Ocio y Vicio Juegos de azar

Tertulianos, del casino a la tele

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La tertulia del Café de Pombo – José Gutierrez Solana

Cuando Fernando VII impuso de nuevo el absolutismo en la política española plantó, involuntariamente, la semilla de unas instituciones privadas que acabarían siendo centros de reunión, asociación y debate de ideas, precisamente lo que el rey más quería evitar. La idea venía de fuera, y la trajeron precisamente el grupo de afrancesados que él mismo condenó al exilio, intelectuales como Leandro Fernández de Moratín, Juan Meléndez Valdés, o Sebastián Miñano, entre otros. Durante su estancia en Europa conocieron de cerca los liceos, ateneos y clubs de caballeros ingleses, e inspirados por ellos los trajeron hasta aquí con la denominación de casino cultural. Vigilados desde su misma creación, con leyes que prohibían hablar de política o cuestionar la religión en sus recintos, se promocionaron como organizaciones dedicadas a fomentar el conocimiento de la literatura, el arte, la ciencia y las noticias de actualidad, y tuvieron, desde el mismo principio, severos problemas económicos y un endeudamiento endémico. Si lograron sobrevivir más de un siglo, siempre al borde de la bancarrota, fue gracias al juego, las apuestas que acabarían quitándoles el apellido de culturales y creando la moderna concepción que hoy tenemos de un casino.

El juego era igualmente ilegal, al menos si se apostaba dinero. La autorización de poder jugar al dominó, el billar y a algunos juegos de cartas en su recinto no incluían las apuestas, y menos aún la existencia de una banca, gestionada por la junta directiva, que obtuviera de ahí su principal ingreso. Tampoco hubiera funcionado si los únicos miembros que jugaban eran los socios oficiales, y ahí fue donde resultó fundamental la figura del tertuliano, ese asociado que buscaba practicar la otra actividad ilícita y secreta, hablar de política o criticar la religión. Estos tertulianos eran los encargados de entablar amistad con desconocidos, asegurarse que se podía confiar en ellos, e invitarlos a las salas prohibidas y secretas en que se jugaba con dinero. Una práctica que continúa, aunque transformada por el traslado de los casinos a internet, ahora las noticias e información sobre bonos sin depósito provienen de páginas de confianza, no de conocidos. Pero internet no solo ha universalizado las apuestas, la vertiente del juego del casino, sino que ha hecho florecer de nuevo a los tertulianos, en un proceso de transformación análogo al ocurrido en el casino cultural. Que pasó del lugar de debate y encuentro intelectual a la mera discusión banal por una razón económica.

El mejor retrato del tertuliano de casino ya en decadencia, el de finales del XIX y principios del XX, lo retrató Antonio Machado en su poema Del pasado efímero. «Este hombre del casino provinciano», de cabeza vacía, al que solo despiertan interés los sucesos, no el resto de noticias. Un compañero de tertulia del poeta, el escritor y periodista Félix Urubayen, centró parte de sus crónicas en retratar a los habitantes del casino, dándonos ejemplos del toledano, el madrileño o el segoviano, entre otros. Retrata a los hidalgos de Orgaz reclinados en los sillones de cuero, sin hacer nada, mientras que los más activos juegan al tresillo. De las tertulias del de la capital Toledo se burla asegurando que de allí salen los mejores diputados provinciales, tan bien manifiestan los métodos para solucionar los problemas del país con un par de medidas fruto de su imaginación. No por casualidad muchas de sus observaciones concuerdan con la profundidad de las reflexiones intelectuales de los tertulianos televisivos que pelean hoy en los programas de actualidad.

El origen había sido muy distinto, y mucho más ambicioso. Los fundadores de los casinos los constituyeron para huir de la tertulia política generalista y sin profundidad en que se habían convertido los cafés, verdadero origen de la asociación de hombres reunidos para el debate. Huían de los tertulianos. Precisamente así se fundó en 1836 el Casino de Madrid, por un grupo de interesados en arte y literatura que habían creado las tertulias de los cafés del Príncipe y de Sólito, hasta que aquellas se convirtieron en un coro de grillos en que agredirse verbalmente desde posiciones políticas opuestas. Solo que ese relato de ambición cultural no es completamente cierto. Se usó como una excusa para que el grupo de burgueses que fundaba los casinos culturales no fuera visto como sospechoso por el absolutismo de Fernando VII. La Revolución Francesa y las reformas napoleónicas estaban muy presentes en la mente de todos, así como el hecho de que sus reformas políticas habían comenzado por grupos de ciudadanos con intereses afines que se reunían para debatir. Así que de cara a las autoridades no había mejor disfraz que la cultura. Cada uno de los casinos anunciaba orgulloso la creación de una nutrida biblioteca de literatura, arte y ciencia, por supuesto solo compuesta de libros autorizados por la censura. Además de una hemeroteca internacional. Organizaban regularmente Juegos Florales, concursos de narrativa y poesía, que eran también una forma de hacer pública la actividad cultural del casino. Los temas que se proponían dan idea de lo afines al poder establecido con que deseaban presentarse. Odas a la Virgen, a Cristo, o a los santos, así como temas históricos con rasgos épicos, tan del gusto del Romanticismo -y por lo mismo exentos de cualquier polémica-, y finalmente el elogio naturalista del campo, casi en conexión con la poesía pastoril.

Todo eso no implica que no existiera un grupo de socios del casino a los que interesase la cultura de forma genuina, pero el verdadero motivo de acudir allí era disponer de una forma de ocio entendida al modo burgués. Lejos del hogar, la mujer y los hijos -eran establecimientos exclusivamente masculinos- y disfrutado entre iguales, y ese iguales iba referido al poder adquisitivo y a un riqueza de la que se podía hacer gala en las mesas de juego. Porque a un hombre verdaderamente rico no le importaría apostar y perder, y cuanto más grande fuera la cantidad perdida, mayor sería su fortuna. El juego siempre estuvo presente, desde el mismo principio, encubierto y escondido bajo la apariencia cultural de un club de caballeros. Fue lo que acabó predominando, mientras que el verdadero debate intelectual permaneció en las tertulias literarias de los cafés, donde no había ni que asociarse, ni que pagar cuota de entrada, ni siquiera ser burgués.

Así fue en la mayoría de casinos, pero también hubo una parte de ellos que siempre se caracterizó por la política y procuró mantener el intercambio de ideas tan secreto como el juego. Eso cambió en 1887, cuando la Ley de Asociaciones permitió por fin la libertad de asociación y reunión. Menos de una década después ya había registrados ciento setenta y cuatro casinos ideológicos, que servían a los partidos políticos como soporte. El estatuto del Casino Liberal de Cádiz especificaba que su objetivo era difundir y propagar las ideas liberales y democráticas, y estrechar los vínculos solidarios entre correligionarios mediante veladas, conferencias, y cuantos actos incrementaran la difusión de la ideología liberal en la ciudad. Asimismo se ponía a disposición del comité local del partido los salones, para la celebración de mítines, congresos y otros. Estas medidas son muy similares a todos los casinos políticos, con independencia de su ideología, y así aparecen en el Autonomista de Zaragoza, el Carlista de Tarancón, o el Republicano Zorrillista de Las Pedroñeras, en Cuenca.

El resto de casinos, como reacción de defensa, incluyeron en sus normas la declaración de apolíticos, pero ello no evitó que el debate se instalara en sus salones. Al contrario, la prensa de la época insiste en que desde los mayores casinos urbanos a los provincianos más pequeños, todos se habían convertido en lugares de continua tertulia política. Si tenemos en cuenta que en ese momento había más de dos mil quinientos casinos repartidos por todo el territorio, y los multiplicamos por el número medio de sus socios, llegamos a la conclusión que el diez por ciento de una población de veintiún millones de habitantes se habían convertido en tertulianos. Tertulianos a los que hoy llamaríamos de barra de bar y palillo en la boca, esos que defienden su opinión sin emplear argumentos. Eran mayoría, frente a aquellos interesados en construir ideologías políticas o articular cambios administrativos. Igual que habían sido minoritarios los socios de los casinos culturales interesados en la cultura frente a los interesados en el juego.

Cómo llegó el tertuliano ocioso, indolente y polemista, de reflexión poco profunda, a ocupar el espacio televisivo y repetir el modelo que encontramos en los Episodios Nacionales de Galdós, en La Regenta de Clarín y en Pepita Jiménez de Juan Valera. En primer lugar, mediante una desnaturalización de los casinos, iniciada en la dictadura de Primo de Ribera y completada en la de Franco. Su control pasó a menos de los gobernadores civiles, y sus fines se centraron en el ocio y el juego, despojándolos de bibliotecas, hemerotecas y discusiones políticas o religiosas. Se facilitó el modelo actual, donde el casino no es más que un lugar de apuestas. Cuando se produjo la Transición, volvió a tener sentido debatir abiertamente sobre diferentes opciones y corrientes ideológicas para elaborar una nueva constitución, la de 1978. Pero el casino ya no era el lugar para ello, y aunque se hubiesen reconvertido volviendo a sus orígenes, tenían una limitación geográfica y provincial que el medio de masas por excelencia, la televisión, superaba de largo. Podía hacer llegar las reflexiones de sus tertulianos a toda la audiencia, sin importar dónde se encontraran. No es casual que en aquel momento político José Luis Balbín creara La Clave como espacio de debate, ni que haya quedado en la memoria, y en los archivos, como un programa donde sus tertulianos tenían una gran capacidad para respaldar sus argumentos con ideas. Tenía además un punto lúdico muy de casino cultural, la proyección previa de una película que antecedía al debate. Aquel programa tuvo dos etapas, y dos cancelaciones. La primera en RTVE, donde fue cancelado por una bajada drástica de audiencia, en 1985, y la segunda en Antena 3, en 1993, por el mismo motivo. Con esas dos cancelaciones de La Clave comenzó, sin que lo supiéramos aún, la transformación del tertuliano en polemista, e internet la consolidó definitivamente. Las televisiones apreciaron que un breve de las declaraciones de un tertuliano, siempre que fueran lo suficientemente polémicas, no solo aumentaba la audiencia del directo, sino que era reproducida online, generando ingresos complementarios. Los propios tertulianos han acabado cayendo en la cuenta de que ganan más y acaban recabando mejores colaboraciones agrediendo y polemizando antes que debatiendo en profundidad. Y así es como hoy tenemos la actitud de aquellos ciudadanos que frecuentaban el casino cultural convertida en fórmula de éxito, y recuperada en un espacio distinto, e igualmente desligada de cualquier atisbo de intelectualidad o cultura. El juego financiaba el casino cultural y acabó comiéndose su proyecto, y los ingresos por publicidad han acabado, vía tertulia, por anular cualquier otra dimensión del medio televisivo en España.

 

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Un comentario

  1. Decir que La Clave se suspendió en RTVE por una «drástica bajada de audiencia» no hace honor a la verdad. La Clave fue fulminantemente cancelada y su director despedido cuando tenía prevista la emisión de un programa sobre la OTAN. El PSOE había cambiado su slogan del 82 de «OTAN, de entrada, no» por una apuesta personal de González al convocar el referéndum (recordemos que dijo que si lo perdía se iba). Mucho en juego sobre la mesa como para permitir que el entonces programa más visto de la segunda cadena saliese a cuestionar ese giro político. Ante el fulminante despido, Balbín decide celebrar igualmente el debate en el hotel Palace de Madrid con los invitados previstos. Se habló allí de la OTAN y de la libertad de expresión. No tergiversemos la Historia, por favor.

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