La ciencia ficción es un género cuya definición siempre se prestó a muchos equívocos, entre otras cosas porque la variedad de estéticas y poéticas es tan grande que se hace difícil proponer un concepto que atraviese a todas las obras.
Uno podría aventurar que entre ellas lo que parece haber no es una esencia sino un «parecido de familia», como diría el segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas; pero adoptar esa perspectiva semántica implica cierta pereza intelectual. Es casi como decir eso que dijo el escritor Norman Spinrad en la década del setenta: que la ciencia ficción «es todo lo que se publica como ciencia ficción» (aseveración bajo la que subyace la idea de que los editores son los únicos actores sociales que definen de qué va la cosa).
De todas maneras, acá no vamos a plantear esta discusión teórica que, por lo demás, ya se reveló anacrónica desde hace tiempo, sino a intentar una modesta aproximación tangencial. Digamos que, a esta altura del siglo XXI, la teoría literaria no avanzó tanto como la robótica y, a lo sumo, todo lo que podemos decir es lo que el género no es, a partir del recurso de ir descartando algunos viejos topoi o lugares comunes a los que todavía se lo asocia a pesar de que resultan —como mínimo— inexactos. Elegimos cinco pero, por supuesto, hay muchos más.
1) La ciencia ficción busca anticipar el futuro
Este es uno de los malentendidos que más arraigo tiene en el sentido común. Mucha gente, y sobre todo quienes no están familiarizados con el género, considera que la ciencia ficción hace pronósticos sobre el futuro, cuando en realidad en muchos casos ni siquiera habla del futuro. La ausencia de una mirada prospectiva de hecho se puede pensar como un signo de nuestra época. Frente a la velocidad con que cambian las cosas —uno no sabe cómo va a ser el mundo ni siquiera de aquí a un año— y frente a esa falta de alternativas de la que hablaba Mark Fisher, los escritores muchas veces sitúan sus historias en presentes alternativos, o incursionan cada vez más en subgéneros como la ucronía o el steampunk, que trabajan sobre el pasado. Quienes todavía miran hacia adelante usualmente lo hacen en clave distópica, o postapocalíptica; aunque es cierto que en los últimos años empezaron a aparecer textos que permiten vislumbrar, no una alternativa, un sistema sociopolítico distinto, pero sí al menos una vía de escape.
De cualquier manera —y he aquí otra cuestión— el hecho es que la ciencia ficción dejó de ser ese discurso privilegiado a partir del cual la sociedad piensa su futuro. Hoy quienes quieren tener alguna idea del porvenir no escuchan —no leen— a los escritores, sino a los algoritmos, las computadoras cuánticas, los gurúes de la economía, los activistas de Greenpeace, los futurólogos de Silicon Valley o los animales clarividentes como el pulpo Paul.
Este desplazamiento tiene, desde luego, su lado negativo, ya que no parece muy acertado dejar que las «hipersticiones» (esas ideas que, de acuerdo a Nick Land, terminan causando su propia realidad, como de algún modo ocurrió con el concepto de «Metaverso» que Mark Zuckerberg tomó de la obra de Neal Stephenson) las hagan nada más que las corporaciones o las máquinas; pero también —seamos optimistas— hay un costado que puede resultar provechoso:
El que lee hoy este tipo de ficciones lo hace, suponemos, desde un horizonte de expectativas en el que ya no espera que le digan cómo va a ser el mundo, y eso puede influir positivamente en la forma en que se escribe. Así como la fotografía hizo que la pintura se liberara de la tiranía de la mimesis, podríamos aventurar que el hecho de que otros discursos se ocupen del futuro —y de que el futuro, además, sea tan impredecible— hace que la ciencia ficción se libere de esa carga de tener que construir un escenario prospectivo verosímil y preciso, lo que le da otro margen para la transgresión y para abordar con otra intensidad los problemas del presente.
Por supuesto, la ciencia ficción siempre se dedicó a cuestionar el presente, o a volverlo extraño a partir de presentárnoslo —Fredric Jameson dixit— como el pasado de algo que todavía no llegó; pero ahora —y lo vamos a dejar así, como hipótesis— tal vez lo puede hacer con mayor libertad que en otras épocas.
2) La ciencia ficción latinoamericana —si existe tal cosa— es solo una variación del género fantástico
En realidad, entre quienes no frecuentan mucho este tipo de literatura hay dos posturas. Una es que la ciencia ficción latinoamericana no existe; la otra, que el componente científico es muy poco riguroso, o que se trata de ficciones demasiado cercanas al fantástico, o a eso que los anglosajones llaman fantasy. Sobre lo primero huelga argumentar, entre otras cosas porque hacerlo implicaría subestimar al lector de esta revista. Respecto de lo segundo, aclaremos dos cosas:
- a) En Latinoamérica —concedámoslo— no hay tantos escritores que incursionen en la llamada ciencia ficción hard o dura stricto sensu; pero hay que recordar algo obvio: la vertiente «blanda», por así decir, no es menos ciencia ficción que la otra. Además, el hecho de incluir cosmogonías de pueblos originarios, como muchas veces sucede, no le resta ningún valor «epistemológico». Como señala el académico y editor colombiano Rodrigo Bastidas en El tercer mundo después del sol (2021), también se puede adoptar una visión más amplia de la ciencia y pensarla desde otro lugar:
(…) no como una estructura que permite diferenciar entre verdad y mentira, sino como un discurso que está marcando la forma de construir una visión de mundo. Es justamente esta visión de la ciencia y de la tecnología la que permite que los saberes de los pueblos originarios sean concebidos como discursos que entran en diálogo con las ciencias hegemónicas occidentales (…).
- b) Es cierto que muchas veces en la ciencia ficción latinoamericana convergen tópicos o elementos del fantástico, o que se incorpora una dimensión mágica.
Sin embargo, esta confluencia está lejos de ser un defecto, como deja entrever el tono despectivo de quienes hacen estas afirmaciones. Por el contrario, se trata de una hibridez que permite llevar el género hacia nuevos límites e inaugurar otros horizontes. Así pasa, por ejemplo, en el ciberpunk latinoamericano, donde la convivencia entre lo tecnológico y lo espiritual produce un efecto estético notable. Tanto en la novela Ygdrasil (2005), del chileno Jorge Baradit, como en Habana Underguater (2010), del cubano Erick Mota, vemos espíritus, entidades u orishas que habitan en el ciberespacio junto con avatares de personas o inteligencias artificiales. Esta convergencia ontológica tan singular —y por cierto muy presente también en el «tupinipunk» brasilero— coexiste, a su vez, con una convergencia tecnológica que implica una reformulación de la vieja fórmula high tech, low life del ciberpunk clásico, ya que en Latinoamérica el bajo nivel de vida no convive con la tecnología de punta. Lo que hay, en todo caso, es una mezcla de alta tecnología con dispositivos ya obsoletos. Por eso, en la novela Trashpunk (2012), el escritor uruguayo Ramiro Sanchiz —o más bien su alter ego Federico Stahl— plantea que aquí los hackers y cowboys de consola deberían ser personajes que se arreglan con «lo que tienen a mano» —ya sea «un Family Game o un Atari»—, y que por otro lado apelan más a la cultura de las drogas de diseño, puesto que acá la realidad virtual tiene «más de LSD y DMT que de conexiones neuronales a la Neuromante y The Matrix».
En suma, todas estas particularidades —a las que también habría que sumar algo que no se observa tanto en los autores anglosajones: una presencia fuerte de los Estados nación, de los gobiernos— están lejos de abemolar el género. Al contrario, son ellas las que hacen que el ciberpunk latinoamericano sea hoy una de las expresiones más originales de la ciencia ficción contemporánea.
3) La ciencia ficción es «la literatura de la imaginación disciplinada»
Esta es una de las definiciones que mayor consenso ha tenido a lo largo del tiempo. La introdujo la escritora Judith Merril hace más de cincuenta años y todavía hoy es usual verla en todo tipo de papers, artículos o incluso manuales escolares.
Desde luego no hace falta mucha lucidez para refutarla: basta con recordar que ese concepto también se puede aplicar a otros géneros. ¿O es que en la fantasía hay una imaginación «libre», no sujeta a ningún código? Todo género, en realidad, elabora criterios de verosimilitud interna y tiene su propio sistema de reglas. Esto ya lo trabajó muy bien Todorov.
Además, el calificativo «disciplinada» tiene connotaciones que no le hacen justicia a este tipo de literatura. A lo sumo podría ser útil para pensar la vertiente «hard», pero hay muchos autores a los que este subjetivema no los describe en absoluto.
En todo caso, y ya que adjetivar es gratis, sería más acertado pensar en la ciencia ficción como una literatura de la imaginación «paranoica», como en Philip K. Dick; o de la imaginación «delirante», «desbordada», como en William Burroughs. O de la imaginación «cínica» o «nihilista», como en los escritores ciberpunk. O de la imaginación «perversa», como en J. G. Ballard.
Digamos que en buena parte de los grandes autores y autoras de ciencia ficción la imaginación es todo menos obediente o sumisa, como se puede deducir a partir de todas las corrientes «punk» que fueron apareciendo en las últimas décadas, desde el postciberpunk hasta el biopunk, el dieselpunk, el nanopunk y un largo etcétera que cada vez se expande más y que de algún modo afirma la idea de que una literatura de la rebeldía jamás puede ser «disciplinada».
4) La ciencia ficción es una literatura de evasión, o un género menor
Este es el principal estigma con el que ha cargado el género desde siempre. Los argumentos de quienes han sostenido esta postura suelen partir de algunas premisas que ya enunció Pablo Capanna en su clásico El sentido de la ciencia ficción (1966). Grosso modo, lo que dicen es que se trata de una literatura donde la centralidad está puesta en las ideas, en la «tesis», y que además desdeña tanto el aspecto retórico o estilístico como la psicología de los personajes. No vamos a negar, por supuesto, que muchas veces ha sido así, y sobre todo en la literatura pulp (aunque hay que decir que hoy el pulp devino casi una literatura de culto, como pasó con muchas de esas películas clase B de los ochenta que están repletas de actuaciones delirantes e inexactitudes deliciosas).
Sin embargo, ya en la época en que Capanna escribió ese ensayo los autores de la llamada new wave —Brian Aldiss, Thomas Disch, Samuel Delany, John Brunner o el propio J. G. Ballard— estaban empezando a producir una obra que lo desmentía, al incorporar recursos, procedimientos o preocupaciones que hasta entonces, es cierto, no eran tan habituales. A partir de ahí podríamos decir que esa tesis de que la ciencia ficción es un literatura de evasión, pasatista, sin cualidades literarias, implica un desconocimiento profundo del género; aunque por supuesto hace bastante que ya nadie lo dice abiertamente, quizás en parte porque estamos en una época donde hablar de jerarquías, incluso en la literatura, puede sonar políticamente incorrecto.
Esa ausencia discursiva, de todas formas, no quiere decir que los viejos pruritos ya no estén. Hoy muchos autores del mainstream están escribiendo obras que, sin duda, pertenecen al género. Sin embargo, si uno observa los paratextos de esos libros usualemente no va a encontrar en ningún lado la etiqueta «ciencia ficción». Tampoco esos autores, en general, van a reconocer que la novela que escribieron tiene algo que ver con el género, por más que tenga extraterrestres, naves espaciales, robots o tecnologías capaces de lograr la inmortalidad, como pasa en la novela Sinfín (2020), de Martín Caparrós, autor que por cierto —y ahora vamos a explicar por qué— nos lleva al siguiente ítem:
5) En la ciencia ficción la centralidad tiene que estar en la tecnología
Este es otro de los argumentos que utilizan quienes consideran que se trata de un género menor, y algo de verdad hay porque, en efecto, en la ciencia ficción la tecnología ocupa un lugar más central que en el realismo, donde suele aparecer como mero telón de fondo, si es que, por supuesto, aparece, ya que en ocasiones hay textos donde su ausencia es tan significativa que, parafraseando esa frase tan célebre de Kurt Vonnegut, el autor termina falseando la vida del mismo modo en que lo hacían los victorianos al obviar el sexo.
Lo que hay que aclarar es que el hecho de que la tecnología tenga un lugar importante no quiere decir que la prioridad del escritor no sea explorar otros temas. Perdón si es obvio, pero hay que decirlo porque todavía hay quienes no piensan así.
Unos pocos años atrás, en una entrevista, Caparrós dijo que no creía que la novela que mencionamos antes, Sinfín, fuera de ciencia ficción, porque, en su caso, argumentaba, la técnica «es como la excusa para poder hablar de otras cosas», como por ejemplo de «la muerte».
La idea que subyace —el prejuicio— ya tiene sus años: si el texto focaliza en los vínculos humanos, o en la muerte, entonces no puede ser de ciencia ficción, por más que haya tecnologías alienígenas, o la trama transcurra en una sociedad hipertecnologizada del año 2072 donde existe un dispositivo que inaugura una modalidad de existencia postmortem, como pasa en Sinfín. O sea, de acuerdo a esta visión, para que la ciencia ficción sea tal tiene que focalizar en la técnica.
Por supuesto, sabemos que no es así. Ya en los setenta Stanislaw Lem escribió que la tecnología no le interesa en sí misma sino en la medida en que afecta nuestra subjetividad. Y esa es la premisa con la que han trabajado muchos escritores, tal vez la mayoría. A J. G. Ballard —otro escritor que, por cierto, renegaba del género— tampoco le interesaba la tecnología per se, sino las perversiones que esa tecnología inaugura en el ser humano. A Ray Bradbury no le interesaba tanto el viaje a Marte como explorar los vínculos humanos que podrían darse en ese contexto. A Philip K. Dick, suponemos, no le importaban tanto los androides, los «precognitores» o los telépatas como entender de qué está hecha la realidad. Y a casi todos, en suma, le importaban otras cosas además de los pedazos de hojalata o de los autos voladores o de los tralfamadorianos.
4) Volvamos por un momento a lo anterior para agregar otro dato obvio: la ciencia ficción no solo no es un «género menor» sino que desde hace un tiempo está desplazando al propio realismo del centro de la escena literaria, en un movimiento que obedece a varias razones, muchas, pero acá vamos a señalar tres:
- a) Una de nuestras mayores preocupaciones, de índole mcluhiana, tiene que ver con el impacto de la tecnología en la subjetividad.
- b) Estamos en una época donde vuelve a ser interesante la pregunta por el ser humano en tanto especie, no en tanto individuo; aunque ya no consideramos al homo sapiens desde una perspectiva antropocéntrica:
- c) Nos interesa, a su vez, abrirnos hacia lo no humano, lo que incluye la posibilidad de una subjetividad maquínica: un cogito postorgánico.
Así las cosas, hoy pareciera ser más interesante explorar los engranajes ontológicos de un androide, o los pensamientos de una IA, que leer sobre los problemas cotidianos de un oficinista o de un contador atribulado al que lo dejó su mujer. Quizás la verdadera evasión haya quedado del lado de ese realismo ingenuo, ¿por qué no? Hoy los robots no solo nos permiten explorar alternativas posthumanas, sino también pensarnos desde una alteridad diferente —radical, incluso—, que tal vez pueda arrojar alguna luz sobre lo que significa ser un homo sapiens en esta época tan ciberpunk —aunque sin tantas luces de neon— que nos está tocando vivir.
Lo de los géneros temáticos da para mucha literatura pero dudo de sus consecuencias prácticas. Sin embargo, sí que me parece oportuno aclarar algunos conceptos a la luz de lo que acaba de plantear el autor para darnos cuenta de cómo se construye la ficción.
La RAE define ciencia ficción como el género literario o cinematográfico, cuyo contenido se basa en logros científicos y tecnológicos imaginarios. Esta definición es sencilla y me parece un excelente punto de partida. Sin embargo, creo que hay una corriente notable que se aparta de esta definición para abarcar escenarios y tramas que no tienen este carácter científico o tecnológico y que de algún modo optan por su inclusión dentro del género. Creo que el autor de este texto se incluye dentro de esta forma de pensar. Parecería que detrás de esa definición más amplia podrían considerarse relatos de ciencia ficción tanto aquella historia que narra un mundo en el que los robots se rebelan contra los humanos como la que nos describe una sociedad en la que una pequeña élite disfruta en exclusividad de determinados privilegios que se negarían al resto de los humanos. En mi opinión la primera cuenta con ese componente tecnológico que es clave para el desarrollo de la trama y debe de considerarse como ciencia ficción pero no así la segunda.
También tengo dudas de que una novela ucrónica pueda ser concebida como ciencia ficción tal y como parece sugerir el autor del texto. Una novela que construye una nueva realidad tomando como base una hipótesis decisiva y totalizadora que no tuvo lugar en el pasado pero que se acepta ahora como presupuesto del relato (como el de describir un mundo concebido sobre la base de la victoria de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial) no tendría el carácter de ciencia ficción si no incluye en la trama algún tipo de innovación tecnológica o científica que sea relevante.
Por otra parte, en mi opinión un relato futurista contaría con muchos puntos a favor para formar parte del género de la ciencia ficción. ¿Para qué iba un escritor a ambientar un relato en el futuro si este escenario no le proporciona ningún instrumento para afianzar la trama? Salvo que dicho escenario tan solo sea un mero armazón estético, esta configuración escénica, que ha supuesto un trabajo de imaginación en el escritor, nos proporcionará una primera pista, a lo mejor no definitiva, para considerar dicha novela como de ciencia ficción.
Por otra parte, creo que la gran mayoría de los relatos de ciencia ficción deben de encuadrarse en un tiempo futuro más o menos lejano. Podría concebirse que un relato que describe el tiempo presente (o en el pasado) forma parte del género si describe mundos alternativos pero el componente tecnológico o científico debe de ser esencial y difícilmente puede serlo (no es imposible) si nos situamos en un tiempo anterior.
En resumidas cuentas, una obra de ciencia ficción, por lo tanto, tiene en cuenta uno o varios avances de carácter tecnológico o científico que parecen plausibles y que no son meramente incidentales en la trama sino que de algún modo intervienen y condicionan el curso de los acontecimientos que se describen en la novela o en la película.
De acuerdo con lo anterior, 20.000 leguas de viaje submarino o La máquina del tiempo podrían considerarse, según mi criterio, obras de ciencia ficción. En cambio, Viaje al centro de la Tierra, La guerra de las galaxias o El último hombre, en mi opinión no tendrían tal consideración.
Creo también que una obra de ciencia ficción ha de tener en cuenta también la fecha en que fue creada. 1984 es una novela de ciencia ficción porque se escribió en la década de los cuarenta y se basa, en mi opinión, en el control de los individuos a través de una tecnología que no existía en esa época. Tengo serias dudas de que pudiéramos situarla dentro de la ciencia ficción si esa novela se hubiera escrito sin cambiar una coma en el momento presente.
Hay otro aspecto clave a la hora de concebir una obra de ficción que creo que tiene mucha importancia particular en el género de la ciencia ficción. Cuando el lector se encierra en la obra literaria o el espectador en la obra cinematográfica hay un pacto no explícito en que la ficción discurrirá por unos cauces establecidos. Si la obra supera dichos cauces perderá al espectador. Si de repente en una obra romántica, el protagonista tras recibir el primer desplante de su pretendida agarra una semiautomática y decide matar a sus compañeros de trabajo, se habrá perdido para siempre la temática de la obra y posiblemente también al espectador. En la ciencia ficción lo más fácil es desviarse hacia lo fantástico. Y lo fantástico no puede ser ciencia ficción, o no debería de serlo. Y precipitarse por esa pendiente de lo fantástico queda a expensas del juicio subjetivo de cada uno de nosotros.
Pongo un ejemplo. Para mí 2001, una odisea del espacio, me refiero a la obra cinematográfica, es pura ciencia ficción justo hasta el final. Cuando aparece el niño interestelar envuelto en la atmósfera de Júpiter, la película deja de serlo. Pero ahí se acaba. No podría continuar porque el guionista no sabría cómo seguir. En los últimos segundos de la película tiene lugar la salida a lo fantástico y la apoteosis final. Todo al mismo tiempo. Por eso la obra se sostiene. Saca al espectador de la incredibilidad justo antes de los créditos.
Me ha agradado mucho su comentario. Una pregunta.
Tomemos el relato de Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». No es ciencia ficción. Parece literatura. Hay quien opina que fue una sátira política del escritor guatemalteco a propósito del PRI. Ahora bien, «Cuando despertó, el robot todavía estaba allí», ¿podría ser ciencia ficción?
Alminar, le agradezco su comentario. Le digo lo que me parece su cuestión. Es tan solo mi opinión que no tiene que ser mejor que la que pueda tener usted. Yo trataré de fundarla como mejor pueda.
El famoso microrrelato de Monterroso contiene demasiados elementos elididos. También hay dos deixis muy relevantes en las palabras todavía y allí. El único sustantivo del texto es la palabra dinosaurio y, dado que los dinosaurios no son entes vivos corpóreos que usted y yo nos podamos encontrar por el bosque, de hecho homo sapiens y dinosaurio nunca han interactuado en el mismo espacio como seres vivos, no deberíamos descartar un uso metafórico de esa palabra.
Como ve, el texto está tan ausente de contexto que las interpretaciones del relato pueden ser muchas. Yo, por ejemplo, desconocía ese carácter satírico que usted menciona. Una de esas interpretaciones puede tener carácter de ciencia ficción. ¿Por qué no? Como mencioné anteriormente, hay tanta elisión en el texto que el componente tecnológico podría estar omitido pero no ausente: una máquina del tiempo que permite la relación humano-dinosaurio o un resucitador de dinosaurios en el tiempo presente estilo Jurassic Park. Todo eso es ciencia ficción omitida.
Si el texto original podría tener carácter de relato de ciencia ficción pues el que usted propone también, obviamente. Tenemos en casa un robot aspirador que utilizamos a menudo. ¿Que el texto podría referirse a ese aparato? Pues, sí. Pero no es la interpretación más relevante, ¿por qué motivo alguien se encargaría de elaborar un texto de siete palabras para contar que me había quedado dormido y que el aspirador lo tenía a la vista al despertar? La palabra robot sugiere muchas más cosas en ese contexto tan parco de referencias para que alguien se molestase en contar una historia relacionada con un aparato que se dedica a barrer el polvo.
No sé dónde leí que «La reina murió y luego se murió el rey» no es una historia. Es solo una concatenación de hechos. Sin embargo, en «La reina murió y luego se murió el rey de pena» hay un relato. El todavía y el allí del relato de Monterroso son tan potentes como ese «de pena» que se añade al cuento anterior. Y ese todavía sugiere algo especial con el dinosaurio o con el robot. Tan relevante que nos obliga a rechazar que ese robot sea un simple aspirador.
Disculpe que me haya enrollado tanto. Simplemente me he dejado llevar por esa pulsión que tengo de aclararme yo mismo a través de la escritura.
Un relato o película de ciencia ficción ha de crear «extrañeza» frente a uno o varios elementos o hitos tecnológicos y/o científicos.
Así como la fantasía tiene como elemento clave la magia o lo numinoso (elementos estos extraídos de sociedades tradicionales), la ciencia ficción pivota sobre diversas elucubraciones acerca del uso o los usos de la energía en una sociedad «avanzada» (sita en el futuro o en el pasado, eso no importa).
Sólo una sociedad dependiente del uso energético y sabedora de su potencial podía crear un género así.
Purismo = Anacronismo
Cuando despertó, el Blunsburibarton todavía estaba allí.