Esta entrevista se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº36 especial Mar.
Es probable que exista una fórmula para presentar a Lola Higueras (Madrid, 1945) sin echar mano de las metáforas marítimas, pero no hemos dedicado un minuto a dar con ella. Porque la dimensión de Lola es más de océano que de mar. «Lola Museo Naval», se presenta ella, como si en ese trío de palabras cupiera el medio siglo que ha pasado —y sumando— dedicada a eso, al mar. Hay cosas para las que la jubilación no aplica.
Americanista, primera mujer buceadora de la Armada, arqueóloga subacuática, directora técnica del Museo Naval, académica internacional, autora de más de sesenta libros y artículos… Lo mucho o poco que usted sepa sobre el patrimonio marítimo español se lo debe a Lola Higueras, no tenga la menor duda. Se lo decimos nosotros, porque ella no es de airear los logros (ingentes) o los galones (dos Cruces al Mérito Naval) ni los honores que la adornan. Detesta las estatuas y las frases hechas. Escoge definirse con una palabra inmensa: feliz. Lo ha sido dando clases, investigando naufragios, navegando en un mar de hombres o poniendo la lupa en las históricas expediciones españolas como la vuelta al mundo. Comprobarán que sus siglos predilectos son el XVI y el XVIII, pero departe de lo que le pongan por delante. Tampoco está bien confesarlo tan a lo bruto, pero la tarde de verano que se sentó con nosotros fue un privilegio, sin rodeos. Lola, como el océano —inmensa y sin domar— se zambulló a pulmón y nos dejó sin aliento.
¿Qué es para ti el mar?
De niña siempre veraneé en las afueras de San Sebastián, donde mis abuelos maternos tenían una finca maravillosa, con castaños centenarios. Recuerdo esos veranos de dos meses en la niñez, con la «pequeña tribu» de primos, con mi hermana… Desde muy niña el mar siempre ha ejercido auténtica fascinación en mí, y la playa de la Concha es el primer vínculo que tengo con él. Aprendí a nadar muy pronto, con mi padre, que era un gran nadador, de adolescente hacíamos muchos kilómetros juntos. Cuando llegué al Museo Naval, el almirante Guillén, que era el gran director del momento, quería centrarse en el ámbito de la arqueología submarina. Y muy tempranamente, porque te estoy hablando del año 1968 o 1969. Me dijo: «Oye, Lola, a ti que te gusta el mar y eres muy nadadora, ¿querrías que yo te forme para hacer arqueología?». Y respondí que por supuesto, que sería un gran regalo. El gran regalo de mi vida. Me formé con un industrial, porque entonces el mundo submarino era así, casi nadie buceaba. Yo soy una auténtica pionera, y como mujer muchísimo más. Por entonces existía el centro de buceo de la Armada, pero en el Museo Naval yo fui la primera mujer buceadora de la Armada. Se me conocía un poco por esa anécdota.
Así que el mar para mí siempre ha sido una constante de atracción inmensa. Empecé a bucear un poco como todo en la vida: porque te aseguro que vas a entrevistar a una persona feliz, que ha conseguido que su profesión sean sus vocaciones, que es una cosa poco corriente. Este industrial, Saludes, fue de una generosidad inmensa conmigo, era uno de los grandes buceadores del momento. Tenía muchísimo dinero, su barco y su base estaban en Jávea y ahí me formé. Él me enseñó todo lo que sé. A partir de que conseguí mi carnet de buceador de primera categoría, montamos en el Museo un Instituto de Estudios Histórico-Navales Subacuáticos. La Armada tenía muchas competencias en el mundo de la arqueología, porque eran aguas jurisdiccionales españolas. En el momento en que ya la arqueología de tierra pasó a las comunidades autónomas hubo una diáspora de competencias, porque todas las que tenían aguas asumieron la arqueología submarina también.
Nosotros, en el Museo Naval, nos quedamos con una función que yo creo que ha sido muy importante: recorrí todos los clubes de buceo, las universidades, me moví una barbaridad con conferencias, divulgando la importancia del patrimonio sumergido que entonces nadie conocía. La gente, desde los clubes, empezaba a lanzarse al buceo, levantaban un ánfora, se llevaban cualquier cosa que afloraba… Y perdías la memoria del pecio. Era muy importante concienciarlos sobre lo importante que era, cuál era el mecanismo jurídico que había para comunicar los hallazgos… Y me moví muchísimo, desde el museo se hizo una labor muy importante para divulgar el valor del patrimonio subacuático y también de investigación, tanto en nuestros archivos como en Indias, en Simancas, donde hay una documentación fabulosa de hundimientos. Todo nuestro nexo marítimo con América. Siempre surgía el mismo problema: ¿qué es más importante, ocultar ese patrimonio para evitar los cazatesoros, o protegerlo? Y nosotros, para proteger, teníamos que conocer dónde estaban las cosas más importantes. A partir de ese momento se inició una conciencia muy distinta del patrimonio submarino.
Da la sensación de que estaba todo por hacer.
Prácticamente. Era un mundo desconocido por entonces, se empezaban los grandes logros como los de Jacques Cousteau en Francia, y de otros como Sténuit, pero eran cosas muy puntuales, en España prácticamente no se hacía nada. Así que fue una tarea muy bonita que yo compatibilicé con otras dos ramas de mi trabajo en el museo. El Museo Naval es uno de los museos americanistas más importantes de España, y desde que salí de la universidad siempre tuve el deseo de ir por el camino de la investigación. No había terminado todavía la carrera cuando me dijeron que había salido una plaza en el Museo Naval de jefe de investigación. Y me faltaban dos o tres meses para acabar, pero con esa osadía que tenemos los jóvenes, me dije: me voy a ver al almirante. Me planté delante de él: «Aquí estoy. Soy americanista de formación y esta es mi gran vocación». Le conté que terminaba la carrera en poco tiempo y que ese puesto sería la gran pasión de mi vida. Se creó una conexión muy especial.
Pero ¿lo conocías de antes? ¿Tenías algún enlace para llegar a él?
Ninguno. Yo no tenía ningún contacto en la marina, nadie… Toda mi familia son artistas. Mi padre y mi abuelo eran escultores, la familia de mi madre, Lola Ruiz Aragón, ha sido un referente incuestionable en la música del siglo xx. También tenía escritores, pintores…, una maravilla. Para mí ha sido muy importante ese ambiente liberal en mi arraigo, en mi crecimiento como persona. Me han dejado el espacio que yo necesitaba y me han dado la libertad. Ha sido realmente fabuloso.
Además del Museo Naval, también entraste en la Escuela Superior de Canto, ¿no?
Sí. Como mi tía tenía su estudio en Martínez Campos, mi primo Horacio, que era el mayor, mi hermana y yo la escuchábamos cantar por detrás de la puerta. Era un piso enorme, que iba desde Martínez Campos hasta Viriato. En los salones de delante mi tía daba clases, y yo creo que aprendimos Las bodas de Fígaro antes incluso que a hablar. Una cosa increíble. Ese mundo de la música lo llevo en el alma. Al margen de mi investigación y mi buceo, es mi gran pasión. También la alta montaña, no escalada, sino caminar. La naturaleza, en realidad. Un mundo muy disperso de inquietudes [risas]. Los he ido combinando de una manera muy armónica, porque, como te decía al principio, soy una persona feliz. He tenido, como todo el mundo, muchos percances en la vida. Pero tengo setenta y seis años, o sea que tengo mucha vida atrás. Me considero muy afortunada por la familia que he tenido, por las oportunidades que me han venido, por haber podido conseguir que mi vocación sean mis profesiones, o que mis profesiones sean mi vocación.
Yo tenía una gran vocación de enseñanza y de investigación, y casi a la par entré en la Escuela Superior de Canto. Florentino Pérez Embid, mi gran maestro, fundó la escuela por esos años. Y me dijo: «Yo quiero que tú vayas allá para dar Historia del Arte e Historia de la Cultura». La institución nació con algo insólito en España, que se hacía mucho en Austria, Alemania y Centroeuropa, que es una formación integral del cantante. No quedarse solo en el repertorio y en la técnica vocal. Estudiaban esgrima, baile y cultura, además del solfeo y la armonía… Era un conjunto de formación muy importante. Los primeros años en el Museo Naval, cuando todavía se podían compatibilizar dos puestos en el Estado, yo gané mis oposiciones en la Escuela de Canto a la cátedra de Historia, y en el Museo Naval gané mi plaza de jefa de investigación, que también salió a concurso. Pude compatibilizarlo y para mí los alumnos han sido una fuente de riqueza extraordinaria. Porque, además, la Escuela de Canto, como era una experiencia nueva, no tenía un programa cerrado por el Ministerio de Educación, sino que tú podías plantearte la asignatura como quisieras. Y como yo, a fin de cuentas, estaba formando a intérpretes, a gente que debe tener un gran criterio para ser transmisores de sensibilidades, me planteé desarrollar en estos alumnos míos su capacidad de apreciación. Su comunicación hacia el arte, su propia sensibilidad desde un respeto absoluto a la idea de los demás. Se creó un ambiente muy agradable de libertad de expresión, donde ellos encontraron un camino. Todavía, años después de irme, me siguen escribiendo: «Estoy en la ópera de tal, en la catedral, acordándome de las clases…». Esta gente normalmente va por el mundo como con orejeras, preocupados por su canto, por sus problemas… Pero de repente les abres un mundo de estética, de arte, de pintura, escultura… Para mí fue una época muy bonita.
¿Y cuándo decides centrarte en el Museo Naval?
Pues cada vez requería más complejidad y dedicación, y llegó un momento en el que ya no podía compatibilizarlos. Era un museo militar cuya gestión pertenece a Defensa, y se planteó por primera vez el puesto de Dirección Técnica, que era una cosa impensable. Tuve que abandonar la Escuela de Canto, pero no mi faceta de enseñanza. Desde el Museo Naval he hecho un trabajo muy importante de clases, cursos, divulgación y enseñanza. Lo mismo Historia de la Ciencia, una de mis ramas de trabajo, que con Iberoamérica. Esa faceta nunca la he abandonado del todo y ha sido importante hasta el final.
¿Cuál fue tu primera investigación?
La expedición de Malaspina y José de Bustamante, esa gran expedición ilustrada, casi desconocida, que tenía un volumen de documentación en el museo impresionante, y sin acabar. Todo vino del Depósito Hidrográfico, que es una institución ilustrada muy importante, que nace prácticamente a la par que el Museo. El Museo es un elemento más de enseñanza de la gran explosión que se produce en el siglo XVIII en la formación de los oficiales de Marina, en las reformas de la náutica y la construcción naval. El siglo XVIII es el canto del cisne del gran poder naval español, de nuestra presencia naval en el mundo. El primer momento es el siglo XVI, al que ahora me estoy dedicando mucho por el centenario, pero el XVIII es una etapa gloriosa de la expansión española en América, en el Pacífico… Hemos sido muy grandes, pero lo que pasa es que aquí no se sabe nada. Yo he luchado todos estos cuarenta años por que se sepa, y nos conocían mejor los hispanistas de Estados Unidos o de Alemania e Inglaterra que nosotros mismos.
En América ha sido muy fácil divulgar porque hay unas escuelas de hispanismo muy potentes. Ahí, donde ahora nos están echando abajo los monumentos [risas]. Berkeley, donde yo he impartido cursos, o Canadá eran lugares donde el hispanismo tenía una fortaleza tremenda. Yo tenía una relación muy importante con ese mundo de hispanistas, y era fácil porque nos conocían, habían escrito libros sobre España, la historia de España y la presencia de España.
Has dado clases en muchas universidades internacionales. ¿Te ha resultado más fácil habla del poderío naval español allí que en España?
Por supuesto. Y no te digo en Inglaterra o en Alemania. Cuando yo llegaba a las universidades españolas a hablar de la trayectoria potentísima de España en el mundo, bueno…, la gente no te creas tú que sabía tanto. Increíblemente ha sido más fácil conectar con el mundo del hispanismo en América o en Europa que aquí. Te lo digo yo, como americanista que ha estudiado a fondo la presencia española en América, la legislación española en el siglo XVI fue avanzadísima. España fue por ahí con una legislación que Europa no había ni soñado. Cosas que ahora nos parecen muy evidentes, como el reconocimiento del indio como ser humano y libre, en Europa no se reconocía.
En todos los imperios que empiezan, de Portugal, de Holanda, de Inglaterra, o de Francia, no era así. Pero España, de alguna manera, se ha desangrado en América. Utilizo el término con toda intención. Los portugueses o los holandeses llegaban a un sitio que era como su factoría, desarrollaban sus elementos y se quedaban con los recursos, pero no se mezclaban con nadie. España no. España fue a América y la convirtió en una provincia más, solo que de unas dimensiones gigantescas. No hay más que pasearse por México capital para ver que se puso en marcha un mecanismo incluso más potente que en muchas provincias españolas, las infraestructuras, los puertos, la fundación de ciudades… Fue una cosa tremenda. La famosa frase de que España se llevó la plata de América no es verdad. Efectivamente sacó muchísimos recursos de allí durante ese periodo, es cierto. Pero toda esa plata, naturalmente, iba para las políticas europeas de Carlos V y Felipe II, porque era muy caro. Por eso cuando se hundía un galeón era una tragedia terrorífica y no solo humana, sino que la Hacienda necesitaba ese dinero para una política cualquiera que tuvieran en marcha en Europa o donde fuera. Era una hecatombe. Pero la mayor parte de esa plata, al margen de a la política de cada momento, iba al norte de Europa, a los Países Bajos generalmente, para fabricación de vidrio, porcelana, textiles, etc., que volvían elaborados otra vez a América. Era un abastecimiento que después suponía un retorno en materias primas, en materiales de construcción. Y otra parte muy importante de ese dinero iba también a la construcción naval, a la construcción de flotas que conectaban América con España.
Por eso no se puede hablar así de alegremente de que «España fue a América a saquear», porque ni muchísimo menos. La decadencia económica brutal del siglo XVII viene precisamente por eso, porque en España tenemos un siglo XVI en el que no nos puede alcanzar nadie, ningún país del mundo ha hecho lo que ha hecho España en un siglo. Yo he dedicado una gran parte de mi vida a la navegación oceánica. Cuando se genera el pacto de Tordesillas, que hoy es incomprensible, era completamente legal y posible, sancionado por el papa, que era la autoridad máxima.
España y Portugal se reparten el mundo.
Así, literalmente. Se repartieron el mundo por descubrir, por decirlo de alguna manera. ¿Cuál era el punto de conflicto entre Portugal y España, los dos grandes países marítimos del momento? Las especias, las Molucas. Y hay que tener en cuenta que en ese momento no era posible calcular la longitud, aunque sí la latitud, a qué altura estaban con respecto al paralelo. Pero la longitud que tú habías navegado, no. Y eso en la época es una dificultad terrorífica. En el reparto de Tordesillas a España le toca navegar hacia América, y entonces Portugal va a las Molucas haciendo cabotaje por África y después atravesando por la India y el Índico. Por eso casi no tiene que tocar su sistema de navegación, porque sigue teniendo la tierra como referente al hacer cabotaje. Tampoco tienen grandes problemas de abastecimiento, porque bajan a tierra, toman agua y alimentos… Pero el reto de España es otro muy distinto: navegar el océano, perder de vista las tierras y surcarlo durante tres o cuatro meses. Es un reto absoluto, y por eso España en el siglo XVI fue la Norteamérica del viaje a la Luna. Y no lo digo yo, muchos más historiadores han señalado que la navegación española es comparable a lo que fue la llegada a la Luna. Y sí, es así. En ese momento hay que desarrollar una ciencia y una tecnología punteras para lograrlo. El buque es la máquina más compleja de la época y requiere un desarrollo desde todos los puntos de vista, no solo una transformación de la construcción naval. Hasta entonces ya habíamos navegado por el Mediterráneo y el norte de Europa, pero la vuelta al mundo es un momento tremendo, porque por primera vez se navega el Pacífico, Núñez de Balboa ya lo había descubierto, pero no lo habían navegado europeos. Y, ojo, yo siempre pongo mucho cuidado cuando hablamos de «descubrimiento». Descubrimiento, sí, pero para los europeos, para el mundo culto europeo. Porque esos países ya se relacionaban entre ellos, ya navegaban el Pacífico, y fíjate. Tenemos que hablar de «descubrimiento» con cautela.
España a lo largo del siglo XVI prácticamente descubre desde Patagonia hasta por encima de California, es decir: en el siglo XVI España descubre América entera y gran parte de los archipiélagos del Pacífico. ¿Qué país ha sido capaz de hacer una cosa igual? En un momento en el que la navegación era tan incierta, a pesar del desarrollo enorme de la cosmografía, la transformación de la cartografía, la construcción naval y todas las enormes industrias que se mueven en torno al armamento de un buque. Porque ahí hay un desarrollo industrial impresionante: soplado de vidrio, conservación de alimentos, ferrerías, fundiciones, armas… Es un mundo verdaderamente impresionante.
Cuando explicas por qué esos hombres se lanzaban al mar en el siglo XVI, a vivir en condiciones infrahumanas, sueles compararlo con la inmigración actual.
Sí, de hecho, la mayor parte de las tripulaciones que van a América son mezcladas, también en la vuelta al mundo. Sevilla era el punto de referencia de todos los desheredados de la tierra que buscaban fortuna. Allí acudían de todas partes, marinos con más experiencia, otros con menos, a embarcarse intentando no solo dar con la fortuna, sino sobrevivir.
Cuando lo comparo con la inmigración, lo digo con cierto fundamento. Aunque sean épocas tan separadas en el tiempo, la navegación oceánica tiene mucho que ver con lo que era la Norteamérica que emprende la carrera espacial. Los dos son grandes países, preeminentes, que dominan sus épocas, con un mestizaje de intenciones (económicas, estratégicas, de poder, políticas…) y los dos tienen éxito. Ambas son empresas que en su momento casi se consideran imposibles y sin embargo triunfan. Hay una idea bastante generalizada de que en ese tránsito oceánico con América hubo muchísimos naufragios y muchísimas desgracias, pero está estudiado el número de buques que a lo largo del siglo XVI hicieron el tránsito del Atlántico, y solo un 3 por ciento se hunde.
¿Solo?
Sí. Es una cantidad bajísima teniendo en cuenta el volumen de tráfico que había y lo difícil que era la navegación en ese momento. No te digo ya el Pacífico, el Atlántico. La navegación oceánica, el nexo de América con España, fue un éxito rotundo desde el punto de vista de la navegación, la ciencia, los recursos de seguridad que armó el Estado…. Otra cosa que es muy importante es que, en ese tránsito de la navegación mediterránea medieval hacia la navegación oceánica, el primer cambio que se produce es pasar de una organización gremial a una organización estatal potentísima, que tiene la Casa de Contratación y que va a ser el gran organismo que va a potenciar todo lo que tiene que ver con la navegación americana.
En la conmemoración de la Casa de Contratación destacaste el papel que desempeñaban los buzos en esas expediciones.
¡Ay, sí! A mí me gusta mucho este tema, y casi no se ha hablado de él.
¿Son los héroes desconocidos?
Pues, mira, sí. El buzo era una figura importante porque gracias a ellos se salvaron muchos buques: si se hacía una vía de agua había que taponarla, porque si no, se lo llevaba la marea. Ellos se sumergían en apnea, a pulmón libre, y taponaban con esparto o lo que tuvieran a mano o claveteaban una chapa de bronce. Hay un problema muy importante en aquellas primeras navegaciones, que durante tres o cuatro meses (en el Atlántico, en el Pacífico ya es otro mundo y es todavía peor) se les corrompen los alimentos.
Los Austrias tenían una burocracia tremenda y gracias a eso tenemos los archivos más ricos del mundo en documentación. Este período en concreto está casi todo en el Archivo General de Indias y una parte en Simancas, mientras que los siglos XVII y XVIII están en los archivos históricos de la Marina. El caso es que, en el siglo XVI, no te puedes imaginar la cantidad de legislación que se promueve por la seguridad en las navegaciones desde todos los puntos de vista: la seguridad en los alimentos, cómo estribar la carga… Regularon absolutamente todo, e incluso existía un servicio especial del Estado que revisaba los buques, los «visitadores», se llamaban. Revisaban las cargas en el puerto de Sevilla o de Sanlúcar de Barrameda, e inspeccionaban para ver si habían cargado más en el camino. A pesar de lo cual, naturalmente, a veces había un temporal. Porque en esa entrada a América, sobre todo para entrar a México, tenían que pasar por el canal de las Bermudas, que tiene unos temporales tremendos. Yo hice un estudio sobre la navegación en el siglo XVI y la navegación ilustrada, en la que ya llevaban cronómetros, que tenían una dimensión científica de instrumentación impresionante. Hay unos textos muy bonitos del padre Bartolomé de las Casas del siglo XVI y otros de Bustamante de la expedición de Malaspina, en una latitud ya casi antártica, con un temporal terrible entre bancas de nieve. Y pones los dos textos en relación y los elementos son siempre el gran enemigo. Hasta que no entramos en la época del vapor, en la navegación a vela cambia muy poco la dureza de la vida a bordo. Es un aspecto que también he estudiado mucho.
En materia de los castigos a bordo de las expediciones, dices que España era mucho menos cruel que otros países.
España era muy promarinería y muy protripulación. Los castigos, aunque existían, a veces se ejecutaban, pero siempre había una gran magnanimidad en la Armada española. Fíjate, pasando ahora del XVIII, que es mi siglo por excelencia, al XVI, que estoy metida ahora: uno de los problemas que se generó con la expedición de Magallanes nada más zarpar es que navegaba a la portuguesa, y esas tripulaciones estaban acostumbradas a navegar a la española.
¿Qué diferencia fundamental había?
Pues que en España en el siglo XVI la marinería tenía mucha fuerza, mucha más que en el XVIII, y a los marineros había que consultarles. O sea, el comandante, según qué cosas de la navegación, tenía que consultarlas con la compaña. Si lo comparas con otros grandes países navegantes de la época, España era mucho más democrática, porque era costumbre consultarles, y eso tiene una razón de ser. Aunque también se enrolaba mucha gente que no tenía ni idea e iba en busca de fortuna, había mucha gente muy veterana, que había viajado ya, marineros forjados y cualificados cuya opinión importaba.
¿En la portuguesa no?
Absolutamente nada. Ese primer choque ya generaba un malestar a bordo. El rey, en sus capitulaciones del viaje de Magallanes, establecía con toda claridad que debía consultar con los otros comandantes, que eran españoles. Magallanes desde que zarpa ya tiene su propio plan; esa es mi idea, porque yo soy un poquito heterodoxa con esto. Se han dicho muchas cosas, pero yo he escrito varios libros y he intentado, de verdad, con toda honestidad, acercarme a las fuentes, que son muchas, para ver exactamente qué trasciende de la fuente de los distintos narradores contemporáneos, de lo que dijeron. Y una parte muy importante del malestar que se generó en la expedición viene de este autoritarismo de Magallanes, de no cumplir lo que el rey le había obligado a cumplir.
En la biografía de Stefan Zweig se dice que…
Sí, pero te voy a decir una cosa: Zweig es uno de mis escritores favoritos, que me apasiona, pero te advierto de que Stefan Zweig no ha manejado documentación de Magallanes.
Solo la de Pigafetta.
Bueno, él ha manejado lo que todo el mundo. Efectivamente: la de Pigafetta. Y Pigafetta es una especie de fan de Magallanes que embosca sus errores y ensalza de manera desproporcionada sus actos interesantes.
¿No estaba, de alguna manera, a sueldo de Magallanes?
No exactamente. Porque el sueldo lo paga la Corona, es una expedición pagada por ella y por un capital privado de banqueros alemanes que son súbditos del rey también, y comerciantes. Lo que pasa es que Pigafetta se dirige a Magallanes cuando llega a Cádiz y le pide enrolarse. Y Magallanes queda prendado de él, porque es un hombre cultivado, un italiano y relaciones públicas, un escritor… Inmediatamente se establece una conexión entre ellos muy fuerte, una amistad, y por parte de Pigafetta una adoración de la figura de Magallanes. Hasta tal punto que, cuando Magallanes muere en Mactán, para Pigafetta se ha acabado el viaje.
¿Es cierto que no menciona nunca a Elcano?
Sí. No lo menciona ni una sola vez. El diario de Pigafetta es el que más se va a difundir en Europa. Así que la figura de Magallanes crece mientras que la de Elcano se ensombrece, y no cabe duda de que ambos tienen la misma magnitud. A mí me han preguntado muchas veces quién de estas dos grandes personalidades monta más, y siempre digo lo mismo: el viaje en su conjunto no existiría sin la confluencia. Ambos llegan a la expedición siendo dos grandes navegantes experimentados, pero el valor importante de Magallanes es que trae la idea del viaje, la idea de que España llegue a las Molucas por aguas de jurisdicción española, según Tordesillas. Magallanes trae información muy importante de Portugal. Antes de cruzar la raya ha estado en los archivos, conoce las noticias portuguesas… El viaje tiene una influencia de noticias portuguesas impresionante. Ellos saben a qué latitud están las Molucas, porque han llegado a ellas por la India, por el Índico. La latitud la conocen perfectamente.
Cuando se hace el tornaviaje y Elcano decide retornar porque tiene los buques y las tripulaciones en muy malas condiciones, lo hace por el camino portugués, a pesar de que el rey lo había prohibido expresamente. Pero él está en una situación que dice: «O retorno por aquí, o se acabó todo». Lo que hace para no encontrarse con los portugueses que van por el norte costeando por la India es bajar por el Índico sur, que es un mar terrible, peligrosísimo, desconocido, con unas tormentas brutales, que se llama «los cuarenta rugientes», incluso en el argot marítimo actual. Hasta el punto de que las vueltas al mundo también tratan de evitarlo ahora, porque es terrorífico. Y este hombre, con ese barquichuelo que era la Victoria, que no puede ceñir, porque tiene una voladura que no le permite ceñir para coger los vientos, en medio de esos temporales, con olas gigantescas y vientos huracanados, saca el viaje adelante con una tripulación medio muerta, con una hambruna terrorífica, enferma. A esa navegación yo le doy la misma dimensión que a la primera que hace Magallanes por el Pacífico.
Yo valoro más la navegación inteligentísima que hizo Magallanes del estrecho, descubrir el estrecho. Él tenía información de que había un paso muy al sur, pero no tan al sur. Lo buscaban desde Brasil. Esa navegación, incluso hoy en día, es tremenda. Porque ese estrecho es un laberinto de canales que no se sabe por dónde van. Magallanes hace ahí muchas cosas muy interesantes: es el primero que manda botes por delante para ver por dónde van los canales y también manda parte de la tripulación a los montes para ver si se ve el final del estrecho. Y una cosa que a mí me parece muy interesante: Magallanes analiza la salinidad del agua. Él pensaba que, en ese laberinto de canales, cuanta menos salinidad tuviera el agua, significaba que estaba entrando a tierra, y al revés. Cuanto más salina, más cerca de la salida al océano. Eso es muy inteligente.
La navegación del Pacífico parece que es la bomba, el no va más, y evidentemente lo es, pero tiene una cosa muy curiosa. Hace relativamente poco, unos profesores australianos estudiaron la climatología del Pacífico cuando Magallanes consigue salir a él, y descubrieron que en ese momento estaban en pleno fenómeno de «El Niño». No se conocía por ese nombre, pero lo conocían la gente de la zona, los que pescaban por allí, naturalmente. Sin embargo, los europeos no tenían ni idea. «El Niño» en ese momento hace que el Pacífico sea una balsa de aceite, y eso que es el más peligroso del universo. La expedición lo encuentra en calma, y por eso lo llaman «Pacífico». Esa navegación podía haber sido el final, porque los buques estaban en muy mala situación, la hambruna los había llevado a comer ratas… Eso es muy interesante, y no se ha dicho nunca. No le quita grandeza a la gesta, pero explica cómo en esas condiciones son capaces de remontar. Ellos pasan muy cerca de grandes archipiélagos, pero que no estaban en los mapas. Magallanes, y eso es muy audaz por su parte, sabe por la ciencia y los descubrimientos portugueses la latitud exacta a la que están las Molucas.
De hecho, ¿ese no es uno de los puntos de controversia? Porque hay quien afirma que Magallanes engañó al rey en las capitulaciones, diciéndole que las Molucas correspondían a España, cuando sabía que pertenecían a Portugal.
Bueno, te lo explico rápidamente. Como en ese momento no se puede calcular dónde están las Molucas, a este lado o este del contrameridiano famoso, era materialmente imposible saber si caen del lado portugués o del lado español. Hasta el extremo de que cuando España llega a ellas, cuando Portugal llevaba allí tres años, hay una serie de reuniones. Porque, para los portugueses, Magallanes es el gran traidor de la Portugal del momento.
Pues ahora lo están reivindicando como marino portugués, atribuyéndose para el país la primera vuelta al mundo…
Sí, pero las cosas son como son. Y además está documentado. Porque Magallanes representa un nuevo camino hacia las Molucas, que ya estaban los portugueses en ello, pero lo hace para los españoles. Es el gran competidor, que encima lo logra llevándose información portuguesa. Él no llega a ellas porque muere antes, pero cuando Elcano sí llega a las Molucas con una pequeña flota disminuida y consigue regresar a España con la información, Portugal no se conforma. Fíjate hasta qué punto los portugueses han hecho todo lo posible para evitar la llegada de esa expedición a las Molucas. Desde antes de la salida de España, le mandan un emisario a Magallanes para presionarlo y decirle que es un gran traidor, que no puede hacer eso, que no puede de ninguna manera capitalizar una expedición española. Pero Magallanes ya ha decidido que su futuro está en España y se acabó. Ahí hay un punto que está perfectamente documentado y es que Portugal no ceja en su empeño de evitar que retorne la expedición. Cuando se enteran de que vuelven por camino portugués, tiene apostada una flota en sus posiciones en África y en las Azores para evitar que pase el único buque que les quedaba, medio desarbolado. Hacen todo lo que pueden. Mandan desde la India una escuadra para intentar desalojar a los españoles de las Molucas, así que está más que documentado que Portugal hace todo lo posible por hacer fracasar la expedición española, como es lógico. Ahora quieran capitalizar que es una expedición portuguesa…, pues no, mira. La ciencia de esa expedición es española, los instrumentos son españoles, la documentación, toda (menos la información que llevaba Magallanes, que ahora te contaré). Entonces, es absurdo que ahora quieran capitalizar que ese viaje es un viaje portugués. ¡A estas alturas! No lo es.
En esa operación de tratar de atribuírselo, Portugal ha dicho de todo: desde que por entonces no existía el concepto de «nacionalidad» a que Magallanes murió siendo portugués.
Está claro que Magallanes, cuando cruza la raya, decide que el imperio al que se va a acoger es el otro, el español. Portugal no lo ha tratado bien, él ha presentado una serie de planes que no le han aceptado y ha decidido que el mundo portugués se acabó. En España había portugueses afincados en Sevilla, comerciantes, gente importante portuguesa, casados ya con españolas. Conecta con ese grupo de personas y son ellos los que lo introducen en la corte española. Y muy rápidamente lo reciben y pasa por el filtro de la Casa de Contratación, de los cosmógrafos y de los cartógrafos. Porque la Casa de Contratación era un emporio de ciencia y había que pasar todos esos filtros, porque es mucho dinero el que hay que emplear para la expedición, para esa aventura imposible, como lo llamo yo. Pero a España le interesaba mucho, porque, ¿y si se consigue? ¿Y si efectivamente este hombre sabe dónde está el estrecho y es capaz de llegar a las Molucas? Era un negocio redondo. En ese momento las especias son más valiosas que el oro y los metales preciosos. Servían para conservación de los alimentos, eran la moda del momento. Ya desde Marco Polo habíamos tenido una ruta por tierra que llegaba hasta ellas, pero eso se había perdido. Había que crear un vínculo marítimo, que era mucho más seguro, más práctico y, desde el punto de vista comercial, mucho más importante. Ahí se emprende la búsqueda de esa vía por mar.
Es absurda esa reivindicación por parte de Portugal, porque en cuanto Magallanes llega a España se casa con una española, se naturaliza español y jura lealtad de vasallaje al rey de España. En esa época no era infrecuente que un marino italiano, o de donde fuera, fuese capitán de una expedición española sin necesidad de naturalizarse, pero es que además Magallanes lo hace, se hace vasallo del rey. Así que ya Portugal tenía poco que decir en esa expedición. España es la potencia puntera en ciencia, muy por encima de Portugal en ese momento, a pesar de que ellos son el otro gran imperio marítimo de la época. Pero, claro, ellos seguían navegando de cabotaje, nosotros fuimos los que tuvimos que desarrollar una tecnología y ciencia nueva para navegar el océano. Esa potencia de España en todos los terrenos se globaliza en la Casa de Contratación, que es la gran institución científica de la época. Los regimientos se traducen a todas las lenguas, hasta cuarenta y cincuenta de Martín Cortés, como el Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar. El almirante Guillén, que trabajó mucho toda esta literatura científica del XVI, siempre decía: «Europa aprendió a navegar en libros españoles». Se hacían treinta ediciones en Francia, cuarenta ediciones en Italia, en los Países Bajos, en Inglaterra…
¿Pero qué es lo que ocurre para que la imagen que trasciende no sea esa? ¿Es por las razones que apunta Roca Barea en Imperiofobia?
Todo tiene su razón de ser. A España no se nos ha reconocido internacionalmente como la potencia que fuimos en todos los sentidos, científica, de descubrimiento, y ya no digamos con la culminación de la vuelta al mundo que cambió la visión del mundo para los europeos. Porque hay que tener en cuenta que toda la cartografía hasta entonces era ptolemaica, afirmaban que ahí había unas tierras, pero no se sabía lo que era aquello, solo estaban seguros de que no era navegable. Aunque ya se pensaba que la tierra podía ser redonda, la vuelta al mundo demuestra que evidentemente lo es, y una cosa más importante: que está rodeada por océanos navegables. O sea, que la tierra puede comunicarse por mar desde todos los puntos de vista y desde todos los extremos. Eso abre unas posibilidades al comercio y a la comunicación entre los pueblos de un valor incalculable.
Antes hemos dejado a medias qué es lo que pasa cuando llega España a las Molucas. Portugal no lo acepta y pone en marcha una serie de comisiones de cartógrafos y geógrafos españoles y portugueses para intentar situar las islas. Pero hasta que no aparece el cronómetro, entrado el siglo XVIII en Inglaterra, no se puede calcular. El tiempo a bordo es la ampolleta, imagínate. Así que esas comisiones internacionales no llegan a ninguna conclusión.
Y, mientras tanto, España, con la Casa de Contratación y los grandes padrones reales donde se acumulaba toda la información de los descubrimientos españoles, introduce las Molucas dentro de su territorio. Esa cartografía está en todas partes menos en España, porque el rey Carlos V se la regala a los grandes próceres, a los grandes políticos, al papa, a los emperadores… Les regala todas esas grandes cartografías donde ya las Molucas están en territorio español. Es una política de hechos consumados, pero no se sabe si sí o si no.
Tú me decías antes que había una gran controversia sobre si Magallanes creía que estaban en territorio portugués y le vendió al rey que no era así. Pues no: Magallanes creía que las Molucas estaban en el territorio español, porque al no poderse calcular la longitud y no haberse navegado todavía el Pacífico, que es el océano más gigantesco de la tierra, cosa que no podían imaginar, pensaban que eso caía dentro del territorio español. Más cerca de América de lo que está en realidad. Estaban convencidos. A medida que se sucede el viaje, como en él iban cosmógrafos formados en la Casa de Contratación, empiezan a vislumbrar (sobre todo una vez que hacen la navegación del Pacífico hasta alcanzar la isla de los Ladrones, Guam) que ahí hay una distancia gigantesca, muy superior a lo que se conocía. Ellos mismos empiezan a pensar que quizá las Molucas no estén en territorio español, sino portugués. Pero da igual, el emperador cuando da la vuelta al mundo y el otro le trae la noticia, dice: mías. Se acabó. Hechos consumados. Las empieza a incluir en los grandes padrones reales que regala a toda Europa, y lo da por hecho. La vuelta al mundo es un éxito económico, consiguen volver a España con la nao Victoria hasta arriba de especias, especialmente clavo, que era la más cara. Lo venden en los mercados de los Países Bajos y el importe financia totalmente la expedición. Además de económico, es un éxito científico que demuestra que la tierra es redonda y que los mares son navegables. Pero no hay que olvidar que ha costado casi todas las vidas de los involucrados, solo vuelven dieciocho personas vivas, fue una cosa terrible.
Y mira en lo que queda todo ese esfuerzo: llega un momento en que Carlos V, que está metido en unas guerras carísimas en Europa, contra Francia, contra Italia y contra los turcos, necesita dinero. Y, después de tanta historia, el rey cede las Molucas a los portugueses en el convenio de Zaragoza. Y lo hace solo por dinero, para salir de todas esas controversias. España pierde aquello que conquistó. Podría estar siete horas hablando de esto [risas], porque el peso que España tuvo en los siglos XVI y XVIII yo creo que no es comparable con ningún otro imperio.
Insisto en lo de antes: ¿por qué cuesta que esa imagen se afiance ante el mundo? ¿Hay «imperiofobia»?
Una parte muy importante se explica por nosotros mismos. Cada cosa que han hecho los franceses y los ingleses la han publicado y difundido. Igual que vas al Palacio de Versalles y tienen todo puesto con cordones, aunque no haya más que un sillón, vienes al Palacio Real, que está amueblado de arriba abajo, y por ahí se pasea todo el mundo como si nada. Pues igual. No podemos comparar los archivos franceses, alemanes o ingleses con los archivos españoles, los nuestros son de una potencia y de una enorme cantidad de documentación. Porque los Austrias eran así de prolijos. Prácticamente todo está documentado, por eso están por ahí aún los cazatesoros, aunque gracias a Dios están muy desprestigiados. Cuando había un naufragio la documentación era muy exhaustiva, se hacía un proceso muy largo. Yo he escrito un artículo en el Boletín de la Sociedad Geográfica hablando de todo eso.
Si los números no me fallan, tú misma has documentado a lo largo de tu carrera más de dos mil naufragios, ¿no?
Sí, documentados en el museo. Pero en Indias hay muchísimo más, ¿eh?
La Unesco cuantifica hoy que hay más de tres millones de naufragios sin explorar.
Sí, pero en conjunto, de todos los mares y océanos. Cuando se hace la gran convención de la Unesco para establecer una ética del comportamiento y del tratamiento de la arqueología submarina, hay muchos países pequeñitos que no quieren reconocer los buques de bandera, que es lo que estaban defendiendo España, Francia, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, aunque estos últimos solo por los submarinos atómicos, porque ellos no tienen mucho de navegación histórica. Pero estos imperios, que han navegado los mares y que se les han hundido barcos por todas partes, defendían la política del llamado «buque de bandera».
¿En qué consiste?
Cuando aparece un naufragio en la costa de la isla pitipún, pero es un buque de Estado, de Inglaterra o de Holanda o de donde sea, y se demuestra que se hizo en la época alguna tentativa de recuperar las cargas del buque, el país debería tener capacidad de intervenir en esa investigación, incluso en lo que se recuperara. Lo defendían todos esos países potentes y Portugal, por supuesto, también. Pero luego había multitud de pequeños países, que eran muchos más, y decían que de eso nada. «Si este barco está en mis aguas jurisdiccionales, es mío», decían. «Me da igual que sea de otra bandera y que lo demuestre cincuenta veces». Todo eso ha sido un proceso muy complicado. Finalmente, el protocolo surgió tras años de negociaciones, a pesar de que muchos países no lo firmaron para no comprometerse.
¿Qué países?
Por ejemplo, Colombia. Por todo el tema del San José, un buque de insignia con bandera española que hundieron los ingleses en aguas hoy colombianas. Colombia no se comprometió a que fuera una investigación de Estado con arqueólogos y demás. Tenemos un problema muy importante con eso.
¿Cómo afectó a España?
España, desde que se ha tomado en serio las reivindicaciones, ha ganado estos últimos casos gracias a unos equipos de abogados americanos que han demostrado, a partir de toda la documentación tan prolija que tenemos, que eran buques de Estado y que se hicieron muchísimas intervenciones en el momento para intentar recuperarlos. Hemos ganado, pero es muy difícil. Lo que sí ha cambiado, yo creo, es la filosofía y la ética. Ahora están muy mal vistos la figura del cazatesoros y los países que no respetan ese patrimonio sumergido como si fuera un patrimonio de tierra. En eso hemos ganado mucho. Un país que no respeta que esa arqueología no es el oro ni la plata, sino la arquitectura, la construcción naval, el comercio, la vida a bordo… Un buque que se hunde es una cápsula del tiempo, con su ciencia, su técnica, sus vestimentas, su artesanía, con todos los elementos del comercio que transportaba… Es una valiosísima cápsula del tiempo para la historia y para los arqueólogos. Personajes míticos de la arqueología como Pilar Luna, que ha muerto hace poco, han luchado mucho por eso.
Como dice Ana Alemany en su libro Mujeres de los mares (Ediciones del Viento), a Pilar la apodaban «el azote de los cazatesoros», ¿no?
Esa. Nosotras hemos luchado a brazo partido por desalojar a esos cazatesoros, a esa gente que nos estaba destrozando el patrimonio sumergido. Luchábamos las dos, que éramos muy entrañables amigas, también para que España y México llegaran a algún tipo de colaboración como Estados. Porque, a fin de cuentas, esos pecios, que son consecuencia del tráfico marítimo, son la historia de los dos países, aunque México se haya independizado, es su historia. La historia de España y la historia de Iberoamérica. Lo lógico en un proceso de estos, que son carísimos, es que colaboren, igual que en la arqueología de tierra.
«En la arqueología, para estudiar hay que destruir, pero antes de hacerlo hay que dejar todo bien documentado», dice Alemany.
Sí. Para excavar en tierra o en mar hay que ir destruyendo para ir llegando. Por eso exige un procedimiento, una técnica y una ciencia tan prolija, tan escrupulosa. Hay que documentarlo absolutamente todo para poder reconstruir todo aquello que has ido desmontando para llegar, en el caso del pecio, a las bodegas. Es muy caro, porque en la mar es muy complicado de hacer.
Yo he estado en muchos yacimientos y, en el caso de la arqueología subacuática, el biotopo especial que se genera es muy curioso. Al descomponerse los elementos por la electrolisis, la madera, los elementos metálicos, etc., se crea un microcosmos especial. Por eso son tan importantes los biólogos ahí.
¿Cómo es sumergirte en un naufragio?
Es maravilloso, no hay nada comparable. Ni navegar un naufragio ni estar ahí, entre peces a tanta profundidad. Porque es un mundo silencioso rumoroso, un mundo ingrávido… Al que no ha buceado es muy difícil trasladarle la sensación. Es muy particular. Y bajar a un naufragio es muy peligroso, también. Los naufragios de buques de la guerra a los que bajan ahora muchos buceadores tienen muchas aristas de metal, muchas más que los de la época histórica de madera. Estos otros te pueden cortar el tubo de abastecimiento del aire y ha habido muchos accidentes. Llegó un momento en que, cuando empezamos a excavar bastantes pecios, comenzó a surgir la pregunta: ¿hay que hacer arqueólogo al buceador? ¿O hay que hacer arqueólogos buceadores? Pues esto último: arqueólogos buceadores.
Tu caso, vamos.
Claro. Pero es que yo considero que así es como tiene que ser. Hay una enorme cantidad de arqueólogos que bucean, y son los que dirigen el tema y los que están formados científicamente para intervenir. Hay muchos temas ahí muy complejos, así que yo me quedo con la sensación física y espiritual que produce: es como navegar a vela, como la alta montaña; espacios vitales del ser humano que te ponen muy en relación con ese punto de infinitud que todos llevamos dentro y que muy pocas veces se pueden realizar. Quizá en momentos de extrema felicidad, que son pocos, o muy especiales. Estas actividades te producen una sensación muy potente, muy importante y que te ayuda a vivir. Yo tengo una enorme capacidad, que no todo el mundo tiene, de ser muy serena y tener una respiración muy sosegada, algo muy importante en el buceo. Porque si aceleras la respiración el oxígeno te dura poco. Tienes que ser una persona muy estable mentalmente porque te puedes encontrar con unas dificultades y situaciones bastante complejas.
Bueno, por algo tienes una Cruz al Mérito Naval, ¿no?
[Risas] Sí, sí.
¿O son dos?
Yo he tenido mucha suerte, se me ha reconocido mucho, no sé si con razón o sin razón; he vivido una vida muy feliz, llena de ilusión y de vocación que yo creo que muy poca gente tiene la suerte de poder vivir. Porque ¿cuánta gente está trabajando en lo que puede y no en lo que quiere? ¡Cuantísima! Yo me considero una persona muy afortunada y con gran responsabilidad social. He recibido tanto desde el punto de vista familiar, de la amistad, de la vida profesional… Me considero muy responsable de que algo de lo que yo haya podido hacer en esta vida, de alguna manera repercuta en la sociedad, en los demás.
Fuiste la primera buceadora de la Armada. ¿Sabes cuál fue la segunda? ¿Cuánto tardó en haber una segunda mujer?
La segunda tampoco fue militar, mira. Fue Olga Vallespín, hija de un marino, de un capitán de navío, que hizo un curso de buceo de la Armada, que es muy duro. Que yo sepa, esa es la segunda, hasta que entraron las mujeres en las Fuerzas Armadas y ya empezamos a tener cantidad de buzos. Es verdad que pasaron unos cuantos años entre Olga y yo, pero le doy muchísimo mérito porque hizo ese durísimo curso, y lo hizo con los mismos hombres con los que se estaba formando. Después hizo arqueología submarina y siguió con el buceo, pero no era militar. Pero sí, fui la primera.
Te introdujiste en un mundo muy masculino que…
Sí, pero también en el museo. Yo toda mi vida he estado entre hombres. En los primeros congresos de buceo a los que fui representando al museo eran todo hombres. Todo.
Y te acreditaban como «Lolo Higueras», porque no creían que fueras una mujer, como le contaste a Ana Alemany.
[Risas] Sí, sí, eso pasaba. Me regalaban corbatas y esas cosas en los congresos internacionales. Te dejaban siempre un regalito en la habitación, y a mí me dejaban un neceser de hombre, cuchillas de afeitar, corbatas… Y luego bajaba yo muy humilde al director del congreso y le decía: «Mire, es que yo no…», y se deshacía el pobre en disculpas, diciendo que había sido una confusión. «Que no soy Lolo, soy Lola, y aquí estoy», le decía. Entonces me subían una caja de bombones, o lo que fuera, era muy divertido. Ahora que está tan de moda decir que la mujer ha estado menoscabada, soslayada, te puedo asegurar que yo nunca en mi vida me he encontrado animosidad o dificultad u oposición por parte de los hombres. Y eso que me he movido en un mundo de hombres. Al contrario: he recibido siempre respeto, caballerosidad, ayuda, disponibilidad…
Eres consciente de la singularidad de esto, ¿no?
Sí, soy muy consciente. No estoy diciendo que la mujer no haya tenido dificultades, en absoluto. Yo soy la primera que defiende que la mujer lo ha tenido muy duro, y lo sigue teniendo. Pero yo, personalmente yo, en mi vida profesional me he movido siempre entre hombres, también en la Armada. Durante mucho tiempo yo era la única junto con Ana Vigón, una mujer extraordinaria, que era la archivera. Luego ya empezó a entrar personal femenino e investigadores y tal. Pero siempre he estado en un mundo de hombres. Y jamás, jamás, jamás he sentido ningún inconveniente, ninguna frontera, ninguna dificultad…
Ni un recelo.
Pues no. O no lo he percibido.
¿Y a qué lo achacas?
Pues no lo sé. Quizá porque el mundo en el que yo me he movido es este mundo tan especial que todos compartíamos, ese mundo que el que lo ha vivido lo comparte y te conviertes en su colega, en su par. Lo atribuyo a eso. Sobre todo, en el ámbito del buceo, que es donde estaban los tíos que hacían el cableado submarino, los de las plataformas petrolíferas, eran unos hombres de una…
¿Rudeza?
Sí, dejémoslo ahí: rudeza. Y, sin embargo, había algo que nos unía, que era esto, la experiencia del mundo submarino que les hacía respetarte, reconocerte, no sé. Pienso eso, ¿eh? Pero os digo con toda sinceridad que nunca en toda mi vida he tenido un problema por ser mujer. He tenido los problemas que ha tenido cualquier ser humano, pero no por la condición de mujer. Es mi experiencia y, como dice el refrán: «Cada uno habla de la feria según le va en ella».
¿Te queda algún mar por explorar?
Sí, muchos. Desgraciadamente. Ya lo creo que sí. He viajado muchísimo, que es otra de mis grandes vocaciones: entrar en contacto con lo distinto, con lo diferente. A mí nunca me ha dado miedo lo distinto, como le pasa a mucha gente que se aferra a lo que conoce. Para mí el viaje ha sido una maravilla, y por mi vida profesional he viajado muchísimo. Conozco Europa, América (pero no Iberoamérica, solamente Ecuador) México, Estados Unidos, Canadá… Y a la vejez, viruelas: últimamente mucho de Japón y China, que han sido un gran descubrimiento.
En muchas universidades internacionales, también en Asia, eres una autoridad respetadísima.
Bueno, pues como todo en esta vida: son muchos años ya de profesión, y yo siempre iba por el mundo representando a una institución tan potente como el Museo Naval. Yo soy «Lola Museo Naval», digo siempre en broma. Ese es mi sentimiento. Yo lo representaba, era su cara. Cuando me tropezaba con gente muy difícil, muchos me advertían: «Uy, con ese no se puede ni hablar, con ese olvídate…» Y nada: como no iba como Lola Higueras, sino como Lola Museo Naval, nunca he tenido un inconveniente serio con ellos. Yo consideraba que la institución era lo importante, y estaba muy por encima de mí, de mis simpatías y antipatías. Y eso me ha abierto muchas puertas.
Qué eres más: ¿catedrática, historiadora, buceadora, arqueóloga submarina…?
No. Yo siempre digo directora técnica del Museo Naval, que es lo que más he apreciado, porque de alguna manera ha culminado mi carrera dentro de una institución a la que he dedicado cuarenta años. Aunque todo pesa mucho, ¿eh? Porque la enseñanza también me define mucho, he aprendido mucho con mis alumnos y con los becarios del CSIC que he tenido en el museo trabajando e investigando. La gente joven me ha enseñado mucho.
Tu lista de publicaciones es mareante, has dedicado una gran parte de tu trayectoria la divulgación.
Ya lo creo. Quería decirte algo respecto a lo de la «imperiofobia» y la leyenda negra que mencionabas antes: se está revisando, ¿eh? Lentamente. Hay un libro por ahí que se llama Madre patria, de Marcelo Gullo Omodeo, y empieza a haber una revisión. Hace unos años hubo una muy importante, que yo valoré mucho, de los propios ingleses sobre la Gran Armada. Al mismo tiempo que los movimientos indigenistas, que son los que más agradecidos deberían estar a la labor de España, son los que nos están tirando ahora los monumentos en Estados Unidos y Canadá. Pues qué quieres que te diga.
Es un poco el mismo dilema que el que se afronta al sumergirse en figuras históricas como Magallanes. Parece que no son tiempos propicios para asumir matices, para poder decir que no es incompatible ser un ser humano horrible y a la vez un gran descubridor, se hacen enmiendas totales.
Sí. Él era un hombre tremendo. Mi último libro dice mucho de lo que yo he llegado a averiguar de Magallanes. Lo hablo con toda claridad, porque de los convencionalismos nunca he sido partidaria, y aquí, en esta historia de la vuelta al mundo, hay mucho convencionalismo, mucha frase hecha, y no. Yo considero por igual a Magallanes y a Elcano, porque tanto monta, monta tanto. Hay una incógnita ahí muy grande, de la que se ha hablado poco y yo trato mucho en este último libro: ¿por qué cuando llegan a la altura de las Molucas siguen subiendo hasta las Filipinas, si Magallanes sabía perfectamente dónde estaba?
¿Por qué?
Hay una razón, que será o no será, pero yo creo que es. En las capitulaciones con el rey, a Magallanes se le otorga «alguna tierra rica en el entorno de las Molucas». Él tiene información de que cerca de las Molucas están las Filipinas y de que allí hay oro y riqueza. Así que, en lugar de ir directamente, remonta hasta las islas de los Ladrones y de ahí a Filipinas. Magallanes es un hombre muy piadoso, pero en su cometido no estaba evangelizar, en las capitulaciones no se habla en ningún momento de eso. Pero cuando llega a las Filipinas hay un cambio muy importante con respecto a la población indígena, a la que había denostado y maltratado a lo largo del viaje. De pronto, Magallanes empieza a hacerse el simpático. «Venimos aquí a favoreceros, venimos aquí a tal…», y en cuanto empieza a aparecer el oro, impone una prohibición taxativa bajo penas tremendas a la tripulación para que no se hable del oro. Porque a Magallanes no le interesa que al rey le llegue la noticia de que en las Filipinas hay oro, quiere quedárselo él. Así que se entretiene mucho tiempo en las Filipinas. Y Juan Gil, un estudioso muy importante que está afincado en Sevilla y ha estudiado mucho todo el tema de la mitología y de las fabulaciones medievales que se arrastran al Renacimiento, da con la clave: esas fabulaciones decían que las minas del rey Salomón están por ahí. Por tanto, Magallanes cree que ha llegado a las minas del rey Salomón. La promesa era que, cuando se tuviera esa riqueza, se reconquistaba Jerusalén.
Por eso él se convierte en una especie de mesías, desarrolla una cosa mesiánica que les llama la atención a todas las fuentes de la época. Primero, el trato con los indígenas: se hace el simpático con ellos porque quiere afincarse ahí, quiere hacer suyas las Filipinas. Segundo: política de silencio total bajo amenazas, y ya sabía la tripulación de lo que era capaz. Tercero: el mesianismo. Empieza a hacer grandes misas, grandes conversiones. ¿Por qué? Juan Gil dice que Magallanes creía que había llegado a las minas del rey Salomón y que eso le va a abrir las puertas de la reconquista de Jerusalén, y el mesianismo definitivo del cristianismo.
Su final en Mactán en esa casi reyerta de bar ya parecía irónico tras la gesta; esto lo hace más todavía.
Sí, su muerte, desde mi punto de vista, es producto de su carácter. Él llega ahí, se enfrenta, quiere que todas esas tribus, que son tan distintas, se conviertan y sean vasallos del rey y él imponga el ordeno y mando. Él es amigo del reyezuelo, y dice: «Pues este otro también». Y no. Ese [Lapulapu] dice que nanay. ¿Cómo que no? Pues te ataco, te masacro, te quemo los pueblos. Entonces hay una lucha, y este reyezuelo que se rebela reúne una multitud de indios y acaba en un combate completamente desigual. La tripulación de Magallanes está la mitad con escorbuto, diezmada… Él se acerca con unas barcas que embarrancan y no llegan ni siquiera los disparos que ha desembarcado del buque para cargarlos en las canoas. Una masacre. ¿Es un mártir? No. Magallanes es producto de su propia soberbia y su propia incapacidad para calcular la potencia de los indígenas. Es un personaje muy contradictorio, muy difícil de clasificar. Pero desde luego es cruel, violento, soberbio, gran navegante, muy ambicioso, muy perseverante… y muy difícil. Pigafetta lo encumbra a héroe renacentista recreando el personaje. Hay una línea muy interesante ahora mismo que está afincada sobre todo en la escuela sevillana de Estudios Hispanoamericanos, y que busca al hombre detrás del héroe. Una serie de estudiosos, entre ellos Salvador Bernabéu, están buscando al hombre detrás del héroe en la historia en general. Porque Magallanes no era la imagen que Pigafetta nos ha trasladado. A mí me resulta muy interesante, a ver hasta dónde llegan en eso, con la documentación que hay.
Igual eso acaba con el derrumbamiento de más estatuas…
Yo no soy proestatuas, a mí me da igual. Yo no haría ni estatuas, ni lápidas de inauguraciones ni de nada. Cada época tiene su cosa, sus héroes. Lo que hay que hacer es buscar la verdad de esos héroes, y la verdad de la historia. Es muy difícil la investigación, porque la gente piensa que tú encuentras un documento y ¡ya está el documento clave! Y no. Para llegar a una conclusión de algo hay que cruzar mucha documentación, y poner mucha en solfa. Porque en la época hacían lo mismo que ahora, ¿eh? Hacían su cartita, su escrito, y ahí va. Hay que cruzarla mucho para llegar a una aproximación de lo que fue realmente la historia.
Muy interesante. Gracias.
Interesantisima la entrevista
Ojala hubiera muchas personas como esta Señora
Genial entrevista. Muchas gracias!
Que maravilla
Muchas gracias.
Magnífica entrevista a una gran mujer. Ha sido un placer.
Sencillamente brillante. Desde aquí Londres se conoce y estudia mucho la historia naval española. Ojalá supiésemos más los españoles de la historia tan rica del país.
Un artículo exquisito.
Estupenda entrevista historia real de España, en siglos venturoso en los q se descubrió y describió un mundo nuevo desconocido. España fue además de mayor imperio q ha existido la gran divulgadora de la Cultura Cristiana, científica de la época y de un humanismo hasta entonces desconocido, fue una Nación Renacentista, hizo revivir un mundo decadente en lo espiritual, en lo social y en lo económico.
Genial entrevista. Mil gracias
Típica formación franquista de una privilegiada que «ganó» la guerra, casa inmensa en Martínez Campos, seguro que su familia era alguien en la dictadura y todos esos «honores» eran parte del botín. Mientras ella oía a Mozart en su mansión 40.000 perdedores eran fusilados, centenares de miles vagaban por campos de concentración en Francia y otros tantos buscaban a los suyos por las cunetas. Soy octogenario, mis padres ganaron también y pasé mi infancia en el Frente de Juventudes. Luego pude ver el mundo y comparar.
No ha leído U. la entrevista atentamenteSe lo copio para ahorrarle el esfuerzo:
«Ninguno. Yo no tenía ningún contacto en la marina, nadie… Toda mi familia son artistas. Mi padre y mi abuelo eran escultores, la familia de mi madre, Lola Ruiz Aragón, ha sido un referente incuestionable en la música del siglo xx. También tenía escritores, pintores…, una maravilla. Para mí ha sido muy importante ese ambiente liberal en mi arraigo, en mi crecimiento como persona. Me han dejado el espacio que yo necesitaba y me han dado la libertad. Ha sido realmente fabuloso. «
Desde luego ,tienes el celebro podrido por la polilla de la ignorancia .
¿Octogenario, dices que eres? No se te nota por este comentario propio de un inmaduro. Además de demostrar que eres un farsante, por opinar sobre algo que desconoces. En fin, incalificable lo tuyo.
No conocía a esta mujer pero me parece casi tan interesante ella como lo que cuenta. La entrevistas es realmente buena, as usual.
Un artículo maravilloso.
Es de agradecer la labor que ha realizado, un pozo de sabiduría.
Gracias Lola,
aquellas èpocas los nacidos
despues de la Guerra Civil, todos y todas fuimos educados en el «espìritu NACIonal» por desgracia i no era una cuestiòn
Clase social.
Por tanto es muy poco o nada
Marxista y cientìfico, juzgar la trayectoria, profesional, vital y
Humana de una persona por
La clase donde se nace.
Y menos con una buena persona, educada, sincera, natural y trabajadora intelectual como ha demostrado
ser Lola.
¿Y eso es todo lo que se le ha ocurrido al leer esta entrevista, señor Díez Dávila? Solo le ha faltado decir que la señora Higueras es facha. Cada vez tengo más claro que Joseph Conrad se equivocó al poner en boca del coronel Kurtz “El horror, el horror…”; yo creo que lo que dijo fue “El rencor, el rencor…”.
Se me olvidaba: magnífica entrevista y magnífica mujer.
Fantástica entrevista y gran señora inteligente, en epocas donde la mujer no tenia ocasion por desgracia de sibresalir, no por la dictadura, ni antes de la misma, era lo que había y gracias a estas pocas mujeres, nos sentimos orgullosos de su estudio permanente y trabajo constante, para saber mas de nuestra Historia, de la Gran Historia española, de la que tan poco sabemos, solo las infamias de los enemigos con su Leyenda Negra, de la cual hacemos mas caso, sin tener los conocimientos y nos dediquemos los mismos hispanos a darle carta de verisimilitud.
España no tiene nada de lo que arrepentirse ni pedir perdón. casos aislados de malas actuaciones personales, claro los hubo, como ocurre en la actualidad. orgulloso de ser español y de mis héroes antepasados, que fueron muchísimos.
Viva España.
Estupenda entrevista. Me interesa conocer sus libros.
Buenísima la entrevista. No conocía a esta señora, a esta investigadora. Que sabiduría y que maravilla de mujer y de persona. Que fuerza que inteligencia.
Qué vida más atractiva la de esta mujer. Cuanto aprendio y enseño, y lo sigue haciendo, en un mundo rodeado de hombres.
Muy oportuna la entrevista en el 500 Aniversario de la Primera Vuelta al Mundo, que culmino mi paisano de Getaria, Juan Sebastián Elcano.
Cuan necesario es insistir en nuestro pasado, para que seamos cada vez más los que nos sintamos orgullosos de la brillante aportacion español a la historia de la humanidad..
Enhorabuena y Muchas Gracias
Una entrevista excepcional, nos acerca a nuestra historia, muy enriquecedora para todo los españoles, deberían difundirla más para poner en la realidad a los que piensan que la historia de España empieza en 1936
Enhorabuena por descubrir a una mujer excepcional como lo es Lola Higueras.
Una entrevista interesante, tanto por los temas que trata, en especial lo relativo a la expedición de Magallanes, de actualidad, como por la personalidad y experiencias vividas por esta mujer. No se me ha pesada de leer, a pesar de su duración.
Magnifica entrevista a una mujer excepcional: culta atrevida, decidida , estudiosa, con objetivos claros , sencilla, directa y mil atributos más. millones de gracias por dármela a conocer. SOYcolombianoy stoy pendiente de lo que ocurra con ell Galeón San José. Gracias querida y admirada lola.
Interesante aunque un poco larga de más.
He disfrutado como un enano (de 76 años) con la entrevista, cosa por la que debo mostrar mi agradecimiento a la entrevistada y a la entrevistadora.
Durante el curso de verano de la Universidad de Cantabria celebrado en Laredo sobre el V Centenario, al conocer más sobre la vida y milagros del tal Pigaffetta, al que solo le conocía por su libro, ya expresé mi opinión sobre él: Pigafetta era un espía veneciano. Espero que se investigue más sobre ese siniestro personaje para conocer mejor sus intenciones. Hay que recordar que Venecia estaba muy interesada en el fracaso de la expedición ya que era la principal intermediaria en el comercio de especias.
el archivo de navegaciones en simancas sobre las olas del pisuerga . y el museo-archivo naval en viso del marques , ciudad real , la mancha .. fazaña naval como no han visto los siglos . querido sancho