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Carnivàle: el circo del bien y del mal

Carnivàle
Carnivàle. Imagen: HBO.

Una nube de polvo bate la llanura como una jauría de mosquitos zarandeada por el viento. Lloran los ojos y las gargantas tosen con desgana. Al fondo, una caravana de vehículos avanza por el camino apenas delimitado. El convoy es un sucio circo rodante, desmontado y nómada, varias camionetas y remolques pintorescos que transportan todo el tinglado hacia su siguiente destino. En las entrañas de la caravana descansan la noria, la carpa, el carrusel, toda la infraestructura de espectáculos. A sus mandos está la excéntrica tripulación del circo formada por un ciego, un enano, una mujer barbuda, un estrafalario hombre lagarto. No falta ni sobra nadie. Afuera, lejos de allí, duermen el alfa y el omega. Esperan en alguna parte una criatura benévola y otra malévola, acaso sin saberlo ellos siquiera. Cada uno encarna mundos distintos y se suponen antagonistas enfrentados más tarde o más temprano. ¿Simple mitología, mera superchería? Sin tiempo para llegar a ninguna conclusión, el prólogo de la serie comienza. En un instante advertimos que la noria no va a detenerse jamás.

Cosas malas ocurren en este mundo. Mamá dice que mejoran en el siguiente.

Una serie de televisión de gran presupuesto. Una serie de televisión de gran marca. En contra, una serie de televisión críptica y desconcertante. Agitado el cóctel, y si añadimos el triste desenlace de la cancelación, lo que obtenemos es una serie maldita, que es otra forma de conseguir una serie de culto. Carnivàle (Daniel Knauf, 2003-2005) no se parece a nada que se haya hecho en televisión si exceptuamos la inmortal Twin Peaks (1990, David Lynch), con la que mantiene vínculos felices pero totalmente independientes. La serie del circo sobrenatural y mitológico fue una apuesta arriesgada de la HBO, alumbrada en una época en la que la marca empezaba a sentirse fuerte después de sus primeros grandes éxitos.

Con todo, para Knauf y los suyos no sería sencillo vender la serie a la productora. En términos de persuasión comercial era más asequible colocar algo como Deadwood (2004), por poner un ejemplo también incómodo, que lograr pabellón para un «fresco mágico-teológico sobre la América depresiva de los años treinta». Pero en contra de lo esperado la serie encontró respaldo y echó a andar. Y no habría reservas en el impulso de Carnivàle en su esencia particular. La serie se llevaría a cabo en toda su naturaleza ambigua y simbólica, sin concesiones relevantes, algo que quedaría de relieve desde la misma cabecera de inicio. En ella están todas las claves y en ella nos fijaremos para describir qué es exactamente Carnivàle.

El Sol y la Luna

La protagonista de los créditos iniciales de Carnivàle es la baraja del tarot, en cuyas cartas iremos entrando y saliendo a lo largo de toda la secuencia. En la serie, la cartomancia tendrá una gran presencia y así se verá reflejado también en este inicio. La cabecera comienza con una captura cenital que nos enseña un puñado de cartas desordenadas sobre un lecho de tierra baldío. Son llamativas y están muy ricamente decoradas. Suavemente la cámara se introduce en una de ellas como si de una ventana se tratara. La escogida es la carta El Mundo, ilustrada con la pintura El Juicio Final de Miguel Ángel, en la que un Jesucristo iracundo separa a los bienhechores de los pecadores. Es un cuadro estupendo para sentar desde el principio el tema principal de este opening, el del bien contra el mal, al mismo tiempo asunto central de toda la serie.

La secuencia prosigue en el interior de la carta, zambulléndonos en su ilustración, y ahora volamos por entre todas las figuras que contiene el lienzo, ángeles, hombres asustados, para acabar en la primera filmación de archivo que nos ofrece la cabecera. En blanco y negro, una enorme cola de jornaleros se acumula delante de un puesto de comida racionada. La transición entre imagen y vídeo es magia en tres dimensiones. La música de cuerdas lúgubres acaba de colorear el tono del discurso, marcadamente inquietante, con ese toque sureño de superstición. Con la fila de hambrientos trabajadores se introduce el segundo intertexto importante de la serie: la depresión económica de los años treinta en Estados Unidos. Veremos con detalle los estragos de la sequía y las constantes tormentas de arena, sobre todo en el medio oeste del país, polvaredas denominadas dustbowls que oscurecían el sol durante días y hacían enfermar a los lugareños que las sufrían. A su vez, imágenes de un gran zepelín o de la construcción del Golden Gate ejemplarizan los grandes progresos industriales de la época. La contraposición con lo anteriormente mostrado arroja una impresión deliberada: el avance de la ciencia no ha evitado el cataclismo.

La factura es espectacular y atiza todos los sentidos. El tono y los temas quedan ya sugeridos de manera poderosa desde este aperitivo y se nos predispone con gran detalle a lo que veremos en la serie. Y no es menos elocuente el prólogo, independiente de esta cabecera, un enigmático discurso llevado a cabo por uno de los personajes de la historia. El que nos habla es Samson, patrón de la compañía de circo y personaje con gran protagonismo. Al primer vistazo ya reconocemos rápidamente al enano de Twin Peaks, Michael J. Anderson. Aparece en primer plano, filmado con gran cantidad de sombras y con una lente de gran abertura angular. Nos da la bienvenida a Carnivàle de manera misteriosa:

Antes del principio, después de la granguerra entre el cielo y el infierno, Dios creó la Tierra y dio dominio sobre ella al habilidoso mono que llamó hombre, y en cada generación nació una criatura de luz y una criatura de oscuridad. Y grandes ejércitos se enfrentaron de noche en la antigua guerra entre el bien y el mal. La magia existía entonces, y nobleza, y una crueldad inimaginable. Así fue hasta el día en el que un falso sol explotó sobre la Trinidad y el hombre cambió, para siempre, el asombro por la razón.

Pero sigamos con la cabecera. Abandonamos la secuencia anteriormente descrita saliendo en retroceso a través de otra de las cartas del tarot, el As de Espadas, ilustrada por un diseño de Gustave Doré, La destrucción de Leviatán, en la que Dios ajusticia a la terrorífica criatura marina. Según la significación bíblica es uno de los primeros episodios de la lucha divina contra lo maléfico, y según el tarot, la carta representa el nacimiento de un vencedor. ¿Se refiere a alguno de los personajes de la serie? Abandonada esta carta nos adentramos en el siguiente naipe: La Muerte. Cosas horribles se avecinan. Además de su significado más evidente, según la tradición la carta evoca una transición traumática. El cuadro elegido para ilustrarla camina totalmente en este sentido: La destrucción de Pompeya, de Karl Brullov. Filmaciones de archivo de trabajos infantiles dan paso al argumento principal del fragmento. Se alternan imágenes de Mussolini, Stalin y el Ku Klux Klan, mientras la música se ensombrece notablemente con unos oscuros cantos tribales.

Pero el mal no está solo y de nuevo la cabecera busca la antítesis y vuelve al principio. La secuencia continúa con el plano grabado de unos niños sonrientes, que miran inocentes a la cámara. La filmación cesa y funde con el rostro grácil del arcángel san Miguel, en consonancia con los niños. San Miguel figura en su carta ajusticiando al demonio en la pintura denominada San Miguel derrota a Satanás, de Rafael Sanzio, en su versión de 1518. La dicotomía entre el bien y el mal continúa con fuerza.

A nivel argumental Carnivàle no se aleja ni un milímetro de estos juegos de contrarios. Dos son sus principales protagonistas: el huérfano Ben Hawkins y el reverendo Justin Crowe. Poco a poco iremos conociendo la naturaleza confrontada de ambos al mismo tiempo que sus caminos, al principio completamente separados, van uniéndose enmarañados. Hawkins es apenas un campesino mayor de edad que es recogido casualmente por una compañía de circo itinerante cuando la madre del chico fallece y él es desahuciado. Apenas habla y por supuesto no está dispuesto a contar a nadie de dónde viene ni por qué cuelga de su tobillo una cadena de convicto. En su interior irá descubriendo qué atesora, proceso paralelo al que sufre Justin Crowe.

El hermano Justin Crowe es un ferviente metodista que conduce una comunidad creyente de California. Su figura de pastor fanático e intachable, sin embargo, irá torciéndose con misterio a medida que experimenta ciertas revelaciones poco menos que paranormales. En la medida en que la compañía de circo va tomando itinerarios cada vez más extraños —con todos sus trabajadores preguntándose por qué— el hermano Justin también comenzará a acercarse a ella de modo particular. ¿Quién es ese Ben Hawkins que se le aparece en sueños? Ambos acabarán convergiendo en el seno del dionisíaco y engañoso mundo del circo, donde las poblaciones locales son animadas y entretenidas hasta la madrugada.

Nuestra cabecera camina, a continuación, en esta misma dirección. La siguiente carta en la que nos adentramos es La Templanza, en la que unos campesinos pintados por Brueghel el Viejo danzan despreocupadamente (el cuadro elegido se llama, en efecto, Danza de campesinos). La carta de la templanza suele representar la moderación y la armonía, vertiente que los autores de Carnivàle explotan por el lado del juego y la celebración colectiva. Nos introducimos en la carta y vemos filmaciones en blanco y negro de bailes, niños con juguetes, y sobre todo a los héroes del deporte de masas. Jesse Owens corre pertinaz sobre la ceniza del Estadio Olímpico de Berlín y Babe Ruth se descubre solemne cuando salta a la cancha de los Yankees.

A continuación abandonamos estas filmaciones de archivo y volvemos a través de la carta de El Mago, ilustrada por la pintura Crucifixión de Josse Lieferinxe. Es una carta clave. En concreto, recoge solamente una pequeña porción de ese lienzo en la que aparece el diablo siendo expulsado del cielo. Es en efecto, de nuevo, la confrontación de lo divino y lo diabólico. Pero en ese momento la secuencia da un giro inesperado. La mencionada carta de El Mago, que representa la destreza, no aparece recta sino invertida, lo cual indica una habilidad desaprovechada o ignorada. ¿Los poderes sobrenaturales de Ben Hawkins, probablemente? En todo caso, es un augurio de buenos mimbres y malos resultados. La cabecera aún no ha terminado.

De algún modo esa sensación frustrada de talento invertido nos lleva a pensar en la suerte que corrió Carnivàle. En mayo de 2005, tras dos temporadas completas y una audiencia estimable pero cada vez más decreciente de unos 1,7 millones de espectadores, la serie sería cancelada por considerarse insostenible. Se alegó que el coste de más de tres millones de dólares por episodio requería más respaldo de público para poder ser rentable. En la práctica la decapitación no pudo ser más traumática, habida cuenta del vasto argumento desplegado y proyectado. Daniel Knauf y los creadores habían planteado seis temporadas completas dispuestas en tres libros o bloques, por lo que la cancelación tras veinticuatro episodios y solo dos cursos fue en la práctica como dejar la serie completamente amputada. Decenas de cabos sueltos estaban aún por atar.

Pese a ello, la nota de prensa de HBO fue absurdamente complaciente, afirmando que «creemos que estas dos temporadas que la serie ha estado en antena han contado la historia muy bien», insinuando una cancelación oportuna en sentido argumental y dejando de soslayo las verdaderas razones de la decisión. Naturalmente, la consabida legión de seguidores enfurecidos no estuvo nada de acuerdo con ello.

Retornamos a nuestros créditos iniciales y la última carta en la que nos introducimos es, a su manera, como los directivos de las cadenas y sus repentinas decisiones. El naipe La Torre recoge todos los significados asociados al poder y a la ruptura de acontecimientos. Con ella los hechos se precipitan. La pintura elegida es La batalla entre los romanos y los cartagineses de Jean Fouquet, muy representativa de la gran confrontación por venir entre los dos protagonistas de la serie. Volamos a través de las lanzas de los soldados para dirigirnos hacia el horizonte, donde figura el Capitolio de Washington levantado sobre una colina. Pasamos a imágenes de filmación en blanco y negro y vemos una muchedumbre dirigiéndose hacia allí con pancartas de protesta y actitud reivindicativa. Luego aparece un camión con más viajeros que se dirigen a la capital y agitan sus manos saludando a la cámara. Por último, hace acto de presencia el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. La filmación del presidente pertenece a los años de la Gran Depresión y el hombre aparece dando un esforzado discurso a sus compatriotas. Destaca su figura engrandecida sobre un estrado lleno de vetustos micrófonos.

Acto seguido, se diluye la filmación y la figura de Roosevelt se funde con la carta de salida, la de El Juicio, en la que aparece otra vez el arcángel Miguel. Según el tarot la carta representa en gran parte el espíritu del New Deal de la época: la resurrección y el renacimiento, un nuevo comienzo para todos. Y ya estamos en el final de la secuencia. Volvemos al lecho de tierra baldía donde comenzaba la cabecera y vemos que la carta de El Juicio reposa justo debajo de los dos naipes más importantes: El Sol y La Luna. Aquí está, de manera expresa, el centro de gravedad de este rico opening, y por supuesto el tema central de la serie: la lucha del bien contra el mal. Todo termina cuando una ráfaga de viento barre las tres cartas depositadas, se lleva también la arena y descubre el nombre y el emblema de la serie: Carnivàle.

Carnivàle
Carnivàle. Imagen: HBO.

La historia más antigua del mundo

En 2004 la serie obtendría, entre otros, el Premio Emmy a mejores títulos de crédito. Aunque de menor envergadura, es un galardón muy atractivo con creciente popularidad entre los espectadores, ganado anterior o posteriormente por otras producciones como Mad Men (2007), Juego de Tronos (2011), A dos metros bajo tierra (2001) o Dexter (2006). Desde el principio del boom de las series de televisión de gran presupuesto las productoras tuvieron clara la importancia espectacular de esta carta de presentación. Pero el caso de Carnivàle no parece tener naturaleza de simple bienvenida lustrosa, sino que además parece ambición creativa completa, muy de la mano de las intenciones de la propia serie. Es sin duda una de las cabeceras más trabajadas de los últimos años y seguramente una de las mejores. Por su parte, la serie también obtendría otros premios, también de los denominados menores, como los de diseño de producción o dirección artística. Curiosamente, y en ausencia de reconocimientos más rotundos, serían unos galardones que no dejaban de enviar a la industria un mensaje fatal para Carnivàle: es una serie muy cara. Su impresionante factura técnica la obligaría a obtener un respaldo de público y anunciantes muy importante que, llegado el momento, como ya hemos comentado, no lograría por más tiempo. Como otras muchas producciones, la ambición condenó a la serie a no seguir existiendo.

A la postre, la personalidad de Carnivàle trascendería por este y por otros esmeros. Su naturaleza detallista y perturbadora sería el imán perfecto para unos seguidores de paladares crecientes. Aunque resultara insatisfactoria para algunas porciones de público —no por su altura sino más bien por su discurso deliberadamente reposado y críptico—, su valía no suele admitir demasiada discusión y su atractivo, aunque algo minoritario, es bastante aceptado. Es curioso que la decapitación de la serie contribuyera tan directamente a la martirización de la misma, a su completa mitificación, por mucho que hubiera resultado más deseable para sus espectadores que continuara con normalidad hasta su desenlace. El cóctel es poco menos que perfecto porque otorga un relato fatalista (la cancelación) a una serie ya de por sí enigmática y extraña. Y en este sentido, ver la cabecera o ver el mencionado parlamento inicial de Samson, el enano de Twin Peaks, en el que habla de la criatura de luz y de la criatura de oscuridad, resulta prueba más que de sobra para entender de lo que hablamos. Poco importa el gran nivel de abstracción de la serie (fábulas, leyendas, relatos mesiánicos) porque todo ese mundo resuena con fuerza en nuestras cabezas.

¿Y por qué? Principalmente, porque es la historia más antigua del mundo, la de los héroes y los villanos, precisamente por su vertiente más religiosa y trascendental. Digan lo que digan las cartas del tarot, el bien se encontrará con el mal y viceversa, ya sea más tarde o más temprano, y nos divertirá que así sea. Carnivàle evoca pertinaz este encuentro con esa cabecera inolvidable a lo Steinbeck y Diane Arbus, y en sus capítulos con ese espíritu dantesco que tanto recuerda a Tod Browning. El eterno circo de Carnivàle continuará por su cuenta, al margen de los tiempos, terca como la canción del bien y el mal.

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2 Comments

  1. Tanto se preocuparon de hacerla extravagante y cargarla de simbología que se olvidaron de que también debería ser entendible y entretenida.

    Los primeros episodios me parecieron magníficos, pero a medida que la «trama» avanza se comienza a volver confusa y muy, muy espesa. La mayor parte de la veces los personajes están haciendo cosas de las que no acabas de conocer su finalidad y dan vueltas sobre lo mismo una y otra vez.

    ¿Quedaron cabos sueltos? Creo que hacia final introducían algunos nuevos misterios para tener la excusa de poder continuarla, pero vamos, la historia principal quedó bastante bien rematada. Probablemente un poco apresuradamente, pero casi mejor, para qué hacernos sufrir más.

    Tenía grandes expectativas con esta serie, ya que Twin Peaks es una de mis series favoritas de siempre, pero nah, demasiado pretencioso para mi body.

  2. ArminTanzarian

    El discurso inicial de Michael J. Anderson y su suspensión tras la segunda temporada le dieron el empujón necesario para el paralelismo con Twin Peaks, su simbología y oscuridad, a veces frivolizada y mal digerida con los años hicieron el resto y la convirtieron en una serie de culto.

    Que queda de ella hoy?No lo sé, está en un limbo, que es donde quedan las cosas especiales y singulares. Y eso SI la convierte en una serie de culto. Yo la vi dos veces seguidas hace años. No existe nada ni remotamente parecido. Dejad que entre a formar parte de vuestra vida, no tardéis, insensatos.

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