Antes
Hasta aquella mañana fría del 15 de noviembre de 1959, Kansas era el lugar idílico al que quería volver Dorothy en El mago de Oz. No es que el cine nos convenza de aquello que no es cierto, es que aquel estado en el centro exacto de Estados Unidos, con sus campos de trigo y sus girasoles, era el lugar ideal donde nunca pasa nada, impregnado de esa especie de luz especial de los lugares aburridos. Todo cambió para siempre cuando la familia Clutter apareció asesinada. De repente, nadie estaba a salvo.
Herb Clutter, un granjero honesto y querido por su comunidad; su esposa, Bonnie, que sufría depresión desde hacía años, y sus dos hijos adolescentes, Nancy y Kenyon, eran encontrados salvajemente asesinados. Para una comunidad acostumbrada a no cerrar las puertas de sus casas porque se sentían seguros fue como si de repente estuviesen a la intemperie. Ese dios al que visitaban devotamente en la iglesia metodista cada domingo los había abandonado. ¿Qué podía tener Dios en contra de honrados trabajadores de la tierra, temerosos de él y apartados del mal?
Hay ciertos crímenes que, más allá del mal que provocan, arrancan las certezas, y esos son los peores. Porque una vez que se ha limpiado la sangre, en aquellos que se quedan subyace un miedo a haber perdido las referencias, el terror de pensar que todo en lo que creían hasta el momento ya no sirve. El problema no era que la familia Clutter muriese asesinada a balazos por unos desconocidos en su propia casa, es que todo en lo que el pueblo de Holcomb —y, en realidad, todo el estado de Kansas— creía estaba ahora en suspenso. Aquella arcadia rural y apacible estaba tan expuesta a lo brutal como el centro mismo del Bronx, en Nueva York.
Cuando salta la noticia y todo el país se queda estupefacto, Truman Capote llama inmediatamente a su editor en la revista The New Yorker para irse a Holcomb (Kansas) y escribir un artículo acerca de ese pueblo que está en shock con la noticia del asesinato. Se lleva consigo a su amiga de la infancia Harper Lee, que acaba de terminar de editar Matar a un ruiseñor y no tiene nada mejor que hacer mientras espera que su libro salga publicado. Con todos estos ingredientes arranca una de las novelas más importantes del siglo XX; ninguno de los protagonistas lo sabía aún, pero A sangre fría ya se estaba gestando.
Durante
El Wheat Lands Motel, en Garden City, a menos de diez kilómetros de Holcomb, sigue en pie y en funcionamiento conservado tal cual estaba cuando Lee y Capote se hospedaron en él. Hace no mucho, alguien robó una foto de Truman Capote posando delante de la fachada que estaba colgada en el vestíbulo. Harper y Truman llegan a tiempo para el funeral de la familia. No saben que aquel viaje, que era en principio para un artículo, se extendería por seis años. Un trabajo imposible de superar, no porque el autor careciese de talento, sino porque hay ciertas gestas que no te permiten avanzar nunca más.
No fue fácil entrar en Holcomb, y menos aún establecerse y conseguir el testimonio de sus habitantes. Algunas de esas conversaciones se prolongaron durante tres años. No solo por el momento sentimental que estaba viviendo el pueblo, sino porque aquellos dos escritores llegados desde Nueva York eran dos animales exóticos en aquel ambiente costumbrista. Harper Lee fue la llave que consiguió abrir la hospitalidad del pueblo para Truman Capote: se hizo amiga de las esposas de las fuerzas vivas del pueblo y consiguió, en poco más de un mes, suavizar el ambiente para que accediesen a ser entrevistados por Capote. Según ella contaría más tarde, Truman era para los habitantes de Holcomb un personaje llegado de la Luna.
Era alguien que, desde los veintitrés años, cuando aún no había publicado ni una novela, ya mandaba en las páginas de Sociedad de las mejores revistas de Nueva York y se relacionaba con las élites como si no hubiese nacido en un entorno miserable y sórdido. Pequeño de estatura, voz meliflua, amanerado, abiertamente homosexual y de aspecto extravagante, tremendamente atractivo como compañía en las fiestas de Park Avenue: causa estupor imaginarlo en un entorno cerrado de rudos granjeros, en un lugar en el que nada había cambiado en los últimos doscientos años y donde, aún hoy en día, la publicación de A sangre fría sigue pareciéndoles una intromisión en el honor de los Clutter.
Cuando han pasado seis semanas y las conversaciones con los vecinos empiezan a fluir, llega el aviso de que han detenido a los asesinos. Nuevamente, en esta historia de grandes giros dramáticos, todo cambia.
La detención
Perry Smith y Richard Hickock, de veintiocho y treinta años, eran dos expresidiarios que habían salido en libertad condicional de la prisión de Kansas y pensaban que en casa de los Clutter encontrarían una caja fuerte con 10 000 dólares. Herb Clutter pagaba siempre con cheques, así que en su casa no había caja fuerte. Escaparon con 40 dólares y dejaron cuatro cadáveres a sus espaldas. Un crimen brutal por nada, de manera tan azarosa que parece una mala broma. La vida es eso, azarosa y estúpida la mayor parte de las veces. En eso se diferencia de la buena ficción, donde todo tiene un propósito, los cabos tienden a atarse e incluso aquellos flecos que se dejan sueltos están cuidadosamente elegidos.
A partir del momento de la detención de Smith y Hickock, la novela que iba a versar sobre la experiencia de un pueblo que se enfrenta cara a cara con el terror se vuelve un retrato vívido de los asesinos, más concretamente de Perry Smith. Porque A sangre fría pasa a girar en torno a él, a cómo él ve e interpreta lo que le rodea, a su carácter, y Hickock aparece como secundario que, más que contar la historia, da el contrapunto a Smith. Es imposible no darse cuenta de cómo Capote siente una fascinación absoluta por ese hombre de cara y rasgos casi aniñados, corta estatura y pies pequeños. De hecho, resulta muy fácil percibir, leyendo la novela, que Truman Capote quiere que entendamos a Perry Smith e incluso que sintamos compasión por él. Capote relatará años más tarde que tuvo que leer manuales de psicología para entender la mente de los asesinos y aproximarse a un análisis de la psique de Perry Smith. Sin embargo, eso no era todo.
Hay algo peor que toparnos cara a cara con el horror: hacerlo y darnos cuenta de que aquello que nos aterroriza no es un elemento extraño; mirar al monstruo y que tenga un rostro muy parecido al nuestro. Ese es el verdadero pánico.
Cuando Truman Capote se encontró con Perry Smith, no solo se topó con un individuo físicamente como él, de baja estatura y aspecto aniñado, sino con alguien en quien veía rasgos de sí mismo y heridas de infancia increíblemente similares. Ambos fueron hijos no deseados, a Perry lo dejaron en un orfanato donde abusaron de él, Truman vivió con distintos familiares con los que nunca tuvo un vínculo afectivo, ambos se sintieron siempre desplazados y abandonados, por sus orígenes humildes y por ser homosexuales. Las madres de ambos se suicidaron y los dos tenían un largo historial de abuso de drogas y alcohol, provocado justamente por ese sentimiento de desarraigo que no les dejaba pertenecer a ningún lugar ni fiarse de nadie.
Tanto Smith como Capote tenían inquietudes artísticas desde pequeños. De hecho, a Truman le salvaron la vida, porque contar historias y leer fue el oasis de paz en su tremenda soledad infantil. Sin embargo, para Smith, este tipo de ansiedad artística fue, seguramente, un modo de aumentarle el sufrimiento, al no conseguir ninguna oportunidad de verse reconocido como sí lo fue Capote. Por eso, es normal que desde el mismo momento en que comenzaron a hablar se reconociesen mutuamente y que Smith pasase a ser el protagonista principal de la novela.
Porque, aunque lo disimulemos con mucha retórica, todos los libros que un autor escribe son el mismo, es la misma búsqueda repetida una y otra vez. Un escritor trabaja siempre como un topo, ejerciendo de minero de sí mismo. Todo lo que le rodea alimenta una búsqueda personal, y no es cuestión de egoísmo, es pura supervivencia.
Cuando Capote dice que Clutter, granjero respetable y religioso, representaba todo lo que odiaba y reprimía a Smith, sabía muy bien lo que estaba diciendo, y no necesitaba leer un manual sobre la mente del asesino para entender qué rencores despertaba en Smith; qué clase de ira alimentaba esa violencia errática que le hizo mirar a Herb Clutter, pensar que seguramente era un buen hombre y al minuto siguiente degollarlo y pegarle un tiro en la cabeza.
La suya será una relación que durará seis años, principalmente epistolar, que acabará con la ejecución de Smith y Hickock al ser declarados culpables, y que irá llevando a Capote al borde de su propio abismo. De este tipo de encuentros es imposible salir ileso.
La novela de no ficción
El 16 de enero de 1966, el diario The New York Times publica una extensa entrevista con Truman Capote a propósito del éxito arrasador de A sangre fría, que inaugura, según él, un nuevo género narrativo: la novela de no ficción. Capote explica detalladamente lo que ya aclara en la nota preliminar del libro: que todos los hechos que se narran en A sangre fría son totalmente factuales, que lo que él relata es exactamente lo que pasó.
La autopublicidad tiene que ser así, obvia y fácil de memorizar, no se lleva bien con los matices, como todo lo que se construye para la viralidad. Por eso, aún hoy en día se sigue diciendo que Truman Capote inventó el género de la no ficción, aunque seguramente lo que hizo fue sublimarlo, llegar a un grado de refinamiento no alcanzado hasta entonces. Lo aceptamos incluso aunque reconociese que nunca tomó notas ni utilizó un magnetófono en sus entrevistas porque, según él, cortaban el ambiente y hacían que el entrevistado no se mostrase tan dispuesto.
Hay que ser un genio de la autopromoción para convencer al público de que se ha escrito un libro de más de cuatrocientas páginas basado en hechos y testimonios reales sin usar un magnetófono. Todas estas declaraciones toman una nueva dimensión cuando se conoce esta relación de espejo entre Smith y Capote y que, probablemente, gran parte del personaje literario en que se convirtió Smith ya vivía dentro del autor.
Perry Smith debe morir
El problema de establecer un vínculo fascinante con un asesino era que, en un país como Estados Unidos en los años sesenta, había altas probabilidades de que ese asesino acabase ejecutado. Por otra parte, por una vez la vida, que suele dejar cabos aleatoriamente sueltos, resultaba categórica y rotunda como una tragedia clásica.
En su entrevista con The New York Times, Truman Capote dice que Perry no entendía por qué él quería escribir un libro acerca del crimen de los Clutter. Le pide incansablemente leer las notas previas, y Capote le envía pequeños capítulos a la cárcel que tienen que pasar la censura de los guardias. Perry esperaba que aquella relación de extraña complicidad que había establecido con Truman a lo largo de los años, siguiendo su proceso judicial, diese como resultado un relato que pudiese utilizar a su favor ante el Tribunal Supremo. Cuando Perry Smith se entera de que el título de la novela será A sangre fría, se viene abajo: entiende al instante que aquella supuesta amistad o comprensión mostrada por Capote había sido un caramelo envenenado; que el único objetivo que perseguía era terminar su novela de la manera más brillante posible.
No me interesaba cambiar la opinión de los lectores acerca de nada, tampoco me movía ninguna razón moral (…) Yo tenía una teoría estrictamente estética acerca de crear un libro que pudiese convertirse en una obra de arte.
Capote relata con deleite a The New York Times cómo Smith se ríe desengañado cuando le cuenta su objetivo. Perry repite en alto: «Qué ironía, qué ironía», porque todo a lo que aspiraba en su vida era a crear él mismo una obra de arte. «He matado a cuatro personas y ahora eres tú quien va a crear una obra de arte.» La conversación de un personaje con su alter ego, dos reflejos de una misma imagen, el margen mínimo de la suerte o el azar que te coloca a un lado o a otro de la vida. Truman Capote ve una parte de sí mismo en Perry Smith, y con ello crea la obra de arte que los consagra a los dos. El problema es que, para que la ceremonia finalice y el libro pueda poner punto final, Smith tendrá que morir.
Después
El 14 de abril de 1965, Dick Hickock y Perry Smith son ejecutados en la horca y Truman Capote asiste como espectador. Aunque cuando se marcha de allí, después de haber visto los pies diminutos de Smith moverse durante diez minutos en el aire antes de que su corazón se parase definitivamente, y parar el coche para llorar, le dice a Harper Lee que ha sido horrible, pero que ha sido un alivio, al fin. Todo ha terminado.
En 1966 se publica A sangre fría y se convierte en un éxito aplastante que llega hasta hoy en día: es la segunda novela de crimen más vendida de la historia. Capote gana dos millones de dólares que lo arrastrarán en una vorágine de lujos y vicio que acabará devorándolo y se convierte desde ese momento en autor inmortal. Consigue lo que no había conseguido nadie hasta entonces: acercarse a un asesino con sentencia de muerte y hacernos ver su intimidad. A quienes le reclaman que no hiciese nada por salvar a Smith de su propio destino, él les contesta: ¿Qué esperaban de mí? Soy escritor.
El escritor es un traidor, hará cualquier cosa por terminar su libro, por añadir un detalle más, por matizar una frase. Si la situación hubiese sido al revés, Perry Smith hubiese hecho lo mismo con la misma frialdad con que degolló a Herb Clutter y luego le voló la tapa de los sesos.
Cuando leí esta novela siendo adolescente recuerdo que algo en la descripción de las vidas de los asesinos me extrañaba, a veces me exasperaba, si bien no podía parar de avanzar. Con el tiempo supe quién había sido Capote, su adoración por Perry y entendí a qué se podía deber esas sensaciones, pero este artículo me da ganas de volver nuevamente al libro.
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Leí este libro hace unos años. Para los que quieren leer en inglés es un libro fácil.
Me gustó, pero la verdad me decepcionó un poco precisamente por su naturaleza de no ficción, al final es como ver un documental. Aun así es bueno.
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Leí en un sitio la anécdota de que intentó hacer una crónica de una gira de los rolling stones y lo dejó por los puteos esperables por un grupo de jovenzuelos salvajes hasta le embadurnaron la puerta de su habitación de salsa de tomarte en venganza por no querer enrollarse en sus juegas. Pensaban que era un estirado aguafiestas y la venganza fue a salsa de tomate fría. No se si fue algo aprócrifo pero así lo leí en una revista hace muchos años.