El mítico grupo catalán Love of Lesbian tiene un nombre cuya génesis siempre ha estado rodeada de múltiples y extravagantes teorías. Su vocalista, Santi Balmes, nos confiesa que se le ocurrió de repente y que fue algo liberador. Julián Saldarriaga, Jordi Roig y Oriol Bonet son los otros componentes de esta singular banda que tuvo que replantearse su lado más cómico para que Ronald McDonald, según cuentan ellos mismos, no acabara comiéndose a Schopenhauer.
Con las maravillosas vistas de Barcelona que nos proporciona la terraza del restaurante Mirabé y bajo un sol brillante, repasamos la trayectoria de LOL: el impulso que supuso el cambio al castellano, «el lio gordo» que se montó en Valencia a cuenta de unos calamares y las lágrimas de Santi y su suegra al oír sus letras en la voz de Joan Manuel Serrat. También de cómo música y ciencia pueden ir de la mano en su histórico concierto en el Palau Sant Jordi en plena pandemia y de cómo esta situación puede unir a festivales de variopinta naturaleza.
¿Podemos desmentir el origen del nombre de la banda, o seguimos con la peli porno y la cinta del bautizo? La historia es demasiado bizarra incluso para vosotros…
Santi Balmes: Desmiente. Es demasiado bizarra, nos hacía gracia al principio, pero ya no. Yo creo que lo dije en una entrevista cuya difusión pensé que no pasaría a la posteridad, ¡y coño, si pasó…!
Julián Saldarriaga: Como lo de tu impotencia, ¿no? [risas].
S. B.: Sí. Eso también. Tengo problemas de erección… Una vez dije eso y estuvo como resultado principal en las búsquedas de mi nombre en Google durante cinco años.
J. S.: «Tengo problemas de impotencia, ¿sabes?». A mí me pareció buenísimo.
Oriol Bonet: Ah, pero ¿era mentira?
S. B.: Contigo sí.
O. B.: O seas que esa era tu excusa… [risas].
J. S.: Se ha pasado de listo, se ha pasado de gracioso, y ahora le va a acompañar durante un tiempecillo.
Como lo de María, de La Casamurada. ¿Eso también os va a perseguir? No sé yo si esto era una buena publicidad o no, decir que tenía un ente en el estudio…
S. B.: Bueno, a Eli no le hace ninguna gracia. Eso ha sido una cosa más de Mucho, de Martí, quien lo ha expandido por los mundos de Dios. Pero yo lo único que hice fue corroborarlo.
Igual debéis tener cuidado, por si la que está allí dice que la canción es suya y os pide royalties.
S. B.: ¡No te creas! Espíritus más maliciosos ha habido…
J. S.: Hacía años que la casa tenía una cierta «mala vibra». Tiene muchísimos años y, al principio, tenía ese punto lúgubre de mecedoras y armarios que crujen, sobre todo en la planta arriba donde dormíamos. Recuerdo situaciones en las que pensabas: «Uy, uy, uy, qué mal rollo». Olga, una amiga nuestra que venía con nosotros de cocinera, tenía un perro llamado Fosc que siempre iba detrás de ella. Sin embargo, cuando ella subía, Fosc se quedaba en la puerta del pasillo y no pasaba de allí. Era un perro muy alto, como un caballo, y ella le decía: «Fosc vine, vine», y el perro quieto, tieso, ahí en la puerta, en plan: «Yo no doy un paso más para allá». Y tengo otra, que me pasó a mí una noche: eran las tres o cuatro de la mañana, con viento, lluvia y todo el rollo. Estaba durmiendo en la planta de arriba. Noté que picaban en la ventana. Abrí la contraventana pequeña y pensé: «Hostia, ¿qué puede ser? Si no hay ramas ni nada…». Y de repente, ¡pam! ¡Un pajarraco, tío! Dando golpes con el pico contra el vidrio. Me sentía el protagonista de un cuento de Edgar Allan Poe.
Entonces, ¿de dónde viene el nombre, cómo surgió?
S. B.: Me vino de repente, iba en moto y fue liberador.
¿El nombre os ha beneficiado o perjudicado? Hubo polémica con algunos sectores…
S. B.: Bueno, no sé si hemos tenido problemas. Tenemos muchas fanes lesbianas, y si hablas de colectivos más reaccionarios en el sentido de gente muy católica u opusina, sí hemos tenido problemas. Por ahí sí.
J. S.: Tuvimos inconvenientes de tipo comercial. Tener un anuncio de una marca de colonia importante y pasar todas las fases para formar parte de esa campaña y cuando esa marca, que no quiero nombrar —Puig—, pasó a Francia, nos dijeron que no querían saber nada de una banda con ese nombre.
S. B.: Nosotros tampoco queremos saber nada de Puig [risas].
J. S.: En México, donde teníamos un evento de firma de discos con una cadena importante, la jefa dijo el día antes que no quería tener a un colectivo de mujeres rabiosas en la puerta de la tienda. Y tuvimos que buscar a última hora otra tienda de discos más modesta. Ese tipo de problemas hemos tenido.
O. B.: Yo creo que habéis tenido más problemas los medios de comunicación para poder decir el nombre bien, porque cuando hemos ido a alguna tele, nos han comentado que han estado una hora para decirlo seguido [risas].
S. B.: Pero en Latinoamérica no.
Al final se ha quedado en «LOL».
O. B.: Sí. «Lesbianos», «LOL»… Hemos llegado a reírnos mucho.
Tras más de veinte años tocando, ¿qué sueños se han cumplido? ¿Cuáles se han superado?
S. B.: Bueno, se han cumplido muchos. El mismo hecho de sacar un disco en vinilo de tu propia banda era casi el objetivo cuando tenías doce o trece años. Fetichismo absoluto. Ya daba igual cómo se llamara tu banda o lo que hubiera en su interior. Era una necesidad física de tener un vinilo que llevara estampada tu música. Que se cumpliera eso… A mí lo que realmente me frustró un poco fue que, cuando empezó la banda, empezabas a grabar CD. ¡Y era algo que yo no quería, coño! El vinilo era muy difícil sacarlo en esa época. Con el auge de los vinilos fue un placer volver a palpar, oler por primera vez un disco con tu banda. Luego las colaboraciones, conocer a la gente, sobre todo. Peña que eran pósteres tuyos, gente a la que considerabas más entes que personas, al final los has conocido, los has tratado de tú a tú.
Alguno te habrá defraudado también. Te das cuenta de que también van al cuarto de baño, o que parecía un tipo genial y luego es un gilipollas…
S. B.: Un caso de los que, cuando los conoces, te cae mejor es Manolo García.
J. S.: ¡Estaba pensando ahora mismo en él!
O. B.:Hay de todo. Hay gente que la tienes como tal y luego la conoces y dices: «Bueno, quizá me hubiera gustado tenerla ahí sin haberla conocido»; y también lo contrario: gente a la que conoces y dices: «Wow, encima es un encanto de persona». A mí me ocurrió después de la gira que hicimos con The Cure, que dije: «Todo lo que venga es ya un regalo para mí».
Eso os iba a preguntar. ¿Cómo fue la experiencia?
O. B.: Yo me acuerdo de que antes de salir de casa para ir al primer bolo, que fue en Zaragoza, si no me equivoco, arranqué el póster de «Boys don’t Cry» que tenía en casa, dejando las grapitas que tenía en la pared, y me lo llevé para que me lo firmaran. Fue lo más increíble que nos había pasado. Nos llegó un fax, porque aún llegaban faxes, que decía: «El jueves que viene tenéis que estar en la Sala Multiusos a tal hora». Fue algo increíble compartir el mismo escenario.
Julián, tu no formabas parte del grupo desde el principio. ¿Tuviste que hacer casting?
J. S.: Recuerdo que una vez Santi me hizo un casting, de algún modo. Ya nos conocíamos y un día vino a mi local. Estábamos en un sofá, tenía la acústica y me dijo: «Tócate algo».
S. B.: Lo niego, lo niego.
J. S.: En serio, me dijo: «Tócate algo» y me hizo tocar la acústica. Y yo: «Tengo esto, tengo lo otro, y tal». Él es un tío como medio distante. Parece muy cercano, pero es muy difícil acercarte a él realmente, siempre está detrás del personaje. Y en ningún momento dijo nada.
S. B.: ¡«Personaje»!
J. S.: Es verdad…
S. B.: ¿Yo tengo un personaje? ¿En serio? ¿Me he labrado un personaje al final? [risas].
J. S.: Tú tienes un personaje. Es muy difícil hablar en serio con Santi. Nunca te dice ni sí ni no. Está poniendo ahí unas caras, que medio le funcionan, medio teatrales, y a partir de ahí me dijo que buscaban a alguien que condujera la furgoneta, que puede ser backliner, y tal, y empecé los fines de semana que tenían conciertos, que tampoco eran muchos, y me pagaron el primero y no me pagaron nunca más. Cuando iban a grabar Maniobras, Santi me dijo: «¿Me perdonas todo lo que te debemos? Vamos a hacer el último disco de Love of Lesbian y lo que te propongo es que me perdones toda la deuda que tenemos contigo y formes parte de Love of Lesbian». Y yo: «¿A qué, a compartir pérdidas?». «Sí, correcto». Y la verdad es que salió bastante bien.
S. B.: O sea, fíjate tú, y luego se queja.
J. S.: No, no me quejo.
S. B.: Pero ese personaje ya velaba por sus intereses [risas].
Ungravity fue el primer trabajo que os produjo Ricky Falkner, y también la primera producción de su vida profesional ¿Cómo os conocisteis? ¿Os fiasteis a la primera, o no os llegaba la pasta para otro?
S. B.: Pues, mira: ¿sabes quién nos insistió mucho en él? Esa persona que está ahí [señala a Gonçal Planas].
¿Era colega suyo?
S. B.: Nos insistió mucho en que necesitábamos un productor, y que debía ser Ricky Falkner. Fuimos a verlo a un concierto, que tocaba con Sanpedro, y la verdad es que ahí no pude atisbar nada. Nadie de nosotros sabía si realmente, aparte de saber tocar bien el bajo, que sí sabía, sería un buen productor. Es que tampoco tenía un currículum detrás, era un acto de fe. Pero yo creo que Gonçal lo dijo tan convencido que pensamos: «Hostia, seguro que tiene razón».
Cosas del destino, luego se ha convertido en el bajista de LOL tras la salida de Joan Ramón. ¿Lo tuvisteis claro desde el principio? ¿Qué aporta Ricky al grupo?
O. B.: Él ha aportado en la producción. Yo, por ejemplo, lo he notado mucho. Todo eso que aportaba desde fuera del escenario ahora lo aporta desde dentro. Es un director de orquesta. Es capaz de pasar mucho tiempo desde que no tocas un tema y, al tocarlo por primera vez, mirarme y decir: «Uri, aquí no tocabas el ride, tocabas el hi hat», y yo decía: «Pero ¿cómo puede ser, tío? Hace diez años que no lo toco». Nos aporta seguridad y dinamismo en el escenario. Además, su presencia es muy potente en el escenario en lo visual también. Yo creo que es un win-win en todos los aspectos.
¿Tuvo que hacer el lanzamiento del calzoncillo?
S. B.: No, claro que no [risas]. Es que ahí entramos en unas dinámicas que pertenecen al pasado, y a veces es verdad que se echan de menos. Es decir: hostias, realmente estábamos muy chalados. Hubo unas épocas…
¿Habéis llegado a temer que no os tomen en serio por los temas más divertidos que tenéis?
J. S.: Sí. Hubo un punto en el que tuvimos esa conversación. Llevábamos mucho tiempo pasándolo muy bien, siendo muy cómicos, y esa vis cómica estaba comiéndose la parte más introvertida, más seria de Love of Lesbian. Y nos hacía bien porque relajábamos las ambiciones y las exigencias que veíamos en otros grupos que se lo tomaban demasiado en serio. Pero, a la vez, también nos dábamos cuenta de que era una manera de suplir una serie de carencias que teníamos, que las tapábamos con esa risa cómica, con esos disfraces. Balanceábamos las carencias con una manera de actuar de cabaret. Nos dimos cuenta de que los discos no tenían tanto peso. Esa vertiente de Love of Lesbian, este icono de la tragicomedia, de la máscara que ríe, la máscara que llora… O sea, que Ronald McDonald se estaba comiendo a Schopenhauer y teníamos que equilibrar eso a la par que veíamos que estábamos ya en la cuarentena, y que no nos iba a sentar demasiado bien salir todo el rato a intentar hacer reír a la gente. Que teníamos que envejecer un poquito de alguna manera, a la par que nuestras canciones y nuestro público, y no nos veíamos disfrazados del payaso torero todo el rato. Ni queríamos llegar a casa, desmaquillarnos y ver que, debajo de ese maquillaje de risa, había un tipo atado a un personaje que ya no quería permanecer ahí.
Sabéis lo que es ir a tocar con la sala casi vacía en vuestros comienzos, pero ¿estaríais preparados ahora, si por cualquier motivo volviera a pasar?
J. S.: Es una pregunta maravillosa.
S. B.: Yo no. Absolutamente para nada. Cero. No. Estaríamos preparados para una sala más pequeña, pero llena. Haces la trampa. Esto sí. Pero una sala vacía, no, no, no. ¡Antes me hago ventrílocuo! [risas]. No volvería a una sala vacía, porque cuando no llenas en tus inicios es porque no te conocen. Si tienes una sala vacía cuando has sido conocido, joder, es porque te han olvidado. Creo que el matiz es diferente, así que iniciaría una carrera como ventrílocuo, porque en esa faceta no me conocen. ¡Podría afrontar la sala vacía con otro ánimo! Además, yendo con un muñeco también los gastos son menores [risas].
J. S.: No somos ese tipo de banda. Hemos hecho unos conciertos en Argentina, que es un país complicado para un grupo que no es argentino, y la primera vez metimos a lo mejor doscientas personas, y eso, que para un grupo sería un éxito, para nosotros fue un fracaso. Hasta el punto de decir que no queremos volver a Argentina. No estamos preparados para ese tipo de situaciones. De hecho, tengo bastante curiosidad por la gira que tenemos preparada por Estados Unidos, porque, evidentemente, será una gira en la que volveremos a estar tocando para pocas personas. Será una prueba para nosotros.
Tras tres discos cantados en inglés, os pasáis al castellano… Es prácticamente lo que les pasó a Sidonie y Deluxe. ¿Erais conscientes de que era como empezar de cero, aunque llevarais ya tiempo tocando?
S. B.: Era así. Habíamos adquirido un currículum que lo podías tirar a la basura.
J. S.: Teníamos un currículum de mierda [risas]. Llegamos a plantear la idea de cambiarnos el nombre, y dijimos: «No, no, tío, ¿qué van a pensar los fanes? Los fanes que nos siguen van a perder el hilo». Y eran cuatro.
O. B.: Debería haber pasado un disco antes, en Ungravity. Y, de hecho, hemos hablado muchas veces de que estaría muy guay versionarlo y pasarlo a castellano.
¿Os costó la transición a la hora de componer? Al cambiar de idioma, tu voz puede cambiar también. ¿Tuviste que aprender a cantar de nuevo, Santi?
S. B.: El problema que nos encontramos, en particular yo como letrista, era que en todas esas melodías que movían la cabeza, en castellano siempre había una sílaba de más. Así que había que inventar una melodía final o buscar palabras bastante absurdas, llanas y que me servían para atajar la melodía donde yo quería. Al final, decides convertirlo en una virtud, aliarte con el problema y considerarlo una oportunidad para intentar hacer algún tipo de floritura melódica. Pero es cierto que al principio era: «Ay, Dios mío, pero ¿por qué siempre en castellano hay una sílaba de más?».
Maniobras de escapismo (Naïve, 2005). Primer disco en castellano, que os empuja en la escena nacional. ¿Conseguisteis más con este disco que con los tres en inglés?
S. B.: Sí. Absolutamente. Al cabo de un mes ya se veía claro. Es decir, si tu analizas la entrada de Love of Lesbian en su biografía a partir de Maniobras de escapismo, todo es para arriba. Es así.
J. S.: Hubo una serie de grupos —como tú has referido, Sidonie, Deluxe— que hicimos ese clic y nos pasamos del inglés al castellano, no por empatía, sino porque casi todos llevábamos el mismo tiempo cantando en inglés, y nos dimos cuenta de que estábamos trabajando con una materia prima que no nos correspondía. Creo que fue la manera de desacomplejarnos, de dejar de mirar a todo lo «anglo» como algo mejor y empezar a decir: «Oye, somos capaces ya, después de haber hecho la mili, de hacer canciones en castellano». Creo que a nosotros nos sentó especialmente bien. A Xoel también. Pero en el caso de Love of Lesbian, creo que fue muy acertado.
Creáis varios himnos en este disco, como «Limusinas», «Marlene, la vecina del Ártico» o «Domingo astromántico». Y os llevan a tocar en el Festival Internacional de Benicàssim.
J. S.: Algo que es realmente diferencial en Love of Lesbian son las letras de Santi. La música tiene un carácter, intentamos no pertenecer nunca a un estilo muy concreto de pop, pero lo que nos hace verdaderamente destacar, para mí, son las letras de Santi. Creo que no hay un escritor coetáneo como él. Algora tenía un punto de surrealismo y de originalidad, pero creo que el hecho de que las letras en castellano de Santi se puedan entender de una manera mucho más clara es lo que le hizo tanto bien a Love of Lesbian.
Maniobras de escapismo fue el primer disco grabado en Blind Records de la mano de Santos Berrocal y Fluren Ferrer. Os han acompañado a lo largo de vuestra carrera. ¿Podemos llamarlos «lesbianos ocultos»?
S. B.: Julián los llama «los teachers».
J. S.: En realidad, el productor siempre ha sido Ricky y, con el tiempo, Santos y Fluren sentían que aportaban mucho más y empezaron a sentirse productores también de lo que lo que estaba ocurriendo con Love of Lesbian. De hecho, lo hacían con otros grupos y de algún modo era una cosa muy de hermandad entre Fluren, Santos y Ricky. A nosotros nos cuesta más dinero, pero a ellos les funciona muy bien, porque ves que Ricky no tiene que hacer mucho trabajo porque Fluren lo hace perfectamente. O sea, se reparten el trabajo entre los tres de una manera muy cómoda, y nosotros no podemos más que pagar y aplaudir. Nos van a matar cuando lo lean, pero…
Cuentos chinos para niños del Japón (Naïve, 2007) os consolida en el panorama nacional. ¿Conseguís lo que buscabais con el cambio al castellano? También la mejora técnica es evidente.
S. B.: Sí, a partir de Maniobras de escapismo es como si te hubieras redescubierto a ti mismo: «Este eres tú». A partir de ahí es como si se hubiera encendido una habitación con espejos y se hubiera creado, digamos, una cantidad de posibilidades increíbles que explorar. Solo había que seguir la senda de Maniobras de escapismo. Él fue quien hizo el trabajo sucio, está claro. Y luego, Cuentos chinos fue una comodidad y un placer bestial, porque simplemente eran todas esas canciones que tenemos acumuladas, que no han salido, y ahora ya sabemos cuál es la buena fórmula, y cómo podemos llegar a extremar en un sentido y en otro. Era un momento muy dulce, como el segundo día que el chaval sabe ir en bicicleta.
J. S.: En Cuentos también empezamos a tener también la fuerza visual de Marta [Puig] Lyona que no teníamos en Maniobras de escapismo. Hizo que el mensaje llegase de una manera más rotunda.
Confesad: ¿quién es el cuñado Fernando?
S. B.: No se llamaba así. Era un tipo que existía y un día estuvo intentando explicarme una cosa del eMule, sobre que la velocidad de bajada iría aumentando a medida que quedara menos. Es decir, como esa sensación de cuando las últimas gotas del desagüe que acaban cayendo, que es como más rápido…
J. S.: ¡De reloj de arena!
S. B.: De reloj de arena, sí. Pues yo iba viendo y decía: «4,5 kb por minuto». Es decir, por mucho que lleves, no va a ir más rápido, y pensé: «Qué cuñado eres, tío». Y es que era mi cuñado en aquel entonces [risas]. Ese fue el motivo real de la canción.
Incluye dos temas en catalán: «Moment de reflexió #2» y «Shiwa».
J. S.: Sí, es una de las bromas.
O. B.: Sí, sí, «Shiwa». Pero «Moment de reflexió» es un silencio, en catalán.
J. S.: Hacíamos bromas, queríamos hacer bromas todo el rato.
S. B.: Era una manera de saber si eso podía, digamos, contabilizar en la SGAE.
J. S.: ¡Y de hecho lo sigue haciendo!
1999 (o cómo generar incendios en la nieve con una lupa enfocando a la luna). Ficháis por Warner a través de su subsidiaria Music Bus. ¿Fue un punto de inflexión en vuestra carrera?
S. B.: La inflexión no fue el fichaje, sino el disco en sí mismo. Fue una obra conjunta, pensada y matizada desde el minuto cero. Ya nos habíamos sentido capaces, a partir de los dos discos anteriores, de traer un discurso y una seguridad. Íbamos a intentar hacer casi lo que sería una película. Una historia de amor, contada en doce capítulos, más el prólogo y el epilogo, que serían en el presente. Marta, de nuevo, coge las riendas de toda la responsabilidad visual, que fue determinante, y de la elección de los dos personajes que iban a protagonizar los videoclips con los que tanto chicas como chicos se han sentido identificados.
¿Podemos hablar de haber alcanzado la madurez como grupo? Tiene un montón de himnos: «Segundo asalto», «Allí donde solíamos gritar», «Cuestiones de familia»…
J. S.: La madurez quizá nos llega a mitad de la gira.
S. B.: Ahí sucedió el hype.
J. S.: Con la grabación del disco todavía estábamos un poquito verdes. Nos pusieron a una velocidad para la que no estábamos preparados. Yo siempre pongo este ejemplo: éramos como un Renault 5 yendo a 170 kilómetros por hora. Todo temblaba, seguíamos trabajando, llegábamos tarde a todos lados, hicimos 120 conciertos en un año, hicimos animaladas. El otro día nos acordábamos: cogí el coche de mi padre un jueves por la tarde y fuimos a Alcoy, e hicimos el concierto. Jordi, Uri y yo, de vuelta esa misma noche, porque tenía que trabajar en un colegio en Sant Joan Despí. El viernes salíamos por la tarde a otro concierto. O sea, trabajábamos de lunes a domingo, nos volvimos locos, lo disfrutamos muchísimo porque por primera vez lo celebrábamos, teníamos éxito, pero nos llevó al extremo de toda nuestra capacidad y paciencia.
Santi, has comentado que casi acaba contigo este disco…
S. B.: Sí, sí.
J. S.: Ricky dice que la mitad de las canas que tiene en su cabeza son de ese disco.
La revista Rolling Stone os otorgó los galardones de Grupo del Año y Gira del Año, y además conseguís el disco de oro.
S. B.: Sí. Curiosamente, el disco más conocido de Love of Lesbian no fue número uno cuando salió, fue el 33, y, bueno, eso es secundario. En realidad, los premios, y todo, fueron el reflejo de lo que estaba sucediendo en cada sala. Me acuerdo de que íbamos a La Coruña, a una sala con un aforo de 250 personas, la llenábamos y al cabo de tres meses volvíamos y teníamos que ir a una sala de 600. Entonces empezamos a recibir mensajes como: «¿Cuándo venís a La Coruña?». «¡Pero que fuimos dos veces en los últimos meses!» «Pues habrá que ir ora vez». Era todo exponencial. Fue muy heavy.
La noche eterna. Los días no vividos (2012). ¿Cómo se plantea un disco doble que pueda superar a 1999? ¿Supuso mucha presión?
S. B.: Yo creo que por la necesidad de suplir el miedo que teníamos después de ese disco. Miedo cualitativo, a través de cantidad, y me acuerdo de que estuvimos haciendo una previa, una selección de canciones antes de decidirnos, y cada uno de nosotros tenía un listado diferente. Al final, dijimos: «Sanseacabó, hacemos uno doble». Que toda banda tiene un doble en su carrera. Es decir, toda banda comete un error, porque es un error.
Mínimo uno…
S. B.: Mínimo uno, exacto. Pero el doble es siempre un error. Es una necesidad de decir: «Mirad, mirad, y ahora sé hacer esto y sé hacer lo otro».
Fue el primer disco en el que trabajáis de manera exclusiva en el grupo.
O. B.: Sí. Dejamos de trabajar. Santi lo hizo un año antes, pero recuerdo que todos lo dejamos el 1 de enero de 2010. Creo se nota este aspecto, porque, por ejemplo, entramos a grabar 1999 al estudio sin prácticamente haber tocado los temas antes. De hecho, hay algunos temas que no los toco yo, que los toca otro batería. En cambio, en La noche eterna entrábamos todos a grabar.
S. B.: Es que fue acabar la gira y al cabo de un mes estábamos metidos en el estudio haciendo el doble.
O. B.: El último bolo creo que fue el 28 de diciembre en el Sant Jordi, y empezábamos a grabar. ¡Yo entraba a baterías el 11 de enero!
S. B.: Una vorágine. La necesidad de decir: «Ahora tenemos a toda la gente mirándonos», y todas las urgencias aparecen.
Un disco que os proporciona grandes alegrías, himnos y otro disco de oro. Además, volvéis a girar por México. ¿Llegasteis a perder el contacto con la tierra? ¿Se os subió a la cabeza?
J. S.: No, no. Eso no ha pasado.
O. B.: Qué va. Pero que se nos sube a la cabeza… ¿lo de México?
No, la tontería.
Todos: ¡Tontos hemos sido siempre! [risas]
Hay un refrán que dice: «Si quieres saber cómo es de pepillo, dale un carguillo».
S. B.: No, era más la noche lo que te perdía en esos momentos. Era como vivir permanentemente una despedida de soltero. Y eso no es que se te suba la cabeza, es que piensas que te mereces toda esa fiesta.
O. B.: Era como: «¡Por fin nos metemos fiesta!».
S. B.: Exacto. Y ahora con razón. Porque antes nos la tomábamos para olvidar lo mal que nos iba, y de repente era para celebrar. Es cierto que tienes esa sensación de ser un poco impune, de ir por los aires, pero no es que se te suba.
O. B.: Y sin ser gilipollas, en ningún caso.
S. B.: De hecho, cogimos un poquito el control de nuestra carrera en muchos sentidos. Nos hicimos responsables de lo que teníamos entre manos y nos dimos cuenta de que podíamos hacerlo mejor, y ahí empezamos a cambiar. Personalmente, cambió mi actitud con mi oficina de management y empecé a exigirles algo más de lo que teníamos. Y el caso de México es un ejemplo. Nuestra oficina no tenía demasiada intención de ir a México, y fue empezar a rascar y a llamar puertas en México lo que nos permitió ir. No fue por ningún esfuerzo de una compañía, o de una oficina. Fuimos nosotros los que lo hicimos. Empezamos a recoger dinero de los conciertos que hacíamos aquí, a coger un porcentaje para invertir en Latinoamérica, que es algo por lo que luego todo el mundo se pone las medallas, pero no fue nadie más que nosotros quien lo provocó.
«Espejos y espejismos». Gira por teatros con cajas de cartón de atrezo, títeres… ¿Cómo surgió la idea? Guillem Albà os ayudó con la escenografía. Como antagonista tuvisteis a «El poder de la tijera».
O. B.: ¡Es que vaya mezclitas! Subíamos al escenario y nos lo creíamos todo. Somos capaces de esto y capaces de lo otro. Creo que hay pocas bandas…
S. B.: Sí que te podía pillar un poco a contrapié. ¿Quiénes somos, en realidad? Somos más de «Espejos y espejismos», y poco a poco se ha ido adueñando de nosotros esa cosa. Lo de Guillem fue una insistencia por parte de Juli, que la había visto ya en sus obras de teatro. Era Trau, ¿no?
J. S.: Sí. Él tenía una obra que se llamaba Trau que me sacudió emocionalmente y conectó con una idea muy antigua que teníamos Santi y yo. Habíamos escrito el guion de un concierto que se llamaba «Oníria», en el que el grupo desaparecía del escenario. Montábamos unas pantallas en la que proyectábamos una serie de historias, y las canciones que tocábamos representaban esas imágenes. Esa conexión vino con Trau. La vi un par de veces, y una amiga que tenemos en común, Bárbara, nos puso en contacto. Nos pusimos a hablar y le expliqué la idea. Entonces le dije a Santi: «Tienes que ver esta cosa, tienes que ver Trau, porque creo que podríamos hacer algo». Hablamos con Guillem y empezó a intervenir en la escenografía y el guion. Le pusimos en las manos la idea de vehicular las canciones y que pusiera orden. No fue fácil, la verdad, porque cuando interviene alguien de fuera con opinión y pretende cambiar los roles dentro de un grupo que lleva tanto tiempo junto, trabajando de una manera tan cerrada, se mueven un poquito las energías y los egos. Pero di una batalla muy dura también con la oficina y contra parte de la banda que no quería, que no veía que eso tuviese ningún sentido. Y por la banda no me refiero a Love of Lesbian solo, sino a la crew. Estábamos muy cansados todos, y eso fue al final de una gira y llevamos muy al límite a todo el equipo. No se vivió muy bien. Cierto es que, cuando volvimos a retomar «Espejos y espejismos», tuvimos tanto éxito y tan buena crítica que todo eso se nos olvidó. La primera experiencia se nos olvidó.
O. B.: También estuvo mal explicado. No supimos comunicar bien a nuestros fanes y a la crew lo que era.
S. B.: Sí, cuando un concepto es bastante nuevo, es difícil de explicar.
O. B.: Sí, sí. No digo que fuera culpa de nadie, sino que no supimos hacerlo. Nos costaba explicar qué era cuando nos preguntaban: «¿Y qué es “Espejos y espejismos”?».
S. B.: ¿Un concierto teatralizado o una obra de teatro musical…?
J. S.: No teníamos un precedente. Lo bueno es que salimos en aquel momento y no después, porque me constaba que había grupos que intentaban hacerlo también. Es muy importante también ser el primero en algunas cosas, y no la cola de un hype.
Vamos al tema paella. ¿A quién le vino mejor la repercusión, a vosotros o a Estrella Damm?
O. B.: Yo creo que ganamos todos.
Marc Ros me contó cómo se hizo viral el vídeo del avión y que tuvo mucha más repercusión que cualquier campaña en la que puedas implicarte con todo tu esfuerzo…
S. B.: Sí, ese detalle, esa cosa fortuita, a veces es lo que resulta más viral. Las películas están llenas también de detalles fortuitos que son los que al final han hecho inmortal una película: Hannibal Lecter, cuando hace el ruido con los dientes, ¡resulta que se lo inventó en el momento y se hizo famoso!
O. B.: Pero es que nosotros no pusimos cebolla.
Entonces confirmamos que fue calamar ¿no?
O. B.: ¡Claro! Tu fíjate que, cuando ocurrió todo, Estrella Damm chapó la boca. No decía nada, dejaba que el bulo se expandiese. Hasta que el lío se hizo muy gordo y en Valencia se montó una grande. Ese fue un año en que dijimos que ese verano no íbamos a hacer gira y salió el anuncio. Yo me acuerdo de que mis amigos me decían: «No habéis parado en todo el verano». «¡Pero si llevo tres meses que no he tocado!» No sé, son aquellas cosas que nos ocurren, y que no sabes por qué, pero nos acaban funcionando. Yo creo que hay esa intuición que va por encima de lo que pensamos cada uno, que es lo que hablábamos antes de ese ente que es Love of Lesbian, ¡y nos salen bien!
Tardáis cuatro años en publicar El poeta Halley, ya en Warner. ¿Recibisteis críticas por iros a una «multi»? ¿Erais mainstream?
S. B.: No, porque cuando salían los discos anteriores, en lugar de Music Bus ya aparecía el sello Warner, con lo cual a mucha gente ya le daba la sensación de que estábamos con Warner desde hacía tiempo, y creo que ahí la mayoría habían eliminado esa relación de ideas de estar en la multinacional, que además es muy absurda.
Os publicaron el disco en digipack como vosotros queríais. Os hicieron ojitos….
J. S.: Llevaban mucho tiempo detrás de nosotros. Teníamos otras ofertas también, y al final es cierto que hablar con Alfonso y con la gente de Warner viniendo de Dro es fácil porque tienen un discurso muy parecido al que nosotros queríamos escuchar. Veníamos con El poeta Halley y sabíamos que era un disco denso, y decíamos: «Hostias, es que es un disco muy largo ¿no?» y «Es que las canciones son muy largas», y la respuesta de Alfonso era: «Ya, pero ¿tienes más canciones?» «Sí». «¿Y después de ese disco vas a grabar más discos?» «Sí». «Pues haz lo que quieras». Y tú: «Hostias, vaya… Pues queremos hacer un digipack».
«Psiconautas»: 9:34 minutos. «Bohemian Rhapsody»: 5:55 minutos. ¿Torcieron el culo en la silla los de Warner cuando se enteraron?
J. S.: ¡Es que les parecía bien todo, era increíble! Nosotros teníamos el estigma de que se iban a poner con tus canciones y te dirían que esta canción sí, esta canción no. De hecho, hay grupos en Warner a los que sí se lo dicen.
S. B.: Yo creo que tienen muy claro que nuestro discurso es así, y que el público es receptivo ante estas afrentas que hacemos. ¿Me estás diciendo que «Bohemian Rhapsody» dura cinco y pico?
O. B.: Lo único que sí tuvimos que hacer fue un radio edit de «Bajo el volcán». Fue como una de aquellas cosas que dijimos: «Bueno, da igual si dura más o menos en la radio». Pero es cierto que pasas un poco por el embudo de una multinacional.
Es de las pocas veces que tenéis la portada, de Sergio Mora, antes de terminar el disco. ¿Os influyó?
S. B.: Sí. Eso influye, quieras o no. Había hecho también unas cuantas ilustraciones para acompañar a las canciones por dentro, y su colorismo iba influyendo en los arreglos a posteriori del disco. Sí, se produce ese camino a la inversa.
O. B.: Yo recuerdo haber comentado que el hecho de poder ver la ilustración de Sergio Mora ayudaba a poder interpretar de qué maneras tenías que afrontar ese tema, y creo que eso fue muy interesante.
S. B.: También con 1999 el proyecto de portada estaba más o menos hecho antes de que se acabaran las canciones, y acabó influyendo en los dos personajes de 1999 en la composición final de las canciones. Y en El poeta Halley también sucedió, y en Viaje épico hacia la nada. Se produce el camino a la inversa y es muy interesante.
Trece temas, entre los que se incluye la colaboración con Serrat. Cuando estabais componiendo el tema, ¿ya lo visionabais?
S. B.: Me acuerdo de que había dos personas en mi cabeza, en pugna mental por quién iba a hacerlo: eran Serrat y José Sacristán. Pepe Sacristán también habría hecho que vibrara ese poema, y te hubiera dejado flipado al final del disco.
Candela, la hija de Serrat, que es fan de LOL, os facilitó las cosas.
S. B.: Candela nos echó la mano definitiva. Ha estado en algunos conciertos, y yo creo que es una chica que pertenece a otra generación. Hizo lo mismo que hacen ahora mis hijas conmigo, que me fuerzan a escuchar cosas.
¿Pueden ser las lágrimas más dulces que has derramado? ¿Y las de tu suegra?
S. B.: Yo creo que sí. Y sí, es verdad, mi suegra lloró. Fue un momento muy determinante en lo emocional. Te daba la sensación de que habías ido más allá de lo que era una canción.
Los chicos de Sidonie nos comentaron que solo el hecho de abrir la puerta del estudio y verlo fue increíble. No me puedo imaginar lo que es que un maestro de las letras cante algo tuyo.
S. B.: Sí, bueno, me corrigió una preposición. Tengo guardado su tachón.
J. S.: Yo tengo que decir que es uno de esos pocos momentos en los que Santi abandona el personaje y de pronto aparece su auténtico yo. Me acuerdo de que estábamos en el estudio emocionados escuchando la voz de Serrat, pero cuando hice el análisis más profundo era en plan: «¡Joder, es que esto es lo que ha escrito Santi!». Estaba pensando en esto de pie, delante del vidrio, y cuando me doy la vuelta veo a Santi en un rinconcito del sofá, completamente emocionado, sin mediar palabra. Recuerdo que lo miré y lo notó. Nos miramos y fue incapaz de decirme nada, pero estaba sollozando. Esa fue la segunda vez que vi a Santi tan emocionado.
S. B.: Sucedió algo como un momento histórico, casi soñado.
J. S.: Es que lo de Serrat es muy fuerte, tiene un magnetismo… Yo lo siento como un remolino. ¡Hostia, es muy fuerte porque da miedo! Serrat da miedo. Sientes un respeto. Es como Zeus, que te parte con un rayo o te bendice. No quieres molestarlo, es muy curioso… Es enorme por lo que ha hecho, por su producción musical, por lo que ha significado en lo histórico y lo político. Asusta, realmente.
O. B.: También porque ya no es tanto un referente para mí, sino para mis padres. Y en ese momento dices: «Wow, yo estoy ahí, y estoy con este hombre haciendo esto, y es el referente de mis padres». Ahora hemos hecho cosas con Bunbury, que ya es referente nuestro. Es diferente cómo te acercas. Si no me habla Serrat, yo me callo, yo no digo nada. El approach que haces con él es muy distinto.
¿Cuál es vuestra peor canción, y de la que más habéis aprendido?
J. S.: Para mí la peor es una de La noche eterna, cuyo nombre he querido olvidar [risas].
Jordi Roig: Yo sé cuál es. No es que sea peor, porque no tenemos canciones malas, pero hay una canción que nunca la hemos tocado en directo, y eso es significativo.
J. S.: Hay varias que sí hemos tocado en directo.
J. R.: «Radio himalaya» no la hemos tocado.
J. S.: «Radio himalaya» es la que no me gusta.
J. R.: Hay algunas que se han tocado pocas veces, otras casi ninguna o ninguna. Canciones que se quedaban fuera, que entraron dentro del repertorio de «Espejos y espejismos», pero «Radio himalaya» ha sido un tema para el que nunca se ha encontrado un momento.
O. B.: Y también que, quizá, «Radio himalaya» no es un tema muy lesbiano. Lo noto cuando lo hemos tocado, incluso con el patrón que llevamos, dices: «Hostia, no lo veo».
S. B.: ¡Pero no está mal, pobrecito! [risas]
Se han sabido hace poco los resultados del concierto del Palau Sant Jordi: el concierto no fue supertransmisor. ¿Ya podéis respirar?
S. B.: Sí.
Era una gran responsabilidad…
S. B.: Sí. Ha habido más divorcios que positivos. Seguro, ¿eh? Estadísticamente [risas]. Estuvimos un mes tensos, pensando: «Dios mío, solo faltaba un superbrote aquí. Y que nos echen la culpa a nosotros».
O. B.: Era un poco el miedo por todo lo que podía pasar. Antes y después del bolo. Love of Lesbian participa, comparte y ayuda en este ensayo clínico, pero no es un bolo nuestro. El otro día alguien nos preguntó si empezó la gira el 27 de marzo. No, nuestra gira no empezó el 27 de marzo, empezó el 1 de mayo. Sí, ciertamente había un temor.
J. S.: Era una apuesta arriesgada, como todo a catorce rojo. La trayectoria de la banda, el prestigio: todo se ponía en juego en un solo concierto. Y la decisión fue tomada después de muchísimas reuniones.
¿No lo tuvisteis claro desde el primer momento?
J. S.: No, para nada. Y era muy difícil dar el O. K., pero lo cierto es que, a toro pasado, ahora estamos muy contentos, muy felices. Más o menos calculabas cuál iba a ser el desastre, pero no teníamos claro cuál iba a ser la ganancia. Y la ganancia ha sido superior a todo lo que imaginábamos.
Había muchísima presión, y no solo nacional, también internacional. Incluso había parte de la comunidad médica que tampoco estaba de acuerdo.
S. B.: Yo me acuerdo de que cada vez que íbamos a los ensayos y nos hacían la prueba, la enfermera me decía: «Por favor tío, tú no. Tú tienes que dar negativo». Y también la última vez que todos dimos negativo y pudimos entrar diciendo: «Vale, se va a hacer el concierto, esto ya tira para delante». Todo lo que implica anteriormente es una burrada. Es alejarte mucho de tus hijas durante los quince días previos.
¿Y teníais el plan B? ¿Teníais sustituto?
S. B.: Todos lo habíamos hablado con algún compañero por si nos tenían que sustituir. Excepto Santi. Si él daba positivo, se suspendía. Es más, Santi no sabía nada, para no presionarlo aún más.
¿Hacia dónde nos llevan las conclusiones en lo referente a los espectáculos en vivo?
S. B.: Pues fíjate que estamos teniendo más problemas con los conciertos a posteriori.
¿Con el concierto en Sevilla?
J. S.: Sí. Y en Valencia. Las conclusiones que nosotros sacamos son de diferentes sentidos o direcciones. Me parece maravilloso que festivales que competían entre ellos en una zona, como el Primavera Sound, o el Cruïlla, hayan sabido aunar esfuerzos. Siendo tan dispares, siendo tan antagónicos como el Sónar, el Vida o Canet Rock, se han puesto muy de acuerdo para llevar adelante un evento de esta magnitud. Eso me parece maravilloso en un sector como el musical, que siempre ha sido tan competitivo y de unos contra otros. Por otro lado, también, lo analizábamos como un gesto que teníamos que valorar; que esos mismos festivales —de los cuales algunos no nos van a contratar nunca, como el Sónar, por ejemplo— hayan pensado en Love of Lesbian con la cantidad de grupos y talento que hay en esta ciudad. Entonces, de algún modo, nos pone delante como un grupo importante en Barcelona, que no es que nosotros no lo creamos, es que ellos lo validan de ese modo. Y nos ha encantado muchísimo que pensaran en nosotros. Nos hacía sentir muy contentos de nuestro trabajo y de nuestra trayectoria.
Viaje épico hacia la nada… ¿Los títulos de los discos os dan dolores de cabeza a la hora de buscarlos?
S. B.: No. Cuando están, tranquiliza, porque a partir del título surge toda la idea del disco. No es acabar el disco y decir: «Tío, ¿cómo le ponemos el nombre?». Nunca es así. Y alucino con la peña que lo hace así.
Aunque este no era el nombre previsto para este disco…
Se iba a llamar El Paso, pero al final Viaje épico hacia la nada surgió como algo más bonito, más propio de Love of Lesbian. El Paso quedaba como nombre más para documentales.
Número uno en ventas y buena acogida por la crítica. ¿Es el disco en el que más habéis trabajado antes de llevarlo para grabar? ¿En qué se nota?
J. S.: Es el disco en el que más hemos compartido, no en el que más hayamos trabajado. Esa es la diferencia.
Cinco años desde El poeta Halley, y cuando lo tenéis casi terminado nos viene la terrible pandemia. ¿Cómo afectó al disco? Es curioso, pero en algunas cosas parece que estuviera hecho a posteriori…
S. B.: Sí. La mayoría de las cosas no se tocaron, pero sí hubo como una necesidad de anclarlo, de manera audiovisual, sobre todo, a lo que sería la situación que estábamos viviendo. Es decir, el contexto partía de la soledad, del aislamiento, y era un contexto previo a la pandemia. De un aislamiento motivado un poco por el enfado, por la rabia política en un momento dado. Estamos intentando verbalizar ahora los procesos que son mucho más inconscientes, y todos tienden en las entrevistas a encontrar respuestas, como si estuvieran en el diván de un psicólogo. A partir de ahí, lo que intentamos fue aprovechar todo lo que estaba sucediendo para darle un sentido más global al disco, no tan personal, no de aislamiento particular, sino englobarlo en una situación que nos había venido como anillo al dedo, para reflejar casi un juego de muñecas rusas, donde está el aislamiento propio y luego está el aislamiento provocado por la sociedad.
También la pérdida de un amigo.
S. B.: Sí, sí. Todo esto es lo que origina El viaje épico hacia la nada.
¿Creéis que tenemos lo que nos merecemos como sociedad, en las redes sociales y la política? ¿Somos todos policías morales?
S. B.: Yo creo que sí. También hay que relativizar, y saber que en otras épocas la gente se expresaba a su manera. Cuando Lennon dijo que los Beatles eran más famosos que Jesucristo, hubo una quema de los discos de los Beatles, y si ves esas imágenes, da miedo. Es decir, quizá daba más miedo antes, en un momento dado, porque Martin Luther King podía decir algo y no se encontraría muchos haters en Twitter, pero se llevó un balazo. Ahora lo que pasa es que se genera una autocensura por el miedo. Realmente, si tú vieras a la persona que te está insultando por las redes, te irías a su casa: «Ding-dong. Por favor, ¿está el hater?». Y entonces llegarías a su habitación y verías a un chaval con espinillas detrás de unas cortinas y pensarías: «¿Este tío es la persona que ha hecho que pase una hora amargado porque me acaba de soltar una frase realmente horrorosa?». Ahora todo el mundo opina por opinar, y me hace mucha gracia que se tenga en cuenta la opinión de un cantante con respecto a la epidemia. Es decir: ¡qué chorrada es esta!
Los músicos, por ser personajes públicos, ¿tienen que decantarse, o deben permanecer de perfil y ser solo músicos?
S. B.: Tienen que hacer lo que les diga el instinto.
J. S.: Es un horror que los músicos no tengan el derecho de decantarse. La frase «Dedícate a hacer música y no opines» me parece muy cruel. Creo que está generando una música muy equidistante, muy poco implicada. No quiere decir que nosotros tengamos que ser un grupo de protesta social ni nada de eso, pero pensar que alguien le pudiese decir a Bob Marley o a Dylan: «No te metas en política»…, no sé. Creo que la gente debería escuchar la música y pasar las canciones que no les gusta, y no marcar a los grupos como de derechas o de izquierdas irreflexivamente. Nosotros como banda, no opinamos lo mismo sobre el independentismo, por ejemplo, y fuera de Cataluña tenemos un montón de gente que nos tacha de independentistas, y no sé muy bien por qué. Quizá por las opiniones que hemos tenido, o por bromas que hemos podido hacer sobre el independentismo y sobre el nacionalismo español.
¿Todo lo que toca la política se emponzoña?
J. S.: Sí, Total. Pero un grupo no debería ser estigmatizado por tener una opinión política. Que Santi u Oriol tengan una opinión sobre la política no significa que Love of Lesbian la tenga.
S. B.: Que Santi u Oriol sean de Vox, por ejemplo [risas].
Ten cuidado, que eso y tu impotencia se van a quedar en el imaginario popular.
J. S.: No, porque Vox e impotencia son incompatibles [risas].
S. B.: Estabas escuchando Rage Against the Machine en el coche y pensabas: «Hostia, no se deberían meter en política», pero era un pensamiento fugaz. No había un vehículo sobre el cual eternizar ese momento. Después dices: «A ver, la siguiente canción». Y ya se ha pasado. Ahora en Twitter se publica: «Rage Against the Machine no debería meterse en política», y ¡pum! Las hordas van contra Rage Against the Machine. En el estrato de pensamiento y acción, digamos, hay cosas que hemos pensado siempre y nunca hemos dicho, porque así es la vida, y te tienes que guardar cosas. Y ahora no hay ese filtro: todo se lleva a un extremo muy estúpido, cuando en realidad la vida te enseña que sales a la calle y las cosas están mucho más ponderadas.
Escribir sobre un tema doloroso puede inspirarte, pero repetirlo cada vez que cantas la canción, y que además el público la haga suya y la disfrute, ¿sirve de terapia, o corres el riesgo de resucitar viejos demonios?
S. B.: Si haces una vista, un análisis a largo plazo, es curativo. Estoy convencido, pero hay veces que depende de lo sensible que estés. Puedes afrontar una canción o un repertorio y ese día, por hache o por be, por una cuestión química, te destroce por dentro y digas que ya no la vas a tocar más.
Hay temas que son dramones, pero en directo funcional genial…
S. B.: Bueno, en ese efecto contraste se basa un poco en la terapia.
El disco cuenta con dos colaboraciones: Enrique Bunbury («El Sur») y El Columpio Asesino («Catalunya bondage»), muy diferentes entre sí, pero seguidas en el orden del disco…
S. B.: Queríamos agruparlas porque nos daba la sensación de que quizá intervenían menos en una distorsión perceptiva del disco. Dos colaboraciones, a veces, pueden hacer que la gente pierda el hilo, `ero cuando te vienen seguidas te dan otra sensación.
Le mandaste la letra de la canción con la parte que le tocaba a Enrique y este te la cambió por una donde él pudiera lucirse más.
S. B.: Sí, eso es una maravilla.
Cuando la estabas componiendo, ¿ya sabías que era para Enrique?
S. B.: No. Fue en el ecuador de la creación cuando apareció un estribillo que claramente llevaba su impronta.
¿Se pueden adaptar todas las canciones a todas las voces?
S. B.: No. No se puede hacer eso. Tiene que salir natural. Cuando ya sabes quién la va a cantar, coge una velocidad mucho más rápida.
O. B.: Este tema era para Enrique, o nada.
«Hay veces que una canción que habla de ti / le gusta a todo el mundo, menos a mí». ¿Cómo están envejeciendo las letras de vuestras canciones?
S. B.: Muy bien. Y aparte hay una cosa que me hace mucha gracia, y es que tocadas en otros contextos también se adaptan a la perfección. La música tiene este poder. Realmente, se pueden adaptar a diversas situaciones de tu vida… Jamás diría que esa canción lo petaría en este contexto, como en tantas situaciones particulares de gente que nos ha dicho: «Yo estaba escuchando esta canción cuando estaba despidiéndome de mi padre en el hospital». Es algo que me deja sin palabras…
Este chico necesita algo de cariño para subir esa autoestima. Ese grado tan exagerado de humildad es impropio de una estrella interestelar del rock
Hasta «el mítico grupo» he leído.
Ni eso. Voy a youtube a ver como suenan y a partir de ahí determino si sigo o no.
Para completar mi comentario.
De Jotdown entrevistando a Oriol Llopis (qepd): «El Mercader siempre me decía: «¿Sabes lo que te digo, Oriol? Shake Some Action!», porque fue él quien me descubrió ese disco de los Flamin’ Groovies. Una vez fui a hacerle una entrevista a su casa y allí me lo pasó y yo al principio, lo típico, me quedé enganchado solo con la canción que da título al álbum, la ponía todo el rato, hasta que empecé a darme cuenta de que todo el disco era una maravilla, la baladita más sencilla es una obra de arte. Melodía y armonía, tío, justo lo que no hay hoy día en el mundo»…
Aplíquese a toda esta generación de músicos….
A veces hay que dar gracias por entrevistas como esta, que expanden el conocimiento de la visión creativa de un grupo como Love Of Lesbian.
Cierto. Ahora a esperar con ansia una entrevista al legendario grupo Izal y a su carismático y nada engreído líder.
La entrevista me ha resultado entretenida y ellos parecen majos.
Su música no ne gusta, pero una cosa no quita la otra.
Bufffffffff……..
Están majas estas entrevistas a bandas enteras. Y reconozco que no soy objetivo porque estos me gustan desde hace años, pero me ha gustado conocer un poco sus historias.
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