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Susunu! Denpa Shōnen: a la fama se llega por el infierno 

Susunu! Denpa Shōnen
Nasubi en algunos momentos de Susunu! Denpa Shōnen.

En 1998, el reality japonés Susunu! Denpa Shōnen encerró a un participante en un apartamento con agua y revistas que ofrecían todo tipo de productos en sus sorteos. Solo saldría cuando alcanzara el millón de yenes en premios; a cambio prometían fama y éxito.

Cada domingo por la noche, en Japón, los espectadores encienden la televisión para ver qué tal le va a Nasubi. Los productores del reality Susunu! Denpa Shōnen lo han encerrado en un pequeño apartamento provisto de dos cosas: agua y revistas con las que, a través de los sorteos que vienen en ellas, debe ganar todo lo demás. El objetivo del programa es comprobar si es posible sobrevivir en Japón solo con esos sorteos. Es 1998 y unos meses más tarde se estrenará El show de Truman

Nasubi, de veintitrés años, es un aspirante a cómico que se presenta a las audiciones del programa para darse a conocer. Su verdadero nombre es Tomoaki Hamatsu; Nasubi en japonés significa berenjena y es el apodo con el que se le conoce por la forma de su cara. Susunu! Denpa Shōnen no ha confirmado de qué irá el reality, pero ya es conocido por colocar a los concursantes en situaciones extremas: en anteriores ediciones unos participantes debían llegar de Sudáfrica a Noruega haciendo autostop y uno casi muere deshidratado, otros fueron abandonados en una isla desierta de la que tendrían que salir construyendo su propia balsa. A cambio prometen fama y éxito gracias a la visibilidad que tienen sus concursos. Nasubi es seleccionado sin saber a qué se enfrentará y con la palabra por parte de los productores de que grabarán su día a día de forma confidencial, para valorar si lo emiten o no, y que en cualquier caso nada se hará público hasta el final de la temporada. Tampoco firma ningún contrato. Sus padres, cuando les comunica la noticia, le piden que no lo haga. Nasubi se niega y les explica que esa popularidad le conseguirá una carrera como cómico, así que ellos le hacen prometer una cosa: «No te desnudes». 

La producción le explica las reglas al llegar al apartamento: podrá salir cuando acumule un millón de yenes en premios; unos siete mil euros en aquella época. Tiene agua, revistas para los sorteos, un váter, una ducha, una pequeña mesa, aire acondicionado, un hornillo de gas y un teléfono que solo sonará cuando alguna revista se ponga en contacto con él. El resto tendrá que ganarlo, así que le piden que se quite la ropa. Nasubi, con pelo corto y afeitado, se parte de risa mientras se tapa el miembro con un cojín. Las veces que no lo haga, que serán todas a partir de entonces, le colocarán desde posproducción una berenjena que oculte sus partes. Y comienza la emisión. 

El primer sorteo que gana, a las dos semanas, son unos sobres de gelatina, aunque los primeros con los que prueba suerte, para no tener que estar desnudo, son los de ropa —durante los trescientos treinta y cinco días que tardará en alcanzar la suma de dinero, la única prenda que va a ganar son unos pantis de segunda mano de los que prescindirá por no entrar en ellos—. Con el siguiente sorteo consigue cinco kilos de arroz que no puede cocinar por no haber ganado todavía ningún utensilio donde cocerlos, así que los come crudos. Los montadores de Susunu! Denpa Shōnen introducen rótulos como «crunch, crunch» cuando los mastica o «knock, knock» cuando alguien llama a su puerta —la única forma de interacción real con el exterior que tiene—. En una ocasión, muerto de hambre y ya con barba y pelo largo, un pedido de ramen llega por equivocación a su apartamento. Piensa que, por alguna razón, el programa le está haciendo un regalo —«¿Habrá ganado algo?», puede leerse en los rótulos antes de que abra la puerta— pero, al no tener con qué pagarlo, el repartidor le pide disculpas por la equivocación y se lo lleva. Nasubi, que ha olido la comida y la ha tenido a pocos centímetros de su cara, queda devastado. Es algo que ocurrirá varias veces en el transcurso del programa. 

Nasubi comienza a participar en sorteos con los que satisfacer sus necesidades del día a día. También gana premios que no le sirven, como una bicicleta, entradas de cine o videojuegos, pero que le acercan a la meta del millón de yenes. Su filosofía es la de aprovechar cualquier tipo de envase y probar y probar hasta que pueda cocinar más o menos las cosas: con agua caliente en una lata vacía de tomate, y aplicando un poco de calor con el hornillo, descubre cómo ablandar la pasta o el arroz; a los filetes les clava un bolígrafo y los sostiene sobre el hornillo hasta que dejan de estar totalmente crudos. A los dos meses gana un perro de peluche al que llama Bi-Nasu; le ata una brida y empieza a darle paseos por el apartamento mientras habla con él —«¡Gracias por hacerme compañía, Bi-Nasu!»—. También una figura de acción a la que se refiere como sensei y pide consejos vitales. A los tres meses consigue una aspiradora con la que limpiar el apartamento, una televisión sin antena —si hubiera venido con conexión habría descubierto que el programa ya estaba emitiéndose— y un cepillo y pasta de dientes.

Una vez Nasubi agota los cinco kilos de arroz, comienza a comer comida de perro. También a esa altura entra por primera vez al apartamento un médico para comprobar que su salud no corre peligro, pero en todo el tiempo que dura el programa, y a pesar de los visibles cambios en su comportamiento y forma de hablar, que se vuelve ostensiblemente más lenta, ningún psicólogo entrará a comprobar su estado. 

Tras seis semanas alimentándose a base de comida para animales, Nasubi vuelve a ganar arroz y alcanza el medio millón de yenes. Lleva seis meses encerrado y para entonces ya ha participado en treinta y ocho mil concursos; una media de doscientos once al día. También en aquel momento se descubre la dirección de su apartamento. La prensa, los paparazi y algunos fans intentan colarse sin éxito, mientras Nasubi, ajeno a que millones de personas ya están viendo el experimento que le tiene como protagonista, es despertado en mitad de la noche. «¿Qué pasa? ¿He ganado ya?», pregunta medio dormido. Nadie responde, solo le dan un antifaz y lo suben a una furgoneta para cambiarlo de localización. Tampoco le dicen que han habilitado una web donde la gente ahora puede verle todas las horas del día y todos los días de la semana y que hay una persona del equipo técnico exclusivamente dedicada a tapar su sexo durante el directo con la imagen de la berenjena y que muchas veces falla. Lo único que le dijeron es que querían probar en otra localización por cuestiones técnicas. 

Volvieron a moverle de apartamento tras dos semanas en las que no ganó nada y pasó mucha hambre; esta vez para levantarle el ánimo. Habían pasado ya diez meses desde el inicio de Susunu! Denpa Shōnen, estaba en su tercer apartamento y, por primera vez, ganó papel higiénico: por fin podía dejar de limpiarse las heces en la ducha. También una PlayStation que pudo usar gracias a la televisión y los videojuegos que ya tenía. Durante cuatro días no mandó nada a ningún concurso y jugó sin parar a la consola: el programa le mandó un aviso por carta para que dosificara el uso y no se olvidara de seguir participando en sorteos, de otro modo podría quedar eliminado. Siguió sus instrucciones y, con una bolsa de arroz, trescientos treinta y cinco días después, alcanzó el millón de yenes.

Siguiente parada: Corea del Sur 

Susunu! Denpa Shōnen vistió a Nasubi de traje y lo llevó de celebración a un parque de atracciones y a un restaurante. Más tarde le pusieron un antifaz para una última sorpresa. «¿Dónde está?», se leía en los rótulos del programa. Nasubi mira a su alrededor y ve un apartamento vacío con una pila de revistas: «¿Eh?». «Desvístete», le dice una persona. Cierra los ojos, resopla fuertemente y agacha la cabeza. «¿Puede la gente vivir en Corea solo ganando premios?», susurra el narrador del programa. Y comienza, sin previo aviso, la segunda temporada del experimento Nasubi. Pero esta vez el reto era diferente: tendría que lograr lo suficiente para comprar unos billetes de avión con los que volver a Japón. Además del agua y las revistas, Susunu! Denpa Shōnen le entregó un diccionario para traducir del coreano al japonés. 

Nasubi alcanzó en dos meses la meta y pudo permitirse los billetes. Los productores, insatisfechos ante el rápido éxito del concursante, cambiaron las reglas: no valía que los billetes fueran de clase turista, tenían que ser de clase business. Nadie se lo dijo y le dejaron que siguiera concursando. Alcanzó la meta en poco tiempo y volvieron a subir la apuesta: no valía que fueran clase business, tenían que ser de primera clase. Lo consiguió en cuestión de semanas. 

La producción del programa volvió a taparle los ojos cuando llegó a Japón y le metieron en una nueva localización. Cuando Nasubi se quitó el antifaz, miró a su alrededor y vio un nuevo apartamento, se desvistió de inmediato sin que nadie se lo pidiera. En ese instante, las cuatro paredes del apartamento se cayeron y se desveló la ubicación: era un plató de televisión. Cientos de personas comenzaron a aplaudir a un Nasubi desnudo y bloqueado, con una melena que ya le llegaba a los hombros, mientras los presentadores le felicitaban y anunciaban que había ganado el concurso. «Mi casa se ha caído», fue lo primero que alcanzó a verbalizar y todo el público estalló en carcajadas. Comenzaron a ponerle algunos de sus mejores momentos en el programa. «¿Pero estaba emitiéndose ya? ¿Todo el mundo me ha visto desnudo durante este tiempo?», preguntaba avergonzado. Habían pasado quince meses desde su primer día en el primer apartamento. 

¿Mereció la pena? 

Nasubi, tras su paso por el reality, no alcanzó el éxito como cómico y todas las llamadas que recibía eran para hablar de su experiencia en el programa o realizar desnudos en películas. Meses más tarde, reconoció que la ropa le molestaba, que ya no se sentía cómodo llevándola, que le costaba hablar, que se había olvidado de socializar. Marchó a su localidad natal, Fukushima, donde montó una compañía de teatro y se centró en los papeles dramáticos. En 2016 escaló el monte Everest para recaudar fondos para una causa benéfica y en 2020, cuando todo Japón tuvo que encerrarse en casa debido a la pandemia, compartió desde la suya consejos sobre cómo llevar el aislamiento y la soledad. 

A Nasubi le preguntaron años después por qué no se marchó si estaba mal, ya que él mismo reconoció que el apartamento no tenía cerradura: «Habría tenido que salir desnudo y buscar ayuda, pero no creo que fuera eso lo que me retuvo allí. Lo único que tengo que decir es que dije que lo haría y hago lo que digo. El espíritu japonés es que uno se mantiene. Aguantas las cosas. Cuando te dan algo, ya sea más fácil o más difícil, lo haces». También dijo que se negó a continuar en el programa cuando le trasladaron a Corea, pero que le convencieron y que él, por el agotamiento físico, no fue capaz de negociar en ese momento. Además, estaba convencido de que, si se negaba, le habrían abandonado sin ropa ni dinero en Corea. 

La audiencia que alcanzó el calvario de Nasubi, con diecisiete millones de japoneses pegados a la pantalla cada semana, es mayor que la de eventos internacionales como la última final de Champions (7,7), las finales de la NBA (12,4) y ligeramente inferior al cierre de la serie Juego de Tronos (18,4). El director de Susunu! Denpa Shōnen, Toshio Tsuchiya, explicó años más tarde cuál fue su objetivo: «Todo el proyecto estaba tratando de llegar a una humanidad muy básica. Nasubi había llegado a un estado en el que estaba en una parte tan elemental de su existencia que bailaba sin darse cuenta de que había bailado. Y bailaba con regularidad. El individuo moderno está encadenado por las convenciones y las expectativas y todas esas cosas que llevamos en el día a día. Y yo quería ver cómo dejaban caer algo de eso para mostrar esta simple humanidad y luego el agradecimiento real».

Tsuchiya confesó que se había disculpado con Nasubi por el daño que le hizo, pero que no se arrepentía: «Mi objetivo es producir milagros, y con Tomoaki Hamatsu, eso es lo que ocurrió».

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2 Comments

  1. Agente Smith

    Había oído hablar de lo retorcidamente sádicos que son los concursos de la tele japonesa, pero esto hace que ‘La naranja mecánica’ parezca una película de Disney. Es un milagro que el tal Nasubi no acabara colgándose de una viga de su apartamento (probablemente porque no tenía cuerda), o convertido en un asesino en serie.

  2. Y pensar que hubo asociaciones de padres que pusieron el grito en el cielo cuando se estrenó Humor Amarillo en España… Llegan a ver lo que pasó este pobre hombre y al día siguiente piden que la Sexta Flota arrase Japón.

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