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Prey: por fin una buena secuela de Predator (y la polémica más tonta del verano)

Prey. Imagen: Disney +.
Prey. Imagen: Disney +.

¿Con cuál película se ha sentido usted ofendido/a este verano? ¡Espero que con todas! Eso demostraría que es usted uno de tantos estandartes de los más sagrados valores de Occidente.

Por mi parte, he pasado demasiado calor como para sentirme ofendido por nada, pero no podía resistirme a comentar la polémica cinematográfica más tonta del estío, relacionada con una de las franquicias que más me gusta comentar. Sí, esa franquicia compuesta por una película que es una obra maestra repleta de infinitos matices, Predator, seguida de una retahíla de secuelas casi siempre fallidas que en algunos casos bien podrían haber rebautizado la franquicia como Siesta o Migraña.

Incluso en mitad del estupor veraniego puedo admitir que el coronar una polémica como la más tonta del verano es atrevido. Hablamos de una competición reñida, porque en estos tiempos no hay película de un gran estudio que no venga precedida por su prescriptivo escandalito cibernético de naturaleza político-moral. Son tantos y tan frecuentes estos escandalitos que resulta imposible seguir el hilo de todos.

En los años ochenta, cuando se estrenó Predator, un único escándalo moral daba, como poco, para un par de años. En 1985, Tipper Gore, la esposa tontalaba del igualmente tontolaba senador Al Gore, le compró a su hija de once años el disco de moda por entonces: Purple Rain de Prince. Después, la señora Gore empezó a tirarse de los pelos porque oyó de pasada una de las canciones del disco, titulada «Darling Nikki», donde Prince hablaba de una chica que, ¡oh!, se daba placer a sí misma (En concreto, la canción dice: «Me la encontré en el vestíbulo de un hotel, masturbándose con una revista»). Es difícil disculpar a Tipper Gore por su error. A mediados de los ochenta había que ser bastante pánfila para creer que alguien como Prince escribía letras apropiadas para una niña. Supongo que la señora Gore no había visto la portada de un disco publicado pocos años antes, Dirty Mind, cuya portada mostraba a Prince en tanga (y, donde, todo sea dicho, Su Princísimo desarrolló el patrón universal que después sería reusado como «modelo básico de canción Fito y Fitipaldis»).

En fin, que Tipper Gore cometió un grueso error de supervisión materna y decidió culpar a todos los demás. Convenció a su marido para que el Senado intentase instaurar una monjil censura de la industria musical, y el resto es historia: se organizó una comisión de investigación filmada donde los senadores quedaron como imbéciles cuando descubrieron, al mismo tiempo que lo descubrieron los espectadores en sus casas, que los músicos de rock, en una incomprensible distracción del Creador a la hora de distribuir cerebros, podían ser más inteligentes que los políticos. Pues bien, en 2022 todos somos Tipper Gore. No importa la ideología, el país, el género de cada cual: todo nos parece siempre mal. Que no lo censuro; cada cual que se queje por lo que le dé la gana, siempre que no pretenda que los legisladores atiendan a sus manías y traumitas.

Aun así, no negaré que me ha llamado la atención que muchas personas que afirman ser auténticos fans de la película Predator original hayan decidido rechazar Prey, lo más parecido que jamás hemos tenido a una buena secuela (bueno, narrativamente es una «precuela», pero ya me entienden), y que ese rechazo esté fundamentado, para colmo, sobre una aparente incomprensión del mensaje que transmitía la película original. «Es ridículo que una chica adolescente pueda enfrentarse al Predator cuando un grupo de supersoldados armados hasta los dientes no fueron capaces». Exactamente: ¡esa era la idea de la película original! Que la fuerza física, que en el cine de los ochenta se materializaba en montañas de músculos y siempre salía ganando, no servía de nada contra la nueva amenaza. Un Arnold Schwarzenegger a quien todos los espectadores conocían por resolver las películas a base de golpes, tiros o espadazos, se encontraba con la desagradable realidad de que el enfrentamiento físico era completamente inútil frente al Predator. Arnold vencía al alienígena usando el último recurso que le quedaba, la astucia, de manera muy similar a como una mujer, Sigourney Weaver, había hecho en Alien pocos años antes. No en vano, Predator fue escrita básicamente como una imitación de Alien ambientada en la selva. Es más, incluso usando la astucia, Arnold venció por muy poco, pues a punto estuvo el alienígena de llevárselo consigo en una explosión nuclear. La película Predator, pues, jugó con las expectativas de los espectadores de los ochenta para ejecutar una demolición controlada del estereotipo de héroe de acción que imperaba por entonces. Ojo, no tengo problema alguno con el estereotipo de héroe de acción de los ochenta, que me parece mucho más divertido que los superhéroes de Marvel, pero es verdad que se estaba volviendo repetitivo cuando John McTiernan decidió pegar el volantazo con Predator (y, a su manera, con La jungla de cristal).

Prey. Imagen: Disney +.
Prey. Imagen: Disney +.

Hoy, John McTiernan lleva lustros inhabilitado para el cine porque básicamente está como una regadera, y hay pocos directores, si es que existe alguno, que tengan esa misma capacidad para revolucionar todo un género con éxito por el simple procedimiento de ir contracorriente. Pensemos que Predator fue producto de un cúmulo muy particular de circunstancias que rara vez se dan en Hollywood: unos grandes guionistas con ideas nuevas, un director casi primerizo al que no le importaba jugarse la carrera con un atrevido experimento, y un actor principal que tenía bastante poder como para respaldar a ese director y sus locuras, y también arriesgándose él mismo a pegarse un batacazo profesional. Seamos claros: la Predator original no será igualada por ninguna de sus secuelas. No sucederá, es imposible. Y no es solo por su calidad, sino porque la manera en que aquella película contaba esa particular historia era algo único. Tampoco Tiburón o Halloween han tenido secuelas a la altura de la original, ni las tendrán jamás.

No hace falta, sin embargo, que una secuela iguale el original. Basta con que sea una buena película, y las secuelas de Predator siempre han cojeado por uno u otro lado. Por ejemplo, aún recuerdo la sensación al ver Predators (2010). Al principio, pensaba: «Eh, los Predators han llevado esta gente a una especie de coto de caza en otro planeta, esto suena bien». Después, la película iba volviéndose más estúpida por momentos, incluyendo personajes que ejercían como maniquís para emitir diálogos de exposición de una manera tan exagerada que sonrojaría al mismísimo Rey de los Maniquís Expositores, Cristopher Nolan.

La franquicia ha tenido de todo: secuelas, precuelas y viruelas (Alien vs Predator). Le tengo cariño a Predator 2, pese a que no ha envejecido del todo bien, y Predators me hubiese gustado si no degenerase en esos tontísimos segundo y tercer actos. Y yo era el primer escéptico sobre Prey, pero es realmente una película que devuelve la franquicia a unos estándares de calidad. Y esto es mucho decir. A estas alturas es bastante fácil sentirse aburrido de las franquicias de Hollywood; todo el cine de gran presupuesto que estrena la babilónica maquinaria de Tinselton es como una franquicia eterna, interminable, en la que cada vez hay menos estímulo para el espectador que busque algún tipo de emoción relacionada con la vertiente artística del cine.

Y no lo digo, creo, desde una perspectiva esnob. Soy un espectador palomitero como el que más. Como a casi todo el mundo, me gusta ver blockbusters sobre alienígenas, dinosaurios y edificios que se rompen, pero me lo paso mejor si da la casualidad de que esos blockbusters están hechos con un mínimo de personalidad artística e intención estética. Y no es incompatible lo uno con lo otro. Si hacemos caso a la historia, los dos primeros largometrajes a los que se puede aplicar el término blockbuster fueron El padrino y Tiburón, que también son consideradas dos de las más grandes obras maestras del cine, y con toda justicia. Durante décadas, y como mínimo hasta los años setenta, el mejor cine solía ser también el cine comercial, que era el que tenía los medios y el que atraía el talento. John Ford, Hitchcock, Wilder, hacían cine pensando en el espectador. Y también lo hacían pensando en el arte.

Pues bien, para una vez que una de esas franquicias resucitadas una y otra vez nos sorprende con una entrega que realmente está bien hecha, nos ponemos a quejarnos de que la protagonista es una chica. Y es una pena, porque esta clase de polémica, por más que no llegue muy lejos, le da a la película una mala publicidad que realmente no merece.

Como ya sabrán, Prey está ambientada a principios del siglo XVIII. Un Predator aterriza en Norteamérica, justo en una zona habitada por un clan de indios comanches, y por donde deambulan también unos cazadores franceses. La protagonista es Naru, una adolescente comanche empeñada en que algún día le permitan graduarse como cazadora en una ceremonia normalmente reservada a los varones. Naru es inteligente, valiente y decidida. Y muy observadora; cuando el Predator aterriza, ella es la primera en entender que en los bosques hay algo que se sale de lo normal.

Prey. Imagen: Disney +.
Prey. Imagen: Disney +.

Para la trama principal —la aparición de un alienígena que mata a la gente— es indiferente el sexo de la protagonista. Eso sí, la película usa la fricción entre Naru y las costumbres de su pueblo como un conflicto secundario, y eso es algo que entronca bien con la Predator original. Recordemos que había varios conflictos secundarios en la película de McTiernan, entre ellos una más que posible relación homosexual encubierta. Pero nada, polemiquita de turno. Históricamente, ¿solían «graduarse» como cazadoras y guerreras las mujeres comanches del mismo modo que los hombres? Pues supongo que no, pero es que la película no afirma otra cosa. De hecho, el guion muestra la actitud de Naru como una rareza entre los suyos. Cada vez que insiste en que quiere ser cazadora, sus paisanos la miran con extrañeza, o se burlan, o pretenden hacerla entrar en razón. Casi todos ellos parecen pensar que Naru está atravesando una etapa rebelde y que «ya se le pasará». Eso sí, por fortuna no aparece el personaje estereotipado que representa al Malvado Patriarcado Comanche y que se pone a berrear «¡estás poniendo en peligro nuestras tradiciones!».

En este sentido, Prey hace algo poco común en Hollywood: muestra a los nativos de las llanuras como personas normales, no como iluminados místicos que tienen una conexión mágica con la naturaleza y una creencia ciega en cualquier cosa que suene a mitología tradicional. Cuando Naru, después de ver una nave alienígena descendiendo, le cuenta a su hermano que ha visto el «pájaro de trueno» en el cielo y que eso es una señal de que está destinada a convertirse en cazadora, él ni siquiera se lo discute, como si su alocada hermana pequeña le estuviese hablando de un sueño.

Cuando Naru les dice a otros jóvenes del poblado que cree haber identificado a un monstruo que pulula por el bosque como el mupitsl, un ser descrito por la tradición oral, se ríen de ella y le preguntan si de verdad cree en «cuentos para niños». Es más, diferentes individuos del clan reaccionan de diferente manera ante las excentricidades de Naru, lo cual es refrescante de contemplar porque la ficción suele mostrar a los indios como pueblos monolíticos donde nadie posee una personalidad propia. No me importaría ver una serie sobre nativos norteamericanos que los retratase con la naturalidad de esta película. Está claro que los guionistas estaban bien asesorados, haciendo incluso divertidos guiños históricos: cuando el hermano de Naru ve a un francés cabalgando, se dice: «Tengo que hacerme con un caballo». Y eso es justamente lo que hicieron los comanches décadas antes de que los asombrados europeos los describiesen como «los mejores jinetes del mundo».

Prey hace bien casi todo, pero no todo. En la parte buena, destacan las interpretaciones. La actriz protagonista Amber Midthunder hace muy buen trabajo y realmente no entiendo las críticas hacia ella; los pocos aspectos discutibles de la construcción de su personaje, que alguno hay aunque no son importantes, son obra del guion. Me ha sorprendido especialmente el actor Dakota Beavers, que interpreta al hermano de Naru, el personaje más interesante de la película (escrito de manera bastante más poliédrica que la protagonista). No conocía de nada a este actor y de hecho este es su primer largometraje. Antes de ver Prey, había leído que cantaba y tenía muchos seguidores en Instagram, y me había temido que fuese una especie de influencer inútil, pero resulta que actúa bien, tiene carisma (y, ya de paso, sí sabe cantar). Salvo ellos dos, no hay muchos más personajes de peso, así que nadie debe esperar una película coral como lo era Predator.

Otro aspecto bueno es la dirección de Dan Trachtenberg, muy notable si tenemos en cuenta que esta es solamente su segunda película, después de la muy apreciable 10 Cloverfield Lane. Este cineasta posee un muy buen instinto para la estética visual y un gran sentido del ritmo; la película empieza con lentitud, pero es justo lo que la historia necesita. Trachtenberg ha entendido que el suspense es un elemento clave de la saga Predator y que, por más que los espectadores sepamos ya cuál es la amenaza, lo importante es que la película haga como que no lo sabemos. Ha acertado al situar a los espectadores en el punto de vista de los personajes. Como decía Hitchcock, lo importante no es tanto lo que sabe el espectador, sino lo que saben (o ignoran) los personajes. En este detalle, por ejemplo, la mencionada Predators de Nimród Antal fallaba estrepitosamente, suponiendo que no hacía falta «mantener el misterio» porque los espectadores ya conocíamos a los Predators. Grueso error.

El único error de Trachtenberg ha consistido en derivar el suspense inicial no hacia el terror, sino hacia la acción. Y esto es casi el camino inverso del original. Recordemos que Predator empezaba como una película de acción en el primer acto, seguía como una película de suspense-terror-ciencia ficción en el segundo acto, y terminaba como una especie de Halloween con Arnold Schwarzenegger en el lugar de Jamie Lee Curtis y el Predator en el lugar de Michael Myers. En aquel tercer acto, Schwarzenegger no era ya mostrado como un héroe de acción. Se arrastraba por el fango jadeando con cara de pánico, y llegaba a considerarse vencido en varios momentos. Ya no era un soldado invencible, sino un hombre llevado al límite de la resistencia mental y física, como habían sido llevadas al límite Jamie Lee Curtis en Halloween o Sigourney Weaver en Alien. Esto es lo que Trachtenberg ha olvidado hacer en Prey. No vemos, como deberíamos haber visto, a la protagonista bordeando el colapso. Y eso ha perjudicado, aunque no arruinado, el tramo final. Hay incluso un par de momentos en los que contemplamos piruetas dignas de Marvel que estaban completamente fuera de lugar, aunque por fortuna son anecdóticas y supongo que responden a lo que los ejecutivos del estudio creen que espera el espectador actual. La película hubiese sido mucho más poderosa si hubiese imitado esa idea, por otra parte lógica, de que enfrentarse a un Predator puede llevar a cualquiera a sentir pánico y desesperación.

El único detalle realmente negativo de Prey son los efectos especiales computerizados. Que están bien aplicados al Predator (aunque he visto fotos del disfraz que usaron en el rodaje y, francamente, ¡me gustaba más sin los efectos!). Sin embargo, cuando aparecen animaciones de animales, son terribles. Lo cual no me importa mucho, a fin de cuentas hablamos de unas pocas escenas y estoy más que acostumbrado a los cochambrosos efectos de la serie B ochentera, pero realmente llama la atención el contraste con la buena factura visual del resto de la película. Este es el único defecto realmente grueso de la película, aunque supongo que por cuestiones de presupuesto y tiempo el director no tuvo otro remedio que tragar.

Por lo demás, y aun con sus carencias, Prey es la única secuela de Predator que merece la pena por sí misma (aunque Predator 2 tiene su encanto), incluso prescindiendo de la nostalgia, o aunque no hubiésemos visto antes una película sobre este alienígena cazador. Podríamos decir que los dos primeros actos son mejores que el tercero, pero en ningún momento la película llega a venirse abajo. Es una lástima que no se haya estrenado en cines, porque visualmente contiene muy buenos momentos. Y creo no ser el único que ha pensado que estaría bien, de hecho estaría muy bien, que se hiciesen más secuelas en este registro, ambientadas en diferentes épocas y contextos culturales. Eso sí, supongo que sería mucho pedir una serie spin off sobre comanches peleando contra colonos europeos, pero eso ya es otro cantar. En fin, ahora me voy a protestar porque, y esto es indignante, resulta que un niño pequeño es capaz de enfrentarse a dos ladrones en una aberración moral titulada Solo en casa. Cómo se atreven a hacer estas cosas, ¿es que nunca han visto un ladrón de verdad? Es más, ¿es que nunca han visto un Predator de verdad?

Prey. Imagen: Disney +.
Prey. Imagen: Disney +.

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6 Comentarios

  1. Yo la habría titulado «Predator Steampunk»

  2. Me ha encantado. Demuestra que aún se pueden hacer películas palomiteras de acción, violencia y destripe con un punto de partida original. La diversidad es sin duda necesaria y positiva pero muchas películas te la restriegan por la cara como alarde de virtud; Prey sin embargo enseña que puede ser uno de los ingredientes del éxito, no sólo una casilla donde poner una cruz.

    Y la fotografía es fabulosa.

  3. Muy buen repaso. Fui a verla engañado con unos cuantos niños y nos gustó a todos. Los críos no conocían la primera película.

  4. Aburrida, y soporífera pero bueno hay públicos para todo

  5. celsiuss

    Veo que la estan defendiendo demasiado a esta pelicula…
    no es nada del otro mundo (jaja)
    un 6 .
    Cuando se toca una saga querida por la gente pasan estas cosas… ni hablar de star wars…

  6. Estoy perplejo ante tanta adulación a esta película, un film que, desde mi punto de vista, torpemente ejecutada. Desde la falta de carisma de todos los personajes hasta la falta de consistencia con la suspensión de credulidad (un Predator increíblemente capaz contra bestias y humanos armados con tecnología, pero asombrosamente torpe contra palos, piedras y cuchillos). La dirección artística desaprovecha totalmente lo que debería ser uno de los protagonistas principales: el entorno. Hasta «Un país para comérselo» tiene una fotografía más espectacular. Por no hablar del grupo de los franceses, caricaturizados sin ningún rasgo de ambigüedad.
    Me parece acertadísimo el cambio de paradigma, tanto en el espacio temporal como en la protagonista femenina, pero no puedo entender la unanimidad de crítica y público al loar los logros de algo tan mal llevado a cabo. Algo se me está escapando…

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