En 1995 un veterano actor pulverizó toda concepción popular sobre él mismo y su trabajo en un largometraje titulado Los puentes de Madison. Dicho profesional respondía al nombre de Clint Eastwood, hasta entonces visualizado como un macho alfa, aquel que temían y admiraban los hombres y embaucaba a las mujeres con su sola presencia. Un tipo duro al que no te convenía cabrear.
Una reputación ganada a pulso con múltiples personajes que son parte del imaginario colectivo: Harry el Sucio, Sgt. Thomas Highway o Frank Morris. A pesar de no haber sido realmente un actor unidimensional, no fue hasta la cinta de 1995 cuando el Eastwood polifacético comenzó a ser reconocido por el público como un actor que iba más allá de sus personajes, esos que operaban al margen de la ley para defenderla.
La variedad de películas en las que ha participado y dirigido es demasiado grande como para citarla aquí, realizando biopics musicales como Bird, sobre la inmigración y sus choques culturales, llámese Gran Torino, tráfico de drogas en Mule, sin dejar atrás dramas bélicos con un toque patriótico, como en The Sniper. Una filmografía extensa delante y tras las cámaras que siempre ha luchado por desterrar el estereotipo popular de matón solitario. Logro que parece haber alcanzado en las últimas décadas.
En el plano personal podemos trazar paralelismos con su citada trayectoria laboral. Hablamos de un hombre ateo, con varios matrimonios a sus espaldas, que nunca ha ocultado su gusto por la dieta sana y la meditación, un exrepublicano (aunque él mismo prefiere la etiqueta de libertario) que jamás ha objetado a apoyar a un demócrata si lo veía necesario y sin demasiado aprecio por Donald Trump.
Pero todos estos datos, que dejan entrever a una persona de perfil moderado, no son suficientes para parte de sus fans y audiencia, que siguen sin separar a la persona del personaje. Un Harry el Sucio real, el faro de referencia contra la progresía de Hollywood y del mundo, un héroe políticamente incorrecto que es el único en atreverse a llamar a las cosas por su nombre. Un hombre de verdad entre tanto ofendidito de la generación de cristal. Una falsa leyenda que comenzó por una frase sacada fuera de contexto: «Todo el mundo está harto en secreto de la corrección política. Es la generación de lameculos con la que vivimos ahora. Los jóvenes son una generación de nenazas». Una cita repetida y copiada hasta el infinito, más propia de un enfado momentáneo que una declaración ideológica real. Poco importa su apoyo favorable a causas consideradas «progresistas», tales como el matrimonio homosexual, o el derecho al aborto y a la eutanasia.
Una disonancia entre percepción y realidad que llamaremos «la paradoja de Eastwood»: esto es, un personaje público alrededor del cual se crea una distorsionada imagen retrógrada pero que, en el fondo, esconde a un individuo bastante más tolerante y abierto que una parte de sus fans, causando incluso la sorpresa entre aquellos que solo conozcan a la persona de manera muy superficial.
Esta paradoja sucede de manera más habitual de lo que creemos en diversos ámbitos culturales, produciéndose no solo en el cine, sino también en la música o en la literatura. No es raro ver al artista que idolatra otros géneros musicales que la mayor parte de su base de fans no soporta, mucho más aferrados a un estilo en particular.
En España tenemos nuestro mejor exponente con el escritor Arturo Pérez-Reverte, en parte alimentada por él, como baluarte de la auténtica masculinidad española. Siendo la realidad bastante distinta, con un perfil mucho más relajado y distendido en contextos mucho más cercanos y, en el plano político, criticando la propia existencia de Vox, el partido nacional con el que más se le suele asociar.
Sirva esta (larga) introducción como ejemplo de un fenómeno que afecta a una larga lista de creadores, entre ellos Matt Stone y Trey Parker, autores de South Park.
Si indagan un poco sobre la asociación de South Park y política no se extrañen ver cómo la serie en multitud de ocasiones es considerada como una serie de animación «de derechas», además de ser acusada de homofobia, transfobia o racismo, entre otros amables calificativos. La asociación ha llegado hasta el punto de popularizar el término «South Park Republican».
El mundo de los cómicos tradicionalmente se ha asociado con la izquierda cultural, dado que siempre se ha visto a políticos y entidades conservadoras como amigas de la represión y la censura, incapaces de reírse de sí mismos. Una percepción incompleta a todas luces, pero asentada, aun así. Quizás por ello la figura del cómico «de derechas» no suele ser tan habitual y no goza del mismo éxito que sus homólogos del espectro contrario. Esta desigualdad y un deseo de equilibrar la balanza, o más bien, de incomodar a quienes normalmente no eran tan a menudo objeto de mofa y escarnio, ha sido uno de los leitmotiv de South Park.
Trey Parker y Matt Stone, el dúo creador del show, nacieron y vivieron sus años de juventud en el Colorado rural (donde, hipotéticamente, se situaría el pueblecito de la nieve eterna), en pleno corazón del Medio Oeste norteamericano, donde nunca pasa nada y solo hay kilómetros de nada repletos de vacas y paletos. Un ambiente que la serie ha ridiculizado constantemente.
Ambos reconocían que en su juventud se situaban más en el lado demócrata, ya que el republicano, como buen estado rural y tradicional, dominaba por aquellas tierras. Pero al llegar a la universidad, el statu quo de su entono era bien distinto, ya que los centros de estudios superiores, como las facultades, suelen estar mucho más alineadas con el Partido Demócrata, o más bien todo a la izquierda que se pueda tirar en un país eminentemente neoliberal como Estados Unidos.
Si todo el mundo atacaba las ideas republicanas, ellos decidían cambiar el objetivo de sus ataques. No eran conversos decepcionados con unas ideas, eran dos veinteañeros deseando molestar y echar sal en la herida.
South Park comenzó su andadura en agosto de 1997, en aquel mes donde nadie ve la televisión porque está demasiado ocupado disfrutando sus vacaciones y donde suelen ir programados aquellos contenidos en los que no hay demasiada fe de supervivencia. Pero la estética feísta y los deslenguados diálogos de un pueblo que vomitaba en los límites que ni tan siquiera Los Simpson en su época dorada se atrevieron a tocar se ganó el respeto de la audiencia.
La serie no tardó demasiado en introducir la mofa política entre sus capítulos, mofa nada sutil y que no hacía distinciones de bandos. Sin embargo, entre líneas se discernía cierto desequilibrio en la balanza. Más allá del humor de trazo muy grueso con tintes surrealistas, esta balanza se inclinaba de manera ligeramente más sobre las ideas consideradas progresistas, como la conservación medioambiental, la libertad para cambiar de sexo o la defensa de las minorías. O más bien, las bromas no iban dirigidas hacia las ideas en sí, sino hacia quién y cómo las enarbolaban. Eso no ha impedido que extractos de capítulos clásicos sigan teniendo muchísimo recorrido en YouTube bajo títulos nada llamativos como «Ideología de género según South Park».
Aunque desde el mismo inicio de la serie nadie escapaba a su bestial cinismo, ¿había motivos para pensar que los creadores atizaban más a un lado? Basándonos en sus palabras, quizás. «Reírse de los republicanos no es tan divertido porque todo el mundo lo hace (…) Es más divertido reírse de los liberales porque nadie lo hace».
Pero la frase que más recorrido sigue teniendo, pronunciada por Matt Stone data de 2006: «Odio a los republicanos, pero aún más a los liberales». Declaraciones sueltas que acabaron de cimentar su reputación como equidistantes políticos que no son de izquierdas, ni de derechas, pero que son de derechas. Quizás en su cruzada por la erradicación de tabúes sociales les hacía tocar temas considerados más «progresistas» y que hasta la fecha (hablamos de mediados/finales de los 90) el humor mainstream no se había atrevido a tocar.
¿Quiere decir esto que aquellos espectadores cansados de ver cómo los «progresistas» tienen barra libre para salir impunes de burlas y escarnios encontrarán aquí un oasis de paz, algo que les dará la razón y respaldará sus ideas? Craso error.
En el ADN del show está impregnado el jugar al abogado del diablo al presentar argumentos válidos de ambos bandos, y distorsionarnos lentamente, pasando de una disputa intelectual razonada y sobria que degenera a una mera caricatura, a una lucha entre hooligans.
Las burlas hacia la histriónica evolución de la identidad sexual del señor Garrison, de homosexual reprimido, pasando por transexual, lesbiana, hasta finalmente volver a su sexo original por arbitrarios caprichos, contrastaban con la cariturización del trabajador de baja cualificación rural estadounidense, más conocidos como rednecks, capaces de protestar por la llegada masiva de inmigrantes del futuro mediante orgías masivas.
En definitiva, preocupaciones y problemas realistas llevados al paroxismo más absoluto.
La ridiculización de la superioridad moral de todos aquellos que compraban un coche eléctrico con la excusa de salvar el planeta despertaría sonrisas en una parte de su público, que tendría que aguantar los constantes ataques hacia el racismo sistémico de la policía del pueblo.
No obstante, donde unos no ven inconveniente alguno en cierto posicionamiento equidistante, otros vislumbran en este cierto trasfondo defectuoso, representado como una apatía vital constante hacia todo, que se traduce en ser incapaz de profundizar en los problemas. No se trataría tanto de criticar algo porque me preocupe el cariz que está tomando, sino hacerlo porque todo me da igual y me da igual que todo esté mal, sin pararse en ir hacia la raíz del problema. El clásico mantra de «¿Para qué voy a hacer algo, si todos son iguales y no va a cambiar nada?», criticando a aquellos que se inmiscuyen, independientemente de cuál sea la causa la causa o el motivo. El mero hecho de implicarse en algo implica radicalizarse y merecer ser ridiculizado, pues incluso tratarán de hacer proselitismo.
El «atacamos a las personas, no las ideas» escondería una suerte de nihilismo moral light donde lo más correcto es no hacer nada, evitar cuestionarte el entorno que te rodea y actuar tan solo cuando las acciones de los demás rompan tu burbuja de comodidad. En otras palabras, «haz lo que quieras, pero que a mí no me incumba», siendo el pueblo de Colorado un espacio seguro donde nunca pasa nada, ni estás obligado a esforzarte.
No en vano, activistas de todo tipo y condición suelen ser objeto de escarnio en la serie, y cada vez que uno de los protagonistas se ha involucrado en alguno, bien lo ha llevado hacia el extremo o ha acabado desencantado por la hipocresía de las personas detrás de tales ideas. Nada importa y aquellos a los que algo importa o son unos idiotas o unos mentirosos.
Una actitud tachada incluso de infantil, digna de trolls de internet, buscando siempre la última ofensa. Si te ofendes, te jodes por tener la piel tan fina. ¿Les suena?
Mencionábamos al principio del artículo cómo sus críticas hacia todo el mundo, pero ligeramente más inclinadas hacia el progresismo, les había valido ser la serie de animación preferida de la derecha moderada, pues en ella sentían que encontraban a alguien con quien compartir objeto de burla.
La crítica poco inusual a la izquierda y el no implicarse, ni profundizar, en causa alguna bajo el pretexto de la libertad, consiguió sin pretenderlo que fuera considerada como la serie libertaria por excelencia. ¿Recuerdan el término South Park Republican?
En Estados Unidos y Canadá se emplea para representar a aquel votante republicano progresista en lo social, muy lejos del clásico elector del partido, pero tremendamente neoliberal en lo económico. Se encuentran a favor de asuntos como el matrimonio homosexual, el derecho al aborto, pero fervientemente en contra de todo intervencionismo estatal, algo que sí tiene en común con el votante republicano de toda la vida. Todo ello amparado bajo el deseo de dar el máximo grado de libertad al individuo con respecto al Estado. En otras palabras, libertario. Siendo South Park el mundo de entrada para muchos hacia este espectro político.
Aunque en estos tiempos polarizantes, el término libertario ha acabado radicalizándose, rozando incluso ser sinónimo de anarcocapitalismo. Vean cómo la bandera de Gadsden, aquella con la serpiente que reza «Don’t thread on me» (No me pisotees) y asociada al liberalismo clásico, estaba presente en el asalto al Capitolio de enero de 2021, donde los perfiles discretos y moderados no eran precisamente mayoría.
Una suerte de cajón de sastre donde cabe desde el templado Eastwood a auténticos hooligans como Kid Rock, chocando frontalmente con movimientos sociales como el ecologismo o el feminismo de la tercera ola, pues atentaría contra la libertad de los individuos (contraposiciones que darían lugar a un amplio y extenso debate para otro momento).
(Continúa aquí)
«Libertario» está cargado con connotaciones distintas en español, más izquierdistas, menos individualistas.
Por eso, al menos hace unos lustros, se utilizaba para referirse a estos ultraliberales políticos, anarquistas o anarcoides de derechas los términos «libertariano» y «libertarianismo». No son palabras demasiado eufónicas, quizá por eso no triunfó su uso y se ha preferido el término «libertario», menos adecuado, pero más conocido y fácil.
No conozco la peli «the sniper». Será «americano sniper».
Será por poner la traducción a inglés del nombre en castellano de la peli creyendo que es el mismo que el título original…
Una serie necesaria, adelantada a su época en muchos aspectos y episodios.
No creo que la serie peque de «republicanismo» ni de trolleo, sino que su especialidad es llevar al absurdo cualquier idea que parece normal que se acepte en una sociedad como la americana, pero que a los autores les parece escandalosamente estúpida.
Los capítulos sobre los tiroteos en las escuelas infantiles (donde un padre da más importancia a las notas de un examen de mates que al tiroteo en la escuela del hijo), y el de la competición deportiva de la «mujer más fuerte» (donde compite y gana un culturista de lucha libre que se siente mujer) son dos joyas televisivas que hay que revisitar una y otra vez. Y se emitieron hace tiempo.
Mi serie favorita de dibujos. Empecé a verla en su primera temporada cuando la echaban los domingos de madrugada en Antena 3. Como yo era un niño que empezaba la ESO mi madre me los grababa y los veía los lunes después de comer. Desde el año pasado empecé a verla desde el principio para intentar completarla ya que la vida de adulto me arrolló y dejé de seguirla por la temporada 15 y verla hoy en día es un gozo. Porque por muy satírico y retorcidas que sean algunas escenas, hoy día se están produciendo. Quizás en EEUU en 2005 todo este postmodernismo era mucho más latente que aquí, o quizás yo era muy niño para ver la ola aproximarse, pero mientras lo ves te das cuenta que es una serie avanzada y completamente necesaria. Lo que más adoro es la capacidad de retorcer un argumento contra el que lo esgrima.
Políticamente es tan evidente que no son republicanos, como que si son de derechas. Porque aunque parezca mentira para muchos, puedes tener una ideología sin necesidad de vender tu lógica al diablo aka el partido que te toque por espectro político. El articulo tiene bastantes aciertos a la hora de describir la serie políticamente, y por extensión la ideología. Yo que me siento bastante identificado con la serie, me he visto desnudo ante el articulo y la crítica que hace a la propia ideología de apatía general me la achaco a mí mismo llamándola «la vía fácil». La frase «haz lo que quieras, pero que a mí no me incumba» es la máxima y todos los que nos regimos bajo ese lema somos de derechas. Lo mismo que ni derechas ni izquierdas son de derechas. Si algo tiene la izquierda es que te hace saber desde el primer momento su posición ideológica. No pierde ocasión para atacar «al contrario», ni intención ninguna de mirarse al espejo(y el que lo hace acaba repudiado). Por eso cualquier equidistante es tildado de derechas inmediatamente(que lo es). Sería bueno un día hablar de porqué hoy en día ser equidistante es negativo…
Por último, felicitar a Pablo. Un articulo diferente y bastante aproximado a la realidad, con sus críticas hacia todo el mundo, pero ligeramente más inclinadas hacia el republicanismo.
Ya no me meto con el témino libertario, porque ,salvo su raiz de «libertas», poco tiene que ver con su significado original…y si leemos algo a Amy Raind, cagándose en Kant, pocas luces críticas se pueden encontrar en el libertarismo USA… pero, si quiero matizar que la equidistancia en política no existe, salvo en matemáticas «mal usadas». despreciando el hecho de que solamente un segmento tiene punto medio, ya que la recta (curva de radio infinito) no tiene nada parecido a un puto punto medio (porque no hay extremos)… y en política pasa algo parecido… los llamados «extremos» se tocan (a huevos, ovarios y posible aparato reproductor no binario) y, claro, el centro no existe… solo hay una marea de posturas Políticas, que más o menos «azarosamente» se van recolocando a lo largo del espectro político…
Por lo demás, espero cont con ganas…
Hace cien años libertario equivalía a anarquista pero hoy es sinónimo de ultra capitalista. George Orwell acertó en todo.