Hasta hace menos de un siglo, la playa y el mar tenían unas finalidades muy diferentes para las personas que las frecuentaban. Esto tan común hoy en día de ponerse moreno tomando el sol en la arena, para luego aplacar los calores con un baño entre las olas del mar, es algo que surge tras la Segunda Guerra Mundial. Porque hasta poco antes al mar y a la playa solía viajarse en busca de alivio para algunas enfermedades.
El mar es sinónimo de vida y prosperidad. Los griegos lo llenaron de virtudes que plasmaban en mitos, una de las vías que usaban para explicar el funcionamiento de la naturaleza. La mayor parte de los mitos sobre el mar eran divinidades con poderes sobrenaturales. Los seres humanos querían dioses que controlasen las fuerzas de la naturaleza. Thalassa, Thetis, Poseidón, Tritón, Anfitrite, Glauco y Rodé eran algunos de ellos.
Para entender cómo el mar, con sus aguas, y el clima asociado se convirtieron en agentes de salud y dispensarios es imprescindible conocer la evolución del concepto de enfermedad que hoy usamos, explica Diego Gracia, así como las diferencias entre enfermedades agudas o crónicas, hoy meramente cronológicas, pero que no siempre fue así.
En la Antigüedad, las enfermedades agudas tenían un origen divino, y los seres humanos no podían hacer nada por evitarlas. Su explicación era religiosa. Pero las enfermedades crónicas tenían una explicación moral, porque se pensaba que eran producto de la transgresión de las costumbres indicadas para cuidar el cuerpo humano por abandono del cuidado, por hábitos no saludables o por vicios.
Para Hipócrates, el gran teórico de la medicina griega, la salud era orden, como la enfermedad, principalmente la crónica, era desorden. Su tratamiento debía encaminarse a devolver el orden a la vida del paciente.
En el Corpus hippocraticum, la salud y la enfermedad dependían de seis cosas (sex res non naturales), que son: aires, aguas y lugares; comida y bebida; movimiento y reposo; sueño y vigilia; excreciones y secreciones; y la vida afectiva.
La terapia eficaz será la que sepa armonizar todo esto en una forma de vida regular y estable —la regula vitae— porque la enfermedad rompe la relación del ser humano con su medio. Recuperar el orden perdido no es tarea fácil, y solo puede lograrse en lugares concretos. Primero serán los monasterios, pero pronto se incorporan lugares de reposo cercanos a ríos o fuentes: los balnearios que serán un lugar ideal para dolencias crónicas.
Uno de los libritos del Corpus hippocraticum se titula «Sobre los aires, aguas y lugares». En él, el médico hipocrático señala el poder curativo de las aguas marinas y del clima asociado.
Hipócrates había visto esos efectos en los pescadores, que solían empapar sus manos heridas en agua de mar para reducir la hinchazón y aliviar el dolor. La investigación moderna ha mostrado que la absorción por la piel de los componentes del agua salada ayuda a relajar los músculos, lograr un nivel saludable de calcio y fortalecer el sistema inmune, entre otros beneficios.
Pocos años después de Hipócrates, el poeta Eurípides viajó con Platón a Egipto. Allí sufrió varias crisis convulsivas que cesaron tras la inmersión en el mar que le hicieron varios sacerdotes. «El agua del mar lava las enfermedades del ser humano», escribió un entusiasmado Eurípides en su Ifigenia en Táuride.
Hay cierto acuerdo en señalar que el origen de las curas con agua de mar de forma protocolizada se produce en 1750 en Brighton, en la costa sur de Inglaterra, ciudad que goza de gran reputación como balneario junto al mar. El aire vigorizante, las instalaciones para bañarse en el mar y su cosmopolita vida social se combinan para crear un ambiente que restaura ánimos cansados. De hecho, es conocida como «Doctor Brighton».
Y todo gracias al doctor Richard Russell, cuya defensa de la «cura del agua de mar» hizo de Brighton un lugar especializado en el asunto. Russell había usado el agua de mar en casos de tuberculosis linfática (escrófula). En 1750 publicó su obra magna que le daría fama a él y a Brighton: El tratado De tabe glandulari, sive de usu aquae marinae en morbis glandularum dissertatio. Un volumen de trescientas páginas en latín que describe treinta y nueve casos de escrófula tratados con agua de mar administrada de tres formas: (1) ingerida en dosis, (2) baños de mar, supervisados de cerca y (3) aplicación local de agua de mar y algas.
La pujanza de Brighton tuvo un efecto imitación y numerosas ciudades costeras británicas y europeas abrieron establecimientos junto a sus playas para aprovechar las propiedades de las aguas y los vientos marinos. A la par, durante los siglos XVIII y XIX prosiguió el desarrollo de los clásicos balnearios situados junto a fuentes o ríos. El agua del mar, ahíta de sales y minerales variados, se convierte en un rival para las sedantes aguas ricas en radón o calcio o las sulfuradas, que estimulan el metabolismo hepático y renal. No obstante, estos centros marinos incorporan gran parte de la organización clásica de los balnearios. Hacia mediados del siglo XIX, el sacerdote alemán Sebastian Kneipp propone un método que dinamiza todos los establecimientos que hacen curas balnearias. La cura de Kneipp exalta las maravillas del agua tanto dulce como salada. Y enfatiza que estas intervenciones solo son eficaces si se dirigen al ser humano «en su totalidad». O sea que las técnicas hidroterápicas deben acompañarse de la llamada «terapia de orden» si buscan restañar daños físicos y psíquicos: la regula vitae que debe ordenar balnearios como regía las polis griegas.
Los balnearios comienzan a acoger a un gran número de pacientes, no tanto enfermos como estresados por conflictos de toda índole. Son los llamados «infraneuróticos», que llegan con sus hábitos de vida alterados y a quienes el agua fría y la disciplina en horarios y actividades que impone la cura de Kneipp consigue sacar a flote en pocas semanas. Los paseos playeros y los baños de mar se indican de forma preferente a niños con raquitismo o bocio y a adultos con tuberculosis. España no es ajena a estos movimientos. La reina Isabel II sufría una enfermedad de la piel, probablemente psoriasis, y comienza a visitar las playas cantábricas del norte buscando alivio. El Sardinero, en Santander, fue la playa pionera en esto. Al vaivén de los viajes de la familia real, con Alfonso XIII o con la regente María Cristina, ciudades como San Sebastián, Laredo, Gijón, Salinas o Avilés ven como destacados miembros de las clases sociales más privilegiadas frecuentan sus playas en pos de los beneficios de los llamados «baños de ola». La construcción de palacios o balnearios en las playas no se hace esperar. Un notable trajín de prosperidad y crecimiento se desencadena en las costas europeas. En 1869, el médico francés Le Bonnardier, radicado en Arcachon, usa el término «talasoterapia» para denominar todas las prácticas que se realizan en torno a la playa y al agua del mar y que incluye, además de los baños programados, la helioterapia, la psamoterapia (con arena caliente), el uso de peloides (algas y lodos) y la climatoterapia. Toda una gama de intervenciones que hoy en día se hacen en la mayoría de los spas dedicados a la talasoterapia.
En 1899, se conocen los positivos resultados de Louis Bagot en el tratamiento de enfermos reumáticos y postraumatizados en su centro de Roscoff. En 1904, el también francés René Quinton patenta la llamada «solución Quinton» y da un gran empuje a todo este mundo. Quinton ultrafiltró el agua salada del mar hasta hacerla isotónica y bebible y la difundió por toda Europa como sustituto del plasma sanguíneo en deshidrataciones o hemorragias, salvando muchas vidas. Quinton pasa por haber sido el científico que más y mejor defendió las facultades terapéuticas que el agua del mar lleva dentro.
En 1913, el italiano Ceresole abre en el Lido de Venecia un centro talasoterápico de investigación que será referencia en Italia, siendo visitado por Thomas Mann, gran hipocondríaco, entre otros personajes famosos. En 1914, Cannes acoge el primer Congreso Mundial de Talasoterapia. El mar que cura ha llegado a la cima de su éxito. La hidroterapia, especialidad médica centrada sobre todo en los balnearios de interior, tiene un nuevo inquilino: el mar con su clima, sus algas y sus olas. Alemania, Rusia y otros países de Europa del Este incorporan sus costas a estos menesteres. El turismo de salud se consolida en plena belle époque.
En España, las curas balnearias aparecen bien reflejadas en las obras de Azorín y Pío Baroja. Azorín, en su Veraneo sentimental (1924) relata sus visitas a los balnearios más importantes de su tiempo. Pío Baroja trabajó como médico en uno de ellos, el de Cestona, y lo cuenta en sus memorias. También Pérez Galdós, Palacio Valdés, Pardo Bazán o Pereda frecuentaban balnearios y baños de ola. Pérez Galdós predicó con el ejemplo pasando largas temporadas en Santander y recomendando las playas del norte como el mejor lugar para un veraneo tranquilo y salutífero frente al calor y al excesivo bullicio de las mediterráneas.
Este mundo balneárico, entre terapéutico y recreativo, ve frenada su expansión con la Segunda Guerra Mundial con la aparición de la penicilina y el desarrollo de la farmacología que daba rápida solución a muchos malestares del cuerpo.
El parón se supera en 1964. Louison Bobet, el más famoso ciclista francés de aquel momento, se recupera de las graves secuelas de un accidente de tráfico en el centro talasoterápico de Bagot, en Bretaña. El mundo entero toma nota de que el mar seguía ahí, con su gran potencial terapéutico por explotar. Y resurge la talasoterapia ahora ocupando un lugar prioritario en las curas hidroterápicas. Se abren modernos centros en el mar Negro (Satchi) o en Israel, en el mar Muerto, un mar muy especial merced a su situación en un valle y a que sus aguas tienen una composición muy rica en sales minerales.
En España, hacia 1966, los Servicios de Rehabilitación del Hospital de La Paz (Madrid) y del Hospital Valle de Hebrón (Barcelona) inician con éxito un programa pionero con un centro de talasoterapia en Benicàssim. Se abren centros en Marbella y San Sebastián. En 1997, se regula por primera vez el uso de los centros talasoterápicos. Sucede en Murcia ante el gran número de viajeros que se desplazan para tratarse en las aguas del mar Menor en Lo Pagán y San Pedro del Pinatar. En 2003, España tiene veinticuatro centros de talasoterapia en activo. Su desarrollo llega hasta nuestros días, con una demanda estable que acude a unos centros cómodos y con variadas prestaciones. Las enfermedades crónicas que más se benefician de la talasoterapia son las de la piel, las reumatológicas, los problemas circulatorios periféricos, las secuelas de accidentes y los problemas psiquiátricos menores: los «preocupados» y los «estresados», aquellos que la nómina balneárica definió acertadamente como «infraneuróticos».
Los balnearios, ya vimos, han producido mucha literatura. El cine también ha aprovechado la ocasión de visitar estos centros. La evolución de la hidroterapia desde los balnearios de interior hasta llegar a los modernos spas talasoterápicos puede revisarse en varias películas. Por ejemplo, Charlot en el balneario (1917), con Chaplin convertido en un pobre alcohólico que se aloja en un lujoso balneario donde revuelve todo, como casi siempre. La mano maestra de Berlanga dirigió Los jueves, milagro (1957). En ella, un pueblo famoso por sus aguas termales atraviesa una crisis de visitantes y los vecinos se inventan atracciones para que vuelvan los forasteros a los baños. En 1961, Alain Resnais dirige El año pasado en Marienbad, famoso balneario de Karlovy Vary, en Chequia. Marcello Mastroianni, Guido, es un director que atraviesa una crisis creativa y existencial en Fellini, ocho y medio (8 ½) (1963). Huyendo de su vida social solo encontrará calma en un balneario, recurso narrativo que aparecerá en otras películas de Fellini como La ciudad de las mujeres (1980) o La voz de la luna (1990). Podemos reconocer el Gran Hotel del Lido de Venecia impulsado por el médico Ceresole en Muerte en Venecia (Visconti, 1971).
Mastroianni también es protagonista en Ojos negros (Nikita Mikhalkov, 1987), en la que un arquitecto italiano recuerda sus amores de balneario con una mujer rusa de ojos negros.
En 1993, Victor Nuñez firma Ruby en el paraíso, retrato de Palm City Beach, ciudad balnearia en Florida. Una divertida crítica a algunas prácticas balneáricas es la que presenta Alan Parker en El balneario de Battle Creek (1994). La exclusiva talasoterapia que se hace en las orillas del mar Muerto puede verse en Caminar sobre las aguas, que Eytan Fox dirigió en 2004. Paolo Sorrentino ha hecho una gran aportación al tema en su película La juventud (2015), rodada en lujosos balnearios en Davos, en los Alpes suizos.
No quiero finalizar sin la explicación que el profesor Diego Gracia da sobre los baños de mar y las curas balnearias, porque permite captar el mar como dispensario y fuente de salud en toda su complejidad. Escribe Diego Gracia:
Además de los efectos físicos de las aguas, la acción de los baños también puede atribuirse a ciertos efectos del medio en que se toman. El balneario en cualquiera de sus modalidades es un lugar ideal para restablecer un régimen de vida sano e higiénico. Porque esa es la función primordial del médico: regular la vida desde lo sanitario para promocionar la salud y prevenir la enfermedad en un mundo occidental que se mueve cada vez más en medios sociales desordenados e insanos.
Claro que hay métodos más modernos y rápidos de evitar la presión nosógena del medio y recuperar un cierto equilibrio. Todos los viajes de huida lo son de alguna manera. Pero tal vez una de las mejores formas de restaurar el equilibrio entre el ser humano y su medio que destruyen las enfermedades crónicas surge cuando la piel humana informa a las terminales neuroendocrinas del contacto amniótico y sedante con el agua y el tenue vigor con que la brisa marina inunda los pulmones.
Interesante. La presencia de miembros de la familia real en el Cantábrico se remonta a 1831. En 1845 la reina Isabel comenzó a veranear en San Sebastián. A Santander los reyes irán una vez casado Alfonso XIII con Eugenia. El Cantábrico y lugares como Donosti Lekeitio y Zarauz fueron centro de veraneo de la península.
Una excelente narración que justificaría la sostitución de aquella frase litúrgica de despedida al finado: “… de polvo somos y al polvo volveremos…” (que ya, de por si, se puede entender de manera puntual y apasionada); mejor sería “… de agua somos y al agua volveremos…” A menudo tengo nostalgia del mar ventral y quieto de mi pobre vieja, tan coqueta ella con su panza puntiaguda, ( mujer según las comadronas y se equivocaron), del brazo de mi viejo, balanceándose en chancletas por prescripción médica por el barrio, muy oronda a pesar del dolor de piernas por la carga, y sospecho que su balanceo fue la causa de mi primer mareo por lo alucinante de lo que me esperaba.