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Volver a casa: el viaje a la propia identidad

Un conocido cuento relata la historia de unos niños que se adentraron en el bosque y pusieron migas de pan para poder encontrar el camino de vuelta a casa. Los pajaritos se comieron el rastro y los niños quedaron aislados sin poder volver. Otros niños, sin embargo, aprendieron a poner piedrecitas blancas en el sendero para que los pájaros no pudieran comérselas y de ese modo lograron regresar.

(Hansel y Gretel)

Todo viaje es una travesía al interior del individuo. Hay personas que tienen garantizada la vuelta a casa después de cada etapa de su viaje vital, pueden retomar contacto periódicamente con su cultura y sus marcos de referencia estables, lo que les ayuda a convertir las adversidades de la vida en aprendizajes significativos y profundos. Sin embargo, otras personas no pueden abordar correctamente su vida porque no disponen de herramientas que les permitan situarse en el mundo y volver a casa cuando lo deseen. De este modo quedan extraviados durante algunos períodos de su existencia y a veces se pierden en el bosque para siempre. 

Esta es una metáfora de la capacidad de adaptación personal y social que tenemos. Mientras que hay niños con los bolsillos llenos de piedrecitas blancas que van poniendo en el camino para seguir el rastro de vuelta a casa, existe otra infancia que se siente perdida y sin rastros que seguir, son los que ponen migas de pan en el camino y que los pájaros se comen dejándolos extraviados. Son niños que carecen de señales para poder volver a lugar seguro, ni presente ni pasado. Merodean asustados y hostiles por los bosques de la vida. Son los niños invisibles. Y esta pauta se prolonga a menudo durante toda la vida adulta.

La seguridad para saber volver a casa depende en gran medida del vínculo que podamos establecer con el clan al que pertenecemos.

Es la hora de volver a casa, es el momento de recoger los aprendizajes hechos durante la travesía de incertidumbre que nos ha tocado vivir en este último tiempo y de edificar una identidad más sabia, que nos permita vivir una vida digna de ser vivida.

Los tiempos del tiempo

Desde el espejo

mis ojos no me miran

miran al tiempo

(M. Benedetti)

Cuando pensamos acerca de quiénes somos, lo hacemos sobre nuestro modo de percibir el tiempo. La reflexión sobre la propia identidad está relacionada con la evocación de escenarios cuyo relato nos incluye. Para eso sirve el espacio: para contener el tiempo.

Una vida

La cocinera dijo que no se casó porque no tuvo tiempo. Cuando era joven trabajaba con una familia que le permitía salir dos horas cada quince días. Esas dos horas las empleaba en ir en el tranvía 38, hasta la casa de unos parientes, a ver si habían llegado cartas de España, y volver en el tranvía 38.

(Adolfo Bioy Casares, Guirnalda con amores)

Podemos explorar la propia identidad como el que está sentado en un banco de madera de una vieja estación de tren, quizá en el campo, en una tarde avanzada de verano. Una estación rodeada de grandes árboles. Seguramente plátanos, esos de hojas grandes con manchas en la corteza, que cuando pasa el aire entre las hojas hacen un rumor parecido al del agua.

Desde ese banco se puede ver pasar un viejo tren de madera con vagones compartimentados que presentan distintos escenarios a través de sus ventanas.

El hombre primitivo encuentra su propia realidad sólo fuera del tiempo, en el acto sagrado del rito, que reactiva y reactualiza el arquetipo inmutable. Sólo en el ritual, que va marcando los momentos significativos de su vida, el hombre es realmente él mismo, mientras que el tiempo del devenir está vacío de significado.

(M. Eliade, 1949)

Larga travesía al aquí y ahora

Vagón del presente

La madrugada

pasa tan lentamente

que me apacigua

(M. Benedetti)

En la primera ventana del vagón puede verse una colección de autorretratos, imágenes que presentamos continuamente y que se visibiliza en semblanzas y descripciones compartidas que hacemos en distintos foros, es el Yo Público, el que queremos presentar con mayor o menor éxito. Cada intento suele ir acompañado de una cierta insatisfacción que nos empuja a seguirlo intentando a la próxima ocasión.

En la siguiente ventana se adivina, con cierta dificultad, la dimensión Privada del Yo. Ámbito más o menos confesable en escenarios de intimidad en los que nos comportamos de un modo diferente y normalmente más auténtico. Esta dimensión se manifiesta en el terreno de la confidencia, el susurro y el pacto secreto que nos hace sentir que pertenecemos a pequeñas, aunque firmes tribus.

En tercer lugar, podemos intuir a través del cristal de la ventana de este vagón, un Yo Desconocido y alimentado por todo lo que ocultamos de nosotros mismos en la infancia y que ahora no recordamos. Esto se producía cuando sospechábamos que eran cosas nuestras que no gustarían a los padres, a los maestros, a la comunidad de los adultos que nos tenían a su cargo. Esta ocultación es intuitiva y preconsciente, lo que significa que no suele tener un texto que la explique. De modo que ocultamos imágenes confusas, sonidos difícilmente explicables y sensaciones alarmantes que se alojan confusamente en el cuerpo. Al no disponer de las palabras adecuadas para explicar todo esto, estas imágenes o sensaciones se van deformando, incluso monstruizando con el paso del tiempo y se manifiestan en forma de pesadillas, improntas u obsesiones inespecíficas que constituyen La Sombra del Yo.

No hay que olvidar que la percepción de la realidad constituye la fisiología del pensamiento: la arquitectura de imágenes, sonidos y sensaciones configuran nuestro mapa de la realidad. Mapas que pueden generar aprendizajes adaptativos y creativos o síntomas de estrés y sufrimiento. Mapas que producen teorías que explican el mundo. Creencias más o menos útiles para nuestra satisfacción.

Hoy es el mañana que ayer planificábamos

(Oído a mi abuela)

volver a casa
Ilustración: Trinidad Ballester.

Lo que siempre sigue sucediendo

Vagón del pasado

Siempre se vuelve

con los viejos amores

o con los nuevos

(M. Benedetti)

Podemos observar en la primera ventana de este vagón las escenas familiares de la niñez, fotos antiguas de los ancestros. En la infancia, la vida de la persona pertenece al clan. El individuo somete su identidad a la estabilidad sistémica del grupo y hará todo lo que sea necesario para que la tribu nómada lo lleve con ella.

La segunda ventana exhibe los primeros lugares de la vida: la primera casa, la escuela, el aula, el barrio de la infancia, la escuela deportiva, la cuadrilla, la banda, también los lugares prohibidos. Los primeros espacios vitales de una persona son los que considera lo normal en la vida, aunque no le hayan producido satisfacción. Puede acostumbrarse a otros, pero suele identificar los primeros como los constitutivos de su vida. A esto se debe que, en muchas ocasiones, la persona ejerce patrones de conducta con personas en el presente que realmente corresponden a los que aprendió a ejercitar en el pasado.

La tercera ventana muestra los momentos difíciles en los que comprendemos cómo el pasado sigue sucediendo si no revisamos la mochila. El molde del trauma, la impronta en la memoria corporal. Escenas olvidadas que se repiten. La inocencia inconsciente se convierte en destino. Más que un mandato genético se trata de un aprendizaje epigenético significativo y profundo.

Sin sintonía con el pasado no hay futuro.

(Bert Hellinger)

Cuentos que curan
Ilustración: Trinidad Ballester.

El deseo inaplazable

Vagón del futuro

Es preciso avanzar en edad para conquistar la juventud, para liberarla de trabas, para vivir de acuerdo con su impulso inicial.

(Victor E. Michelet)

En el futuro, la vida del individuo ya no es del clan, su vida le pertenece y esto suele ir acompañado de una pulsión gobernada por el deseo de hacer las cosas a su manera. Lo que aporta la persona al mundo y antes de él no estaba. 

La primera ventana de este vagón muestra la misión del Yo. La imagen de otra conciencia que emerge junto al diálogo interno de lealtad al clan. Es una voz posterior, que expresa un deseo, que afirma una misión de autorrealización inaplazable. Las excusas para no hacer lo que tenemos que hacer pierden fuerza y credibilidad. Empezamos a comprender que la contestación de: — No tengo tiempo para hacer lo que tengo que hacer—, cada vez funciona con menor eficacia. Porque en realidad, en la vida sólo tenemos tiempo.

Por el siguiente cristal podemos contemplar la síntesis de la tensión de polaridades para que nazcan síntesis de la lucha de partes. Y en realidad más que fundir estas partes, conviene sostener su confrontación, para que esa tensión en su punto adecuado, nos abra vías para la autorrealización. Podemos definir la identidad como una suma de partes que funcionan más o menos adaptativamente en distintas situaciones. El rechazo de alguna de ellas la convierte en síntoma, puesto que su intención beneficiosa es levantar una alerta que ayude al sujeto a defender la vida.

La última ventana del tren nos permite ver nuestros estados más competentes para distintas situaciones: de logro de objetivos, de satisfacción, de inteligencia profunda en la aceptación de lo que la vida nos presenta. 

Hace unos años

Me asustaba el otoño

Ya soy invierno

(M. Benedetti)

volver a casa
Ilustración: Trinidad Ballester.

El pasado en el que
yo te decía de mí
y al decirte
yo era
y los grandes errores
me han labrado…
El presente en el que
la vida se me escurre
como el agua
entre los dedos
y mientras me moja
vivo..
Dan a luz al futuro
que tanto decide
y nada firma.

(Trinidad Ballester) 


Lecturas recomendadas

BANDLER, R. y GRINDER, J. (1994): La estructura de la magia. Vols. I y II. Santiago de Chile: Cuatrovientos

BATESON, G. (1998): Pasos hacia una ecología de la mente. B. Aires: Lumen

BLY, R. (1994): Iron John. (Juan de hierro). Madrid: Gaia. 

BOND, D. S. (1995): La conciencia mítica. Madrid: Gaia. 

BOSZORMENY-NAGY et al. (2003): Lealtades invisibles. B. Aires: Amorrortu

CAMPBELL, J. (1949-1997): El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. México: Fondo de cultura económica.

JODOROWSKY, A. (1994): Donde mejor canta un pájaro. Buenos Aires: Planeta.

JUNG, C. G. (et al.). (1994): Espejos del yo. (Imágenes arquetípicas que dan forma a nuestras vidas). Barcelona: Kairós. 

KRUSCHE, H. (1996): Fundamentos de la PNL. (La rana sobre la mantequilla). Málaga: Sirio.

O´CONNOR, J.; MC DERMOTT, I. (1997): El lenguaje corporal. Conceptos básicos. (PNL aplicada). Barcelona: Plaza & Janés. 

ORTÍN, B. y BALLESTER, T. (2005): Cuentos que curan. Barcelona: Océano-Ámbar

ORTÍN, B. (2018): Historias ilustradas de los niños invisibles. Sevilla: Jot Down.

Von FRANZ, M. L. (1990): Símbolos de redención en los cuentos de hadas. Barcelona: Luciérnaga. 

Ha pasado algún tiempo. El tiempo pasa y no deja nada. Lleva, arrastra muchas cosas consigo. El vacío, deja el vacío. Dejarse vaciar por el tiempo como se dejan vaciar los pequeños crustáceos y moluscos por el mar. El tiempo es como el mar. Nos va gastando hasta que somos transparentes. Nos da la transparencia para que el mundo pueda verse a través de nosotros o pueda oírse como oímos el sempiterno rumor del mar en la concavidad de una caracola. El mar, el tiempo, alrededores de lo que no podemos medir y nos contiene.

(Ángel Valente. Desde el otro costado)

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5 Comments

  1. He leído con atención el texto y no he acabado de esclarecer si su lectura me ha ayudado a deshacer mis planes de suicidio inminente ( no es ninguna broma) o a incrementarlos. Tal vez se deba a lo enrevesado del lenguaje que discrimina a personas poco cultas como yo.

    • Lucía V.

      Antes que nada, quisiera decirte que por tu forma de expresarte, no me pareces en absoluta una persona poco culta. Pero aunque así lo fuera, no es en este artículo (ni en ningún otro), donde hallarás la respuesta que buscas, la ayuda, la mano tendida que te oriente o te rescate. Imagino que al hablar de «vacío» te habrás identificado, lo mismo que si te hablaran de desesperanza o desesperación, de oscuridad, de no encontrar sentidos ni salidas …
      Los elementos para «salir» de tu ideación suicida están, principalmente, en ti. Pero para encontrarlos y reencontrar el sentido de tu vida, es fundamental que cuentes con ayuda profesional (y te lo digo como profesional que trabaja en el tema).
      Si tú quieres decirme en qué ciudad estás, yo intentaría de todo corazón averiguar y pasarte algún contacto que al menos te pueda orientar acerca de a dónde recurrir.
      Y créeme: el suicidio es una solución definitiva para un problema pasajero (porque tiene otra solución, aunque ahora no lo veas así). Porque tengo claro que quien piensa en quitarse la vida, no es porque quiera morir, sino porque quiere dejar de vivir como lo está haciendo.
      Mis mejores deseos para tí, y ten en cuenta mi ofrecimiento. A veces la mano tendida aparece donde menos te lo esperas.

    • Blunsburibarton

      He vivido el suicidio de tres personas próximas a mí en distintos grados. En uno de los casos se trataba de un amigo cercano. En ningún momento supe prever (no supimos, yo y algunos amigos comunes) el fatal desenlace aunque conocíamos alguna circunstancia que pudo actuar como desencadenante. ¿Qué le podría haber dicho ahora que no supe decir en el pasado a alguna de esas personas?
      Conoce tu ego y mantenlo a raya. El ego es la identidad que has forjado con el paso de los años. El ego ha crecido, entre otras cosas, gracias a los mecanismos de supervivencia del ser humano. No es necesario que estos mecanismos se desencadenen en casos de peligro extremo. Uno de ellos es el miedo al rechazo social que nos lleva a adoptar conductas no queridas con el fin de no sentirnos desplazados por alguno de los colectivos que formamos parte. Yo no soy de una forma determinada pero para no desagradar a alguien adopto una conducta distinta a la que yo deseo. Esto genera fricciones en la persona y una lucha por el yo que deseo ser.
      El ego elocubra y viaja entre el pasado y el futuro. Proyectando deseos futuros o viajando al pasado, para cambiarlo o para revivirlo. Una de las versiones ridículas del ego es el de recrear un futuro imposible basándose en haber cambiado una conducta del pasado. Aprende a vivir el ahora. Vivir el ahora requiere un estado mental que debe de trabajarse. Es una tarea a cumplir cada día.
      Otra manifestación del ego es el apego. El apego a una persona, a un bien material a un entorno o a un estado vital. La vida es cambio, cuanto antes sepamos desembarazarnos de las cadenas y del peso del apego antes podrás encontrarte con lo que eres en el nuevo escenario propiciado por el cambio. Piensa que se necesita muy poco para ser feliz. La música, el disfrute de la naturaleza, el contacto con otro individuo o un paseo son fuentes de felicidad por sí solas. Y son gratis.
      Aprende a valorar a los seres próximos como debes de valorarte a ti mismo. Ellos pueden, como tú, estar presos de su ego. Incompetentes para vivir el ahora y confundidos por el apego o por su deseo de buscar la conformidad del entorno. Comunícate con ellos con honestidad, expresa tus deseos, esfuérzate para derribar barreras que impidan decirles lo que deseas o lo que piensas.
      El ahora no basta. Tienes que proyectar el futuro. Planifica el día de mañana. Incorpora pequeños hábitos que te ayuden a alcanzar un objetivo determinado. Busca de qué forma ese hábito te puede llevar a alcanzar aquello que persigues. Sé constante.
      El suicidio puede dañar a quienes te quieren. Puede cambiar sus vidas para siempre y sumirlos en la tristeza. Siente que ellos podrían encontrar la pena que tú sentirías si se matase alguien que tú aprecias. Siempre les rondará el vacío que dejas y la idea de que podrían haber cambiado tu destino de haber tenido la oportunidad.

  2. Joep Beving

    La bibliografía se ha incrustado antes de tiempo. Supongo.

  3. Bernardo Ortín

    Totalmente de acuerdo con el mensaje de Lucía. Y también quería decirte que estoy dispuesto a aprender a escribir de forma que no te sientas excluido. Mis mejores deseos

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