¿Qué es Star Wars? Esta pregunta, a priori, parece tener fácil respuesta. Al fin y al cabo, rápidamente vienen a la mente guerreros con espadas de luz, combates de cazas espaciales, droides, alienígenas y un villano enmascarado, vestido de negro y con sable carmesí. También planetas fantásticos y un considerable desdén por las leyes de la física. En suma, una space opera a la vieja usanza, con caballeros, princesas y fortalezas escondidas. Esto ha sido así desde mayo de 1977, cuando George Lucas asombró al mundo con su mezcla de seriales de Flash Gordon, películas de samuráis, ecos de Frank Herbert, Edgar Rice Burroughs o Jack Williamson y hasta el viejo y respetable wéstern. Y, casi medio siglo después, una decena de largometrajes respalda esta descripción aproximada. Parece lógico, entonces, que la llegada de Andor haya cogido a muchos espectadores con el paso cambiado. Muchos fans de la saga han renegado de la serie porque «no parece Star Wars», mientras que algunos detractores de la franquicia espacial la han alabado precisamente por el mismo motivo.
Pero es que, casi desde su mismo nacimiento, Star Wars ha sido también otras cosas. Basta con abrir el foco y echar un vistazo más allá de las películas, a ese vasto universo transmedia que se fue configurando ya desde los años setenta en cómics, seriales radiofónicos o dibujos animados de sábado por la mañana. En ese sentido, Andor recuerda a un rincón no tan universalmente popular de la galaxia Lucas: las novelas. O, al menos, a algunas de ellas. El primer motivo es evidente: el manejo de los tiempos es sensiblemente distinto sobre la página impresa, a lo largo de varios cientos de páginas, que en una película que empieza y acaba en dos horas. Sin embargo, una temporada de doce episodios puede permitirse una cadencia más pausada, más afín al medio escrito. En las novelas de Star Wars nos hemos acostumbrado a ver complejas intrigas políticas (Linaje, de Claudia Gray), espías traicioneros (Trilogía de Corellia, de Roger McBride Allen), operaciones militares nada glamurosas (Compañía Crepúsculo, de Alexander Freed) y juegos de lealtades que se desarrollan como partidas de ajedrez (Thrawn, de Timothy Zahn). Todos esos elementos son los que pone en escena la nueva serie, aunque para ello tenga que dejar a un lado el aspecto más aventurero de la saga principal. Y lo más admirable de todo es la forma en que el showrunner Tony Gilroy se entrega por completo a esa tarea, sin concesiones. Donde los productos más recientes de la marca Star Wars pulsaban las teclas de la nostalgia o el fan service, Andor se limita a hacer algo tan simple como escandalosamente difícil: llevar su discurso temático (el sacrificio personal en aras del bien común) hasta las últimas consecuencias. No solo en su guion, sino también en su arrolladora puesta en escena.
Gilroy toma a un grupo de personajes dispares: una senadora, un rebelde, un guardia de seguridad caído en desgracia, una agente imperial y un joven ladrón que busca a su hermana perdida. Y los acompaña a todos, casi siempre en trayectorias separadas, para mostrar el lado menos agradable de las aventuras espaciales. Porque en La guerra de las galaxias se nos presentaba una lucha entre el bien y el mal en códigos tan reconocibles como simplificados: el imperio fascista, de claras connotaciones nazis, frente a los aguerridos rebeldes que luchaban por la libertad. Pero Andor pone los pies en la tierra y golpea al espectador con la dura realidad de esa epopeya romantizada. Para hacer frente al totalitarismo imperial, aquí los personajes tendrán que cruzar todo tipo de líneas morales, y renunciar a todo lo que les es preciado: su familia, sus amigos, su seguridad, sus principios. Eran temas que ya asomaban la cabeza en Rogue One (de la que esta nueva serie ejerce como precuela), pero que aquí se sitúan en primer término hasta convertirse en la misma razón de ser del relato.
Pero la habilidad del equipo de guionistas y directores comandado por Gilroy va mucho más allá. Si Andor es una serie excelente (y lo es, quizá más que ninguna otra de la franquicia) es por su manejo de las herramientas puramente cinematográficas. Para empezar, sus ritmos, que se apartan del imparable torrente cinético de las películas para crear un guiso de cocción lenta, con varios puntos de ebullición (la primera huida de Ferrix, el asalto a la bóveda imperial de Aldhani…) que sirven como periódica válvula de escape en la olla a presión que va tejiendo la trama. Como ese campanero que golpea el yunque en el poblado obrero de Ferrix, Andor se toma su tiempo, jamás se precipita, y así va construyendo poco a poco sus eventuales estallidos. El mejor ejemplo está en el capítulo 9 («Nadie está escuchando») y el personaje de Kino Loy, interpretado por Andy Serkis. A lo largo de todo el episodio no hay ni un solo disparo, ni una sola escena de acción. Y, sin embargo, «Nadie está escuchando» es la hora más intensa de toda la serie, y quizá una de las más brillantes de toda la historia de la saga. Es en los ojos de Serkis donde se va acumulando la desesperación, la urgencia, la falta total y absoluta de esperanza. Y es en sus últimas palabras de este capítulo donde el director Toby Haynes (Sherlock, Doctor Who, Black Mirror) hace estallar toda la tensión acumulada. Puede parecer que la siguiente entrega («Una salida») es el verdadero clímax de esa trama, y en cierto modo lo es. Pero todas sus (múltiples) virtudes se edifican sobre los cimientos de esa frase final de Andy Serkis en el capítulo previo, que a su vez se construye a partir de todos sus silencios anteriores. Por eso, como ya se anuncia desde la secuencia inicial del primer capítulo («Kassa»), cuando Cassian mata a los agentes de seguridad de Morlana Uno, hay dos elementos clave en las formas de la serie: el uso expresivo del primer plano y el montaje a base de planos largos, sostenidos más allá de la comodidad del espectador.
El personaje de Kino Loy es el mejor ejemplo, sí, pero no el único. En Andor, la mayor parte de la acción no sucede en el exterior, sino tras los ojos de los protagonistas. El propio Cassian (un magnífico Diego Luna) es parco en palabras, y salvo los flashbacks a su infancia de los primeros tres episodios, no hay en el guion un amago de psicologismo que busque justificar su comportamiento. Es el espectador el que tiene que dotar de significado a sus gestos, sus miradas, sus pequeños actos. El rebelde Luthen Rael (Stellan Skarsgård), por el contrario, habla mucho, pero da la sensación de que sus palabras casi nunca expresan lo que de verdad quiere decir este personaje que incluso ensaya sus sonrisas ante el espejo para mantener siempre una fachada perfecta. Los pensamientos del mezquino Syril Karn (Kyle Soller) resultan absolutamente impenetrables. Y, por encima de todos ellos, la senadora Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) se ve atrapada en un juego de duplicidades donde nunca puede expresarse en voz alta. Los distintos directores de los episodios (tres en total) filman a Mothma atrapada por las paredes de su propia casa, siempre enmarcada por ellas, aislada emocionalmente mientras trata de tejer alianzas que culminen en una rebelión organizada contra el Imperio.
Al final, Andor parece una novela de John Le Carré filmada por Thomas Alfredson. Y eso es bueno. Porque continúa ahondando así en una de las posibilidades más estimulantes de los grandes universos de ficción: abrir caminos nuevos, en lugar de limitarse a recorrer una y otra vez lo ya transitado. Como The Mandalorian cuando abraza el wéstern puro, Andor es un soplo enormemente refrescante en una galaxia que, a pesar de lo que nos hayamos acostumbrado a pensar, puede ser muchas cosas diferentes.
Es gratificante en estos tiempos, donde escasean tanto las buenas películas como criticos con criterio,leer este tan interesante como lucido artículo .Se aprecia conocimiento y sensibilidad.
Enhorabuena
Esto es otro rollo. Andor es un tipo que mata a sangre fría nada más empezar Rogue One. Y que hace lo mismo (con más dudas) al empezar la serie. Nada que ver con el resto de las series.
Eso es un agujero de guión tremendo. Esa ejecución a sangre fría del protagonista ni está justificada ni tiene sentido seguir a alguien con una moralidad fuera de nuestros consensos.
Eso es un agujero de guión tremendo. Esa ejecución a sangre fría del protagonista ni está justificada ni es coherente con el personaje.
No podría estar mas de acuerdo. Increíble redacción y análisis. Gracias por compartir tus palabras.
Gratificante artículo y gratificante comprobar que hay vida después de «Los Soprano» y «The Wire».
La serie tiene serios problemas con la dispersión narrativa, con la reiteración y con el ritmo de varias secuencias. Problemas derivados del excesivo material. Muchos metales que no obliga a ser narrativamente eficientes. Defecto de casi todas las series.
Sostengo que aquí han hecho una serie de Star Wars para mi mujer: es decir, una serie de Star Wars para la gente que no le gusta Star Wars.
Han tomado el elemento político de Star Wars, que era bastante flojito y de brocha gorda en las películas («esto es un burócrata; no te voy a explicar lo que es, pero es MALO»), lo han multiplicado por mil y lo han hecho serio y adulto. Al mismo tiempo, han eliminado completamente el elemento mágico.
El resultado: una serie de ciencia ficción BUENÍSIMA. Pero digo ciencia ficción y no fantasía (el auténtico género de Star Wars), porque, de hecho, no se parece a Star Wars más que en los uniformes de los stormtroopers.
La mejor serie del universo star wars junto con el mandalorian y la pelicula rogue one…
he visto obi wan y boba fett y dan pena…. me aburrieron.
ojala sigan las aventuras de andor a pesar de que ya sabemos su final…
Los estadounidenses siempre andan recordando los tiempos de su revolución en contra del imperio inglés. Este es el meollo de Andor y, en general, de la saga entera Star Wars, aunque cuando la rebelión es alentada en contra del imperio estadounidense, entonces hablan de terrorismo, insurgencia, comunismo y demás términos.
Lo de siempre: los estadounidenses vendiendo la moto y, por lo que observo, siempre hay compradores entregados.
No los conozco pero compadezco a tus familiares en la cena de Nochebuena.
Es buena, pero muy aburrida, las historias son muy chiquitas y los personajes soporíferos. Igual es un intento que hay que pulir bastante
Una gran serie. Da gusto cuando se toman la molestia de construir unos personajes tan interesantes, sobre todo los imperiales. Y algunos momentos sencillamente para recordar, como bien explicas en el artículo.
¡Si hasta los soldados imperiales tienen puntería!