula, ya que son varias canciones en una y a nivel instrumental no la hubiésemos podido hacer cuando tocábamos peor. Creo que cuando uno se enamora de algo piensa que es lo mejor que le ha pasado en la vida, no dice: «Te quiero un poco, pero en realidad a la que más quería es a la de antes» [risas]. Quizás en tu lecho de muerte puedes hacer balance y pensar que a lo mejor no era tan buena [risas]. De momento ha pasado casi un año desde que la grabamos y me sigue gustando, aunque creo que mucha gente no escucha una canción de seis minutos donde la batería tarda dos en entrar. Aunque ahí está y single fue [risas].
¿Un disco sin un hit es un mal disco? Os dieron mucha caña con este tema.
Hombre, siempre está bien tener hits, y nos encantan.
¿Pero puede ser bueno el disco?
Claro que sí, de hecho, hay canciones que son considerados grandes hits de la historia que al principio no lo parecían como «Losing My Religion» de REM. Nos gusta tener hits, pero no somos una fábrica que corta las canciones con láser para convertirlas en éxitos. Está bien tener canciones que acerquen al público a otras más complejas, pero nosotros no queremos laboratorios musicales que los fabriquen, que los hay, sino que intentamos capturar emociones y luego el revestimiento que hacemos con los arreglos musicales lo que busca es sublimar esas emociones. Está bien tener medios, pero si no tienes contenido…
Igual de importante es el contenido que el continente.
Sí, claro, pero al final es el corazón del público el que va a sentir una conexión con una determinada canción. Es verdad que te la pueden meter con calzador, pero yo me dejo llevar por mis sentidos.
Ingrid es tu musa, a la que le has compuesto ochenta y nueve canciones. ¿Cuando le dices que le estás haciendo otra, aún le interesa o te dice: «vale, vale, enséñamela cuando esté terminada?»
No tiene una actitud condescendiente conmigo para nada [risas]. Le parece bonito e increíble que todavía haga canciones pensando en ella. Supongo que la costumbre desgata, pero como buena mujer nórdica no es tan dada a lidiar con las emociones como yo, que soy músico y del sur de Europa [risas]. Somos muy diferentes, y si le hago esta misma pregunta me diría que sí, que le encanta, pero no creo que preste demasiada atención a primera vista, aunque sé que en sus momentos bajos mis canciones crecen dentro de ella y son valoradas. También ella tiene el hándicap de su enfermedad, el síndrome de fatiga crónica o encefalomielitis miálgica, que es una enfermedad invalidante y que hace entre otras cosas que te moleste el ruido, los sonidos. Yo, por ejemplo, no me puedo poner a tocar la guitarra en casa, me tengo que ir a una habitación en el sótano. Esto ha hecho que desaparezca la música un tanto en nuestra convivencia y que la que escuche me la ponga yo en mis cascos. Cuando quiero que escuche algo mío, lo grabo y se lo mando por WhatsApp, para que ella la valore.
¿Hasta qué punto influye tu situación familiar en las letras y el sonido de LHR?
Como compositor me nutro de todo lo que experimento y siento, y eso te va dejando un poso en tu fuero interno que en un momento dado explota como un volcán y sale. Evidentemente influye en mis canciones el hecho de que yo viva en un pueblo pequeño aislado de Noruega, que mi mujer lleve enferma desde 2009 y otra serie de circunstancias, pero cuando estoy en Valencia soy una persona bastante sociable: me gusta ir a ver a mis amigos y soy bastante disfrutón. Mi vida en Noruega es todo lo contrario, por ejemplo, la última vez que me emborraché con mi mujer fue en 2005. Todo influye y las canciones están llenas de lo que te pasa, de lo que te ha pasado y de lo que crees que te va a pasar. Y no solo a ti, porque yo ahora he hecho varias canciones poniéndome en la piel de mis hijas para intentar comprender todo lo que están pasando como la pandemia, los cambios de la adolescencia, la enfermedad de su madre…
¿Cuándo te diste cuenta de que vuestra vida ya no sería igual a raíz de la enfermedad de Ingrid?
El primer diagnóstico que nos sugirieron fue esclerosis múltiple, y fue un hostión porque yo había estado trabajando con estos pacientes. Se me vino el mundo encima. Después le diagnosticaron el síndrome de fatiga crónica, y fue un cierto alivio alimentado por el desconocimiento. Ya cuando nos pusimos a investigar vimos que es una enfermedad incurable y desesperante porque vas llamando a puertas y nadie te da una solución. Entonces fui confirmando todo lo que había leído y dándome cuenta de que es vivir con un agujero en el bolsillo, una piedra en el zapato o una mochila llena de piedras en la espalda, porque te condiciona todo. Van pasando los años y vas perdiendo la esperanza de volver a hacer las cosas que hacíamos los dos juntos. Es verdad que hay gente que tiene cosas peores y es el único consuelo que te queda, pero es vivir a medias y siempre con una sensación agridulce, porque las alegrías no son plenas.
Muchas veces recuerdo las Nocheviejas en Noruega, donde la gente sale a la calle para festejar la entrada del año nuevo tirando fuegos artificiales y felicitar a los vecinos, que es cuando Ingrid siempre me da el beso del año y pienso que este beso es de verdad, como los de antes y me hace pensar que quizás este año se solucionen los problemas. Pero va pasando el tiempo y tienes que aprender a vivir con ello. Ella, a pesar de estar mucho más jodida que yo, por supuesto, lo tiene más asumido. Yo no asimilo que mi mujer tiene una enfermedad crónica y que no puede hacer vida normal. Siempre tengo la esperanza del cambio, pero quizás lo más inteligente y sano es asumir que esto es así y ya está, como ha hecho ella que es práctica y muy nórdica en ese aspecto. Yo soy más de castillos en el aire.
Los pacientes con enfermedades que no se manifiestan exteriormente, ¿tienen un plus de incomprensión por parte de la mayoría de la sociedad?
Es muy frustrante, porque tú ves a mi mujer y si no convives con ella no llegas a ser consciente de su enfermedad. También es frustrante porque siempre se apela a un motivo psicológico y se produce una doble victimización, porque es una enfermedad que se da sobre todo en mujeres, y cuando no se encuentran bien siempre sobrevuela el: «Ah, son rollos de mujeres». Podría hablar aquí horas de esto y de los estigmas de la enfermedad mental, aunque esta no lo sea y traten de meterla en ese saco. De hecho, mi mujer ganó una demanda al Estado noruego, que buscaba en su historia clínica un episodio de depresión. Si lo hubiese sufrido no hubiese ganado. Es increíble, porque imagínate que si hubiese estado deprimida, que es muy corriente en pacientes que sufren durante mucho tiempo, ¡encima lo utilizan en su contra!
Te tienes que poner a trabajar de enfermero, ya que los ingresos con LHR no eran suficientes.
Bueno, esto es importante matizarlo. Yo vivo a caballo entre dos países y el grupo funcionaba bien, de hecho mis compañeros dejan sus trabajos y viven exclusivamente de la música. A raíz de la enfermedad de Ingrid empezamos a probar un tratamiento muy costoso de un internista que viene de Bélgica. Además, la vida en Noruega es muy cara, por lo que no es muy inteligente trabajar en España y vivir en Noruega. Me tengo que pagar los vuelos, hoteles, etc. Vivo muy ajustado y a Ingrid le dan la invalidez, por lo que sus ingresos bajan. Yo nunca he visto el grupo como una empresa, porque siempre he vivido para la música. Esta preposición es muy importante, «para». Tú te entregas al máximo, pero no sabes si en el futuro la gente te va a seguir apoyando. Esto hace que me agobie por la hipoteca, las dos niñas pequeñas, el tratamiento… Convalidé mi título y estuve yendo un año a clases de noruego para extranjeros. Apruebo y empiezo a hacer guardias con pacientes con alzhéimer, en principio durante el día y luego por las noches también. Esta experiencia me supuso un contraste enorme.
¿Cómo te acogió el mercado laboral? ¿Sentiste xenofobia?
Es una profesión muy demandada, ya que se necesita mucha gente. Xenofobia no sufrí, quizás en los pacientes más enfermos al ver que no hablas el idioma bien del todo y que eres extranjero un poco de rechazo sí noté, pero soy consciente de que soy extranjero, que es un sitio pequeño y la gente tiene una mentalidad pequeña, pero mi experiencia laboral en Noruega es buena. Es un buen país para trabajar.
Tú que has trabajado en los sistemas sanitarios de ambos países, ¿cuál de los dos tiene mejor salud?
El español, dado los recursos que tiene, es bastante bueno, aunque la ratio de enfermero/médico por paciente creo que es bastante mejor en Noruega. No diría que el noruego es mejor. Lo que sí que tiene es una ratio de las mejores. Lo mejor que tiene la sanidad española son los profesionales, que somos superexportables y muy valorados.
Terminas tu trabajo del turno de noche y no puedes desconectar en casa. ¿Has sentido el síndrome del cuidador quemado?
Yo no he llegado a trabajar tanto como la gente en España durante la pandemia. Lo que sí tuve fue unos conflictos personales muy grandes que se me juntaron: he tenido que trabajar mucho para poder dedicarme a la música y en un momento de mi vida he tenido que combinarlo con el trabajo de lo que había estudiado, a pesar de que mi grupo funcionaba muy bien. Yo volvía de los conciertos en España y me tenía que poner a trabajar con enfermos que sabías que no iban a salir de allí una vez que ingresaban. Esto me provocaba mucha frustración, ya que sabes que nunca se van a poner bien. En casa la historia se repetía, porque sabía que mi mujer no se va a poner bien debido a su enfermad. A esto le sumas que mis suegros enferman los dos con cáncer y que durante la pandemia no podemos tocar durante dos años y pico. La música era mi vía de escape y no podía utilizarla. Realmente he vivido los peores momentos de mi vida en estos últimos años.
A ti también te han sacado tarjeta amarilla…
¡Sí! Encima he tenido dos embolias pulmonares. Una en el 2018 y otra el año pasado. Yo creo que la primera fue por el síndrome de la clase turista por los vuelos low cost y por estar en furgonetas doce horas… A eso se le juntó el estrés y la tristeza que tenía, ya que no me han encontrado nada genético. Me ahogaba durante muchos meses y no me miré como me tenía que haber mirado, ya que, volviendo al tema de la salud mental, todo el mundo me decía: «eso va a ser ansiedad». ¡Ansiedad! Imagínate que me tomo la medicación para la ansiedad, pues a lo mejor estaba muerto, porque cuando tienes insuficiencia respiratoria no es bueno tomar benzodiacepinas. El caso es que tenía una embolia pulmonar bilateral masiva.
¡Han sido los peores años de mi vida! Mi madre siempre me decía que los cincuenta es la mejor edad porque ya tienes los hijos criados… y yo le digo: «Mamá, me has engañado. Es la peor edad».
¿Por qué crees que solo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena? Es decir, solo nos acordamos de los sanitarios cuando los necesitamos como ha pasado durante la pandemia. Pasamos de aplaudirlos a no renovarlos.
El que no sabe su historia está condenado a repetirla. Así somos. Sí que pienso que nos ha puesto en perspectiva lo importante que es tener un buen sistema sanitario y las profesiones vocacionales. Esto es como la peli Don’t Look Up, no miramos hacia arriba, solo para adelante y vamos tirando.
¿Cómo te preparas para pasar de tocar ante miles de personas que corean tus canciones a trabajar con personas que no recuerdan su nombre en un país completamente diferente al nuestro?
Bueno, ahora no estoy trabajando y quiero dejarlo claro, porque siempre queda como flotando. Fue durante cuatro años y realmente no puedes prepararte. Es una movida dual de contrastes que crea conflictos, ya que la música te provoca un subidón de adrenalina y luego un bajón, con el que te tenías que ir a trabajar y siempre estabas recordando el momento. Por otro lado, ha sido un gran correctivo contra el ego.
¿Una buena cura de humildad?
Completamente. Además, vivimos en una sociedad en la que nos gusta aparentar, mostrar la cara buena, la del filtro, pero todo el mundo se va a enfrentar a la enfermedad, a la muerte de seres queridos y eso lo escondemos. Creo que la gente joven vive con una presión añadida de no saber nada de la vida. No los estamos preparando. Estas transiciones que hacía yo eran como dos vidas diferentes que me creaban conflictos e intentaba gestionarlo como podía. Al final uno hace camino al andar, no hay manual de instrucciones para estas cosas.
Jorge, la culpabilidad te hizo desear la separación del grupo.
Sí, para mí tocar me producía la máxima ilusión y placer, pero pensaba: «joder yo me voy a tocar y ella se queda aquí porque no se encuentra bien…». A esto mis suegros enfermos, las niñas pequeñas… Al igual que cuando estaba de gira por México y Chile y pensaba que mi mujer nunca me podría acompañar ni podría compartir con ella las cosas buenas que me ofrece mi profesión. Eso me generaba un sentimiento de culpabilidad y tristeza. También el hecho de no poder entregarte al cien por cien ni a la música, ni a mi familia, ni cuando trabajaba de enfermero. Veía que la gente solo se dedicaba a una cosa y yo estaba parcheando.
Escribir también me ha ayudado a comprender que la vida tiene estas cosas y me ha hecho sentirme orgulloso de ser una persona que no deja tirado a nadie. Si yo dejara al grupo, con una media de edad cerca de la cincuentena, se quedarían sin trabajo y sin ingresos. Son como los aviones, ya han despegado y no hay vuelta atrás. Se buscarían la vida, sin duda, pero yo siento una especie de responsabilidad también, aunque yo no haga esto por dinero, ya que hay familias que viven del grupo. Es esa sensación de no dejarlos tirados durante muchas de las crisis que hemos tenido, al igual que con mi mujer. Hay mucha gente que convive con personas enfermas y al final claudica, y cada uno tira por su lado. ¡Ahora seguro que sale alguno diciendo que lo dejé tirado! [risas], o que llegué tarde por lo menos [risas].
Tu vida está llena de acontecimientos que se producen por el azar y que forjarán tu camino: empiezas Empresariales sin mucho convencimiento y al poco lo dejas. De rebote terminas en Barcelona estudiando Enfermería porque no te dio la nota para Medicina. El primer suceso fue el compartir piso con personas de otros países y el color del salón…
En realidad, estuve de oyente en la Facultad de Medicina de Valencia todo un año, aunque estaba matriculado en Farmacia. Al año siguiente, tras unos días en Empresariales, acabé cursando primero de Biológicas y finalmente me fui a Barcelona al año siguiente y empecé Enfermería. Allí creo que me inicié en la vida adulta, o al menos me tuve que valer por mí mismo. Compartí piso en el carrer Notariat, muy cerca de Plaça Catalunya, con un gallego de Lugo y con un americano de Indiana, gracias al cual conocí a montones de estudiantes y viajeros extranjeros que andaban de paso por la ciudad de Barcelona y que solían visitar el salón rojo de nuestro piso.
El segundo y consecuencia de la experiencia de convivencia internacional es la idea de cursar un erasmus en Leeds. No lo consigues, pero…
Se cierra esa puerta, desafortunadamente, pero de nuevo por cosas del azar se abre la posibilidad de ir a Molde, en Noruega. Una auténtica aventura a priori que se confirma rotundamente con el paso de los meses. Ser erasmus se me antojaba un privilegio que me daría la oportunidad de abrazar nuevas experiencias que continuarían las ya vividas en Barcelona. Y así fue.
Tercero, eres el primer alumno que viaja a Molde para realizar un erasmus tras el convenio firmado con una escuela noruega. Ya estabas haciendo cositas importantes con el grupo y aun así te fuiste. ¿Por qué lo tenías tan claro? ¿Cómo se lo tomaron el resto del grupo?
Fui el primer estudiante erasmus de la Escuela de Enfermería de Molde. Lo tenía claro desde mi año en Barcelona. Ver a estudiantes de todo el mundo venir a España para estudiar aquí y vivir experiencias nuevas me marcó para siempre. Yo quería hacer lo mismo que ellos y era algo que no podía esperar. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para irme a estudiar fuera de España durante un tiempo. Trabajé una temporada en España como reponedor de discos para compañías discográficas multinacionales, y entre eso, lo que ganaba jugando el fútbol, la beca erasmus y el apoyo de mis padres pude marcharme fuera. El grupo estaba preocupado, claro. Acabábamos de ganar un concurso de bandas organizado por la Generalitat y supongo que algunos en el grupo veían mi marcha como una amenaza, pero yo sabía que la experiencia de vivir en el extranjero me iba a cambiar la vida, me iba a aportar muchas cosas y al mismo tiempo me iba a dar la oportunidad de poder escribir muchas canciones. Estaba totalmente decidido a hacerlo y cuando a mí se me mete algo en la cabeza voy a por ello.
Cuarto y el que forma el pilar de toda tu historia, Ingrid.
Ingrid es la gran casualidad de mi vida y la persona que más me ha marcado. No entiendo mi vida sin ella, y cuando digo mi vida me refiero a todo, música incluida. Nada hubiera sido lo mismo si no la hubiera conocido. Nada. No he sido siempre un ejemplo como pareja y hubo momentos en los que nos alejamos mucho y estuvimos a punto de romper, pero por encima de todo siempre hubo algo muy poderoso que nos unía y que todavía hoy lo hace. Amor incondicional que está por encima de todo lo que nos haya podido pasar y el deseo de seguir compartiendo nuestras vidas. Eso es algo que o pasa o no lo hace, así que seguimos adelante juntos.
¿Cuántas veces has pensado cómo sería tu vida ahora si no hubieras vuelto al local en el que os conocisteis?
Alguna vez lo he pensado, sí. La vida tiene estas sorpresas. Uno nunca sabe lo que se va a encontrar al doblar la esquina. Es imposible saberlo, pero probablemente no estaríamos ahora mismo aquí hablando. Aquella casualidad abrió la puerta a otras muchas que nos han traído hasta lo que somos a día de hoy. Sería diferente, seguro, pero creo que todo lo que Ingrid y yo hemos vivido juntos nos ha hecho mejores, que nos hemos ayudado y apoyado. Espero que haya valido la pena.
Los dos hicisteis una apuesta de «todo o nada al amor» con veintipocos años.
Sí, así es. Ella tenía veinte años y yo veintitrés. Fue algo muy osado, pero el tiempo nos ha demostrado que no estábamos equivocados. Yo tuve la corazonada de que en esta ocasión no iba a ser como en las anteriores relaciones que había tenido. Es bonito que hayamos sobrevivido a todo lo que nos ha pasado. Creo que hemos sido muy tolerantes y pacientes el uno con el otro, y aunque siempre se pueden hacer las cosas mejor, las ganas de mejorar siguen existiendo todavía hoy. Es más lo que nos une que lo que nos separa, porque también hay cosas que nos separan o que podían haberlo hecho. Sé que igual es un poco empalagoso, pero la verdad, yo sigo enamorado de Ingrid. También te digo que no ha sido nada fácil y que a veces no he estado a la altura de las circunstancias, pero sigo queriendo compartir mi vida y todo lo que tengo con ella. No tengo ninguna duda al respecto.
Háblame del documental In the Middle of Norway.
Estábamos en Barcelona con el grupo grabando una pieza para El País y dentro del equipo de producción estaban Mia Salazar y Georg Bungard, que son pareja. Nos caímos bien. Recuerdo que estaba afónico porque la noche anterior habíamos tocado y ella, que es medio mexicana por parte de madre, me dijo: «te voy a hacer un remedio con tequila y con miel». Hice unas gárgaras y pudimos salvar la grabación. A partir de ahí nos hicimos colegas y nos intercambiamos los emails. Ellos se dedicaban al mundo audiovisual (cortos, publicidad, documentales), pero debido a la crisis en Barcelona la cosa estaba mal y a él le salió trabajo en Estocolmo y se mudaron. Al tiempo quisieron montar su propia productora. Manteníamos el contacto vía email hablando de lo que era la vida en Escandinavia y de las ciertas similitudes que teníamos: ella estuvo cuidando a su padre que murió de cáncer y había tenido un grupo de música. Yo siempre le digo que ha contado su historia a través de mí [risas].
Para su primer proyecto pensaron en mí. Yo se lo comenté a Ingrid y se vinieron. Rascaron un poco y lo que iba a ser una entrevista se transformó en un documental que tuvo una gran acogida, ganando algunos premios. No ha ganado más porque dura treinta y ocho minutos y no es ni un corto ni un largo.
Al principio me dio un poco de miedo, pero la experiencia fue muy positiva porque hubo mucha gente que se sintió identificada con la historia: habla de desarraigo, de los expatriados, de las enfermedades que se viven en soledad y no tienen caché. Por otro lado, creo que también es un documento bonito para que el día de mañana nuestras hijas entiendan mejor todo y un homenaje a mi mujer.
Este documental te lleva a escribir tu autobiografía. Eric (batería de Los Planetas y Lagartija Nick) te puso el caramelito en la boca…
Mi editora ha sacado los libros de Eric y ella leyó una entrevista que nos hicieron a Mia Salazar y a mí en el suplemento S Moda de El País a raíz del estreno del documental. Cristina lo leyó el domingo y vio que había un libro en esta historia y además le gustaba LHR. Llamó a Eric y él contactó conmigo. Me animó a que lo hiciera, pero me abrumó tanto que una editora se interesara por mí, que no me atreví a darle mi número de teléfono porque no sabía qué decirle y le pasé mi correo. Vino a verme a Valencia esa misma semana como si fuera a fichar a un futbolista. Incluso me preguntó si había recibido ofertas de otros lados y mi mánager de entonces, con el que no he acabado bien, me dijo que íbamos a decir que sí teníamos más candidatos. Yo le dije que no: esta tía ha leído esto, le ha molado y le gusta mi grupo, me ha hecho una oferta y ya está. A mí no me gusta el mundo que funciona con faroles.
En el documental prácticamente no hacía nada aparte de responder a las preguntas que me hacían y salir en la cámara, pero no actuaba, ya que ni siquiera tenía conciencia a veces de que estaban grabando. Lo de escribir sí que era un desafío. Sabía que tenía una historia singular, pero también sabía que había que escribirla bien. Me puse a ello con mi editora, que estuvo muy encima durante todo el proceso dándome muy buenos consejos. También agradecí los consejos de David Trueba y Rafa Lahuerta.
¿Te has autocensurado?
Bueno, yo creo que todo lo que está es, pero no está todo lo que es. He tenido muchos conflictos con el libro y he sufrido mucho porque he querido hacer un ejercicio de sinceridad, pero a la vez que iba escribiendo he visto las ramificaciones que tenía hacia terceras personas y ahí sí he tenido que reflexionar. No me he censurado, pero sí que he mantenido conversaciones con mi editora, mi mujer y las partes implicadas y de momento he decidido no hablar de algunas cosas para las que tal vez no estemos preparados todavía..
¿Habrá segunda parte entonces?
No lo sé. Sí que hay cosas muy importantes que no las he querido abordar porque o no era el momento, o porque la gente que iba a salir salpicada no está preparada e iba a ser muy doloroso.
¿Cómo se lo ha tomado la gente que sale en el libro?
He descubierto que la gente es más tolerante de lo que creía. Yo hice un trabajo de campo hablando con todas las personas que salían y les ofrecía a leer el capítulo donde salían y la posibilidad de cambiarle su nombre si ellos querían. Nadie me lo ha pedido. Ha sido un proceso interesante. También hay gente con la que no tengo contacto y no sé lo que pensará, pero tampoco me importa mucho.
¿Te ha pedido perdón alguien tras la lectura del libro?
No me han pedido explícitamente perdón, pero sí que tengo gente muy cercana que sale en el libro que de repente me ha dado un abrazo y me han dicho que me ven de otra manera. Y yo pregunto: «¿Pero es bueno o malo?». Y me dicen: «Es bueno, es bueno…» [risas].
¿Fue doloroso remover tu pasado? Algunas cosas las tendrías olvidadas a propósito y otras sin querer.
Muy doloroso en muchos aspectos, pero sanador a la larga. Yo no he querido ajustar cuentas ni escribir desde el rencor, pero sí que ha hecho que me entienda mejor a mí mismo y a los demás.
Un poco de escritura terapéutica.
Sí que ha sido porque me ha ayudado a cerrar episodios de mi vida y a pasar página, aunque durante el proceso lo he pasado fatal y he estado a punto de echarme atrás. Incluso estuvo hablando con un psicólogo porque me estaba creando mucho desasosiego.
¿Han leído el libro tus padres? ¿Y tus hijas?
Mi padre no lo ha leído, ni creo que ya lo haga. Está bastante bien de salud para la edad que tiene, pero a nivel cognitivo ya no es el que era y no me lo imagino prestando atención a mi libro. Ni a mí libro ni a ningún otro. Mi madre sí que se lo ha leído y se ha emocionado mucho, se ha reído y ha llorado con él y me ha felicitado, aunque dice que siempre sufre mucho conmigo, y con la vida que he llevado, pero le ha gustado y creo que está orgullosa del esfuerzo que he hecho. Le sorprende que me acuerde de tantas cosas y tantos detalles. Se ha ruborizado con algunos momentos del libro, con otros se ha quedado en shock, porque no sabía muchas cosas de las que cuento, pero lo más bonito de esta experiencia está siendo el ver que la gente que te quiere y te aprecia es más tolerante de lo que a priori me podría llegar a imaginar.
Mis hijas no se lo han leído. Les he regalado uno a cada una para que lo tengan y si un día deciden leerlo porque les apetece pues espero que me puedan dar su parecer, pero yo no voy a presionarlas para que lo hagan. Tampoco lo hago con mis discos ni lo hice con el documental In the middle of Norway. Prefiero que nazca de ellas. Estoy seguro de que algún día les apetecerá leerlo, porque es también su historia, pero ahora están de lleno en su adolescencia y supongo que tienen otras preocupaciones y prioridades.
¿Qué te resultó más difícil, componer una canción de tres minutos o resumir tu vida en cuatrocientas treinta y cinco páginas?
Resumir mi vida, desde luego. Para mí componer es algo que me sale de manera natural, una necesidad, y lo veo casi como un hábitat natural en el que me desenvuelvo con total soltura. Son muchos años haciendo canciones y me atrevería a decir que es algo que ya forma parte de mi forma de ser.
Escribir no es algo en lo que me haya prodigado demasiado, pero creo que tampoco se me da mal del todo. Se podría decir que soy un debutante en estas lides y no tengo ni la experiencia, ni la técnica, ni el oficio que sin duda me he ganado con los años como compositor de canciones. He escrito el doble de lo que sale en el libro y lo que he hecho es quedarme con lo que funcionaba mejor a nivel narrativo.
Rompes muchas creencias del rock… No eres un rompebragas castigador paseando continuamente por paraísos lisérgicos.
La verdad es que ha habido sexo, drogas y rock and roll, pero no me ha parecido lo más interesante de mi adolescencia ni de mi carrera musical, sino más bien anecdótico. Siempre me ha parecido que esa banalización de las drogas y demás no iban conmigo, aunque lo he visto y lo he vivido. No es que no me interese el sexo, el rock o incluso las drogas, pero me parece hasta cateto que se le infunda un halo de autenticidad a ciertas personas… También he visto muchos enfermos por el consumo e incluso fallecidos cercanos a mí, por lo que banalizar esto no me parece bien. Siempre ha pasado que si eres un músico sensible que tomas drogas ere un tío como guay, pero si no las tomas, eso de la sensibilidad no te hace tan autentico. Yo nací en Valencia y pasé mi adolescencia en los ochenta, por lo que en el auténtico 86/87 ya había visto y hecho cosas a una edad muy precoz. Cuando empecé con el grupo tenía veintidós o veintitrés años y todo ese mundo oscuro me parecía superado, por eso me sorprendía la gente de mi edad que empezaba a hacer estas cosas.
¿Te atreverás con una novela de ficción?
Sí. Voy a escribir algo más seguro. Tengo muchos caminos abiertos, pero aún no sé qué será. Me gusta escribir porque uno se encuentra a sí mismo.
¿Cómo sabrás que has escrito «La canción de amor definitiva»?
Lo que me he dado cuenta persiguiendo hacer la canción de amor definitiva es que esa canción era mi propia vida. Tengo una frase apuntada de mi amigo Lahuerta que dice: «El amor es una conversación que nunca decae». Esta frase me gusta mucho, porque soy una persona que casi todo lo que hago, lo hago por amor y esa conversación que tengo con la música, mis amigos, mi grupo y mi mujer todavía no ha decaído. Siempre hay ganas de sentarse a hablar y seguir adelante.
En resumen…Parece un Gran tipo