El Polo Norte del planeta ejerce una extraña fascinación sobre algunas personas. Hay gente para todo. Quien no lo haya visitado y desee hacerlo debería darse prisa, porque el hielo está fundiéndose y cualquier día de estos ahí no quedará más que agua. Si acepta un consejo, le recomiendo que se quede en su casa. Lo advierto de entrada: viajar, en general, es una mala idea que conlleva incomodidades e imprevistos. Aun así, tal vez usted se empecine.
En ese caso se parece usted un poco a sir John Franklin (1786-1847), uno de los primeros exploradores polares. Franklin experimentó personalmente las muy deficientes infraestructuras turísticas de los territorios árticos entre 1819 y 1822, durante una expedición a pie por el noroeste de Canadá. De los veinte miembros de la expedición, diez murieron de hambre y uno fue asesinado (algo de canibalismo, parece); los supervivientes, Franklin incluido, se salvaron comiendo zapatos.
A Franklin debió de gustarle la experiencia, porque en 1845 organizó una nueva expedición para encontrar el famoso paso del noroeste, con dos barcos y ciento veintiocho hombres. Desaparecieron todos. Se organizaron múltiples viajes de búsqueda, con un interesante resultado: el número de rescatadores muertos fue superior al de quienes componían la expedición original. Aún más interesante resulta saber las causas del fallecimiento de Franklin y su gente, descubiertas paulatinamente en expediciones posteriores. Por resumir, murieron de todo menos de calor. Aparte del ya tradicional canibalismo, fallecieron por escorbuto, envenenamiento (sus latas de conserva estaban selladas con plomo altamente tóxico), hambre y congelación.
Muy bien, señor Franklin. ¿Insiste en viajar al Polo Norte? Pues le ofrezco un tutorial avalado por mi propia experiencia. Sí, yo estuve en ese lugar inhóspito. En pleno invierno, por supuesto, con veinticuatro horas diarias de noche cerrada. Puedo explicar cómo se maneja a oscuras un trineo de perros.
Antes, sin embargo, intentaré tentarle con algunas propuestas más razonables y, muy importante, baratas. Comprobadas en persona por un servidor.
¿Qué tal un crucerito a vela por la Polinesia? Para empezar, hace falta que alguna potencia nuclear realice ensayos atómicos en, por ejemplo, el atolón de Mururoa. En poco tiempo se formará una flotilla de protesta que acudirá al lugar desafiando al tedio y a los temporales. Simule ser un ecologista antinuclear de toda la vida y embárquese. Hay que resistir hasta que, pasadas unas cuantas semanas, el patrón de la tripulación decida deshacerse de los pasajeros gorrones facilitándoles un bote a vela averiado y dejándolos a la deriva cerca de los barcos de guerra de la potencia nuclear en cuestión. El día es agradable y soleado, se encuentra a bordo de un velerito en el Pacífico sur y confraterniza con otras personas más o menos apiñadas en ese puñetero cascarón de nuez.
Tenga muy en cuenta lo siguiente:
-Antes de permitir que los del velero grande lo abandonen en el velero pequeño que hace aguas, asegúrese de que se encuentra en aguas territoriales de la potencia nuclear. Si no se encuentra ahí, no le abordarán para detenerlo. Si no hay abordaje y arresto, se ahogará de la forma más tonta.
-Identifique a quienes se marean y manténgase alejado de ellos.
-Ni se le ocurra ofrecerse para meterse bajo cubierta y achicar agua. Niéguese. Es cansadísimo y repugnante y no sirve para nada. Quédese arriba tomando el sol.
-Cuando por fin llegue el abordaje militar (si no llega, dese por difunto) ofrezca un poco de resistencia: sufrirá alguna contusión, pero será uno de los primeros rescatados. A partir de ahí, un juez se encargará de planificar gratuitamente el resto de su viaje.
Tal vez no sea muy de mar y le interese volar en avión privado. No saldrá gratis, pero sí barato. Se me ocurre, por ejemplo, que tal vez un día se encuentre bloqueado en un país a causa del mal tiempo y, por alguna razón, quiera largarse de allí como sea. Supongamos que está en la Bulgaria comunista (difícil, pero no imposible según va el mundo), no deja de nevar y tanto los ferrocarriles como las carreteras y los aeropuertos permanecen cerrados. Tranquilo, hay solución. Acuda al aeropuerto y dedíquese a merodear. Idealmente, encontrará un piloto del servicio de correos muerto de aburrimiento y un poco achispado: no busque más, es su hombre. Ofrézcale una determinada cantidad de dólares, no muy alta, a cambio de que le lleve en su avioneta biplaza, de fabricación rusa, desde Sofía hasta Burgas, en la costa del mar Negro, donde el clima es mucho mejor y el aeropuerto funciona. No, insisto, NO le pague por adelantado, porque en ese caso el piloto comprará una botella (o varias) para el viaje y diez minutos después de despegar (si se sobrevive a la maniobra sobre una pista de hielo) estará completamente borracho.
Más consejos:
-Vaya abrigado. En esas avionetas no hay calefacción.
-Intente no mirar al piloto durante el vuelo. Estará borracho, pero tiene tanto miedo como usted. Y se le nota, lo cual resulta descorazonador.
-Intente no mirar ni arriba ni abajo. Puede darse que arriba estén los montes Balcanes y abajo el cielo. Eso también resulta descorazonador.
-Puede parecerle en algún momento que la avioneta ha estado a punto de estrellarse contra la cordillera. No se preocupe, se trata de un efecto óptico. En realidad, la avioneta ha pasado a casi dos metros de ese pico.
-Sea consciente de que, por más que cierre la boca, el vómito acabará saliendo. La naturaleza siempre se abre paso.
-Una vez en Burgas, júrese que nunca más.
Si, pese a estas alternativas, insiste en conocer la gélida oscuridad del Polo Norte a bordo de un trineo tirado por perros, ahí van mis enseñanzas. La primera y fundamental, dado que en un trineo viajan un pasajero y un conductor, consiste en hacer lo necesario (insisto: lo necesario, sin pensar en consecuencias penales) para ser el pasajero, que va sentadito bajo un montón de mantas. Nunca el conductor.
Bien. La otra persona ha demostrado ser más fuerte y malvada que usted y se ha acomodado en el asiento. Sitúese detrás del trineo y pise una barra metálica llamada «freno». No deje de pisarla. Los perros de ahí delante pueden salir de estampida en cualquier momento.
Como es de noche, utilizará un casco con linterna. Como pueden encontrarse con un oso polar, llevará un rifle colgado del hombro. Tendrá que dedicar una mano a sujetar el casco y el arma durante todo el recorrido, y la otra mano servirá para sujetar las riendas.
Estará usted temiendo que se le escapen las riendas. No se preocupe. Esos perros son profesionales y procuran moverse al trotecillo. De hecho, cuando se llega a una cuesta apelan a sus derechos y se paran. Le toca a usted mover el trineo apoyando una pierna sobre la nieve y empujando, como si remara. En caso de que por error apoye los dos pies sobre la nieve, los perros se la jugarán y saldrán pitando con el trineo y el pasajero.
Sea consciente de una cosa: aunque usted emprendiera el absurdo viaje al Polo Norte en trineo de perros para ver osos polares, realmente no quiere encontrar ningún oso polar. Ni siquiera quiere estar ahí. Hace frío, está oscuro, resulta que ahora le dan mucho miedo los osos y cada vez que resbala empujando el trineo lo que oye no son ladridos, sino risas perrunas.
Lo más seguro es que, asfixiado, con las piernas exhaustas y una inquietante hiperventilación, acabe llegando a un refugio. En ese caso, no pise el freno, apéese y confíe en que los malditos perros arrastren a su maldito acompañante hacia un precipicio helado. Por si no llega al refugio y se encuentra en la situación del querido sir John Franklin, asegúrese de llevar mucha ropa de abrigo, comida en conserva (sin plomo), vitamina C contra el escorbuto y un acompañante rollizo, que para algo lleva usted el rifle. Dicen que la carne humana tiene un sabor parecido al del cerdo.
Brutal. Lo malo es que ahora necesito más.
Fantástico, Enric, como siempre. Para cuándo una novela de ficción? O unos cuantos relatos cortos? Me he quedado con ganas de más, como el anterior comentario. En unas líneas me ha metido en el meollo de cada situación descrita.
Eres bueno muchacho, muy bueno
González, Eric. Listo. Agregado a mi lista de redactores a leer.