Estamos en 2013, y Sergei Stakhovski se lanza al suelo, tal y como ha visto tantas veces en la televisión; una experiencia que él desde luego no ha vivido jamás, no en la pista central de Wimbledon, no ante el vigente campeón, no delante de la nobleza británica que ha venido a ver un nuevo paseo del siete veces vencedor del torneo y se ha encontrado con una exhibición de saque y volea de un ucraniano completamente desconocido.
Hay en el estadio una cierta sensación de irrealidad, de formar parte de un momento histórico. La última vez que Roger Federer perdió antes de cuartos de final en un torneo del Grand Slam fue en 2004, Roland Garros, y su rival era ni más ni menos que Gustavo Kuerten.
No Sergei Stakhovski, Gustavo Kuerten.
El propio Federer parece no poder creérselo: un año atrás había conseguido lo que nadie esperaba, ganar Wimbledon a los treinta años, recuperar el número uno del mundo y pocas semanas después culminar la racha con una plata olímpica en el mismo escenario.
Nadal estaba por entonces retirado de la competición debido a una lesión indeterminada de rodilla, Djokovic venía de un año demasiado agotador física y mentalmente y Murray todavía quedaba a un paso de la brillantez. De febrero de 2004 a julio de 2012 habían pasado ocho años y medio pero el resultado era el mismo: el genio suizo, el de los golpes imposibles, el hombre que no sudaba en los partidos era el mejor del circuito.
¿Qué había pasado para llegar a esta derrota ante Stakhovski? Pronto los especialistas empezaron a hurgar en las estadísticas y se encontraron con su uno de ocho en pelotas de break convertidas. En realidad, esa no era una novedad porque Federer siempre había tenido problemas para jugar los puntos decisivos de los partidos, pero esos problemas los tenía contra sus iguales, contra los Nadal y los Djokovic, nunca contra un tío fuera del top 100 del ranking. Son problemas de confianza y de concentración. En tenis, restar es una cuestión de instinto, algo así como el rebote en baloncesto. La pelota viene a doscientos kilómetros por hora y no la puedes ver: es algo más que reflejos, es intuición, ganas, determinación…
Todo eso, de repente, falta en el tenis de Federer. Falta en el partido contra Stakhovski como ha faltado en los anteriores, incluso en Halle, su torneo de hierba favorito, donde ganó la final apenas dos semanas antes pese a perder el primer set con Mikhail Youzhny. Federer no parece un hombre mayor, aun a punto de cumplir los treinta y dos años: parece un hombre perdido. Un hombre que saca en el tie-break del cuarto set con 6-5 en contra y, en vez de mover al rival de lado a lado y demostrarle quién es, se dedica a cortar reveses muerto de miedo hasta que, cuando por fin golpea, una bola aparentemente fácil, manejable… la manda medio metro fuera de la línea lateral, en pleno pasillo de dobles.
Cuando Roger Federer recoge sus raquetas, se despide y da una rueda de prensa entre autocrítica —nunca ha sido su fuerte— y esperanzadora —a Sampras le pasó lo mismo en 2002 y dos meses más tarde estaba ganando el US Open—, el aficionado siente que algo se está yendo, que el mito puede que no vuelva, que el problema va más allá de las piernas cansadas y que ni el suizo sabe lo que está pasando, ni su entrenador —Paul Annacone, precisamente quien acompañara a Sampras en su crepúsculo— está capacitado para detectar los problemas.
Que el futuro, en definitiva, tiene una pinta horrorosa.
La fase de negación
Roger Federer, y esta es una opinión puramente personal, es el mejor tenista que han visto las canchas en los últimos cuarenta años. Ponerse a discutir si Rod Laver o cualquiera de los que pasaron al profesionalismo en lo más alto de sus carreras eran o no mejores cuando el juego en sí mismo era completamente diferente en cuanto a material y exigencia física, nos lleva a un debate interminable. Si consideramos 1972, fecha de fundación de la ATP, como el punto de inicio del tenis moderno, es complicado negarle al suizo su condición de número uno, no ya por ganar diecisiete o dieciocho o veinticinco Grand Slams sino por su forma de jugar. Jamás en mi vida vi a nadie jugar así al tenis durante sus años de apogeo: 2004, 2005, 2006, 2007… años que podían acabar con cuatro, cinco o seis derrotas en casi cien partidos llenos de puntos absolutamente sensacionales.
Quizás el problema de Federer fue asumir el éxito. Una cosa es que seas el mejor y otra cosa es que te lo creas en exceso. El perfil de Roger nunca fue el del tenista engreído y excéntrico, rodeado de amigos dudosos y mujeres espectaculares. Casado con Mirka Vavrinec, su novia desde los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, y padre de unas gemelas y unos gemelos, Federer ha destacado en su carrera por llevar una vida tranquila, algo introvertida en ocasiones y con una gran capacidad para la autogestión: después de dar el salto al número uno asesorado por Peter Lundgren, le despidió, se entrenó a sí mismo durante dos años de triunfos continuos y después contrató a Tony Roche con la idea de que le llevara a ganar Roland Garros, cosa que no consiguió. De hecho, su único triunfo en París llegó precisamente cuando lo único parecido a un entrenador que había en las gradas era su amigo Severine Luthi, el capitán suizo de Copa Davis.
El triunfo constante, el halago sin medida, hace que incluso la gente más modesta, más serena, tenga problemas para percibir la realidad. En julio de 2013, Roger Federer tiene un problema tenístico mucho más grave de lo que él cree, pero no puede reconocerlo, hay algo que lo impide. ¿No dijeron en 2011 que estaba acabado? Pues las mismas palabras se las tendrán que comer de nuevo. Envalentonado, en busca de preparación física y del prestigio recuperado, pide dos invitaciones para disputar los torneos de tierra batida de Hamburgo y Gstaad. Es la primera vez desde 2004 que lo hace.
Los recuerdos en Hamburgo no pueden ser mejores: cuando se disputaba en abril-mayo, antes de que Madrid ocupara su lugar en la rueda de Masters 1000, Federer ganó el título hasta en cuatro ocasiones, siendo de lejos el torneo de tierra batida que más veces ha alzado en su carrera. ¿Por qué no repetir después de cinco años de ausencia? Federer es recibido como un héroe, quizá porque la trayectoria del torneo es paralela a la del jugador: ambos caminan cuesta abajo, venidos a menos.
Para mantener el espejismo y como si la cosa no fuera con él, el suizo anuncia un cambio de raqueta. La polémica viene de lejos porque ya desde hace años se le pide a Roger que use una raqueta más grande, más «moderna», que le permita competir con los grandes pegadores del circuito. A algunos expertos les parece una cuestión vital, otros aseguran que da un poco lo mismo, que la diferencia apenas se nota. En cualquier caso, es un aviso al mundo: Federer no solo no se rinde sino que se adapta a los nuevos tiempos. Tarde, pero se adapta. Su nueva raqueta mide noventa y ocho pulgadas, dos menos que las de Nadal y Djokovic, pero ocho más que la anterior, más propia de los años noventa. Durante los tres primeros partidos, el cambio de raqueta y de superficie son una excusa fantástica para enmascarar un juego mediocre: remonta un set al jornalero Daniel Brands en primera ronda, solventa con lo justo su partido ante Jan Hajek en octavos y sufre de lo lindo ante Florian Mayer, número cuarenta y cinco del mundo, en cuartos de final (7-6, 4-6, 7-5).
En semifinales cae ante el argentino Federico Delbonis, ciento diecinueve del ranking ATP en dos tie-breaks. Es la primera vez que dos jugadores fuera de los cien primeros del mundo le derrotan en torneos consecutivos: Stakhovsky y Delbonis, con pulgadas y sin ellas.
De nuevo, las estadísticas muestran el ya clásico uno de ocho en bolas de break que le acompaña en este tipo de partidos tensos. Cuando llega a Gstaad, de nuevo como ídolo, recibe un homenaje antes de su primer partido y acaba haciendo las maletas esa misma tarde tras perder contra Daniel Brands en dos sets, con un nuevo cero de cinco en oportunidades de ruptura, está claro que el autoengaño no puede durar: Federer está completamente perdido.
El amargo camino de la mediocridad norteamericana
Los relatos de John Cheever se llenan de dos tipos de personajes: los que viven en la mediocridad, siempre han vivido en ella, pero atisban continuamente algo que puede sacarles de ahí, algo que no llega o que si llega lo hace en forma de tragedia… y los que habiendo sido especiales toda su vida acaban en los brazos de una vida vulgar, decadente, mosca en una tela de araña.
Así llega Roger Federer en agosto de 2013 a Ohio, medio oeste americano, estado con fama de imprevisible. Ha pasado de ser el Apolo de Foster Wallace a ser un remedo del oficinista que ve pasar las estaciones mientras imagina lo que será llegar a su casa del extrarradio y encontrarse de nuevo a su mujer y sus dos hijas. En un nuevo giro de la trama, anuncia al llegar que vuelve a su antigua raqueta, que no ha sido buena idea un cambio de ese tipo justo entre torneos de Grand Slam y que no todo se puede explicar por ese cambio pero buena parte del desastre, sí. Para recuperar sensaciones y entrenar más —ahora lo bueno es entrenar, hace un mes era competir donde fuera, contra los Delbonis del mundo— se ha saltado el Masters 1000 de Canadá para acudir directamente a Cincinnati, donde se dice que la pista es la más parecida a la que luego los jugadores se encuentran en Nueva York. No en vano, Federer ha ganado este torneo en cinco ocasiones, las mismas en las que se ha impuesto en el US Open.
Descansado y con su nueva raqueta —su vieja raqueta, en realidad—, Federer debuta en el torneo contra Philip Kohlschreiber, un rival «pestoso», especialmente peligroso en pistas rápidas y que, pese a superar los treinta años, sigue siendo una amenaza en primeras rondas, cuando el desgaste físico aún no se ha cebado con su cuerpo y su mente. No es un partido espectacular, pero el suizo lo solventa en dos sets. El sorteo del cuadro, sin embargo, no le ha sido especialmente benévolo y en eso tiene que ver el hecho de que por primera vez en casi diez años, Federer no es el número uno del mundo ni el dos ni el tres, sino el seis… Su siguiente rival es Tommy Haas, otro treintañero con una clase deslumbrante y temible en partidos cortos.
Haas es un nombre importante en la carrera de Federer y de los pocos que siempre le han plantado cara pese al 11-3 con el que el suizo lidera sus enfrentamientos personales. Dos años mayor que Roger, Tommy le eliminó en semifinales de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, privándole de conseguir una medalla cuando apenas tenía diecinueve años, una decepción que sigue recordando en algunas entrevistas.
No hubo mejor revancha que los octavos de final de Roland Garros, en 2009, cuando a Federer le dio un ataque de vértigo emocional después de la eliminación de Rafa Nadal un día antes y en un visto y no visto se encontró dos sets abajo y 15-40 con su servicio en el tercero. Una derecha invertida que besó la línea lateral y un par de genialidades dieron la vuelta a ese encuentro y le abrieron la puerta a su única victoria en París en cinco finales.
El partido de Cincinnati se convierte pronto en una masacre dolorosa: Haas se impone en el primer set por 6-1 y rompe el servicio de Federer para colocarse 4-1 en el segundo. Esto no formaba parte del plan, piensa el suizo mientras se plantea si rendirse y buscar una nueva excusa o agarrarse a la pista y esperar que a Haas le dé uno de sus clásicos ataques de irregularidad. Para cuando quiere salir de dudas, Tommy ya ha cumplido con su parte: tres dobles faltas seguidas, tres servicios perdidos y adiós al segundo set. El tercero seguirá el mismo patrón. Salvado por la campana, Federer afronta el partido de cuartos de final ante su gran némesis, Rafa Nadal, el hombre de las bolas liftadas al revés durante horas y horas, sin desmayo, sin salirse jamás de la táctica.
El respeto en el que se basa su relación esconde un cierto resquemor: Federer sabe que juega mejor al tenis que Rafa, algo que el propio Rafa admite; lo que no sabe es por qué demonios pierde siempre, por qué nunca consolida sus breaks de ventaja, por qué no puede ganar los puntos decisivos y por qué después de ocho años de enfrentamientos sigue siendo incapaz de sacarse la bola cuando le llega con efecto a la altura de la cadera. Nadal, además, llega como número uno del año, a un paso de convertirse en el primero de la ATP después de recuperarse de su extraña lesión. Ha perdido tres partidos en todo el año y sigue invicto en pista dura. Los que nos mantenemos fieles a Roger solo pedimos una cosa: que no sea doloroso.
No lo es. Federer incluso se anota el primer set y aunque acaba cediendo en tres deja una impresión más que satisfactoria. Nadal está a otro nivel, pero, ¿quién sabe?, puede que esta vez el nadador atraviese una última piscina y lo que encuentre no sea una casa derruida sino un decimoctavo Grand Slam. Puede ser.
Por supuesto, eso no quiere decir que nadie vaya a apostar por ello.
El nadador en Flushing Meadows
El espejo es Pete Sampras. Lo he dicho antes pero lo repito ahora porque ahora es el momento de repetirlo. El espejo es lo que Pete Sampras hizo en 2002, cuando después de dominar el circuito durante casi diez años, y recién cumplidos los treinta y uno, salió del top 10, perdió en segunda ronda de Wimbledon ante el desconocido George Bastl, suizo para más señas, y, desahuciado, fue eliminando rivales en Flushing Meadows hasta imponerse en la final a Andre Agassi y dejar definitivamente el deporte en lo más alto.
Federer no acaba de cumplir treinta y uno sino treinta y dos, pero si David Ferrer está en lo mejor de su carrera pasados los treinta, ¿qué le impide a él soñar con una sorpresa mayúscula? Hay un elemento en común: el entrenador, Paul Annacone. Annacone llegó para revitalizar la carrera de Federer cuando los síntomas de agotamiento eran ya evidentes y uno no sabe muy bien cómo evaluar su trabajo: sí, ganaron Wimbledon juntos y sí, le llevó de nuevo al número uno del mundo. Ahora bien, de Federer pedimos más, siempre pedimos más, quizá precisamente ese sea el problema.
Un vistazo al cuadro invita al optimismo: no hay grandes rivales hasta cuartos de final y ahí espera Rafa Nadal. Si estamos ante un último baile, ¿qué mejor pareja que Rafa? Nadal viene de ganar Canadá y Cincinnati. Viene de ganarlo casi todo, de hecho, pero algún día tiene que parar. No es posible que un tipo que estaba medio cojo hace menos de un año vuelva al mejor nivel de su carrera. Algún día tiene que ceder y el precedente de Cincinnati, cuando Roger jugó su mejor tenis de todo el año, está muy presente en la cabeza de todos.
Así, encorajinado, el nadador empieza su camino. Son siete piscinas, cuatro hasta llegar a Rafa. Luego, presumiblemente, Ferrer, y por último Djokovic o Murray.
Federer se lanza al agua contra Grega Zemlja, un esloveno con buenos resultados en pista dura… y gana sin problemas, en tres sets, brazada ágil. Sale de la piscina y a los dos días se vuelve a meter, esta vez contra Carlos Berlocq, un especialista en tierra batida. Cede solo seis juegos. «Es el Federer de antes», dicen muchos, entusiastas, y él se limita a sonreír, enigmático, como diciendo: «Sí, puede que sea el Federer de antes y entonces muchos os vais a tener que callar la boca» y se seca al sol y a los dos días vuelve a sumergirse contra Adrian Mannarino y aquí ya no cede seis juegos sino solo cinco. Tres partidos y tres victorias en tres sets. Un hombre en plena forma que empieza a meter miedo mientras se acerca a la meta, más aún cuando se sabe que su rival en octavos de final será Tommy Robredo, otro especialista en tierra. Cuando Robredo era un aspirante a estrella, Federer le ganó diez veces seguidas. Ahora que tiene treinta y un años y un cuerpo masacrado por las lesiones, ¿cómo esperar que oponga resistencia alguna?
Con lo que, de nuevo dos días después, Federer se lanza a su cuarta piscina, pero igual que en la ficción, pronto empieza a ver que le fallan las fuerzas, que ya no mueve las piernas como antes, que el agua se le hace espesa. El primer set lo inicia al tran-tran, está a punto de perderlo con 6-5 en contra y saque de Robredo pero consigue llevarlo al tie-break, donde pierde de todos modos. A partir de ahí, cada juego es un suplicio, una tortura. Federer está paralizado porque recuerda Londres, recuerda Hamburgo, recuerda Gstaad… No consigue restar cuando es necesario, cuando realmente importa, desperdicia hasta dieciséis oportunidades de break y cede su servicio fácilmente en un momento de despiste. El segundo set va para Robredo, que se anima a sí mismo, como si no se lo pudiera creer.
Todos en Nueva York sueñan con que Federer repita una de sus remontadas: la de Haas en 2009, la de Falla en 2010, la de Del Potro y Bennetau en 2012… La sensación es la de siempre: «Lo ha hecho antes», pero el miedo y la realidad apuntan a lo contrario: «No volverá a hacerlo». El nadador llega exhausto a los últimos metros, confuso, observando que nada a su alrededor es lo que era. El tercer set también se va y llega a la rueda de prensa grogui, como si su casa ya no fuera su casa, como si no tuviera llaves para entrar y no supiera por qué. Ahí, sí; ahí, empieza el reencuentro con la realidad porque la gravedad siempre gana. En esa rueda de prensa, Federer reconoce que las cosas están muy lejos de ser como eran y que no es la raqueta, no es la edad, no es una mala racha. Es él.
Y la única buena noticia que se le viene a la mente es que el verano, por fin, se acaba y, probablemente, al menos, la ropa ya estará seca.
Siempre interesantes los artículos de tenis de Guille
Tommy Robredo fue top 5. Yo creo que calificarlo de «aspirante a estrella» es menospreciar su trayectoria. Además, en 2013 tampoco es cierto que el cuerpo de Tommy hubiese sido masacrado por las lesiones. Esa masacre llegó después. Se nota que al autor le gusta el tenis, pero este artículo está sacado de la nada. Poco documentado. Saludos.
Va a depender de la percepcion de estrella. Para mi, estrella no es quien gana en su deporte, si no quien traspasa las barreras de este y deja su nombre impreso en la sociedad de su epoca de alguna manera.
Normalmente son cosas que van de la mano, pero desde luego no es obligatorio que asi sea. Uno puede ser el 5o mejor del ranking pero esto puede ser capcioso., el ranking ATP es anual y no de carrera: dos buenos años pueden llevar a un don nadie a entrar en el top 10 y luego desaparecer para siempre, y alguno saldria a decir que ese tenista llego a ser el 5o mejor del mundo… pero solo unos meses.
Las estrellas son las que llevan años en ese top 5 sin caer de el mas que de forma muy puntual y ademas consiguen trascender su deporte.
Preguntele a su tia Maricarmen la del pueblo quien es tommy robredo. Vera la respuesta. Preguntele despues quien es Rafa Nadal. Pues esa es la diferencia entre un tenista top y una estrella del tenis.
Saludos.
Totalmente de acuerdo. Hay tenistas que han ganado grandes y no pueden ser consideradas estrellas. Por ejemplo Wawrinka, que ha ganado ¡tres! . Que se dice pronto.
Yo sí creo que Nadal y Djokovic son mejores tenistas que Federer…
¿El mejor jugador de tenis es el que juega más bonito? Ronaldinho, posiblemente el futbolista más estético que hemos visto, no ha sido que Messi. Magic jugaba más bonito que Lebron, pero no ha sido mejor.
Lo siento, pero el mejor es el que más gana. Hablamos de jugadores que se han enfrentado entre ellos, y el que más gana es Rafa Nadal, con unas estadísticas brutales en GS. Posiblemente a Rafa, que cada año que pasa juega mejor, no le han hecho justicia sus primeros años, en los que su despliegue físico y una forma de jugar ‘a la defensiva’ dejaron una impronta que fue recogida como marca, pero que no se corresponde con el Rafa que vemos a día de hoy, muy ofensivo y destilando calidad en todos sus golpes. ¿Federer el estético y Rafa el obrero? Es mentira y es injusto.
Escribo esto después de ver los cuartos de final de Wimbledon contra Fritz. Una heroicidad, una hazaña, pero dejemos de lado la mentalidad de Nadal, muy superior a la de Federer, que jamás hubiera podido ganar este partido en las condiciones en las que se ha encontrado Rafa. Ha sido una muestra de la genialidad de Nadal, con un despliegue de golpes espectacular, de una clase excepcional, jugando como un tío de los años 70, para desbordar a un jugador que ha estado bien, que venía en racha, y que ha perdido contra un jugador sin saque, en Wimbledon. No era el Sinner asustado contra Djokovic.
El mejor es el que más gana, y si el serbio acaba primero será el mejor. Ahora lo es Rafa. Federer ya quedó atrás, sobre todo porque ha coincidido en el tiempo con Rafa y Novak y no ha podido con ellos.
Te ha quedado muy bien la comparación, pero es de las malas. Ronaldinho juega como centrocampista, alguien que distribuye el juego, y Messi es delantero. «Magic» jugaba como base, mientras que Le Bron es alero. En su posición, Ronaldinho y «Magic» fueron lo mejor. Messi no es capaz de distribuir el juego y LeBron es incapaz de dirigir la ofensiva o de hacer que el balón llegue al jugador mejor posicionado.
Si dices que Lebron no es capaz de dirigir y poner el balón en el sitio correcto no tienes ni idea de lo que dices, porque es justo lo que hace, sobre todo ahora. De hecho, hace lo que quiere, y también meter 30 puntos. Y Magic jugaba de alero hasta que se fue Norm Nixon de los Lakers. Lecciones de basket no me vas a dar.
Lo de que Messi no sabe distribuir también es muy discutible. De todas maneras, no se trataba de hablar de posiciones, creo que la comparación era estética/efectividad. Pero cada uno entiende lo que quiere.
¿Messi centrocampista? ¿Has estado esnifando últimamente pegamento? El problemón que siempre creó en el FCB es que el equipo debía de jugar enteramente para él. Ibrahimović estaba harto del tema.
Te han pillado majete con una comparación chunga. Asúmelo.
El deporte es entretenimiento. Eddie Lawson, Mike Dooham, Rainey, Freddy Spencer y Valentino ganaron muchos campeonatos del mundo del motociclismo, pero el motorista más célebre ha sido Kevin Schwantz, que sólo ganó uno. Ahora bien, en la pista era espectacular y, además, era un tío bueno. Chicas que no tenían ni p. idea de motociclismo tenían un póster suyo en sus cuartos. Cuando Mónica Seles era el número uno, llenaba los campos en las semifinales y finales. Sin embargo, la Kournikova no llegaba a las finales pero todos sus partidos estaban llenos hasta la bandera. En la actualidad, el mismo fenómeno se observa en Italia cuando hay una competición atlética en la que entran Maria Roberta Gherca, Dalia Kaddari o Verónica Zanon. En España, Fatima Diame llena las gradas. Que yo sepa no ha conseguido una medalla en su vida.
Tocante al basket, los números son aplastantes en relación con Abdul-Jabbar o Chamberlain, pero el icono del basket sigue siendo Michael Jordan debido a su espectacularidad. Pero no te voy a dar lecciones, que las sabes todas. El deporte es entretenimiento. De Nadal no he visto ni un póster. No atrae a las mujeres. Borg fue quien popularizó el tenis, un deporte para pijillos, quizás porque arrastraba a un mujerío impresionante. En cualquier caso, en el mundo del entretenimiento, el mejor es el que más vende.
Chamberlain ganó 2 anillos. Difícil que así pueda ser considerado el más grande. Kareem 6, los mismos que Jordan, pero si dices que el más grande es el que más vende es difícil encontrar un gran jugador menos popular que Kareem. En todo caso, se te olvidó Russell, que ganó 11. ¿Por qué Jordan es más reconocido? Pues porque aparte de ser indiscutiblemente el mejor jugador de su equipo y el máximo anotador siempre, es un jugador más contemporáneo y sus hazañas las hemos visto hasta cansarnos. Además, era mejor que Kareem y mejor que todos.
Djokovic, que acaba de ganar Wimbledon, no cae mejor que Federer. Tampoco vende más. Pero ya es mejor. Los títulos. De motos no tengo ni idea.
Pues de basket tampoco andas muy despierto. Chamberlain fue el único jugador en anotar más de 100 tantos en un partido, promediando 40-50 de media por partido y 20 rebotes durante 7 temporadas consecutivas. Debido a sus condiciones físicas excepcionales hubo que cambiar las reglas de la NBA. Puedes ilustrarte en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Wilt_Chamberlain#Récords_y_hazañas
Acerca del máximo anotador de la NBA, tú mismo:
https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Máximos_anotadores_de_la_historia_de_la_NBA
LeBron ha anotado ya más que Jordan y, sin embargo, ¿quién sigue siendo el icono del basket?
Karl Malone anotó más que Jordan y tampoco obtuvo ni un solo anillo. ¿Quién no lo recuerda? ¿Y a Barkley? ¿O John Stockton? También se fueron sin un solo anillo. Nos acordamos de Rodman no por los títulos con los Bad Bays (¿quién se acuerda de ellos?), sino por su excentricidad notoria con los Bulls. Ahí vendió imagen a base de bien.
Un espectáculo es lo que es: entretenimiento. El ganar tiene importancia, pero no es lo único que define a un deportista.
Hay mejores páginas que Wikipedia para ilustrarte sobre la NBA. Kareem también cambió las reglas, se prohibieron hacer mates en la liga universitaria para minimizar su dominio. Pero nadie lo pone por delante de Jordan (alguna excepción habrá) y mucho menos a Wilt, que no metió más de 100, metió 100. Una vez. Sí, se hartaba de meter puntos, pero vamos, negar que Jordan es el mejor jugador de la historia de la NBA es de traca.
Venga, sí, todos esos jugadores que comentas son más recordados que Jordan, Bird, Kareem, Magic, Kobe, Shaq, McHale, Duncan, Russell etc. Ganar no es lo más importante, por eso Stockton es más recordado que Larry Bird! Por cierto, si Rodman no hubiera ganado 5 anillos no sería más que una anécdota como ha habido muchas en la NBA.
Pero oye, si quieres que te dé la razón, para ti la perra gorda.
¿El mejor jugador de tenis es el que juega más bonito? Ronaldinho, posiblemente el futbolista más estético que hemos visto, no ha sido mejor que Messi. Magic jugaba más bonito que Lebron, pero no ha sido mejor.
Lo siento, pero el mejor es el que más gana. Hablamos de jugadores que se han enfrentado entre ellos, y el que más gana es Rafa Nadal, con unas estadísticas brutales en GS. Posiblemente a Rafa, que cada año que pasa juega mejor, no le han hecho justicia sus primeros años, en los que su despliegue físico y una forma de jugar ‘a la defensiva’ dejaron una impronta que fue recogida como marca, pero que no se corresponde con el Rafa que vemos a día de hoy, muy ofensivo y destilando calidad en todos sus golpes. ¿Federer el estético y Rafa el obrero? Es mentira y es injusto.
Escribo esto después de ver los cuartos de final de Wimbledon contra Fritz. Una heroicidad, una hazaña, pero dejemos de lado la mentalidad de Nadal, muy superior a la de Federer, que jamás hubiera podido ganar este partido en las condiciones en las que se ha encontrado Rafa. Ha sido una muestra de la genialidad de Nadal, con un despliegue de golpes espectacular, de una clase excepcional, jugando como un tío de los años 70, para desbordar a un jugador que ha estado bien, que venía en racha, y que ha perdido contra un jugador sin saque, en Wimbledon. No era el Sinner asustado contra Djokovic.
El mejor es el que más gana, y si el serbio acaba primero será el mejor. Ahora lo es Rafa. Federer ya quedó atrás, sobre todo porque ha coincidido en el tiempo con Rafa y Novak y no ha podido con ellos.
Aprovechando la retirada del principal icono del tenis mundial, tal y como ha dicho Toni Nadal, contesto un poco tarde a este post.
Ganar 20 GS con un estilo de juego incomparable por su estética, ultradifícil, hiper arriesgado, más dirigido a hacer las delicias del público que a destuir al contrario, me parece una auténtica locura, mayor que los veintipico GS que puedan ganar Nadal y Nole.
Por eso, a pesar de tener menos GS y head to head en contra, la discusión sigue vigente.
En cambio, me da la impresión que si el Big Three hubiera acabado con Federer como ganador de más GS, habría una unanimidad total.