Yunior García Aguilera nació en 1982 en Cuba. Un lugar especial. Tan especial, que tenían que recordárselo a la gente con una frase multiplicada por las paredes: «Somos felices aquí». La imagen de infancia la trae él mismo: «Algunas personas se burlaban y decían que incluso en el muro del cementerio serían capaces de poner “Somos felices aquí”».
Mientras lía tabaco, da vueltas a esas aguas con las que riegan a todo cubano que crece en la isla desde 1959: que vive en un lugar singular, con la mejor sanidad del mundo, con la mejor educación, allá donde se obró el milagro. «Nos han hecho creer que somos tan especiales que incluso a las crisis, como la de los años noventa, le ponen el adjetivo: Periodo Especial».
Es una mañana de primavera recién estrenada, pero hace frío. Porque este actor y dramaturgo no está hablando en su Holguín natal o sentado sobre el Malecón de La Habana; a su espalda no están las olas templadas del océano Atlántico, sino la estatua de Lorca de la plaza de Santa Ana, en Madrid. Una característica de aquel lugar especial: los mejores de sus hijos ya se fueron, se irán o se están yendo.
Celia Cruz, Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Franqui, Néstor Díaz de Villegas, Reinaldo Arenas, Juan Abreu, Jorge Ferrer, Ernesto Hernández Busto, Eliseo Alberto, Rafael Rojas, Raúl Rivero, Tania Bruguera, Hamlet Lavastida… Miles y miles de nombres unidos al almanaque que marca las sucesivas oleadas de emigración cubana después del triunfo de la revolución comandada por Fidel Castro: 1960, 1980, 1994, 2003, 2021…
En todos los casos, la decisión de salir esconde un falso libre albedrío. ¿Por qué habrían de irse de un lugar feliz? Para Yunior García Aguilera, la opción era el exilio o —se lo advirtieron desde la fiscalía— la cárcel.
¿Cuál fue su delito? Encabezar un movimiento, Archipiélago, que, amparándose en su propia Constitución, pidió permiso para manifestarse por «que se respeten todos los derechos para todos los cubanos, por la liberación de los presos políticos y por la solución de nuestras diferencias a través de vías democráticas y pacíficas».
Los intentos para impedir que esto sucediera fueron varios y burdos, pero exitosos. Primero, el Gobierno declaró la fecha elegida por los activistas, 20 de noviembre, «Día de la Defensa Nacional» (sacarían los tanques a la calle por «maniobras militares»). Después, cuando Archipiélago adelantó la protesta al 15 de noviembre, denegaron los permisos tildándola de «provocación», alegando que ningún artículo constitucional podía estar sobre el cuarto: «El sistema socialista es irrevocable». Finalmente, el domingo 14, un día antes de la cita fijada, cuando Yunior sorprendió a todos y anunció que marcharía en solitario, vestido de blanco y con una flor en la mano, lo sitiaron en su propia casa y le impidieron salir.
Pocos medios internacionales apostaron sus cámaras cerca del domicilio del artista, sin acercarse demasiado (un día antes, el régimen había retirado a EFE sus credenciales por entrevistarlo). Las imágenes de su cuerpo acodado tras las persianas de su propio apartamento junto a un cartel que decía «Mi casa está bloqueada», mientras una gigantesca bandera cubana lo borraba poco a poco de la vista, dieron la vuelta al mundo. Y, entonces, por un breve momento, Cuba volvió a ser el centro de las miradas. ¿Y este muchacho quién es?
Un exiliado especial, para empezar, que no eligió Miami, está en contra del embargo y no se cansa de promover el diálogo.
En España ha recibido dos escraches (lo dice así, en español peninsular, no como se dice en Cuba: «actos de repudio»), uno en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense y otro en una manifestación frente a la Embajada de Cuba. El primero lo montaron jóvenes de Izquierda Unida y el segundo, cubanos relacionados con Vox.
«Ni unos ni otros entienden lo que queremos para Cuba. Si me piden pensar en representantes de la ultraderecha, yo pienso en Díaz-Canel, y pienso en esos señores con guayaberas y barrigas infladas. No se trata de izquierda versus derecha, sino de democracia, que no tenemos desde hace setenta años».
Yunior García Aguilera no siempre fue opositor. Más aún: como miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, formaba parte del sistema. Tampoco puede decirse que encajara cómodamente. De adolescente, por ser testigo de Jehová, y a pesar de tener de las mejores notas, le negaron el derecho a una carrera. Ocho años después de estudiar en Holguín Construcción Civil («en una escuela donde nunca levanté un muro porque no había materiales»), se presentó a las pruebas de actuación en la Escuela Nacional de Arte y, ya en La Habana, la vida para él fue otra cosa.
No hubo epifanía. El joven Yunior se fue desencantando de la revolución como se desencantó de los testigos de Jehová.
«Cuando fui conociendo cómo funciona el régimen, me di cuenta de que hay muchos paralelismos entre una secta y un sistema de partido único. Los testigos de Jehová tienen a al “esclavo fiel y discreto”, el grupo que define las directrices para todos los creyentes. En el caso del Partido Comunista es lo mismo. Obedeces o te vas».
Tiene un episodio grabado en un congreso de estudiantes para el que fue elegido por sus compañeros como representante y al que acudió Fidel Castro:
«Los que lo organizaban insistían en que la actividad debía quedar correcta para el comandante. No se podía mencionar los problemas. Yo tenía varias preocupaciones: los estudiantes de ballet no tenían zapatillas, los tabloncillos eran un desastre, la comida era demasiado pobre para el ejercicio físico que realizábamos… Dije que, si no me permitían hablar de los problemas reales, no iba a decir ni media palabra. Y así fue; guardé silencio. Fidel dio un largo discurso. Fue la primera vez que lo vi tan de cerca, y entendí que todo aquello era una farsa. Tratan de dar la apariencia ante el mundo de que es un gobierno que se involucra, que escucha opiniones, que se reúne. Es falso, es una mala obra de teatro».
Otro ejemplo: la Asamblea del Poder Popular, elogiada por políticos de la izquierda internacional, eurodiputados incluidos.
«Menciónenme el nombre de un diputado que represente a la oposición, uno solo que represente a las familias de los presos políticos, o a los cubanos exiliados. Se trata de un Parlamento enorme, de 605 diputados, aplaudidores, unánimes, entrenados para mover verticalmente la cabeza para decir que sí, y no representan ninguna otra cosa que no sea el poder».
El dramaturgo, eso sí, pudo desarrollar una carrera en su país. ¿Sin problemas? No exactamente. «Hacer arte en Cuba es hacer política, porque tienes a funcionarios, a censores, a agentes que revisan de cerca tu discurso, tu público, tus ideas».
Obras como Sangre (2007), donde aparece como personaje una «dama de blanco» (el movimiento de mujeres de presos políticos que surgió en 2003); Asco, que cuestiona las llamadas «misiones» médicas (calificadas por Human Rights Watch de trabajo forzado), o Semen, que critica la educación del «hombre nuevo», le hicieron merecedor de «atención». Tener agentes de la policía política que te «atienden», así se dice en la jerga dictatorial —encomiable economía lingüística— vigilar, acosar e interrogar de vez en cuando.
«Ellos no quieren llamarlo interrogatorio, pero te citan a un lugar y están tomando notas, grabando, presionando. Yo recibí cuatro o cinco “citaciones” de la Seguridad del Estado ya en aquella fecha».
Pese a todo, sus obras se estrenaban, tenían acogida e incluso premios oficiales, como pasó con Jacuzzi. El teatro, discurre Yunior, tiene un público limitado, de ahí que las autoridades se permitieran aflojar la mano.
En esos días, además, las instituciones se mostraban tolerantes. Eran los últimos años de la presidencia de Barack Obama, esos en los que retomó las relaciones diplomáticas con La Habana. Un discurso como el de Jacuzzi habría sido impensable con Fidel Castro en el poder. Yunior tiene explicación adicional.
«Raúl Castro preparaba el terreno para llegar a la mesa de negociaciones. Sí son capaces de hablar con su peor enemigo, el Gobierno de Estados Unidos, y no con sus ciudadanos que tienen críticas y opiniones distintas».
Fue un momento esperanzador, el penúltimo en que los ojos del mundo prestaron atención a Cuba. «Normalmente, cuando un presidente de Estados Unidos va a un país latinoamericano, le gritan todos los insultos imaginables. En La Habana la gente le decía: “Obama, Cuba te ama”. Para los cubanos, era el mulato hermoso que había venido a traerles esperanza».
Ese momento no duró. Obama se fue del cargo sin que el régimen cubano cediera un ápice, Donald Trump llegó a la presidencia estadounidense y desmanteló las incipientes relaciones, Raúl Castro designó a un sucesor gris, Miguel Díaz-Canel, y la isla volvió a caer en el ostracismo. Ah, qué lugar especial, qué lugar feliz.
Después aquello, una fecha no estará en los libros de historia de Cuba y debería: 6 de diciembre de 2018. Ese día, por primera vez, el régimen permitió internet en los teléfonos. Tarde, precario, caro y a merced de un monopolio estatal, pero: sin ello no puede entenderse qué pasó en ese país en los últimos años.
Quien lo vio primero, Yoani Sánchez, fundadora en 2014 del primer diario independiente hecho en Cuba, 14ymedio, fue una inspiración para la generación de Yunior (la «generación Y» que dio título al blog de Sánchez desde 2007).
«Siempre hubo cubanos que se resistieron a la dictadura, que intentaron hacer activismo, que militaron en grupos que intentaban cambiar las cosas, pero no eran tan conocidos, justamente por vivir en un país que impide expresarse con libertad. Esto empezó a cambiar con las redes sociales, y una de las pioneras en usarlas desde dentro de Cuba, no tanto desde un punto de vista político-militante como cívico, fue Yoani Sánchez. No es por gusto que ellos, en un momento determinado, enfocaran todos sus cañones contra Yoani, porque entendían que esa forma de decir las cosas sí ponía en riesgo toda su estructura propagandística».
Contar la realidad era un peligro, igual que hacer arte fuera de los circuitos oficiales. Por eso la nueva disidencia fueron los jóvenes del Movimiento San Isidro, con Luis Manuel Otero Alcántara a la cabeza. Artistas, poetas, músicos que no estudiaron para tales, que no encajaban en el sistema, que convirtieron la pobreza y el hartazgo en obras contestatarias, y se pusieron en el punto de mira del régimen.
Sin ellos, tampoco puede entenderse quién es Yunior García Aguilera.
El 6 de noviembre de 2020, el rapero Denis Solís fue detenido arbitrariamente, sometido a un juicio sumario y condenado a ocho meses de cárcel. En solidaridad, algunos miembros del Movimiento se acuartelaron en huelga de hambre durante más de una semana. De ella fueron desalojados con violencia por agentes vestidos de sanitarios el 26 de noviembre —la excusa fue que habían violado las restricciones establecidas por la covid—, lo cual provocó, a su vez, la solidaridad de más de trescientos artistas —estos sí, educados en las academias del sistema— que al día siguiente se concentraron frente al Ministerio de Cultura para pedir diálogo. Por la fecha, se hicieron llamar «27N». Yunior fue uno de sus portavoces.
«Eso después ha sido criticado, nos vieron como ingenuos, y creo que lo fuimos, pero valió la pena. Nunca antes había ocurrido una concentración de artistas frente a una institución exigiendo un diálogo antagónico con el poder. Demostramos que ellos no están dispuestos a abrirse. Fue el propio régimen quien cortó la posibilidad de un diálogo que pudo haber transformado ciertas cosas en Cuba, y se comportaron de la manera más burda posible».
Una treintena de manifestantes, entre ellos Yunior García Aguilera, logró que el viceministro Fernando Rojas los recibiera. Hasta ahí llegó la apertura. Desde entonces, tanto los artistas del MSI como el grupo 27N y otros activistas solidarios no dejaron de ser hostigados por la Seguridad del Estado y sometidos a una campaña de desprestigio.
Como telón de fondo, la enésima crisis económica —¿es una crisis algo permanente durante seis décadas?—, ahondada por el enésimo plan gubernamental desastroso, la «Tarea Ordenamiento» que entró en vigor a principios de 2021.
Pese al clima de tensión, lo que pasó el 11 de julio no lo previó nadie. Una protesta espontánea en San Antonio de los Baños retransmitida en directo por Facebook —quien grabó ese vídeo, Yoan de la Cruz, y solo por eso, ha sido condenado a seis años de prisión— se contagió a decenas de lugares en Cuba, entre ellos La Habana, donde fue masiva.
Entre los gritos de la multitud destacaban la irreverencia —«Díaz-Canel singao», «Oe, policía pinga»— y la completa seriedad —«Abajo la dictadura», «Libertad»—, pero sobre todo tres palabras: «patria y vida». Una canción convertida en himno para el cambio desde el mismo instante en que se estrenó, meses antes, y que daba la vuelta, de manera irreversible, al castrista «patria o muerte».
Para ese día, Yunior ya tenía un plan (pareciera tener siempre un plan y el mismo siempre): pedir hablar. Junto a otra decena de artistas, se manifestó frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión exigiendo derecho de réplica en los medios oficiales. Acabaron arrojados con violencia a un camión de escombros y, al igual que mil quinientas personas ese día, tras las rejas.
«Esperábamos a ser interrogados y seguían llegando jóvenes de todas partes. Entonces nos dimos cuenta de la dimensión de lo ocurrido. Entre los guardias se rumoreaba que habían matado a un policía, y eso lo regaron a propósito para levantarles el espíritu combativo. Después supimos que era mentira y que, de hecho, quien fue asesinado fue un manifestante, Diubis Laurencio, por un agente, con un tiro por la espalda».
De los detenidos entre aquel domingo y las semanas siguientes, cincuenta y cinco eran menores de edad y setecientos cincuenta están en la cárcel, muchos de ellos sentenciados por «sedición» en juicios delirantes, condenados a la misma cantidad de años con la que en otros países se castiga el homicidio, la violación, el terrorismo.
Yunior García Aguilera fue de los que soltaron pronto (otros, como Luis Manuel Otero Alcántara, siguen en prisión sin juicio), pero para él ya no había marcha atrás. Era un opositor sin ningún reparo y, como tal, renunció a las asociaciones oficiales que integraba.
Y, otra vez, de nuevo, pidió diálogo. En concreto, con una persona, uno de los pocos artistas cubanos aún partidarios del régimen, el más célebre: Silvio Rodríguez. En un gesto inusual, el trovador aceptó.
«Fueron setenta minutos que empezaron muy tensos, hasta que encontramos consenso. Coincidimos en que en Cuba no existían espacios para mostrar la diferencia de manera libre, que no existía una forma de participar. Hay que entender que personas como Silvio Rodríguez han dedicado su vida a un sistema y es muy difícil para ellos reconocer que ese sistema ha fracasado. También tienen temor a que pasen de ser privilegiados a ser víctimas de un modelo que los excluya. Los que queremos democracia tenemos que ser más tolerantes, y poder decirle a alguien como Silvio: en una Cuba libre, usted tendrá la libertad de seguir pensando como quiera. Tenemos que construir un modelo que no excluya a nadie».
Archipiélago y su convocatoria para su «marcha cívica por el cambio» fueron recibidos con un arqueo de ceja por gran parte del exilio («Las asonadas no se avisan», decían), pero incluso los más escépticos vieron en Yunior García Aguilera una esperanza. De ahí la gigantesca decepción cuando, el 17 de noviembre, sin previo aviso, aterrizó en Madrid. El dramaturgo lo asumió desde el principio, pero no ha dejado de defenderse.
«Me duele escuchar a muchos opinar sin saber y decir “todo lo que hizo fue para conseguir una visa”. Yo había viajado muchísimo —España, Reino Unido, Chile, Argentina, Brasil, México, República Dominicana, Colombia…—, y nunca decidí quedarme en ningún lugar. Quería hacer mi arte y defender mis ideas dentro de Cuba. La Seguridad del Estado, en los múltiples interrogatorios que me hicieron, jamás me planteó la posibilidad de salir. Quizá no lo hicieron porque ya me habían estudiado psicológicamente y sabían que, de ofrecérmelo ellos, yo me negaría».
Pero el 14 de noviembre, preso en su propia casa junto a su mujer y su suegra, se quebró. Se sintió, lo ha dicho muchas veces, impotente y abandonado. Solo un cubano lo apoyó ese día.
«Un muchacho al que yo no conocía se acercó a mi ventana y me hizo la “L” de libertad con la mano, y fue la única persona, dentro de aquella turba que me gritaba insultos, que tuvo el valor de llegar hasta allí».
El 15 de noviembre, la fecha fijada para la marcha, la Seguridad del Estado cubana militarizó las calles. Los pocos activistas que intentaron salir de su casa, como Saily González, de Santa Clara, fueron sometidos a horas de acoso e insultos. Ningún otro ciudadano se atrevió a manifestarse.
A finales ese mismo mes, el gobierno de Díaz-Canel pactó con el nicaragüense Daniel Ortega el «libre visado» para los cubanos: el trampolín para llegar por tierra a Estados Unidos. La válvula de escape de la miseria y el descontento supone entregarse a mafias que, previo pago de miles de dólares, ayuden a cruzar ilegalmente cuatro fronteras. O aventurarse en las noventa millas de mar proceloso entre la isla y los cayos de Florida a bordo de barcas destartaladas, un neumático atado a cuatro maderas o una tabla de surf. Desde octubre, casi ochenta mil cubanos han llegado a territorio estadounidense, y pasado un año, calculan, la cifra superará los ciento cincuenta mil, más que en el éxodo del Mariel, de 1980.
Si los cubanos se fueron, se irán o se están yendo, ¿cómo se construye una democracia? ¿Con qué material humano? ¿Cómo se recupera un espíritu destruido por un sistema perverso? Yunior piensa ser optimista hasta el final.
«Cuba va a cambiar. Esto es insostenible. Ellos están jugando a resistir lo que puedan, porque los han convencido de que cualquier cambio significaría la muerte, les han metido en vena “patria o muerte”. Pero yo quiero pensar que el futuro de Cuba es “patria y vida”».
No puede haber copulativa sin conversación. Diálogo, palabra maldita, escribió Yunior días después de este encuentro.
«El régimen no quiere dialogar con nadie que no considere de los suyos y en determinados sectores de la oposición, se ve el diálogo como traición («con las dictaduras no se dialoga»). El tema es qué diálogo y para qué. Ir a un diálogo sin poder es caer en una emboscada. Ha pasado con los diálogos recientes, tanto en Venezuela como en Nicaragua, que la oposición ha llegado dividida, habiendo perdido presión social, y las dictaduras ganan tiempo, se oxigenan. El diálogo podría funcionar si la oposición se muestra sólida, con respaldo interno e internacional. Ahí sí podríamos sentarnos y negociar el fin de la dictadura, que es al final de lo que se trata. No darle más tiempo al régimen para resolver problemas menores. Se trata de decir, tajantemente: “OK, cómo transitamos hacia la democracia”».
gran corredor, no debería ni hablar del tema Cuba.
El desgobierno cubano, en sus mas de seis decadas de opresion jamas se dignado a escuchar a ninguna de las quejas o peticiones de los que habitan en la isla. Jamas permitiran dialogar. El unico dialogo a tener con los castristas es su salida de la direccion del pais. Si despues de 63 anos no han resuelto ninguno de los problemas, los asuntos sociales, las grandes faltas estructurales. No han hecho nada para que los que alli viven puedan estar orgullosos. Mientras tanto los hijos de los dirigentes, mantienen negocios que producen millones de dolares exclusivamente para sus bolsillos. En la otra mano los cubanos de a pie; tienen hambre, les falta medicinas, se les caen sus casas, los salarios son de pena algo asi como 10 dolares al mes, y nadie de ese regimen dictatorial les da ni un comino. Algo que ellos asumieron como su responsabilidad al quitarles a los islenos los derechos de propiedades. La tirania comunista aplasta a los cubanos, el mundo observa y nadie ayuda incluso hay muchos que lo encuentran interesante. Patria y Vida!