(Viene de la primera parte)
Nadie ama como Miguel Espinosa
Tuvo siempre una relación particular con las mujeres, utilitaria quizá, pero la palabra se queda escasa y esa escasez resulta perversa o fatal. Miguel Espinosa pasó siempre su vida —y de forma muy especial su vida amorosa— por el filtro de la literatura. A él las mujeres le servían en el viaje literario para aproximarse y aprender lo desconocido, tanto de él mismo como del mundo; lo descubría en conversación, intercambio y diálogo. Era eso o nada. Pero si era eso, qué profundidad en las relaciones, en la escritura: y es que no hay placer sensual ni sexual más excitante que compartir y crear con otro. En ese sentido no se puede hablar de mujeres, sino de mujer y con nombre; Mercedes Rodríguez.
En lo sensual, en lo intelectual, la relación de Mercedes Rodríguez y Espinosa comenzó cuando esta le interrumpió en una cafetería en Murcia, donde él solía trabajar. La interrupción de aquella tarde se transformó en irrupción permanente en su vida y eterna en su escritura. Desde aquel momento, Mercedes Rodríguez estuvo presente de alguna manera, con su nombre o con otros en todos los libros de Espinosa. Ella misma lo explica en un texto relevador titulado Un talante eludido, aludiendo a «la naturaleza implicante del Sr. Espinosa, quien mostró su voluntad de implicación queriendo que el mundo me considere encarnación de los siguientes personajes de su obra:
la Azenaia de Escuela de Mandarines,
la Egle y Azenaia de Asklepios,
la Clotilde de La fea burguesía,
la Juana de Tríbada».
Protagonista en los libros, parte y juez en la escritura, en el mencionado texto, Mercedes Rodríguez revela detalles que dejan entrever la singularidad de su unión:
Yo era un crítico obligado, claro, y ejercí esta función con singular entusiasmo, por lo que en el año 56, para obligarme a enjuiciar con método, Miguel me sometía, cuando los párrafos superaban la barrera de infinitas correcciones, a este cuestionario:
¿Hay sentido en el mundo?
¿Es originario?
¿Es humano?
¿Escribo mejor que Huxley?
¿Lo firmaría Nietzsche?
¿Le gustaría al Sr. Tierno?
Mediadora, posibilitadora también… La obra de Espinosa hay que agradecérsela al propio autor, pero no en menor medida a esa mujer que fue lenguaje, verdad y método: «Mi vida —le escribió en una carta Miguel Espinosa— no ha sido otra cosa que una afección y una continuada reflexión y palabras sobre ti». Asimismo él le trasladó su noción de escritura como destino: cinco años antes de morir, le encargó formalmente, junto a su hijo, la revisión, eventual publicación y perdurabilidad de sus originales literarios.
Y como si de una reencarnación en los libros de Espinosa se tratara, en Murcia también ha surgido también una enviada de Asklepios que ha decidido consagrar su vida y compatibilizar su trabajo como profesora en un instituto (tras pasar y abandonar la universidad) con la difusión del legado espinosiano. A mayor gloria de todo aquel que quiera acercarse a leerlo, conocerlo mejor o curiosear, María del Carmen Carrión está detrás, mano a mano con Juan Espinosa, de una completísima web y de la editorial digital La Eremita, donde se pueden leer, bajar y disfrutar las obras del escritor murciano-griego. Para que luego no digáis que no os hacemos regalos. Últimas noticias; para el otoño está prevista una nueva edición de las cartas entre Miguel Espinosa y Mercedes Rodríguez.
Hubo más mujeres en la vida de Miguel Espinosa, autodeclarado monógamo y autodeclarado mujeriego también: «Soy mujeriego, pero, bueno, eso habría que matizarlo mucho. Soy monógamo. No puedo vivir sin tener relaciones con una mujer, pero tienen que ser unas relaciones muy constantes, muy largas y muy lentas. O sea que la mujer es el otro que me oye y al que voy analizando, investigando. Para mí la conquista de una mujer es un proceso de conocimiento. Necesito a lo mejor tres meses y ya entonces quiero tener con ella relaciones eternas. Por lo demás, busco siempre una mujer única para poder hablar con ella y marginarla también».
Nadie la lía como Miguel Espinosa
De modo que Mercedes Rodríguez fue la necesaria, pero hubo otras contingentes. Entre ellas, Marta Fernández Crespo. La ruptura con ella tras ocho años de relación y el hecho de que lo abandonara por otra mujer envolvió al autor en un pasmo tumultuoso que le sentó a escribir La tríbada falsaria, primero, seguido por La tríbada confusa. Este último no alcanzó a verlo publicado porque un infarto acabó con su vida el 1 de abril de 1982. Este nuevo pack espinosiano reduce el foco al mínimo: si Escuela de mandarines era un tinglao de proporciones macrocósmicas, el que monta con las Tríbadas es talla XXS. Ahora, que lo que nace como tinglao, sea en la dimensión que sea, tinglao se queda. Porque no es cuestión de dimensión y ni siquiera de contenido, todo —o sea la escritura— es cuestión de forma y descripción:
Porque es terrible la bomba de Hiroshima. Son terribles los campos de concentración nazis. Pero más terrible y más densa es la relación cotidiana entre dos personas. Más pasmosa, más inacabable, más inabarcable y más angustiosa. El escritor debe penetrar ahí, constantemente, en lo cotidiano, y demostrar que lo cotidiano, lo efímero, lo que parece vulgar, puede ser pasmoso, puede ser terrible, puede ser angustioso… O puede ser glorioso… Esta es la labor del escritor.
Y a ese barro se tiró de lleno Miguel Espinosa cuando descubrió la relación de su amante con una mujer. Se metió incluyendo la habitual lista de personajes al comienzo del libro. En esta ocasión, casi veinte páginas de nombres reales en su gran mayoría, con su apellido o apellidos, y reconocibles en la realidad murciana de la época. Como afirma el poeta Sánchez Rosillo en el perfil que le dedica a Miguel Espinosa: «Fuera de Murcia, La tríbada falsaria fue bien recibida». En su ciudad se lio muy parda con bandos a favor, en contra, carteles acusatorios, octavillas intentando desentrañar el quién es quién de los caracteres… ¿Por qué tanto revuelo? Aquí una definición perfecta y despreciativa en su justa medida made in Espinosa: «se cree el provinciano que aquello es el mundo». Y no; las calles, los seres y las circunstancias nunca son el mundo, pero el libro sí aspira a ser mundo entero y mito. ¿Cómo es esto? ¿Qué es este libro? Responde Miguel Espinosa en su habitual estilo descriptivo-analítico: «La Tríbada Falsaria tiene aproximadamente doscientas cuarenta páginas. Las ocho primeras describen la vida cotidiana de una mujer; las doce contiguas, el nacimiento de una pasión, y las diez siguientes, la tragedia en que la pasión culmina. El resto, unas doscientas diez páginas, es un inacabable comentario, que enjuicia estos sucesos, y, en conclusión, el mundo, desde todos los puntos de vista».
Nada le interesaba más a Espinosa tras la publicación de la primera Tríbada que las reacciones a la misma: las usaba para escribir de forma intempestiva la continuación de la misma, La tríbada confusa. En total, un Sálvame deluxe infinito narrado por un Heidegger de paso en Murcia, esto es Tríbada. «Un procesamiento general del mundo partiendo de un hecho trivial», el proceso de creación de un mito entendido como «la reiteración en la conciencia de un objeto o de un suceso» —explica el autor en la entrevista en TVE— y también un palimpsesto de escritos superpuestos en el que al autor le gustaría desaparecer. De alguna manera lo hizo literalmente: el libro incluye las cartas que le dirigió Mercedes Rodríguez, convertida en Juana para la ocasión. La primera edición llevaba, de hecho, ese nombre en el copyright: «Porque está escrita con sus aportaciones, de modo que he tenido la obligación casi jurídica de poner ahí su nombre».
Un última cosa sobre esto de liarla. Cuenta Espinosa hijo en el libro que dedica a su padre que «antes de que le contaran los hechos que luego inspirarían Tríbada, dijo Mercedes, desde Madrid: «¿Un escándalo Miguel? ¡Si los ha dado todos!».
Nadie piensa… ¿Qué piensa Miguel Espinosa?
A estas alturas ya es posible sacar conclusiones acerca de la vida o de la escritura de Miguel Espinosa, pero ¿qué pensaba? ¿Qué ideas o ideales políticos tenía en su cabeza? Algunas de ellas las verbalizó en la entrevista que le hizo José García Martínez para el diario La Verdad. Allí expone su crítica transversal —se diría ahora— a la burguesía. En ese momento, 1978, Espinosa encuentra que no existía en la España de esa época partidos revolucionarios porque tanto al PSOE como al PCE los englobaba dentro del juego burgués e incluía a la UGT «que está apoyando más a la pequeña burguesía que al proletariado duro».
Para Espinosa, la izquierda verdadera se reducía entonces a «grupos supermarginados y los terroristas, los cuales creo que si llegaran a obtener un poco de poder se convertirían también en derecha». A la pregunta explícita por sus ideas políticas se desmarca, afirma que no quiere ser partícipe de un concepto de burguesía tan amplio y voraz, se muestra también feliz y orgulloso —o sencillamente resignado— en su calidad de marginado. Y cuenta una vivencia personal:
No me interesa en absoluto la situación política de España. Me interesaba hasta la muerte misma de Franco. Ahora me sucede que he interiorizado el franquismo de tal manera que este es casi una segunda naturaleza mía y yo, que deseaba que desapareciera el franquismo, que tenía un deseo tan inmenso que ni dormía cuando Franco estaba enfermo, una vez muerto tengo como nostalgia de un mundo que era más pintoresco, un mundo en el que me he desarrollado y en el que soy un cadáver en el papel de enemigo, si quieres, pero un mundo al que pertenecía. En aquella farsa de mundo había amigos y enemigos y al morirse él hemos muerto todos: amigos y enemigos.
Hablan posteriormente entrevistado y entrevistador de un mundo o una sociedad ideales que para Espinosa encarna el tipo «teóricamente marxista pero realizado en la práctica democrática» y se muestra muy escéptico en cuanto a sus posibilidades de realización. A la pregunta de «qué se puede hacer desde un punto de vista más individual», el imprevisible escritor al que alguno habrá colgado ya la etiqueta de nostálgico o filofranquista declara no ver otra salida que la destrucción a cada paso y en lo que cada uno pueda de la sociedad burguesa, cada uno a su manera. El calificativo «elogiable» que pronuncia unido al de las acciones violentas facilitará la adhesión en esta ocasión de la etiqueta de filoterrorista a Espinosa, configurando un ideario insólito que no hará más que abundar en la insondabilidad del escritor.
Nadie muere (y resucita) como Miguel Espinosa
Como si fuera una secuencia ensayada, la muerte de Miguel Espinosa mientras regresaba de un día de trabajo, de un infarto y prácticamente a la misma edad, repetía la de su propio padre. La había ensayado previamente cuando en 1974 sufrió un infarto del que sí había podido restablecerse. Pero como un buen griego siempre regresa a la tragedia, Espinosa completó la suya en la tarde del 1 de abril de 1982. Y ahí yacía entre la incredulidad de todos lo que se acercaron para intentar creer lo que sus ojos veían. Irrealidad es la palabra que emplea el anteriormente mencionado poeta Sánchez Rosillo cuando recuerda la escena en su artículo «El Eremita en Murcia». Juan Espinosa va más allá y en el libro donde lo recuerda escribe:
Mi primer pensamiento fue que él, con astucia, con prudencia política, se hacía el muerto, cumpliendo externamente con el destino, para poder retener la vida y usar de ella en el momento más oportuno. Y como su cuerpo presentara el aspecto de todo cadáver, según es fuerza, como no resultara en esto diferente de cualquier otro, en tal sujeción suya a lo común yo creí ver disfraz y ocultamiento, la prueba de que interpretaba una comedia, no por cósmica menos fingida. Y así como ciertos espectadores, ante una representación llevada a cabo de manera admirable, no ceden al encanto de la ilusión, sino que parecen más conscientes del artificio, en razón de la perfección allí desplegada, así yo pude decirle: ¡Estás vivo! A mí no me engañas. Te delata la maestría, el modo virtuoso con que permaneces quieto.
Es posible que estuviera practicando su último juego, exhibiendo su última máscara tras la cual quedaban muchas líneas por leer y algunas pregunta por responder, pero una sobre todas las demás: ¿quién era Miguel Espinosa? «A pesar de que él se manifestó y acreditó mediante el afecto, la palabra y la escritura, hoy tengo la sensación de que pasó entre nosotros manteniendo su incógnito», reflexiona su hijo. Si en algún sitio quedó y se puede buscar la sustancia que fuera Miguel Espinosa ese lugar son sus libros, los manuscritos y obras que quedaron sin publicar, que, por suerte, fueron muchas y que por una mayor suerte aún se van recuperando, editando y difundiendo.
«Hasta entonces, lo confieso —escribe Juan Espinosa—, yo no había advertido la significación de Antígona: que es duro, casi mortificante, tener que velar, ante las gentes, por los derechos de alguien que ya no existe, por la justicia debida a un muerto; y que quien lo intenta participa, por decirlo así, de la indefensión de lo sagrado, quedando expuesto, más que otros, al ser exterior del mundo». Acabada su vida, comenzaba una tarea llamada Miguel Espinosa. La asumió su propio hijo y quien entonces era alumna suya, María del Carmen Carrión, hoy profesora en la universidad, que una vez oyó hablar de un escritor del que nadie le había hablado. Lo leyó y decidió encarnar a esa Antígona vigorosa capaz de ayudar en la maniobra de resucitación que el griego de Murcia había anunciado en Asklepios:
Dijo:
Resucitaré de entre los muertos,
entre los que no son y callan,
no ven el Sol ni sienten el roce,
son innúmeros y carecen de nombres
sólo un indicio dejaron de que fueron:
centella que se apaga y se apaga.Resucitaré, dijo, y tornaré a la vida;
en la Vía Láctea estaré, como ahora,
con la misma figura y el mismo carácter;
y tú y tú estaréis conmigo,
así como sois en identidad.Resucitaré, dijo, y de entre ellos vendré,
para que la ingenuidad prosiga.Asklepios, Escritos
Prosiga pues. Y a la buena hora.