Esta puerta se abre con la llave de la imaginación. Tras ella hay otra dimensión: una dimensión de sonido, de visión, una dimensión de la mente. Os acercáis a una zona de sombras y de materia, de cosas y de ideas. Habéis traspasado la frontera de la Dimensión desconocida.
(Rod Serling, intro de The Twilight Zone)
El día de mi décimo cumpleaños, 4 de noviembre de 1988, amaneció especialmente ventoso. Mientras caminaba por la calle rumbo a casa, una ráfaga de viento levantó un montón de hojas caídas y las agrupó en forma de círculo casi perfecto frente a mí. Un caprichoso remolino de aire las mantenía en movimiento, haciendo que el círculo girase sobre sí mismo a gran velocidad. Y en ese extraño momento supe, como solo son capaces los críos antes de que pierdan la costumbre de saber cosas, que si entraba en ese círculo de hojas desaparecería inmediatamente para ser transportado a otro lugar. ¿La Tierra Media? ¿El infierno? ¿Cimmeria? ¿La novena dimensión? Todos ellos o ninguno: un lugar en cualquier caso sobrenatural y fantástico, donde no aplicarían las normas y leyes de nuestro mundo. Supe que el círculo era un portal hacia lo desconocido, la magia y lo inexplicable, y que apenas tenía un par de segundos para decidir si lo usaba o no. Y en ese momento decisivo y epifánico… me asusté. Dudé más de la cuenta. El viento deshizo el círculo, y perdí mi oportunidad, tal vez la única, de traspasar la frontera de la dimensión desconocida.
Todo lo que necesito saber lo aprendí oyendo a Rod Serling
De crío me encantaban los libros, películas y series con elementos fantásticos, futuristas o sobrenaturales. Por ceñirnos a la tele: no me despegaba de la pantalla cuando se emitía El planeta imaginario o La bola de cristal, ni me perdía un solo capítulo de Ulises 31, Star Trek, Doctor Who, o más adelante, Expediente X. Pero si había una sintonía que hacía que se me erizasen los pelos de la nuca y que dejara todo inmediatamente para sentarme expectante ante el televisor era la introducción de The Twilight Zone, que veía en TV3 como Dimensió Desconeguda. Hoy sé que esa melodía es la unión de dos composiciones de Marius Constant: cuatro inquietantes notas de guitarra eléctrica y un extraño patrón de bongos, flautas y platillos; una música que anunciaba el inicio de media hora desconcertante e imprevisible. Recuerdo la emoción, el infrecuente placer de pasar los primeros minutos de un capítulo sin tener la más remota idea de qué iba a suceder: ¿viajes en el tiempo, alienígenas, espectros, la Muerte de vacaciones? Cualquier cosa podía ocurrir y en cualquier formato: comedia loca, cuento melancólico, tenso thriller sobrenatural.
Un solo elemento daba coherencia a ese caos: al principio y al final de cada episodio, una figura mítica se dirigía directamente a los espectadores. Un coro griego unipersonal, un tipo trajeado con un cigarrillo en la mano, un demiurgo omnisciente cuya importancia clava Rodrigo Fresán en su alucinada novela Mantra: «Todos buscamos a alguien hábilmente rodserlingforme que nos narre y ordene nuestras existencias. Rod Serling es el profeta ideal para nuestras vidas, el hombre indicado a la hora de resumirlas a su mínima expresión, a su dimensión desconocida, y por lo tanto, descubrir su verdadero sentido».
Descubrimos el verdadero sentido de nuestras vidas en lo desconocido. Nunca he entendido la mala fama de la fantasía, el terror o la ciencia ficción, géneros frecuentemente condenados como puro escapismo, pérdida inútil de tiempo o distracción infantil irrelevante. Algo propio de raros, inadaptados sociales, frikis (cuánto se ha torturado a esta palabra desde Tod Browning), frente a otros entretenimientos socialmente aceptados. Pero ¿cómo se puede dudar de la respetabilidad de la imaginación? «La fantasía ha significado más para mí que cualquier talento para el pensamiento abstracto y positivo», dijo Einstein. Es una herramienta con la que esperar lo inesperado, imaginar lo imposible, pensar lateralmente fuera de los límites habituales, prevenir distopías apocalípticas o adelantar utopías como la de Star Trek (ríete de los trekkies si quieres, pero no olvides que el mundo al que aspiran es mucho mejor que el tuyo). Que la fantasía sea lúdica no la vuelve menos poderosa. El juego más importante al que Calvin y Hobbes jugarán en su vida es el calvinball, el pasatiempo sin reglas, la libertad absoluta.
En el delicioso ensayo de J. R. R. Tolkien Sobre los cuentos de hadas, publicado en 1947, se examinan los efectos de la fantasía sobre el lector desde tres perspectivas complementarias. En primer lugar, otorga la posibilidad de enfocar cuestiones sociales desde ángulos nuevos e inesperados, haciendo que el lector reconsidere sus prejuicios y asunciones inconscientes sobre cómo funciona el mundo. También ofrece el placer de la evasión, el verse absorbido por un mundo extraño y diferente que despierta el reflejo explorador de una humanidad que ya ha cartografiado cada centímetro del planeta. Y en tercer lugar, la fantasía provoca catarsis emocionales («eucatástrofres») mediante su final feliz en el momento más desesperado, a lo que yo añadiría los finales truculentos propios del terror.
Usaré Twilight Zone como ejemplo perfecto de estos tres ejes señalados por Tolkien, mostrando cómo un tipo listo como Rod Serling los aprovechó para convertir su creación en la cumbre de la fantasía televisiva y el origen de buena parte de la ficción popular de la segunda mitad del siglo XX. Siguiendo esta línea, la próxima vez que alguien se muestre condescendiente con Juego de tronos porque tiene elementos fantásticos y «salen monstruos y dragones», ruego al amable lector que enrolle un contundente Jot Down impreso y lo use para asestar un capón al bocazas de turno.
Hemos encontrado al enemigo, y somos nosotros
Tolkien llama «renovación» al proceso por el que una historia fantástica permite observar el mundo desde una perspectiva diferente que obligue a replantearse ideas preconcebidas. El episodio de Twilight Zone llamado «Eye of the Beholder» (mencionaré los títulos en inglés, ya que han tenido varias traducciones) es el ejemplo perfecto de ese cambio de ángulo, porque presenta un mundo en que nuestros conceptos de belleza y fealdad están intercambiados… La escena en que a la protagonista le van retirando los vendajes después de una operación de cirugía estética se ha convertido en icónica y mil veces parodiada.
A Serling se le daba de maravilla poner en el centro del escenario las debilidades de la humanidad, y lograba hacerlo con la sutileza de quien no necesita esgrimir una moraleja como quien blande un martillo. Por extraño que sea el mundo que presente en cada episodio, en él acabamos reconociéndonos a nosotros mismos, a nuestras fobias y miedos. Es muy recordado el capítulo «Monsters are Due on Maple Street», en que unos misteriosos apagones en una urbanización provocan la histeria y la paranoia entre los vecinos, que sospechan unos de otros en una espiral destructiva hasta encontrar un chivo expiatorio. Tras un sangriento final, la voz de Serling sentencia: «Hay armas que son simplemente pensamientos, actitudes, prejuicios que solo se hallan en la mente humana». En su momento, este capítulo se vio como una metáfora de la caza de brujas del macarthismo, pero su atemporalidad y la independencia política que permite la fantasía hacen posible adaptarlo a cualquier brote de intolerancia, racismo o paranoia (¿vecinos musulmanes en una urbanización WASP?).
El racismo ha sido tratado en Twilight Zone de forma indirecta pero efectiva. «The Big Tall Wish», un episodio sobre boxeo, magia y segundas oportunidades, causó sensación en 1960 porque todos sus protagonistas eran negros, en una historia que no prestaba especial atención a la raza de los personajes. Puede parecer poca cosa desde la perspectiva actual, pero en su momento fue tan revolucionario que la serie ganó un premio Unity por la mejora de las relaciones raciales. En lugar de crear una didáctica y lacrimógena historia sobre por qué los negros deberían tener derecho a ser actores, lo que hizo Serling fue mucho más obvio y efectivo: ponerles directamente a actuar. En sus propias palabras: «La televisión y el cine han sido culpables del pecado de omisión. Hambrientas de talento, desesperadas por encontrar caras nuevas, han pasado por alto una fuente de talento extraordinario que tienen ante las narices: el actor negro».
Más polémico resultó «The Encounter», hasta el punto de ser censurado durante bastantes años: un episodio protagonizado por George Takei (¡el teniente Sulu de Star Trek!) que exploraba las tensiones aparecidas durante la guerra entre estadounidenses y nipoamericanos.
Afinando el sentido de la maravilla
Una buena historia fantástica ofrece al lector/espectador el placer de la evasión, entendido como inmersión en un mundo con sus propias reglas; un lugar en el que pueda uno adentrarse incluso literalmente, como el protagonista de La historia interminable. Tolkien defiende el escapismo de la fantasía distinguiendo entre la criticable huida del desertor que abandona sus obligaciones y la huida del prisionero que expande sus horizontes y obtiene la libertad.
Muchos guiones de Twilight Zone despiertan en el espectador el sense of wonder, esa sensación de maravilla, sorpresa y fascinación que consigue sobrecoger, divertir o intrigar absorbiendo completamente la atención. Capítulos desconcertantes como el casi mudo «The invaders», en que una ciega Agnes Moorehead se enfrenta a alienígenas diminutos… Angustiosos capítulos-enigma como «Stopover in a quiet town», en que una pareja despierta en una casa desconocida, con las puertas y ventanas selladas por metal… Capítulos intrigantes como «A World in his own», en que un escritor puede materializar a sus personajes describiéndolos en cintas de magnetofón (único episodio en que Serling rompe la cuarta pared y participa irónicamente en la narración)… Historias que provocan que el espectador nunca sea capaz de volver a mirar con los mismos ojos objetos inofensivos: la muñequita homicida Talky Tina en «Living Doll», un ominoso muñeco de ventrílocuo en «The Dummy»… Ni siquiera es imprescindible que el argumento contenga elementos sobrenaturales o de ci-fi: «The Silence», basado en un cuento de Chéjov, logra poner la piel de gallina con un guion concienzudamente despiadado.
Años antes de que el pelmazo de Night Shyamalan naciera, Rod Serling ya escribía finales sorprendentes en cine y televisión, empezando por la mismísima escena final con la estatua de la Libertad en El planeta de los simios. Los giros de guion que dejaban al espectador con la mandíbula colgando son marca de fábrica de Twilight Zone, y nunca se puede estar seguro del desenlace de un episodio hasta sus últimos segundos. Sin destripar nada: son míticos los finales sorpresa de «The Midnight Sun», en que la Tierra sale de su órbita y se precipita hacia el Sol, o de «To Serve Man», en que una promesa alienígena de servir a la humanidad resulta muy diferente a lo esperado. El capítulo más famoso de la serie tiene un giro final cruel e inesperado: «Time enough at last» muestra cómo el único superviviente de un apocalipsis nuclear ve cumplido su mayor deseo solo para que se le escurra de las manos en el último segundo. Una joya del humor negro que quedó grabada a fuego en una generación entera.
De catarsis en catarsis hacia la eucatástrofe final
Cuando Rod Serling empezó a recoger material para las historias de Twilight Zone, hizo pública una solicitud de guiones de fantasía o ciencia ficción. La respuesta fue abrumadora: en los primeros cinco días recibió más de quince mil manuscritos, de los que pudo leer poco más de un centenar. Desgraciadamente, resultaron ser de una calidad lamentable: «Papel malgastado en historias grotescas de gente enferma, inestable y profundamente perturbada», según Serling.
Rod se dio cuenta de que si quería filmar algo bien hecho tendría que escribirlo él mismo, o como mucho con la ayuda de unos pocos escritores consagrados como Richard Matheson o Ray Bradbury. Así pues, él mismo en persona escribió nada menos que noventa y dos episodios de los ciento cincuenta y seis que acabó teniendo la serie. Y si alguna vez le preguntaron ese topicazo que tanto odian los escritores en las entrevistas: «¿de dónde sacas las ideas?», podría contestar algo como «la mayor parte, de mi propia vida».
Siempre he sospechado que Rod Serling se encontró con su propio círculo de hojas siendo niño y no dudó ni un segundo en lanzarse dentro de cabeza. Fue un crío sonriente, preguntón, charlatán y con un sentido innato del espectáculo: cuando se aburría inventaba historias y reproducía larguísimos diálogos de películas o revistas pulp. Se enganchó a la radio, especialmente a programas de ci-fi y terror, y abrió su mente a la fantasía como método de representar el mundo… Pero lo que acabaría detonando su pasión por la escritura sería la II Guerra Mundial.
En 1943, Serling entró en el 511º Regimiento Paracaidista, destinado al Pacífico. Por sus frecuentes insubordinaciones fue destinado al «escuadrón de la muerte», así llamado por su brutal cincuenta por ciento de bajas. Cada día moría alguien ante sus ojos, en combate o en estúpidos accidentes, y si Serling logró salir con vida fue gracias a una gran dosis de suerte y a un insospechado valor bajo presión. Terminada la guerra, tanta muerte pasó factura, y Rod cayó víctima del estrés postraumático: flashbacks, pesadillas recurrentes. La forma que encontró para enfrentarse a sus fantasmas fue la escritura: cuentos y guiones bélicos sinceros y catárticos de los que saldrían muchos futuros episodios de Twilight Zone.
En «The Purple Testament», por ejemplo, un teniente obtiene la habilidad sobrenatural de predecir quién está a punto de morir en batalla (¿y cómo ir a la lucha sabiendo que alguien cercano está condenado?). En «A Quality of Mercy», un soldado americano interpretado por Dean Stockwell se ve repentinamente metido en el cuerpo de un teniente japonés, enfrentándose a la guerra desde una perspectiva nueva y aterradora. Y en «Death’s Head Revisited» asistimos a otro tipo de horrores: en la estela del juicio de Adolf Eichmann, un antiguo nazi vuelve a Dachau y se encuentra con los fantasmas de sus víctimas.
Pero no fueron los bélicos los únicos traumas que Serling exorcizó con sus historias fantásticas. Cuando firmó el contrato para producir Twilight Zone, lo celebró junto a su esposa durante un fin de semana en Las Vegas, donde las tragaperras le obsesionaron y estuvieron a punto de arruinarle. Poco después escribió el capítulo «The Fever», que muestra a un hombre dominado por una espectral tragaperras que acabará causándole la muerte… El mecanismo es el inverso a la «eucatástrofe» tolkieniana: no hay una desgracia abortada en el último momento por un final feliz, sino una caída de lleno a los infiernos, una catarsis que simula el peor caso posible, un ensayo de qué hubiera ocurrido si una desgracia real ocurrida al autor (¡o al espectador!) se llevase a sus últimas consecuencias. Algo parecido a lo que hizo Dostoyevski escribiendo El jugador, o a lo que futuras generaciones de escritores experimentarán sin duda en Eurovegas.
No quisiera dar la idea de que hay que ser Rod Serling para disfrutar de las catarsis de Twilight Zone: muchos episodios juegan con traumas y fobias universales. Uno de mis preferidos, «Nightmare at 20 000 feet», está basado en un cuento de Richard Matheson, protagonizado por William Shatner (sí, el capitán Kirk) y dirigida con buen pulso por Richard Donner (sí, el de La profecía, Superman y Arma letal). Esta historia sobre un monstruo escurridizo que pone en peligro todo un vuelo ha angustiado a miles de personas no solo con el miedo a volar, sino con el pánico a la incomprensión, a no ser creídos, a ser tomados por locos. Todos los miedos universales tienen su momento de gloria en Twilight Zone: a la muerte («Nothing in the dark» o cómo a una anciana le consuela que la muerte tenga la cara de Robert Redford), a las pesadillas («Twenty Two»), a la decrepitud («Queen of the Nile»)…
Sea lo que sea, Serling lo hizo antes que tú
En un famoso episodio de Southpark, Butters se obsesiona con el pensamiento de que cualquier idea que pueda tener ya habrá sido explotada antes por Los Simpson («¿y si hiciéramos un capítulo en 3D? Nah, los Simpson ya lo hicieron»). Algo parecido deberían sentir muchísimos cineastas y productores televisivos respecto a Twilight Zone. Y no me refiero tanto a los remakes posteriores, o las series herederas, como The Outer Limits, o a la fallida adaptación cinematográfica de 1983… Hablo de algo más sutil: una invasión del ADN de gran parte de la fantasía popular desde entonces hasta hoy en día.
Es imposible ver «Little Girl Lost», episodio escrito por Matheson, sin darse cuenta de que Tobe Hooper y Steven Spielberg tomaron prestados de ahí elementos de su mítica Poltergeist: una niña desaparecida cuya voz aún puede oírse a través del televisor, un experto que marca los límites de un agujero dimensional, el padre sujeto con una cuerda adentrándose en otro mundo… La próxima vez que repitáis ante un espejo con pose chulesca la frase «Are you talking to me?» («¿Me estás hablando a mí?»), pensad que años antes de que se volviera archifamosa en boca de Robert de Niro en Taxi Driver, Clint Eastwood en Harry el Sucio o Javier Cámara en Torrente (ejem), ya había sido escrita por Rod Serling y empleada por Jackie Rhoades en «Nervous Man in a Four Dollar Room». En El show de Truman encontraréis ecos de «A world of difference»; y en la mítica Cube de Vincenzo Natali, un reflejo de «Five Characters in search of an exit»… Incluso la famosa imagen de Terminator en que Schwarzenegger repara su brazo herido es calcada a un fotograma de «In His Image».
Y es que Serling hizo algo más que crear una buena serie de televisión: conectó con el inconsciente colectivo, accedió al lugar de nuestras mentes en que se crean todas las historias, el vórtice en que se ordena y se da sentido a lo inexplicable, el núcleo imaginativo que los insensatos desprecian o ignoran sin darse cuenta de su enorme poder.
Y llegará un momento en que la voz en off de Serling comentará el último giro narrativo de nuestras vidas, y entonces se abrirán de par en par las puertas de la dimensión desconocida.
Excelente repaso de la Zona crepuscular, lo hace uno sentirse obligado a volver a ver todos esos capítulos otra vez
Excelentes reflexiones de una de las series que más queridas por un servidor donde el que escribe este artículo nos explica porque a muchos (como yo) estábamos tan fascinados con esta serie ya sea en nuestra niñez o pubertad.
Gracias al autor por su agudo y exquisito repaso de esta grandiosa serie.
Una noche, cuando estudiaba medicina, llegó a un hospital una ambulancia, asegurando que habían sido llamados para el traslado urgente de cierta paciente quien requería de una cirugía especial con la que no contaba el hospital. Cómo jefe de internos, le dije que tal persona no se encontraba ahí, y que nosotros jamás les habíamos hablado. A las dos horas, regresaron debido a que de nuevo, recibieron una llamada solicitando de urgencia una ambulancia de traslado para la paciente «fulana de tal», y de nuevo les dijimos que no había nadie con ese nombre, y que tampoco los habíamos llamado. Hubo una reacción de enojo de los paramedicos y nos hicimos de palabras y se fueron. Esa noche, fue de mucho trabajo, y como a las 3 horas después del accidente, que creen? Fue internada la paciente «fulana de tal » con un embarazo a termino. Recuerdo a la señora joven, con una mirada tranquila. A las 6 de la mañana, el obstetra en turno, le colocó forceps para extraer al niño. El médico se fue, y dejó a un compañero suturando la vulva, cuando la paciente presentó una baja de presión severa por un sangrado oculto. Sin pensarlo, hicimos una incisión de urgencia en una sala inapropiada sin elementos necesarios. Una enfermera mientras tanto, hablaba de nuevo a la ambulancia para que vinieran por ella con el fin de ser llevada aun hospital adecuado. Recuerdo que al nacer su bebé, y antes de que tuviera manifestaciones de hipotensión, lo bendijo y le dijo: te tengo que dejar sólito, y falleció. Es cómo si el tiempo se hubiera adelantado, así como de la dimensión desconocida.
The Twilight Zone fue para mí un descubrimiento inesperado durante una de las tantas retrasmisiones para cubrir el tiempo muerto de una cadena televisiva local. No, no viví la experiencia completa por una temporalidad tardía, pero eso no me impide valorar una joya de contenido que brilla entre un montón de producciones repetitivas, ya sea por las historias diferentes o las «innovadoras» formas de contarlas.
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