(Euskarazko bertsioa hemen)
Son las doce del mediodía en Donostia. Un día soleado de verano. Nos montamos en el coche y partimos hacia Ondarroa, lugar de nacimiento de Kirmen Uribe. Allí nos espera el escritor. Kirmen es un soñador. Ha conseguido cosas que parecieran inalcanzables para alguien nacido en una pequeña localidad de Euskal Herria. Es autor de cuatro novelas y dos poemarios, entre otras muchas publicaciones. En 2009 recibió el Premio Nacional de Narrativa de España por Bilbao-New York-Bilbao. Sus obras han sido traducidas a veinte idiomas, incluido el ruso y el japonés.
Kirmen reside actualmente en Nueva York junto a su familia. Se mudaron allá en 2018, gracias a la beca Cullman Center que ofrece la biblioteca pública de dicha ciudad. Hoy en día es profesor en la NYU. De todos modos, pasan los veranos en Euskal Herria, y hoy el autor ha aceptado nuestra propuesta de compartir un día con él en Ondarroa.
Tu tercera novela, La hora de despertarnos juntos, está siendo adaptada al cine. La dirigirá Asier Altuna, de la mano de la productora Txintxua Films. ¿Estás contento?
Lo de Kixi [Altuna] ha supuesto una gran alegría. El libro es muy adecuado para el cine, no solo para mí, también para la gente vasca en general. Nunca se ha contado lo que pasó durante la posguerra. Así que estoy muy contento con la película, porque narra esa época y lo hace, además, desde el punto de vista de una mujer.
Danele Sarriugarte. ¿Cuál fue el punto de partida de la novela?
El libro da comienzo con un cuadro: en 1927, Guezala pintó una fiesta. Hasta entonces, las fiestas consistían en bailes tradicionales vascos al estilo de Arrue, por ejemplo, pero este tío decidió pintar una fiesta nocturna, con una banda de jazz. Además, los personajes del cuadro aparecen bailando, la obra refleja ese movimiento, y el trompetista, Txomin Letamendi, es precisamente el marido de la protagonista de la novela. Aquella fiesta la organizó Manu Sota; provenía de una familia adinerada, pero euskaltzale, y debido a eso lo perdieron todo tras la guerra. Sota estudió en Cambridge, y fue amigo de Lorca y compañía. Se dice que era gay. Era muy liberal, en el buen sentido de la palabra. Y fue él quien llevó a [José Antonio] Agirre a Columbia, le hizo un hueco, y fue el primero en contactar con espías ingleses y estadounidenses.
La cuestión es que, después, Manu Sota fue relegado al olvido, al igual que toda su generación. Fuimos nosotros mismos quien olvidamos a Manu Sota, el tío que inventó la selección vasca, que montó y difundió a lo largo y ancho de Europa el espectáculo Eresoinka, que combatió contra los nazis.
Tanto Mussche como La hora de despertarnos juntos se basan en hechos históricos, ¿cuál es tu perspectiva sobre fusión entre ficción y realidad?
Creo que se ha dado una gran revolución en el siglo XXI, las fronteras entre ficción y no ficción se han roto por completo: ¿quién puede decir que algo es verdadero o no lo es? Los límites no están bien definidos, y además al escritor le gusta rascar ahí, ficcionar la no ficción. En el siglo anterior, durante las décadas de los ochenta y los noventa, los escritores se fueron a mundos muy imaginativos, digamos que abandonaron la realidad; esa fue la tendencia mayoritaria, principalmente bajo la influencia de Borges. Sin embargo, alrededor de los noventa y los dos mil, los escritores deciden volver a la realidad: no es necesario inventarse un personaje para que una novela funcione. Se toma una persona real, y se escribe una novela. Emmanuel Carrère fue un pionero en ese aspecto, comenzó a contar historias reales, pero en forma de novela. Romper con esos límites resulta muy interesante, los escritores somos siempre seres transgénero, o de género fluido, saltando de un lugar a otro: integramos ensayo, ficción e incluso poesía dentro de nuestras novelas. Últimamente el escritor se ha convertido en alguien muy libre. Y mis obras van por ahí.
El caso de Mussche es distinto. Fue una historia que encontré en un momento de crisis, al fallecer mi mejor amigo. Encontré esta historia en la que un poeta adopta un niño, un niño de la guerra, después muere… En ese libro utilicé personajes reales para narrar mi historia. Una especie de disfraz. El poeta soy yo, o no, o es Aitzol [Aramaio], o quien sea. Jugué con disfraces para contar mi historia.
En lo que respecta a Karmele, quería contar una historia real [Karmele Urresti, protagonista de La hora de despertarnos juntos]. ¿Por qué? Eso también es una cuestión contemporánea: porque había una laguna tanto en la historiografía con el la literatura; nunca se ha contado cómo vivimos los vascos ese periodo entre las décadas veinte y setenta, y quería hacerlo. Del mismo modo que los afroamericanos cuentan su historia, las vivencias de su colectividad, o del mismo modo que lo hace la comunidad LGTBIQ+, me es igual. Quería contar cómo hemos vivido esa época, como la hemos vivido nosotros como minoría. Relatar los hechos, a la manera de la poeta afroamericana Claudia Rankine, mediante hechos reales, datos, para que cada cual pueda reflexionar luego.
Relatémoslo nosotros, y no un etnógrafo externo.
¡Nosotros, efectivamente! Las mujeres estadounidenses, los afroamericanos, dicen que la historia de Estados Unidos es incompleta, aun no se ha escrito… Y van completando esa historia con lo que se ha vivido en el seno de sus familias. La hora de despertarnos juntos es precisamente eso. Narrar lo que hemos vivido en tanto que gente euskalduna, como minority group. Además, se suelen hacer lecturas externas sobre la historia vasca, no se cuenta lo que hemos vivido desde dentro, y eso era lo que quería hacer.
¿Cómo ha ido la acogida?
Por parte de los lectores ha ido muy bien, mucha gente joven me ha escrito dándome las gracias, porque no conocían esa parte de la historia. Y las críticas también han sido buenas. Pero, fuera de Euskal Herria, en los sectores más retrógrados, lo han tachado de «nacionalista». Es algo que me sorprendió. Yo no soy nacionalista en el sentido estricto de la palabra, pero pienso: «Esta mujer existió realmente, se tuvo que exiliar dos veces, a sus padres los fascistas se lo quitaron todo, me dejaréis que cuente lo que vivió, ¿verdad? ¿Soy nacionalista por contarlo? ¿Por qué me ponéis esa etiqueta?».
En casa tampoco habría mucha comida.
No, la verdad. Se comía la mitad de las croquetas por el camino. El seminario también estuvo aquí, antes y después de la cárcel, pero sobre todo antes estuvo aquí dando clase Manuel Lekuona, y recogió viejas baladas y canciones, «Ana Juanixe», por ejemplo… El tesoro de la tradición oral. Fue un núcleo muy importante antes de la guerra. Se pasó del conocimiento al infierno.
Mi abuela fue una mujer muy consciente políticamente, y siempre nos contaba cosas de la guerra. Estuvo sola durante el conflicto, porque los hombres de Ondarroa se marcharon por miedo a ser detenidos u obligados a alistarse. En el pueblo solo quedaron las mujeres, la gente mayor y los niños.
Y ahí, al otro lado de la plata, estaba la casa de un ministro de Franco, José María Areilza, el tío que tomó Bilbao. Fue embajador de Franco en Washington, y fue quien consiguió que se le fuera aceptado en las Naciones Unidas. Al final de su vida tomó una postura más moderada, incluso permitió la creación de las ikastolas… Pensar que en un extremo de la playa estaba la cárcel y en el otro la casa de un ministro es algo que me crea una gran turbación.
¿Qué opinan tu madre y tu tía? Mi madre fue muy feminista, y ahora está enfadada; siempre me dice: «A mí me engañaron hijo, me prometieron de todo, y al final terminé trabajando el doble, en casa y fuera de casa».
Mi padre era bastante progre en cuanto a las ideas, pero muy clásico en casa. Mi madre no. Y eso era muy bonito. Mi madre se quedaba en tierra, mi padre se hacía a la mar, y aquí las cosas fueron muy rápido, sobre todo entre las mujeres, y mi padre no se enteraba de los cambios. Cuando volvía, alguna le quitaba el saludo, y no sabía por qué. Así que se creo una especie de ambiente. Es algo que marcó mucho mi niñez; mis tías eran trotskistas, en Ondarroa había mucho trotskista, y vivíamos en una especie de burbuja: nosotros, nuestros amigos, las amistades de mi madre, gente muy progresista, y la sociedad, en cambio, avanzaba mucho más lentamente. Y eso creaba muchas tensiones, también dentro del movimiento abertzale.
Aún las genera.
Sí. Además, mi madre siempre estuvo en contra de la violencia, cosa que le generó muchas tensiones. Y ahora dice: «¡Ves! Tenía razón».
Ahora se han asimilado muchas cosas, pero en aquella época el mero hecho de que las mujeres se pusieran pantalones era algo revolucionario. Imagínate. Ese ha sido mi background. La verdad es que las tensiones políticas me marcaron mucho como persona cuando era niño, era duro sentirse siempre diferente. El miedo que sentí entonces nunca me ha abandonado. Eso no se lo he dicho a mi madre, pero os lo cuento a vosotros.
No obstante, me han enseñado a ser libre, y se lo agradezco de corazón. Mi madre siempre me decía: fórmate tu propia opinión, lo que a ti te parezca, y no lo que digan los demás o lo que esté en el ambiente. Agradezco enormemente a mi madre que me inculcara desde pequeño esa reivindicación de libertad propia, es algo que aprendí muy bien. He intentado llevar a cabo mi camino, y creo que es la razón por la cual me convertí en escritor. Por la búsqueda. Me parece que siempre estoy buscando algo.
La editorial Elkar acaba publicar una edición renovada de Bilbao-New York-Bilbao, y en el prólogo dices que la escritura de dicho libro supuso un ejercicio de libertad para ti, un hito. La publicaste tras tu primer poemario. ¿Qué inquietud te guiaba?
El poemario se publicó en 2011, y a la gente le pareció muy fresco: eran poemas narrativos y urbanos, aunque se situaran en Ondarroa, no reflejaban el típico pueblo de pescadores. El próximo paso fue contar la historia de la familia de mi padre, ya que era marino, como el resto de los hombres de su familia: su padre, todos sus hermanos, su abuelo, su bisabuelo… Yo no llegué a conocer a mi abuelo. Tenía una duda acerca de él: era un hombre muy querido en el pueblo, pero era carlista, y eso me creaba una especie de comezón. Digamos que comencé a seguir el rastro del abuelo. Luego, estaba la vida de marino de mi padre, cómo se iban hasta Escocia y cómo fue decayendo la labor pesquera: en Ondarroa hemos pasado de tener alrededor de doscientos barcos a que a día de hoy queden muy pocos.
Esa era la historia que quería narrar, pero ¿cómo hacerlo? Había estado en Trento estudiando literatura, así que quería probar formas nuevas, y al final decidí que relataría no la novela en sí sino los pasos previos: la documentación, las conversaciones con mi padre, mis lecturas, las películas que veo… Y además lo haría en un lugar en movimiento, un avión que va de Bilbao a Nueva York.
En lo que se refiere a la estructura, es muy fragmentaria; la creé pensando en el mundo de internet. ¿Cómo ha cambiado nuestra percepción de la realidad después de internet? Esa era mi gran pregunta. Fue un ejercicio muy libre, valiente, con la audacia propia de la juventud, y la gente está comenzando a admirar su valor, tanto aquí como fuera. Se acaba de publicar en Japón, y en Estados Unidos se enmarca dentro de una colección muy especial, en una editorial independiente muy importante.
Digamos que primero monté el discurso teórico —¿en qué se convertirá la literatura después de internet?— y luego construí la novela en torno a eso.
Al leer la novela uno se da cuenta de que lo habías pensado todo bien de antemano, que no te sentaste a escribir para ver qué salía.
Nunca querré hacer algo así. Existen dos tipos de escritor: el de oficio y el transgresor. Yo pertenezco a la segunda categoría. Las novelas de oficio no me interesan como autor, como lector sí, por supuesto. En mi caso, siempre quiero plantear nuevos modelos, o modelos que se correspondan con los cambios de la sociedad.
En Estados Unidos existe esa libertad, prefieren la vanguardia. Se premian libros muy valientes, algo que aquí no es tan habitual. Creo que la gente vasca, al haber sido una cultura marginada, hemos querido hacer lo que se hace fuera, tenemos una tendencia a tapar agujeros: necesitamos una novela clásica, necesitamos poesía clásica, necesitamos tal o cual cosa. Siempre tapando vacíos. Yo siempre he tenido en mente esa idea de Oteiza, aunque resultara algo ingenua: no vamos a copiar lo que hacen los demás, vamos a establecer nuestro propio modelo, algo que sorprenderá al mundo y les hará preguntarse: ¿pero este tío cómo ha hecho esta escultura? Eso es lo que yo quiero hacer con la literatura, que la gente diga: este tío se ha dado cuenta de los cambios del siglo XXI y plantea un modelo literario diferente, desde el euskara. Hecho en euskara.
Y pensando en los lectores. Me parece un rasgo muy significativo de tu literatura el hecho de que siempre resulta muy fácil leerte. Tu poemario, por ejemplo. Quizá sería más fácil que nadie te comprendiera. A veces, lo más difícil y lo más bonito es que llegar a la gente.
Una cosa no quita la otra. Además, a mí nunca me ha gustado el elitismo, quizá debido al pensamiento de mi madre y mis tías, nunca me he sentido superior a nadie, soy muy sociable, me gusta estar con la gente, con la gente del pueblo y de la calle, con la gente corriente, y trabajar o escribir para ellos. Siempre he tenido una conciencia social, desde muy pequeño: incidir en la sociedad, eso es el trotskismo [risas], y no hacer cosas raras por tu cuenta y listo. ¿Por qué esculpía Oteiza? No eran para él, estaba planteando una estética vasca. No porque fuera un genio, que lo era, pero, no sé, también pensaba en Euskal Herria, en una colectividad, y yo también tengo en mente una colectividad. No soy elitista.
Vives en Nueva York desde hace tres o cuatro años. He aquí una pregunta típica para quien vive fuera, que también te haremos a ti: ¿tienes intención de volver?
Terminaremos este cuarto curso en Nueva York, y luego no sabemos si volveremos o no. Los críos están a gusto, pero la pregunta sobre la vuelta siempre está ahí, porque si os quedamos cuatro años más…
Puede que sea demasiado tarde para que los niños vuelvan y se adapten con facilidad.
Sí, esa es la gran pregunta. A ver cómo van las cosas este año… y después ya se verá.
¿Cuáles son las diferencias que percibes con respecto a la sociedad vasca?
Es una sociedad muy distinta, aunque en New York existe esa sensación de pertenencia al lugar, la mayoría de la población es migrante. Eso me gusta mucho. Es una sociedad activa, generosa, los migrantes se ayudan unos a otros. He percibido una gran generosidad en Nueva York, se mueve mucha gente para mejorar sus condiciones de vida.
Te fuiste de la mano de una beca de la biblioteca pública, ¿con qué proyecto estás ahora?
Efectivamente, en primer lugar, me fui con la beca de la biblioteca, y después recibí otra del Barnard College, que pertenece a la Universidad de Columbia. Cada año reciben a un escritor internacional, y yo fui profesor de literatura del siglo XXI. Ahora sigo como profesor, pero estoy en la NYU, solo doy clases durante un cuatrimestre.
De todos modos, mi objetivo no es ser profesor, ni seguir el tenure track… Si te pones a ello requiere mucho trabajo, y me gusta mi situación actual, solo un cuatrimestre, aunque luego vayamos más justos a la hora de pagar el apartamento. Mi objetivo siempre ha sido ser escritor, pero también me gusta el mundo universitario. La escritura es una labor muy solitaria; en cambio en la universidad estoy con el alumnado, se trata de gente joven, y puedo ver lo que les gusta y lo que no… El alumnado agradece mucho nuestra experiencia, pero yo mismo le tomo la medida a la sociedad gracias a ellos. Disfruto. Al fin y al cabo, nos dedicamos a leer textos y a comentarlos; también escriben, y yo les doy mi opinión. Les pregunto: ¿Qué os parece esto? ¿Lo haríais así o de otra manera? Y tan solo con eso sacamos la clase adelante.
¿Y a la hora de evaluar?
Tomo en cuenta los trabajos escritos y la participación.
Es muy diferente comparado con el sistema de aquí, ¿verdad?
La principal diferencia es que en Estados Unidos cada profesor desarrolla su temario. Para enseñar en Columbia, por ejemplo, además de la documentación habitual (CV, carta de presentación, metodología de la enseñanza, notas del alumnado…), debes presentar un syllabus, es decir, lo que vayas a enseñar en tu asignatura. El contenido no lo establece la universidad.
Aquí es parecido, al menos en teoría, pero a la hora de presentar tu syllabus debes basarte en que se haya hecho hasta ahora.
Allí no, allí partes de cero.
Nos has comentado que Nueva York es un hogar. ¿Te ha resultado fácil adaptarte?
Lo difícil no es ir a Nueva York, sino quedarse. He conocido muchos autores de todo el mundo que llegaron y luego se fueron. Es una ciudad muy exigente, con leyes migratorias muy severas, la vivienda es cara… Y la gente tampoco te acepta a la primera, debes demostrar que quieres quedarte. Si tienes intención de quedarte, el tratamiento cambia mucho, te empiezas a introducir en el circuito de la gente de allí, y ahí empiezas a conocer a gente verdaderamente interesante: gente del ámbito de la literatura, de la ciencia… Y te das cuenta de una cosa: que Estados Unidos va un paso por delante, saben cómo será el mundo dentro de cinco o diez años, con respecto al clima, la economía, la propia sociedad…Lo que pasa allí, tanto lo bueno como lo malo, pasa luego en el mundo.
Por otra parte, como decía Foucault, el contrapoder también es muy grande. En ese aspecto están muy adelantados: #MeToo, el movimiento queer, el antirracismo, las minorías…
¿La distancia te ha ayudado a escribir? ¿Es distinto escribir en Ondarroa —en Euskal Herria— o en Nueva York?
En cierta medida necesitaba dar ese salto. Salir y encontrarme en otra órbita, cambiar mi órbita. Me ha venido muy bien en ese sentido, estoy mucho más tranquilo allí, más calmado para escribir, los referentes son muy variados allí, y desde la distancia ves las cosas de aquí con más calma, tengo un karma más positivo. Además, a día de hoy, con las redes y todo eso, es una pasada, estás en contacto directo, no es como hace cienaños. Han izanik hemen naiz [Estando allí, estoy aquí; referencia a un libro del escritor vasco Joseba Sarrionandia].
Por otro lado, me gustaría pensar que el universo del euskara también se está ampliando un poquito mientras yo estoy allá; le doy nuevas oportunidades, se escucha en otros sitios… ¿Por qué no? Escuchan a un escritor euskalduna, yo leo mis textos en euskara, vamos ganando territorio, y eso es algo que me motiva mucho. Y luego conocer a los escritores, las editoriales… Se aprende mucho.
También el sistema literario será distinto, ¿verdad?
Es muy difícil llegar a lo alto, ya que hay muchos escritores; aun así, se muestran cada vez más abiertos con respecto a la lectura y la publicación de autores que no escriben en inglés; es un cambio que se ha dado durante los últimos cinco años.
Es complicado sacar la cabeza, pero para hacerlo es imprescindible estar allí, hay que hacerlo de manera orgánica: publicar un libro, y luego otro; tomar fuerza en editoriales independientes, formarte un público… Hay que hacerlo así. Si acudes directamente a una gran editorial, te absorben. Las grandes editoriales son peligrosas. Toman a un escritor, le publican un libro, y si no funciona, a la calle. El camino debe ser justo lo contrario. El camino debe ser orgánico, como todas las cosas en la vida; hay que ir poco a poco: publicar, dar charlas, publicar en revistas… Y si tienes el respaldo de una universidad, mucho mejor. Te da cierto estatus.
Las traducciones son fundamentales para salir afuera…
Una de mis leyes —entre comillas— ha sido la de traducir desde el euskara, a ser posible. No tenemos por qué pasar por el castellano para llegar al mundo, ni nosotros, ni los gallegos ni cualquier otra cultura pequeña. Podemos hacerlo directamente, y mis libros han sido traducidos directamente al japonés o al estonio. Isaac Xubin, que es gallego, traduce desde el euskara. Todos mis libros se han publicado en gallego y en catalán, y se han traducido desde el euskara.
Mi intención es salir de esa estructura radial española, y pasar a una estructura en red, en la cual Euskal Herria es un punto, y ese punto está unido con Madrid pero también con Berlín, París o Tokio. Por otra parte, y esto hay que decirlo, tengo miles de lectores en castellano, a los que estoy muy agradecido. La cuestión es sumar, no me gustan las restas.
¿Has trabajado con agencias literarias?
El camino lo he hecho yo. Es verdad que una agencia te puede facilitar las cosas, pero es el autor quien debe buscar traductores, cineastas…
¿Así que la película de Asier Altuna ha sido cosa tuya?
No, no, ha sido cosa suya. Le gustaba el libro y decidió hacer la película. No se la ha vendido una agencia. Asier no aceptaría algo así.
Ventajas de la cercanía de Euskal Herria.
Yo no hubiera llegado a ningún sitio si no fuera por el euskara y por Euskal Herria, lo tengo muy claro. Sí, ha habido tensiones, pero son cosas normales, se dan en todas las literaturas. Pero el apoyo necesario para salir afuera me lo han dado los lectores vascos, Euskal Herria y el sistema cultural vasco. ¿Cómo iba a llegar a Nueva York si no hubiera publicado nada antes? No se puede.
No me parece muy habitual que los escritores vascos tengan ambiciones de ese tipo: pedir becas para irse a Estados Unidos… ¿De dónde proviene ese interés?
Eso me viene de casa, de la infancia. Mi padre era pescador, y los marinos son gente aventurera. Has nacido en Ondarroa pero quieres irte a Londres o a cualquier otro lado. Quien nace en un puerto, siempre quiere salir. El mar está, el camino está ahí: puedes irte. Y eso es algo que he interiorizado desde pequeñito, tanto por parte de mi madre como de mi padre.
Y luego esa infancia tan libre me ha llevado a tratar de ser quien quería ser. Yo siempre he tenido ganas de internacionalizar el euskara, no sé si es una ingenuidad o no. La endogamia me ahoga, estar dando vueltas en el mismo sitio me ahoga, siempre ha sido así. Algunos son centrífugos, se pasan toda la vida en el pueblo, escriben desde ahí, y hacen buena literatura, y no pasa nada. Pero yo soy todo lo contrario. Quiero salir. De crío veía el mar y pensaba, allá está Nueva York, no está tan lejos… Quería irme, y llevarme al euskara conmigo.
Encontraste las vías para hacerlo.
«Tengo en el alma un motor», que diría Manu Chao, y siempre estoy queriendo aprender, siempre buscando algo. No sé si es bueno o malo, pero no me conformo fácilmente, tampoco conmigo mismo. Soy muy crítico, siempre quiero buscar otras cosas.
También ha habido otros autores que han recorrido un camino parecido al tuyo en el pasado: Bernardo Atxaga, por ejemplo. ¿Representa un modelo para ti?
Representa un modelo para todos y todas. Fue él quien empezó, y fue quien nos dio esta ilusión de que se podían hacer cosas en euskara, que se podía vivir de ser escritor vasco, que podían traducir tus obras. Creo que fue muy valiente al plantear ese tipo de cosas en su tiempo. Tuvo una intuición, y hemos demostrado que era cierta. No solo Atxaga, otra gente de su generación también ha llevado a cabo una gran labor en esa dirección. Pero no hay que olvidar que cosecharon ese éxito porque la sociedad civil trabajó a favor del euskara, y porque se desarrollaron ciertas políticas en defensa de la lengua. Nadie surge del vació, tienen que darse ciertas condiciones.
Ondarroa es un pueblo bravo, como diríais aquí. ¿Qué efecto ha tenido tu lugar de nacimiento en tu trayectoria internacional?
Como escritor vasco, el euskara venía conmigo, y creo que esa condición de «embajador» ha sido un lastre en cierto modo. Intento ser empático con la gente de fuera, intento ponerme en su lugar. ¿Esta gente qué pensará sobre el euskara y Euskal Herria? Voy a tratar de explicárselo, y lo explicaré de la A a la Z, pero empecemos por la A. Puede generar tensiones o malentendidos entre la gente euskalduna: «¿Qué hace Kirmen, está intentando hacer amigos aquí o allá?». Al fin y al cabo, son las consecuencias de salir afuera. Cuando lo hago, no soy únicamente Kirmen, soy el euskara. Por eso, tengo que mostrarme muy calmado, y explicar las cosas desde cero.
Por otra parte, el intelectual debe mostrarse crítico ante su pueblo o colectividad, va un paso más adelante, no sigue el mensaje de la coyuntura. Sin embargo, el hecho de mostrarse crítico con la propia colectividad no significa que se no pertenezca a ella; al contrario, la estás enriqueciendo. Pero es complicado, y yo lo he hecho desde dentro. Yo soy cien por cien euskaldún y vasco, pero si veo que se hace algo injusto en nuestro nombre, lo tengo que decir. ¿Cómo vas a detener las inercias si no es hablando? Yo creo que el límite está en los derechos humanos. Si se infringen, hay que decirlo. Independientemente de quien haya provocado el daño.
A mí me ha costado desarrollar ese orgullo por la cultura euskara, porque hasta ahora se asociaba con una narrativa muy concreta, solo había una manera de estar orgulloso de ser euskaldún, y yo no entraba ahí. Tuve que emigrar a Estados Unidos para darme cuenta de lo orgulloso que estaba de ser vasco.
Es necesario que en España y en Francia entiendan el hecho de que existe un sentimiento de pertenencia hacia una colectividad un grupo humano. Deben darse cuenta de que es natural sentirse euskaldún. Es natural sentirse euskaldún, ¿por qué no iba a serlo? Es natural sentirse parte de una comunidad, de la comunidad euskaldún, y no estoy hablando sobre la CAV, sino sobre una comunidad de personas. Y, asimismo, debemos ser críticos con nosotros mismos, porque la única manera de que las minorías avancen es teniendo un espíritu crítico: la comunidad LGTBIQ+ no es la misma hoy o hace cuarenta años. Se ha avanzado, todas las minorías lo han hecho.
Creo que la empatía, la inclusividad, son cosas importantes. Hay muchos tipos de euskaldún, y cualquiera puede serlo si así lo desea; no hace falta ningún pasaporte. Además, los euskaldunes no están solamente en Euskal Herria, están por todo el mundo, y eso es algo que ha cambiado con internet. Mi traductora, Nami Kaneko, nació en Tokio y se siente euskaldún, y Elizabeth Macklin también se siente euskaldún cien por cien. Abramos las puertas. Hemos hecho un gran trabajo, hemos conseguido mantener viva nuestra cultura, pero es hora de abrir las puertas.
¿Y qué pasa con los euskaldunes de la diáspora?
Mira, nuestros mejores escritores, aquellos que no fueron asesinados, se exiliaron: Orixe, Nemesio Etxaniz, y los republicanos también. La historia que hemos contado ha sido la de los que se quedaron aquí. Y nos hemos olvidado de la gente que se exilió.
Asimismo, como comunidad humana, solamente hemos mirado a la gente que se ha quedado aquí, nos hemos olvidado de la gente que se fue o tuvo que huir. ¿Y ahora qué hacemos? Generar una red, una red en la que el centro físico no es Euskal Herria, una red de euskaldunes por el mundo, unidos por un sentimiento. De gente que quiere ser euskalduna, aunque no viva en Euskal Herria.
¿Quién es Rafael Yuste en el esquema de tu vida?
Es un gran amigo, ha sido un apoyo increíble en Nueva York: nos ha ayudado con la escuela de los niños, buscando piso… Sin él no hubiéramos podido quedarnos en la ciudad. Siempre ha estado ahí, ayudándonos.
Y os conocisteis porque fue a una charla tuya, con txapela.
Efectivamente. Mientras hablaba, pensé: ¿y este tío quién es? [risas]. Él me habló sobre BI-NY-BI, porque la estructura del libro le había gustado mucho. Me dijo que la novela tenía grandes parecidos con el funcionamiento del cerebro, ya que en mi libro se generan conexiones entre los capítulos mediante asociaciones internas, aunque no muestren conexiones superficiales evidentes. Las neuronas se conectan del mismo modo.
También me preguntó cómo escribía, si lo planteaba todo con antelación o dejaba que saliera. Y le dije que no, que lo planteaba más o menos hasta la mitad, y después salía por sí solo. «Eso pensaba…», me respondió. Me llevó a su laboratorio y nos hicimos amigos.
¿Tenéis aspectos comunes?
La creatividad. Rafa es muy creativo. Parece que los científicos deben basarse en la verdad, pero también hay que ser creativo para que las cosas avancen.
En la época en la que tu y yo nos conocimos ofreciste una conferencia en la universidad de Stanford acerca del proceso creativo, y yo te dije que me sentía muy identificado con lo que dijiste, pero que, en tanto que científico, la verdad era mi límite. ¿Cuáles son tus límites en el ámbito de la literatura?
La verdad, o al menos la percepción que tenemos sobre ella, va cambiando. Creo que las ciencias y las artes se parecen mucho, porque yo también me baso en la vida real —no me puedo inventar todo—, pero al mismo tiempo existe un lugar para la creatividad, un espacio para realizar conexiones. La creatividad, y luego la humanidad. Rafa es muy humano, y un soñador, igual que yo.
No hemos hablado sobre tu nueva novela.
Se titula La vida anterior de los delfines. Según una leyenda vasca, los delfines fueron personas en una vida anterior, pero al enamorarse de las sirenas, al enrollarse con ellas, se convirtieron en animal. El libro relata cómo cambia nuestra vida al mudarnos a Nueva York: una vez decides migrar, una vez traspasada la puerta, te conviertes en delfín.
Es un libro maravilloso. De verdad. A algunos no les gustará, pero… El libro comienza conmigo en la biblioteca de Nueva York, estudiando la vida de Rosika Schwimmer. Fue una sufragista que se fue a Estados Unidos durante la primera guerra mundial para tratar de conseguir la paz. Quería convencer al presidente Wilson para que organizara una conferencia neutral y parase la guerra. No lo consiguió, pero convenció a otra persona, nada más y nada menos que Henry Ford, e intentaron montar la conferencia por su cuenta. Salió fatal, Wilson y Estados Unidos entraron en guerra, y tras la guerra Schwimmer fue bastante defenestrada, porque era feminista, de izquierdas y judía, y además no estaba casada. Este personaje magnífico estaba completamente olvidado y marginado en la historia. Ése es uno de los hilos de la historia.
¿Y qué más?
Otro hilo es el de mi infancia; recuerdo a las mujeres de mi infancia, el feminismo y los conflictos, sobre todo. En este libro digo algunas cosas que nunca antes había dicho, sobre todo en torno al aislamiento de mi niñez; después, en la tercera parte del libro hablo sobre nuestra vida en NY durante los últimos tres años. Los puntos de vista y las voces cambian, y he querido jugar con la cuestión de la autoría: mi nombre, mi pasado… todo.
El libro es muy valiente a nivel formal, y también hay muchas cosas con respecto al contenido, como he dicho. Creo que se lee rápido; por otra parte, cada parte del libro tiene su forma particular. Es un tour de force.
¿Tienes algún otro proyecto entre manos?
Sí, tengo tres. Lo que me da miedo es no poder llegar a hacer todo lo que quiero, mi mente va más rápido que mi mano. Nunca me han faltado ideas, el problema es escoger…
«No tenemos por qué pasar por el castellano para llegar al mundo, ni nosotros, ni los gallegos ni cualquier otra cultura pequeña.» Y este es un cambio FUNDAMENTAL de los últimos 20 años de la literatura en vasco y en gallego principalmente. Se acabaron -afortunadamente- las auotraducciones al castellano (que en algún caso eran una reescritura y que hacían un «apropiación» del escritor por parte del sistema literario en castellano) y a partir del castellano a otras lenguas. Curiosamente fue darse este cambio y ver cada vez más una visibilidad de escritores en estas lenguas a nivel internacional.
https://twitter.com/i/status/1483836563473715204
Gracias por la aportación. Sin ironía. Era de suponer. Qué falta de originalidad los euskaldunes de marras
Ya sé que no se debe de mezclar el Autor con la obra, pero, en este caso que no conozco la obra, me voy a ahorrar conocer la obra.
Apúntame. Tanta previsibilidad agota.
«Es necesario que en España y en Francia entiendan el hecho de que existe un sentimiento de pertenencia hacia una colectividad un grupo humano».
Muy bien. Un aplauso. Pero no pongas bombas – lapas para recordarlo o pegar tiros a gente que no piensa como tú. Que ese sentimiento le puede suceder a los atenienses, gallegos, canarios, andaluces, berlineses y guatemaltecos….que no eres especial por sentirte diferente.
«Es necesario que en España y en Francia entiendan el hecho de que existe un sentimiento de pertenencia hacia una colectividad un grupo humano».
Perfecto, pero no pongas bombas – lapa ni pegas tires en la nuca al que no piensen igual. Que ese sentimiento le sucede a los berlineses, guatemaltecos, tinerfeños y gallegos, entre otros muchos, y no por ello te asesinan ni te mutilan.
Euskal Herria qué es? Es como la Tierra media o los países catalanes esos? Es como Madrid es España? No que pereza me dan los nacionalistas…. Todos en su mundillo y no se han enterado de nada… Que los humanos no somos tan complejos y que nuestras chorradas identitarias no hacen más que separar que unir… Qué pereza…
A mí me parece bien que salgan a la luz toda clase de historias ocultas o ninguneadas u obviadas por la razón que sea. Pero… ¿Para cuándo la historia de los vascos y euskaldunes que lucharon por Franco? Uribe menciona a Areilza… ¿Pero cuántos saben en Euskalherria que en la composición del Cara al Sol participaron, entre otros, un tal Mitxelena (Irún 1888), un tal Miquelarena (Bilbao 1891), que la música está basada en Amanecer en Cegama de Juan Tellería (Zegama 1895) y que todos los autores se reunieron en un restaurante vasco de Madrid llamado Or-Kompon?