Siglo y pico llevamos con esto de las bicis, amigos. Siglo y pico de historias, gestas, ridículos tremebundos, porque de todo hay. Hasta locos. Chiflados. Peña con una pedrada curiosísima en la testa que eligió pedales y rueditas para demostrar de forma (más o menos) pacífica su condición excéntrica.
Pues bien, de entre esos, de entre los Murdock con coulotte, hay uno que destaca por encima de todos. Primus inter pares, megalomanía extrema, anécdotas a paladas, venga usted aquí, que le vuelvo a contar diez o doce. Y es toledano, el tío. Sigue viviendo, además. Personajazo. Imperdible.
Con todos ustedes… Federico Martín Bahamontes.
El hijo del republicano
Al padre le decían Julián, y conoció bien la guerra. Cuba, primero, allá cuando el XIX andaba diciendo adiós. En sus paisajes de niño, más tarde, que hubo infierno por tierras de infancia. Viejo, casi anciano, triste. Tranquilo, a mí no me llaman, a mí no pueden llamar, si estuve en lo del 98, si ya no puedo ni sostener el cuerpo. Pero llega. Vaya usted, Julián, a defender el Alcázar. Y Julián, claro, huye. Con su mujer y un pequeño que se llama Alejandro, pero a quien todos dicen Federico, como el hermano de su progenitor. Federico Martín Bahamontes.
Nace en 1928, así que conoce infiernos desde bien chaval. Meses erráticos huyendo de balas y órdenes. Primero una finca que tenía el duque de Montoya por los llanos de Toledo. Madrid, más tarde. Entre medias pasan por su hogar, cerquita del Zocodover. Los republicanos lo han transformado en cuartel de artillería. «Años después yo mismo rebusqué entre sus ruinas para coger chatarra, que luego vendía al peso», dirá Fede.
Porque… en fin, miseria e historias. Saltar la valla del Retiro para trincar madera y, con suerte, ardillas que pasas por liebres. La buhardilla diminuta donde todos viven durante demasiado tiempo. Y el hambre. «Comí de todo cuando era niño. Comí pieles de naranja, pan con gusanos, fruta podrida, gatos. Los cazaba yo, y mi madre arrancaba piel, cabeza, patas, y los hacía rellenos de verduras, sal y pimienta. Lo llamábamos cabrito». A Julián lo llevan hasta las balas. La República, ahora. Brunete. Dicen que si cuidaba de caballos y mulas, que se entendía bien con ellos. Dos veces derrota. La salud, la misma guerra. Ahora los Bahamontes son «rojos», y nadie dice querer a los rojos en la España de 1940. El padre solo encuentra trabajo como peón caminero, y aquel polvo le mordisquea cada mañana pulmones y tos.
Su chaval, mientras… en fin, su chaval se busca la vida. En bicicleta. Una máquina recién comprada. Año 1946, ciento cincuenta pesetas. Dineral, pero le permite crecer. Antes, solo repartos que menudeaban tenderos aquí y allá. Con el velocípedo… otras cosas. Estraperlo, contrabando, engaños al mismísimo rugir de tripas. Pedaleaba el futuro ganador del Tour a la hora de más calor, porque así solo veía guardias civiles durmiendo bajo los árboles. Cuando los tricornios se alzan y aceleran buscando al chaval, Federico pisa los pedales con todas sus fuerzas. Entrenamiento de series, como los modernos.
Un día los descubrió allá, a lo lejos, y comprende que no hay escapatoria. A esconder. Bajo un puente, agua encenagada, totalmente sumergido, naricilla al aire. Horas. Llegó a casa temblando, con vómitos. Fiebres y sudores. Tres meses en cama, pasó. «Se me cae todo el pelo del cuerpo, casi me muero. Yo antes tenía un cabello liso y fino, y cuando volvió a salir lo hizo de esta manera, en rizos». Como lo tiene ahora. Ensortijado de historias.
Poco después un amigo lo avisa. Se va a celebrar una carrera. Sí, en bici. Sí, allí en Toledo. Federico Martín Bahamontes reflexiona.
Quizá…
Enemigo mío
Así que Bahamontes empieza a destacar. Un montón. Por varias cosas. Escalando sobre la bici. Ahí… pues oigan, posiblemente el mejor que ha habido, el mejor que nunca habrá. Nunca nadie dominó tanto y de forma tan sostenida el sutil arte del grimpeur. Vamos, que a Bahamontes lo dejan por imposible (salvo Charly Gaul, que pintaba también a bastante jodido de la cabeza), todos saben que seguirlo era una trampa, que revientas. Así que sus grandes aventuras nunca tenían colegas para charlar y darse agua.
Y también por lo otro. Lo otro. Sí, es raro. Raro. Rarito. Que está como una puta cabra, vamos. De Bahamontes se cuentan cosas extrañas. No habla con nadie, no te puedes fiar de él, escucha voces. Tampoco hace mucho para eliminar esas ideas, ojo. Seguramente sea el mayor excéntrico de todos los que nunca hayan montado en bici. Y eso es decir mucho.
Pasa que choca. Con otros, con todos. Sobre todo Jesús Loroño, que siempre lo vio como a un igual, y eso Fede no podía permitirlo. Cuentan que si su primer pique llega en 1954. Un critérium, ciudad de Torrelavega, esa pista que hay junto a la fábrica de SNIACE donde ganará, años más tarde, Eddy Merckx. Bueno, Eddy Merckx ganaba en muchos sitios, pero vaya, se entiende. Bahamontes pide cobrar la misma pasta que Loroño. Quién se ha creído este que es, puto crío de los cojones. Pues entonces no corro, y no corrió. De ahí en adelante, todo. Amenazas, hostias sobre la bici, voces por hoteles, ciclistas encerrados en habitaciones con pestillo, no vaya a ser que… Si uno podía perjudicar al otro en carrera, lo hacía. Qué importan los daños colaterales. «Yo quiero ser primero solo si Poulidor es segundo», dijo una vez Jacques Anquetil. Bahamontes y Loroño eran más brutos, les bastaba con que no ganase su némesis. En fin.
Aunque, joder, aquel tío es bueno. Todo el mundo se da cuenta. Especial para lo negativo, sí, pero también en el espectáculo. Hay malos ciclistas, buenos, campeones. Y luego están las leyendas. Bahamontes era de estas. Y además dejaba anécdotas por doquier.
La más conocida es, seguramente, falsa. Ya ven, qué locura. Lo del helado. Hay otras. Que si bajaba despacio porque una vez vio un oso y, claro, se asustó. Lo juro. Juro que dijo eso, vaya, no que sucediese. En fin, otros tiempos. Pero el helado… ay, el helado. Su salto a la fama. Primer Tour de Fede, año 1954, profesional sin casi experiencia. Se llega a Francia y zas. Qué es esto, qué locura podemos ver. Cómo sube, el español. Cómo trepa, el moreno. Mejor que Coppi, dicen estos; mejor incluso que Bartali, contestan los de más allá. Es Trueba en alto, es Vietto en cetrino. Se muestra en Tourmalet, que será para siempre su casa preferida. Segundo horas más tarde, meta de Luchon. Bauvin más rápido, una constante. Pero no importa, veníamos a aprender y estamos enseñando, amigos. Falta lo mejor.
Un lunes, camino de Grenoble. Se suben Romeyère y Saint-Nizier-du-Moucherotte. Todo pasa en el primero. El helado, el helado. Bahamontes corona el puerto en cabeza, se apea de la bici. Cuenta que si allí hay camionetas de esas que venden chucherías, polos. Hace un gesto con la mano. Dos bolas, grita. Y así, comiendo tranquilamente un heladuco, espera a que le cacen los otros. La imagen es una de las más icónicas de siempre.
Solo que, seguramente, nunca pasó. Hay contradicciones. ¿Fotos? No, fotos no, fotos ninguna. A veces Bahamontes dice que iba solo, otras que rodaba escapado con Leguilly, Lazarides «y un belga». Que este pisó una piedra, y la china chocó contra la rueda de Fede, y rompió unos cuantos radios, descentrándola por completo. Que paró y comió, sí, pero porque aguardaba a su mecánico. Imposible afrontar así una bajada. En otras ocasiones cuenta que hacía calor, que no quería rodar sin nadie cerca, que quedaba demasiado hasta Grenoble. ¿Los de más allá? Tiene miedo a los descensos tan largos que hay en Francia. ¿Gente cercana? Solo le importan los puntos de la montaña, el resto es como si no existiera.
Ya ven, el mito.
¿Problema? Bueno, pues que el propio Bahamontes dijo que era mentira. Entrevista durante el Tour de 1964. Que no hubo jamás helado, solo un refresco. Pero nada de helados. Si nunca tomo, si me caen mal al estómago, y yo me cuido bastante. No importa, el icono manda. Años después cambiará su versión, y volverá a haber helado, y a veces marchará él soluco en cabeza, otras hay un pequeño grupo, e incluso vuelven a aparecer osos, y ovnis, y la reina de Inglaterra bailando en topless, si le insisten.
No me toquen las leyendas, se lo ruego.
Primera pica en París
Curiosamente la gran victoria de Bahamontes tiene menos asuntillos que contar. Curiosamente o no, vaya, que a estas alturas ustedes tienen claro que el tío era de esos que disfrutan mambos y chirigotas. Y en el Tour de 1959… pues no. Seriedad (dentro de lo que cabe), decencia (dentro de un mínimo) y profesionalidad (dentro los espero para contarles un par de cosucas).
Dicen que si todo empezó en invierno. Una finca toledana, dos tíos que caminan despacio, escopeta al hombro, tres o cuatro perdices colgando al cinto. Se llaman Federico Martín Bahamontes y Fausto Coppi. Uno es el mayor ciclista que jamás nadie haya contemplado hasta aquellos tiempos. El otro está como una puta cabra.
Mira, Fede, reflexionaba el de Castellania, tú tienes potencial para ganar el Tour. Sí, sí. Lo que pasa es que eres anárquico, inconstante, pelín peliculero, y te conformas con premios menores. Le echó huevos al asunto Fausto, porque conociendo al Águila un horizonte con tiros en el vientre, agonías largas y enterramientos a los cochinos, Pascual Duarte style, no resulta descabellado. Pero Fede escucha, porque Fede respeta. Coppi lleva años sin ser Coppi, pero aun resulta el mejor de todos, y al mejor de todos tú lo atiendes. Solo le quedan unos meses de vida. Correrás con mi equipo, Tricofilina, y te aconsejaré para que llegues de amarillo a París.
Primera piedra.
Digamos que no eran locuras. En 1956, por ejemplo, Bahamontes tuvo opciones (pero opciones reales, opciones serias) de ganar Vuelta, Giro y Tour. Así, como lo oyen. Cuarto, retirada, cuarto. «Lo» de Conterno, «lo» de Walkowiak, «lo» del Bondone. No estaba tan lejos. Pasa que a veces… pues eso, era conformista, tiraba por premios chicos, resultaba alocado en sus estrategias. Pasa que era Fede. Pero Fede encontró a quién escuchar.
Y, también, alguien que pusiera límites a sus caballos sin límites. Dalmacio Langarica, seleccionador español. Vasco de pura cepa, grande, con manos grandes como el roblón de Gernika. Decisión clave: Loroño no viene a Francia, todos apoyamos a Bahamontes. A Langarica lo acusan de traidor, tiran piedras a una tienda que tiene por Bilbao, dicen cosas feísimas cuando baja a tomar los blancos. No me importa, colegas, tengo razones. En un mes me cuentan ustedes.
Así que el Tour. Y allí es todo tan fácil que da hasta risa. Federico corre con cabeza, con prudencia. Entre sus dos mentores logran el milagro. Mira, Fede, esos pájaros que tienes aquí… sí, los que te van de sien a sien. Los dejamos en una jaula, ¿vale? Solo este mes de julio, luego ya los sueltas. ¿Te parece? Yo creo que así tenemos opciones. Y las tuvieron.
Todo va como la seda. ¿Momentos claves? Reconocibles, icónicos. Tampoco pensarán ustedes que se iba a conformar Federico con ganar un Tour como si fuese, no sé, Bradley Wiggins. Qué va. Exhibicionismo en el Puy-de-Dôme, cronoescalada. Minuto y medio a Gaul, tres a Anglade, más a Jacques Anquetil, imagen mítica cuando dobla a Roger Rivière. Busquen el vídeo de aquello, porque es cosa para no creerse. Bahamontes va con aires totalmente desgarbados, el coulotte casi en la ingle, los hombros moviéndose, pinta general de ser un dominguero que acaba de coger la bici para subir hasta el restaurante donde zampar chuletón de kilo. Y, aun así, se saca una de las mayores exhibiciones de siempre. Incomprensible. Físicamente incomprensible. Solo él podía hacerlo.
El otro punto clave es Romeyère. Sí, sí, donde el helado que fue, pero no fue, y luego volvió a ser. En fin. Escapada desde lejos con Charly Gaul, su gemelo rubio. Minutada al resto, parcial en Grenoble para el luxemburgués, amarillo para Fede. El público silba, porque piensan que aquello está amañado (y lo está), no entiende que ambos salen ganando con el trato (y salen). Pero Bahamontes es así. Pide un micro, habla por megafonía. Que llevaba el tubular pinchado, hostias, no podía esprintar. Y levanta una rueda sin aire. Aplausos, corean su nombre. Seguramente fue él mismo quien hizo así, pssss, sobre la válvula. Para completar la exhibición.
París. Primer español que gana la carrera más grande de todas. Un 18 de julio, ya ven. Decir que el régimen lo aprovechó para hacer propaganda sería quedarse corto. «El último día se escaparon unos cuantos, en el llano, y pensé que me quedaba hasta fuera del pódium». Sí, Fede, sí. Las mismas historietas de siempre, pero ahora nos reímos.
Es leyenda.
Ni por Fermina, ni por Franco
A estas alturas de la peli supongo que nadie andará echándose las manos a la cabeza si decimos que, en fin, bien, bien, lo que se dice bien, no le hizo al ego de Fede ganar el Tour. Vamos, que el tío, entrañable chiflado con tendencias megalómanas hasta entonces, despegó hacia la estratosfera de hablar en tercera persona sobre sí mismo, sudársela todo bastante y, en general, tener conversaciones largas con Crit-tofe y Carlos Jesús. Más o menos.
A ver. Primero la Vuelta. Que menuda puta mierda, la Vuelta. No veas qué pereza, la Vuelta. Si nunca me ha ido bien, en la Vuelta. Pero, oye, ahora soy vigente amarillo de la Grande Boucle, emperador primero del Zocodover, Águila incontenible en cada repecho. Vamos, que favorito indiscutible, coño. Si además acudo con la mejor compañía. Faema, sueldo récord de ochocientas mil pesetas, morterada bien gorda para entonces. Pasa que igual sus compañeros no lo eran demasiado, porque cuando vas sembrando vientos acabas por recoger hostias de las gordas. Y Bahamontes era sembrador de los buenos. El director, Bernardo Ruíz, agarró a Fede por el cuello años atrás, en esta misma carrera. Pelillos a la mar. «Nos toleramos mutuamente», dijo Bernardo, que es la frase tranquilizadora menos tranquilizadora desde «tú sabrás». ¿Los compis? Pues algo parecido. Suárez dice que no trabajará para Bahamontes, Manzaneque cuenta que si va a jugar sus cartas, el toledano responde que solo corre en España si le garantizan que es líder indiscutido. Vamos, que de aquellas solo se hablaba en condiciones, de entre quienes llevaban su mismo maillot, con Julio San Emeterio. Si hasta poco antes expulsaron a un tal Pacheco del Faema por… llevarse bien con Bahamontes. Las risas.
Y eso, que la tragedia llega, porque está el asunto preparado a la perfección. Primer día, crono por escuadras, y Faema que se cae. Todo el equipo y con todo el equipo. En fin, mala suerte, pelillos a la mar, saldremos de esta mejores. Salvo Fede, claro, que va a los periodistas, enseña mano con sangre, dice que no hay casualidad, que querían tirarlo, que todos corren contra él. «Bahamontes es un tipo fuera de control», declara Bernardo Ruíz. Era su jefe, no está de más recordarlo. Ah, qué de placeres.
Y lo que está por venir. Digamos que la Vuelta no fue carrera vibrante, pero tampoco tranquila. ¿Favoritos? Bahamontes y Gaul, ahí es nada, pero a ambos parecía sudársela bastante todo este asunto. Y así, bidonazo tras otro. Algunos tipos con media hora de ventaja un día, otros veinte minutos al siguiente. Pelotones que llegan de noche, abucheos, Fede diciendo que, coño, así no hay quien se concentre, escapándose doscientos kilómetros en una etapa llana, consiguiendo un total de cero segundos a su favor. Bergareche, mandamás de la prueba, amenaza con multas, expulsiones, piquetes de ojos y borrarse del amigo invisible. Caos. Y luego, lo otro. Porque siempre hay otro. Qué bueno, lo otro.
En San Sebastían gana Bahamontes después de comerse todo el día en cabeza. Cinco minutitos al pelotón, pero sigue a cincuenta en la general, porque hasta entonces todo ha sido rascarse la zona testicular. «Pensaba sacar media hora, pero atrás han tirado a por mí los del Faema, así que…». Ya ven, buen rollito. Camino de Vitoria, Fede le dice a San Emeterio que guarde fuerzas, que lo necesitará un día más tarde, etapa que lleva a Santander. «Allí me guías y ganamos la Vuelta», dice Bahamontes, que tenía moral alta. Y San Emeterio se aplica en lo de no aplicarse, tanto que acaba fuera de control. El toledano la monta. No me jodáis todos, que esto es injusto, repescadle, coño. Bergareche, inflexivo. Pues entonces me tenéis que echar también a mí, dice Fede, y se dedica a pasear camino de Cantabria, huelga de piernas caídas, cara de sudársela todo un montonazo, insultos de los espectadores, Federico que se baja de su bici para intercambiar amablemente impresiones y varias hostias (con bomba de hinchar, el corredor; con paraguas negro, el aficionado) sobre su desempeño. Pierde otra hora. «Me duele la barriga y no pude ir más rápido». Expulsado. Tardará un lustro en pisar de nuevo la Vuelta.
Aquel día fue de puro sosiego, no vayan a pensarse. En Torrelavega, la ciudad donde nació Julio, había una pancarta que decía «Bergareche, San Emeterio será tu cementerio». Kilómetros antes, por Peñacastillo, en otra sabanita podías leer «Bergareche, aquí nació Pérez Francés». A Pérez Francés lo había echado de la carrera unos días antes por sacar al director del equipo belga Groene Leeuw del coche para pegarle dos buenos bofetones. En marcha. El coche, digo, que estaba en marcha, y el susodicho director iba conduciendo. Ya ven, todo normal, y relajado, fraternidad en el deporte. Ah, la pancarta de Peñacastillo estaba pintada con sangre, porque de lo contrario no daría tanta risa. Un medio local preguntó a quienes estaban por allí. «Es sangre de becerro, joder», dijeron algunos, enfadados, «no creerá usted que somos animales».
Graciosísimo. Todo súper tranquilo.
El problema es que Fede era reincidente. Y más que iba a reincidir, vaya. En 1957 pegó la espantada en el Tour. Y mira que intentó convencerlo el seleccionador nacional para que no se fuese. Fede sentado en la cuneta, descalzándose. Luis Puig delante, gritando. Vuelve a montarte, Federico. No. Hazlo por España. Que no. Hazlo por Fermina, tu esposa. Que no. Coño, hazlo por Franco. Que no me monto, hostias. Así era el tema. Que el orden de prioridades fuese patria-mujer-dictador seguro que esconde alguna interpretación que yo desconozco.
Malos antecedentes. Y en 1960, más. Segunda etapa de la Grande Boucle y el vigente vencedor se va a su casa. Con la carrera casi sin estrenarse. Nadie lo quiere, donde antes había orgullo ahora solo exhiben vergüenza. Dicen que está loco (que sí), es mal compañero (que también), no hace caso a nadie (joder, parece que no lo conozcas). Cuentan que nadie más lo querrá en su escuadr.
Federico Martín Bahamontes se ha convertido en un paria.
El viejo grimpeur
Un proscrito. El escalador mercenario. Alguien a quien acusaron por un crimen que no cometió. Si usted tiene algún problema y lo encuentra quizá pueda contratarlo como grimpeur. O algo así.
Y, con todo, fueron años chulos. Como nadie lo aguanta en su país Fede le da a la emigración forzosa, y pulula por conjuntos de Italia, primero, y Francia, más tarde. Allí, en Margnat-Paloma, encuentra serenidad. «Si hubiese venido aquí antes podría haber ganado cinco o seis Tours, en España nadie sabe de ciclismo». Claro, Fede, claro. Y eso, que otros dos pódiums. Segundo y tercero en 1963 y 1964, la Grande Boucle inolvidable de Poulidor y Anquetil. Escenas para el recuerdo, también. El duelo subiendo Forclaz por la carretera vieja, todo pedruscos y polvo, con aquel rubio Jacques. Lo de Envalira, un normando jugándose el pellejo después de pasar tarde bien relajada. Etapas aquí y allá. Porte, Iseran, Restefonds. Tocando el cielo, tan cerca de las nubes. Sus rivales se preguntan qué tomará Bahamontes, qué píldoras secretas usará para subir como sube. Y él responde, ufano. «Yo corría a base de carajillos. No me fiaba de nadie. Es más, me preparaba mi propia bomba. Al margen del bidón de agua, café o té, en una petaca de aluminio, que llevaba en mi bolsillo trasero, me preparaba un mejunje, que era una especie de carajillo: dos cafés, media copa de coñac y un chorrito de Colastier, un regulador del ritmo cardiaco. Cuando faltaban cincuenta kilómetros para la meta, yo sacaba mi petaquita y ¡zas! para dentro. Volaba». Otros cuentan otras versiones, pero lo dejamos aquí, por pudor.
Estaba en su mejor momento. Incontenible. Solo que…
Solo que seguía siendo Bahamontes. En 1964 tiene todo a su favor. Domina el Galibier, está más cerca que nunca, Anquetil parece débil, Poulidor es siempre una eterna duda, un aguantar los caballos. Y entonces sucede. La gran etapa, la de los cuatro cols. Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Aubisque. Doscientos kilómetros. Comienza el primero y… zas, ataca el toledano. Cuando quedan seis horas para llegar a meta. Con él, Julio Jiménez. Hablan. Me dejas pasar en cabeza por las cimas y yo te arrastro para que ganes el Tour. Trato. Trato. Solo que no. Que era superior a él, no podía controlarse. Esprint, otro esprint, otro más. Finalmente marcha solo, llega con dos minutos, queda a una treintena de segundos en la general. «Si hubiese cumplido su palabra habría conquistado aquella carrera», dice siempre Julio. «Es que él me atacaba y quería dejarme, porque tenía mucha envidia», responde Fede. Al final tercero en París, que no está mal (pregunten a Enric Mas si lo firma, oigan).
Y astracanada suprema. Despedida a su altura, que no era fácil. Tour, año 1965. Aquel mes de abril paseó también por España, sin pena ni gloria. Bueno, algo de pena, pero no tanta como en Francia. Tiene treinta y siete años, y no va. Pasa último por Tourmalet. Su Tourmalet, ese puerto que subía como un loco, con desarrollos bajísimos, cadencias alucinadas. Pierde casi una hora en Bagnères de Bigorre. Solo queda preparar la gran salida. Al día siguiente, camino de Ax-les-Thermes. Portet d´Aspet. Bahamontes arranca como un poseso en la primera rampa, esprintando como si todo fuese a terminar unos metros más adelante. Al poco gira la cabeza, el pelotón lo ha perdido de vista. Echa pie a tierra y se esconde detrás de unas zarzas, con su bici. Espera que pasen los otros, todos. Luego sale, hace un gesto desde la cuneta, para al coche escoba, sube. Se acaba de retirar de su último Tour. Los demás persiguen una sombra.
Aún lo hacen, quizá.
Qué tipo más fascinante, coño.
¿Un tipo fascinante? Más bien un tipo pagado de sí mismo y lleno de rarezas. De tío raro tuvo tanta fama en España, que ni los Delgado, ni los Indurain consiguieron convertirlo en un personaje aceptable.
Una más de Pereda, siempre entregado a la mitología.
No sabia que tenia semejante trueno. Como siempre ocurre con Pereda, entretenido de leer.
Grande Loroño (nuestro vecino mas ilustre).
El enésimo artículo deslabazado de Pereda, sin conexión alguna y que capaz de echar por tierra algunas buenas anécdotas del toledano
El enésimo comentario con distinto nombre por parte de la misma persona. Da mucha risa y es divertido para todo el mundo andar troleando aquí y allá opinando una cosa y la contraria, los jijís y los jajás, pero cuando se hace para denigrar a un autor o autora constantemente fingiendo ser muchas personas deja de tener gracia. Que la policía no es tonta y si ve colillas piensa: aquí han fumado.
Tómatelo con calma y no abuses, multinick. ¡Un abrazo!
Pues yo desconocía casi todo sobre Federico y venía buscando información pero este artículo me parece insufrible, esa forma de contar las cosas no ayuda. Desde luego no repetiré con el autor
Desconozco si todo lo que se cuenta en el artículo es cierto. Pero que Bahamontes está «tronado» se comprueba con escuchar sus entrevistas recientes.
Me lo he pasado muy bien con el artículo.
Pues a mí el artículo me parece cojonudo, Marcos. Y divertidísimo de leer, como siempre.
DIVERTÍDISMO ARTÍCULO. Hay que ser vinagres para no pasar un buen rato leyéndolo. Que luego, si quieres y te urge, pues te miras algo desde un prisma más académico. Pero este ratico, ha sido de mucho reir. Y se agradece.
Mira que me gustan tus artículos y este se me había escapado.
En este caso puede hablar con conocimiento de causa, mi padre se lleva bien con Fede y, cuando estudie periodismo, nos contrataron para un proyecto de investigación en un gran medio de comunicación y una parte importante fue un monográfico sobre Bahamontes.
Hace 10 años pero aún me acuerdo de aquella entrevista, lo que me pude reír con el personaje, os aseguro que aún se enfada contándome sus piques con Loroño.
Aunque la mejor de todas las azañas, fue una vuelta en que estaba tan enfadado que se escapó, ganó la etapa, creo recordar que se puso líder, y se tuvo que retirar porque de la rabia le dio una úlcera.
La persona es también peculiar y divertido, se pasó un buen rato intentando convencerme para que me hiciera del barca, a mí un madridista de pro, siendo la época de guardiola… Cuando me veía después bromesba diciéndome que si seguía siendo del Madrid.
Y por cierto, guardo como oro en paño su biografía, firmada por él, y en la que me dibujo un águila.
Gracias por el artículo, con tu toque de ironía y humor tan particular.
Pdta: yo tampoco termino de creerme la historia del helado.