La historia familiar de Atom Egoyan ha dejado rastro hasta en su nombre. Sus padres lo llamaron Atom para celebrar la llegada de la energía atómica a Egipto1, país donde nació. Poco después, cuando cumplió los dos años, los Yeghoyán se mudaron a Canadá, no sin antes cambiar su apellido por Egoyan, más fácil de pronunciar. Pronto su religión y su lengua se quedaron también por el camino. En la ciudad donde se instalaron (Victoria), nadie hablaba armenio y tampoco tenían una iglesia donde rezar. El pequeño Atom intuyó rápido los riesgos que entrañaba ser distinto y optó por no diferenciarse demasiado de los demás. El idioma lo delataba, así que pronto dejó de usarlo. Es más, si sus padres lo hablaban en casa, se tapaba los oídos para no oírlo.
Así, un poco haciendo oídos sordos a sus orígenes, pasaron los años. Todo cambió de golpe cuando fue a la universidad. En Toronto, quién se lo iba a decir, volvió a darse de bruces con Armenia. En la facultad de Relaciones Internacionales donde estudiaba (iba para diplomático) había una asociación de estudiantes armenios muy activa. Eso hizo que el pasado de su familia, del que hasta entonces solo le había llegado un eco muy lejano, volviera a colocarse en primer plano. Su padre, Joseph (antes Hovsep), perdió a sus dos abuelos maternos en el genocidio armenio perpetrado por los turcos. Egoyan no solo empezó a sentirse concernido por los terribles sucesos de 1915, sino que decidió hacer la tesis sobre el tema. Además, volvió a aprender el idioma. En aquella época empezó también a escribir críticas de cine. Una de las películas que más le impactó fue El expreso de medianoche (1978), que cuenta la odisea de un joven estadounidense que es detenido por las autoridades turcas al intentar sacar droga del país. Viendo la conocida película de Alan Parker, el futuro director se dio cuenta de la fina línea que separa el arte de la propaganda y llegó a la conclusión de que una película que ofrece una visión sesgada, parcial, de la realidad nunca entraría «en la categoría de gran cine»2.
Calendar (1993) fue su primera incursión, aunque tangencial, en el drama armenio. En el largometraje, el propio Egoyan interpreta a un fotógrafo que viaja a Armenia con el encargo de fotografiar doce iglesias para un calendario. El fotógrafo vuelve a Canadá con un puñado de fotos que no le dicen nada. Para colmo, pierde a su mujer (interpretada por Arsinée Khanjián, su esposa en la vida real), que acaba dejándolo por el guía que los acompaña durante el viaje. La interpretación literal que muchos hicieron del filme —pensaron que el director había filmado su propio divorcio— hizo que la «cuestión armenia» pasara a un segundo plano. Para el fotógrafo que recibe el encargo, Armenia no es más que el destino al que tiene que desplazarse por un viaje de trabajo. Trata de cumplir con el encargo de la forma más profesional posible, pero en lo personal no consigue ser más que un turista, un mero espectador de lo que allí ve. Esto, por cierto, contrasta con lo que ocurrió en la vida real. Dos años antes de rodar Calendar, Egoyan viajó a Armenia por primera vez. Durante la era soviética su padre había visitado el Tsitsernakaberd, el monumento a las víctimas del genocidio armenio. Según contó después el director, volvió muy cambiado: «Estando frente a la llama eterna se quebró y se echó a llorar. Fue como si los pilares lo hubieran aplastado. Aún llora cuando cuenta la historia. No fue hasta mi visita a Tsitsernakaberd cuando comprendí el significado y la esencia del monumento».
El viaje a los «santos lugares» se representa de nuevo en Ararat (2002), la película donde el director aborda el genocidio armenio de forma más directa. En esta ocasión, su alter ego, Raffi, no es fotógrafo, aunque también es un recolector de imágenes. Raffi ha participado en el rodaje de una película que un armenio llamado Saroyán está haciendo sobre la persecución de su pueblo, más concretamente, sobre la matanza de Van. Esta película dentro de la película es quizá la que muchos espectadores esperarían ver, ya que cuenta, y muestra, las violaciones, amputaciones y barbaridades varias que solemos asociar con el exterminio de un pueblo. A Raffi, sin embargo, no le termina de convencer. Necesita encontrar por sí mismo la verdad sobre lo sucedido, y para ello viaja a Turquía, país al que pertenecen en la actualidad el monte Ararat o la isla Akdamar. La conclusión de su viaje es desoladora: «No hemos perdido solo la tierra, sino la posibilidad de recordar. No queda nada aquí que demuestre lo que pasó». Pese a ello, no regresa de vacío, como luego veremos.
Egoyan no cree que una película pueda, ni deba, contar la «verdadera historia». Es por eso que huye de verdades taxativas y trata de representar todos los puntos de vista posibles. Muy acertadamente, incluye la perspectiva turca a través del personaje que interpreta Elias Koteas. En la película de Saroyán, Koteas interpreta al despiadado Jevdet Bey, responsable de la masacre de Van. Al terminar el rodaje, cuando vuelve a ser un simple canadiense de origen turco —es decir, el equivalente de Raffi, pero del «lado» contrario—, le cuenta a este que en el colegio no le enseñaron nada de esa historia que se muestra en la película; que ha investigado por su cuenta y es seguro que «algo» pasó, pero es difícil saber qué, ya que ha habido mucha propaganda por las dos partes: «Por lo que he leído, hubo deportaciones y murieron montones de personas. Armenios y turcos. Era la Primera Guerra Mundial». Curiosamente, esta versión de los hechos es la del actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Como cuenta el periodista Andrés Mourenza, «desde 2015, cada 24 de abril, el presidente turco extiende un mensaje de condolencias al patriarca armenio de Estambul por las matanzas de 1915: “Conmemoro con respeto a los armenios otomanos que perdieron sus vidas en las difíciles condiciones de la Primera Guerra Mundial y extiendo mis condolencias a sus nietos”»3. El hecho de que Egoyan introdujera este punto de vista no acabó de contentar a los turcos: ¿era estrictamente necesario que el personaje que interpreta Koteas, es decir, un musulmán, fuese gay?
También la madre de Raffi, una historiadora del arte encargada de velar por la verosimilitud de la cinta dirigida por Saroyán, pone en cuestión algunos aspectos concretos de esa obra. No entiende por qué Saroyán ha incluido una imagen del monte Ararat pintado sobre un telón de fondo, si en la realidad no es posible verlo desde la ciudad de Van. El director armenio, interpretado por Charles Aznavour, viene a decir que se trata de una licencia poética. El monte Ararat es un emblema para su pueblo y su inclusión en la película contiene una especie de verdad simbólica. La introducción de esta figura crítica no hizo mucha gracia a los armenios. ¿Qué estaba haciendo Egoyan? ¿Es que pretendía dar argumentos a los negacionistas? El director es consciente de este riesgo, y en una escena de la película se cuestiona a sí mismo de forma explícita. Uno de los personajes de la película de Saroyán le muestra a la historiadora la situación: estamos rodeados por los turcos, no nos quedan provisiones, ese bebé morirá desangrado, a la hermana de ese hombre la violaron antes de abrirla en canal, a su padre le sacaron los ojos y a su madre le arrancaron los pechos… «¿Quién diablos eres?», le pregunta.
Para entender lo que Egoyan intenta hacer hay que tener en cuenta que el personaje que cuestiona es historiadora del arte, no historiadora. Más que la historia en sí, lo que esta audita es cómo debe plasmarse un hecho histórico en el arte. En este sentido, el enemigo es el kitsch. Para Milan Kundera, el término designa la actitud de quien desea complacer a cualquier precio y a la mayor cantidad de gente posible: «El kitsch es la traducción de la necedad de las ideas preconcebidas al lenguaje de la belleza y de la emoción». Herta Müller, con la brillantez que la caracteriza, explicó las razones de su éxito: «El kitsch ofrece fundas y forros prefabricados para los propios sentimientos; así lo individual no tiene que andar desnudándose». La gran mayoría de los espectadores prefieren abrigarse con ese sentimiento facilón que han confeccionado para ellos a desnudarse y «adentrarse demasiado en el propio interior». Egoyan no quiere ser un fabricante al por mayor de sentimientos prefabricados, ni participar en ningún tipo de chantaje emocional, prefiere que cada uno llegue a sus propias conclusiones, a sus propios sentimientos, aun a riesgo de que sus películas se consideren fallidas por no ser lo suficientemente catárticas.
Esa actitud se ve dentro del propio filme. Tanto el fotógrafo de Calendar como Raffi en Ararat necesitan darles un significado personal a las imágenes. En su visita a los lugares que eran sagrados para sus antepasados, Raffi no encuentra la verdad sobre el genocidio, pero se topa con algo de más valor personal: allí siente por primera vez el «fantasma» de su padre (el cual fue acribillado cuando intentaba atentar contra un diplomático turco). Se lo cuenta al funcionario de aduanas que le intercepta al volver a Canadá. El agente, interpretado por Christopher Plummer, piensa que lo que contienen las latas que ha traído de Turquía no son rollos de película, sino droga. No obstante, accede a no abrirlas, pues al hacerlo la luz velaría las imágenes. De este modo, Raffi solo cuenta con su relato para convencerlo de la veracidad de su historia. Cabe suponer que hay mucho de Egoyan en Raffi, pero también es posible pensar que se ha volcado en el resto de personajes, especialmente en el que interpreta Plummer. Al fin y al cabo, lo que el director hace en buena parte de sus películas es examinar objetivamente sus efectos personales como si se tratara de las pertenencias de otro.
La tesitura de Egoyan como canadiense de origen armenio es qué hacer con el legado de sus padres y abuelos, un sufrimiento que, aunque entiende, no acaba de ser el suyo. En ese sentido, se ha dicho que Ararat es una especie de terapia con genocidio al fondo. Da la impresión de que Egoyan siempre ha tenido en mente la idea de cerrar heridas a través de las imágenes. De hecho, el concepto de «videoterapia» o terapia visual aparece literalmente en su ópera prima, Next of Kin (1984), que podría traducirse por «el pariente más cercano». En esa película, Peter, un joven canadiense —blanco, anglosajón y protestante, para más señas—, acude con sus padres a terapia porque están todo el día discutiendo. El terapeuta graba las sesiones en vídeo. Un día, Peter descubre por casualidad las sesiones grabadas de otra familia (una familia armenia que dio a su hijo en adopción tras llegar a Canadá veinte años antes). Tras ver los vídeos, decide visitarlos y hacerse pasar por el hijo perdido. En palabras de Egoyan, además de ocupar el rol de hijo en un sentido muy arquetípico, lo que atrae al protagonista es ser o jugar a ser terapeuta4.
Este carácter tan personal del cine de Egoyan ha hecho que muchos encontraran sus películas —especialmente Ararat— decepcionantes. Para buena parte de la crítica, Ararat era demasiado cerebral y no conectaba con los espectadores en el plano emocional; para el público, no era todo lo reivindicativa que cabía esperar. Pese a ello, contribuyó a que el genocidio armenio fuera conocido a nivel internacional. Más que una película sobre el genocidio, Ararat es una película sobre su negación. Como contó el propio director en un artículo publicado en 2004, la negación de unos hechos tan flagrantes fue posible por la connivencia y la complicidad de Occidente. Casi dos décadas después del estreno de la película, en abril de 2021, un presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reconocía por primera vez de forma oficial el genocidio armenio. España todavía no lo ha hecho.
Notas
(1) Weinrichter, A., Teorema de Atom. El cine según Egoyan, T&B Editores, 2010.
(2) Egoyan, A, «In Other Words: Poetic Licence and the Incarnation of History», University of Toronto Quarterly, vol. 3, n.º 73, 2004, pp. 886-905.
(3) Mourenza, A., El País, 25 de abril de 2021.
(4) Weinrichter, op. cit.
Como ya se sabe: los muertos de mis socios ideológicos o comerciales no son iguales que los de mis enemigos.
En cambio, la buena escritura es siempre buena, más allá del tema o del contenido.
Enhorabuena.
Muchas gracias por tus palabras, Agustín.
Supongo que Saroyan, mencionado ¿por error? varias veces, es Egoyan.
Qué torpe. Ya me he aclarado. Me respondo a mí mismo: Saroyan es el apellido del personaje (director de cine) que interpreta Aznavour en la película de Egoyan.
Disculpa, Jesús, que no pude contestarte antes. Es como dices. De todas formas, con el juego de espejos y alter egos que se trae Egoyan, es fácil perderse. Un saludo y muchas gracias por tu lectura.
Y qué podemos escribir del Egoyam posterior, Rebeca? Recuerdo el impacto que me causó «El liquidador», en una SEMINCI, después su filmografía me ha parecido desconcertante.
En mi opinión, Egoyan no ha vuelto a ser el que era en la época de «Exótica», «El dulce porvenir» o «Ararat».