A finales de diciembre de 1985, la federación irlandesa buscaba un entrenador que ayudara a su selección a salir de la indiferencia a la que parecía condenada desde hacía décadas. El fútbol, tal y como lo entendemos, había llegado a la isla en la segunda mitad del siglo XIX a través de las universidades, los muelles y las fábricas y pronto prendió en las pocas áreas industriales del país. Pero, mientras en el mundo se reconocían las trece reglas escritas en 1863 por la Football Association inglesa, en Irlanda, la Asociación Atlética Gaélica redactó las normas de su propio deporte, el fútbol gaélico, una mezcla entre el más antiguo folk football, el propio fútbol y el rugby. Y por estos caprichos que tienen los nacionalismos, en plena lucha por la independencia, los deportes gaélicos fueron reivindicados como la salvaguarda de los valores irlandeses, al tiempo que se veía en el fútbol la peligrosa influencia de la cultura británica. «El deporte quedó completamente politizado. La posición oficial desde la AAG era que rugby, cricket o fútbol no eran deportes apropiados. Incluso se prohibió a sus miembros formar parte de un equipo de fútbol, asistir a un partido o ceder estadios para su práctica» explica el periodista y sociólogo inglés David Goldblatt.
Para 1985 el país había evolucionado bastante. Se vivía un periodo de crecimiento económico y, por primera vez en casi dos siglos, parecía que una generación de irlandeses no se vería obligado a emigrar. El deporte vivía un periodo de esplendor, con los ciclistas Sean Kelly y Stephen Roche a la cabeza o las tres victorias casi consecutivas de la selección de rugby en el Cinco Naciones. Al mismo tiempo, el IRA mantenía su estrategia de «guerra larga» frente al Reino Unido, que implicaba constantes bombas y atentados. En lo que al fútbol respecta, seguía ocupando un lugar muy secundario en la vida de los irlandeses. La liga nacional apenas despertaba el interés de los aficionados y los partidos de la selección no conseguían reunir más que a unos miles de seguidores en el estadio y audiencias muy bajas por televisión. «Oficialmente, la postura de la AAG hacia el fútbol no cambió hasta los Acuerdos de Viernes Santo en 1998, que puso fin al conflicto en Irlanda del Norte. Pero, para los años ochenta, la presión política sobre el fútbol se había rebajado. Los aficionados no se interesaban por la selección, sencillamente, porque eran muy malos», cuenta David Goldblatt.
En ese contexto, la federación eligió, por primera vez en su historia, a un inglés como seleccionador. Y no un inglés cualquiera. Eligió a un campeón del mundo con la camiseta de los tres leones, hermano de uno de los más grandes jugadores que ha dado Inglaterra. «Los inicios fueron difíciles, pero por cuestiones políticas. Mucha gente en Irlanda no lo quería como seleccionador» cuenta el internacional irlandés John Aldridge. «Pero Jack Charlton era una persona a la que era difícil no querer. Además, era de clase obrera y le gustaba beber, algo muy del gusto de los irlandeses. Podía ser el compañero de trabajo de cualquier aficionado o el amigo con el que se juntaban en el pub» explica Goldblatt.
Jack Charlton había nacido en Ashington, una pequeña ciudad del norte del país, famosa por su tradición minera y por ser cuna de grandes futbolistas. Tanto él como su hermano, Bobby Charlton, mostraron desde muy pequeños una gran afición por el balón, aunque no hacía falta mucha inteligencia para detectar cuál de los dos estaba llamado a jugar en la selección inglesa. Por eso, en Ashington nadie se extrañó cuando Jack entró a trabajar en la mina y el Manchester United vino preguntando por Bobby. El propio Jack reconocía que era su hermano el que sabía jugar de los dos. Pero él sabía cómo impedir que el rival jugara y eso le sirvió para seguir en la mina apenas dos meses, antes de llamar la atención del Leeds United.
A Jack le costó hacerse un hueco en su nuevo equipo. Incluso su propio compañero, Don Revie, le reprochó que, con él de entrenador, tendría los días contados. Paradójicamente, Revie olvidó sus palabras cuando asumió el mando del Leeds, porque Jackie Charlton terminó siendo uno de los pilares en el centro de la defensa. Y con él de titular, empezaron consolidándose en la Primera División y terminaron ganando la Liga, la Copa y un par de Copas de Ferias. Suficiente para que Jackie fuera llamado a la selección. Y, cuando Inglaterra ganó en Wembley el único Mundial de su historia, por supuesto que a ninguno de los habitantes de Ashington le extrañó ver a Bobby Charlton levantando la copa, pero allí estaba también su hermano Jack, maestro en la tarea de destruir el juego del rival. No estaba mal para alguien que no sabía jugar al fútbol.
Esa misma constancia y capacidad de trabajo fue la que demostró Jack como seleccionador de Irlanda. Empezó enviando una circular a todos los clubes de primera y segunda división inglesa, pidiendo que se pusiera en contacto con él cualquier futbolista con raíces irlandesas. «Lo habían hecho otros seleccionadores antes, pero fue Charlton quien le sacó rendimiento a la idea. Había entrenado al Middlesbrough, Sheffield y Newcastle y conocía muy bien la liga inglesa» explica David Goldblatt. Jack habló con Aldridge, por entonces todavía en el Oxford United, y en el mismo viaje convenció también a su compañero de equipo, Ray Houghton. «En Liverpool y Manchester hay mucha población de origen irlandés. Mi madre me contaba que vino con su familia porque en Irlanda no había trabajo. De lo contrario, yo habría nacido allí. Además, jugar a nivel internacional siempre fue una de mis ambiciones. Por eso, enseguida respondí que sí cuando Jack me ofreció jugar con Irlanda» cuenta Aldridge. Más adelante, Charlton reclutó al centrocampista del Norwich City y Chelsea, Andy Townsend. Otros jugadores de aquella selección, como McCarthy, O’Leary o Cascarino también eran nacidos en Inglaterra.
Desde que asumió el cargo, Charlton dejó muy claro que su juego se basaría en un principio muy sencillo. Sabía que no contaba con futbolistas de una técnica depurada, pero podían complicar el partido a cualquier rival. «El juego consiste en ser efectivo, agresivo, ganar el balón, seguir la jugada, ponerlos bajo presión» definía por entonces el propio Charlton. Un saque largo, muy largo, del portero, Pat Bonner, o de alguno de los centrales, para jugar cerca del área contraria y presionar bien arriba a los rivales. «La idea era tratar de jugar en campo contrario. Cuando nuestra defensa lanzaba el balón al córner, yo tenía que ir corriendo y mantener el balón cerca del banderín, hasta que llegaran los centrocampistas. En esa época, algunos equipos dejaban libre al líbero rival cuando este recibía el balón, pero Charlton siempre me decía que tenía que ir a presionarle. Si le pasaba el balón al central, también corría a presionarle. Y si el balón les llegaba a los centrocampistas, les presionábamos también. Al final, los rivales odiaban jugar contra nosotros, porque nos tenían encima todo el partido» explica Aldridge.
La selección irlandesa empezó la era Charlton sin despertar demasiado interés, ni lograr resultados especialmente llamativos. «En mi primer partido había menos de veinte mil espectadores; porque nadie confiaba en que pudiéramos llegar tan lejos» explica Aldridge. Para 1987 los jugadores ya iban asimilando lo que les pedía el seleccionador y lograron una victoria de prestigio en un amistoso frente a Brasil. Terminaron de ganarse la confianza de los aficionados cuando se clasificaron para la Eurocopa de 1988, la primera vez que Irlanda acudía a un torneo importante. Y, si aquello no era suficientemente atractivo, el sorteo determinó que el debut sería frente a la selección de Inglaterra; el eterno rival y también el equipo con el que Charlton había sido campeón del mundo.
El 12 de junio de 1988, en el Neckarstadion de Sttutgart, miles de irlandeses acompañaron a su selección en el primer partido de la Eurocopa. Miles estaban en el estadio cuando, a los seis minutos de partido, Ray Houghton, con su 1,70 de altura, marcó de cabeza el primer gol. Miles sufrieron durante los 84 minutos restantes, mientras los jugadores irlandeses resistían los ataques de Lineker, Beardsley o John Barnes. Y si alguien tenía la osadía de dudar de la profesionalidad de Charlton el día que se enfrentaba a su selección, estaba muy equivocado; Aldridge lo recuerda bien. «Si mirabas al banquillo y te fijabas en el lenguaje corporal de Jack, te dabas cuenta de que estaba desesperado por ganar a Inglaterra». Y lo lograron. Al terminar el partido, Charlton se acercó a Houghton, autor del tempranero gol. «Ni se te ocurra volver a marcar tan pronto», le dijo. Después se fundieron en un abrazo.
En el segundo partido empataron a uno con la Unión Soviética y en el tercero frenaron durante 82 minutos a la Holanda de Koeman, Rijkaard, Gullit o Van Basten. Ocho minutos les separaron de pasar a las semifinales, pero un gol de Wim Kieft clasificó a Holanda y dejó a Irlanda fuera de la Eurocopa. «Nos hemos quitado un buen problema de encima, porque no teníamos presupuesto para quedarnos en Alemania», le dijo un directivo de la federación al director de cine, Peter Byrne, al acabar el partido, según cuenta él mismo en el documental Jack Charlton, the irish years.
Tres partidos de la Eurocopa habían bastado para que la selección cambiara su relación con la población irlandesa y su prestigio a nivel internacional. El aeropuerto de Dublín se llenó de gente para recibir a los jugadores, las audiencias de sus partidos se dispararon y se multiplicó la venta de entradas. Los más nacionalistas ya no veían con tan malos ojos ese deporte de extranjeros que, al fin y al cabo, les permitía vencer a los ingleses. «Me preocupa cuál hubiera sido la recepción si realmente hubiéramos ganado algo» declaró Jack Charlton al pisar suelo irlandés.
La selección se había convertido en un equipo sólido, muy difícil de batir y con un gran espíritu de grupo. «Teníamos una relación muy cercana con Jack. Le respetábamos mucho, porque no era el tipo de persona a la que te gustaría ver enfadado, pero nos daba mucha libertad. En esa época, en el fútbol había una gran cultura del alcohol, tanto en Irlanda, como en Inglaterra, Escocia o Gales y Charlton lo permitía. Durante la Eurocopa, le ganamos un sábado a Inglaterra y jugábamos el martes contra la URSS, pero Charlton nos dio permiso para celebrarlo hasta la una de la mañana. Al final, después de unas risas y unas cuantas cervezas, terminamos todos siendo grandes amigos, además de compañeros», explica Aldridge.
Dos años más tarde, la selección irlandesa dobló la apuesta al clasificarse para el Mundial de Italia. El equipo de Jack Charlton, para entonces ya conocido como «Jack’s Army», lograba el pase para una competición que, hasta ese momento, parecía vetada para sus jugadores. «En los años sesenta y setenta Irlanda tuvo buenos equipos, pero al final siempre terminaban fallando» explica Aldridge.
Si en el 88 habían sido miles los aficionados que viajaron a Alemania, en el 90 fueron muchos más los que quisieron disfrutar del calor del verano italiano. Y, si en la organización había temor por la llegada de hooligans ingleses, los irlandeses demostraron que solo habían ido allí a divertirse. Y llenaron el estadio para apoyar a su equipo en el debut, una vez más, frente a la selección inglesa. Y volvieron a llenarlo en el segundo partido, frente a Egipto. Y de nuevo en el tercero, cuando un gol de Nial Quinn dio el empate frente a Holanda y aseguró la clasificación para los octavos de final. Y, para entonces, Irlanda se paralizaba cada vez que su selección disputaba un partido. Y todos siguieron por televisión lo que ocurría, en el Luigi Ferraris de Génova, el día de los octavos frente a Rumanía. «Si hacemos tres o cuatro cosas bien, pondremos en serios problemas a nuestros rivales», solía decir Jack Charlton. Y aquel día sirvió para que Irlanda llegara a los penaltis. Y, cuando Pat Bonner detuvo el quinto lanzamiento de los rumanos, dejó la clasificación en los pies del centrocampista del Arsenal, David O’Leary. «The nation holds its breath» (la nación contiene la respiración), decía el comentarista de la televisión irlandesa. Y O’Leary marcó. Y todos los habitantes de la isla salieron a la calle a celebrarlo. Y llenaron los pubs, porque Irlanda estaba en los cuartos de final y, para entonces, ya no había nadie que no cantara «We’re all part of Jackie’s army!». Definitivamente, aquel era un buen momento para ser irlandés.
El verano mágico de aquel equipo llegó a su fin en el estadio Olímpico de Roma, cuando Schillaci se cruzó en su camino y terminó con los sueños de los irlandeses. Si la bienvenida tras la Eurocopa del 88 había sido impresionante, en 1990 se superaron todas las previsiones. El país entero parecía querer dar las gracias a sus jugadores. Llenaron las calles de Dublín y esperaron pacientemente a que llegaran los jugadores. Ante una multitud y por aclamación popular, Jack tomó el micrófono y resumió la hazaña: «Nos preparamos adecuadamente, tomamos un poco el sol, comimos muy bien y bebimos muy poco. Pero a esto vamos a ponerle remedio esta noche».
El idilio entre los irlandeses y su selección se prolongó hasta el Mundial de Estados Unidos. Sin galeses, escoceses, ni ingleses presentes, Irlanda viajó como el único representante de las islas británicas. Y el sorteo volvió a deparar un debut con solera. Italia e Irlanda, las dos comunidades que más emigraron a los Estados Unidos, se enfrentaron en Nueva York. Los aficionados irlandeses volvieron a llenar el estadio de los Giants y la selección se vengó de Schillaci ganando a los italianos. Después, sufrieron el fuerte calor de Florida y perdieron frente a México, pero terminaron clasificándose para los octavos de final. Allí, una Holanda renovada, con Bergkamp, Overmars o los De Boer, puso fin a su trayectoria en el Mundial de 1994.
Un año más tarde, fue la misma selección holandesa la que privó a Irlanda de una nueva clasificación para la Eurocopa. Habíamos llegado a finales de 1995, se cumplían diez años desde que la federación confiara en Jack Charlton y el seleccionador pensó que era el momento de hacerse a un lado. Terminaba una década de ensueño para los irlandeses. «Llegamos a ser un equipo muy fuerte y no conseguimos más éxitos porque tuvimos un poco de mala suerte. En un momento fuimos la quinta mejor selección en la clasificación de la FIFA y eso es increíble para un pequeño país como Irlanda», señala Aldridge.
Charlton se marchó habiéndole sido concedida la nacionalidad irlandesa y dejando un profundo legado. «Normalizó el fútbol y la selección. A partir de entonces nadie volvió a verlo como un elemento político. Logró que los irlandeses vieran en el equipo a un representante de la nación» explica David Goldblatt. «Es increíble el recuerdo que todavía tienen de Jack en Irlanda. Cuando murió en 2020, en plena pandemia, me emocionó ver cómo la gente salió a la calle, en sus coches, para demostrar cuánto le querían» señala Aldridge.
Desde que Charlton dejara el cargo, Irlanda ha contado con grandes jugadores, como Roy Keane, Damien Duff o Robbie Keane. Han reunido buenos grupos, que les han permitido clasificarse para otro nundial y dos eurocopas más. Pero ninguno ha calado entre los aficionados tanto como lo hizo la Jack’s Army y ningún recuerdo brilla más que el histórico verano del 90, cuando Irlanda contuvo la respiración.
La Irlanda de Charlton fue increíble. La de McCarthy fue muy buena, pero quedó el regusto amargo de la explosión entre Keane y McCarthy (luego la selección hizo un buen papel sin su teórica estrella, siendo apeada por España por penalties si mal no recuerdo)
Buen equipo aquella Irlanda a la que, los que ya tenemos una edad, recordamos que España batio en el 93 en Lansdowne Road por 1 a 3 para ir a l mundial del 94 con partidazo de Miguel Angel Nadal. Tuvimos que rematar la clasificacion luego en Sevilla contra la Dinamarca campeona de Europa de Schmeichel, Pouvlsen y los hermanos Laudrup.