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Cien piedras

cien piedras
La portada de San Vicente Mártir de Frías en The Met Cloisters, Nueva York. Fotografía: DP.

Cien piedras, eso es todo cuanto queda. Cien piedras y la mayoría no están enteras. En muchas solo se pueden apreciar algunos relieves desdibujados, pequeñas esculturas mutiladas y vestigios irreconocibles de aquello que tenían esculpido en su día. Tampoco sabemos cuánto falta exactamente, qué proporción del total representan estas cien piedras, pero con un poquito de trigonometría se puede hacer una aproximación: probablemente se trata de menos de la mitad, en torno al cuarenta por ciento o algo menos que eso. Entre las dovelas que sobreviven hay ocho polilobuladas que solo podrían formar parte del primer arco; para completarlo hasta los 180 grados se necesitarían once piezas más. Con el resto de arquivoltas las cuentas salen parecidas.

Cien piedras. Apáñatelas para reconstruir con eso una portada románica entera. Es como resolver un puzle con un tercio de las piezas. Peor: es como resolver un puzle con un tercio de las piezas después de hacerlas trizas y dejarlas años a la intemperie. El consuelo es que algunas de las piedras muestran los restos de imágenes secuenciales y gracias a eso podemos saber el orden que seguían originalmente. Pasa, por ejemplo, con las del ciclo cristológico. Le faltan algunas escenas importantes, como la Natividad o la Crucifixión, pero las que sobreviven insisten en la vida pública del Mesías y lo presentan rodeado de testigos.

Su autor pretendía que aquellos que se parasen a admirar los relieves pensasen en Jesús como lo hacían quienes lo conocieron en vida: como un dios encarnado, pero también como un vecino. En la portada también había monstruos, animales, ornamentos vegetales, retratos satíricos de los aristócratas y los ricos sacando la lengua y gesticulando con obscenidad, escenas de pecado y fornicación y hasta un ángel más bien grande para los estándares del románico. Y quedan los restos de un José muy nítido, magistral, con el mentón redondito y los ojos almendrados, donde algunos expertos quieren ver las mismas manos que esculpieron las imágenes de la Puerta de la Coronería de la catedral de Burgos o acaso la misma escuela1. El estilo, por cierto, es el mejor indicio que tenemos para poner fecha a la puerta. Seguramente se levantó a mediados del siglo XIII.

Estaba en una iglesia fortificada, hasta eso lo tenía raro. Una iglesia que no tenía ni espadaña ni campanario, sino un torreón equipado con campanas. Torreón-torreón, con sus almenas y sus saeteras y toda la pesca. El edificio, ubicado en lo alto de un cerro, estaba expuesto a las inclemencias del tiempo, pero se acabó edificando un portal que cobijaba la portada y la preservaba de la erosión2. Ironías de la vida: si desconocemos el aspecto que tenía, es por culpa de ese portal. Se hicieron muy pocas fotos del edificio antes de 1906, cuando la portada desapareció, y en ellas nunca alcanzamos a verla. Hoy queda la iglesia, pero ni rastro de la puerta. La buena noticia es que desapareció de las Merindades, de Burgos y de España, pero no del mundo. La mala es que, para verla, tendrá que ir usted un poquito más lejos de la comarca del alto Ebro, porque la portada románica de la iglesia de San Vicente Mártir de Frías ahora está en la ribera del río Hudson. Apunte la dirección: The Met Cloisters Museum, 99 Margaret Corbin Drive, 10040, Fort Tryon Park, Manhattan (Nueva York). 

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Para hacerse una idea del aspecto que tiene Frías no necesitará usted echarle mucha imaginación. Bastará con que cierre los ojos y piense en la estampa más ridículamente medieval que sea capaz de conjurar con la mente. ¿Ya? Pues ya está. Imagine lo que imagine, le garantizo que le hace justicia a Frías. ¿Muralla? Frías tiene una. ¿Judería? Frías tiene una. ¿Casitas estrechitas y apretujadas con entramado de madera visto? Frías tiene más que todas las películas de la saga Shrek. ¿Conventos? Lo menos, dos. ¿Puente fortificado sobre el mismísimo río Ebro? Tiene. ¿Torre en medio del puente? Tiene. ¿Castillo? Tiene. ¿Enriscado? Sí. ¿Con foso y puente levadizo? En efecto. ¿Casas colgadas de Cuenca, pero sin ser Cuenca? Es que hasta eso tiene Frías, fíjese lo que le digo. Por si no ha quedado claro: Frías es una joya. Si no lo conoce todavía, no sabemos a qué espera. 

Lo que sí comporta más desafío es hacerse una idea de la singularidad económica y social que tenía esta villa en tiempos de su esplendor, durante la Alta Edad Media, que es precisamente lo que confirió a Frías su aspecto de villa de cuento. En las Merindades de Burgos convergen la meseta de Castilla, la cordillera Cantábrica, el Camino de Santiago3 y el valle del cuarto río más caudaloso que desemboca en el Mediterráneo después del Nilo, el Ródano y el Po. Imagine usted este pequeño crisol en torno al año 800 o 900, poco después de que fuese repoblado por colonos cristianos.

Durante los primeros compases de la Reconquista, cuando la frontera con Al-Ándalus todavía caía no demasiado lejos de la región, las Merindades ejercieron como intermediario natural entre los reinos cristianos al oeste (León y Castilla) y al este de la península ibérica (Navarra y Aragón). Y después de que aquellos reinos se expandieran hacia el sur y de que las grandes rutas comerciales se desplazasen en esa misma dirección, las Merindades se convirtieron en otro eje importante, ahora en sentido norte-sur, que conectaba las mayores villas del noroeste castellano (Burgos, Miranda de Ebro, Logroño) con los puertos de Santander, Laredo y Castro Urdiales. Esa prosperidad de Frías, relativamente longeva, explica el aspecto que presenta todavía, como de decorado cinematográfico lleno de construcciones magníficas.

La parroquia de San Vicente Mártir no era la menor de todas esas construcciones. La primera mención que tenemos a una iglesia en este sitio se remonta al siglo IX, aunque el templo que conocemos adquirió su forma en torno al año 1280. En aquel momento se concedió a Frías el fuero de Logroño, un marco legal que fomentaba la actividad comercial y favorecía la concentración demográfica, y se reformó y amplió el castillo de la villa, una de las fortalezas roqueras más espectaculares de toda Castilla. La iglesia, ya se ha dicho, era fortificada y componía, junto al castillo y otras edificaciones localizadas intramuros, una ciudadela en lo alto de la Muela, el cerro en torno al cual se arremolina la ciudad. Además de la torre defensiva y la portada, de estilo románico tardío, el templo acabó adquiriendo un rosetón gótico en la fachada principal y más tarde se le adosaron un gran pórtico plateresco y varias capillas y sepulcros. Aunque se ha dicho que aquellas últimas modificaciones pudieron tener que ver con el desastre que acabó sufriendo la iglesia de San Vicente, es imposible saberlo con seguridad. Miles de templos han pasado por transformaciones parecidas y ahí siguen, erguidos y tan panchos.

Lo cierto es que la torre ya precisó una reparación de cierta importancia en el año 1605, tal y como recuerda una inscripción conmemorativa que ha llegado a nuestros días. Y desde entonces los libros de fábrica de la parroquia recogen un historial de agrietamientos y pequeños desastres que solo fueron a más con el paso de los siglos. El pórtico sufrió un derrumbe parcial en 1836, el baptisterio se hundió en 1879 y un incendio ocurrido en 1897 dejó el edificio sin una de sus naves. Finalmente, el 14 de noviembre de 1906, la enorme torre medieval se vino abajo completamente y arrastró con ella la portada románica y el rosetón gótico de la iglesia. En el pueblo dicen que ocurrió de noche, que la tragedia se saldó sin víctimas y que la culpa la tuvo el impacto de dos centellas. 

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Frías. Fotografía: Getty.

A partir del desmoronamiento de 1906, la historia de la portada de Frías se vuelve brumosa y un tanto incierta. Solo contamos con indicios endebles, testimonios verbales recabados con mucha posterioridad y unos cuantos documentos, pocos, que han ido encontrando los historiadores en relación con este asunto4. A grandes rasgos, podría resumirse así.

Parece que las cien piedras instaladas actualmente en el Met Cloisters de Nueva York se rescataron durante las tareas de desescombro y se apilaron a la intemperie contra la pared trasera de la iglesia, una de las que quedaba en pie. Todo parece indicar que la ingente cantidad de elementos arquitectónicos que faltan, incluida la tracería del rosetón, estaban tan destrozadas que no se consideró la posibilidad de conservarlas.

Parece que las cien piedras siguieron allí mucho tiempo, quizá una década o dos, y que solo se puso interés en protegerlas en una ocasión, cuando un tal Luciano Huidobro donó cierta cantidad de dinero para que fueran cubiertas con unas tejas. Parece que todavía estaban en Frías a principios de la década de 1920, cuando un vocal de la Comisión Provincial de Monumentos de Burgos aludía a los restos en tiempo presente y decía que «han estado sufriendo las inclemencias del tiempo». 

Las piedras desaparecieron justo después de aquello. Parece poca casualidad que, después de años a la intemperie, se esfumasen justo después de que se diera la voz oficialmente de que aquellos restos existían. No sabemos con precisión ni cuándo ni cómo ocurrió, pero el propio hecho informa de que tuvo lugar con cierto secretismo. Y el párroco de Frías, Vicente Montoya, admitió ante los funcionarios de aquella misma Comisión que se habían vendido «unas piedras abandonadas de escaso valor arqueológico apreciable». Los primeros historiadores que se ocuparon del asunto dan cuenta de lo que se les dijo a los vecinos a posteriori, cuando aquellos escombros de un valor incalculable ya habían desaparecido: que se habían vendido por 15 000 pesetas y que el dinero se había destinado a costear la reconstrucción de la fachada de la iglesia. Todavía hoy es la versión que se da por buena en muchas reseñas y en el propio pueblo.

Tampoco sabemos quién las compró, pero sí sabemos que en el año 1923 las cien piedras de Frías ya obraban en poder de Joseph Brummer, un galerista húngaro que acababa de abrir su primer local en Manhattan. Y que Brummer se las vendió unos meses después a Henry Walters, uno de los mayores «coleccionistas» de arte de las primeras décadas del siglo XX. Walters se las revendió inmediatamente al Met de Nueva York por 50 000 dólares5

Las cien piedras de la portada románica de la iglesia de San Vicente Mártir de Frías llegaron a exponerse en el Met por aquellas fechas, pero poco después se trasladaron a The Cloisters, una filial de la institución neoyorquina especializada en arte medieval europeo que abrió sus puertas en 1931. En realidad, The Cloisters, construido por el magnate John D. Rockefeller Jr. en el parque Fort Tryon de Manhattan, es un edificio sui géneris en el que se amalgaman varios claustros medievales comprados en Francia y trasladados piedra a piedra hasta aquel lugar6. Hoy la portada de Frías, reconstruida al menos en dos ocasiones por los técnicos del Met, desempeña un papel más bien funcional dentro de aquel conjunto: constituye el acceso al claustro de Sant Miquel de Cuixà, de estilo románico catalán, para enormísimo patatús de cualquiera que entienda un poco, aunque solo sea un poquito, de arquitectura románica7. El comentario que hace al respecto la historiadora del arte Jacqueline E. Jung, que publicó en 2015 el primer artículo de investigación académica dedicado íntegramente a la portada, es todo un ejemplo de diplomacia: «La facilidad con que la portada de Frías resulta ignorada en el entorno del museo contrasta con su intención original de captar la atención de la gente y atraerlos al interior de la iglesia». 

Quizá espere usted algo distinto de estas letras, que son periodismo y no academia y en las que podemos tomarnos más licencias con la adjetivación. Quizá espere que, a modo de conclusión, mencionemos finalmente las palabras robo, saqueo y expolio. Espere usted sentado. En este cuento los villanos aparecen tarde y lo hacen después de que el tesoro se derrumbara él solito por efecto del desinterés y la miseria. Los buenos no comparecen y los malos, aun siéndolo, son los únicos que hacen algo bueno. Nuestro consejo es que no se deje achantar por la contradicción. Haga lo más difícil mentalmente y confórmese con la paradoja. Y si visita usted Frías, en las Merindades de Burgos, hágalo, por favor, sin un nubarrón de enfado en todo lo alto. Ya no están allí, ya no podrá verlas usted, pero dé por seguro que las cien piedras de Frías están protegidas y a buen recaudo. Por fin. 


(1) Es una observación de Marina Aurora Garzón Fernández, cuya «Canción Triste de San Vicente de Frías», de 2018, constituye uno de los análisis académicos más completos efectuados en castellano.

(2) En realidad, se construyeron dos. En el siglo XVI se levantó un pórtico con arcos platerescos que ocupaba todo el ancho de la fachada y se alzaba casi hasta el hastial de la iglesia. Parece ser que este espacio, construido por los mismos que levantaron la capilla de la Visitación, sirvió para celebrar concejos y juicios. En el siglo XIX el pórtico se derrumbó parcialmente y el resto fue derruido. Para proteger la portada se construyó entonces un portal de planta cuadrada, mucho más sencillo y pequeño. Ese segundo portal fue el que llegó a la edad de la fotografía, impidiendo que se hicieran instantáneas de la portada.

(3) Por las Merindades discurría el llamado Camino Viejo o Camino de la Montaña. Hoy también se suele denominar Camino Olvidado. Se trata de una de las rutas más primitivas del Camino de Santiago, popular entre los siglos IX y XIII. A medida que avanzaba la Reconquista, el Camino Viejo perdió afluencia y lo fue ganando el Camino Francés.

(4) Los primeros en ocuparse de la puerta de San Vicente Mártir de Frías fueron Agustín Villasante, que publicó su Historia de la Ciudad de Frías en 1944, e Inocencio Cardiñanos, que publicó Frías y Medina de Pomar: Historia y arte en 1978.

(5) Ponemos coleccionista entre comillas porque comprar arte al peso y revenderlo inmediatamente y por un precio muy superior no es coleccionar, sino especular. Henry Walters era hijo de William T. Walters, uno de los mayores magnates del ferrocarril de la historia de Estados Unidos, y ambos han pasado a la historia como grandes filántropos y coleccionistas de arte. En casi todas las reseñas biográficas que hemos consultado para documentar esta pieza se califica a los Walters de este modo y nada se dice del apoyo financiero y logístico que prestaron al bando esclavista durante la Guerra de Secesión (en el caso del padre) o que se dedicaran a financiar estatuas y homenajes a los líderes confederados (en el caso de ambos, padre e hijo). Al menos dos estatuas de líderes abiertamente esclavistas retiradas hace poco de la vía pública en Estados Unidos (la de Roger B. Taney en Baltimore en 2017 y la de George Davies en Wilmington en 2021) fueron financiadas por los Walters. Además de eso fueron unos lobistas implacables y unos arribistas de enorme talento (el padre casó a su única hija con un miembro de la dinastía Delano; aunque no llegó a verlo en vida, aquello le convirtió en tío abuelo de Franklin Delano Roosevelt). Curiosamente, es en la página web del Museo Walters de Arte de Baltimore, una institución fundada por el segundo, donde se reconocen todos estos hechos con más explicitud y transparencia. 

(6) Se trata de los claustros de las abadías de Saint-Guilhem-le-Désert, Bonnefont en Comminges, Trie-sur-Baïse y Sant Miquel de Cuixà.

(7) Las partes que los especialistas no han logrado encajar permanecen en los fondos de la institución y unas cuantas están expuestas de forma independiente.

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One Comment

  1. E.Roberto

    Ese “nubarrón de enfado” es imposible de evitar para cualquier latino, y se transforma en un nubarrón tendiente a lo oscuro del racismo, pero no lo es, es simplemente Historia. Cada estirpe o raza o como la querramos llamar tiene sus peculiaridades, pero la germánica con sus tantas ramificaciones y entre ellas la anglosajona, a mi me parece que ha tenido algo de catástrofe para la historia de la Humanidad. Fueron tribus germánicas de ambrones, teutones y cimbrios las primeras invasiones de Italia allá por el 100 ac; germánicos fueron los longobardos que fundaron la actual Lombardia a sangre, fuego y espada dando inicio a los reinos guerreros con sus bellísimos castillos que antes no existian pues para la defensa estaba La Eterna; germánicos eran los godos de Alarico que pusieronl punto final a Roma; germánicos eran los vándalos (cuya adjetivación negativa todavía usamos junto a palabras como col, balcón y rancho) que llegaron hasta África para ahí desaparecer, pero antes pasaron por España imponiendo reinos guerrreros, y a través de estos llegaron hasta Ámerica, por eso en la guerra de liberación de las Ámericas, San Martín -un oficial formado en el ejército de su Majestad- en forma despectiva llama a los españoles godos o maturrangos. Por algo habrá sido; germánicos eran los vikingos que asolaron Europa con sus sangrientas correrías; normandos, o sea gérmanicos los que llegaron hasta Sicilia fundando el iluminado reino de Federico; germánicos eran todos los caudillos que junto al Papa del momentos no tuvieron mejor idea que invadir Tierra Santa con sus consecuencias que todavia estamos pagando; germánicas eran las tribus de francos que unificadas bajo Carlo Magno cruzaron el Rin para ir a degollar a miles de “primos”, los sajones que no querían abrazar el cristianismo, dando origen al odio entre franceses y alemanes con sus nefastas consecuencias: la guerra Franco-Prusiana, la 1ra guerra mundial y la otra aun peor. No solo disputas geopolíticas o comerciales fueron las causas; germánicos los holandeses que crearon “de la nada” la primera burbuja financiera, la de los tulipanes; germánicos son los anglosajones de EEUU que inventaron esa peculiar forma de libertad y por la cual mueren, y que les permite decir e imponer cuales son las formas de vida en otros países, luego Wall Street, Mac Donalds, Disneylandia, Las Vegas etc. etc. pero estas, lo reconozco, es más una cuestión personal que otra cosa. Esperemos que un día, en nombre de la sensatez devuelvan esas joyas a sus legítimos propietarios. Excelente lectura. Gracias..

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