Este artículo encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº3 especial Verne y su tiempo
(Viene de la segunda parte)
Gotinga y Berlín
Aunque este viaje mío es de turismo «imaginario y cultural», también pienso en él como para cumplir con algunas cuestiones profesionales. Así, en lugar de ir directamente a Inglaterra y Escocia, como he planeado, me dirijo antes a Berlín, y de camino me detengo en Gotinga. Además de recordar vivencias pasadas, es también un modo de celebrar a Julio Verne.
Allí, en la Geismar Landstrasse 11, se encuentra uno de los observatorios astronómicos más importantes del siglo XIX. Construido entre 1803 y 1816, el gran Carl Friedrich Gauss fue, a partir de 1807, su primer director. Como en tantos observatorios erigidos en ciudades, en el de Gotinga ya no se realizan observaciones, pero todavía se conservan en él viejos instrumentos. Recomiendo intentar visitar el gabinete de Gauss —la Gauss-Zimmer—, en el que se pueden admirar varios telescopios, un astrolabio, así como reliquias de los experimentos telegráficos llevados a cabo en 1833 por Gauss y Wilhelm Weber (un trozo del cable que emplearon, transcripciones de los mensajes originales, una réplica del instrumento para enviar las señales electromagnéticas). La transmisión la realizaron entre el viejo Instituto de Física (situado cerca de la Paulinerkirche) y el Observatorio, separados por un kilómetro. De hecho, no lejos del Observatorio hay una magnífica escultura, erigida para conmemorar aquella transmisión. Inaugurada en 1899, en ella aparecen Gauss y Weber. Astronomía y telegrafía, dos mundos científicos y tecnológicos especialmente apreciados por Verne, se ven así hermanados.
Cumplidas estas visitas, y tras asomarme un momento al célebre Instituto de Matemáticas, en el que trabajaron luminarias como David Hilbert, Felix Klein, Hermann Minkowski, Hermann Weyl y Emmy Noether, abandono Gotinga camino de Berlín, una ciudad esta también generosa con el recuerdo de científicos: en la zona central se pueden encontrar placas conmemorativas de, por ejemplo, Albert Einstein (Unter den Linden 8), Leonhard Euler (Behrenstrasse 21), James Frank (Wilhelmstrasse 66), Otto Hahn y Lise Meitner (Hessische Strasse 1-2), Max Planck (Unter den Linden 6 y Wilhelmstrasse 66) y Alfred Wegener (Wallstrasse 43).
Como apunté, en Berlín tengo algún asunto profesional del que ocuparme. Es en el Max-Planck-Institut für Wissenschaftsgeschichte (Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia), situado en una calle cuyo nombre alegra el corazón de un físico: Boltzmannstrasse 22. El lugar en el que se encuentra, Dahlem, permite, no obstante, tener a Verne en la memoria. Dahlem es ahora lo que podríamos denominar un barrio residencial de Berlín, pero uno en el que además de residencias particulares (espléndidos y señoriales chalets) se halla la Freie Universität (Universidad Libre) de Berlín (fundada en 1948) y un buen número de institutos de la Max-Planck-Gesellschaft (Sociedad Max Planck), una institución pública dedicada al fomento de la investigación en ciencias y humanidades.
En realidad, la Max-Planck-Gesellschaft es heredera de una institución creada mucho antes, en 1911: la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der Wissenschaften (Sociedad Káiser Guillermo para el Avance de la Ciencia). En uno de los institutos creados y mantenidos por aquella Sociedad, en el Instituto de Química (situado en Thielallee 63, muy cerca del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia) Otto Hahn y Fritz Strassmann descubrieron en diciembre de 1938 la fisión nuclear, utilizando uranio. Afortunadamente, el edificio sobrevivió a la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. En una placa se lee: In diesem Hause dem damaligen Kaiser-Wilhelm-Institut für Chemie entdeckten 1938 Otto Hahn und Fritz Strassmann die Uran-Spaltung («En esta casa, en el por entonces Instituto de Química Káiser Guillermo, en 1938 Otto Hahn y Fritz Strassmann descubrieron la fisión del uranio»). Aquel descubrimiento, que tanto ha influido en la historia mundial, llegó después del tiempo de Verne, pero está unido a su nombre a través del primer submarino propulsado por energía nuclear, el Nautilus, de la Marina de Estados Unidos, que comenzó de manera oficial su vida el 21 de enero de 1954.
Terminados mis asuntos en Dahlem, tomo el S-Bahn en la estación Lichterfelde West hasta Brandenburger Tor, la parada de la Puerta de Brandenburgo. Salgo directamente a la famosa y maravillosa avenida Unter den Linden (Bajo los tilos). Dejo tras de mí la famosa Puerta y camino hacia mi destino verniano: la Humboldt-Universität (Unter den Linden 6), muy próxima a la «Isla de los Museos», con el extraordinario Museo Pergamon. Fundada en 1810 como Universität zu Berlin por Wilhelm von Humboldt, en 1828 recibió el nombre de Friedrich-Wilhelm-Universität, que cambió en 1949 por el actual de Humboldt-Universität.
Delante de la puerta principal de esta Universidad hay tres estatuas. En la central aparece el médico (especializado en fisiología), físico y matemático Hermann von Helmhotz, uno de los gigantes de la ciencia del siglo XIX: a él se debe la formulación más general del principio de conservación de la energía (1847) y el descubrimiento del oftalmoscopio. A los dos lados están las de los hermanos Humboldt. A la izquierda, según se mira a la fachada, Wilhelm, y a la derecha Alexander, el gran explorador. «Al segundo descubridor de Cuba, la Universidad de La Habana, 1959», se lee, escrito en español, en el pedestal de la estatua de Alexander. Verne, otro gran explorador, pero con la imaginación, mencionó a Alexander von Humboldt en alguna de sus novelas. En, por ejemplo, el capítulo 30 de Viaje al centro de la Tierra, se refirió a uno de los viajes de Humboldt por Colombia. Me imagino, pues, contemplando la fachada de la Universidad en compañía de Verne.
Aunque queda fuera de mis propósitos vernianos, entro en la Universidad. Y me encuentro con la gran escalinata en la que se lee la famosa frase de Karl Marx (la Universidad perteneció a la República Democrática Alemana hasta la reunificación de 1989-1990), la tesis número 11 de Tesis sobre Feuerbach (1845): Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kömmt darauf an, sie zu verändern («Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo»). Aprovecho para subir al primer piso, un ejercicio interesante pero a la vez deprimente, porque pienso en las universidades de mi país, España. En ese primer piso se encuentran las fotografías de aquellos que enseñaron allí y que obtuvieron un Premio Nobel: 29. Entre ellos figuran nombres señeros de la física, la química y las ciencias biomédicas como Wilhelm Wien, Max Planck, Albert Einstein, Max Born, James Franck, Max von Laue, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Emil Fischer, Jacobus van’t Hoff, Fritz Haber, Richard Willstätter, Walther Nernst, Peter Debye, Otto Hahn, Robert Koch, Otto Warburg, Paul Ehrlich, Hans Krebs, y también dos premios nobel de literatura, Paul Heyse y Theodor Mommsen.
Esta vez no tengo tiempo, pero recomiendo acercarse al Astrophysikalisches Observatorium de Postdam. Además de ver los espléndidos domos astronómicos con los restos (solo las carcasas y pilares, no las lentes), memorias fantasmales de épocas ya pasadas, de los en su tiempo poderosos telescopios, allí se encuentra la futurista Torre Einstein, del arquitecto Erich Mendelsohn. Construida a comienzos de la década de 1920 para intentar comprobar una de las predicciones de la teoría de la relatividad general (1915) de Einstein, la del desplazamiento gravitacional hacia el rojo de las líneas espectrales, estoy seguro que la vista de esta torre habría hecho saltar de gozo a Verne, despertando en él alguna idea futurista.
(Continúa aquí)