Tras varias décadas trabajando en La Voz de Galicia, desde el periodismo local al cultural universal, y escribiendo, Xesús Fraga (Londres, 1971) ha recibido el Premio Nacional de Narrativa por su quinta obra, escrita originalmente en gallego, y la más íntima, la que trata la historia de su familia. Virtudes (e misterios) es un libro que pone de manifiesto que el género heroico, ya sea Marvel o el bélico, bien puede ser superado por las peripecias de una trabajadora emigrante. En esta obra destaca la figura de Virtudes, la abuela del autor, una mujer que, abandonada por su marido, tuvo que marcharse a Inglaterra, no sin dificultades por la legislación machista del franquismo, a trabajar como limpiadora para procurar la manutención de sus hijos y, después, un futuro mejor a todos ellos.
Hemos vivido rodeados de esas mujeres de pelo corto con el lomo doblado, a las que muchas veces se ha llamado despreciativamente marujas, y ahora, con la perspectiva del tiempo, en narraciones como esta podemos aprender el verdadero y más profundo significado del amor y el sacrificio que muchas silenciosamente encarnaron. Un componente de nuestra sociedad y de nuestro pasado que no puede ser ignorado ni castigado con nuestra indiferencia de nuevos ricos en derechos.
Desde Rosalía, la emigración es un tema central en Galicia.
Pero el relato migratorio se ha ido matizando a la vez que iba cambiando la emigración. No es lo mismo la de Rosalía en el XIX que la de hoy. Ella hablaba de las viudas de vivos, mujeres cuyos maridos se iban y ellas se quedaban encargadas de todo el trabajo, el de fuera y el doméstico en casa, porque en esa época solo se iban los hombres. Ahora esa tendencia se ha igualado y hay casos en los que se ha invertido, son ellas las que se van.
En Galicia, prácticamente todos tenemos de forma directa o indirecta experiencia migratoria. Yo nací en Londres, mi abuelo emigró a Venezuela, un hermano de bisabuela fue a Argentina, un hermano de mi abuelo paterno a Francia, unos tíos de mi madre fueron a la República Dominicana. Todo esto en el siglo XX.
Incluso en el caso de personas que no han emigrado, lo han vivido. Aunque solo fuera por las nuevas ideas que se traían de fuera. La primera discoteca que se abrió en Betanzos en el siglo XX fue de unos emigrantes que estuvieron en Londres, vieron las discotecas y montaron lo mismo en su pueblo. La gente que su familia no emigró iría a esa discoteca, de modo que también guardaban una relación con el fenómeno.
Ahora hay una nueva emigración de doctorados, científicos, sanitarios, pero sigue saliendo también una proporción considerable de trabajadores manuales. Al mismo tiempo, somos un país de acogida. A Galicia llegan desde argentinos a senegaleses. Galicia exporta emigrantes, pero necesita inmigración.
Esto es importante porque nuestra experiencia histórica nos puede ayudar a generar empatía con esa gente que está viniendo en condiciones muy adversas. Por ejemplo, mi madre, cuando decidió ir a Londres con mi padre, se lo pensó porque el Reino Unido no permitía la entrada de embarazadas. Ella lo estaba de mí. Las mujeres no podían entrar ni embarazadas ni con hijos, los tenían que dejar atrás con lo que supone de fractura familiar. Mi madre se arriesgó y, cuando llegó a Inglaterra, le hicieron un examen médico, una matrona le hizo una exploración. Debí esconderme muy bien entre los pliegues de su cuerpo, porque no me encontraron y nací en el Reino Unido.
Por eso, ahora, cuando veo esas noticias de que ha llegado una patera con cien personas y entre ellas hay varias mujeres embarazadas, tengo que empatizar con ellas. Su situación es peor que la que enfrentaron mis padres, pero es parecida. A lo mejor ellos huyen de una guerra y nuestros abuelos de una posguerra, pero no olvidar tus circunstancias te ayuda a ver la situación de los demás con otros ojos.
Cuentas en el libro que a ti tu madre te hablaba en inglés, incluso cuando volvisteis de Inglaterra a Betanzos lo seguía haciendo. Yo cuando veo a parejas de inmigrantes que entre ellos hablan en su lengua, pero a su hijo le hablan en castellano, me da mucha pena. Parece como que hay una jerarquía de culturas por una cuestión económica o de necesidad y no me parece bien.
Es un fenómeno complejo. Para entenderlo en el contexto de mi familia hay que ver la situación de mi madre. Ella siempre quiso ser maestra, disfrutaba en el colegio, en la escuela, siendo la ayudante de la maestra, pero con 14 años le dijeron que ya no podía seguir. Como la familia no tenía medios, tuvo que ponerse a trabajar. No había para pagarle libros, pensión y que estudiara. Siempre estuvo frustrada por no haber cursado Magisterio y tenía un hambre de cultura brutal que en la Galicia de entonces no podía satisfacer. Al final, cuando se fue con su madre a Inglaterra, descubrió las bibliotecas públicas, los conciertos, el teatro en el parque gratis, los museos… y abrazó todo aquello como el paraíso.
Las carencias la habían marcado profundamente. Con sus primeros ahorros, inmediatamente se compró fue una máquina de escribir. Entonces el inglés para ella era una llave que abría muchas puertas. Permitía un acceso a una cultura enorme, a leer muchos libros… Cuando yo nací, vio que el sistema británico tenía un método de aprendizaje de lectura y escritura muy desarrollado y me inculcó ese amor por los libros y la lectura, por ampliar tu mundo. De esta manera, el inglés se convirtió en mi lengua vehicular. Cuando volvimos, yo tenía cinco años, ella se situó de profesora de inglés, y seguía manteniendo ese vínculo conmigo. Hay casos, conozco varios, de niños que sabían alemán u otras lenguas y que, al volver, perdían por completo lo que habían aprendido, que no es que pasase a un segundo plano, es que lo olvidaban totalmente. Su cerebro lo formateaba.
En mi caso, ella insistió contra viento y marea, porque había mucha presión social. La gente irrumpía en nuestras conversaciones para que no hablásemos en inglés. Nos reñían. Al final llegamos a una situación de diglosia, ella me hablaba en inglés y yo le contestaba en castellano para no verme estigmatizado por la presión. Luego creces y maduras y te das cuenta de que ese otro idioma es una riqueza que llevas incorporada de serie y que no debes renunciar a tu identidad, que de hecho si lo haces te puede ser perjudicial, porque yo luego he trabajado traduciendo libros del inglés.
Mencionas en el libro que venías de Londres a la última en música y estética y en Betanzos eso no era tan cool, más bien despertabas algún recelo entre los chavales de tu edad.
Hace unos años, uno de aquella época en una boda me confesó que cuando iba al instituto todo de negro daba miedo. Yo eso no lo entendía, cómo disfrutar de la música y reflejarlo en tu estilo podía generar ese tipo de reacciones, pero también les pasó a los de La Movida, que vivían en una capital como es Madrid y se encontraban con reacciones muy parecidas.
Incluso hoy. Antes les decían que eran putas y maricones y, ahora, como eso no se puede decir, les dicen que eran elitistas y pijos, pero son los mismos a los que les sigue molestando que hicieran lo que les dio la gana.
En mi caso fue una especie de epifanía muy similar a la de mi madre. Si ella vio los museos y las bibliotecas, para mí Londres era los discos y los grafitis. Ahí estaba todo a tu disposición.
Te marcó el documental Style Wars.
Sí, me lo grabó un amigo en VHS y yo a su vez hice copias y se lo pasaba a mis amigos. Me había comprado un walkman y grababa los programas de radio que pillaba en Inglaterra, que luego los escuchaba una y mil veces y me compraba los discos de los artistas que me gustaban. Yo esto luego se lo grababa a mis amigos en España en cintas de varios de, por ejemplo, ragamuffin; material al que era muy difícil tener acceso si no vivías en una gran ciudad. A los demás emigrados que volvían a casa en verano recuerdo que les asaltabas para ver qué música habían traído.
En tu libro, la parte de más peso es toda la relativa a tu abuela. Una matriarca proveedora. Una mujer que se sacrificó por toda la familia. En otra época esto igual no hubiese resultado tan interesante, porque estábamos siempre rodeados de estas mujeres trabajadoras, pero ahora con el paso del tiempo, lees una biografía como la de tu abuela y te das cuenta de que es una superheroína.
Esto tiene que ver con que buena parte del trabajo que era femenino estaba invisibilizado, sobre todo el doméstico, que tiene una carga de dignidad y merece un respeto que no se puede obviar. Yo crecí con esa realidad, mi abuela trabajaba limpiando hospitales y casas. A mí nunca se me ocurrió minusvalorar lo que hacía. Además, luego creces y maduras y te das cuenta de lo que significaba el trabajo que esas mujeres realizaron por sus familias. Mi abuela se vio abandonada por su marido, con tres hijas pequeñas, una situación muy complicada, y gracias a la emigración, aunque pagando el precio del desarraigo, pudo sacar adelante a toda su familia. Soy consciente de que las oportunidades de las que yo me he beneficiado se las debo a ella. Sería muy ingrato por mi parte no reconocerlo, pensar que todo ha llegado caído del cielo.
Cuando hablamos de que España ha pasado de ser una dictadura a un país integrado en la UE, con todos sus defectos, que los tiene, pero homologable a otras naciones europeas; hablamos de una historia de éxito colectivo. Hubo gente que venía del campo y, con su trabajo, permitió que en dos generaciones sus hijos o sus nietos pudieran ir a la universidad, como fue nuestro caso. Estas personas venían de haber crecido en un mundo agrario en el que todavía pervivían muchos aspectos medievales y con su trabajo dieron un salto impresionante.
Luego, cuando se habla de que el estado del bienestar británico en los años 60 era un ejemplo para todo el mundo, y que era digno de imitar y de admirar, yo pienso que en la base de todo eso estaban mujeres como mi abuela, que eran inmigrantes gallegas, extremeñas, portuguesas… que con su trabajo sostenían ese sistema. Limpiaban en los hospitales, cocinaban… Mi padre fue cocinero de hospital. Y mi madre y mi abuela trabajaban en residencias de enfermeras, que cuando volvían del trabajo tenían la comida hecha, la cama hecha, la ropa limpia, seca, planchada. Todo eso lo hacían las mujeres emigrantes. Eran los cimientos de ese estado del bienestar, que como los cimientos de los edificios, eran invisibles, pero eran las que lo estaban sosteniendo.
Por eso creo que hay que hablar de ellas con la dignidad que se merece. De hecho, con la ola neoliberal que vivió el Reino Unido en los 80, cuando se cargaron el estado del bienestar, fue debido en buena medida a que eliminaron estos puestos de trabajo. Si socavas la base, dejas a todo el edificio en una situación de inestabilidad. Si antes para limpiar había veinte, dejaban cinco. Un ejemplo muy claro también es la fusión de hospitales. En nuestro barrio, Kensington, en 1980 había tres funcionando. Al acabar la década, solo quedaba uno. El hospital donde yo nací, y donde había muerto Jimi Hendrix poco antes, el St. Mary Abbot, lo reconvirtieron en una urbanización de lujo. Antes, tenía un jardín y ahora todo eso está vallado con una garita de seguridad y no puedes acceder si no eres residente. Supuestamente, un gran hospital asumió todas esas funciones, pero en ese proceso muchos trabajos se convirtieron en redundantes y muchos inmigrantes se vieron abocados a irse.
Me gustan las expresiones de tu abuela, como «estás wrong» o «fucking merda».
Pasó treinta años allí, se le pegaron los modismos lingüísticos y los llevó a su terreno. Hay que tener en cuenta que mi abuela se llamaba Virtudes, pero en Inglaterra nadie la llamaba Virtudes, sino Betty. Había cambiado su interlocución con la sociedad que la acogía y ella había fabricado su propia versión del idioma, que le resultaba muy útil en todo tipo de escenarios. Al final muchos idiomas o formas de hablar se forjan así. Se dice que incorporar términos foráneos empobrece un idioma. Creo que cuando sustituyen términos más precisos, puede ser, o cuando es por esnobismo, pero también es una realidad humana, si estás en contacto con varias realidades lingüísticas es natural que acabes fusionándolas.
Cuando erais niños en Londres os hacía gracia oírla hablar en gallego.
Veníamos de un contexto sociológico en el que el gallego estaba empezando a sacudirse el estigma de pobreza y de atraso. Nosotros no teníamos una burguesía comercial que hubiese hecho del gallego su forma de expresión preferente. En un momento, el gallego era como un residuo folclórico. Muchísimas expresiones las ignorábamos y nos resultaban chocantes e incluso hilarantes, no tanto por las expresiones en sí, sino por el contexto. Recuerdo un chiste que había antiguamente en Santiago a raíz de que muchos gallegos castellanohablantes de toda la vida, en la universidad se pasaban al gallego cuando conocían una pareja que era la lengua que empleaba. Se decía que el gallego era una enfermedad venérea [risas].
Tu abuela estaba marcada por el abandono de su marido. Un hombre que se fue a Venezuela, en parte, porque no podía soportar ganar menos que su mujer en Galicia, y pensaba que de allí volvería rico.
Posiblemente, en la España de esa época debía de estar muy mal visto que el cabeza de familia ganase menos que la mujer, que tenía que cuidar la casa. No sé si ganó más que él, pero mi abuelo era zapatero remendón y mi abuela encadenó muchos más trabajos. Él se marchó, mantuvo el contacto durante seis años, pero no llegó a mandar dinero nunca y la comunicación cada vez se espaciaba más.
Ahí hubo dos figuraciones. Una, tu abuela que tras hablar con un cura pensó que su marido se había vuelto bígamo y tendría otra familia en América; dos, la tuya ahora de pensar que posiblemente si no volvía o daba señales era porque estaba avergonzado por no haber sido capaz de ganar dinero.
Posiblemente, ambas cosas son compatibles, aunque hasta donde yo he investigado creo que no hubo bigamia. Se debió ver atrapado en un agujero en el que se había metido él solo y debió sentir la vergüenza de volver pobre después de haberse marchado para ser rico.
Pero dejó a tu abuela casi en la indigencia después, por cierto, de algo muy contemporáneo, una subida del alquiler.
Ella no paraba de trabajar y apenas podía sacar adelante a sus tres hijas. Pensaba que si un día se ponía mala no tendría forma de pagar el alquiler. De hecho, con gran sacrificio por su parte, una de las primeras decisiones que tomó cuando ya estaba emigrada fue comprar un piso. Era un cuarto sin ascensor, todo lo precario que quieras, pero para ella fue una conquista radical, era un piso propio. Debió ser el primer escalón que subía y que daba sentido a todo el esfuerzo que había hecho por irse.
Es curioso que tu bisabuelo y tu otro abuelo fuesen anticlericales, llamasen cuervos a los curas, y hay esa escena tan berlanguiana que narras, cuando uno estaba muriendo, que fueron seis curas a ver si lograban que se confesase para darle la extremaunción, pero al estar los seis fumando dentro de la habitación casi que lo estaban matando ellos. Sin embargo, luego, fuera de España, cuando tu abuela estuvo en Inglaterra, fue vital para ella la red de apoyo que suponía la iglesia católica romana allí.
La religión tenía una doble dimensión. Para mi abuela formaba parte de su identidad espiritual y su paisaje emocional y vital. De hecho, mi madre es católica devota y no creo que nunca se haya cuestionado su fe. Eso puede tener un papel de bálsamo y estabilidad en una situación difícil. Luego hay una dimensión colectiva con la gente con la que, fuera de tu país, compartes eso. El escenario migratorio está presidido por la soledad y el desarraigo y la religión ahí servía para crear vínculos con esa sociedad que has dejado atrás.
El primer trabajo que tuvo tu abuela al emigrar a Inglaterra fue en condiciones de esclavitud.
Prácticamente la mataban de hambre. Era una familia británica que le racionaba hasta las rodajas de patatas que comía, las contaban. Vivía con ellos, lo hacía todo las 24 horas, y le limitaban la comida. Sobre todo los hidratos, que es el combustible de los pobres. Mi abuela en Galicia era de extracción humilde, infraalimentada, pero patatas nunca le habían faltado. Eso es algo que nos conecta con los irlandeses. Trabajando ahí empezó a adelgazar, a enfermar, y un domingo en misa otra mujer emigrante gallega vio su estado y le dijo que no podía seguir en esa situación. Fueron a hablar con el cura, que era irlandés, y dijo que había que sacarla de ahí. Ya no era solo que pasase hambre, es que estaba en una situación muy delicada.
Ese cura le encontró trabajo en un hospital que gestionaba una congregación de monjas francesas. Curiosamente, ese hospital, el Covent Garden, ahora es un hotel de lujo. Cuando entró, la tuvieron en la cama un mes o seis semanas por el estado de salud que traía de esa casa.
Es muy interesante la parte del carácter, que ella nunca expresase emociones, aunque vosotros sabíais que os quería.
Lo asocio con que ella tuvo que crecer y desarrollarse en un contexto económico en el que no te podías permitir dejar a la vista tus debilidades. Es como el consejo que le daba Q a James Bond: «nunca dejes que te vean sangrar y siempre ten un plan de escape». Eso de no dejar que te vean la sangre es lo mismo que le pasaba a mi abuela. Siempre tenía una coraza, quizá un poco brusca, malhumorada, pero era porque la vida no le había permitido el lujo de ser amable y encantadora, porque siempre habrá alguien que se aproveche de eso sobre todo si eres pobre. Pese a ese carácter, sé que se sentía muy orgullosa de sus nietos.
Es curioso que no te dejase fumar, pero sí que te fueras a beber cerveza con ella por Londres. Hay una escena muy curiosa en la que estáis los dos en un bar de moda bebiendo, en la que me llama la atención cómo describes la actitud hacia vosotros de los yuppies ingleses, dices «su tolerante indiferencia».
Yo iba a beber pintas de cerveza con mi abuela siendo menor de edad. Eso habla de la tolerancia con el alcohol que ha habido aquí siempre. Cuando era niño ya nos daban vino dulce, vino Sansón, Kinito… vino con gaseosa. Socialmente, estaba aceptado el alcohol para niños. Ahora parece inconcebible. Sin embargo, mi abuela lo que veía que era malo era el tabaco, a una cerveza tomada de vez en cuando como algo recreativo no le veía problema.
Lo de la tolerante indiferencia es algo que se ve mucho en Londres, que se ha fundado sobre el comercio y el intercambio. Desde que los romanos se establecieron a orillas del Támesis para comercializar con tribus vecinas, esa ha sido una de las razones de ser de la ciudad, porque esa situación requiere un espíritu de tolerancia. Allí también ha habido expulsión de los judíos en la Edad Media, disturbios de toda clase, problemas raciales cuando llegaron los jamaicanos a Notting Hill, pero no es extraño que Londres votase por abrumadora mayoría en contra del Brexit y contra ese discurso antiinmigración.
Aquel día bebiendo cerveza ahí con mi abuela, pues estaban estos empresarios tomando las suyas tranquilamente y nosotros, una abuela gallega con un adolescente, no les molestábamos lo más mínimo. No había miradas censoras, no se preguntaban qué hacíamos ahí ni por qué íbamos así vestidos. Iban a lo suyo y nosotros a lo nuestro. A mí me resultaba muy reconfortante. Igual si hubiésemos ido a un club de tories no nos hubiesen dejado entrar.
Sobre el carácter de tu abuela, hablas de que su desapego era tal que parecía «un vacío de corte zen». Rechazaba de mala manera hasta los regalos.
Ella nos lo compraba todo a los demás, siempre estaba pensando en cómo mejorar tu vida. En cambio, para sí misma no compraba nada. Su austeridad era monacal. Me fascina cómo asumió el rol de proveedora al ser abandonada por su marido. Empezaba con ropa de cama y detalles así, pero luego cuando mi madre empezó con la enseñanza le iba comprando libros, a mí me compró un ZX Spectrum cuando tenía 12 años, a comienzos de los ochenta. Mis amigos españoles no lo tenían y, luego, cuando fueron llegando a España, los tenían el hijo del dentista, el hijo del ingeniero, pero no el hijo del albañil, como era mi caso. Esto fue por mi abuela, porque ella, aunque figuraba como analfabeta en el censo de Betanzos del año 35, tuvo la audacia de ver cuando llegó la informática y los ordenadores personales que ese era el futuro. No quería que sus nietos se quedasen atrás. Envolvió el ordenador en ropa, que luego se distribuyó entre la familia, y por eso yo aprendí a programar en Basic. La vida no me llamó luego por ahí, pero ella me posicionó por si acaso.
Otro detalle es que en las casas donde limpiaba tu abuela los teléfonos tuvieran candado.
Ahí no puedes generalizar, no todo el mundo trataba a los inmigrantes de la misma manera, pero sí que había casos donde la desconfianza presidía la relación. También es verdad que sobre todo los gallegos tenían fama de ser muy diligentes y honestos y luego la relación, aunque fuese asimétrica, llegó al cariño y la incorporación a la esfera doméstica. Cuando mi abuela se restableció en Betanzos en el 91, muchas familias le siguieron escribiendo y mandando postales por su cumpleaños, en Navidad, le contaban cómo iban las cosas, fotos de sus hijos y nietos…
Es interesante la ayuda que recibió tu abuela para poder irse de España, porque necesitaba el consentimiento de su marido y este había desparecido.
Es importante que sepamos de dónde venimos para poder valorar lo que hemos logrado en todos estos años y seguir mejorando, como toda sociedad.
Pero para poder ingresar dinero en el banco, como Juan Carlos, tuvo que tirar de testaferros.
Los bancos hacían mucho negocio con la divisas de los emigrantes. Tenían oficinas para captar su dinero. Era una entrada de recursos en España muy importante.
Hablas de un don Javier de la Banca Núñez que le hizo el favor.
Pudo haber un componente de solidaridad, de echar un mano a esta persona que estaba en determinada situación para que pudiera emigrar, pero también había un componente de negocio. Piensa que en Betanzos, en los años 70, los betanceiros en Inglaterra eran el diez por ciento de la población. Eso no solo era dinero, también se construían casas y eso tiraba de otros sectores económicos.
Antes de emigrar, estuvo trabajando en la vendimia, en una fábrica de quesos, en un bar de estación, de lavandera…
Lavando tenía sabañones en los dedos de la temperatura del agua. Después no podía ni encender una cerilla. Ese trabajo era en un lavadero que habían construido unos emigrantes retornados, los hermanos García Naveira, que se marcharon en el XIX analfabetos y pobres a Argentina y allí se hicieron ricos. A su retorno, desplegaron una actividad asistencial y benéfica en el Betanzos de la época. Dos escuelas, en una estudió mi padre; en la otra mis tías y yo mismo; un asilo que sigue funcionando; una residencia para discapacitados; un parque que estuvo en ruina y ahora se está restaurando, y el lavadero.
Tu madre quería trabajar en la central telefónica de Betanzos, pero no pudo.
Como en muchas otras poblaciones, la intimidad de las comunicaciones no era muy segura. Las personas que se encargaban de gestionar las llamadas sabían quién llamaba a quién, a veces escuchaban, y esas informaciones son poder. Eso te da la idea de que en la España de los 60 y 70 la intimidad no era la actual. Quien trabajaba ahí lo gestionaba Acción Católica.
Como la Stasi.
Y muchas veces para un trabajo se necesitaba un certificado de buena conducta que lo expedía la Guardia Civil o el párroco.
Me ha llamado la atención la escena en la que, cuando tu madre se instala en el convento de Londres, las monjas le depilasen el bigote.
Tendrían que divertirse con algo. Una diversión inocente. Ella era como un juguete. Cuando pones a personas a vivir en esas situaciones, igual que en un cuartel del ejército, se dan esas dinámicas, como las novatadas, aunque esta fuera un poco pueril. Mi madre nunca le había dado importancia a su aspecto físico, nunca había sido coqueta, ni era consciente de la imagen que proyectaba, y las monjas, aun siendo monjas, tenían rasgos de coquetería, porque son personas, y quisieron ponerla más guapa. A ella no se le había ocurrido en su vida.
Te bautizaron como Jesús en Londres, pero como allí nadie se llama como el hijo de Dios, tiraron por tu segundo nombre, Antonio, que se convirtió en Tony. Ahora eres Xesús, tres nombres. Nominalmente tienes una triple identidad.
Es un poco como le pasaba a mi abuela, que era Virtudes pero la llamaban Betty. Tengo compañeros de trabajo que me llaman Suso. Mis amigos de adolescencia y mi mujer me llaman con otro apodo. Debo tener unos seis nombres. Son las formas de verme de los demás. Para algunos soy Tony, para otros Suso. Somos lo que somos, pero también lo que los demás ven en nosotros. Si ese nombre viene de la buena fe o del cariño, no me molesto en corregirlo o enmendarlo. Hasta me parece divertido. Hay gente que se llama José y le horroriza que le llamen Pepe, pero yo dejo esa libertad. Apelan a diferentes versiones de uno mismo. Como Peter Parker y Spiderman [risas]. Yo soy Xesús, pero puedo ser Tony en Inglaterra. La capacidad de moverte en diferentes escenarios es como un superpoder, una ventaja que puedes aprovechar.
En La Voz hace años firmabas como Jesús ¿por qué diste el paso a Xesús?
En el carné sigue siendo Jesús. Cuando empecé a publicar en gallego me parecía lo coherente. Mi percepción del mundo no cambia por eso.
Creciste en Londres, volvisteis a Betanzos y, en lugar de verte abrumado, te fascinó estar en plena naturaleza.
Al principio me maravillaba.
«Fiesta continua», dices.
Fui el primer nieto, la familia me daba mucho cariño, todo eran risas, sol, luminosidad, playa… luego se produjeron desajustes por el idioma, falta de intimidad, que la gente te impusiera su punto de vista sin dialogar, y la experiencia se matizó.
En clase corregías el inglés al profesor y te decía que en España el inglés se pronunciaba como él decía.
La comunicación era muy autoritaria en la educación, no había diálogo y ni mucho menos podías debatir o refutar aunque tuvieras razón. Y el profesor del que hablo era muy bueno, tenía mucha vocación y una gran habilidad pedagógica para sacar partido a unos recursos muy básicos, había una falta de medios abrumadora, pero era capaz de hacernos llegar su mensaje de forma muy efectiva gracias a su imaginación. No obstante, al mismo tiempo, era un contexto en el que un alumno nunca replicaba a un profesor. En vuestra publicación leí una entrevista maravillosa a Nuccio Ordine que hablaba de esto, decía que la autoridad del profesor no cae del cielo, sino que emana de su conocimiento y del ejercicio de su oficio, es una autoridad que hay que ganarse. En esa época, se ejercía desde la autoridad. No se podían permitir que un alumno les llevase la contraria en el aula.
Aunque os volvierais a instalar en Betanzos, tu familia pensó en volver a Londres. Sin embargo, un amigo etíope de la primera estancia os lo desaconsejó.
Mi padre aquí estaba mucho en el paro, le costaba mantener un trabajo fijo o estable en su sector. Además, mi madre echaba en falta la vida en una gran ciudad, donde no hay que rendir cuentas a nadie por cómo vistes, ni por lo que haces con tu dinero ni con quién te relacionas. La suma de todos los factores les llevó a considerar su decisión de volver. Este amigo etíope que mi madre había conocido allí, un exiliado socialista, fue la primera persona que le habló de García Lorca, ella no sabía quién era. Trabajaba como contable y le explicó detalladamente y de forma esclarecedora cuánto se había encarecido la vida en Inglaterra. Sobre todo, les dijo que los trabajos que desempeñaban los inmigrantes se los habían cargado, con lo que su situación iba a ser complicada si decidían volver. Les desaconsejó el regreso, pero se ofrecía a ayudar en lo que necesitasen si se animaban. Al final, vieron que era demasiado complicado y no les compensaba.
Les recomendó quedarse en España, que acababa de ganar el PSOE, y eso indicaba que había un futuro prometedor.
Sí, eso fue lo que les dijo. A mi padre le costó unos años estabilizarse, se dio de alta como autónomo y se dedicó a hacer pequeñas reformas hasta que fue encadenando y ya no le faltaba trabajo, porque era muy cumplidor y muy pulcro. Muy exigente consigo mismo y no era caro.
Al final en la novela ocurre algo con el abuelo que había desaparecido que es increíble, no lo desvelaremos, y luego llega un momento en el que ves que tu abuela empieza a dejarlo todo arreglado porque ve que va a morir.
Un día me llamó para ir al banco con ella. Entramos en la sucursal y dijo: «este es mi nieto, quiero sacar un millón de pesetas para él». Me tuve que llevar los billetes en el calzoncillo porque no me cabían, eran muchos. Esto dice mucho de la relación de mi abuela con el dinero. Recuerdo que cuando me mandaba libros y cómics desde Inglaterra, metía billetes entre las páginas y los envolvía en papel de calco. Creía que así no los localizarían en Correos, porque creía que tenían una máquina para detectarlos. Ese día no pensó en hacer una transferencia, prefirió darme el dinero en mano. También habla de su generosidad, con ese dinero y mis primeros sueldos di la entrada para un piso. En ese momento, creo que percibía que estaba mayor y pensó en ir dejando esas herencias en vida. Hay que ser muy responsable y muy austero para llegar a ahorrar ese dinero y muy generoso para regalarlo.
Hay quien se pregunta por qué, pudiendo elegir una lengua mayoritaria para proyectarte, como el castellano, e incluso el inglés, todavía más extendida, te decidiste por el gallego para ser escritor.
Pues es una pregunta que nos hacen con bastante frecuencia. No sé si a un islandés le hacen esta pregunta, pero su país tiene el diez por ciento de habitantes de Galicia. Cuando eliges la lengua en la que escribes, muchas veces no tienes en cuenta la comercialización de tu obra. Para mí fue muy importante pasar cinco años como periodista en Lugo, estuve en contacto con muchos escritores gallegos y eso me arrimó mucho al uso del gallego como lengua literaria.
Con esto entramos en el juego de las centralidades y las periferias ¿El castellano y el inglés, al tener más hablantes, deberían tener un papel central en la creación literaria? Yo creo que no. Cualquier idioma es absolutamente válido para escribir literatura en él, decir lo contrario nos llevaría a los prejuicios raciales. Si dices que un idioma no vale para la literatura es como decir que sus hablantes no valen.
Perciben el gallego como un nicho.
Espero que no sea un nicho de cementerio. Agustín Fernández Paz, un gran escritor gallego de literatura juvenil, premio nacional, finalista del Premio Andersen, que tiene muchos lectores y ha sido traducido a muchos idiomas, decía que cuando uno elige el idioma en el que va a escribir está trazando el meridiano cero de su mundo. No hay periferia, él está en el centro, da igual el idioma en el que escriba. Es cierto que hay una serie de condicionantes que influyen a la hora de llegar a tus lectores, pero eso ya no es tu trabajo como escritor, tu trabajo es escribir.
¿Hay en España un desinterés deliberado hacia la escritura en gallego?
Sí, pero a mí no me gustan los victimismos; no me gusta ir diciendo que no nos hacen caso. A veces hay quien usa esa estrategia para tapar sus propias carencias. Prefiero caer en la autoexigencia y pensar que es una cuestión de calidad literaria, pero es cierto que no solo en el ámbito literario, también en otros muchos, en España hemos vivido de espaldas unos a otros. Durante años un gallego no podía ver la televisión autonómica catalana, vasca o andaluza, cuando son públicas y las estamos pagando entre todos. A mí eso me parecía un atraso. El contacto es una buena forma de conocernos, de estar en relación, de que haya realidades compartidas, de que nos resulten próximas las culturas que hay aquí. Incluso creo que el sistema educativo debería promover más el conocimiento de las lenguas cooficiales.
Y hay también otra forma de verlo. Si te gusta el ribeiro y las zamburiñas y bañarte en las islas Cíes ¿A qué viene esa alergia al idioma? Galicia sí, su comida también, pero el idioma es «no me hables, que no te entiendo» Cuando prácticamente con un poquito de voluntad que pongas nos podemos entender sin ningún problema.
¿Qué opinas de una literatura híbrida, que pueda ser en varios idiomas? En el caso del gallego y el castellano está cargado de significado cuándo se usa una y otra, da más profundidad a una obra. En tu caso, serían tres. De hecho, inglés, castellano y gallego están presentes en tu libro.
Creo que los personajes de un libro cuando se relacionan ponen en juego una serie de habilidades y destrezas que tienen que ver con quiénes son y con sus propias identidades. Tú no te manifiestas de la misma forma en tu entorno íntimo y doméstico que en tu entorno laboral, eso pasa también con los idiomas. No son cuestiones abstractas, ajenas a tu personalidad, están ahí dentro de ti y tú haces uso según tus necesidades y apetencias. Si lo reflejas, creo que al lector le llevas a determinados lugares, les arrimas a esa época y a ese personaje. En mi caso, la versión en castellano de mi libro la he hecho yo, aunque puede que haya palabras que a un castellanohablante le resulten lejanas…
Solo decir que algo «te presta» mucha gente no lo debe entender bien, pero es una palabra que se usa en castellano en Galicia y es muy precisa, porque yo no diría que sea exactamente gustar, es que algo te gusta pero con unas pequeñas dosis de placer añadidas…
Sí, pero así acercamos a ese lector a esta cultura. Hacer una versión asimilada o adaptada creo que le restaría interés al libro.
¿Hay un polo de atracción en ambos sentidos hacia la homogeneización, el de castellano quiere que esté todo en castellano y el de gallego lo quiere todo en gallego?
Es posible. No sabría decírtelo a ciencia cierta. Hay un hecho, el castellano con sus variedades geográficas también tiene ese debate. Hay lectores en Argentina que también quieren leer en su español, que es tan español como el de España. Entonces ¿Es mejor una edición estandarizada y consensuada de forma tácita o es mejor reflejar las diferencias que hay? La BBC tuvo este debate hace unos años con respecto al acento de sus presentadores. Tenían una estándar y hubo un movimiento en contra que decía que ni en Gales, ni Escocia, ni en las Midlands se habla así. A los que la variedad nos parece una riqueza nos gusta que eso se vea reflejado.
Fíjate que en el cine español la tendencia ha sido a que todos hablen con un castellano neutro que no se parece al real, ni siquiera la gente de Madrid habla así.
Además, en el Reino Unido las palabras que se eligen, los acentos y la forma de pronunciar dice también mucho de la clase social de tu interlocutor, aquí eso, quizá, históricamente, no se ha tenido tan en cuenta.
Me comenta un lector gallego que tu obra pasó desapercibida en Galicia hasta recibir el premio nacional, y le gustaría saber si crees que el mundo editorial gallego, dominado por Xerais y Galaxia, limita una crítica opresiva sin interés comercial.
Yo siempre he publicado en gallego. Este libro salió en Galaxia y, luego, en Xordica meses después. Creo que inicialmente tuvo una aceptación bastante buena dentro de lo que es el mercado de venta de libros tanto en Galicia como en España. En Galicia si vendes mil o mil quinientos ya se considera un triunfo. Desde la irrupción del móvil y las plataformas, no es ningún secreto que las tiradas de los libros son cada vez más pequeñas.
Creo que en el caso gallego, la crítica, con todo lo importante que es en un sistema literario, no tiene una capacidad de prescripción con fuerza comercial. Es decir, si un libro funciona, seguramente tenga que ver con otros canales, como la popularidad de la persona que lo ha escrito, o también ese fenómeno en el que los propios lectores se van comunicando unos a otros su interés en un libro y eso hace que funcione.
¿Qué supuso recibir el Premio Nacional de Narrativa?
Pude comprar tiempo. Llevaba 25 años dedicados al periodismo. En los últimos años lo simultaneé con la escritura de mis propios libros y con traducciones, y con mi vida personal, y era muy cansado. El premio me ha permitido coger una excedencia y atender a la repercusión del libro en presentaciones, coloquios, clubes de lectura. Sin el premio no habría tenido la oportunidad de llegar a más gente. Aunque cuando escribes no eres portavoz de nadie, ni siquiera lo eres a veces de ti mismo, sí que creo que también ha servido para llamar la atención sobre la literatura en gallego. Al menos para que se vea que hacía años que el premio no recaía sobre un gallego.
¿Te ha defraudado o estás contento con la atención mediática recibida tras ganarlo?
Le he mandado el libro a medios y muchos ni se molestan en contestar, otros te dicen que van apurados, entre estos algunos después del premio se han puesto en contacto, en cambio, otros siguen sin hacerme el más mínimo caso. Como soy periodista, respeto escrupulosamente la libertad del periodista y su medio, si ellos no lo consideran pertinente, sus motivos tendrán.
Lo que es cierto es que hay una inclinación en los medios por prestarle atención a los hypes, o a lo que han escrito personas que ya son famosas, o si despierta más interés el autor que su obra, o a libros que contienen un discurso que por lo que sea le va bien a la actualidad y, sin embargo, por criterios literarios poco espacio se dedica…
Se me escapan las dinámicas que hacen que un libro o un autor tenga más o menos éxito. A veces por lo que te cuentan desde las editoriales y las agencias hay factores literarios que para ellos mismos resultaban imprevisibles, como la personalidad del autor, su forma de comunicarse o que el libro trate un tema que en un determinado momento tenga una resonancia mayor que la que hubiera tenido si hubiese aparecido unos años antes o después. A mí este libro me llevó entre diez y doce años escribirlo. No sabía ni cuándo se iba a publicar y ni siquiera si se iba a publicar. No tenía mucho sentido preocuparse por el zeitgeist, o por si estaba de moda la autoficción o no. Quería contar la historia de mi familia de la mejor forma posible, me llevó mucho tiempo por mi vida laboral y familiar y, por qué no decirlo, porque dudaba de mí mismo, de mis capacidades. Como consideraba que era la historia más importante que iba a contar nunca, quizá me cargué en exceso con la responsabilidad. Al final salió, no sé si en buen o mal momento, si ha tenido más o menos repercusión, solo sé que me ha llevado a sitios donde no había llegado.
Xosé Luís Méndez Ferrín decía hace unos meses en Luzes que ya no hay grandes escritores gallegos en castellano, pero que hay dos tendencias muy recientes: ignorar como escritores gallegos a aquellos que como tú reciben galardones o tienen éxito con una obra traducida al castellano o a los escritores que se pasan al castellano por ser directamente ignorados por el sistema en Galicia.
Me imagino que estará pensando en Cela y en Torrente cuando habla de grandes escritores. Puede que hoy no haya figuras equivalentes, pero el panorama literario actual no es el mismo que cuando ellos publicaban. Extraer esas conclusiones desde el presente cuando a lo mejor necesitarías el beneficio de la perspectiva, a mí se me escapa por completo. Esto va por oleadas, hace unos años Manuel Rivas y Suso de Toro eran prácticamente los únicos escritores gallegos que se conocían fuera de Galicia, pero ahora también se habla de Berta Dávila, de Ledicia Costas, de Pedro Feijoo… autores que escriben en gallego, tienen reconocimiento en Galicia y una proyección fuera gracias a las traducciones en castellano de sus libros. Para una lengua como el gallego ese tipo de activos son siempre beneficiosos.
Estamos en una posición en la que nos interesa sumar. Los escritores gallegos que escriben directamente en castellano y su obra tiene que ver con Galicia a mí también me interesan. El hecho de elegir otra lengua para expresarse entra dentro del terreno de la libertad creativa individual del autor. No se me ocurriría por nada del mundo afeárselo. Luego, para tener repercusión fuera, hay una serie de dinámicas que nada tienen que ver con el acto de crear, sino con la editorial en la que publicas, el medio en el que caes en gracia, tu capacidad para seducir, tu discurso…
Sobre la escena literaria gallega, dicen las malas lenguas que hay tantos premios y tan pocos autores que con un simple cálculo se ve que cada autor acabará ganándolos todos. Tú vas a premio por libro, por cierto….
No sé si has escuchado el dicho este de que cuando coinciden un periodista y un dato, siempre hay un error. Con los números en la mano, veríamos que hay muchos premios, pero muchos más autores. También hay otro dicho malintencionado, que en Galicia se publican más libros de poesía que poetas, lo que demuestra, por las ventas, que los poetas no se leen entre ellos.
Es cierto que a veces se dice que el sistema de premios en Galicia replica el famoso minifundio del campo. Hay muchos premios, algunos simbólicos. Esto hace pensar que para algunos la forma más rápida de figurar sea crear un premio. Se compra una figura de Sargadelos para entregar y ya está, pero, por otro lado, los premios son una forma de dar estabilidad económica a los que se dedican a esta actividad y permite su profesionalización. Puede que a veces eches en falta imaginación, que hubiera premios en los que se hubiera dedicado más tiempo a pensar en su sentido, no tantos y tan poco dotados, pero yo soy muy diplomático, si alguien te reconoce y te quiere dar un premio, también es bonito y hay que corresponder esa amabilidad. Además, mucho escritor necesita el dinero y a lo mejor mil o tres mil euros de un pequeño premio le van a ayudar a tirar hacia delante.
Aún así, creo que en Galicia se publica mucho sin premio, pero lo cierto es que un libro en gallego aguantará más en un escaparate si tiene el respaldo de un premio, aunque sea pequeño. Es una debilidad que tenemos, para mantener un mínimo de apariencia de profesionalidad, dependemos de los premios y de la capacidad de prescripción del sistema educativo.
Pero no te creas, también se dice sobre toda España que hay más escritores que lectores, pero más editoriales que escritores…
Sí, pero lo que se ha llamado bibliodiversidad creo que es importante. Gracias a eso se están publicando títulos de autores que de otra forma habría sido imposible. Es cierto que hoy la tecnología permite abaratar gastos, como en el punk. Puede que les cueste luego llegar al lector, pero hay ejemplos de editoriales que trabajan conjuntamente en coediciones o en red y crean foros para compartir sus problemas y recursos. Una especie de cooperativismo editorial, mantienen su identidad y trabajan conjuntamente. Creo que es una lección bonita y beneficiosa por lo que logran hacer llegar a las mesas de novedades.
También has trabajado como traductor, incluso has llegado a entablar amistad con algún autor, con Julian Barnes, concretamente, que no parece muy fácil de conseguir.
Traduje al gallego Arthur and George y El sentido de un final y la verdad es que la relación empezó por ahí. Al traducir el primero le planteé una serie de dudas y mantuvimos el contacto y tenemos una relación que ha ido profundizando en el tiempo. Ahora nos consideramos amigos. Tenemos puntos en común, gustos literarios que nos aproximan. A él le interesa mucho la cocina, que a mí también me atrae. Mantenemos un contacto fluido y regular, cuando voy a Londres solemos comer juntos. Para mí es muy importante esa amistad, es un escritor al que admiro, no creo que se me haya pegado nada de su talento traduciéndole, pero modestamente sí que he podido aprender algo.
Estuve en la cena de su 70 cumpleaños que fue muy simbólica porque fue en la que se celebró el referéndum del Brexit. Estábamos algunos de sus traductores, sus editores, una representación nutrida de la edición europea, de búlgaros a Jorge Herralde, y el encuentro estaba cargado de significado porque no sabíamos que Reino Unido estaba a punto de separarse de Europa. Había un moderado optimismo, pero Julian avisó que no nos confiásemos porque no estaba ni mucho menos decidido.
Creo que la traducción es muy importante para todo autor. Es la forma más lenta de la que puedes leer un libro, la más detallada y demorada. Ves cómo funciona y puedes recomponer todas esas piezas en otra lengua siendo fiel al espíritu de la obra. Quieras o no es un buen ejercicio como también lo es el periodismo.
Como periodista de cultura qué márgenes de libertad tenías.
Como siempre he trabajado en el mismo medio no tengo posibilidad de comparar. Creo que todos en nuestro trabajo aspiramos a una satisfacción completa a la que nunca llegamos. Supongo que esto pasa en el periodismo, pero también en la sanidad o en cualquier trabajo. Las propuestas que yo puedo hacer en el periódico a veces no han tenido encaje, pero por muy diversos motivos. Me podían decir que no lo veían porque era muy minoritario. Hay muchos factores, sobre todo los intereses de tu público. Siempre he trabajado en prensa generalista, que la leen tanto catedráticos como gente con una formación básica. Tan válida me parece la lectura de uno como la de otra, yo lo que hago es responder a los intereses de uno y de otro. Esto no es fácil y acota tu campo de trabajo y tu capacidad de expresión.
También hay otra forma de verlo, a veces pones mucho empeño en un tema determinado porque crees que es maravilloso y le va a interesar a mucha gente y tiene un eco menor que el que esperabas. Esto lo puedes ver con las herramientas que hay para medir el tráfico en la web. Trabajas con la libertad de la gente que te lee y a veces hay un desajuste entre tus expectativas y lo que le interesa a los lectores, sobre todo en el tema cultural, que siempre tendrá menos repercusión que el deporte, la política o la economía. Sin embargo, a veces te llega a alguien a darte las gracias por haber reseñado un libro que no conocía, que se lo ha comprado y le ha encantado. Esto me ha pasado con Anne Sexton, por ejemplo. Ahí te sientes muy reconfortado al haber aplicado un pequeño grano de arena que ha hecho que la vida de esa persona se enriquezca de alguna manera. Porque tú no trabajas para los autores, sino para el público.
«La primera discoteca que se abrió en Betanzos en el siglo XIX» ¡Uaaauuu! ¡Eso sí que hubiera sido digno de verse!
«Yo cuando veo a parejas de inmigrantes que entre ellos hablan en su lengua, pero a su hijo le hablan en castellano, me da mucha pena.»
Pues a mí me da más bien alegría. Si al hijo de unos senegaleses sus padres le hablan en español (y también gallego o vasco o catalán), ¿qué problema hay? Si van a vivir aquí (aquí es España con todas sus partes integrantes, o sea, regiones), no veo dónde está el motivo de pena.
Sí, también es estupendo hablar el idioma materno de tus padres y quince más, pero esa pena de la que habla el entrevistador más bien parece un ramalazo romántico por Babel.
Seguro que el autor te agradece que le hayas aclarado esto, como yo mismo y tantos que estábamos equivocados al considerar triste el uso diglósico de las lenguas. Venga ya.
Venga va. El victimismo llorón es una forma legítima de vida. Vale.
Vaya, y usted puede determinar sin género de duda que la respuesta es un acto de victimismo…
No comparemos la inmigración de antes con la de ahora, antes no habia beneficios sociales, se iba a trabajar no a buscar donde se puede vivir mejor chupando del bote. Lo dice alguien que emigró con 20 años. 9 años viviendo en el extranjero.
Claro, la gente emigra a España por gusto y malicia. Lo de los españoles era otra cosa, más honorable, dónde va a parar.
La motivación de cada persona para emigrar la sabrá ella. En mi caso fue por ese ir más allá, adonde habían ido mis parientes, desde mis abuelos, pasando por tíos, primos, hermanos. No lo hice por una necesidad imperiosa de dinero o trabajo, aunque es obvio que las condiciones en ese sentido de mi país de acogida (Suiza) eran mucho mejores que las que tenía en Galicia. Pero lo que sí es verdad como un templo, es que no se llegaba al país que te abría sus puertas y desde el minuto uno te ofrecían planes sociales, como está sucediendo en España con cantidad de extranjeros, muchos llegados de forma ilegal, que viven la mar de bien a cuenta de ayudas sociales sin haber cotizado ni media hora a la SS. Para mí y mis parientes, y por extensión a la emigración española de todo el siglo pasado, era impensable esto de llegar al país de acogida y que una Ong te asesorase para poder vivir «del aire», y mucho menos exigir reagrupaciones familiares, cupos en las guarderías para nuestros hijos, derecho a vivienda social y al acceso de todos los servicios públicos. No funcionaba la cosa así. Por lo que le estoy leyendo en los comentarios, usted está ejerciendo de troll, opinando -es un decir- solamente para mal meter.
Creo que aún no ha captado la esencia del troll. Bueno, querido, no creo que la vendimia, los invernaderos de huelva o los mataderos industriales donde se amontonan inmigrantes que han llegado CRUZANDO EL PUTO SAHARA, estén viviendo del aire o a costa de la sociedad hispañola. Más bien al contrario.
Disculpe mi tono, pero se sisenten hirientes sus palabras. Y eso es lo que persigue un troll.
invernaderos de Almeria
Seguro que es incomparable cuando la gente se movía por espíritu aventurero, todos nos demás no solo comparables, idénticos desde el punto de vista del que tiene que abandonar su tierra.
Y te lo dice uno que está casado con una mujer de origen extranjero: a ella nunca le han regalado nada por ser extranjera, solamente ha conocido trabajos donde la han explotado.
Ni paguitas, ni chupar del bote, ni tonterías racistas ¿es usted de VOX y está en campaña?.
O sea, que el primer trabajo de su abuela fue en condiciones de esclavitud, prácticamente y es gracias a trabajadores así como se alcanzó el estado de bienestar en UK y al tipo le parece fetén. ¡¡Hay que ver, estos progres!!
Menuda capacidad lectora, C.
Lea el texto de nuevo y vea cuál fuel el primer trabajo y cuál el segundo de la sra. Betty en Gran Bretaña. A continuación, vea a cuál de ambos hace referencia la cita del título. Repítalo hasta que lo entienda.
De verdad te has leído la entrevista? Qué no has entendido?
Para escribir semejante memez se podía haber ahorrado el esfuerzo.
Me parece un tipo sensato.
Creo que somos muchos/as los que de algún modo nos sentimos identificados con lo expuesto en la entrevista. Gracias por traerla.
Eché en falta que hablase de Domingo Villar. Para mi, era un gran autor del panorama gallego.
Gracias por la entrevista
Yo cuando veo a parejas de inmigrantes que entre ellos hablan en su lengua, pero a su hijo le hablan en castellano, me da mucha pena.»
Yo vivo en la costa del sol y tengo 53 años. En el colegio ( un colegio privado) tenía compañeros por ejemplo, de padre alemán y madre española. Ellos no hablaban alemán porque los padres no valoraban el alemán, el hecho de hablar otro idioma.
Es simplemente pobreza cultural. Saber otro idioma es riqueza…cuando veo niños marroquís hablando entre ellos en español me da pena porque pierden muchas cosas. No tiene más connotaciones que las culturales. Yo hablo inglés e italiano, el disfrute de poder leer en ambos idiomas…de conocer la cultura, leer el periódico, escuchar las películas es inmenso..
En España como todo se dobla …menos mal que ya tenemos otras posibilidades gracias a internet.