Igual ya se ha dado cuenta: la última moda es hacer series basadas en series basadas en hechos reales; series de ficción que adaptan anteriores docuseries. O sea: hay quien cree que la ficción supera a la realidad que supera a la ficción. En las recientes The Staircase (Antonio Campos, 2022), Joe vs. Carole (Etan Frankel, 2022) y The Girl From Plainville (Liz Hannah y Patrick Macmanus, 2022), actores como Colin Firth, Toni Collette, Elle Fanning o Chloë Sevigny dan vida a los protagonistas de aquellos enigmáticos y más bien horripilantes sucesos, que ya conocíamos por sus antecesores televisivos y a los que, por tanto, ya habíamos puesto cara.
Más allá del parecido que busquen o no estas producciones con la realidad, lo paradójico es que el valor del (sub)género policiaco conocido como true crime que, desde el año 2015, ha explotado en las plataformas —y que estas han explotado—, radica justamente en su aproximación desnuda, aunque no desprovista de artificios, a Los Hechos. Las mejores de ellas contienen una reflexión sobre la naturaleza esquiva o azarosa de la verdad, y por supuesto también de la justicia.
Ahora bien, si hablamos de lo que ha motivado esta tendencia (amén de la sequía de ideas de la industria audiovisual; y eso que se suponía que la televisión de ahora vivía su era dorada, creativamente hablando) y el éxito de audiencia que han logrado, quizá lo que prime sea la avidez de historias, casi siempre lo bastante increíbles o absurdas, aunque siempre trágicas, como para echar un buen rato y zampárnoslas de una sentada; calculado binge-watching de libro, es decir, de logaritmo.
Otra razón obvia de este insano enganche al que muchos nos hemos visto rendidos, sin justificaciones dignas que puedan excusar este placer culpable (¿o inocente?), es el morbo puro y muy duro, la truculencia de estas historias (así se viene llamando en los últimos tiempos a las noticias en televisión), lo fácil que es verse arrastrado por la corriente de un relato que conlleva muertes y comportamientos condenables. Pero el secreto de su éxito reside también —y vamos ya a lo que vamos— en sus protagonistas, los personajes, si se nos permite nombrarlos así. Son ellos y ellas quienes nos ganan, incluso aunque, en no pocas ocasiones, salgan perdiendo.
Señores y señoras impagables en su papel, dignos de un Emmy, muchos de los cuales han despertado un fenómeno fan que llega a ser tan enfermizo como su raíz: gente que idolatra a los héroes y antihéroes de estos casos o que, convertidos en justicieros en virtud de su historial de visionado de Netflix, pretende quemar vivos a los malos. No es solo que la realidad supere la ficción; es que la inspira, la moldea y a la vez se nutre de ella, porque todos somos un poco actores de nuestras vidas. ¿Nunca ha fantaseado usted con que una cámara le esté grabando mientras da la mejor versión de sí mismo? (la que usted cree que es la mejor, la que quiere ofrecer). En los true crime que graban los hechos a medida que acontecen, y que son los mejores por lo que tienen de captación de una autenticidad espontánea, suelen figurar individuos poseídos por su personaje y por las cámaras. Hasta qué punto actúan o son ellos mismos es difícil de discernir, sobre todo cuando hablamos de situaciones existenciales tan extremas. Además, muchas veces usan el rodaje para lograr determinados efectos, sirviéndose del alcance de las series como si de cualquier otro medio de comunicación o propaganda se tratara.
Bajo esta premisa, a continuación nos proponemos presentar a algunos seres de carne y hueso que tienen un rol destacado (no necesariamente protagonista, o no en primer término) en estas series, con el fin de elegir al mejor personaje de serie true crime hasta la fecha. No están todos los que son, ni falta que hace, pero creemos que hay suficiente material de base como para estimular el debate, incluyendo a todas aquellas personalidades que se han convertido en referentes o arquetipos al mismo nivel que los personajes de los clásicos de la literatura o el cine de ficción. Aquí comienza nuestro alegato: tras escucharlo y con todas las pruebas a su disposición, escuche también a su corazón y emita un veredicto o añada en los comentarios lo que estime oportuno.
ALERTA SPOILERS: Por razones obvias, no podemos evitar hacer referencia a ciertos aspectos relativos a los casos y sus involucrados, que se van desvelando en el curso de las series mencionadas, aunque se ha tratado de no destripar las grandes revelaciones.
(La caja de voto se encuentra al final del artículo)
Paradise Lost (1996, 2000, 2011): John Mark Byers
A lo largo de quince años se extendió esta miniserie documental que, en realidad, no fue concebida como tal; lo cual es de agradecer en unos tiempos en los que este tipo de relatos tienden a estirarse a lo largo de capítulos y temporadas cuyo ritmo inevitablemente decae. Paradise Lost conformó una pionera trilogía true crime no tan conocida como sus sucesoras de la década pasada, pero fascinante ya desde esos títulos de crédito con música de Metallica. Fue la primera vez que el famoso grupo heavy autorizaba el uso de sus canciones, y curiosamente uno de los creadores de esta serie de tres películas, Joe Berlinger, dirigiría el documental Some Kind of Monster (2004) sobre sus cotilleos internos.
Esa es otra historia, pero en cualquier caso Berlinger es todo un maestro de este género al que lleva dedicado treinta años. De Paradise Lost, aparte de Damien Echols —joven que formó parte de «los tres de Memphis», a quienes se acusó del asesinato de otros tantos niños por cosa del diablo—, nos quedamos con John Mark Byers, padrastro de uno de los chicos y también sospechoso en el caso, con un maravilloso arco dramático y unas intervenciones delante de cámara dignas de La Hora Chanante. Por cierto: el estreno de la tercera parte del documental (nominada en los Óscar) casi coincidió con otro que lo señalaba como culpable, producido por el propio Echols y Peter Jackson, con música de Nick Cave y Warren Ellis. Sin duda este caso tuvo grandes adeptos.
The Staircase (2004, 2018): Freda Black
En series como The Staircase, que marcan la excelencia del género, es difícil elegir como favorito a uno solo de sus personajes. Aquí brilla la figura enigmática y llena de claroscuros del propio Michael Peterson, novelista acusado de la muerte de su esposa Kathleen, hallada al pie de la escalera en un demencial charco de sangre. Pero también las de su carismático abogado David Rudolf, quien, por cierto, ha echado pestes de la reciente serie de ficción; o la de Candace Zamperini, hermana de la fallecida, que se volvió contra el acusado y alumbró una de las hipótesis de homicidio que se barajaron en el juicio. Sin embargo, en este caso nuestra candidata no es otra que Freda Black, mano derecha del fiscal del Condado de Durham, quien no dudó en usar todos los argumentos a su alcance para culpabilizar a Peterson, incluidos los más ofensivos, prejuiciosos y faltos de ética. La acusación como encarnación de la ruindad es un clásico del true crime, y si encima te llamas Freda Black, eres firme opositora a villana. Tras este caso no tuvo mucho éxito en su carrera, y cuando murió en circunstancias poco claras se especuló incluso con el suicidio, pero finalmente se supo que lo que acabó con ella fue su alcoholismo crónico. Todo un personaje, ya ve, que en la ficción de 2022 ha encarnado magistralmente Parker Posey.
Making a Murderer (2015-2018): Ken Kratz
La serie que, con toda certeza, dio pie al festival televisivo del true crime en la última década está también repleta de personajes que difícilmente podrían salir de la mente de ningún guionista. Casi todos sus protagonistas son demasiado. Pero si hemos de escoger entre esta galería de individuos dignos de estudio (psicológico), nos decantaremos por el que fuera fiscal del distrito de Calumet entre 1992 y 2010, Ken R. Kratz, quien representa una escalofriante noción, mezcla de incompetencia, torpeza y falta de escrúpulos —o decencia moral—, del sistema judicial y en qué manos se deposita.
Kratz, que rechazó hacer declaraciones en el documental pero sacó su propio libro (otro clásico de los implicados en un caso de true crime) contando «en qué se equivoca» la serie, sería más tarde acusado de acoso sexual por varias mujeres, tras lo que alegó diversas adicciones y trastorno de personalidad narcisista. Un cuadro, el tipo. De todas formas y como en The Staircase, cuesta seleccionarlo entre otros intervinientes legales en el caso: desde el dúo estelar de abogados formado por Jerry Buting y Dean Strang, que desde entonces tienen clubs de fans por todo el mundo y recorren la tierra de las oportunidades impartiendo conferencias sobre «el Camino a la Justicia», a su sucesora en el caso Kathleen Zellner, habituada a los focos de los juicios más mediáticos —y caros— del país y que, para hacernos una idea, ha sido consultora de Johnny Depp en su reciente juicio del que apenas hemos tenido noticia.
The Jinx (2015): Robert Durst
La madre de todos los finales de series true crime de la historia. Si no la ha visto —improbable— y no se ha comido ningún spoiler —aún más improbable—, corra a darle al play y no lea nada más. En este título no podemos destacar a otro personaje que no sea su protagonista absoluto, Robert Durst, multimillonario hijo de un magnate inmobiliario que, en un último giro de guion de su novelesca vida, murió a principios de este año llevándose con él no pocos secretos.
El cineasta Andrew Jarecki (Capturing the Friedmans, otro excelso true crime de cuando ni se hablaba de este género), que ya en 2010 había realizado una película basada en su historia —hasta ese momento— y donde lo encarnaba Ryan Gosling, se quedó tan fascinado por el individuo que, cinco años más tarde, decidió filmarlo en forma de miniserie documental, producida por el estudio especializado en terror Blumhouse. Y, desde luego, la cosa quedó bien terrorífica. Jugando continuamente con la duda acerca de la verdad en el propio Jarecki, quien iría cambiando su visión del asunto a medida que rodaba y se acercaba a Durst, el resultado es una reflexión, una vez más, sobre el delicado equilibrio que decanta la balanza de la justicia hacia uno u otro lado. Un true crime absorbente, de un nivel formal y dramático al que se han acercado pocas series, y cuyo espíritu sí vemos reflejado en producciones posteriores como la española El Estado contra Pablo Ibar (2020).
Long Shot (2017): Larry David
En realidad, Long Shot no es una serie, sino un mediometraje documental que, no obstante y por su magnífica resolución, merece integrar esta —caprichosa— lista. Por eso y por su personaje estelar, al que si no conoce la historia (y, como en The Jinx, le recomendamos que no la conozca; un consejo que en realidad puede aplicarse a cualquier relato true crime), le sorprenderá ver en este ambiente, y que no es otro que el reputado cómico televisivo Lawrence Gene David, aka Larry David. El coartífice y guionista de Seinfeld difícilmente podría haber ideado un guion tan brillante como el de la vida de Juan Catalan, un hombre de origen latinoamericano que a los veinticuatro años fue arrestado por la policía de Los Ángeles por su presunta implicación en el asesinato de una joven. Su coartada para esa noche: aseguraba haber asistido con su hija a un partido de béisbol en el Dodger Stadium, pero por más que se afanaba en buscarlas, no existían pruebas fehacientes de que hubiera estado allí. Un true crime que, a diferencia de la inmensa mayoría, no se detiene en lo escabroso del caso tanto como en lo que de emocionante y entrañable acaba teniendo.
Flint Town (2018): Bridgette Balasko y Robert Frost
Este es también un true crime del todo atípico, pues adopta el punto de vista de un departamento de policía de modo casi literal: la cámara acompaña a los maderos en su día a día, inflitrada como un agente más. Lo fascinante es cómo documenta tanto sus luchas de puertas para adentro (con el papeleo y los presupuestos asignados) como la alarma social en la ciudad de Flint, Michigan, que sumida en una profunda crisis económica en las últimas décadas, más la declaración de un estado de emergencia en 2016 por la contaminación del agua pública, se ha convertido en uno de los puntos con mayores índices de criminalidad de los Estados Unidos —que ya es decir—.
No obstante y pese al contexto crítico, es imposible no enamorarse de algunos de sus personajes, como les pasa durante el rodaje de esta miniserie documental a la detective Bridgette Balasko y el sargento Robert Frost, de cuyo romance culminante en boda somos testigos. Claro que hay otros personajes abrazables, como el chaval que por fin logra el sueño de entrar en la academia de entrenamiento policial y coincide con su propia madre; poco vuelo del nido se le permite. De todos modos, si por algo destaca Flint Town es por su potente puesta en escena, que está más cerca del gran cine de acción, inmersivo e hipnotizante, de una Kathryn Bigelow que de un capítulo de ese extraordinariamente longevo programa televisivo que es Cops (que se emite desde ¡1989!).
Un golpe maestro (2018): Marjorie Diehl-Armstrong
El verdadero título de esta obra en cuatro partes anuncia mejor —y con mucho más sensacionalismo— lo grotesco de la historia real que narra: Genio malvado. La verdadera historia del atraco bancario más diabólico de Estados Unidos se centra en el caso de Brian Wells, un repartidor de pizzas que un buen día entró al banco con una bomba colocada alrededor del cuello y la misión de robar doscientos cincuenta mil dólares.
La premisa puede parecer loca, pero cuando el relato despega realmente es cuando entra en acción la figura de Marjorie Diehl-Armstrong, responsable de eso que suele denominarse «autoría intelectual» del crimen conforme a un retorcido plan, y que representa el genio malvado del título. A ella, el talentoso cerebro embaucador que se escondía tras la siniestra operación, una «mujer de hielo» en palabras del fiscal, se quiso acercar el cineasta Trey Borzillieri (inspirado, ojo, por la ya comentada trilogía Paradise Lost) para indagar en la historia de Wells; una comunicación con Diehl-Armstrong que mantendría durante años, incluso estando ella tras las rejas. Farsa trágica y sádica, producida con buen ojo por los hermanos Duplass, popes del indie cinematográfico norteamericano, y digna de otros hermanos, los Coen, por su galería de sujetos extravagantes.
Wild Wild Country (2018): Ma Anand Sheela
La villana inesperada, que como estamos comprobando es uno de los motivos recurrentes en las series true crime, es también la presencia más perturbadoramente cautivadora en Wild Wild Country, que reimpulsó la fiebre por este género. Mano derecha y ejecutora —literalmente— del gurú indio Bhagwan Rajneesh, más tarde conocido en las cloacas de la autoayuda como Osho, a Ma Anand Sheela se la ha llegado a comparar con Hitler por su falta de escrúpulos y de humanidad, a la que añade un humor siniestro: «Si tocan a cualquiera de los nuestros», dice en algún momento en referencia a las autoridades estatales y al rebaño de su comuna de Rashnishpuram, «me cobraré quince de sus cabezas, y hablo en serio. No soy una persona violenta [sic], pero lo haré».
Los maquiavélicos métodos de la Reina, su determinación de hierro y su pragmatismo exento de toda moral inundan la pantalla, demostrando su gusto por chupar cámara y divertirse con su personaje insolente y sin tapujos, como si fuera la Mourinho de las sectas. Tanto que más tarde, ya siendo toda una rockstar, lavaría su imagen en el documental En busca de Sheela (2021). Aunque también había estado en nuestro país, el mismo año del estreno de la serie producida, otra vez, por los Duplass, compartiendo cartel en el CCCB con Virginie Despentes y Vivian Gornick. Qué tía.
A los gatos, ni tocarlos (2019): los detectives nerds de internet
La candidatura ex aequo o colectiva que proponemos aquí se debe al verdadero motor de la historia que narra esta breve serie de tres episodios. Vale que lo primero llamativo es el caso: un tipo que preserva su anonimato publica un enfermizo vídeo en el que mete a dos gatitos en una bolsa de plástico para, a continuación, sellarla al vacío y asfixiar a las crías; una animalada que se viraliza. Pero los personajes más memorables de este true crime son un grupo de detectives amateur que, indignados por la ruin grabación, deciden iniciar ellos mismos una investigación para cazar al monstruo y tomarse la justicia por su mano.
Liderados por Deanna Thompson, analista de datos de un casino, y John Green, experto sabueso en casos de crueldad animal, pronto estos nerds de internet se convierten en legión y en masa enfurecida blandiendo sus vengativas antorchas. Paradójicamente, la furia desquiciada de esta turba online acaba resultando casi tan inquietante como el psicópata al que persiguen. De hecho, en un momento de su pesquisa apuntan a un joven que vive en Sudáfrica, al que confunden con el matagatos y al que empiezan a acosar y amenazar por redes sociales. El tipo, que además de inocente es depresivo, acaba suicidándose, aunque se nos cuenta casi de pasada. Pese a su tendencia al trazo grueso, A los gatos ni tocarlos —Don’t F**k with Cats, en el original— plantea una interesante reflexión sobre los juicios de internet, aunque a cualquiera que entre a diario en Twitter tampoco le sorprenderá demasiado.
Acosador nocturno (2021): Gil Carrillo
El caso del asesino en serie Richard Ramírez, que pasó a la historia con el alias de Night Stalker tras matar a catorce personas y sembrar el pánico en Los Ángeles a mediados de la década de 1980, ha dado pie a una de las últimas series exitosas del género. Si bien su tono peliculero, que según su director Tiller Russell se mira en el espejo de las novelas noir, deja momentos bastante cuestionables desde la perspectiva de una pieza que se pretende documental, Acosador nocturno funciona razonablemente bien con su estilo de buddy movie: sigue los pasos del legendario detective Frank Salerno y de su aprendiz Gil Carrillo, quien a sus setenta años y tras el estreno en Netflix acabaría convertido en toda una celebridad. El propio Russell ha explicado que cuando se sentó a hablar con Carrillo y oyó el relato de sus labios, viendo el impacto emocional que aquel caso le había supuesto, pensó: «Qué regalo de los dioses del cine».
Por los testimonios recogidos ante la cámara, sabemos algunos de esos efectos y los conflictos con su vida personal, como cuando su esposa se marchó a dormir fuera de casa porque uno de los asesinatos había tenido lugar a unas pocas calles. Ese tipo de detalles cotidianos, al igual que su obsesión por el caso, no dejan de ser un ingrediente clásico de las películas policiales. Con Carrillo y otros tipos duros haciendo guardia, todos nos sentimos más seguros. O no.
Coda
Hasta aquí nuestras diez nominaciones al mejor personaje de serie true crime, aunque como decíamos, es imposible ser ecuánimes o justos al hacer la selección. Sobre todo porque, por cada uno de los títulos mencionados, salen un puñado de grandes personajes, algunos de ellos muy secundarios; otros, protagonistas desde el primer minuto, auténticas estrellas de la función. Ahí están Te quiero, muérete (2019), de la especialista en el género Erin Lee Carr, o la sonada Tiger King (2020-2021) y su galería de inadaptados sociales; dos de las series llevadas a ficción que comentábamos al principio. Por cierto y volviendo a esa curiosa relación entre lo real y lo ficticio en las pantallas, el mencionado cineasta Joe Berlinger dirigió la docuserie Las cintas de Ted Bundy (2019) y, en el mismo año, la película Extremadamente cruel, malvado y perverso (2019), donde Zac Efron interpreta al encantador homicida. Pero la cosa no queda ahí, porque al año siguiente se estrenaría Ted Bundy: Enamorada de un asesino (2020), interesante true crime de Trish Wood que precisamente reflexiona sobre la fascinación seductora del asesino en serie.
En realidad nada de esto es nuevo. En 2019, Michelle Dean y el genio del terror contemporáneo Nick Antosca concibieron la serie The Act (2019), con Joey King y Patricia Arquette encarnando a Gypsy Rose y Dee Dee Blanchard, a quienes ya había retratado la citada Erin Lee Carr en el documental Mommy Dead and Dearest (2017). La vuelta de tuerca definitiva sería que un futuro documental, o quizá una película de ficción, recrease las vidas de los actores que interpretan a esos mortales reales. Denle tiempo al tiempo de lo ultrametanarrativo.
Para ser un género tan explotado por las plataformas, casi parece un monocultivo de netflix si atendemos a la lista de nominados por el articulista.
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