Rousseau nunca cometió el error de idealizar al hombre natural. No corre el riesgo de mezclar el estado de naturaleza con el estado de sociedad; sabe que este último es inherente al hombre; pero entraña males; el único problema es el de saber si esos males son inherentes a dicho estado. Detrás de los abusos y de los crímenes, se buscará entonces la base inconmovible de la sociedad humana.
(Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos)
Conservadurismo antropológico
Lo de que hay que ser revolucionario en lo económico, reformista en lo político y conservador en lo antropológico, que al parecer es la consigna de cierta izquierda posmoderna, me recuerda el chiste del conde que soñaba con una esposa que fuera una dama en los salones, una cocinera en la cocina y una puta en la cama, y al final se casó con una mujer que era una puta en los salones, una dama en la cocina y una cocinera en la cama. Y me lo recuerda por dos razones: la primera, porque no creo que una persona pueda compartimentar su mente y sus funciones ni de acuerdo con el ideal femenino del conde ni de acuerdo con la mencionada consigna política (una «fusión de contrarios» solo posible en los sueños y en los chistes); y la segunda, porque no veo claro ni lo de la cocinera en la cama ni lo del conservador a nivel antropológico.
Puedo imaginarme a una condesa comportándose en la cocina como una estirada dama que no está dispuesta a que se le caigan los anillos —de poder— y que llama al mayordomo para cascar un huevo; puedo imaginarme a una condesa arrimándose putescamente a los invitados en los salones de su mansión; pero ¿cómo se comporta en la cama una cocinera? Análogamente, tengo bastante claro lo que es un revolucionario a nivel económico y lo que es un reformista a nivel político (y cuán poco compatibles son); pero ¿qué es un conservador a nivel antropológico?
Si nos mantenemos en el estrato más profundo de la antropología, el que linda con la biología, la respuesta es obvia: el conservadurismo antropológico consistiría en ceñirse a las demandas naturales de nuestro organismo; así, el derecho a la alimentación tendría que contemplar, ante todo, nuestra necesidad de ingerir unos cincuenta gramos de proteínas y unas dos mil kilocalorías diarias; y el derecho a una vivienda digna no podría ignorar el hecho de que, como animales homeotermos, tenemos que resguardarnos de las inclemencias del tiempo y mantener nuestra temperatura corporal entre 36º y 37º centígrados; por no hablar de la necesidad de cuidar de las crías durante varios años… Hasta aquí, nada que objetar; pero a poco que nos alejemos de lo estrictamente biológico la cuestión se torna sumamente compleja y resbaladiza.
Aparte del consabido tabú del incesto, las constantes antropológicas más arraigadas y universales son el patriarcado, el especismo y la religión. En una palabra, el sometimiento: sometimiento de las mujeres a los hombres, sometimiento de las demás especies a la especie humana, sometimiento de todas y todos a una supuesta superespecie divina. E inmediatamente después y como consecuencia de estas servidumbres primordiales, sometimiento de una clase social a otra. De modo que ser conservador a nivel antropológico, si no estamos hablando de mero —y obvio— conservadurismo biológico, es ser conservador a secas, y el adjetivo sobra. No parece que haya una manera específicamente antropológica de ser conservador, del mismo modo que no hay una manera específicamente culinaria de retozar en la cama (a no ser que me haya perdido algo por ser vegetariano desde la infancia).
Pero hay que reconocer que lo del conservadurismo antropológico suena bien. Suena a conservar lo humano, lo cual, en estos tiempos de deshumanización galopante, parece algo íntimamente relacionado con —o incluso equivalente a— la conservación de la naturaleza y del patrimonio cultural. Suena a conservar lo humano, pero no es lo mismo, como no son lo mismo el humanismo y la antropología. La antropología estudia a los seres humanos tal como son, mientras que el humanismo se plantea cómo deberían ser.
¿Y cómo deberían ser los humanos? Es una pregunta que filósofos y moralistas llevan haciéndose desde siempre, y que alcanzó especial relevancia con la Ilustración y sus heterodoxos. Y hablar de los heterodoxos de la Ilustración es hablar de Rousseau.
Truco (dogmático) o trato (social)
El 29 de octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera pronunció en el Teatro de la Comedia de Madrid un discurso —manifiesto y soflama fundacional de la Falange Española— que comenzaba así:
Cuando en marzo de 1762 un hombre nefasto, que se llamaba Juan Jacobo Rousseau, publicó ‘El contrato social’, dejó de ser la verdad política una entidad permanente. Antes, en otras épocas más profundas, los Estados, que eran ejecutores de misiones históricas, tenían inscritas sobre sus frentes, y aun sobre los astros, la justicia y la verdad. Juan Jacobo Rousseau vino a decirnos que la justicia y la verdad no eran categorías permanentes de razón, sino que eran en cada instante decisiones de voluntad.
A primera vista, puede sorprender que el discurso inaugural del fascismo español comenzara con un furibundo ataque a Rousseau, teniendo en cuenta el amplio elenco de «hombres nefastos» contra los que podría haber arremetido José Antonio. Pero eligió bien el blanco de sus invectivas: el fundador de la Falange tenía claro quién era el más contundente impugnador de su «movimiento», como de cualquier otro fundamentalismo ético-político. Porque tanto la religión como otras formas de autoritarismo necesitan hacernos creer que el ser humano es malo por naturaleza, ya sea en función de un «pecado original» o de ciertos impulsos básicos que convierten al hombre en un lobo para el hombre, como diría Hobbes. Y al impugnar este supuesto, Rousseau ataca los fundamentos mismos del dogmatismo y la represión1.
Pero negar la maldad intrínseca del ser humano no significa idealizar a un utópico «hombre natural», como ha señalado repetidamente Lévi-Strauss, que en Tristes trópicos advierte: «Tan desacreditado, nunca peor conocido, Rousseau, expuesto a la acusación ridícula que le atribuye una glorificación del estado natural, hace exactamente lo contrario, y solo queda por hallar la manera de salir de las contradicciones por las que deambulamos a la zaga de sus detractores».
Rousseau mostró una intuición sociológica profunda al comprender que actitudes y elementos culturales como el consentimiento y el contrato no son formaciones secundarias, como pretendían sus adversarios, sino la materia prima de la vida social. Y lo que planteaba no era un utópico retorno a la vida primitiva, sino la necesidad de «discernir lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre, y conocer un estado que ya no existe, que quizá nunca haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, hay que tener nociones precisas para juzgar nuestro estado presente»2.
Emilio no es el abuelo de Tarzán: lo más mítico del mito del buen salvaje es el consabido tópico de atribuírselo a Rousseau.
Notas
(1) El odio que Rousseau sigue despertando en la extrema derecha en general y en el nacionalcatolicismo en particular, es una de las más claras pruebas de su vigencia (pese a sus defectos y sus excesos, de los que intentaré hablar en otro momento).
(2) Jean-Jaques Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.
Según Graeber y Wengrow (El amanecer de todo) hay que utilizar más las aportaciones de la arqueología y menos las especulaciones de economistas, psicólogos… que siguen todos unas estelas ilustradas, más o menos hobbesianas o rusonianas, pero todas demasiado idealizadas. Salud.
Por supuesto. Lo cual no nos excusa de revisar a los clásicos, sus interpretaciones y sus tergiversaciones, sobre todo cuando han dado lugar a equívocos ampliamente difundidos.
Claro, no lo decía como si aquello fuera santa palabra.
Lo que me ha llamado la atención es que esos autores expliciten que habitualmente en estos asuntos nos hemos movido en una dicotomía ilustrada muy concreta que quizá (según ellos, con seguridad) tiene que ser superada.
Y seguramente tienen razón.
La verdad es que la visión que aportan los dos autores es, para mi, fresca y fascinante a la vez. Rompen con esa mitificacion de un ser humano original bastante plano y aburrido de los evolucionistas culturales, hobbesianos o rousseaunianos, que tan presente sigue en autores modernos muy leídos, y vuelven la prehistoria mucho más rica y asombrosa. La capacidad inventiva, imaginativa y cambiante ha estado más presente en nuestras sociedades de lo que sospechábamos. También ellos abundan, como hace Lévi-Strauss, en que ni Hobbes ni Rousseau se creían sus propios tipos ideales y que sólo especulaban para presentar su teoría social.
Al hilo sobre lo que dices Carlo del especismo, de Graeber hay un texto en Internet que me llamó mucho la atención en su tiempo, y que me recuerda porque elegí seguir formándome en antropología. Es por esa mirada reflexiva y a la vez fresca que tanto hecho de menos veces. Os pongo el enlace aquí:
https://arquitecturacontable.wordpress.com/2021/06/16/de-que-vale-si-no-podemos-pasarlo-bien/
Muy interesante, recomiendo vivamente su lectura. Gracias por el enlace, Arryn.
Al final, detrás de esto está el mismo debate de siempre en la filosofía: si los valores son o no universales. Me explico: ahora mismo estoy leyendo a Kelsen; sus escritos sobre Democracia y Socialismo, etc… Él era partidario del relativismo, era antihegeliano, atacaba al comunismo y al fascismo por ser sistemas «totalitarios» que no respetaban el punto de vista contrario, el del oponente, o sea, la democracia.
Yo en esto siempre tengo mis dudas: por un lado detesto a Primo de Rivera; su discurso absolutista (de valores absolutos, eternos, etc…) es puro fascismo repugnante, con ingredientes españolistas fanáticos, que ahora recuperan gente de Vox, televisiones de extrema derecha o personas como Juan Manuel de Prada (siempre clamando contra el «relativismo»). Sin embargo, si aceptamos el relativismo tendríamos que dar la razón a Kelsen frente al socialismo, con lo cual nos quedaríamos con estas «democracias» en donde no estamos tiranizados por el estado socialista… tampoco por el fascista (por suerte) pero nos toca tragar con la tiranía de la empresa y los mercados (tiranía que también sufriríamos bajo el fascismo, pero no bajo el socialismo).
No sé bien cómo se sale de esto.
Espero haber expuesto el problema con claridad a pesar de mi nula capacidad para la Lógica (estoy intentando resolver ejercicios de deducción natural y es un horror para mí; lo siento, Carlo, pero pienso que unos nacieron para las matemáticas y otros hemos nacido para dibujar u otras cosas, aunque sé que en esto tenemos alguna discrepancia).
Te recomiendo un libro nada reciente pero muy actual: «Dialéctica sin dogma», de Robert Havemann. El socialismo no tiene por qué ser dogmático (aunque el llamado «socialismo real» suela serlo) y la alternativa no es dogmatismo o relativismo cultural (que acaba mordiéndose la cola, pues habría que relativizar el propio relativismo). Intentaré escribir un artículo sobre el tema, gracias, Óscar.
En cuanto a las matemáticas, creo que lo que dices es aplicable a las avanzadas, pero no a las básicas, que están al alcance de cualquiera. O lo estaría si no se enseñaran tan mal.
Muchas gracias por la sugerencia de Robert Havemann. Había oído hablar de él. Lo buscaré.
Sí, el relativismo puede terminar siendo un dogma también. Sí, es un buen tema: cómo defendernos argumentativamente del relativismo de Kelsen, pero también del absolutismo de «los valores eternos» de neofascistas joseantonianos, y de paso, del dogma de los comunistas de un sólo librillo.
Yo tuve durante muchos años un compañero de pupitre en el colegio que era una máquina con las matemáticas; yo era malísimo en eso. Sin embargo yo dibujaba muy bien y él de fatal. Destrezas y sensibilidades diferentes.
Robert Havemann. Apuntado queda.
Quedo perplejo.
Creo recordar que la madre del cordero del «estado de naturaleza» fue Hobbes, que vivió un siglo antes que Rousseau. Quien enmendó la plana a Hobbes fue Locke, no J.J. A Rousseau le dio por realizar variantes de cosas que había leído en otros. No sabía que la extrema derecha lo tuviera en la diana. Sospecho que leen tanto como la extrema izquierda. Que yo recuerde, Rousseau era un retrogrado de grueso calibre.
A todo esto, no recuerdo que haya existido un intelectual llamado Primo de Rivera, así como tampoco es una intelectual la IDA de Madrid, cuya mayor contribución a la cultura ha sido llevar la cuenta de twitter del perro de Esperanza Aguirre (no es una broma).
Estar en contra del patriarcado y abogar por Rousseau chirría bastante. Lea la “Carta a D’Alembert sobre los espectáculos”. Contiene opiniones sobre las mujeres que sonrojaron ya al siglo XVIII. “La Nueva Eloisa” es el tratado de pedagogía para ellas. No tiene demasiado que ver con el “Emilio” en el que plagiaba a la “República” de Platón. En “Las Confesiones” plagia a San Agustín. De no ser por el partido jacobino y por la reivindicación de Robespierre los refritos de Rousseau hubieran pasado sin pena ni gloria.
No abogo por Rousseau (en una nota aludo a sus defectos y excesos) y mucho menos presento como intelectual a Primo de Rivera; de lo que hablo es de la manipulación/tergiversación de la figura y la obra de JJR, señalada muy oportunamente por Lévi-Strauss. En cuanto al odio que suscita en la extrema derecha, Sánchez Dragó lo llamaba «cretino» no hace mucho y Juan Manuel de Prada no le iba a la zaga. Y decir que Rousseau plagia a Platón y a San Agustín es una simplificación extrema; por la misma regla de tres, podríamos decir que Chesterton plagia a Dickens y a Stevenson; o que Borges los plagia a todos ellos y a algunos más.
No hay reglas de tres en lo literario. Eso sí que es una simplificación.
El sincretismo de Rousseau es lo que todo sincretismo, una mixtura de ideas inconciliables que chirrían entre sí.
Es tan absurdamente platónico, que él mismo escribe en sus “Confesiones” que entregó a sus cinco hijos a la inclusa para convertirlos en ciudadanos de la república platónica.
Sus “Confesiones” siguen el esquema formal agustiniano hasta tal extremo que se centra en las parafilias de su propia vida.
Había un embriólogo libertario llamado Gavin de Beer que lo tomó como estandarte hasta que un día leyó algo más que generalidades y terminó escribiendo la biografía de un “estúpido perturbado”.
Dragó & Prada no son intelectuales de la derecha, sino el dúo lalalá de la conveniencia. Tienen sus miras puestas desde hace mucho en la RAE, en donde no se entra a no ser que seas un monárquico confeso. Así que como Robespierre dejó destartalado el régimen del relojero y consideraba a JJ el inspirador de la revolución, Dragó & Prada, cantan la letanía que toca persiguiendo sus ambiciones. Si mañana resucitara Stalin y conquistara hasta Foz do Douro, Dragó & Prada entonarían a dúo la Kalinka. Y si el resucitado fuera el pintor de brocha gorda, Dragó se haría llamar Lili y Prada, Marleen.
«Absurdamente platónica» es buena parte de la filosofía occidental (prácticamente toda, según Whitehead). Y claro que existe la regla de tres en literatura (tanto como en filosofía, al menos): a es a b como c es a x podría ser la descripción sucinta de muchos plagios y «homenajes». Tú mismo se la aplicas a Dragó y Prada (y muy adecuadamente, por cierto). En cuanto a los defectos y excesos de Rousseau, ya he dicho en una nota que les dedicaré otro artículo. Pero vaya por delante que si las contradicciones y desmadres de un autor invalidaran sus aportaciones al pensamiento o el arte, quedarían muy pocos títeres con cabeza.
Pues, en efecto, el pensamiento conservador (o quizás debiera decir la falta del mismo) tiene a Rousseau en su punto de mira. Alucino en colores. Si básicamente repitió una y otra vez el «Discurso sobre el origen…» que tampoco expone nada nuevo. Hasta donde llega mi conocimiento era la izquierda la que lo ponía de vuelta y media por haber inspirado una revolución burguesa que terminó aupando en Francia al emperador de Europa.
Deberíamos ser gobernados por robots que se programaran ellos solos.
Esa era la esperanza de Asimov. No hay que perderla.
Por echar un capote a de Prada. Puede ser un retrógrado en la medida en que lo sean los católicos tradicionalistas. Como él mismo dice, lo de derechas e izquierdas no son coordenadas en las que él se mueva. Tiene un discurso moral que resultará chocante a progresistas o liberales, pero en lo social deja muchas veces en mantillas a otros que se dicen de izquierdas. En lo político a menudo es un crítico agudo que no traga con las píldoras azucaradas con que venden la democracia realmente existente. Si ya le añadimos que afirma que Cataluña es una nación (como hacen los izquierdistas españoles random), la cosa se complica: más que afín a Primo de Rivera yo diría que es un carlistón que va a su aire.
Ya los juicios de intenciones sobre lo que haga o deje de hacer lo dejo a los especialistas.
Más que a los especialistas, los juicios de intenciones habría que dejárselos a ese Dios en el que algunos no creemos. Creo que lo que hay que considerar de los mal llamados «creadores de opinión», sin entrar en valoraciones personales (aunque todos las hagamos a veces), es el papel sociocultural que desempeñan, y el de de Prada, como el de Dragó (aunque no son comparables) es nefasto. Lo que no impide que, como persona inteligente y cultivada que sin duda es, haga a menudo observaciones acertadas.
Sobre De Prada lo que tengo que decir es que me parece muy falso: sí, critica el capitalismo, critica a Uber, Cabify, critica a la eléctricas… pero no para caminar hacia un sistema más socialista, o emancipador, o autogestionario, etc…; no, sino para llevarnos a todes a una nueva España negra, nacionalcatólica y falangista, de capeas y misas de domingo. De Prada JAMÁS ha criticado las jornadas brutales en los ultramarinos, o en las oficinas durante el franquismo, como JAMÁS ha criticado a Viktor Orbán, al que defiende a capa y espada (a pesar de que el católico Orbán, en Hungría, impuso la ley de la «esclavitud laboral», según la cual una empresa puede exigir a un trabajador hacer 400 horas extras al año, (o año y medio… no recuerdo). Menudo anticapitalismo «chestertoniano» el de De Prada… Menudo «inclasificable», como lo llaman algunos de sus defensores (los inclasificables que he conocido en mi vida son todos falangistas).
Prada echa guiños allá donde puede porque, repito, sus ojillos ambiciosos están puestos en los sillones de la RAE. Si ganara «Podemos» las elecciones, comenzaría a firmar como Pravda sin el menor sonrojo.
Otra acertada regla de tres. Bromas aparte, y aunque nada más lejos de mi intención que apoyar al nefasto y oportunista Prada, hay que reconocer que el sillón de la RAE se lo merece más que otros. Leí su primer libro aún inédito porque me lo pasó mi agente literaria para que le diera mi opinión, y me pareció que aquel joven de prosa impecable y buen ritmo narrativo prometía. No es el único al que la ambición ha llevado por mal camino -ni el que peor escribe- y en la RAE ya hay más de uno.
La RAE es una institución que debería desaparecer. Aun a riesgo de incurrir en una nueva regla de tres, me parece un termitero. Las termitas erigen monumentales estructuras, sí, pero ¿en qué benefician a la buena salud de los árboles?
Totalmente de acuerdo. Afortunadamente, la lengua le hace el mismo caso a la RAE que los pájaros a las termitas (más regla de tres).
Con referencia al epígrafe de Lévi-Strauss, me lleva a pensar en «ciencias de la esperanza», arduos métodos y la esperanza de asir el objeto. Como un lúcido embrión tratando de conocer su huevo. Apruebo, «la esperanza nunca es vana» (dice una milonga).
Estupenda metáfora, lo del lúcido embrión tratando de conocer su huevo. Lo de que la esperanza nunca es vana habría que matizarlo, creo; a veces, según dónde y cómo la pongamos, puede ser un lastre, o una coartada para la inacción.
Hay algo en este artículo que me disgusta. Está mal construido. Normalmente su pensamiento es más claro, pero aquí, por mucho que leo, no veo clara la relación de la introducción con Rousseau. Ya puestos, Sófocles mostraba como deberíamos ser los seres humanos y Eurípides, cómo somos. ¿Por qué se detiene en Rousseau? Pudo parar en Abelardo, Ockham o, mejor aún, en Spinoza. La teoría del «conatus» tendría más sentido, pero ¿Rousseau?
¿Sabe qué opinión tenía Orson Wells a propósito de Suiza? Pues eso.
¿»Heterodoxo de la ilustración»? Para heterodoxo Kant y los luteranos del Norte, bailando a la vez con el deísmo y Lutero. Schleimacher -vaya un retro que era- ni se fijaba en los «philosophes». Sabía que la filosofía a combatir era la de Kant, que lo demás era diletantismo de la razón. ¿La polémica entre Hume y Rousseau? Un entremés. «Los que se pelean, se desean». La lectura que no se quiere hacer es lo obvio.
Y el tema de Hobbes… patinaje artístico. El estado de naturaleza se presenta «antes» de la génesis de lo ético. Nietzsche lo expresa a su manera recordando que hay cosas que se encuentran más allá del bien y del mal, que estos conceptos son nociones civilizadas.
Un artículo no tiene por qué ser una redacción escolar con su introducción, desarrollo y conclusión, pero conviene que no sea confuso.
Tienes razón, la relación de la primera parte con Rousseau es circunstancial; no es una introducción, pero lo parece, de ahí tu «disgusto». En realidad, son dos textos bastante independientes unidos por la circunstancia de que, al mismo tiempo (y en el mismo espacio), cierta izquierda propugna el «conservadurismo antropológico» y cierta derecha ataca a Rousseau de manera furibunda (como menciono en los comentarios). Como también digo en los comentarios (puede que en el artículo no haya quedado claro), más que Rousseau en sí me interesa la mitificación/tergiversación de que ha sido objeto, así como la lectura que hace de él Lévi-Strauss. Por lo demás, estoy básicamente de acuerdo con lo que dices. Gracias por tus oportunas observaciones.
Pero es gratificante que nos hagas pensar y discutir.
Lévi-Strauss arranca sus «Tristes trópicos» con una frase que debería ser obligatoria a la entrada de cualquier agencia de viajes y aeropuerto:
«Odio los viajes y a los exploradores.
La foto que abre el artículo tiene su miga. Maureen O’Sullivan odiaba a Chita hasta un extremo patológico. Se refería a él como «ese bicho» o «ese mono hijoputa». Por eso no aparece en el centro de la foto, para estar lo más lejos posible del chimpancé. Era irlandesa, pero racista. Ni mexicanos, ni negros, ni judíos. No soportaba que alguien hablara en español. Su hija es Mia Farrow que se casó con Woody Allen. El karma es así de socarrón…
De eso se trata. Y el mayor gratificado soy yo. Pues sí, Tarzán y su entorno no tienen desperdicio. Solo se salva Chita.
No he podido por menos de recordarte al leer este artículo:
https://time.com/6231339/lab-grown-steak-aleph-farms-taste/
Es esperanzador que incluso las personas que salivan con el «aroma de la carne caramelizada» (lo que otros llamamos el hedor de la carne quemada) empiecen a tener claro que su aberración alimentaria es insostenible. Gracias por el enlace.