En 1927 el germano-suizo Herman Hesse, con 50 años, publicaba su décima novela, El Lobo Estepario, relatando las andanzas vitales de Harry Haller. Casi cincuenta años más tarde, allá por 1966, The Sparrows, banda canadiense de blues rock donde militaba John Kay, emigran de Ontario al clima cálido de Los Ángeles, que era el lugar donde había que estar. Un año más tarde, en el mágico 1967, The Sparrows deciden cambiar su nombre y adoptar el título de la archiconocida novela existencialista de Hermann Karl Hesse. Bajo el liderazgo de Kay, el tipo de las gafas de sol, Steppenwolf siempre serán recordados por el himno asfáltico «Born to be wild» (acuñando el término heavy metal), aunque sería injusto no valorar la calidad de otras composiciones como «The Pusher» o «Magic Carpet Ride». En 2018 dieron su último concierto, aunque su líder sigue en activo en solitario.
Nacidos en 1976 a la sombra de Sex Pistols o The Clash, los británicos Generation X nunca lograron el reconocimiento de aquellos, y más bien sirvieron de lanzadera para William Michael Albert Broad, más conocido como Billy Idol, que emprendería su carrera en solitario tras la disolución de la banda en 1981. Bien, lo que nos trae a este artículo es que Generation X es el nombre de una novela escrita en 1964 por los periodistas Charles Hamblett y Jane Deverson en la que se hacía, a partir de una serie de entrevistas, una especie de estudio sociológico de la juventud británica incidiendo en el análisis de las relaciones entre mods y rockers y en la incipiente revolución cultural y social de la época. En la actualidad es un tema super trillado, pero en la época estaba bien traído, esa es la verdad. En dicha balanza, la banda de Idol se situaría en todo caso más cercana a la tribu de los chicos del tupé y las chupas de cuero.
En 1969 el millonario holandés Stanley August Miesegaes, conocido como SAM, propuso al pianista Richard Davies, quien tocaba en una banda llamada The Joint, formar un nuevo grupo. Así se divierten los millonarios y así comienza la historia de Supertramp. A sugerencia del saxofonista, el grupo tomó su nombre de la novela autobiográfica del galés W.H. Davies The autobiography of a supertramp, ambientada a finales del siglo XIX y publicada en 1908, que consagraría a su autor como un escritor de prestigio. La colaboración financiera de SAM con la banda británica se alargaría hasta 1972, cuando les dejó volar solos. En 1974, los chicos de Supertramp le agradecían su papel crucial agregando una dedicatoria en la contraportada del elepé Crime of the Century, con el cual conquistaron a crítica y público y sentaron las bases de la super banda en la que se iban a convertir. No es un mal disco para que te dediquen, la verdad.
Formados en Nueva York a finales de los 60, Manhattan Transfer siempre se han situado en el lado elegante del pop, combinando este con elementos del jazz, todo amparado bajo perfectas armonías vocales marca de la casa. No en vano, su fundador, Tim Hauser, había participado en grupos de doo-woop en su adolescencia. Hauser trabajaba como analista de mercado cuando formó Manhattan Transfer en 1969 utilizando el título de la tercera novela del chicagüense John Dos Passos, con la que se consagró en 1925 —su Crime of the Century particular—. En sus páginas se entrecruzan varias historias con el Nueva York de los primeros años 20 como telón de fondo. Con esta escritura sentaba las bases de lo que sería su aclamada trilogía de USA, forjada en la siguiente década.
Si antes nos referíamos a Steppenwolf como ejemplo de grupo asociado a un solo éxito (en las esclavizantes listas de éxitos, no en el corazón de la parroquia rockera), el caso de Mungo Jerry con «In The Summertime», es mucho más flagrante. Según le contó en 2014 Raymond Edward Dorset, fundador y conductor de la banda, a Paul Robertson, del Daily Express, solo le tomó diez minutos componer el hit. No hace falta que lo jure. Pues bien, Dorset, el hombre de la vedija negra y las patillas invasivas, bautizó su banda usando el nombre de uno de los terribles gatos gemelos del poema de 1939 «Mungojerrie and Rumpleteazer». Este poema formaba parte de la colección Old Possum’s Book of Practical Cats (El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum) del bostoniano T.S. Elliot, obra que también serviría en 1981 de base para el fenómeno musical «Cats», de Andrew Lloyd Weber.
Woody Guthrie cultivó las artes literarias al margen de su prolífica carrera como cantautor, y casi con el mismo mimo. Fruto de ello es la novela autobiográfica Bound for glory (Con destino a la gloria), escrita con tan solo 30 años; así de rápido vivió Guthrie. Polvo, desesperanza, miseria, alma y dignidad se dan cita en sus páginas, que recorren diferentes estados de Norteamérica desde 1912 a 1942. En ellas, el cantautor se refería a los hijos de los obreros de los pozos de petróleo como «the boomtown rats» (Las ratas de las ciudades florecientes). Ese fue el término elegido por el irlandés veinteañero Bob Geldof a su vuelta a Dublín en 1975 —tras ser deportado por las autoridades de inmigración canadienses cuando ejercía como periodista musical en Vancouver— para bautizar a su recién creada banda. En poco tiempo, The Boomtown Rats saltaron al circo de la new wave y del punk británico, con destino a la gloria, consiguiendo dos números uno en sus cuatro primeros años de vida.
Los californianos The Doors también deben su nombre al título de una novela, The doors of perception, de Aldous Huxley, quien, a principios de los 50 tomó gran interés por determinados tipos de drogas como el LSD o la mescalina y su efecto en el ser humano. De su experiencia con ellas nacieron, como mínimo, varios libros, uno de ellos el anteriormente mencionado, publicado en 1954. A su vez, Huxley tituló su libro a partir de una cita del poeta-pintor-grabador-visionario William Blake: «Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito». Yo también soy de esa opinión, claro que sí. Ambos autores fueron devorados por un estudiante de cine de la UCLA llamado Jim Morrison, desde su juventud, y fue a instancias suyas que Rick and the Ravens, banda en la que acababa de entrar como vocalista, cambiasen su nombre a The Doors en 1965. Eso que ganamos todos.
El bueno de William Burroughs ha sido «saqueado» y rebuscado para obtener nombres con los que bautizar bandas a lo largo de la historia del pop. Veamos: la desordenada novela The soft machine, publicada en 1961, hablaba de «salir del tiempo y entrar en el espacio», siendo la «máquina blanda» una representación del cuerpo humano. Atendiendo directamente al título de esta novela, se gestó en Canterbury la banda de Robert Wyatt y Kevin Ayers, Soft Machine, a mediados de los 60. En agosto de 1971, Wyatt salió de la formación a causa de divergencias musicales con sus componentes, y formó una nueva banda, también encuadrada en la escena de Canterbury, llamada Matching Mole, que no es sino una especie de traducción al francés del título de la novela de Burroughs y de su anterior banda.
La obra cumbre de William Seward Burroughs fue publicada en 1959 por Olympia Express, y no es otra que El almuerzo desnudo. La novela, tildada de obscena y escandalosa tras su publicación, se burla de la iglesia, de las instituciones norteamericanas y de la sociedad en general, abordando el sexo y sus encarnaciones de forma explícita. En una de las escenas de la novela, aparece un dildo cuyo nombre, Steely Dan, serviría para bautizar a una exquisita banda californiana, surgida el mismo año que Matching Mole. Pero «Steely Dan» no es un dildo cualquiera. «Steely Dan III from Yokohama» es el arnés a vapor con el que Mary penetra a Johnny durante una de las escenas explícitas de sexo de las muchas que salpican las páginas del libro. El ilustrado dúo formado por Walter Becker y Donald Fagen, tras intentarlo como compositores para terceros artistas a finales de la década de los sesenta, decidió enfocar su sofisticación creativa en una banda propia, que fue nombrada como el dildo de la novela, en 1971.
Saltando dos décadas hacia adelante en el tiempo, nos encontramos con Clem Snide, formación de nuevo country alternativo surgida en la efervescente escena bostoniana de principios de los noventa, cuyas premisas en aquellos momentos no estaban precisamente cercanas al country, en ninguna de sus vertientes. El líder del Clem Snide, el israelita-americano Eef Barzelay, le puso a la banda el nombre de un «gilipollas profesional», como se describe al personaje en El almuerzo desnudo. Para ser un gilipollas, Clem Snide también aparece en otras novelas del autor, como el El ticket que explotó (1962) y en Exterminador (1973).
Para cerrar el capítulo del acaparador Burroughs, citar de pasada a la banda californiana Thin White Rope, cuyo estilo, a caballo entre el rock alternativo y el pre-grunge (no en vano vivieron entre el 84 y el 92 del siglo XX), nada tiene que ver ni con Steely Dan ni con Clem Snide. El nombre de la banda, «Delgada cuerda blanca» en castellano, hace referencia a la metáfora con la que el escritor describe el semen humano en… sí, acertaste, en El almuerzo desnudo.
De otro escritor menos mediático que el icono de la generación beat proviene el nombre de la banda londinense, Mott the Hoople, que fuera apadrinada por David Bowie. Al parecer la idea del nombre fue cosa del productor Guy Stevens, encarcelado en 1968 durante varios meses por delitos relacionados con drogas. Estando en prisión llegó a sus manos la novela underground Mott The Hoople, escrita por el neoyorkino Willard Manus y publicada en 1966, y pensó que sería un estupendo nombre para la idea que rondaba su cabeza en esos momentos: crear la banda perfecta (su concepto era mezclar una banda con los cojones de los Stones con una con la lírica de Dylan). Al parecer, Stevens tenía mano para eso de buscar títulos, ya que Procol Harum fue bautizado usando el nombre de su gato, una auténtica maravilla. En la novela, de corte humorístico, Norman Mott —que es todo lo contrario a un «Hoople», término con el que el autor se refiere a la gente convencional, cuadriculada— se ve envuelto en toda clase de peripecias, de las cuales se sirve Manus para diseccionar desde su óptica aspectos como la religión, los conflictos, la raza, etc. Al salir de la cárcel, Stevens, quien trabajaba para Island Records, colocó dicho título como nombre de la banda que lideró Ian Hunter, y que originalmente se llamaba Silence. Aunque Moot The Hoople no se convirtió en el supergrupo que pretendía el productor, más allá del éxito de «All the Young Dudes», aplaudimos el cambio de nombre.
Surgidos en Cleveland de las fértiles cenizas de Rocket From The Tombs, Pere Ubu tomaron en 1975 el nombre de un personaje de la obra satírica Ubu Rey (1896), escrita por el excéntrico Alfred Jarry, uno de los impulsores del teatro del absurdo en Francia. La obra, en la que Ubú encarna a un tirano cruel de ambición desmedida, ha sido considerada como una revisión satírica de Macbeth. No muy alejado del universo de Alfred Jarry se encuentra el líder de la banda, David Thomas, de 69 años, hijo de un profesor de literatura y fan de Los Cuentos de Canterbury, de Chaucer. La banda, inclasificable y genial, estuvo en activo en su primera etapa entre 1975 y 1982, practicando una suerte de post punk antes de que hubiera muerto el punk.
Para cerrar el artículo, solo mencionar otras bandas que tomaron su nombre de la literatura, como el dúo británico Eyeless In Gaza, cuyo nombre es el título de una novela que Aldous Huxley publicó en 1936, el dúo de Sheffield Moloko, que eligieron bautizarse con la bebida narcótica que surgió de la imaginación de Anthony Burgess en 1962 al escribir La naranja mecánica, los australianos Dick Diver, que toman su nombre del sofisticado protagonista de Suave es la noche (1934), de Scott Fitzgerald, o los españoles Vetusta Morla, bautizados como la tortuga de La historia interminable (1979) —como interminable podría ser esta artículo si no lo acabo ya—, del alemán Michael Ende.
Por reivindicar a uno de mis grupos españoles favoritos de siempre, añádase aquí a los Patrullero Mancuso, así llamados por el personaje del mismo nombre en “La conjura de los necios”.
Buen apunte, sí señor. De haberlo sabido antes, los hubiera incluido.
Lo de «chicagüense» me ha encantado.