© Todas las fotografías: Mercedes Peláez / ARKslowww.com
Hay mucho del sentido trágico de la vida en los memoriales ciclópeos que el régimen comunista búlgaro levantó antes de su caída en 1989 y la llegada de la democracia. Fueron construidos con la misma pasión y sentido de la propaganda que ahora los corroe. Emiten su argumento heroico salpicando el paisaje, impasibles en su brutal y elegante presencia, construidos en hormigón rudo y áspera piedra por notables arquitectos y artistas, significados políticamente. Representan a Bulgaria, la bella desconocida de Europa, frondosa, chorreante en agua, acuática en las costas del Danubio y del mar Negro, y valiosa despensa agrícola al pie de una espina dorsal formidable en los montes Balcanes. Un país que ha sufrido procesos de auge y derrumbe en sus antiguas capitales históricas, Pliska y Preslav, semejantes a la destrucción de los monumentos recientes del siglo XX.
Escaso en fama, intacto y sobresaliente en valores arquitectónicos, el monumento en Shumen a los fundadores del Estado búlgaro es una obra maestra incomparable del siglo XX y no pertenece al Patrimonio Unesco. Está vinculado a otros memoriales conmemorativos del 1300º aniversario del país, en 1981.
En la cumbre del monte Ilchov del Parque Natural de la Meseta de Shumen, al monumento a los fundadores de Bulgaria se asciende por una ruta propia de caminos y una escalinata solemne que se prolonga en el memorial en una calle interior, avanzando entre esculturas de héroes patrios de los siglos VII al X. Abre la comitiva, con su caballo, Asparuj, rey del Primer Imperio búlgaro tras vencer a Bizancio.
Las minúsculas teselas de un mosaico gigante, dedicado a Bulgaria, sirven de contrapunto a la escala brutal de las moles de hormigón. Es obra de Krum Damianov e Ivan Slavov, escultores del monumento, que sobresale en la espesura del paisaje, coronado por un enorme león. Su silueta atrae la mirada desde la inmediata fortaleza medieval de Shumen, y desde distancias de decenas de kilómetros.
Empujado por imaginarias fuerzas telúricas, propias de héroes legendarios, el mayestático grupo escultórico del zar Simeón brota del muro con la mirada y fuerza de un transformer, capaz de trasmutar el inerte y liso hormigón en sillares de piedra que, tallados con texturas, se muestran plenos de vida.
El hormigón bruto elegido por Le Corbusier para Chandigarh ofrece su imagen más romántica en la torre inacabada de Shumen, que el arquitecto Ivan Sivrev proyectó en 1988 alineada con el memorial a los fundadores del Estado búlgaro. Pertenece a la escasa parte visible de un centro cívico descomunal enterrado en el subsuelo de dos solares enfrentados y de la enorme plaza Osvobozhdenie que los separa. Solo se logró construir uno de ellos, el de la torre, y se perforaron los túneles de entrada desde la plaza.
Al oeste de la torre emerge aislado un bloque menor. Muestra el revestimiento de fachadas, en piedra, con un despiece diagonal que aporta acentos de Wright a la imagen en hormigón lecorbusierana. Entre el bloque y la torre se extiende, enrasada con la plaza a la que se enlaza, la cubierta del volumen enterrado. Se abre a la luz en patios y placitas y a una alta fachada trasera accesible desde una calle a nivel inferior.
Las obras cesaron al caer el régimen comunista búlgaro en 1989. Desde entonces las casas colindantes conviven con los restos roídos del incipiente centro cívico. Incluía oficinas de correos y municipales, hotel, salas de conciertos, restaurantes, cafés, centro comercial y aparcamientos.
La Casa Memorial Buzludja languidece desde 1989, con la cubierta fracturada, a causa del significado comunista que impulsó su construcción. Han sido los turistas extranjeros los primeros en difundir la excepcionalidad de su arquitectura arriesgándose a visitar un interior, con mosaicos, que peligra amenazando derrumbe. Su fama ha obligado a prohibir la entrada, custodiada por guardia de seguridad.
En el centro geográfico de Bulgaria, en la cumbre Buzludja de los montes Balcanes, sorprende el memorial del 90º aniversario, en 1981, de la fundación en este lugar del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores. El proyecto, de 1971, que exigió desmontar la cúspide del monte, evoca el Panteón romano en un volumen redondo adjunto a un faro coronado por una gran estrella roja de rubíes artificiales. Para su arquitecto, Georgi Stoilov, partizan en la Segunda Guerra Mundial, titulado en Moscú y París, y prolífico en los abundantes monumentos del país, el monumento expresa la arquitectura moderna búlgara liberada de connotaciones soviéticas.
La escala gigante del memorial, anunciada por su silueta en la lejanía, se magnifica bajo la curvatura en voladizo de su forma de copa, en bandas de áspero hormigón visto. La Fundación Getty promueve la conservación de la Casa Buzludja desde que Europa Nostra la incluyó, en 2018, en la lista de los siete edificios singulares más dañados de Europa.
Al escultor Valentin Starchev se debe el panteón de 1981 dedicado a los antifascistas fallecidos en la Segunda Guerra Mundial en el Parque Marítimo de Burgas. El monumento se inscribe en el conjunto de memoriales que recordaban en la etapa predemocrática a los combatientes partizani marxistas apoyados por Moscú.
La escultura de un titán hercúleo, sobre cada entrada de las dos al panteón de Burgas, finge pelear con la arquitectura aparentando rasgar y romper los dinteles de piedra para acceder al espacio interior, clausurado por puertas de rejería, que guarda la memoria de los héroes búlgaros.