Los gabinetes de curiosidades surgieron en una época en que el ser humano aún encontraba en el mundo exterior un campo abonado para el descubrimiento, la maravilla y la fabulación. A veces eran muebles repletos de compartimentos; en otras ocasiones, se trataba de estancias enteras. Pero todos ellos contenían recopilaciones de objetos sorprendentes, ya fueran de origen natural o artificial; cuerpos de animales exóticos, fósiles, antiguas piezas arqueológicas o modernos artilugios científicos… Elementos, en suma, que permitían abrir una ventana a lo desconocido. Sus poseedores fueron los primeros coleccionistas, y su vocación de «exploradores de salón» pervive hoy en formas diversas: su herencia se puede encontrar en los actuales museos, pero también en las legiones de aficionados a recolectar objetos de las más diversas temáticas.
Guillermo del Toro no es ajeno a esta pulsión del coleccionismo. Su obra está plagada de gabinetes de curiosidades, desde las tiendas de anticuario de Cronos o The Strain hasta las galerías del departamento de investigación paranormal en Hellboy. Su propia casa, a la que denomina Bleak House, es un enorme museo de lo inquietante, lo fascinante y lo macabro, como antes lo fuera la célebre ackermansion del editor Forrest J. Ackerman, verdadero padrino de ese matrimonio entre lo monstruoso y lo popular.
Por eso no sorprende que en su nueva serie, compuesta por ocho relatos de terror filmados por otros tantos cineastas, Del Toro haya escogido la figura del gabinete de curiosidades como hilo conductor. En cada capítulo, el mexicano propone un objeto que servirá como puerta de entrada al horror. Y, siguiendo su ejemplo, nosotros hemos escogido otros ocho elementos (objetos, lugares, ideas) que, de forma similar, permitan trazar un recorrido por las historias diversas, plurales, pero en el fondo afines que construyen esta particular pieza de mobiliario cinematográfico. Incluiremos SPOILERS, avisado queda.
Anfitriones
«Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae». Las ominosas palabras con las que el conde Drácula recibía a Jonathan Harker permiten entender por qué la misma idea del anfitrión está íntimamente ligada al género de terror. Poner el pie en los dominios ajenos es penetrar en lo desconocido en un acto de confianza ciega. No importa si el anfitrión está vivo, como el pintor loco de «El modelo de Pickman» (dirigido por Keith Thomas) o el millonario Lionel Lassiter en «La visita» (Panos Cosmatos); o muerto, como los inquilinos de las casas de «El murmullo» (Jennifer Kent) y de «Sueños en la casa de la bruja» (Catherine Hardwicke). El gesto de generosidad de quien abre las puertas de su hogar puede devenir fácilmente en un peligro mortal.
Pero podría decirse que, del mismo modo en que los personajes entran en esas cabañas y mansiones, todos realizamos un idéntico acto de fe (e indefensión) al adentrarnos en una historia de miedo. Por eso es habitual en estas la figura del anfitrión-cuentacuentos: como el Guardián de la Cripta de los viejos tebeos de la E. C., o como el travieso y malévolo Chicho Ibáñez Serrador en sus Historias para no dormir, aquí es el propio Guillermo del Toro quien ejerce de maestro de ceremonias, presentando cada episodio con perverso deleite e invitándonos a entrar en sus imágenes libremente y, qué remedio, por nuestra propia voluntad.
Reliquias
En la primera de sus apariciones, Del Toro describe los trasteros como lugares de toda la vida donde se puede mantener vivo el pasado. Estos espacios contienen la vida (son almacenes de recuerdos, sueños, hazañas), pero también la muerte, al ser el sitio donde se da sepultura a los objetos y a lo que estos significan. Lo muestra claramente ese capítulo inicial, «Trastero 36», filmado por el director de fotografía habitual del mexicano, Guillermo Navarro. Pero sucede algo parecido con los cementerios: al presentar «Ratas de cementerio», Del Toro se refiere a ellos como los contenedores de la colección definitiva. Trasteros o cementerios, ambos espacios albergan un gran tesoro, esas reliquias cuyos dueños guardan con el ambicioso objetivo de desafiar a la muerte y perdurar en el tiempo. Por eso hay cierta justicia poética en la forma en que la muerte sorprende a los personajes en cualquiera de estos lugares: hombres sepultados por su propia codicia, asfixiados por el dinero que jamás llegarán a obtener. Al final, nadie puede apropiarse del pasado de otros, solo rendir cuentas con el suyo propio, como si cada uno hubiese ido escribiendo su historia y fuese responsable de la soledad y la oscuridad que ha ido cosechando.
Cementerios
No pueden faltar en ninguna colección de relatos de terror que se precie. El torturado pintor de «El modelo de Pickman» acude al cementerio por las noches para trabajar en sus cuadros. Al fin y al cabo, ¿qué puede representar mejor el terror que un lugar donde los cadáveres se cuentan por centenares? Lo más inquietante de los cementerios es que tan solo vemos su pulcra superficie, pero nunca podemos olvidar lo que descansa bajo la misma. Ahí yace la fuerza de un relato como «Ratas de cementerio», escrito por Henry Kuttner (autor perteneciente al llamado círculo de Lovecraft) y expandido para la ocasión por Vincenzo Natali (Cube). El cineasta toma de la mano al espectador y lo sumerge sin piedad en el subsuelo de un camposanto; el terror, primario y visceral, surge de la claustrofobia, sí, pero también del hecho de que el cementerio es el espacio liminal por definición: el lugar que ejerce de umbral físico entre la vida y la muerte.
Extraterrestres
El carácter puramente lovecraftiano que comparten la mayoría de los episodios tenía que conllevar, por fuerza, una amenaza cósmica. A veces (como en «Trastero 36»), el origen de las monstruosidades tentaculares no queda explícitamente vinculado a otros rincones del universo. Pero tanto en «La autopsia» como en «La visita» queda claro que se trata de seres extraterrestres. Ambas entregas no pueden ser más distintas: la primera, dirigida por David Prior (The Empty Man), es una historia pulp con aire retro, y que se emparenta directamente con clásicos del género como La invasión de los ladrones de cuerpos de Don Siegel o la novela Amos de títeres de Robert A. Heinlein. Sin embargo, «La visita» es un verdadero viaje lisérgico cortesía de Panos Cosmatos. El realizador de la poderosa Mandy (2018) vuelve a exhibir poderío visual en una inclasificable invasión alienígena. Ambos capítulos comparten, eso sí, un cierto sentido del humor macabro y perverso.
Cuerpos
Se podría justificar la presencia de este «elemento» dentro de este particular recorrido por tratarse, precisamente, del aspecto biológico del ser humano, de su naturaleza física, desprovista de alma. El cuerpo como traje, como indumentaria que, por un lado permite al individuo convertirse en quien realmente desea ser, como le ocurre a la protagonista de «La apariencia», de Ana Lily Amirpour; y por otro, se vuelve un recipiente vacío para ser colonizado por una forma de vida diferente, como en «La autopsia». En ambos relatos, el cuerpo es a la vez condición necesaria para la vida y origen del malestar (y el rechazo) que limita y condiciona la existencia. La reclusión del personaje dentro de la carne provocará la violencia contra el propio cuerpo y acabará por alterar su anatomía sin importar el dolor o la estabilidad emocional. Ya sea desde el body horror con ecos de David Cronenberg del capítulo de Prior, o mediante la sci-fi al más puro estilo Twilight Zone en el de Amirpour, el resultado es una absoluta carnicería, una terrorífica aproximación a la gran dicotomía que subyace en el ser humano, tan autodestructivo como perseverante.
Cuadros
«Pinto lo que veo» es la máxima que Del Toro atribuye a los artistas en su reveladora introducción a «El modelo de Pickman». Se trata de entender el arte no como representación del mundo real, sino como una búsqueda de la verdad. Al fin y al cabo, cada cuadro lleva implícita la subjetividad del artista… Pero, ¿es esa intencionalidad del pintor la que moldea la realidad que pinta, o es la percepción del espectador lo que determina la naturaleza última de la obra? Puede que, de los elementos de nuestro modesto listado, este sea el más versátil: un objeto capaz de contener tantas verdades e historias como ojos que lo contemplan. Así ocurre en el capítulo de Thomas, donde los cuadros representan horrores capaces de desatar la locura. Pero también son visiones de un futuro por llegar, como en «Sueños en la casa de la bruja», donde las creaciones de una pintora advierten de unos terribles sucesos que, sin ellas, quizá jamás habrían llegado a producirse. No es casual que ambas historias estén basadas en relatos de H. P. Lovecraft, quien sostenía que en el universo existían ventanas de entrada a otros mundos, a otras dimensiones. Realidades que se revelan a través del arte, verdades que atraviesan el lienzo y ofrecen una imagen bella o un horror indescriptible. En cualquier caso, una peligrosa experiencia que sostiene entre sus dedos la cordura, la manosea, la aprieta y la acaricia desbordando la lógica y la razón.
Fantasmas
Probablemente sería muy complicado contener un fantasma, encerrarlo en un mueble, en una vitrina de exposición, guardarlo en un baúl con llave, si no es con su consentimiento. Pero aquí están de nuevo, otra vez, formando parte de este inventario de excentricidades y maravillas: los fantasmas, esas presencias que en el cine de Del Toro arraigan en el celuloide como parte de una narrativa de pérdidas y esperanzas. Así sucede en «Sueños en la casa de la bruja», pero también en el último episodio, «El murmullo», donde Jennifer Kent adapta un relato del propio Del Toro. En ambas historias existe una fuerte conexión entre estos fantasmas y aquellos que padecen el agudo dolor de la pérdida. Una conexión que debilita la frontera entre la vida y la muerte, desordenando el espacio intermundos, alterando dimensiones y oscureciendo realidades. Como sucede con lo desconocido, el miedo se desvanece cuando se le hace frente, cuando se comprende. A veces los fantasmas permiten reevaluar el pasado, mientras que otras en cambio son el impulso para emprender un nuevo camino. En definitiva, son una presencia que se revela ante unos pocos afortunados que poseen la voluntad y la disposición adecuadas.
Ratas
Las ratas se asocian tradicionalmente con la suciedad, con la enfermedad, con la muerte… No es casual, por tanto, que su presencia sea habitual en las historias de miedo casi desde los mismos orígenes del cine. Como la plaga que acompaña a la llegada del vampiro en el Nosferatu de Murnau, los roedores se mezclan con los cadáveres en «Ratas de cementerio» al servicio de una monstruosidad superior; pero el propio protagonista del capítulo es también, en cierto modo, una rata, como también lo es el de «Trastero 36»: personajes ruines y carroñeros que se aprovechan de lo que los muertos dejan atrás. Mientras tanto, en «Sueños en la casa de la bruja» un grotesco hombre-rata que parece ser el ayudante de la malvada Keziah Mason va cobrando protagonismo a medida que avanza la narración, hasta ofrecer el último golpe de efecto al hacer con éxito lo que el alienígena de «La autopsia» no pudo conseguir.
«Sueños en la casa de la bruja» es, de hecho, un relato del amigable amigo artefacto del amor aka Lovecraft.
Tambien aparece por ahi un señor muuuuy oscuro…