Literatura

Terrible Ángel, grato Frabetti

Estamos seguros de que, en alguna ocasión, se han sentido incómodos o preocupados porque pudiesen estar siendo observados por ese visor, minúsculo y profundo, que nos apunta constantemente desde lo alto de la pantalla del ordenador. Esa mirilla que es lo más cerca que hemos estado del ojo de Dios y del panóptico de Foucault; que nos hace sentir pudor en cuanto pensamos que nuestra insulsa intimidad puede estar quedando expuesta ante un otro desconocido; que nos obliga a recolocarnos con la espalda bien pegada a la silla y a quitar la expresión bobalicona que adoptamos tras sendas horas mirando lo-que-sea-que-ustedes-miren-en-el-ordenador.

Estamos casi seguros de que ninguno de nuestros lectores, o muy pocos de ellos, han barajado la posibilidad de que alguien, desde una suerte de más allá, utilizase ese espacio virtual para hacerse ver y hacerles llegar de manera explícita una petición de ayuda. Ya sabemos que así soltado, de primeras, les puede sonar a película de terror, a la última adaptación cinematográfica de Stephen King, o a esa otra de 2001 llamada Kairo (o Pulse). Pero imagínense que quien les contacta es un querido amigo fallecido hace treinta años. Todavía más, un amigo que era poeta y que ahora dice querer ser poema porque lo necesita para ingresar a un selecto club literario, porque ¿qué empalagoso y soporífero remedo de vida sería la de después de la muerte sin laberintos burocráticos? Imagínense que ese amigo se llamaba Jaime y que escribió «Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde».

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Con esta encrucijada comienza la nueva novela de Carlo Frabetti, Terrible Ángel (West Indies, 2022), continuación de las aventuras iniciadas en 2018 del Detective Íntimo. Y decimos de y no su, porque —siguiendo el modelo quijotesco— Frabetti no se postula como creador, sino como cauce, transcriptor (loco), fabulador (chiflado), compilador, a lo sumo, de las andanzas del hidalgo caballero de lo íntimo. Es un buen recurso para no tener que cargar con las culpas de las situaciones fastidiosas a las que tiene que hacer frente el protagonista, porque, de lo contrario, podríamos acusarle de ser un poco sádico al llevarle como cliente a Aníbal el Caníbal. Y también es una excelente táctica para que todos nosotros nos hagamos cargo de ese pobre hombre al que (como podemos dar fe el común de los mortales) se le da mejor detectar y resolver lo interno-ajeno que lo referido a la introspección.

Empatizar con él es bien sencillo, sobre todo si ustedes también son de naturaleza curiosa. A lo largo de la narración se nos van dejando migajitas de incógnitas que nos instan, antes de que nos hayamos dado cuenta, a ponernos el atuendo de detective (lo que en la actualidad significa navegar de una página a otra de internet): buscando quién dijo aquello, cuál es la etimología de tal palabra, qué demonios es el liberespacio, intentando responder, antes que el propio investigador —presuntamente— a sueldo, los rompecabezas, o rompecorazones, que se le presentan. Al volver a la letra impresa, lo hacemos sonriéndole de manera cómplice, regodeándonos en ese secreto, o marco literario/filológico/filosófico, que ahora compartimos. Eso sí, pronto nos vuelve a cambiar la mueca por otra de estupefacción, de las que asoman cuando la imaginación del otro rebasa nuestras expectativas; cuando creíamos tener ya todo bajo control, listos para relajarnos, y nos sorprende un tirabuzón argumental inesperado.

No les vamos a engañar, a veces pueden descubrir que una de sus cejas está elevándose medio metro por encima de la otra porque, cuando por fin nos sentimos cómodos dentro del terreno de la metaficción, de repente el escenario se retuerce entre lo onírico, la multiplicación de entes (cosa que le parecería fatal a Guillermo de Ockham) en la virtualidad, y otros elementos de ciencia ficción que no vamos a citar para no privar del derecho a sorprenderse a quien aún no haya leído el libro. Y luego volvemos al mundo racional, y luego al de la fantasía convocados por un cuento de Perrault y… un momento. ¿No estará reproduciendo un ciclo de conexión-desconexión idéntico al que habíamos realizado al creernos investigadores; el mismo que hacemos cuando leemos para abstraernos de nuestras responsabilidades y terminamos distrayéndonos en la abstracción? Igual que el del sueño-vigilia, el de estar online y offline… Vuelve la sonrisa cómplice, una muy parecida a la que lanzamos al vacío cuando nos encontramos un billete en el suelo, sin posible dueño alrededor, a final de mes.

Poco a poco todas las piezas van encajando, como las del primer acertijo, y los no-límites de la ficción nos asisten a la hora de pensar la realidad íntima, esa de la que se encarga el detective y que puede encontrarse tanto en nuestra cotidianeidad, como en la historia de la literatura universal, en los sueños, o en los retos que nos presenta el mundo virtual, todavía desconocido para nosotros; en lo verosímil y en lo improbable, que no por ello menos real.

Si tuviéramos que elegir una línea para describir el conjunto de Terrible Ángel, sería la usada por F (F de fabulador chiflado, o de Frabetti) al explicar los motivos de la popularidad del sudoku: «tras su sencilla apariencia de pasatiempo, es como una pequeña ventana asomada al infinito…». Un infinito muy divertido, todo hay que decirlo.

Claro que, tratándose de algo tan vasto como el infinito, poco más podemos contarles sin pasar a destripar la trama y traicionar al detective. Esto también es un pequeño spoiler, pero creo que nos lo perdonará: él mismo expresa su deseo de no revelar información de manera anticipada a sus lectores, prefiriendo el silencio antes que mentirnos sobre la primera parte de sus lances.

Solo un par de recomendaciones para terminar: 1) acérquense con voluntad de conocer; y 2) confíen en el recorrido que, aunque en ocasiones pueda parecer errático (un detective, como un poeta, no puede permanecer mucho tiempo en el mismo lugar), no lo es. A fin de cuentas, la mano del que escribe conoce la lengua que Thomas Mann asoció a los ángeles, y se desdobla para serse y sernos grato.

«Una buena relación, en tanto que relato, es un cuento maravilloso con un final feliz, y lo que le da continuidad, lo que hace que ese final […] sea un principio, es la gratitud. […] Solo la grata-actitud puede convertir el cuento maravilloso en una relación maravillosa».

Terrible Ángel es buen ejemplo de esa transformación de cuento a relación, y de la amplitud intrínseca al término maravilloso. Si pudiésemos explicárselo en el espacio de este artículo ya lo habríamos hecho. Como sentencia el ángel-pájaro azulamarillo que da nombre a la obra: «Si pudiera decírtelo en una frase, te diría esa frase en vez de decirte este sueño». Si Carlo Frabetti hubiese querido decirnos algo susceptible de ser sintetizado en un enunciado, incluso en un artículo, no habría escrito esta novela.

Nos despedimos con un acertijo: ¿puede haber una explicación más clara y distinta de lo que es una novela necesaria?

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5 Comments

  1. Frabetti

    Gracias, Ana Rosa: has despertado en mí el deseo de leer la novela (pues tu artículo la ha vuelto más interesante).

    • Ana Rosa Gómez Rosal

      Gracias a ti, Frabetti. No es falsa modestia si digo que, incluso mi artículo, es mérito tuyo. Hacía tiempo que no me reía y sorprendía tanto con una novela.

      • Frabetti

        Tampoco es falsa modestia (y mucho menos auténtica) si te digo que tu última frase es la crítica más elogiosa que me han hecho nunca. Sorprenderse y reír es, para mí, lo más parecido a la felicidad.

  2. E.Roberto

    Enhorabuena, Carlo. Tendré que leerla. Y trataré de adivinar quién sos vos, el muerto o el detective. Ya me juego por este último. Un gran abrazo.

    • Frabetti

      Gracias, ER. En realidad, soy el resucitado (dentro y fuera de la novela). Decir más sería spoiler.

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