Se acerca el verano y Anna Montañana nos recibe en Valencia, en plena Marina. Un grupo de chavales juegan a ser C. Tangana y Rosalía en medio de la ostentación de los yates colosales. Hace sol y todo el mundo lo celebra. Hace apenas dos días, estaban achicando agua de los sótanos. Como jugadora del Ros Casares, el Perfumerías Avenida y la selección española, Anna lo consiguió todo. Como entrenadora, está en el camino. Un camino complicado, lleno de prejuicios y barreras, pero que no le da miedo. Cuando la puerta del Fuenlabrada, donde fue entrenadora asistente, se cerró, ella misma se creó su propia aventura en Colombia y Argentina. Nadie dijo que fuera a ser fácil. De hecho, en algún momento, es posible que a ella misma le parezca imposible. Eso no quiere decir, en absoluto, que vaya a rendirse.
Vienes de hacer las Américas. ¿Cómo te ha ido?
Pues la verdad es que vengo de doce meses un poco locos, porque primero estuve en Colombia, entrenando en el Sabios, luego me fui al Mundial U19 y de ahí, a Buenos Aires. Ha sido un aprendizaje potente, porque irse tan lejos durante tantos meses en medio de la pandemia, de situaciones complicadas… cuesta un poquito más que antes a nivel personal. Pero la experiencia es buena porque conoces otras ligas, otras maneras de entrenar y le pones nombre a lo que hacen en Argentina, que es un país destacado a nivel mundial.
¿Cómo surgió lo de Obras Sanitarias, un equipo histórico de allí, como ya nos contó el Lagarto de la Cruz?
Bueno, estas cosas suelen venir a través de agentes. Hubo esa propuesta, me pareció muy interesante porque, a priori, confiaban en mí, querían que me desarrollara, incluso con la idea de llegar más alto. Es un equipo con mucho nombre dentro de una liga que, junto a la brasileña, es la más potente de Latinoamérica. Eso también hace que tú puedas conocer jugadores del mercado latinoamericano que luego te pueden venir bien aquí y, a nivel de entrenadora, te abre mucho la mente, tanto para lo que quieres incorporar… como para lo que no.
Creo que lo de la pandemia fue particularmente duro en Argentina.
Sí, cuando llegué, tuve que estar una semana en casa. Es complicado, además, porque Argentina lleva años de crisis económica y esto les ha machacado aún más. Había veces que nos íbamos a jugar a otras ciudades y los hoteles seguían cerrados, después de un año de pandemia. Se notaba que había hecho estragos en la economía de un país que llevaba sufriendo tiempo.
Antes, habías estado en Colombia, en el Sabios, como primera entrenadora, ¿qué diferencias notas con lo que ves luego en Argentina y lo que venías de vivir en España?
El juego latinoamericano es más individual, está mucho más basado en el uno contra uno porque hay muy buenos físicos. Tal vez no tan depurados técnicamente, pero unos físicos impresionantes. A ellos, lo que les cuesta un poco más es la disciplina: el día a día, el entrenar mucho… sobre todo en Colombia, donde se centran mucho en sus cualidades físicas para llegar a profesionales y abandonan un poco todo el resto. En Latinoamérica, comparado con Europa, se puede decir que esa es la mayor diferencia: buenos físicos, buenas competiciones… pero un juego demasiado individual, precisamente para luego tener ofertas y venirse a Europa.
¿Ellos miran más a Europa o a Estados Unidos?
A ver, es que a la NBA es muy complicado llegar, claro, así que la salida más fácil es Europa. Algunos jugadores argentinos también miran la liga brasileña, pero, sobre todo, lo que miran son las europeas, aunque casi todos los que están aquí es porque tienen pasaporte. Incluso jugadorazos como Campazzo, Nocioni… si llegaron aquí fue porque tenían pasaporte. Sin ese pasaporte, es complicado porque, aun teniendo cualidades, solo hay dos puestos. Sus objetivos son esos: conseguir buenos números y conseguir el pasaporte… y en Colombia lo que pasa es que no tienen la tradición ni la organización ni la capacidad competitiva que llevan teniendo en Argentina desde hace años. Están en sitios diferentes: Colombia tiene físicos increíbles, como pasa en Panamá o incluso en Puerto Rico, pero tácticamente no hay ese desarrollo.
Y como entrenadora, ¿qué haces para intentar que esos chicos no vayan a la suya, sino que miren por el equipo?
Pues eso fue lo más importante para mí. Aunque no teníamos presupuesto, intenté fichar a jugadores que estuvieran orientados a poder formar un equipo y no tanto por su nivel individual. Eso es lo que yo buscaba: no quería tener cuatro estadounidenses que están solo de paso para ver si les fichan en otro lado, así que acabé con dos estadounidenses y dos mexicanos, además del resto de colombianos. Hice mucho hincapié en que intentaran entender que lo que para ellos era un buen tiro, porque lo habían hecho durante toda su carrera, en este equipo no era tan buen tiro. De las cosas que más contenta estoy es que ellos vieron otro baloncesto, más de equipo, con más pases… porque, a ver, tú ves la mayoría de las ligas latinoamericanas y lo del pase les cuesta mucho, es casi todo juego en transición. Juegan en ocho segundos. Creo que lo conseguí: teníamos un equipo muy modesto y nos metimos en playoffs. Fue una historia muy dura, por las dificultades, pero también muy bonita.
En una entrevista con los compañeros de Newtral, decías que te gustaría «ser una entrenadora, sin más» y no tener que asumir el rol de pionera. ¿Es agotador el latiguillo de «la primera mujer que…»?
Sí [risas], lo que pasa es que quedan tantas primeras veces aún… Es una lucha. Me gustaría que no me tuvieran que conocer por eso, pero a la vez soy consciente de que estoy abriendo barreras. Claro que me gustaría que no me preguntaran por esto, pero es que aún está por llegar la primera mujer entrenadora en LEB Oro, la primera mujer entrenadora en ACB…
Y que haya más de una, que no sea una excepción.
Sí, tiene que haber continuidad. En Liga Femenina, hay dos entrenadoras de dieciséis. Bueno, hay mucho detrás. Fíjate que, en 2018, entré en Fuenlabrada y ya estamos en 2022 y no hay nadie en ACB, no hay nadie en LEB Oro y solo hay una chica en LEB Plata. Creo que hay una falta de oportunidades clarísima. Yo se lo decía a mis compañeras: hay que quedarse, hay que intentarlo. Elisa Aguilar está de directora de todas las competiciones en la FEB, Amaya Valdemoro también está en otros ámbitos… pero faltan entrenadoras. Tiene que ver con que a lo largo de nuestras carreras hemos visto esa falta de oportunidades. Me pasa a mí y eso que yo tengo una carrera baloncestística detrás que me ayuda a tener alguna oportunidad, pero ¿y el resto de entrenadoras?
¿De dónde viene esa falta de oportunidades?
Pues de que aún se tienen que dar muchas explicaciones si alguien me pone a mí de entrenadora. Aún estamos en esas. Es una decisión con muchas consecuencias, así que acaba siendo mucho más «fácil» coger a un entrenador que lleva muchos años y no cambiar nada. Siempre hay una excusa: «Es que Anna no tiene experiencia», «es que Anna tal, es que cual». Siempre hay una excusa, pero no solo conmigo. Es lo que tú dices, necesitamos ser más que empujemos para que se sepa que hay más dispuestas, pero sí que hay unas barreras invisibles aún ahí puestas.
Es difícil de entender. En el baloncesto, en general, porque no hay nada en términos de táctica o personalidad que impida a una mujer entrenar a hombres… pero es que vuestra experiencia en el baloncesto femenino es un plus clarísimo.
Sí, yo acabo de estar en el Gernika, y me dio la sensación de que las jugadoras estaban contentas de que estuviera ahí.
Es que a lo mejor eras su ídolo.
Bueno, o porque a lo mejor ven una referente, ven a alguien con quien pueden conectar… pero es que esto también lo he vivido con los jugadores. También he sentido que ellos me veían con orgullo. ¡Hostias, me entrena una chica!
Claro, porque siempre pensamos en el prejuicio a la inversa, pero habrá quien diga: «Si esta mujer ha llegado a entrenar a un equipo masculino es que tiene que ser muy buena».
Sí, sí, a ver, es que yo, del jugador, siempre he tenido un respeto instantáneo. Por mi carrera como jugadora y por mi dedicación y mi trabajo. Pueden pensar en un principio: «A ver por dónde sale esta», casi como curiosidad, pero después siempre he estado muy a gusto, tanto con el jugador como con la jugadora. No veo nada diferente.
Repasando toda tu trayectoria, que es casi inabarcable, da la sensación de que siempre has tenido que adaptarte rapidísimo a todo: a los 13 años, prácticamente 14, debutas en la Liga Femenina.
Es que siempre he sido muy precoz, porque ya era alta y estaba en un club que me quedaba a quince minutos de casa. Tuve la suerte de crecer ahí y de tener a gente súper visionaria, como Dolores Escamilla, que era la presidente y la gerente, que luego lo fue del Levante femenino de fútbol. La confianza de toda esa gente hizo que yo con trece años ya entrenara en el primer equipo… pero también hacía falta alguien como Miki Vukovic, el entrenador, que lo aceptara. Nadie vio barreras ahí. Tenía cualidades y me tiraron ahí. Como ellas solían ganar por muchos puntos sus partidos de liga, pues me dejaron jugar un minuto y pico contra el Oviedo. Me hicieron una falta, metí un tiro libre y me caí tres veces [risas].
Tú ya habías sido campeona del mundo sub 12 con España.
Sí, sí, es un Mundial que nunca más se celebró y que ese año lo organizaron en Puerto Rico. Estaba México, estaba Estados Unidos, estábamos nosotras… yo tenía once años y aquella generación era prácticamente la que luego sería campeona de Europa sub 18. La generación del 80, que empezó a ganar cositas.
¿Cómo es ser campeona del mundo con once años? ¿Se es consciente de lo que eso supone?
Bueno, sí que te marca. Yo tenía muy claro desde los nueve años que iba a ser jugadora de baloncesto, ya se lo decía a mi madre. Todo eso te hace vivir en una burbuja, porque, además, cuando dejamos Puerto Rico, nos fuimos a los Juegos de Barcelona y ahí conocí a todos, vi un partido del Dream Team, que era mi sueño. Vivía en un sueño, siempre lo he hecho en ese sentido. No creo que me lo creyera, pero yo ya era un poquito chulita y seguro que eso me ayudó a competir y a forjar un carácter fuerte.
¿Quiénes eran tus ídolos de pequeña? ¿Te fijabas más en la ACB, en la NBA, en la Liga Femenina…?
Pues sobre todo veía mucho NBA. Veía a Trecet desde pequeña. Recuerdo que sabía mucho y que imitaba mucho a Magic Johnson, a Michael Jordan, a Tim Hardaway… me gustaba mucho pasar la pelota. También imitaba a algunos jugadores de la ACB y piensa que yo entrenaba con las mejores jugadoras de Europa y viajaba con ellas. El club nos involucraba mucho, me dejaba hacer la pretemporada con el primer equipo… todo eso crea una mezcla de juego americano [por eso luego me fui para allá] con juego de aquí.
En aquel Dorna, que había sido campeona de Europa con la mítica Raziya Mujanovic, también dio sus primeros pasos, como adolescente, Amaya Valdemoro.
Amaya es de Madrid y con 16-17 años se va al Universidad de Salamanca, cuando aún no era tan poderoso, porque le pillaba cerca de casa. Al Dorna Godella se va después y ahí es donde nos encontramos por primera vez, cuando ella tiene diecisiete y yo, trece. Blanca Ares también jugó en Dorna Godella
Fíjate, yo la recuerdo en Madrid, en el BEX, que jugaban en el Magariños.
Sí, pero antes estuvo en Dorna Godella. Me acuerdo perfectamente porque en los entrenamientos tenía que defenderla y era como un martirio. Ella empezó aquí, pero al poco fue cuando el presidente Guimaraes decidió llevar el equipo a Getafe. No sé, puede que empezara en el BEX, luego se viniera a Godella y ya se fueran todas a Getafe, ahora no lo recuerdo.
Hablando de Blanca Ares, ¿cómo de importante fue para la cantera del baloncesto femenino el oro de Perugia en 1993?
Pues es que era algo que nunca había sucedido en el baloncesto español. Y, de hecho, las chicas tardaron diez años, hasta 2003, en conseguir otra medalla en un Europeo, lo que a su vez las clasificó para los Juegos de 2004, los primeros en los que participaban sin ser anfitrionas. Yo creo que ayudó mucho que todo el núcleo del Dorna Godella estuviera compitiendo con las mejores extranjeras: con Raziya Mujanovic, pero también con Teresa Edwards, Katrina McClain… Elevó el nivel competitivo e hizo que, junto a lo que había trabajado el ADO para Barcelona, se viera el resultado un año más tarde. Para mí, eso fue importante, pero me impactó más cuando las vi ganar la Euroliga en Lliria (1992), porque estaba ahí, bajé al campo, las veía entrenar, tengo la camiseta firmada por McCLain… De hecho, veinte años después, perdí una Euroliga aquí y fue horrible. En fin, fueron dos años en los que se juntó todo: la Euroliga del Dorna, la participación en los Juegos y el oro en Perugia, y eso hizo que yo viera que esto no era un imposible, que no era una locura mía.
Claro, porque normalmente si tienes trece años y dices «yo voy a dedicarme al baloncesto» ya te miran raro… pero si es 1993 y hablamos de baloncesto femenino, aquello debía de rozar la excentricidad.
Es que cuando le decía a mi madre lo de «mamá, yo voy a ser profesional» con nueve años, mi madre no entendía lo que era eso… pero era mejor que jugaras al baloncesto a que jugaras al fútbol. De hecho, a mí me encantaba el fútbol, pero te guiaban un poquito más hacia el baloncesto. A lo mejor, nadie se creía que la cosa se iba a desarrollar como se desarrolló en los años siguientes, pero también es verdad que a mí nadie me dijo que no lo intentara.
Como decías antes, tras ganar varias ligas y dos Copas de Europa, Dorna se lleva el equipo de Valencia a Getafe, ¿cómo os afectó eso a las canteranas y en general al baloncesto femenino de la ciudad?
Pues la verdad es que para mí no fue traumático, al revés. El equipo se refundó en 1ªB, que era como la 2ª división femenina, y conseguimos ascender. Éramos el C.B. Godella, nos patrocinaba Popular de Juguetes y ese año ganamos todos los partidos. Éramos todo valencianas y una griega. Yo ahí tenía quince o dieciséis años y jugaba muchos minutos. Al año siguiente, fichamos a Anabel Álvaro, que no es de aquí, pero es de Cuenca y vive aquí, y yo tenía la oportunidad de jugar a lo mejor diecisiete minutos en primera división. Dentro de que fue algo muy malo, para las valencianas fue una oportunidad muy importante. Este año, se cumplen veinticinco años de aquello.
Pasas por el Valencia BFE y tu primer año completo en Liga Femenina es en el Halcón Viajes, de Salamanca, otro equipazo, al que volverías varias veces a lo largo de tu carrera.
Sí. Aunque yo seguía en las selecciones españolas de mi categoría, decidí tomarme dos años para evolucionar mi juego y quedarme aquí. Por eso estuve en el Valencia BFE, hicimos una fase de ascenso, y me llamó el Salamanca. Yo quería haberme ido a Estados Unidos, pero no surgió ninguna buena oportunidad. Salamanca era en esa época como el Estudiantes, donde se desarrollaban las jugadoras. Éramos todas españolas: estaban Amaya Valdemoro, Elisa Aguilar, María Nieves Llamas, Elsa Donaire… y teníamos muchas oportunidades de jugar. Fue un año increíble, jugamos de maravilla, nos metimos en la final…
Aparte, estar en Salamanca con veinte años, ni tan mal, supongo.
Increíble [risas]. Es que fue todo increíble. El club se estaba desarrollando por entonces, aún no había americanas y fue un año impactante porque nos juntamos un grupo de jugadoras que nos hicimos amigas y que luego hemos coincidido en muchos sitios.
Y en 2001, decides irte a estudiar a la George Washington, en Washington D.C., ya con 20 años, casi 21.
Pues es que era mi sueño, pero no llegaban ofertas. Piensa que la comunicación no era como ahora, no había tanto conocimiento en Estados Unidos de lo que estaba pasando en España, así que me llegaba el interés de universidades que no eran tan buenas. Cuando coincidí con Elisa Aguilar en Salamanca, resultó que ella acababa de graduarse en George Washington, y la entrenadora ayudante vino a visitarla. Ahí fue cuando yo le dije que quería ir para allá y ella se encargó de hacerlo posible. Soy un caso súper atípico, porque llego a Estados Unidos justo al cumplir los veintiuno, que es la mayoría de edad allí, ya había jugado profesional…
A los diez días de llegar, te pilla el 11-S.
Sí. A las ocho de la mañana, me fui a clases de inglés porque mi inglés era un poco de andar por casa, y al volver a casa, a eso de las nueve y algo, que eran las tres y algo de aquí, me encontré con cuatro-cinco mensajes preguntándome si estaba bien. Yo no sabía bien qué había pasado, no había visto las imágenes, y me fui a entrenar, pero allí ya me dijeron que no, que se había cancelado todo. Nos metieron en el vestuario, que estaba bajo suelo, y ahí nos pasamos un buen rato.
Claro, porque además tú estabas en Washington, al lado de la Casa Blanca, del Pentágono…
Vivía en lo que llaman «La F», en la misma calle de la Casa Blanca, al lado del Pentágono, y de hecho allí cayó un avión. George Washington es de las pocas universidades que están en el centro mismo de la ciudad.
¿Cómo era aquella sociedad estadounidense postatentado?
Estaban en shock. Nadie se lo creía. Después, hubo mucho tiempo de unirse ante lo que pasó. Vas a ver la Zona Cero antes de que la reconstruyeran y es espectacular. Ahora ya no se ve, pero cuando ibas ahí en su momento, y ves toda la manzana vacía, bueno, era muy impactante.
¿Y cómo te afecta a ti, recién llegada?
El primer año fue difícil. Venía de Salamanca, de entrenar de 6 a 8, con mucha libertad… y en Estados Unidos es otra historia. Ahí, a las 5 está todo cerrado. Te juntan todos los entrenamientos con las clases y a partir de determinada hora no hay mucho que hacer. Además, yo no hablaba bien inglés, así que fue un año de aprendizaje… pero a partir de ahí fue un sueño, porque el tratamiento que se da en Estados Unidos al deporte es un sueño: el dinero, las instalaciones… Encima, yo estaba en una universidad muy internacional, con buen nivel académico, muy buen equipo… Hice lazos para toda la vida. Es de las cosas que más me han cambiado personalmente.
Estudiaste marketing, ¿no?
Comercio Internacional y Marketing. Ahí, tú empiezas estudiando lo básico, que está muy bien porque a veces a los dieciocho años no sabes muy bien qué quieres hacer, y luego te vas especializando según vas viendo. Yo me especialicé en comercio internacional y fui añadiendo créditos en marketing.
El caso es que tu paso es histórico: te nombran dos veces en el quinteto ideal de tu conferencia y te conviertes en la primera jugadora en superar los mil puntos, quinientos rebotes y cuatrocientas asistencias, lo que dice mucho de tu manera de entender el juego.
Pues sí, jugando de 3-4, la visión de juego era una de mis señas de identidad. Mi entrenador me daba libertad para jugar en todas las posiciones. A veces, jugaba de base en ataque y defendía a la ala-pívot. No metí muchos puntos, solo en mi último año, pero a mí me gusta el trabajo en equipo, por eso lo de las asistencias. ¡Bueno, y las pérdidas de balón, que ahí no salen! [Risas].
¿Fueron muchas?
¡Hombre, claro! Cuando eres así muy pasadora, sin mirar, es lo normal.
En tu despedida, rozas la distinción de All-American, ¿te dio rabia quedarte solo en la mención honorífica?
No, no, no, al revés. George Washington a lo mejor estaba en el top 25 o top 30 de universidades, pero las All-American son siempre gente de Stanford o de South Carolina, de las que van al Sweet 16, a la Final Four… es muy complicado para las demás universidades, así que me hizo gracia que me mencionaran al menos.
En 2019, entraste en el Salón de la Fama de la universidad.
Esa es una de las cosas más impactantes que me han pasado. Ese año, además, fui con Elisa Aguilar. Me hizo muchísima ilusión: dos españolas en el Salón de la Fama. Es algo que a los americanos les gusta mucho reconocer individualmente y que implica que has dejado huella. Me llamaron y dije: «No me lo creo». Me dieron cuarenta y ocho horas libres en Fuenlabrada y pude asistir a la ceremonia.
¿Cómo te explicas que ninguna franquicia te drafteara en 2005?
Bueno, no me chocó tanto. Tenía muy buenos números, pero a nivel físico no estaba a la altura de lo que se buscaba. A nivel técnico, no se dudaba de mí, pero el físico era otra cosa. Estuve con las Connecticut Suns y fui pasando cortes, pero en el último, me tocó. Y ahí, el entrenador, al que tengo muchísimo aprecio y que ahora está en las Mystics, me dijo: «Anna, sé que puedes jugar de 1, de 2, de 3 y de 4… pero ahora mismo necesito alguien interior que esté más preparada». Pero es bueno pasar esas experiencias como deportista y como persona. Te ayudan a crecer.
Vuelves a España, al Ros Casares, pero estás solo un año.
Pues vengo porque llevaba cinco años fuera de Valencia y porque el Ros Casares era muy buen equipo. Acababan de ganar la liga, si no me equivoco. Firmo 1+1 o dos temporadas… pero al primer mes cambian al entrenador y con el nuevo entrenador no hay esa química, y los entrenadores pocas veces cambian de opinión sobre cómo ven a los jugadores… así que, si estás con alguien que no cree en lo que haces, lo mejor es irte, no pasa nada. Y ahí me llegó una oferta de dos años de Salamanca.
¿Cómo te recibieron de vuelta? Debió de ser complicado ir pasando de una ciudad a otra siendo los dos centros del baloncesto femenino español.
A mí me hubiera gustado triunfar en Valencia, pero a veces las personas, los momentos, etc. lo hacen imposible. En Salamanca, me recibieron muy bien y ahí es donde empezamos a jugar Euroliga y donde encuentro mi juego después de los años en Estados Unidos, sin tener tanto el balón en las manos. Hice dos muy buenas temporadas y el club también creció mucho, empezamos a hacernos un nombre en Europa.
Para entonces, ya eras una de las mejores jugadoras de España y de Europa. En 2005, ganas con España la medalla de bronce en el Europeo de Turquía y en 2007, lográis la de plata. Aquel equipo combinaba una generación consolidada —Elisa Aguilar, Amaya Valdemoro, Marina Ferragut— con una generación algo más joven —Marta Fernández, Laia Palau, tú misma…—. ¿Cómo se produce la mezcla con éxito?
Yo creo que es un poso: una generación va dejando un poso en las siguientes. La generación anterior, la de Anabel Álvaro, Piluca Alonso, Laura Grande, Betty Cebrián… fue dejando un poso en nosotras y se empezó a notar en 2003, que yo no estoy, y luego en 2005. Ahí empieza el crecimiento de una generación muy competitiva, aunque físicamente limitada. No teníamos mucha altura. Rusia o República Checa estaban a otro nivel. Por ejemplo, República Checa nos hacía defensa de cambios y nosotras nunca habíamos tenido que atacar contra gente que te cambiaba y te ponía a la base en vez de a la ala-pívot y te defendía igual de bien. No había ventajas nunca. Fue un período en el que esas dos selecciones nos ganaban siempre, hasta que pudimos darle la vuelta. Luego nosotras dejamos ese poso en la generación siguiente, desde 2008, más o menos: Anna Cruz, Laura Nichols, Marta Xargay… empezaron con nosotras y vivieron los éxitos de 2009 o 2010, pero también el gran fracaso de 2011. Eso las ayudó a liderar al grupo a partir de entonces. Todas tenemos que dar gracias a las anteriores generaciones.
Hay un año clave en tu trayectoria, que es 2008: empecemos por los Juegos Olímpicos de Pekín, cuéntame tu experiencia personal, lo que te supone a ti estar ahí, participar de eso.
Fue lo mejor de mi vida. Aparte, ese 2008 vuelvo a firmar con Ros Casares, venía de dos buenas temporadas… Recuerdo que tuvimos que jugar el preolímpico en Madrid y estaba súper nerviosa. Era como una obsesión. Siempre pensaba que me iba a pasar algo y que no se iba a cumplir mi sueño. Estuvimos casi un mes en Pekín, no dormía por las noches de la emoción y cuando salí de ahí, me dije: «Aquí tengo que volver». Por eso el batacazo de 2011 es tan grande. Aún es mi sueño, ahora como entrenadora.
¿Qué recuerdos te llevas de ese mes en Pekín?
Pues es inevitable que te quede una sensación agridulce por no haber conseguido llegar a semis, pero en lo personal fue increíble. Por ejemplo, la Villa Olímpica. Aquello era como un pueblo entero lleno de súper atletas. Todo el mundo emocionado, con muy buenas vibraciones, ves a gente a la que admiras, por ejemplo a Chris Paul, que nos lo encontramos en la Muralla China, como si fuera la cosa más normal del mundo. Eso nunca se olvida. Estaba Rafa Nadal, también.
Deportivamente, el torneo está muy marcado por la derrota en el primer partido ante China que os aboca al cruce en cuartos contra Rusia.
Pues es que nosotras teníamos la inauguración el 8 del 8 del 2008 y jugábamos al día siguiente a las 10.30 de la mañana. Ellas no fueron a la inauguración y nosotras, sí, ¡lo dimos todo! [Risas]. Así que perdimos ese partido, que era clave para el cruce. Debatimos si ir o no, lo llegamos a pensar, pero no os imagináis lo que fue esa inauguración: las dos horas ahí esperando con todos los demás españoles, cantando, saltando…
Eso que me cuentas me parece interesantísimo: tienes que decidir entre vivir una experiencia personal única o descansar para preparar mejor una experiencia profesional única… ¿hubo quien prefirió lo segundo en el equipo?
Pues lo hablamos, pero nadie, ni siquiera el entrenador, dijo que no. Todas lo pensamos: «Hostia, ¿y si no vamos?» Yo recuerdo pensarlo, pero es que sabíamos que iba a ser una inauguración bestial porque ya sabes cómo son los chinos. Y no sabíamos si íbamos a volver, además. No sé, igual hubiéramos perdido de todos modos, pero sin duda ellas estaban más descansadas.
En aquellos tiempos, las medallas, con Rusia, Estados Unidos y Australia de por medio, eran ciencia ficción, pero ¿soñabais con las semifinales?
Sí, claro, pero nos fuimos de cabeza contra Rusia, con Becky Hammon, en cuartos. Íbamos dieciocho arriba al descanso y acabamos perdiendo el partido. Nos quedamos muy cerca. Veníamos de ser subcampeonas de Europa, pero aún no nos lo creíamos. Becky hizo de todo, nos masacró. Australia era una bestialidad, en 2005 ganó el Mundial en Sao Paulo. Pero podríamos haber hecho semis, sí, era nuestro sueño. Hasta 2010, aprovechando la ausencia de relevo en Rusia, no jugamos unas semis de un Mundial. Lo que pasa es que ese año, Rusia tenía a Stepanova, a Artesyna… era un equipo increíble.
Y, a la vuelta, como decías, regresas al Ros Casares. Un equipazo con todas las letras: Amaya, Palau, Elisa, Tornikidou, Ferragut… no teníais rivales.
Sí, aun teniéndolo todo en Salamanca, me decido a volver. Ese Ros Casares era un equipo muy bueno y, al fin y al cabo, era volver a mi ciudad. Me daba mucha pena haber defraudado a Salamanca, siempre tenía eso en la mente, pero creía que me merecía intentarlo.
El segundo año perdéis la final de la Euroliga con el Spartak de Moscú… con Becky Hammon por fin en tu equipo y no en el de enfrente.
Ella era una jugadora que ya había estado en Rivas y que tanto ahí como en Rusia tenía mucho el balón y tomaba muchas decisiones. Con nosotras, al ser un equipo muy compacto, tenía un perfil más bajo, pero es una mujer que hacía mucho equipo, que ya se veía que podía ser entrenadora, con mucho carisma… Cuando vino, nos ayudó muchísimo porque era una más y la adaptación fue muy buena. Aquella final de Euroliga no sé si es la peor de mi vida, pero una de ellas: yo ya sabía que no me iba a quedar en el Ros Casares, porque había situaciones con las que no estaba de acuerdo, con gente de la dirección que no encajaba conmigo. Fue doloroso no haber podido cerrar eso con la Euroliga, habría sido la guinda.
En medio de ambas temporadas, te vas a la WNBA a cumplir tu sueño. ¿Cómo surgió la oportunidad?
Pues jugamos el Europeo, quedamos terceras, y a mí se me dio especialmente bien. Coincide esto con una lesión de una jugadora, Monique Currie, y ahí se pusieron en contacto con mi agente y me dijo: «Anna, te quieren en Minnesota y te quieren ya», así que me tuve que sacar la visa corriendo y me fui para allá. El año anterior me habían llamado de Seattle, pero el club no me había dejado ir para allá. Era una pequeña obsesión, un sueño que tenía que cumplir sí o sí. Fueron solo dos meses y la temporada estaba ya empezada, pero mereció la pena.
Las Minnesota Lynx estaban en pleno paso por el desierto. Fue justo el año antes de que llegara la mítica Cheryl Reeve y ganaran tres títulos en cinco años.
Sí, antes de su etapa dorada. Anna Cruz sí que llega a ganar el anillo con ellas. Por Minnesota hemos pasado Nuria Martínez, Anna Cruz y yo. Aquel año acababan de draftear a Ricky Rubio y me preguntaban: «¿Cómo podemos hacer para que venga?» y yo les contestaba: «A ver, yo no soy la indicada…». [Risas]. Creo que podría haber jugado mejor, pero estaba en un estado de limbo, de levitar. El equipo no se metió en playoffs, pero había muy buena química en el vestuario y me tenían en muy buena consideración. Al menos, pudimos vivir la experiencia, se vinieron mis padres, mis hermanas…
Coincides con Roneeka Hodges y con Candice Wiggins, que sí sería parte importante del equipo de los tres anillos… y que durante el otoño-invierno jugaba contigo en el Ros Casares. ¿Puede que la WNBA esté menos mitificada precisamente porque buena parte de sus jugadoras vienen a Europa a sacarse un dinero cuando no hay liga en Estados Unidos?
Es algo raro, sí. A eso, súmale las selecciones nacionales. Hay veces que juegas en tres equipos en tres meses. Ellas, como americanas, solo pensaban en la WNBA, cuando venían a Europa no tenían tanto arraigo como cuando jugaban allí. Hay ahora una campaña para hacer de la WNBA una liga entera de todo el año.
Sí, de hecho, a partir de 2023, quieren obligar a todo el mundo a estar desde el primer día de pretemporada.
Eso es, eso es lo que va a pasar. Y ahí va a haber un conflicto, porque si tú no tienes un puesto asegurado, pero tienes que ir al training camp, eso va a cambiar todas las ligas en Europa y el nivel de las americanas que vienen aquí va a bajar. Yo creo que al final van a conseguir eso y lo de la liga de todo el año, porque hay un movimiento muy grande a nivel de sponsors y eso cambiará mucho la vida de las americanas, que ahora tienen que pasarse nueve meses en Valencia o en Polonia o en Rusia. Donde sea.
Decías antes que el Eurobasket de 2009 se te había dado bien, pero es que, de hecho, acabas como tercera máxima anotadora del torneo cuando no era precisamente tu fuerte.
De 2007 a 2009 fueron los mejores años de mi carrera como anotadora. Metí bastantes puntos en Salamanca, en los Juegos, en ese Europeo. No sé si estaba más agresiva o qué. También coincide con los 28, 29 años, que es muy buena edad. A partir de los 30 sí noté un bajón: llevaba mucho tiempo dando muchas vueltas: Salamanca, Valencia, Estados Unidos… y ya me dolía todo demasiado pronto. Empecé a tener problemas con la rodilla y no tenía tiempo para cuidarme, porque llegábamos siempre hasta el final con el Ros Casares e inmediatamente iba a la selección. Todos esos sprints me vinieron de vuelta.
Un año después, conseguís el bronce mundial, en República Checa. Ahí, ya tenéis a la maravillosa Sancho Lyttle. ¿Cómo de importante fueron las nacionalizaciones de Lyttle o después de Ndour en el ciclo de triunfos de la década de los 2010?
Lyttle nos llevó a otro sitio físico en el puesto de cinco al que nosotras no llegábamos. Lo hacía todo: en defensa, en ataque, leía el juego, tiraba de lejos… fue el gran fichaje. Sin ese 5, igual no se habría competido a estos niveles. Igual le pasó a Turquía, por ejemplo. Se abrió la veda y nosotros tuvimos suerte con Sancho. Llevaba años jugando en la liga, era una chica muy integrada en el grupo y en el país, muy elegante…
Con 30 años, decides volver a cambiar Valencia por Salamanca… y ahí ganas la liga a tus excompañeras del Ros Casares. De hecho, les ganáis los siete partidos de ese año.
Totalmente. Ese verano entrené visualizando que ganábamos la Supercopa, que iba a ser en Valencia, y entrené visualizando que les ganábamos todos los partidos. Fue un año muy mágico. No solo por eso, sino porque Salamanca seguía creciendo, pero estaba siempre de segundo y ese año nos fuimos tres jugadoras para allá y el equipo dio un salto. Ahí estaban ya Marta Xargay, Alba Torrens, Laura Gil, Sancho Lyttle, Silvia Domínguez… Hicimos una campaña increíble. Lo único que no pudimos conseguir fue la Copa de la Reina, pero eso también nos ayudó a ser conscientes de que no éramos imbatibles. No solo fueron los resultados, es que jugábamos muy bien al baloncesto y además éramos casi todo españolas, nos conocíamos de la selección y eso es muy importante. Ha pasado por ejemplo en el Barça, cuando ganó la Euroliga, o en el Madrid, cuando ha estado ganando todos estos años: tener un núcleo español bueno es importante.
El entrenador era Lucas Mondelo. Diez años después, Xargay y él no acabaron precisamente bien. ¿Te pilló todo aquello por sorpresa o ya te lo imaginabas?
Bueno, al año siguiente, Mondelo se convirtió también en seleccionador y fui al preeuropeo con él… A ver, sorpresas, pues no. Yo conozco mucho a Marta y puede que le pasara algo con el entrenador, claro.
¿Tuviste tú algún problema con Mondelo de ese tipo?
Bueno, había cosas en las que no estábamos de acuerdo. De hecho, yo tenía dos años más apalabrados en Salamanca y al final acabé por no firmar ese contrato, porque al final yo también tenía mucha inquietud de irme a Europa y sinceramente había cosas que no me gustaban… así que decidí irme a hacer las Europas. Problemas como los que tuvieron Anna o Marta, no, pero diferencia de visiones y de caracteres, sí.
Tú has estado en vestuarios masculinos y femeninos, ¿la manera de tratar a ambos grupos por parte de un entrenador es la misma?
A ver, es que, en general, hay una diferente manera de hablar a los hombres y a las mujeres. No hablo ya del baloncesto. Dentro de eso, sí que hay mucho paternalismo, no solo en profesionales sino en formación. Eso no quiere decir que todo el mundo sea igual, pero sí se oye mucho hablar de «las chicas», «las niñas», cuando no dices «los niños» para hablar de profesionales masculinos. En general, hay una manera mucho más directa de relacionarse con los jugadores… y con las jugadoras buscas otra comunicación que al final puede parecer exagerada. Como jugadora, a mí me chocó el trato que recibí de Isma Cantó, que lo fichó el Ros Casares en 2008 o 2009 y venía de entrenar al Gandía masculino: el trato con nosotras era exactamente el mismo que en sus equipos masculinos; la manera de comunicarse, también; la exigencia, también… y yo ahí me dije: «Pero ¿por qué no puede ser así siempre?». Yo siempre he demandado eso: que me exijan, que sean directos conmigo, que no anden con rodeos. Es algo que disfruto mucho en los equipos masculinos. Con una jugadora, tienes que ver el momento, la tonalidad, cuántas veces lo has dicho antes y cuántas no… pero yo me niego a hacer un trato diferencial muy grande, al menos eso es lo que yo hago.
En 2011, consigues por fin la Euroliga. Otra final contra el Spartak, pero que esta vez sale bien con partidazo de Silvia Domínguez y de Alba Torrens desde el banquillo.
Fue muy especial porque lo conseguí con el Salamanca. Había empezado a jugar Eurocup con ellas, había empezado a jugar Euroliga con ellas y por fin la ganábamos. Además, fue en Ekaterimburgo, que está casi en Asia, y les dije a mis hermanos que recogieran sus cosas, que se venían conmigo [risas]. No éramos las favoritas porque no teníamos ninguna estrella. A ver, Sancho Lyttle era una estrella, pero no era una estrella determinante. Alba Torrens iba a ser una estrella, pero en 2011, aún no lo era del todo, aunque ya fuera buenísima. Lo importante era el grupo: ganamos la semifinal a Ros Casares y tuvimos suerte porque el Spartak de Moscú le ganó al Ekaterimburgo en la otra semifinal y ya no eran el mismo equipo del año anterior, ya no estaba Diana Taurasi, y el coco era el Ekaterimburgo.
¿Eso sirvió además para que el público os apoyara a vosotras, a ver si ganabais a las de la capital?
¿Sabes lo que pasa? Que en Ekaterimburgo había muchos militares. Estaban todos ahí formando, pero no hacían mucho ruido. No sé, yo estaba como en una burbuja. De hecho, me acuerdo de que luego me tocó el control antidopaje y quería irme a celebrar, pero no pude.
Sin embargo, ese verano llega el desastre en el Europeo de Polonia: os quedáis fuera en la segunda fase y eso hace que no podáis jugar en Londres 2012. ¿Qué fue mal en ese torneo para que acabara así?
Pues llevábamos cuatro Europeos seguidos con medalla y ese año dijimos: «Ahora, vamos a por el oro». Y mira. Hubo muchísimas lesiones. Sancho estaba muy mal de la espalda y las demás no supimos dar con la tecla. Perdimos contra Montenegro, que no habíamos perdido nunca. Luego perdimos contra Croacia… Fue una espina muy grande, porque también cuando pierdes creas rencillas de muchas cosas y ahí se rompió un poco lo idílico… pero también te enseña a convivir con esa derrota, ayudó a que el equipo se volviera a reconstruir, pasaron por un preeuropeo muy complicado, algo que no pasaba a lo mejor desde al año 2000, y todo eso ayudó a que luego ganaran el oro en 2013.
Cierto, contra Francia…
Sí, y lo mismo sin ese desastre y sin ese preeuropeo, no habrían llegado. De hecho, le pasó lo mismo a Francia en 2007 y luego fueron campeonas en 2009.
¿Llegas a jugar el Preeuropeo o ya te retiras?
No, no me retiro, me retiran. [Risas].
Ah, pues cuéntame…
Pues me llamó Lucas y me dijo que ya. Fue algo muy duro porque yo no quería marcharme en ese momento. Luego lo piensas y a lo mejor es verdad que no estaba al nivel… o igual, sí, bueno, ya da igual. No vi partidos de ese Europeo, me costó ver partidos un par de años, porque al final era mi sueño: ganar un Europeo. Mi sueño y el de toda mi generación, y al final la que no estuve. Bueno, forma parte de la carrera del deportista: entender que ya no estás y entender que tu gente sigue ganando. Es algo duro, forma parte de algo que nadie nos enseña como deportistas. La burbuja se va llenando tanto que acaba explotando y eso te lo tienes que comer tú y lo tienes que gestionar tú, pero fue un momento muy complicado.
Me parece muy interesante lo que dices de la derrota como formación.
Sí, como grupo tocamos fondo. Cuando tú aprendes que algo no es suficiente —y eso es algo muy importante y que intento transmitir como entrenadora—, cuando ves que determinado nivel de exigencia no es suficiente para llegar a tu máximo, te ayuda mucho después.
¿Qué importancia tuvieron José Luis Sáez y la FEB en esa explosión del equipo nacional?
En mi experiencia, yo siempre he sentido el apoyo de la Federación. Desde fuera, se podrá decir que se pueden mejorar mil cosas… pero siempre hemos sentido ese apoyo, tanto de José Luis en su momento como ahora por parte de Jorge Garbajosa. Hemos sido de las selecciones femeninas mejor tratadas. José Luis Sáez fue un personaje muy importante para el desarrollo nuestro a nivel de selección y a nivel personal. Nos creíamos que éramos importantes. Nos lo hacían ver. A nivel de Federación, cambió todo mucho y se mejoró mucho. No voy a compararlo con el equipo masculino, pero el trato era muy parecido… y supongo que eso es lo normal, pero también sabemos que en realidad no suele ser lo normal.
Entras ya en la fase final de tu carrera: juegas un año en la liga checa, unos meses en la liga turca, otro año en la liga francesa… ¿Te ofrecían más dinero o te apetecía probar otros países?
Bueno, el dinero estaba bien. No es que lo hiciera por dinero, pero estaba bien. Yo iba a firmar dos años con Salamanca y si hubiera firmado esos dos años ya me habría retirado allí. Algo de lo que no me arrepiento, pero creo que hubiera estado bonito. Piensa que pocas veces he estado más de dos años en un sitio. El año que ganamos la Euroliga, siento que se ha acabado un ciclo y veía que podía tener alguna desavenencia con Lucas, así que era el momento de ver cómo entrenaban en Francia, cómo entrenaban en República Checa… Así que estuve en esos tres países, que me interesaban por su calidad baloncestística y por sus métodos. Creo que cada país entrena de una manera diferente y tiene una mentalidad por cómo se entrena, con entrenadores parecidos y tendencias parecidas. Eso me ayudó mucho para mi carrera como entrenadora. Piensa que yo en 2012, ya me saco en título y tengo muy claro que ese es mi futuro. En Francia, además, me tocó vivir un descenso, con el Niza, y fue muy duro… pero, aunque fue muy duro, como yo siempre había estado en equipos ganadores, en el fondo me vino muy bien.
Entender un vestuario en el que la presión viene de la derrota y no de la victoria.
Eso es. Cada vez que perdíamos un partido, lo cambiábamos todo, por ejemplo. Luego viví algo parecido en Fuenlabrada. Luchar por el descenso es ochenta veces peor que perder un título. Pasarte todo el año luchando por evitar el descenso es muy desgarrador. Agota.
Aun así, sí que vuelves a Salamanca para retirarte.
Un año, pero ya con la mentalidad de que me iba a retirar. Juego muy poco. En mi cabeza, no estaba jugar tan poco, pero bueno. Pensé que podía ayudarles bastante, pero es verdad que ya llegué con el cuerpo muy castigado y en cualquier caso fue un privilegio poder retirarme en Salamanca. Si por mí fuera, habría seguido jugando, pero la rodilla no estaba bien y jugar ya era más un sufrimiento que una diversión, así que lo pensé y decidí retirarme.
¿Y cómo son esos primeros años tras la retirada, cómo lo llevas?
A ver, en 2012, me convertí en presidenta del Godella… y eso hizo que, hasta 2015 que me retiré, mi cabeza ya estuviera en el día a día del Godella. Así que vuelvo a Valencia y me llega la oportunidad de poder trabajar en el departamento de marketing del Valencia Basket, algo que me pareció muy importante, porque empezar a trabajar en el femenino es muy complicado desde el punto de vista económico y creía que tenía que poner un poco de currículum en lo que había estudiado, coger un poco de experiencia. Piensa que, al final, las deportistas trabajamos con nuestro cuerpo, y lo hacemos determinadas horas al día, viajando… es totalmente diferente levantarte todos los días a las ocho de la mañana y trabajar de lunes a sábado. Como jugadora, sabes que cada día o dos días, vas a tener uno libre, aquí no. Aquí no hay días libres hasta que llegan las vacaciones.
En el Godella, también entrenabas, creo que nos comentabas antes.
Sí, primero estuve de presidenta, luego de directora deportiva y luego de entrenadora.
Y en Valencia no te perdías nada de lo que hacía Pedro Martínez.
La idea era hacer currículum, ya te digo, dedicarme a algo que me gustaba mucho y que era lo que había estudiado. Pero, claro, que además me tocara en el Valencia Basket fue una suerte: ese año ganamos la liga, nos clasificamos para Euroliga. Así que conseguí que se me valorara por mi trabajo, y abrirme así una puerta de cara al futuro, pero estaba claro que no era feliz. Yo era feliz en la cancha, así que, a mediodía, me bajaba a tirar, siempre que podía, me ponía con Pedro a ver los entrenamientos, me veía todos los partidos… Estuve entrenando un cadete y de ayudante del equipo de LF2 del Valencia Basket. Intenté combinar mi trabajo con entrenar, hasta que llegó la llamada de Fuenlabrada.
De Nestor «Ché» García.
Sí. Yo estaba metida en un bucle «quiero entrenar, quiero entrenar, quiero entrenar…». Lo necesitaba. Mi trabajo era bueno, cada vez se me daba mejor, pero yo ya sabía que ese iba a ser mi último año. Me tiro cuatro meses sin entrenar en ninguna categoría y en la gala Gigantes me encuentro con Amaya y Elisa y les cuento que no puedo más, que necesito entrenar… y a los pocos días resulta que el Che llama a Amaya para preguntarle por entrenadores, si ella conoce a alguien para hacer de ayudante. Amaya le dice: «Pues solo tengo un nombre», le da mi teléfono, me llama, tenemos varias conversaciones, me voy a Fuenlabrada, veo un partido con él, y a la semana ya cerramos el acuerdo. Fue duro salir así escopetada de Valencia Basket, pero ellos también sabían que era lo que yo quería hacer.
Y en Fuenlabrada, volvemos a lo que comentábamos antes: después de una carrera profesional tan exitosa como jugadora, te encuentras en un contexto en el que el éxito es no descender.
Claro, es que yo cuando voy es la temporada histórica del Che. ¡Van cuartos! Y a la semana siguiente, estamos en la Copa del Rey de Gran Canaria. Ese año fue totalmente diferente a los dos siguientes. La segunda vuelta fue otra cosa. Nos quedamos fuera de playoffs porque perdimos nueve partidos seguidos, pero fue un año idílico. Todo estaba en buena sintonía, con el oleaje de cara. El siguiente año ya fue más complicado, porque tuvimos tres entrenadores.
¿Empieza el Che el año?
No, llega Agustí Julbe, pero yo sigo. Al quinto partido o así, vuelve el Che otra vez, y en febrero, el Che decide irse y viene Jota Cuspinera. Imagínate lo que supone desde la posición de ayudante cambiar tres veces de entrenador. Además, llegan muchos jugadores nuevos… pero nos salvamos en las últimas jornadas. La siguiente temporada, la 2019/20, la empieza Jota, pero al poco viene Paco García y ya llega la pandemia. Estábamos sufriendo muchísimo. Mi último año ahí es el 2020/21, que a la sexta jornada destituyen a Paco García y me destituyen a mí también.
La figura del asistente se ha caracterizado siempre por ser una figura de apoyo al entrenador… y al jugador. Una especie de enlace. ¿Cómo lo viviste con tantos entrenadores y jugadores distintos?
Yo sé que soy de una manera de ayudante y un poquito diferente cuando estoy de primera entrenadora. Creo que es importante que la ayudante sepa lo que puede decir y lo que no, que tenga inteligencia a la hora de hacer de bisagra: mantener buena química con el primer entrenador y saber transmitir los mensajes como equipo. Pero para eso hacen falta años juntos. El cuerpo técnico, para mí, es una herramienta increíble. Me motiva mucho crear cuerpos técnicos, grupos buenos de trabajo, es una de las claves del éxito. En Fuenlabrada, no fue fácil.
Ese año que ves llegar a tres entrenadores nuevos desde dentro, ¿te ayudó a entender cómo ganarse un grupo desde cero y cómo perciben los jugadores al recién llegado?
Totalmente. Y eso es una de las cosas más importantes que me han pasado en este poco tiempo, porque yo tengo mucha carrera como jugadora y poca como entrenadora… pero muy intensa. Desde 2018, han pasado cuatro años, pero he estado en muchos equipos, más todo lo de la selección, en la que habré estado con unos ocho entrenadores principales. Eso hace que tomes muchas notas de todo. De todos los errores y de todos los aciertos. Aprendes mucho de los errores de los demás, porque ya es cosa tuya no volver a repetirlos. Por eso también quería irme a Argentina, para curtirme en cosas que no son necesariamente tácticas y que como jugadora no vives. Una de las personas que más me enseñó fue Néstor, en su gestión del grupo, su trato con la directiva, con la afición, con los árbitros…
He leído que cuando Néstor te presentó al grupo, se limitó a decir: «Esta es Anna Montañana, ustedes ya saben quién es», para dejar claro desde el principio que no eras tú la que tenías que demostrar nada ahí.
Eso es. Y luego añadió «Un, dos, tres, Fuenlabrada» y a entrenar. Eso ayuda, claro, pero a la vez tiene un punto injusto, porque, ¿si yo no hubiera sido conocida? ¿Qué pasa con otras entrenadoras que no tienen mi currículum como jugadoras?, ¿cómo se ganan el respeto desde el principio? Si yo no hubiera tenido ese bagaje, no habría llegado nunca a Fuenlabrada y eso es muy injusto: hay entrenadores que nunca han cogido un balón y que no son malos entrenadores, ojo, pero para ser entrenadora tienes que tener un currículum detrás. O eso es lo que me ha pasado a mí.
Antes hablábamos de Becky Hammon. Tal vez su perfil más mediático hace que mucha gente piense que es la única mujer que ha entrenado en la NBA cuando justo ahora se acaba de ir a la WNBA. Sin embargo, a lo largo de la historia ha habido quince, de las cuales seis siguen en activo…
Y también hay muchas directoras deportivas. El asunto con Hammon es que ha sido un referente en el baloncesto y que la ha elegido Popovich. Es normal que focalicen mucho en ella, también porque era la que más tiempo llevaba y porque parecía que era la primera que iba a dar el salto, pero al final, lo de siempre. La han llamado para varias entrevistas, pero siempre hay una excusa: que si solo has estado con Popovich o que no has tenido experiencia o lo que sea. Entonces, al final, se cansa y me sabe mal porque podría haber cambiado la historia y ahora tendremos que esperar más tiempo. Lo entiendo por ella porque al final tienes que estar en los sitios donde te quieran mucho y eso de estar luchando y luchando y luchando hace que al final digas: «Bueno, que yo también quiero disfrutar».
Tu última experiencia ha sido como ayudante en el Gernika, de la Liga Femenina.
Sí, vuelvo de Argentina, estoy aquí veinticuatro horas, y me llama Mario López, que se había quedado sin ayudante. Yo había trabajado cuatro veranos con Mario en selecciones y sabía que la conexión iba a ser instantánea. La idea era ayudar a las jugadoras trayendo una nueva voz y una nueva energía a final de temporada. Ahora, tengo ganas de estar en una situación buena, donde crean en mí, donde no tenga que luchar y estar demostrando que valgo, y si puede ser en el masculino, bien, y, si no, en el femenino. Es parte de un camino que todos los entrenadores tenemos que recorrer y en mi caso no está siendo fácil, no ya por los equipos en los que he estado sino por otras situaciones anímicas o de reconocimiento… y eso es algo que nos pasa a muchas mujeres, no solo en mi ámbito sino en todos los ámbitos. Tenemos que demostrar el doble, estamos aparentemente cuestionadas desde el principio. Por eso, me apetece estar en un sitio donde crean en mí, que sea competitivo y que tenga una buena estructura. Esas son mis tres exigencias: competitividad, confianza y estructura.
Recientemente, nos comentaba María Zamora, la productora cinematográfica, que en los rodajes siempre ha habido muchas mujeres, pero muy pocas tomando decisiones, que ese era el «techo de cristal». ¿Pasa lo mismo en el baloncesto?
Lo mismo. Y cuesta que ese hombre que toma las decisiones nos considere una opción. Ahora mismo, no somos una opción. Entre nosotros, que somos de la misma edad, o nuestro entorno, oímos mucho que eso ya no es así, pero sí lo es. Hay que ser valientes para poner a una mujer ahí, aunque tenga cualidades de sobra. Hacemos el 8M, todo el mundo sale, todas las empresas salen… pero luego te pones a mirar y no cambia nada. El último 8M no me apetecía ni celebrarlo porque, al final del camino… no. Aún no estamos.
Para acabar, ¿te ves como la primera entrenadora de la selección española de baloncesto, masculina o femenina? ¿No tendría sentido dentro de esa línea de apoyo que decías que ha mostrado siempre la FEB cuando erais jugadoras?
A ver, si hablamos de mí, tiene sentido si soy buena. Yo quiero estar porque sea buena. Yo llevo nueve veranos de ayudante, desde 2013. He estado en todas las categorías como jugadora y desde luego mi sueño podría ser seleccionadora. También estar en el masculino, claro, pero siempre porque sea buena.
Pero es muy difícil «ser buena» sin las oportunidades que te ayuden a mejorar, sin el margen para poder pegársela.
Sí, porque siempre te están con lo de la falta de experiencia. Es que Colombia no cuenta. Es que Argentina no cuenta… Lo que pasa es que dar explicaciones cuando algo no sale con una mujer, creo que es más sonoro. Si mañana me ficharan como seleccionadora, tendrían que dar muchas explicaciones, y eso no sé si es bueno o si es malo, pero es lo que hay.
Estoy hasta los OoO de las referencias al techo de cristal.
Señoras, viven en Europa, en el siglo 21, tienen las mismas oportunidades que los hombres, la que es buena o bueno se impone, dejen de ir de víctimas.